miércoles, 31 de julio de 2019

Memorias de un h.p. Por Jotamario Arbeláez. Contratiempo. Versión para NTC … Julio 30, 2019

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Contratiempo

Versión para NTC …


Memorias de un h.p.

Jotamario Arbeláez


1

Sentí por Fernando Vallejo, a través de la vida que ya va para larga, una admiración solidaria por su trabajo de escritor y demoledor a su modo,
desde su inicial serie autobiográfica El río del tiempo, que inicia con el precioso Los días azules,
y la gramática del lenguaje literario Logoi, con la que demostró que se las sabía todas y las que no sabía no existían.
Luego la agarraría contra la iglesia del inexistente Cristo y sus sucesores, contra el farsante de  Darwin, contra los gobernantes corruptos y corruptores y hasta contra el nido de la perra mientras no sea la de Bruja.
Su actitud se ha emparentado y confundido con la del nadaísmo, como herederos comunes del maestro Fernando González.


Eduardo Escobar, quien en tanta estima lo tiene, o tenia, hasta que apostrofó a Álvaro Uribe tildándolo de “culibajito”, declaró en la revista Semana de septiembre 1 de 2008:

“El más radical de los escritores colombianos de hoy es Fernando Vallejo, que es una especie de filonadaísta. En el estilo y la actitud es una mezcla de Vargas Vila y Fernando González. Sin la espiritualidad de Fernando González ni el éxito económico de Vargas Vila. Fernando es un cómico. Que todos leemos sin tomarlo en serio, como debe hacerse con todos los cómicos. Pura diatriba. Un Aristófanes de los antioqueños”.


Su último libro me lo hizo llegar entre risitas el otro enemigo que conservo en vinagre diciendo que en dos o tres párrafos me elogiaba.
Cosa que me creí, pues en los últimos años yo también he sido con él particularmente elogioso.
Se llama Memorias de un hijueputa, donde pretende volverme chicuca, pues en él se desfoga contra todo lo que odia o  cree que le hizo mal. Que somos todos los colombianos a quienes extiende el epíteto.
Aunque no suelo leer autobiografías me la leí acompañado de un pañuelo de compasiones,
pues nunca creí que la literatura pudiera alcanzar un punto tan bajo, ni siquiera disculpable con la demencia senil.  


Pero, ¿qué polémica adscrita al arte de injuriar puede sostenerse con un rival que de entrada se autotitula hijueputa? Queda uno con un palmo de narices.
Un escritor que no respeta ni a su mamá, qué diablos va a respetar en la perra vida, aparte de los perros con quienes comparte sus premios de literatura.
Como el Rómulo Gallegos de novela, de Venezuela. Que ganaron antes que él los colombianos Manuel Mejía Vallejo y García Márquez, y William Ospina después de él.
Nuestro cotarro intelectual se ufanaba de que fuera por 4.
En un momento dado el premio de novela de la misma Fundación fue intercalado con el premio de poesía Valera Mora, que gané en 2008.
A lo cual haciendo la V de la victoria publiqué mi columna “Va por 5” (ahora va por 6 con Pablo Montoya),
haciéndome acreedor a sus burlas repetidas tildándome -además igualado-, de vejete. Pero si bien le llevo dos años,
me da pena verlo caminar como un sonámbulo tanteando el aire y arrastrando los pies, mientras yo continúo vivito y coleando como en los tiempos mejores.   

“¿Ven por qué ando metido en memorias?”, dice en la pag, 29. “Porque tengo mucho que contar y por azuzar la envidia de mis enemigos o “detractores”, como les dicen ahora,
entre los que sobresalen por su empeño dos opinadores de periódico que gratuitamente, urbi et orbi, motu proprio,  echan a volar mi nombre con repique de campanas:
un huerfanito sexagenario de apellido Faciolince y barba blanca de abad;
y el último nadaísta de Colombia, un hippie viejo de Cali al que en la pila bautismal su madre le puso “Jota”, sin saber que en México significa “marica”.
Pero no, él no es. No se le arrima ni hombre, ni mujer, ni perro, ni quimera. Huele a fuga de gas”.

Al respecto, se supo que en la antepasada feria del libro se despachó públicamente contra esos dos detractorcitos como hijueputicas. Y añade que de esa forma “nos eterniza”. Pobre diablo.


