viernes, 13 de agosto de 2010

ARCADIA, revista impresa, No. 59, Agosto 12, 2010, tomados de allí ...

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NOTICIAS
La primera de la fila: la nueva ministra de Cultura, Mariana Garcés.
Revista Arcadia impresa No. 59, Agosto 12, 2010. Pag. 4
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Quienes la conocen, hablan muy bien de la nueva ministra de Cultura. Es cierto que trabajó en la campaña de Santos, y que tiene con la esposa del presidente una buena relación, pero sus logros de gestión en el sector público cultural son una buena carta de presentación. Tras graduarse de abogada, Mariana Garcés comenzó su carrera trabajando para Amparo Sinisterra de Carvajal (amiga íntima de la madre de la Primera Dama), cuando ésta fue directora de Colcultura. Después, ya de vuelta a Cali, trabajó en Telepacífico y luego fue nombrada comisionada de televisión, en representación de los canales regionales. Ha trabajado en las secretarías de Cultura de Cali y del departamento también; y por supuesto, en Proartes. Cuentan que es muy ejecutiva, fanática trabajadora, y que es dura pero considerada con sus subalternos. Su espíritu belicoso y una cierta falta de mesura fueron su sello de juventud, pero lograba lo que se proponía. Estudiante brillante. Lectora sensible. Seria conocedora del tema cultural, sin obsesiones de figuración, e interesada en las regiones. ¡Como que pinta muy bien la ministra!
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SOPOR y PIROPOS (Columna).
Por Nicolás Morales.
LA SANTA SUERTE DE LA FERIA
Revista Arcadia impresa No. 59, Agosto 12, 2010.

Rezamos a los dioses para que Walter Risa no sea el hecho cultural de la próxima Feria Internacional del Libro. Pero si las cosas siguen así, podría darse este escalamiento de la autosuperación y la gastronomía. Digámoslo con letras mayúsculas: el año literario que precede a la Feria ha sido uno de los más soporíferos de los últimos tiempos. El aburrimiento inunda los escaparates, los periodistas culturales penan buscando los libros colombianos de calidad y el lector, advertido por el tufillo rancio que desprenden las novedades de la narrativa local, gira la vista hacia los libros nuevos que nos llegan de otros países.
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Las editoriales despliegan sus cartas, aunque, por el número de libros que se lanzan, parece que escasean los presupuestos. Y me temo que, este año, tendremos un único bestseller: Santa suerte, de Jorge Franco. Según mis cálculos, debería poder vender al menos unos 50.000 ejemplares. Lo sabemos: la operación Franco no debe fallar. Doblete el sábado y el domingo en El Tiempo, con dos publirreportajes encargados a la editorial. Lanzamiento con Alejandra Borrero, recetas personales en programas de cocina, bonitas tarjetas, etc. En la otra orilla, la de Alfaguara, encontramos a don Tomás González, carta de una dignidad incontestable, a juzgar por su pasado literario y su modestia, tan lejana a las ambiciones de los autores de café concierto. La novela se llama Abraham entre bandidos y, por supuesto, es la candidata favorita para convertirse en el mejor libro de esta feria -aunque dudo que pase de los 15.000 ejemplares vendidos. De resto, no hay mucho más que ver -por lo menos en las grandes ligas. Norma prefiere el silencio y Ediciones B no logra editar algún novelista colombiano de quilates (por cierto, lo de Gringadas, de Hincapié, es realmente bueno). En resumen, creo que un país con un número tan limitado de novedades, y aún más, de buenas novedades criollas de ficción, en plena época de feria, tiene que comenzar a preocuparse.
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Se agolpan las preguntas: ¿dónde están los relevos para estos novelistas que se llegan hoy a los sesenta? ¿En qué quedaron los autores jóvenes, tan publicitados, que iban a producir un buen número de novelas importantes en este milenio? ¿Por qué las editoriales, en su fabricación natural de best sellers, no encontraron un grupo de autores que les garantizaran calidad y muy buenas ventas? Con esto estoy diciendo que en los últimos años, por supuesto, hemos leído un grupo de novelas colombianas dignas pero muy marginales en circulación y, al revés, bodrios estruendosos que superan, para nuestra desgracia, los 20.000 ejemplares vendidos. Pero la industria editorial en Colombia no ha sido capaz de conciliar calidad y ventas en torno a esa generación que hoy tiene entre treinta y cuarenta y cinco años. Sí, hablo de todos esos autores jóvenes, mil veces fotografiados en las revistas Credencial y Diners, esos que escribieron algunos cuenticos en revistas como El Malpensante, esos que salieron de sabátic o a otros países con la promesa de que volverían con novelas extraordinarias, esos que, hasta ahora, no se han trasformado en grandes autores.
