miércoles, 7 de septiembre de 2011

Sobre “Escritura y esquizofrenia: Yo el supremo” de Eduardo Subirats. Por Álvaro Bautista.

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Comentario de Álvaro Bautista-Cabrera

Nota de NTC …: Texto que presentaría y leería el autor, quien no pudo estar presente, al final de la 6ª. Conferencia (Ciclo de seis) Eduardo Subirats. Conferencia: ESCRITURA Y ESQUIZOFRENIA: YO, EL SUPREMO. Sept. 2, 2011. Cali.” En la intervención introductoria (video) del Profesor Darío Henao se refiere a este Ensayo y anuncia su publicación en la web del Centro Virtual Isaacs, como están allí los textos de Subirtas. Publicamos gracias a la autorización de los profesores Bautista y Henao, que agradecemos. Fotografía de Bautista: María Isabel Casas R. , de NTC …

Un gran ensayo para una gran novela. Subirats continúa, en Escritura y esquizofrenia: Yo el supremo, su trabajo americano con la novela quizá más compleja, más profundamente llena de inventiva e historia americana, Yo el Supremo (1973)[1]. Subirats ha mostrado que la filosofía puede decir más que la crítica literaria, porque el oficio de Subirats es pensar la literatura y no simplemente mostrar sus trucos, sus estilachos, sus mansedumbres y coqueteos ficcionales.

Esto se muestra con uno de sus presupuestos centrales: Yo el Supremo no es una acostumbrada novela de dictadores, caudillos, tiranos y déspotas, como las de Valle-Inclán, Asturias, Carpentier y García Márquez (aunque esta es también una singular novela de dictadores). Para Subirats, Roa Bastos ha escrito un texto donde no se muestra tanto al antihéroe dictador sino cómo éste ejerce su dictadura, mediante su relación con la voz y la letra. Por eso Subirats la relaciona con Facundo. Subirats se refiere más a obras sobre dictadores que a historias de dictadores. Y ya cada uno puede escoger, al leer, una novela histórica oficiosa o una novela que ponen en crisis el novelar porque un dictador no puede ser cosificado sólo como un antihéroe de la modernidad, de la libertad, de la autonomía individual, pues los dictadores latinoamericanos son producto de una manera de fabricar nuestra miserable emancipación. Para Subirats no hay solo una novela de dictadores, hay la ascensión, la instalación, la implantación de la dictadura y sobre todo la disolución de la dictadura en la conciencia esquizoide del Dr. Francia.

El primer capítulo, “Dictadores y dictados”, se compone de dos apartes: “El libertador tirano” y “Soliloquio polifónico”. Cada subtítulo es un oxímoron. El primer aparte tiene dos tesis. La novela de Roa Bastos es el relato de la independencia fracasada, de la emancipación frustrada y, por otro lado, la expresión de lo que Ángel Rama vio en La ciudad letrada, el papel central del intelectual letrado en la construcción y desbarajuste de América; el dictador José Rodríguez Gaspar de Francia es la nítida conjugación de letrado y dictador, de letrado que dicta y dictador que hace letras, discursos, circulares, diarios privados como modos perversos de legitimar su régimen. De otro lado, en “Soliloquio polifónico” Subirats plantea que Yo el supremo es un gran monólogo, soliloquio que revela la ascensión (¡asunción!) de un héroe de la independencia y su perpetuación en el poder, durante unos 26 años. Pero es un monólogo polifónico. Aunque impera la voz del dictador, se extiende la pluralidad discursiva, pues el monólogo va adjunto a “las circulares perpetuas”, “cuadernos privados”, anotaciones de un anotador. Subirats señala la paradoja pues el monólogo es polifónico, no solo por las voces que el dictador silencia, y que sin embargo la novela deja entrever, sino porque permite ver el diálogo interior del dictador (una comunicación YO-YO, según Lotman)[2], para mostrar su decadencia y desintegración. Aquí es clave la relación con El Quijote. Imaginaos que don Quijote doblegue a Sancho, de tal forma que no haya quijotización; esto es lo que pasa entre el dictador y el escribano, entre el dictador y el escribidor; sólo hay amo y servidumbre y no se permiten las ventajas paradójicas de la servidumbre que proponen Cervantes y Diderot. La novela del imperio del Amo y su destrucción; novela donde el otro es el copión, el que obedece. Roa Bastos ha escrito la novela que Cervantes evitó, la novela de un don Quijote que reina con risa cruel y absolutamente convencida, sin la integración del otro, como fue el español conquistador y el letrado que suscribió la conquista y el que hizo la letrada independencia, la nueva colonización en que se convirtieron las jornadas libertadoras del siglo XIX. Y en este sentido, más allá de Borges y otros discípulos, Roa Bastos es el más cervantino de los autores americanos, pues desarrolló la voz socarrona del narrador comentador y editor que Cervantes inventó en el último párrafo del capítulo 8 del Quijote primero.