Otro detalle es que cada vez que un hetero se enfrenta con un homo,
la peor ofensa que este suele hacerle al otro es acusarlo de ser más marica que él. Verdaderamente así es muy difícil.


2

Este reciente libro de Fernando Vallejo, del que muy pocos se atreven a decir su nombre, es la porquería que no tapó el gato, porque no trabaja en Alfaguara.
          Y no lo digo para defenderme de sus dicterios, que terminan siendo de lo más graciosos; me lo han dicho hasta sus esbirros.
          Uno que lo conoce, puede presuponer que pretendió superarse a sí mismo en reversa y borrar, con el último, el acumulado de exitosos libros anteriores.
          Es algo coherente con su carácter. Ya había acabado con todo y con todos y decidió acabar consigo mismo, a partir de su fama de escritor descocado, pero al fin y al cabo escritor.
          Desde que escogió el título de su libro supo que iba a tener lectores de sobra en un país estigmatizado por parejo por su pluma madraceadora.


En amplios escenarios, como en las ferias, hace reír a la gente, que se ríe no de lo que dice sino que se ríe de él, de su cantaleta estrambótica. Como un Lenny Bruce cascarero.
         Así  se logra envanecer del ridículo. 


Que un hombre que se estrenó con Logoi se despida con semejante logorrea da grima.
          Como encontrar en mitad de la página 75 que no sabe diminutivizar, y escribe “piesecitos”.
          Y que al referirse a Vargas Vila, su mentor, diga que “es un marica vergonzante, pese a lo cual sólo trata en sus libros de sexo con mujer”.
          No cuestiono la sapeada al maestro, sino la redacción de la frase. En vez de “pese a lo cual”, debería ser “por lo cual”,
          ya que sería la vergüenza la que le impediría explayarse, como Vallejo, en sus apareamientos con jotos, como llaman en México a los sarasas.


A mí no sólo me gradúa de marica, sino que en la furia homicida del personaje dictatorial que es su alter ego, me hace morir de una enfermedad propia de su trasegar.
          Después de despacharse contra Gabo por su amistad con Fidel, en  una monserga a lo Fernanda Cabal, remata en diálogo con su edecán:

                                   “Ahora bien, como todo tiene alguna compensación en la
                                      vida, Gabito a su vez tuvo un áulico, el fracasado escritor
                                      y lambeculos nadaísta de Cali Jota Mario, que en paz
                                      descanse. –Cómo, también lo mandó fusilar? –Yo no. Fue
                                      un Staphilococcus sarcofagicus que se le comió el culo y
                                       lo expeditó a la fosa. Murió el pobre Jota (que en México
                                       quiere decir marica) de fascitis necrosante. –Y quién le
                                       contagió el Staphilococcus? – Un cacorro caleño.”

Páginas más adelante precisa: “Tengo problemas en las áreas de la corteza del cerebro donde se almacenan fechas y nombres y caras de gente. Los unos se me confunden con los otros o con cosas… Confundo a un nadaísta de Cali con un inodoro”.
          Pues razón si tiene, porque lo que soy yo disfruto de una salud a prueba de balas y no me arredro de caer en las líneas del zar de la cuchufleta.
          No me siente fracasado en nada, con mis poemas he ganado todos los premios, en México y España me han concedido el reconocimiento a toda la vida y a toda la obra,
          y así mis libros no sean éxitos  comerciales me han permitido voltear el mundo hasta la India y la China.
          Y de maricón pocón pocón. Con el inodoro que me confunde es con su hermano Darío, quien terminó muriendo de sida,
          tal como lo relata en forma deslumbrante en El desbarrancadero, uno de los libros más hermosos y dolorosos que se haya escrito,
          que trata del amor y complicidades de dos hermanos perversos,
          obra que debería leer todo el mundo en vez de perder su tiempo con el presente bodrio.


En aquellos tiempos machistas el que acusaba a otro de marica sin serlo se sometía a que lo ensartaron pero a cuchillo;
          en estas épocas del orgullo gay se debe considerar un elogio. ¡Farifafá!
          Se me hace admirable su sinceridad: “Colombia me empezó a conocer y yo empecé a ser. Después me aceptó como era: un h.p. Y hoy me quiere.” (Pag. 155).