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¿De qué se trata todo esto? Tal vez la culpa esté por el lado de los editores de ficción, antes importantes y ahora actores de segunda. Lo ilustro con un solo caso: el de la editora Pilar Reyes. Editora pragmática, rápida y certera de Santillana Colombia, logró armar un catálogo que intentó darle un lugar primordial a la ficción. Es decir, hacer que buenos y regulares novelistas vendieran más libros. Pues bien, el sello español prefirió bajar el perfil público de su editor de ficción. No digo que los editores que hoy trabajan en la casa española no sean competentes. Lo son, y me consta. Sin embargo, Pilar Reyes hubiera podido ser reemplazada, en mi opinión, por alguien más público y, si se quiere, más literario.
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Y, en el fondo de este escenario, tenemos algunas editoriales que publican en automático lo que los Gamboas y compañía producen. De acuerdo, puede que algunos de ellos escribieran en el pasado algún libro de algún valor, pero, ¿es esa razón suficiente para seguir publicando ad infinitum las novedades de un ingenio muerto, de una disciplina esquiva, de unas ideas secas? Con las cosas así, "santa suerte" la nuestra.
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La nueva novela del autor de Primero estaba el mar .
Las dos violencias de Tomás González
“Leyéndolo, tuve la sensación de que era muy puro”. Eso ha escrito la Premio Nobel Elfriede Jelinek sobre la obra de Tomás González. Ahora, el discreto escritor antioqueño lanza en la Feria del Libro, tras varios años de silencio, su nueva y esperada novela: Abraham entre bandidos.
El autor busca ir más allá de la denuncia patriotera y exceder los límites del 'país desangrado'.
Revista Arcadia impresa No. 59, Agosto 12, 2010.
Jerónimo Duarte* Bogotá

La oferta editorial de novedades sobre el secuestro está a reventar. Pocos días después de regresar a la libertad, los antes rehenes hacen público su drama bajo el sello de una marca que garantiza éxitos de distribución y ventas, y que contribuye, de manera loable (creo), al proceso catártico de las víctimas. Los ejemplos son numerosos; los títulos, más que evidentes (tenemos desde Secuestrada de Leszli Kalli, hasta Siete años secuestrado por las Farc de Luis E. Pérez y Cautiva de Clara Rojas). También hay altas dosis de romance (Íngrid y yo, una libertad agridulce y Amores que el secuestro mata son ejemplo de ello) y de acción (El trapecista, del ex canciller Araújo, y Mi viaje hacia la libertad, del ya famoso John Frank Pinchao). Incluso contamos con nuestra propia mirada extranjera del asunto bajo el título de Out of captivity, el texto publicado por Marc Gonsalves, Tom Howes y Keith Stansell, los norteamericanos que compartieron varios días de suplicio con Íngrid Betancourt.
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De manera que, a primera vista, la aparición de un nuevo libro sobre el secuestro no debería causar mayor revuelo. Mucho menos si se tiene en cuenta que su autor nunca ha estado secuestrado. ¿Qué interés puede tener el lector promedio colombiano, atraído por la violencia coyuntural que nos azota, por una novela que narra una historia de hace más de cincuenta años y que, por lo demás, no es intimista en sus detalles? Ninguno. Y es que Abraham entre bandidos, la más reciente obra de Tomás González, no es una novela para saciar el morbo de tragedia. Para eso ya tenemos muchos títulos. Tampoco está escrita para hablar de la repetida situación de violencia, sus nexos con el narcotráfico y sus trajinadas consecuencias. Para eso tenemos también varios títulos, algunos de ellos adaptados a televisión.
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Abraham entre bandidos no es un libro de secuestrados. Es una novela que tiene como hilo conductor el secuestro, pero que lo que decide contarnos es una his­toria tan absurda y, en cierto sentido, alentadora, que bien hubiera podido ocurrir en Liechtenstein o en Guatemala. Como lo hace en varios de sus textos, González retorna a una de sus obsesiones, a la lucha permanente entre la vida y la muerte que acaba, con frecuencia, demostrando la prevalencia de la primera sobre la segunda: "Me parece que lo que se mueve en mis libros es siempre la lucha entre la vida y la muerte. En todos se narra ese conflicto de fondo, siempre permanente, de la existencia ( ... ) es ese el tema que une todas mis narraciones, desde El viaje infinito de Carola Dixon, que transcurre frente a las costas de Nueva Jersey; hasta La historia de Horacio , que se desarrolla en Envigado durante la década de los 60. Creo que para mí ese es el gran tema: el conflicto entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, entre la forma y el caos".
