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http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com Cali, Colombia.
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Una historia de amor *
Por: Julio César Londoño
EL ESPECTADOR .com 21 Ene 2011 - 10:00 pm http://www.elespectador.com/impreso/columna-246462-una-historia-de-amor . Impreso Ene 22.
Cuando se despertó Saúl Hernández encendió la lamparilla y miró la litera de abajo para ver si su mujer aún dormía. “Debe haber salido a tomar aire”, pensó, y retomó el libro que estaba leyendo. Dos párrafos después volvió la inquietud. Salió al pasillo. No se veía ni un alma. “Seguro está indispuesta…”.
Caminó hasta el extremo del vagón, pero no había nadie en el sanitario. “¿Dónde se habrá metido?”, se preguntó con un punto de angustia. En el vagón siguiente se topó con el revisor. “Ha visto usted a una mujer bajita, de 65 años...”. El revisor lo miró perplejo. “He perdido a mi mujer”, explicó Saúl Hernández abochornado. “Nadie se pierde en un tren, hombre”, dijo el revisor con suficiencia. Al viejo ya no le importó si hacía o no el ridículo. ¡Es mi esposa, no está en el camarote ni en el baño, cuando me desperté ya no estaba! ¿Está abierto el bar?”. Acaban de cerrarlo —contestó el hombre—, pero venga, busquemos en los otros vagones. ¿Cuándo fue la última vez que la vio? A Hernández la pregunta le sonó tétrica: “Cuando salimos de Madrid. Yo me acosté un poco después que ella. Me gusta leer unas páginas antes de dormir. A la madrugada me desperté y ya no estaba”.
La búsqueda fue infructuosa. “Tendrá que poner una denuncia”, dijo el revisor. “¡Ante quién diablos! ¡Y qué coño voy a decir!”, gritó Hernández.
Tranquilícese, señor. En Calatayud hay una comisaría cerca de la estación. La encontraremos. Tal vez bajó en Medinacelli. Ocurre con frecuencia. Se bajan a comprar chucherías, se despistan y ni se enteran de que el tren ha seguido su camino. “Entonces te dejó el tren, mi amor... Cómo estará de angustiada... Es tan frágil...”, Hernández apretó los dientes para no llorar delante del impasible funcionario.
Llamaron por teléfono a Medinacelli, pero allí nadie había visto a la señora Asunción Alonso de Hernández. Otros pasajeros se levantaron. Hacían preguntas. Husmeaban. ¿A dónde se dirigían? “A Barcelona”. ¿Discutieron? “No”. ¿Está en sus cabales la señora? “Más o menos”. ¿Dejó las maletas? “Sí. Viajamos con una sola. Grande. Es más fácil”. ¿Y la cartera? “No está”. Entonces está claro: ¡se apeó en Medinacelli para comprar algo y perdió el tren! Ánimo, amigo, debe venir en el tren siguiente, en Barcelona os encontraréis. Hubo aplausos y risas. Entonces el viejo se tomó la cabeza, estalló en sollozos y trastabilló hasta su camarote.
El revisor lo encontró sentado en la litera. Besaba una vieja pañoleta de seda con pájaros estampados. “Ella se merecía este viaje —dijo sin levantar la cabeza—. Siempre lo estuve aplazando, que el próximo verano, que cuando me jubile y tengamos tiempo, y la pobre siempre esperándolo. Y lo que es la vida, cuando estaba dispuesto a darle gusto, la pobre...”.
El viejo hizo una pausa para sonarse los mocos. “A mi esposa le hubiera gustado hacer este viaje. Por eso cuando llegué a la estación y pedí el billete pensé en ella y le dije al taquillero: Que sean dos billetes, por favor. De primera”.
Ya no lo dominaba la vergüenza. Se sentía aliviado y de nuevo en el duro, en el inflexible terreno de la realidad.
“¿Sabe lo que me dijo en su lecho de muerte?”. El revisor adivinó la respuesta: Ve tú solo.
“Por favor —rogó Hernández— no le diga a nadie la verdad. No lo entenderían. Pensarán que estoy loco”.
El revisor asintió con un movimiento de cabeza y cerró la portezuela del camarote con suavidad, como si abandonara el cuarto de un niño dormido.
Por: Julio César Londoño
EL ESPECTADOR .com 21 Ene 2011 - 10:00 pm http://www.elespectador.com/impreso/columna-246462-una-historia-de-amor . Impreso Ene 22.
Cuando se despertó Saúl Hernández encendió la lamparilla y miró la litera de abajo para ver si su mujer aún dormía. “Debe haber salido a tomar aire”, pensó, y retomó el libro que estaba leyendo. Dos párrafos después volvió la inquietud. Salió al pasillo. No se veía ni un alma. “Seguro está indispuesta…”.
Caminó hasta el extremo del vagón, pero no había nadie en el sanitario. “¿Dónde se habrá metido?”, se preguntó con un punto de angustia. En el vagón siguiente se topó con el revisor. “Ha visto usted a una mujer bajita, de 65 años...”. El revisor lo miró perplejo. “He perdido a mi mujer”, explicó Saúl Hernández abochornado. “Nadie se pierde en un tren, hombre”, dijo el revisor con suficiencia. Al viejo ya no le importó si hacía o no el ridículo. ¡Es mi esposa, no está en el camarote ni en el baño, cuando me desperté ya no estaba! ¿Está abierto el bar?”. Acaban de cerrarlo —contestó el hombre—, pero venga, busquemos en los otros vagones. ¿Cuándo fue la última vez que la vio? A Hernández la pregunta le sonó tétrica: “Cuando salimos de Madrid. Yo me acosté un poco después que ella. Me gusta leer unas páginas antes de dormir. A la madrugada me desperté y ya no estaba”.
La búsqueda fue infructuosa. “Tendrá que poner una denuncia”, dijo el revisor. “¡Ante quién diablos! ¡Y qué coño voy a decir!”, gritó Hernández.
Tranquilícese, señor. En Calatayud hay una comisaría cerca de la estación. La encontraremos. Tal vez bajó en Medinacelli. Ocurre con frecuencia. Se bajan a comprar chucherías, se despistan y ni se enteran de que el tren ha seguido su camino. “Entonces te dejó el tren, mi amor... Cómo estará de angustiada... Es tan frágil...”, Hernández apretó los dientes para no llorar delante del impasible funcionario.
Llamaron por teléfono a Medinacelli, pero allí nadie había visto a la señora Asunción Alonso de Hernández. Otros pasajeros se levantaron. Hacían preguntas. Husmeaban. ¿A dónde se dirigían? “A Barcelona”. ¿Discutieron? “No”. ¿Está en sus cabales la señora? “Más o menos”. ¿Dejó las maletas? “Sí. Viajamos con una sola. Grande. Es más fácil”. ¿Y la cartera? “No está”. Entonces está claro: ¡se apeó en Medinacelli para comprar algo y perdió el tren! Ánimo, amigo, debe venir en el tren siguiente, en Barcelona os encontraréis. Hubo aplausos y risas. Entonces el viejo se tomó la cabeza, estalló en sollozos y trastabilló hasta su camarote.
El revisor lo encontró sentado en la litera. Besaba una vieja pañoleta de seda con pájaros estampados. “Ella se merecía este viaje —dijo sin levantar la cabeza—. Siempre lo estuve aplazando, que el próximo verano, que cuando me jubile y tengamos tiempo, y la pobre siempre esperándolo. Y lo que es la vida, cuando estaba dispuesto a darle gusto, la pobre...”.