Me queda el problema de que si hago una observación negativa sobre Vallejo y sus actos me tilda de “detractor” y  “áulico de Gabo”, y si le hago un elogio me tilda de “lambeculos”. Así sigue siendo muy difícil el ejercicio del comentario.   



3

El meollo del libro Memorias de un hijueputa (Alfaguara, 2019) es que todo el mundo termina siendo hermano del memorioso.
          Comienza citando a todos los recientes expresidentes:
          “–César Gaviria. –Presente –contesta el h.p.”
          Y así sucesivamente con Andrés Pastrana, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos.
          A continuación de lo cual son todos pasados por las armas por los esbirros del dictador.



          A ellos añade otros ejecutados: Timochenko, Iván Márquez, Romaña, Ordóñez.


                   “Y decapité a los banqueros de Colombia empezando por un siniestro adorador de la Virgen de apellidos Sarmiento Angulo.” El dueño del periódico donde nunca pudo meterse.
          Lo cual podría ser una enorme muestra de valentía, por cuanto le pone el pecho a posibles –o imposibles denuncias por calumnia e injuria y amenazas veladas.
          O una muestra de zafiedad, por cuanto se supone que los madreados y sentenciados le han respondido con sonrisas condescendientes.
          Cualquier respuesta lindaría con el ridículo. Lo que me estaría pasando a mí con estos despachos.
          No se juega nada con su rosario de h.p.tazos. Así qué gracia.


Si alguna de las personas agredidas acometiera contra él con reclamos  legales por lo que escribe con una pretendida valentía suicida,
          estoy seguro de que sus colegas –y yo con ellos– redactarían un manifiesto para defenderlo.
          Porque a un escritor de talla –y que talla– no se le puede destripar por lo que piensa, así la expresión de sus pensamientos sea deplorable.
          No viene al caso la comparación, pero cuando a De Gaulle le sugirieron guardar a Sartre porque estaba muy agresivo e irrespetuoso, sentenció:
          “No se aprisiona a Voltaire.”


Continúa degollándome el otoñal patriarca:

                                             “¿Si saben que el nadaísta de Cali, mi detractor,
                                                depuso su odio contra mí y me empezó a zangolotear
                                                gomorresina en incensario? Andará buscando puesto
                                                el pobrecito… Será mandarlo de agregado cultural a
                                                Zambia para que se lo coman los negros. Por detrás
                                                o en carne asada.”

          Se necesita ser muy marica en el mal sentido de la palabra, para desearle al adversario como doloroso castigo aquello que más le gusta.

No me escandalizo por lo que dice de Jesús, a quien en forma infantil sindica de pedófilo por aquella frase de “Dejad que los niños vengan a mí”,
          sino porque abochorna el lenguaje y el improperio.
          Acudir al “Cristo hijueputa.”, es dicterio de maleante en apuros, que reitera hacia el Padre en El desbarrancadero: “¡Dios no existe! ¿Qué va a existir ese viejo hijueputa.”
          Él mismo dice que resultó bueno para blasfemar. Pero aún para blasfemar se necesita un mínimo toque de pundonor.
          Otras víctimas, amén del “pelotudo” de Gabo, son el escritor Abad Faciolince, el nadaísta pacifista Jotamario Arbeláez y los representante de Cristo en la tierra
          Pío Doce por flatulento, Pablo Sexto, que dizque le birló un muchacho en Milán,
          y J. Mario Bergoglio, que después llamose Francisco, a quien prometió declararle la guerra en las redes.


En El desbarrancadero, esa crónica deslumbrante y atroz de la penosa muerte de su hermano y la de su padre y hasta la suya propia, vuelve añicos a su señora madre.


          De ella afirma, de lo que se infiere la herencia, que “sólo tenía un punto posible de comparación: su lengua soez que h.p.tiaba a marido, hijos, vecinos, policías, curas, lo que se le atravesara”.
No me corresponde defender a quien piadosamente llama La Loca,
          pues para eso echó al mundo a otros diez y nueve Vallejos, que no se han atrevido a pararle el macho.


A quien si defiendo es a Héctor Abad, a quien le repite el epíteto ya usado por otro truhán de “triunfante huerfanito sexagenario”,
          en referencia al precioso y exitoso libro donde relata el vil asesinato sicarial de su padre.
          Es algo tan viscoso como que alguien tildara a Vallejo de “triunfante viudito desconsolado”, aludiendo al reciente deceso de su pertinaz machucante mexicano.  