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Y ese conflicto se manifiesta, en Abraham entre bandidos, por medio de un secuestro que tiene lugar en 1945, en pleno auge de la violencia partidista. La perspectiva, de más de cincuenta años, es para el autor indispensable pues le permite una distancia que, de no contar con ella, lo obligaría a estar "demasiado metido en el conflicto, en el horror, lo que podría producir una falla narrativa que hiciera que la violencia se apoderara de todo, que no dejara ver la luz y que impusiera el desaliento".
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Aquello sería, para González, un desatino. Su literatura intenta presentar una salida y rescatar la posibilidad humana de recuperar la alegría y la esperanza. Pero no por ello sus textos omiten la violencia más terrible, a la que se han visto sometidas varias generaciones de colombianos y que tiene las manifestaciones más inverosímiles: unos cuerpos hinchados, flotando en un charco, con las manos carcomidas por los bichos; o unos cadáveres decapitados y castrados, con el vientre abierto, y cabeza y genitales introducidos allí.
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Abraham entre bandidos es una reflexión sobre la violencia absurda y exacerbada, circular; la que carece de altruismo y, muchas veces, ocurre solo por el afán de sus protagonistas de ser nombrados: "Cada vez era más frecuente que grupos de bandoleros, buscando fama rápida, asaltaran a los trabajadores de obras públicas. Degollaban, decapitaban, mutilaban y dejaban al final una escena de horror tal que el renombre de los bandidos se extendía por valles y cañadas, como niebla oscura".
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Es la violencia que somete al secuestro y a la masacre y que, al mismo tiempo, propicia la creación de una comunidad humana en la que, con frecuencia, los límites entre víctima y victimario se borran, porque en la guerra, se es muchas personas al mismo tiempo. Eso le ocurre a los personajes de la novela: Vladimir es un temible bandido y es también Bejarano, un agente encubierto del ejército; Pavor es el jefe de la insurgencia y, simultáneamente, Enrique, el amigo de infancia de Abraham, el secuestrado. Piojo, otro sanguinario miembro de la manada de bandoleros, es a veces Jesús María, un niño servil que piensa en su mamá; Saúl, compañero de secuestro de Abraham, se convierte, por las noches, en Trompevaca, el contendor de Pavor en el póquer.
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Y más allá del monte, la violencia extiende también sus tentáculos. La guerra, "tan desordenada y caprichosa", se va metiendo lentamente en la cotidianidad de tal forma que los niños olvidan un acuchillamiento con un chocolate y se cree que Pinocho es el alias de un bandolero. Sin embargo, y a pesar de que lo narrado ocurre en Colombia, en un momento histórico definido con implicaciones bien claras, el autor busca ir más allá de la denuncia patriotera y exceder los límites del 'país desangrado'.
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Vicente, el hijo de Abraham con síndrome de Down y tal vez el personaje más entrañable y definido de la novela, tiene, a juicio de su madre, el derecho de "recibir la realidad sin deformaciones ni mentiras ( ... ) para que no fuera a creer que el gusto por la maldad era una cosa de su país o sus compatriotas, se ocupaba de que conociera los pozos de infamia en que habían sabido meterse otros pueblos y, muy en especial, aquellos que sintiéndose más ricos y poderosos, se pensaban también más avanzados, más civilizados".
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González es de la misma opinión, está convencido de que "la violencia es parte de la condición humana y no una enfermedad de los colombianos, como a veces quieren hacerla aparecer en los países desarrollados ( ... ) muchas veces, desde esos países, es desde donde el mal se ha originado y extendido, y ha sido allí que la violencia ha alcanzado proporciones industriales; el grado más alto del horror humano. Los colombianos no son ni más ni menos violentos que nadie. No se trata de contraacusar, sino de entender el momento por el que estamos pasando ahora, como especie, en nuestro desarrollo moral e intelectual".
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Es por esto que lo que hace una novela como Abraham entre bandidos es usar la violencia histórica del país para hablar de otras violencias, más sutiles y subrepticias, omnipresentes y, también, a su modo, atroces. Se trata de la violencia potencial del lenguaje; de la de las tensiones filiales y amorosas que llevan de la bofetada por honor al suicidio por venganza; y, del mismo modo, de las agresiones con origen menos definido pero, no por ello, menos crueles, como las que ocasionan la enfermedad, el miedo y la vejez.
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Entre esas dos violencias oscila la novela de González. Incluso, presenta un momento crítico en el que las dos se mezclan y producen una tercera, con las peores características de cada una. Es lo que, de alguna forma, ha pasado durante gran parte de la historia del país: el horror se exacerba tanto que se hace cotidiano e imperceptible. Se olvida tan fácil un golpe como una masacre, cuando se está en el oficio de golpear y masacrar.