El viejo hizo una pausa para sonarse los mocos. “A mi esposa le hubiera gustado hacer este viaje. Por eso cuando llegué a la estación y pedí el billete pensé en ella y le dije al taquillero: Que sean dos billetes, por favor. De primera”.
Ya no lo dominaba la vergüenza. Se sentía aliviado y de nuevo en el duro, en el inflexible terreno de la realidad.
“¿Sabe lo que me dijo en su lecho de muerte?”. El revisor adivinó la respuesta: Ve tú solo.
“Por favor —rogó Hernández— no le diga a nadie la verdad. No lo entenderían. Pensarán que estoy loco”.
El revisor asintió con un movimiento de cabeza y cerró la portezuela del camarote con suavidad, como si abandonara el cuarto de un niño dormido.
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La anterior es una sinopsis de Soledad al final del coche cama * de Óscar Collazos, uno de los cuentos más hermosos y conmovedores, junto con La siesta del martes * de Gabriel García Márquez, de la literatura colombiana. (* http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/40/TH_40_003_107_0.pdf )
La anterior es una sinopsis de Soledad al final del coche cama * de Óscar Collazos, uno de los cuentos más hermosos y conmovedores, junto con La siesta del martes * de Gabriel García Márquez, de la literatura colombiana. (* http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/40/TH_40_003_107_0.pdf )
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* Texto completo del cuento en: SOLEDAD AL FINAL DEL COCHE CAMA*. Oscar Collazos. Cuento. , http://ntc-ediciones-virtuales.blogspot.com/2011_01_23_archive.html . Nota: a raíz de esta columna de JCL, solicitamos al escritor Óscar Collazos que nos proporcioanra el texto completo del cuento y la autorización para publicarlo. Él, a vuelta de correo-e, muy gentilmente nos respondió. Cuánto le agradecemos su colaboración y generosidad. Sea la oportunidad para felicitarlo por la obra.
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* Texto completo del cuento en: SOLEDAD AL FINAL DEL COCHE CAMA*. Oscar Collazos. Cuento. , http://ntc-ediciones-virtuales.blogspot.com/2011_01_23_archive.html . Nota: a raíz de esta columna de JCL, solicitamos al escritor Óscar Collazos que nos proporcioanra el texto completo del cuento y la autorización para publicarlo. Él, a vuelta de correo-e, muy gentilmente nos respondió. Cuánto le agradecemos su colaboración y generosidad. Sea la oportunidad para felicitarlo por la obra.
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Alejandro López
Diálogo
GACETA, El País, Cali, Enero 23, 2011. Pág. 3. Un café con … http://www.elpais.com.co/elpais/edicion_impresa/1cfc0087696dbe8825b2c2af6f59b1d7/gaceta-Enero-23-de-2011.php
Radicado en Madrid hace dos años, donde adelanta un doctorado en literatura y medios audiovisuales en la Universidad Complutense, este tulueño acaba de publicar el libro de ensayos 'Pasión crítica', http://ntc-narrativa.blogspot.com/2010_12_11_archive.html , un repaso minucioso a la obra de cinco autores latinoamericanos.
'Pasión critica', editado por la Universidad del Valle, se refiere justamente a ese especial interés suyo por un género que no siempre sale bien librado. ¿De dónde surge esa pasión por la crítica literaria?
Yo siento que un escritor debe estar en capacidad de enfrentarse a cualquier género sin ningún temor. El género, en últimas, es lo de menos. Uno es escritor por esencia. Pero ya que lo pregunta, en estos años que llevo en España, dedicado fundamentalmente a la lectura, he descubierto una cosa que ya sospechaba: la necesidad de hacer una crítica literaria mucho más vinculada a la gente común y corriente. Siento que durante muchos años la academia asumió unos discursos de códigos demasiado difíciles que terminaban siendo orientados sólo a ese público especializado que vive en el entorno académico. Esto tiene un gran valor, por supuesto, pero el lector común y corriente se estaba quedando huérfano, sin quien le ayudará a pasar de la piel del texto a su dimensión más profunda. No es suficiente con que las ideas sean profundas, no es suficiente con que el análisis sea riguroso. Por supuesto son elementos fundamentales, pero son insuficientes.
¿Y qué plantea usted para acercar la crítica al lector corriente?
Lo más importante: escribir de una manera comunicativa, eficaz. Porque cuando empiezas a usar demasiados términos técnicos -y esto incluye cualquier área del saber- excluyes al lector del común y corriente. Y yo creo que a ese público hay que convidarlo, hay que volverlo a orientar. A ese público hay que enseñarle a leer. Y esa función, la de enseñar, creo que la crítica la había dejado a un lado durante mucho tiempo.
¿Significa entonces que usted está en contra de la crítica contemporánea?
Yo no pretendo descalificar lo que se ha hecho en la segunda mitad del Siglo XX, ni mucho menos. Pero sí debo decir que hay corrientes teóricas como el estructuralismo, el post estructuralismo, el psicoanálisis, la sociocrítica que, aunque han hecho grandes aportes, terminaron haciendo una crítica excesivamente especializada. Yo creo que no hace falta ser abstruso para ser riguroso. Y eso nos lo muestra la tradición: Unamuno, Ortega y Gasset, Borges, Alfonso Reyes, todos ellos unos lectores agudísimos y, sobre todo, con una gran capacidad de análisis, de rigor que, sin embargo, en el momento de escribir saben comunicarse, saben crear, saben usar la palabra poéticamente. Para ellos el ejercicio de la crítica no está desvinculado de una dimensión estética del lenguaje.
Diálogo
GACETA, El País, Cali, Enero 23, 2011. Pág. 3. Un café con … http://www.elpais.com.co/elpais/edicion_impresa/1cfc0087696dbe8825b2c2af6f59b1d7/gaceta-Enero-23-de-2011.php
Radicado en Madrid hace dos años, donde adelanta un doctorado en literatura y medios audiovisuales en la Universidad Complutense, este tulueño acaba de publicar el libro de ensayos 'Pasión crítica', http://ntc-narrativa.blogspot.com/2010_12_11_archive.html , un repaso minucioso a la obra de cinco autores latinoamericanos.
'Pasión critica', editado por la Universidad del Valle, se refiere justamente a ese especial interés suyo por un género que no siempre sale bien librado. ¿De dónde surge esa pasión por la crítica literaria?
Yo siento que un escritor debe estar en capacidad de enfrentarse a cualquier género sin ningún temor. El género, en últimas, es lo de menos. Uno es escritor por esencia. Pero ya que lo pregunta, en estos años que llevo en España, dedicado fundamentalmente a la lectura, he descubierto una cosa que ya sospechaba: la necesidad de hacer una crítica literaria mucho más vinculada a la gente común y corriente. Siento que durante muchos años la academia asumió unos discursos de códigos demasiado difíciles que terminaban siendo orientados sólo a ese público especializado que vive en el entorno académico. Esto tiene un gran valor, por supuesto, pero el lector común y corriente se estaba quedando huérfano, sin quien le ayudará a pasar de la piel del texto a su dimensión más profunda. No es suficiente con que las ideas sean profundas, no es suficiente con que el análisis sea riguroso. Por supuesto son elementos fundamentales, pero son insuficientes.
¿Y qué plantea usted para acercar la crítica al lector corriente?
Lo más importante: escribir de una manera comunicativa, eficaz. Porque cuando empiezas a usar demasiados términos técnicos -y esto incluye cualquier área del saber- excluyes al lector del común y corriente. Y yo creo que a ese público hay que convidarlo, hay que volverlo a orientar. A ese público hay que enseñarle a leer. Y esa función, la de enseñar, creo que la crítica la había dejado a un lado durante mucho tiempo.