Si piensa que esta sarta de borborigmos va a hacer parte del boom de los libros de dictadores, no está ni tibio. Ni porque lo publique Alfaguara.



Sólo me resta manifestar mi aprecio y devoción por el Vallejo de ayer. Y presentarle mis disculpas si en algo lo logre ofender, defendiéndome. Y no más.

La montaña mágica. Villa de Leyva, Julio 2019

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miércoles, 17 de julio de 2019

Diversidad de la literatura chocoana. Por Alfonso Carvajal Rueda. El Manduco*, julio 13, 2019. Quibdó (Chocó, Colombia). NTC ... Registro

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Diversidad de la literatura chocoana

Por Alfonso Carvajal Rueda*, carvajalrueda@hotmail.com



El Manduco**, julio 13, 2019. Quibdó (Chocó, Colombia)
https://elmanduco.com/2019/07/13/diversidad-de-la-literatura-chocoana/

Más que una panorámica el siguiente ejercicio es una selección: una selección de cuatro escritores nacidos en el Chocó. En principio quiero hablar de dos antecedentes. Uno es la invisibilidad, y el olvido, en que está la literatura chocoana en ya casi la segunda década del siglo XXI. La falta de divulgación, de una política cultural y editorial, del Estado y también del ámbito local, más la ausencia de una crítica literaria constante y seria y el bajo número de lectores que hay en nuestro país ayudan conjuntamente a ignorar esta literatura vigorosa, diversa, y que en algunos casos ha marcado diferencia en la narrativa colombiana contemporánea.
El otro antecedente es la fuerza de la literatura oral en el Chocó y en todo el Pacífico colombiano. Allí está el tesoro de las nuevas generaciones de escritores. En reconocer ese legado y llevarlo al campo de la memoria y la ficción: a través del texto histórico o literario. En literatura oral hay que reivindicar el enorme trabajo del maestro Miguel A. Caicedo, especialmente en su obra Del sentimiento de la poesía popular chocoana, recopilación que reúne la chispa y picardía de anónimos bardos raizales de finales del siglo XIX y principios del XX, en décimas, coplas, decires y cantares.  Patrimonio cultural que debe ser guía vital de los escritores, profesores y lectores del departamento.
Lo oral se ha vinculado al folclor, a un cuadro de costumbres y al terreno de la antropología. Y con la literatura se dará el paso al mito y a la ficción. A crear memoria escrita.
Voy a hablar de cuatro escritores y no de una literatura en particular. La buena literatura rebasa los espacios sociológicos y geográficos. En este sentido nos acercaremos a cuatro creadores, a cuatro lenguajes y maneras distintas de ver el mundo, que tienen en común su lugar de origen, y por supuesto, la literatura.

REINALDO VALENCIA es un escritor de culto. Nació en Quibdó el 15 de octubre de 1891. De origen blanco, le apasionaron desde muy joven el periodismo y la literatura. A tal punto, que en 1910 trajo una imprenta desde Nueva York a Quibdó, para difundir los acontecimientos culturales y políticos de su época en el periódico ABC, y publicar sus propias obras. Es decir, además de escritor fue un divulgador de cultura.
Según Luis Eduardo Nieto, Valencia fue uno de los más jóvenes miembros de la generación del Centenario. Jefe político liberal de su región, fue congresista de la República. Fuera del periódico ABC que tuvo 25 años de vida, fundó la revista Prosa y verso, en la cual colaboró el poeta nicaragüense Rubén Darío, y que también reprodujo traducciones de algunos poetas franceses del siglo XIX a cargo de Guillermo Valencia.
Entre sus obras se destacan Apostillas históricas, que relata literariamente el pasado del Chocó hasta principios del siglo XX; La cuna de Jorge Isaacs, donde plantea en una investigación minuciosa que el autor de “María” nació en Quibdó, y no en Cali. Este libro desató una intensa polémica en el Valle del Cauca y el prólogo es de uno de los traductores y críticos más significativos de Colombia: Baldomero Sanín Cano. En uno de sus apartes Sanín Cano dice: “Además de su mérito como obra histórica, el trabajo del señor Valencia se recomienda literariamente por razones de claridad, método, sobriedad y corrección del lenguaje”.