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Sin embargo, en el universo de González, hayal final, siempre, una esperanza. La vida triunfa, así sea por capricho. Un poco como lo sugiere esa imagen de otra de su novelas, Primero estaba el mar , en donde un cementerio es vencido por la acción vital del mar y tiene que dar paso para que sus tumbas convivan con plantas, cangrejos y lagartijas.
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En el mercado
Abraham entre bandidos. Tomás González Alfaguara 2010. 216 páginas $41.000.
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¿POR QUÉ LEER LIBROS DE DIVULGACIÓN CIENTÍFICA?
Revista Arcadia impresa No. 59, Agosto 12, 2010.

Los "divulgadores de la ciencia" suelen creer que deben educar poniendo "en lenguaje lego lo que expresan los científicos". Para hacerlo deben ser "ligeros", "amenos" y "divertidos". El quark y el jaguar: aventuras de lo simple a lo complejo, del Nobel de física Murray Gell-Mann, es un intento por mostrar de forma sencilla "el carácter del mundo alrededor nuestro", introduciendo al lector al concepto de complejidad que sirve para entender fenómenos que se comportan de manera caótica, aunque no por ello indescifrable. La incertidumbre está en la base de nuestra incapacidad para predecir sin recurrir a la probabilidad. Lean Lederman, otro Premio Nobel, con gran sentido del humor cuenta lo que hacen los físicos de partículas con los aceleradores. La partícula divina muestra que, al fin de cuentas, los físicos buscan "leer la mente de Dios", como dijo Stephen Hawking, escudriñando las fuerzas de la naturaleza, y por eso hay que apoyarlos.
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La pregunta por la religión se hace aún más aguda cuando hablamos de biología. Evolución, del polémico zoólogo británico Richard Dawkins, es un nuevo round contra el movimiento creacionista en el que, según encuestas, cree el 40% de los norteamericanos. Este "ateo, humanista y escéptico", como se autodefine, expone "los hechos" que hacen que la teoría darwinista sea incontrovertible. Algunos sostienen que el dogmatismo religioso de los que creen que el mundo fue hecho por Dios en siete días, tiene su espejo cientificista en Dawkins. Su libro es científico-político en la medida que busca en "la naturaleza" las "evidencias" para no creer en el diseño inteligente, que él considera atado al oscurantismo intelectual y el pensamiento reaccionario. Aunque no hay muchos ejemplos novedosos (Galápagos vuelve a la escena), la prosa cortante y muchas veces precisa de Dawkins nos hace creer que la naturaleza habla por sí sola, omitiendo que los hechos requieren intérpretes como él.
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Robert Hinde, eminente etólogo de Cambridge, hace una pregunta más interesante: ¿Por qué persisten los dioses? Más que descalificar a los creyentes, trata de entender por qué en un mundo supuestamente dominado por la razón y la ciencia, como el Occidental, la mayoría es "creyente" y qué significa eso. Desde la perspectiva de la psicología y la antropología, y sólo en este sentido, el trabajo es "científico", Hinde sigue una línea que ha interesado a científicos sociales sobre su papel en la modernidad.
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Todos estos libros usan la historia en sus argumentos. Sin embargo, mientras son críticos de todas las instituciones, como la iglesia (el caso Galileo es el más tergiversado) o los Estados (el caso Lysenko en la antigua URSS el más repetido), sólo una institución es tratada con reverencia por los divulgadores, que suelen ser científicos convertidos a misioneros de la razón: la política de la ciencia. Cómo se definen sus agendas de investigación; qué mecanismos sociales permiten a ciertas teorías sobrevivir; qué papel juegan los financiadores ... ¿Hasta qué punto, por ejemplo, Gell-Mann y Lederman están abogando con sus libros de divulgación para que la física de altas energías no siga su caída libre presupuestal, tras finalizar la guerra fría? Los libros de divulgación tienen un papel político en la ciencia; mientras no estén dispuestos a abrir la caja negra de la investigación como una práctica social, persistirá la paradoja de la popularización científica: el conocimiento pasado fue siempre una verdad provisional, pero el actual' es el correcto: son "hechos". Pero recordemos que esos anuncios triunfalistas ya soplaron hace más de cien años, paradójicamente como antesala de la revolución científica que sostiene a la nueva ortodoxia. Si la divulgación fuera más reflexiva sobre la ciencia misma, entonces nos sería útil a los ciudadanos para tener una posición política frente a las opciones que nos plantea la ciencia en un mundo dominado por la incertidumbre, y no sólo como un asunto de "cultura general".
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Actualizó: NTC … / gra . Agosto 13 , 2010, 11:11 PM
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