¿Significa entonces que usted está en contra de la crítica contemporánea?
Yo no pretendo descalificar lo que se ha hecho en la segunda mitad del Siglo XX, ni mucho menos. Pero sí debo decir que hay corrientes teóricas como el estructuralismo, el post estructuralismo, el psicoanálisis, la sociocrítica que, aunque han hecho grandes aportes, terminaron haciendo una crítica excesivamente especializada. Yo creo que no hace falta ser abstruso para ser riguroso. Y eso nos lo muestra la tradición: Unamuno, Ortega y Gasset, Borges, Alfonso Reyes, todos ellos unos lectores agudísimos y, sobre todo, con una gran capacidad de análisis, de rigor que, sin embargo, en el momento de escribir saben comunicarse, saben crear, saben usar la palabra poéticamente. Para ellos el ejercicio de la crítica no está desvinculado de una dimensión estética del lenguaje.
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'Pasión critica' incluye, entre otros, ensayos sobre cinco autores: Juan Carlos Onetti, Antonio Skarmeta, Carlos Fuentes, Óscar Collazos y Harold Kremer. ¿Cómo fue el proceso de acercarse a esos autores y su obra?
Este es, fundamentalmente, un trabajo sobre autores latinoamericanos que siempre me apasionaron. De hecho, lo venía haciendo desde hacía varios años. Es, sobre todo, una deuda que tenía conmigo mismo. Leer, por ejemplo, toda la cuentística de Juan Carlos Onetti ha sido maravilloso. Y de ahí surgió el ensayo. Lo mismo sucedió con Carlos Fuentes, quería releer una novela muy bella, 'Aura”. Lo hice después de 20 años, junto con un tomo de cuentos fantásticos suyos. Luego pasé a Antonio Skarmeta, a quien conocí estando en España, y me despertó mucho interés su obra. La revisé toda hasta llegar a 'El cartero de Neruda” que es su obra más famosa. Luego me invitaron a prologar el libro de Óscar Collazos de la Biblioteca de Autores Afrocolombianos. Leí toda su cuentística y de nuevo me metí en el ejercicio de hacer un ensayo con esta obra. Y lo mismo con Kremer. Así que todos estos ensayos estaban dispersos, sobre todo en portales de Internet. Y surgió la idea de recopilarlos. Con ello espero, como lo dije, poder llegar al lector del común, y poder atraparlo con un lenguaje estético, y llamar su atención por encima de esa sobre oferta cultural que existe hoy.
La última pregunta
¿ Qué tan independiente es la crítica literaria hoy?
“Con frecuencia encontramos que ésta es una propaganda del libro. Y cuando la crítica termina convertida en mero aparato de propaganda de las editoriales, se desvirtúa. El resultado lo pagamos todos con la entronización de productos de calidad precaria, como es la cultura del 'best seller', sin importar si la novela realmente indaga la condición humana o si hay una elaboración estética del lenguaje.
'Pasión critica' incluye, entre otros, ensayos sobre cinco autores: Juan Carlos Onetti, Antonio Skarmeta, Carlos Fuentes, Óscar Collazos y Harold Kremer. ¿Cómo fue el proceso de acercarse a esos autores y su obra?
Este es, fundamentalmente, un trabajo sobre autores latinoamericanos que siempre me apasionaron. De hecho, lo venía haciendo desde hacía varios años. Es, sobre todo, una deuda que tenía conmigo mismo. Leer, por ejemplo, toda la cuentística de Juan Carlos Onetti ha sido maravilloso. Y de ahí surgió el ensayo. Lo mismo sucedió con Carlos Fuentes, quería releer una novela muy bella, 'Aura”. Lo hice después de 20 años, junto con un tomo de cuentos fantásticos suyos. Luego pasé a Antonio Skarmeta, a quien conocí estando en España, y me despertó mucho interés su obra. La revisé toda hasta llegar a 'El cartero de Neruda” que es su obra más famosa. Luego me invitaron a prologar el libro de Óscar Collazos de la Biblioteca de Autores Afrocolombianos. Leí toda su cuentística y de nuevo me metí en el ejercicio de hacer un ensayo con esta obra. Y lo mismo con Kremer. Así que todos estos ensayos estaban dispersos, sobre todo en portales de Internet. Y surgió la idea de recopilarlos. Con ello espero, como lo dije, poder llegar al lector del común, y poder atraparlo con un lenguaje estético, y llamar su atención por encima de esa sobre oferta cultural que existe hoy.
La última pregunta
¿ Qué tan independiente es la crítica literaria hoy?
“Con frecuencia encontramos que ésta es una propaganda del libro. Y cuando la crítica termina convertida en mero aparato de propaganda de las editoriales, se desvirtúa. El resultado lo pagamos todos con la entronización de productos de calidad precaria, como es la cultura del 'best seller', sin importar si la novela realmente indaga la condición humana o si hay una elaboración estética del lenguaje.
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La poesía de Giovanni Quessep
Por: William Ospina
El Espectador .com e impreso, 23 Ene 2011 - 1:00 am http://www.elespectador.com/impreso/columna-246526-poesia-de-giovanni-quessep
(Este texto formará parte de un libro sobre poesía colombiana publicado por el Fondo de Cultura Económica).
NACIDO EN SAN ONOFRE, EN LA REgión del Golfo de Morrosquillo, Giovanni Quessep produce sin embargo la sensación de ser un hombre de otro mundo y de otro tiempo. Uno podría decir que su mundo es el de sus abuelos libaneses, un mundo de ruiseñores y cántaros, de cipreses y columnas, junto al eterno azul de los mares; que su tiempo es el tiempo de las leyendas de su sangre, de la antigüedad de sus libros, de la armonía de unas lenguas de Oriente finamente talladas por la música. Pero Giovanni Quessep no es un libanés, es un poeta colombiano y ha sabido encarnar con asombro una de las más sutiles condiciones del hombre de América, la de quien se sabe siempre llegado de otros mundos, y canta en una tierra sin memoria las agonías y los éxtasis de una memoria milenaria.
Es importante enfatizar en su profunda condición de americano y de colombiano. La mejor prueba de ello es el modo como fluyen en su canto las palabras de la lengua española, con una pureza, una precisión y una gracia que no responden al origen del idioma sino a sus muchas errancias y resonancias. Algo tiene de ese Góngora que escribió en español en la vecindad de la algarabía: Quessep ha vivido a su manera, siglos después, la proximidad del mundo árabe y el mundo español. Algo tiene de ese Rubén Darío que aprendió a afinar la música de la lengua gracias a la ausencia, a la conciencia de ser distinto, de estar expresando en una lengua europea las nostalgias y las perplejidades de un mundo no europeo. Algo tiene de todos los que han sabido crear en las orillas de un idioma y no en su envanecido y supersticioso centro: de los celtas que escriben en inglés, de los romanos que escribían en Córdoba, de Henrich Heine, haciendo aflorar su alma judía en alemán, haciendo aflorar su alma alemana en París.
Giovanni Quessep logra siempre que el idioma en que habla no nos parezca típico de ningún pueblo; no es el español de España ni el español de Colombia ni el español del litoral Caribe colombiano. Es el idioma de un hombre que resume largos destierros y largas travesías, la nostalgia de sus padres, la conciencia de que uno de sus abuelos es venerado como santo en los altares del Líbano, la conciencia de que entre su carne y su alma hay abismos de remembranza, siglos de maravilla, zonas de música y criaturas fantásticas.