La obra de Valencia que vamos a explorar es Río abajo, publicada en 1920, con prólogo de un joven Eduardo Santos. Este libro que reúne crónicas, ensayos y cuentos, está escrito en una prosa pulcra, alejada de efusiones líricas tan comunes en su tiempo, donde la retórica era un lugar común, debido a la influencia del modernismo en Hispanoamérica.
Algo virtuoso de este libro, creado en mitad de la selva, es que rompe una visión localista, y nos acerca a una visión más extendida del mundo. Valencia es un escritor moderno y nos habla de la Primera Guerra Mundial, de los poetas franceses del siglo XIX, y de la vida cotidiana de Quibdó, con sapiencia y en un lenguaje sencillo, elegante y escueto.
Para finalizar este breve recorrido por Valencia, leeré un fragmento del ensayo “La novela”, en el cual vislumbramos una visionaria capacidad reflexiva con relación a la poesía y la novela que se hacía en nuestro país en la década del 20, y cómo algunos de sus puntos de vista siguen aún vigentes. Inspirado en una crítica del ironista Armando Solano, Valencia escribe:
“Ni la novela, ni el drama han logrado descollar en Colombia. La primera menos que el segundo, -haciendo excepción de la casualité de “María”, obra prima que, más que todo, es un poema. El segundo ha tenido cultivadores, sin éxito. El tema patriótico es el preferido, lo que da por resultado que todos se parezcan. Esto sin mentar a Álvarez Lleras y Laverde Liévano, que, dicho sea en justicia, lo han trajinado con bastante éxito. La poesía ha sido otra cosa, si bien no logran todavía nuestros bardos apartarse de los cantos amorosos, románticos, sentimentales, propios más bien de endulzar a son de tiple y exaltaciones de aguardiente, los oídos de la rolliza moza del poblado, en noches de plenilunio, que para llevar alimento espiritual a las primorosas niñas pálidas, raras como las orquídeas, que dan descanso al cuerpo, absorviendo drogas extrañas, éter por ejemplo, y perfumes exóticos, en los finos pañuelos de Holanda. Afortunadamente nació Silva; felizmente la cuna de Valencia se meció en Popayán; los ojos de Londoño se abrieron en Vianí, y el primer balbuceo de Farina lo escuchó la montaña”.


ROGERIO VELÁSQUEZ nació en Sipí, bajo San Juan, en 1908. Sipí viene de sibi, que significa tortuga en lengua Catía.  Velásquez es uno de los principales investigadores de la cultura chocoana. Se graduó de maestro en la Normal de Tunja, y estudió etnología en la Universidad de Popayán. Fue jefe de la sección folclórica del Instituto Colombiano de Antropología (ICAN), durante 12 años.