Nadie entre nosotros hace suyos con mayor propiedad los viejos símbolos de la cultura: su poesía está cruzada de unicornios y de castillos, de ruecas mágicas del mundo de las hadas y de alondras color de vino; por sus versos pasan la Alicia de Lewis Carroll y la Penélope de La Odisea, como pueden pasar la reina Ginebra o la ballena blanca, el ruiseñor de los confines de Persia o los magos del ciclo de Bretaña, pero todo lo que entra en ellos obtiene inmediatamente una abrumadora condición de verdad y de sinceridad que hace que ninguno de esos símbolos parezcan objetos de utilería o recursos librescos, todo se vuelve enseguida pasión y nostalgia, urgente amor y realidad inmediata.
El secreto de Giovanni Quessep es tal vez uno solo: el secreto del ritmo. El alquimista que sabe manejar el rigor de sus mezclas, el dibujante que tiene el secreto de la línea, el pintor que expresa con colores y formas una armonía intensa nacida de sus profundidades, no corren el menor peligro de que en el resultado los elementos disuenen. Todo entra en el caldero y produce la pócima adecuada.
Uno de los primeros en reconocer en Colombia la excelencia de la poesía de Giovanni Quessep fue el inolvidable poeta León de Greiff. Era casi natural que fuera así, porque también León pertenecía a ese mundo de inmigrantes recientes, que no han borrado de su memoria los mundos de los que fueron desterrados por las guerras o por los azares de la historia. También León llegó a ser intensamente colombiano sin perder nunca cierto aire de extranjero; la condición de colombiano era en él no sólo un dictado del nacimiento, sino una opción de la voluntad: pudo haber decidido ser sueco o alemán, como Quessep pudo haber decidido ser libanés, pero prefirieron la aventura de un país con vaga memoria y realidad abrumadora, lleno de azar y de riesgo, de color y de diversidad, poblado por individuos en quienes los dioses han puesto al mismo tiempo pobreza y opulencia. Ambos han vivido la fascinación de un idioma que parece nacer entre sus manos, hábil para todo tipo de combinaciones.
Ahora bien, mientras otros vivimos nuestra condición de colombianos con énfasis y con patetismo, Giovanni Quessep se permite serlo de un modo introspectivo y melancólico, más por el asombro que por el tono pintoresco, y no se impone deberes geográficos porque su voz está consagrada a la vieja Luna que es parte de todos los países, la patria verdadera de Li Po, de Basho, de Poe, de Virgilio, de Robert Graves, de Quevedo y de Borges. Pero no se prohíbe mostrarnos que en su música y su tono caben las formas precisas de esta tierra y sus grandes proyecciones literarias:
Acuérdate muchacha/ Que estás en un lugar de Suramérica/ No estamos en Verona/ No sentirás el canto de la alondra/ Los inventos de Shakespeare/ No son para Mauricio Babilonia/ Cumple tu historia suramericana/ Espérame desnuda/ Entre los alacranes/ Y olvídate y no olvides/ Que el tiempo colecciona mariposas.
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La poesía de Giovanni Quessep
Por: William Ospina
El Espectador .com e impreso, 23 Ene 2011 - 1:00 am http://www.elespectador.com/impreso/columna-246526-poesia-de-giovanni-quessep
(Este texto formará parte de un libro sobre poesía colombiana publicado por el Fondo de Cultura Económica).
NACIDO EN SAN ONOFRE, EN LA REgión del Golfo de Morrosquillo, Giovanni Quessep produce sin embargo la sensación de ser un hombre de otro mundo y de otro tiempo. Uno podría decir que su mundo es el de sus abuelos libaneses, un mundo de ruiseñores y cántaros, de cipreses y columnas, junto al eterno azul de los mares; que su tiempo es el tiempo de las leyendas de su sangre, de la antigüedad de sus libros, de la armonía de unas lenguas de Oriente finamente talladas por la música. Pero Giovanni Quessep no es un libanés, es un poeta colombiano y ha sabido encarnar con asombro una de las más sutiles condiciones del hombre de América, la de quien se sabe siempre llegado de otros mundos, y canta en una tierra sin memoria las agonías y los éxtasis de una memoria milenaria.
Es importante enfatizar en su profunda condición de americano y de colombiano. La mejor prueba de ello es el modo como fluyen en su canto las palabras de la lengua española, con una pureza, una precisión y una gracia que no responden al origen del idioma sino a sus muchas errancias y resonancias. Algo tiene de ese Góngora que escribió en español en la vecindad de la algarabía: Quessep ha vivido a su manera, siglos después, la proximidad del mundo árabe y el mundo español. Algo tiene de ese Rubén Darío que aprendió a afinar la música de la lengua gracias a la ausencia, a la conciencia de ser distinto, de estar expresando en una lengua europea las nostalgias y las perplejidades de un mundo no europeo. Algo tiene de todos los que han sabido crear en las orillas de un idioma y no en su envanecido y supersticioso centro: de los celtas que escriben en inglés, de los romanos que escribían en Córdoba, de Henrich Heine, haciendo aflorar su alma judía en alemán, haciendo aflorar su alma alemana en París.
Giovanni Quessep logra siempre que el idioma en que habla no nos parezca típico de ningún pueblo; no es el español de España ni el español de Colombia ni el español del litoral Caribe colombiano. Es el idioma de un hombre que resume largos destierros y largas travesías, la nostalgia de sus padres, la conciencia de que uno de sus abuelos es venerado como santo en los altares del Líbano, la conciencia de que entre su carne y su alma hay abismos de remembranza, siglos de maravilla, zonas de música y criaturas fantásticas.
Nadie entre nosotros hace suyos con mayor propiedad los viejos símbolos de la cultura: su poesía está cruzada de unicornios y de castillos, de ruecas mágicas del mundo de las hadas y de alondras color de vino; por sus versos pasan la Alicia de Lewis Carroll y la Penélope de La Odisea, como pueden pasar la reina Ginebra o la ballena blanca, el ruiseñor de los confines de Persia o los magos del ciclo de Bretaña, pero todo lo que entra en ellos obtiene inmediatamente una abrumadora condición de verdad y de sinceridad que hace que ninguno de esos símbolos parezcan objetos de utilería o recursos librescos, todo se vuelve enseguida pasión y nostalgia, urgente amor y realidad inmediata.
El secreto de Giovanni Quessep es tal vez uno solo: el secreto del ritmo. El alquimista que sabe manejar el rigor de sus mezclas, el dibujante que tiene el secreto de la línea, el pintor que expresa con colores y formas una armonía intensa nacida de sus profundidades, no corren el menor peligro de que en el resultado los elementos disuenen. Todo entra en el caldero y produce la pócima adecuada.
Uno de los primeros en reconocer en Colombia la excelencia de la poesía de Giovanni Quessep fue el inolvidable poeta León de Greiff. Era casi natural que fuera así, porque también León pertenecía a ese mundo de inmigrantes recientes, que no han borrado de su memoria los mundos de los que fueron desterrados por las guerras o por los azares de la historia. También León llegó a ser intensamente colombiano sin perder nunca cierto aire de extranjero; la condición de colombiano era en él no sólo un dictado del nacimiento, sino una opción de la voluntad: pudo haber decidido ser sueco o alemán, como Quessep pudo haber decidido ser libanés, pero prefirieron la aventura de un país con vaga memoria y realidad abrumadora, lleno de azar y de riesgo, de color y de diversidad, poblado por individuos en quienes los dioses han puesto al mismo tiempo pobreza y opulencia. Ambos han vivido la fascinación de un idioma que parece nacer entre sus manos, hábil para todo tipo de combinaciones.
Ahora bien, mientras otros vivimos nuestra condición de colombianos con énfasis y con patetismo, Giovanni Quessep se permite serlo de un modo introspectivo y melancólico, más por el asombro que por el tono pintoresco, y no se impone deberes geográficos porque su voz está consagrada a la vieja Luna que es parte de todos los países, la patria verdadera de Li Po, de Basho, de Poe, de Virgilio, de Robert Graves, de Quevedo y de Borges. Pero no se prohíbe mostrarnos que en su música y su tono caben las formas precisas de esta tierra y sus grandes proyecciones literarias:
Acuérdate muchacha/ Que estás en un lugar de Suramérica/ No estamos en Verona/ No sentirás el canto de la alondra/ Los inventos de Shakespeare/ No son para Mauricio Babilonia/ Cumple tu historia suramericana/ Espérame desnuda/ Entre los alacranes/ Y olvídate y no olvides/ Que el tiempo colecciona mariposas.
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Escribir a mano
Por: Héctor Abad Faciolince
El Espectador .com e impreso, 23 Ene 2011 - 1:00 am http://www.elespectador.com/impreso/columna-246538-escribir-mano
BENDIGO LA TARDE DE MI ADOLEScencia en que, por puro aburrimiento, cogí el manual de mecanografía de mi madre (Método Remington para señoritas) y me senté a hacer planas en la máquina de escribir, aparentemente inútiles, con palabras tan abstractas como: aba aba aba, ute ute ute, o nima nima nima.
Por: Héctor Abad Faciolince
El Espectador .com e impreso, 23 Ene 2011 - 1:00 am http://www.elespectador.com/impreso/columna-246538-escribir-mano
BENDIGO LA TARDE DE MI ADOLEScencia en que, por puro aburrimiento, cogí el manual de mecanografía de mi madre (Método Remington para señoritas) y me senté a hacer planas en la máquina de escribir, aparentemente inútiles, con palabras tan abstractas como: aba aba aba, ute ute ute, o nima nima nima.
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El secreto estaba en no mirar nunca el teclado y en ir usando todos los dedos de las dos manos. El uso del meñique izquierdo (con él se escriben la A, la Z, la Q y las mayúsculas) era el más difícil de aprender, pero cuando uno al fin vuelve automáticos los movimientos, es algo que no se olvida jamás y que facilita la existencia (sea uno secretaria, notario, periodista o escribano) hasta el día de la muerte. En vez de perder el tiempo con listas de ríos, de presidentes y de reyes, en todos los colegios deberían dar clases de mecanografía.
Sin embargo, por mucho que yo escriba en un teclado (ahora de computador) siempre llevo en el bolsillo una libreta de apuntes, y anoto a mano lo que se me ocurre. En este mismo instante estoy pasando en limpio lo que se me ocurrió en el avión la otra noche, en un desvelo interoceánico. Esto que ustedes leen (si es que alguien lo lee) lo escribí a mano y con letra pegada. Este último detalle, lo de la letra pegada, es importante. Cuando aprendí a escribir, en la década de los sesenta, la caligrafía era materia fundamental en la enseñanza, y todos los profesores tenían que respetar ciertas normas de escritura casi tan importantes como la ortografía. Nunca podíamos escribir en letras de imprenta, que era una manía de arquitectos, sino que debíamos enlazar las letras de manera que hubiera que levantar muy pocas veces el bolígrafo de la hoja (sólo para poner los puntos sobre las íes y las rayas de las tes). Hoy en día en muchos colegios ni siquiera enseñan letra pegada y la mayoría de los jóvenes escriben dibujando cada letra separadamente —lo que, dicen ellos, les parece más claro— y además son incapaces de leer cuando uno escribe en letra cursiva. Hace poco tuve que traducirle a mi misma hija lo que decía su abuela en una dedicatoria, pues nunca aprendió a escribir o a leer en letra pegada.
Pertenezco quizá a la última generación que escribió y recibió cartas a mano, que tuvo apartado aéreo (¿qué es eso?, preguntarán muchos) y que iba a la oficina de correos a escoger las estampillas más bonitas para mandar una carta de amor o una carta familiar. Tengo en mi archivo cientos de cartas de amigos y parientes, escritas a mano y en letra pegada. Y aunque me convertí al correo electrónico desde el mismo año en que lo inventaron (y se burlaban de uno, al principio, parecía muy esnob escribir e-mails) conservo todavía cierta nostalgia por la escritura a mano. Quiero decir: nunca volvería atrás, no añoro para nada el tiempo de las cartas y de los carteros, pero como ocurre siempre con los avances técnicos de cualquier tipo, hay algo que se pierde en el camino. Claro que es mucho mejor ir a Bogotá en carro o en avión, pero sin duda uno veía más cosas cuando hacía el viaje a pie.
Escribir a mano es como andar a pie. Tiene un encanto limpio y saludable. Como es más difícil borrar cualquier cosa escrita a mano (en el colegio no nos dejaban escribir con lápiz) uno lo piensa dos veces antes de poner una palabra. Para no dejar un tachón asqueroso —y de muy mala educación— era una regla elemental de etiqueta que ante un grave error había que repetir toda la página. Creo que hay pedagogos que reconocen todavía la importancia de aprender a escribir con letra pegada. Más que letras sueltas, en la escritura cursiva vemos palabras, y esa dificultad conviene, a la larga. No soy un nostálgico. Por supuesto que la invención de la imprenta (y de la letra de imprenta) nos dio algo que no podían darnos los copistas, escribas y calígrafos. Pero también ahí, como en los viajes a pie, algo perdimos. Como perderemos también cosas cuando se mueran los libros de papel y haya tan solo libros electrónicos.
El secreto estaba en no mirar nunca el teclado y en ir usando todos los dedos de las dos manos. El uso del meñique izquierdo (con él se escriben la A, la Z, la Q y las mayúsculas) era el más difícil de aprender, pero cuando uno al fin vuelve automáticos los movimientos, es algo que no se olvida jamás y que facilita la existencia (sea uno secretaria, notario, periodista o escribano) hasta el día de la muerte. En vez de perder el tiempo con listas de ríos, de presidentes y de reyes, en todos los colegios deberían dar clases de mecanografía.
Sin embargo, por mucho que yo escriba en un teclado (ahora de computador) siempre llevo en el bolsillo una libreta de apuntes, y anoto a mano lo que se me ocurre. En este mismo instante estoy pasando en limpio lo que se me ocurrió en el avión la otra noche, en un desvelo interoceánico. Esto que ustedes leen (si es que alguien lo lee) lo escribí a mano y con letra pegada. Este último detalle, lo de la letra pegada, es importante. Cuando aprendí a escribir, en la década de los sesenta, la caligrafía era materia fundamental en la enseñanza, y todos los profesores tenían que respetar ciertas normas de escritura casi tan importantes como la ortografía. Nunca podíamos escribir en letras de imprenta, que era una manía de arquitectos, sino que debíamos enlazar las letras de manera que hubiera que levantar muy pocas veces el bolígrafo de la hoja (sólo para poner los puntos sobre las íes y las rayas de las tes). Hoy en día en muchos colegios ni siquiera enseñan letra pegada y la mayoría de los jóvenes escriben dibujando cada letra separadamente —lo que, dicen ellos, les parece más claro— y además son incapaces de leer cuando uno escribe en letra cursiva. Hace poco tuve que traducirle a mi misma hija lo que decía su abuela en una dedicatoria, pues nunca aprendió a escribir o a leer en letra pegada.