El caso de Rogelio Velásquez es excepcional: ¿Por qué? Aunque escribió libros históricos y de costumbres como El Chocó en la independencia de ColombiaGentilicios africanos en el occidente colombiano y Voces geográficas del Chocó en la historia, su obra cumbre es una novela: Las memorias del odio.
La intensidad del lenguaje, la pasión y la fortaleza que revela la gramática vital de este libro, más una aguda reflexión del ser negro en una época específica, que en últimas no es más que la fatalidad de la condición humana, la convierte en una obra conmovedora y trágica. Es su única obra de ficción, y no necesitó de más.
La novela está basada en un hecho real, que el paso del tiempo ha convertido en leyenda. Es la vida dramática y maunífica de Manuel Saturio Valencia, el último fusilado en Colombia por ley, episodio ocurrido la tarde del 7 de mayo de 1907 en Quibdó.
Hay varios móviles que marcan su vida: es un negro estudiado con y mucha inteligencia, metido de cabeza en un mundo dominado por blancos. Adiestrado en la carrera de Derecho en Popayán logra alguna posición jurídica en Quibdó; músico por naturaleza y alentado en su vocación artística por los padres claretianos escribe canciones alegres en verso. Se enamora de una mujer blanca de la burguesía quibdoseña, quien corresponde a su pasión. De esta relación que estremece los cimientos de la selva, nace una criatura: mitad noche, mitad día. Hasta ahí el cuento de hadas. El recién nacido es echado a las aguas del Atrato por manos siniestras del racismo y la intolerancia. Saturio pierde la fe en la vida y naufraga en el alcohol. Vuelve a tomar oxígeno y se enamora de una negra alazana: ella es la hija del compadre de sus padres. Pide la mano de la joven, y el compadre palidece, tartamudea, y un silencio grave se lo devora. Un sacerdote cuenta la verdad a Saturio: su padre biológico es el compadre, porque su verdadero padre hasta ese momento era estéril. El secreto sólo lo sabían su madre Tránsito y su compadre, quien en confesión se lo contó al sacerdote. Con esos ingredientes está listo el drama, que la pluma de Velásquez narra con enorme lucidez. Velásquez escoge el monólogo para dar fuerza a la estructura narrativa. En primera persona Saturio va construyendo su vida desde niño: relatando sus ideales, sus sueños y fracasos, hasta el momento que lo conducen al patíbulo.
El siguiente fragmento nos acerca al tono y al ritmo que abarca la novela en su totalidad:
“Para finalizar este capítulo de mi infancia, contaré que el balance de mis estudios se resume en cuatro años de luchas, hurtos de cuadernos, y de lápices, cuatro años de labranza interior. Mi aprendizaje fueron días de peleas con el espíritu que tendía a agacharse por el hambre que me salía al paso haciéndome más infortunado que las yerbas de los caminos que siempre tienen un trozo de tierra que las alimenta.
…Aprendí a leer en el jadeo minero escribiendo con carbones y barro pegajoso las tareas de la citolegia. Cuando esperaba el desayuno o la comida, imitaba signos, ataba palabras, muchas veces la luz de los faroles de gas o los ambiles, de los cocuyos errantes, o bajo el graznido de las lechuzas que rayaban el aire…
…La audacia y el ingenio me llevaron a ser el líder de los de atrás, de los de abajo. Con un poco de estruendo goberné la escuela e influí sobre mis compañeros. Por las bolas de cristal, trompos o cometas hice desafíos, di golpes, lloré. Era una fuerza ciega. Cuando tiraba a la cara de mis contendores su mal comportamiento, era porque iba a caer sobre mi presa con saña de felino”.


ARNOLDO PALACIOS nació en Certeguí en la década del veinte. Novelista excepcional, se marchó del país, impulsado por la violencia y los deseos de conocimiento que son la forma más lúcida de la libertad. Se casó con una condesa en decadencia, eso cuenta el mito literario, y vivió en un viejo palacete a las afueras de París. Entre sus obras se destacan La selva y la lluvia, traducida al ruso, y Las estrellas son negras, que infortunadamente no ha tenido la valoración literaria que se merece. Fue publicada por primera vez en 1949. Fuera de ser un canto conmovedor de la lucha entre la pobreza y el libre albedrío, es una de las primeras conquistas de la novela urbana en nuestro país. Y lo más paradójico, es que se inspira en una pequeña ciudad selvática: Quibdó de los años 40. Este drama tiene la virtud de contrastar la miseria con la prodigiosa naturaleza que la rodea:

“A través del callejón veía deslizarse perezosas las aguas del Atrato. El sol marchaba perezoso también a su poniente hastiado, tal vez del mismo recorrido diario, enrojeciendo de luz viva los árboles en lontananza… La calle exhalaba un vapor cálido, fastidiante, putrefacto. El pavimento resquebrajado, como las plantas de los pies de gentes enfermas del hígado, de mal de hígado… Y una mujer negra tambaleante, iba aferrándose a la pared con las uñas frágiles, pegadas con goma a los dedos flacuchentos del brazo esqulético… ¡Ah, un pueblo tan pequeño y habitado por gentes debajo de la miseria!
¿Qué hace esencial a Las estrellas son negras? Su lenguaje exuberante, castizo, que se combina con el dialecto vernáculo de sus protagonistas, pero sobre todo, su enorme espontaneidad. J.M. Restrepo Millán, escribió: “Pero lo mejor de este libro, como hecho artístico, es que todo ese cúmulo de dolor, y toda esa lucha, y sus personajes, y su escenario y su ambiente, son reflejo directo del natural… Sin el más leve soplo de intelectualismo que ha solido desvirtuar muchas tentativas de novela acometidas en Colombia”.
Una voz llanamente poética desde la selva, da la propia versión de los hechos, que sin acudir al pasquín narra con maravilloso realismo –no mágico- una historia casi inocente, porque el protagonista es un preadolescente, Irra, y el mundo lo vemos a través de sus ojos:
“Algunos nacemos para morir sin tregua… Otros nacen para la alegría. Son estrellas diferentes. Las de ellos titilan eternamente y tienen el precio del diamante. Y la mía, Señor, es una estrella negra… ¡Negra como mi cara, Señor”.   