Pertenezco quizá a la última generación que escribió y recibió cartas a mano, que tuvo apartado aéreo (¿qué es eso?, preguntarán muchos) y que iba a la oficina de correos a escoger las estampillas más bonitas para mandar una carta de amor o una carta familiar. Tengo en mi archivo cientos de cartas de amigos y parientes, escritas a mano y en letra pegada. Y aunque me convertí al correo electrónico desde el mismo año en que lo inventaron (y se burlaban de uno, al principio, parecía muy esnob escribir e-mails) conservo todavía cierta nostalgia por la escritura a mano. Quiero decir: nunca volvería atrás, no añoro para nada el tiempo de las cartas y de los carteros, pero como ocurre siempre con los avances técnicos de cualquier tipo, hay algo que se pierde en el camino. Claro que es mucho mejor ir a Bogotá en carro o en avión, pero sin duda uno veía más cosas cuando hacía el viaje a pie.
Escribir a mano es como andar a pie. Tiene un encanto limpio y saludable. Como es más difícil borrar cualquier cosa escrita a mano (en el colegio no nos dejaban escribir con lápiz) uno lo piensa dos veces antes de poner una palabra. Para no dejar un tachón asqueroso —y de muy mala educación— era una regla elemental de etiqueta que ante un grave error había que repetir toda la página. Creo que hay pedagogos que reconocen todavía la importancia de aprender a escribir con letra pegada. Más que letras sueltas, en la escritura cursiva vemos palabras, y esa dificultad conviene, a la larga. No soy un nostálgico. Por supuesto que la invención de la imprenta (y de la letra de imprenta) nos dio algo que no podían darnos los copistas, escribas y calígrafos. Pero también ahí, como en los viajes a pie, algo perdimos. Como perderemos también cosas cuando se mueran los libros de papel y haya tan solo libros electrónicos.
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Centenario / Escritores en EL TIEMPO
Eduardo Santos divulgó a muchos escritores nacionales y extranjeros.
eltiempo.com / cultura y ocio / lecturas Enero 23, 2011 http://www3.eltiempo.com/culturayocio/lecturas/centenario-escritores-en-el-tiempo_8793074-1 Matriz: http://www.lecturasdominicales.com/
EL TIEMPO, diario de la mañana, fundado en enero de 1911. Director propietario: Eduardo Santos.
La mejor informacion nacional y extranjera. Suplemento literario. Suscripcion a la serie de 40 números: $1 oro. Carrera 6, número 238. Teléfono 398.
La historia ya centenaria de este diario está marcada por la vocación literaria de Eduardo Santos y los escritores que han pasado por su redación y, en especial, sus suplementos culturales desde LECTURAS POPULARES en 1913 hasta estas de hoy.
El suplemento literario de EL TIEMPO, cuyo editor era Eduardo Santos, reconocía los méritos de su antecesor la Biblioteca Popular de Jorge Roa, y busca también "ediciones baratas, cómodas y de fácil lectura... Que satisfaga así a los más refinados como a los más sencillos". Y "popularice las obras maestras de todos los tiempos". La verdad es que lo lograba. Que un periódico editara pequeños volúmenes con obras de Conrad, 'El anarquista'; de Poe, 'Ligeia' y 'Eleanora'; de H.G. Wells, 'El fabricante de diamantes'; de Eca de Queiros, 'La perfección' y de Dickens 'Cuento del día de Reyes", es sorprendente, en su afán cultural y divulgativo. Pero no se quedaba solo en el extranjero. También estaban allí las 'Memorias de un abanderado', de José María Espinosa, tan gratas aún hoy en día, las versiones de poemas de Víctor Hugo debidas a Fidel Cano, los discursos de Gómez Restrepo. 'La conspiración de 1794', de Pedro María Ibáñez. Sin olvidar a Kipling, 'El pájaro azul', de Maeterlink, y cómo no, los poemas de D'Annunzio.
Había una preferencia indudable por autores franceses, sea Romain Rolland con su 'Vida de Beethoven', como Alfred Croiset con 'Las democracias antiguas', cuya nota de presentación denunciaba a quien la escribía: "La democracia ateniense, madre de nuestras modernas democracias, y que sí padecía muchos de los males que hoy nos roen, tenía en cambio un sentido artístico y una noble espiritualidad de que carece nuestra vida pública moderna, lastimosamente prosaica". La hoja de vida de Santos lo especifica con claridad: especialista en literatura y sociología de la Universidad de París. Pero quien lo conocía bien lo pintó mejor, en una página de 1946, cuando mostraba a un Santos, atareado en una campaña política, en Colombia, donde "el señor Eduardo Santos, tiene momentos de fastidio alternados con una febril, segura y firme actividad". Prosigue Alberto Lleras, pues de él se trata, con este sagaz retrato. "Por su voluntad, su sola voluntad, obedeciendo a sus deseos y a sus inclinaciones a estas horas el señor Santos estaría recorriendo las calles y los museos de París, advirtiendo aquí y allá las cosas que han desaparecido que él ha amado tanto o constatando, con placer infinito, lo que subsiste de la Francia que fue su universidad, la cuna de su inteligencia, el teatro de sus emociones más gratas y perdurables.
En plena guerra, cuando el señor Santos llevaba con disgusto e impaciencia, su voluntario exilio en el Waldorf Astoria de Nueva York, o cuantas veces vino a Colombia llamado por sus copartidarios a intervenir en las dificultades de su partido y del gobierno, el señor Santos no pensaba en otra cosa sino en la liberacion definitiva de Francia por Francia, desde luego, pero por poder volver a Francia. ¡Pero no fue así, helás!". Así se escribe y así se ve la figura que promovía ediciones populares, abría su diario a todas las voces de valía de América y España, fundaba la Radio Nacional y apoyaba la Academia de Historia con ediciones que preservaban la memoria nacional. En las cartas que entre 1952 y 1956 le escribía a Lleras Restrepo, en pleno fragor político contra Laureano Gómez y luego contra Rojas Pinilla ('Cartas del exilio', Planeta), no vacilaba en afirmar: "La política periodística no deja nada, solo el libro puede ser testigo de una época". Para citar enseguida a viejos dioses tutelares. Trátese de Anatole France: "No es la razón la que guía los actos humanos", o lo que Roger Martin Du Gard le escribía a Gide, y que a un Santos próximo a los 70 años lo ponía a pensar: "Convénzanse de que nosotros no somos ya sino algo así como esos guardianes de museo, a donde pocos entran, que se pasan las horas mirando antiguallas, mientras la vida tumultuosa corre por las calles".
En todo caso, la vida literaria y cultural del mundo sí había quedado fijada en su periódico. Quizás por ello el Suplemento Literario siempre tuvo varios vértices predilectos: Francia, España, EE.UU. y, claro está, Colombia, como parte de Latinoamérica. Al releer LECTURAS DOMINICALES, a partir del 13 de mayo de 1923, lo primero que sorprende es lo vasto de su horizonte latinoamericano: Gabriela Mistral, Vasconcelos, Alfonsina Storni, Reyes, Amado Nervo. También figuras españolas como Juan Ramón Jiménez, Azorín y Pérez Galdós, versiones de Whitman, y entre los colombianos Sanín Cano -'La psicología del pueblo español actual. Su extraordinaria paciencia'-, y poetas como Eduardo Castillo, Miguel Rash y Leopoldo de la Rosa. Hay anuncios advirtiendo sobre la próxima aparición del 'Libro de versos' de Silva. Y un tono, en ciertos colaboradores, donde parece subsistir el eco del modernismo, ya en versión casi irónica, como es el caso del poema de Aquilino Villegas titulado 'Margarita': "Si tus labios me insultan, mi divina exquisita, / flor de atroces perfumes, dolorida y sangrienta, / si me insulta tu boca que los ocres afrenta, / no me niegues tus ojos, mi gentil Margarita". Las mujeres, en cambio, sonaban más eficaces y pertinentes, en su intento de retener lo fugaz de una ofrenda que no consigue destinatario. Tal Alfonsina Storni: "Se me va de los dedos la caricia sin causa. / Se me va de los dedos. En el viento, al pasar, / la caricia que vaga sin destino ni objeto, / la caricia perdida, ¿quién la recogera?"
Pero la publicación remunerada de esas contribuciones literarias, encerraba otro aspecto: la lucha por la libertad de expresión. Cuando Gabriela Mistral, por culpa de una dictadura chilena, perdía su salario de cónsul en Europa, Santos se lo mantenía. Cuando Vasconcelos, en México, no conseguía la presidencia y emprendía gira de conferencias por Latinoamérica, con el fin de recaudar fondos para su revista, Santos le financiaba el viaje como lo cuenta en 'El Proconsulado'. Cuando Paul Rivet, perseguido por los nazis, y puesto preso en París en 1941, requería ayuda para escapar, Santos pagaría tiquete y dinero para venir a Bogotá a fundar el Instituto Etnológico (hoy Colombiano de Antropología). Igual con Teresa de la Parra, para sus giras de conferencias por Colombia. El mejor reconocimiento por todo ello sería el discurso de Camus, en París, al exaltar su decidido apoyo a los republicanos españoles, perseguidos por Franco, para arribar a Suramérica.
"Devora libros en varios idiomas, pero principalmente en francés, con una avidez que no lo abandonará jamás": así caracteriza López Michelsen a Santos, y este hecho marcará, sin lugar a dudas, el buen suceso de su periódico y de su suplemento. La historia de la literatura colombiana en el siglo XX puede leerse en EL TIEMPO sin ningún altibajo. Todas las generaciones se asomaron al mundo, y fueron consagradas como tales, a partir de su primera incursión en sus páginas. Allí está la del centenario, al polemizar José Eustasio Rivera y Eduardo Castillo en 1921. O Tomás Rueda, al dar su visión coloquial de la historia colombiana. O la irrupción estrepitosa de los Nuevos con De Greiff y Vidales y las tajantes caricaturas de Rendón, sin olvidar los agudos Carnets de José Umaña, hable de Rilke o Montherlant, hable de Faulkner o García Márquez. Y el insustituible Hernando Téllez, al polemizar con Caballero Calderón y poner en su sitio a los poetas 'cuadernícolas' y temer ya la masificación cultural. O la claridad conceptual, y la preocupacion por el lenguaje, visible en el Danilo Cruz que el 3 de julio de 1939 habla, por primera vez quizás en Colombia, de la poesía de Borges. Podíamos seguir, indefinidamente, con Carranza y Piedra y Cielo. O las cartas que Gaitán Durán dirige a Jaime Posada en 1948 al presentar, de nuevo, la más nueva generación poética. Sin olvidar a Germán Arciniegas, quien durante poco menos que un siglo nos mantuvo informados de sucesos de América, de Colón a Alejo Carpentier. La enumeración no sustituye el regocijo de tantas páginas aún válidas (Osorio Lizarazo, por ejemplo), de tantos debates pertinentes, de tantas figuras generosas. No resisto la tentacion de recordar a Rojas Herazo al entregar a Eduardo Mendoza Varela la primera nota sobre nuestra generación.
Si EL TIEMPO, en la política, y desde el Partido Liberal, escribió páginas válidas contra la censura dictatorial y a favor de la libertad de expresión, LECTURAS lo secundó al traernos lo que de importancia se escribía en español, y al traducir de otros idiomas, vivificó el quehacer intelectual, con calidad incuestionable y enfoques renovados.
"La historia de la literatura colombiana en el siglo XX puede leerse en EL TIEMPO sin ningún altibajo. Todas las generaciones se asomaron al mundo, y fueron consagradas como tales, a partir de su primera incursión en sus páginas".
Eduardo Santos divulgó a muchos escritores nacionales y extranjeros.
eltiempo.com / cultura y ocio / lecturas Enero 23, 2011 http://www3.eltiempo.com/culturayocio/lecturas/centenario-escritores-en-el-tiempo_8793074-1 Matriz: http://www.lecturasdominicales.com/
EL TIEMPO, diario de la mañana, fundado en enero de 1911. Director propietario: Eduardo Santos.
La mejor informacion nacional y extranjera. Suplemento literario. Suscripcion a la serie de 40 números: $1 oro. Carrera 6, número 238. Teléfono 398.
La historia ya centenaria de este diario está marcada por la vocación literaria de Eduardo Santos y los escritores que han pasado por su redación y, en especial, sus suplementos culturales desde LECTURAS POPULARES en 1913 hasta estas de hoy.
El suplemento literario de EL TIEMPO, cuyo editor era Eduardo Santos, reconocía los méritos de su antecesor la Biblioteca Popular de Jorge Roa, y busca también "ediciones baratas, cómodas y de fácil lectura... Que satisfaga así a los más refinados como a los más sencillos". Y "popularice las obras maestras de todos los tiempos". La verdad es que lo lograba. Que un periódico editara pequeños volúmenes con obras de Conrad, 'El anarquista'; de Poe, 'Ligeia' y 'Eleanora'; de H.G. Wells, 'El fabricante de diamantes'; de Eca de Queiros, 'La perfección' y de Dickens 'Cuento del día de Reyes", es sorprendente, en su afán cultural y divulgativo. Pero no se quedaba solo en el extranjero. También estaban allí las 'Memorias de un abanderado', de José María Espinosa, tan gratas aún hoy en día, las versiones de poemas de Víctor Hugo debidas a Fidel Cano, los discursos de Gómez Restrepo. 'La conspiración de 1794', de Pedro María Ibáñez. Sin olvidar a Kipling, 'El pájaro azul', de Maeterlink, y cómo no, los poemas de D'Annunzio.
Había una preferencia indudable por autores franceses, sea Romain Rolland con su 'Vida de Beethoven', como Alfred Croiset con 'Las democracias antiguas', cuya nota de presentación denunciaba a quien la escribía: "La democracia ateniense, madre de nuestras modernas democracias, y que sí padecía muchos de los males que hoy nos roen, tenía en cambio un sentido artístico y una noble espiritualidad de que carece nuestra vida pública moderna, lastimosamente prosaica". La hoja de vida de Santos lo especifica con claridad: especialista en literatura y sociología de la Universidad de París. Pero quien lo conocía bien lo pintó mejor, en una página de 1946, cuando mostraba a un Santos, atareado en una campaña política, en Colombia, donde "el señor Eduardo Santos, tiene momentos de fastidio alternados con una febril, segura y firme actividad". Prosigue Alberto Lleras, pues de él se trata, con este sagaz retrato. "Por su voluntad, su sola voluntad, obedeciendo a sus deseos y a sus inclinaciones a estas horas el señor Santos estaría recorriendo las calles y los museos de París, advirtiendo aquí y allá las cosas que han desaparecido que él ha amado tanto o constatando, con placer infinito, lo que subsiste de la Francia que fue su universidad, la cuna de su inteligencia, el teatro de sus emociones más gratas y perdurables.