CARLOS ARTURO TRUQUE.   Extraordinario cuentista que hay que recuperar del olvido. Nació en Condoto en 1927 y murió en Buenaventura en 1970. Su talento narrativo ha sido opacado en parte por su militancia política; el haber pertenecido al Partido Comunista Colombiano ha cubierto de sombras y prejuicios su gran obra cuentística.

Más allá de estos esquemas ortodoxos y extraliterarios, Truque es un maestro del relato corto, y las historias, que tienen en su mayoría un alto contenido social, al mismo tiempo, expresan una visión universal del ser humano. A través de sentimientos como el amor, la solidaridad, el asombro, la guerra, Truque nos acerca a la profunda y contradictoria naturaleza humana.
Uno de los más bellos cuentos es El día que terminó el verano, aquí quiero recordar algunas palabras del escritor y periodista vallecaucano Arturo Alape, refiriéndose a este texto:
“Es la historia de la sequía que fragua en el hombre la desesperanza. La dramática espera que acosa al hombre como si el hombre sólo tuviera el tiempo medido para sus recuerdos y añoranzas”.
Quiero leer el último fragmento del cuento para que tengamos una idea más nítida de la literatura de Truque:
“La mujer estaba en un prado, desnuda, revolcándose, ayudándose con las manos para que el agua la mojara por completo. Él la vio cómo era: gordita, llenita, de piernas gruesas. Al verlo parado, con el saco a la espalda, aguantando a pie firme la lluvia, rió infantilmente. Y él se dio vuelta y emprendió carrea, para seguir regando su maíz, con el alma alegre por todo: Porque José María se había ido; porque ella estaba ahora desnuda en el campo; porque él estaba sembrando bajo el aguacero que ella había traído para bañarse y para acabar, en esa forma, el largo e impiadoso verano”.
 Otros cuentos esenciales de Truque son “Vivan los compañeros”, “Las gafas oscuras”, “Sonatina para dos tambores”, “La diana” y “Fucu”.
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Este breve recorrido por algunos escritores chocoanos, más que reiterar que existe una literatura chocoana, quiere profundizar en cuatro autores con diferentes lenguajes, y que de una manera u otra han sido proverbiales en la narrativa colombiana. Además el título de la charla Diversidad de la literatura chocoana, quiere mostrar que el asunto de la biodiversidad en el Chocó también toca a la literatura. 
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NTC ... ENLACES:

NTC … 4 de junio de 2012
Allí: cita y acceso al libro completo "La cuna de Jorge Isaacs", de REINALDO VALENCIA

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EL ALMA DEL CHOCÓ EN CINCO TÍTULOS
Vivencias de los protagonistas de la vida del Chocó y el Pacífico colombiano, e imágenes cotidianas de hombres y mujeres en su entorno social, político y cultural desde principios de siglo hasta nuestros días, fueron recogidos en la Biblioteca del Darién que se presentó ayer en la capital chocoana. La colección de Colcultura, coordinada por el periodista Alfonso Carvajal, incluye en siete tomos obras inéditas o reeditadas con el ánimo de dar a conocer las expresiones literarias de importantes escritores de la región.
Por: YANED RAMIREZ

EL TIEMPO, 09 de abril 1994 , 12:00 a.m.

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Las estrellas son negras. ARNOLDO PALACIOS
Biblioteca afrocolombiana, Banco de la República

LIBRO COMPLETO:
http://babel.banrepcultural.org/cdm/singleitem/collection/p17054coll7/id/1/rec/1
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Vivan los compañeros: cuentos completos. CARLOS ARTURO TRUQUE
Biblioteca afrocolombiana, Banco de la República
LIBRO COMPLETO:
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Biblioteca de Literatura Afrocolombiana

http://babel.banrepcultural.org/cdm/landingpage/collection/p17054coll7
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