En plena guerra, cuando el señor Santos llevaba con disgusto e impaciencia, su voluntario exilio en el Waldorf Astoria de Nueva York, o cuantas veces vino a Colombia llamado por sus copartidarios a intervenir en las dificultades de su partido y del gobierno, el señor Santos no pensaba en otra cosa sino en la liberacion definitiva de Francia por Francia, desde luego, pero por poder volver a Francia. ¡Pero no fue así, helás!". Así se escribe y así se ve la figura que promovía ediciones populares, abría su diario a todas las voces de valía de América y España, fundaba la Radio Nacional y apoyaba la Academia de Historia con ediciones que preservaban la memoria nacional. En las cartas que entre 1952 y 1956 le escribía a Lleras Restrepo, en pleno fragor político contra Laureano Gómez y luego contra Rojas Pinilla ('Cartas del exilio', Planeta), no vacilaba en afirmar: "La política periodística no deja nada, solo el libro puede ser testigo de una época". Para citar enseguida a viejos dioses tutelares. Trátese de Anatole France: "No es la razón la que guía los actos humanos", o lo que Roger Martin Du Gard le escribía a Gide, y que a un Santos próximo a los 70 años lo ponía a pensar: "Convénzanse de que nosotros no somos ya sino algo así como esos guardianes de museo, a donde pocos entran, que se pasan las horas mirando antiguallas, mientras la vida tumultuosa corre por las calles".
En todo caso, la vida literaria y cultural del mundo sí había quedado fijada en su periódico. Quizás por ello el Suplemento Literario siempre tuvo varios vértices predilectos: Francia, España, EE.UU. y, claro está, Colombia, como parte de Latinoamérica. Al releer LECTURAS DOMINICALES, a partir del 13 de mayo de 1923, lo primero que sorprende es lo vasto de su horizonte latinoamericano: Gabriela Mistral, Vasconcelos, Alfonsina Storni, Reyes, Amado Nervo. También figuras españolas como Juan Ramón Jiménez, Azorín y Pérez Galdós, versiones de Whitman, y entre los colombianos Sanín Cano -'La psicología del pueblo español actual. Su extraordinaria paciencia'-, y poetas como Eduardo Castillo, Miguel Rash y Leopoldo de la Rosa. Hay anuncios advirtiendo sobre la próxima aparición del 'Libro de versos' de Silva. Y un tono, en ciertos colaboradores, donde parece subsistir el eco del modernismo, ya en versión casi irónica, como es el caso del poema de Aquilino Villegas titulado 'Margarita': "Si tus labios me insultan, mi divina exquisita, / flor de atroces perfumes, dolorida y sangrienta, / si me insulta tu boca que los ocres afrenta, / no me niegues tus ojos, mi gentil Margarita". Las mujeres, en cambio, sonaban más eficaces y pertinentes, en su intento de retener lo fugaz de una ofrenda que no consigue destinatario. Tal Alfonsina Storni: "Se me va de los dedos la caricia sin causa. / Se me va de los dedos. En el viento, al pasar, / la caricia que vaga sin destino ni objeto, / la caricia perdida, ¿quién la recogera?"
Pero la publicación remunerada de esas contribuciones literarias, encerraba otro aspecto: la lucha por la libertad de expresión. Cuando Gabriela Mistral, por culpa de una dictadura chilena, perdía su salario de cónsul en Europa, Santos se lo mantenía. Cuando Vasconcelos, en México, no conseguía la presidencia y emprendía gira de conferencias por Latinoamérica, con el fin de recaudar fondos para su revista, Santos le financiaba el viaje como lo cuenta en 'El Proconsulado'. Cuando Paul Rivet, perseguido por los nazis, y puesto preso en París en 1941, requería ayuda para escapar, Santos pagaría tiquete y dinero para venir a Bogotá a fundar el Instituto Etnológico (hoy Colombiano de Antropología). Igual con Teresa de la Parra, para sus giras de conferencias por Colombia. El mejor reconocimiento por todo ello sería el discurso de Camus, en París, al exaltar su decidido apoyo a los republicanos españoles, perseguidos por Franco, para arribar a Suramérica.
"Devora libros en varios idiomas, pero principalmente en francés, con una avidez que no lo abandonará jamás": así caracteriza López Michelsen a Santos, y este hecho marcará, sin lugar a dudas, el buen suceso de su periódico y de su suplemento. La historia de la literatura colombiana en el siglo XX puede leerse en EL TIEMPO sin ningún altibajo. Todas las generaciones se asomaron al mundo, y fueron consagradas como tales, a partir de su primera incursión en sus páginas. Allí está la del centenario, al polemizar José Eustasio Rivera y Eduardo Castillo en 1921. O Tomás Rueda, al dar su visión coloquial de la historia colombiana. O la irrupción estrepitosa de los Nuevos con De Greiff y Vidales y las tajantes caricaturas de Rendón, sin olvidar los agudos Carnets de José Umaña, hable de Rilke o Montherlant, hable de Faulkner o García Márquez. Y el insustituible Hernando Téllez, al polemizar con Caballero Calderón y poner en su sitio a los poetas 'cuadernícolas' y temer ya la masificación cultural. O la claridad conceptual, y la preocupacion por el lenguaje, visible en el Danilo Cruz que el 3 de julio de 1939 habla, por primera vez quizás en Colombia, de la poesía de Borges. Podíamos seguir, indefinidamente, con Carranza y Piedra y Cielo. O las cartas que Gaitán Durán dirige a Jaime Posada en 1948 al presentar, de nuevo, la más nueva generación poética. Sin olvidar a Germán Arciniegas, quien durante poco menos que un siglo nos mantuvo informados de sucesos de América, de Colón a Alejo Carpentier. La enumeración no sustituye el regocijo de tantas páginas aún válidas (Osorio Lizarazo, por ejemplo), de tantos debates pertinentes, de tantas figuras generosas. No resisto la tentacion de recordar a Rojas Herazo al entregar a Eduardo Mendoza Varela la primera nota sobre nuestra generación.
Si EL TIEMPO, en la política, y desde el Partido Liberal, escribió páginas válidas contra la censura dictatorial y a favor de la libertad de expresión, LECTURAS lo secundó al traernos lo que de importancia se escribía en español, y al traducir de otros idiomas, vivificó el quehacer intelectual, con calidad incuestionable y enfoques renovados.
"La historia de la literatura colombiana en el siglo XX puede leerse en EL TIEMPO sin ningún altibajo. Todas las generaciones se asomaron al mundo, y fueron consagradas como tales, a partir de su primera incursión en sus páginas".
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Otras compilaciones y registros en:
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NTC … * Nos Topamos Con …, (Año 11), http://ntcblog.blogspot.com/ *, ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia.
Y en
EVENTOS a partir de Enero 15, 2011. Boletín NTC ... * , http://ntc-eventos.blogspot.com/2011_01_15_archive.html *
* Actualizados periódicamente ...
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NTC … * Nos Topamos Con …, (Año 11), http://ntcblog.blogspot.com/ *, ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia.
Y en
EVENTOS a partir de Enero 15, 2011. Boletín NTC ... * , http://ntc-eventos.blogspot.com/2011_01_15_archive.html *
* Actualizados periódicamente ...
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Buen artículo, lástima que no conste el nombre del autor. Faltaron algunos datos para redondear la personalidad de un individuo (Eduardo Santos) y de una época mal estudiada y muy incomprendida (la primera mitad del siglo XX en Colombia). Por ejemplo: durante la década de 1930, cada vez que el períodico del Partido Comunista carecía de papel, por falta de dinero, Santos daba orden a El Tiempo de que se entregara papel de impresión a los comunistas, completamente gratis. Detalles como estos son dignos de estudio, porque obligan a ver las cosas sin los consabidos clichés que ya sabemos.
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