El segundo capítulo, “Escritura y poder”, se compones de cinco apartes: “La palabra-real, la palabra-cosa”, “La parodia de la palabra vacía”, “la lengua saqueada”, “Representación de la escritura como representación”, “Sacerdotes de la letra muerta”, “El letrado colonial, postcolonial, postmoderno”. La idea central aquí es que Yo el supremo es un estudio profundo de las relaciones entre la escritura y el poder de la ciudad letrada. El dictador, Dr. Francia, no sólo es un dictador de circulares, es el encargado de la palabra-acto; se ha apropiado de la relación de las palabras como hechos en el mundo. Los demás solo pueden copiar sus palabras, transcribirlas, archivarlas, ponerlas en ejecución. El Dr. Francia se ha tomado el “yo” del discurso y el “él”: es el “yo supremo” y es el “supremo”. Por supuesto, no se ha tomado el tú, porque el señor supremo trata a los otros como mierdas, reduciéndolos a instrumentos de su poder político y lingüístico; no permite que nadie lo tutee. Roa Bastos ha creado una novela que elimina las francas relaciones del yo-tú. Subirats estudia aquí las distintas formas como Roa Bastos produce esto. Lo primero es dotar el lenguaje del supremo del poder chamánico. Una cosa corriente, que las palabras sean actos, se reduce en la novela a un derecho exclusivo del Dr. Francia. Alguna vez Cassirer planteó las siguientes funciones del lenguaje: la onomatopéyica, la ontológica, la expresiva; el Dr. Francia le ha robado al Paraguay estas funciones y sobre todo, insiste Subirats, la función ontológica, la de hacer mundo con el lenguaje. Lo que diga, dicte, insinúe es de inmediato un hecho efectivo, impostergable, imponderable. Le ha quitado al lenguaje su función problemática (la cual se ha ido depositando en su conciencia): sus diálogos con Patiño, con sus médicos, con los otros son un hazmerreir del otro, una forma de vaciar al lenguaje del fondo semántico de otredad. Si el dictador representa una palabra que lo llena todo, lo hace todo, la palabra del policía mayor, la de los otros se convierte en una palabra que pierde su compromiso subjetivo, personalizado, real, la frescura de un decir comprometido con el mundo y los otros. Y quien mejor interpreta este papel del lenguaje vaciado de vida personal y verdadera, es el letrado, el amanuense, el intelectual latinoamericano, el hacedor de discursos vacíos, Policarpo Patiño, quien simboliza al intelectual que se dedica a vaciar el lenguaje de sí mismo, de historia, de los lenguajes no letrados. Subirats muestra acertadamente el papel central del estos amanuenses de discursos de otros, doctores que se convierten en cajas de citas, de intertextualidad e hipertextualidad, sin vida ni contacto; anclados en sus títulos letrados, como los doctores que Rafael Barret vislumbró en 1907[3]. Han logrado un título que sin duda reemplaza a los antiguos títulos nobiliarios, pero que al lado del diplomita de doctorado que han traído del extranjero, han igualmente traído tanto orgullo, donaire, altanería y soberbia, que les falta ahora el estudio esencial para ser hombres.

“La lengua saqueada” no es otra que una de las diversas lenguas indígenas calladas, silenciadas, prohibidas en América: el guaraní. Augusto Roa Bastos conocía –y enseñó guaraní en Toulousse. Por un lado, el autor supremo desbarata la lengua colonizadora, siempre facilitando una mejor adecuación entre las palabras y los referentes. Llamar al amanuense y secretario “Escri-vano” acentúa su miserable posición de letrado del régimen; ahora bien, Policarpo Patiño, en vez de de reportar textos fidedignos es un “fide-indigno” (Yo el supremo: 111); así mismo, un libro sobre la tiranía del Dr. Francia, de Rengger y Longchamp, es tratado despectivamente como “libélulo” (“cruce de ‘libelo’ y ‘libélula’. Ver nota 217: 228); cuando finaliza la ceremonia/baile de sortilegio que hace caer los dientes de la “vulva-con dientes”, de la “hembra-diablo”, los indios ven estos dientes prendidos y la voz narrativa los llama “cordón umbivaginal” (258). Por un lado, este trabajo recuerda el interés del estructuralismo estilístico por las palabras-maletas de un Carroll, contexto que vivió Roa Bastos en la Francia de los setenta, durante su exilio; por otro, como señala Subirats, Roa Bastos les da una nueva dimensión pues estos juegos de palabras (“metaplasmos”, los llama Roa Bastos, Subirats: 25) muestran el desmoronamiento de la lengua colonizadora y la penetración del guaraní. Roa Bastos no produce estos artilugios de los significantes por un goce gramatológico sino para agudizar la referencialidad. Por esto, lo que sobresale aquí es el vigor del lenguaje oral sobre el escrito. Roa Bastos concibe la literatura como “representación de la escritura como representación”, lo que permite pasar de una intertextualidad escolástica a una antropofágica (como diría Oswald de Andrade en su Manifiesto antropófago, 1928). Toma y reinventa a un personaje del Cándido de Voltaire –señala Subirats– y hace que, nacido de la ficción de un maestro de la ilustración, nazca en verdad en el Paraguay por el poder representativo de la escritura. Subirats no elabora aquí una aproximación sobre los artilugios de la ficción literaria (como hubiera querido Reyes e incluso Borges) sino sobre la potencia mostrativa de la escritura literaria como representación de la representación. Uno diría que el Supremo aquí es el autor. De esta manera: “Roa Bastos libera al esclavo de esa ambigüedad ficcional [de Voltaire] para convertirlo en un hiperreal ciudadano libre en el orden del poder escritural revolucionario. Su liberación es ficcional y ficticia, es una liberación en el orden paródico de la escritura y la representación, pero es una liberación no menos eficaz como subversión grotesca de la hipocresía colonialista de les lumières y de otras hipocresías menos esclarecidas de la conciencia y la inconsciencia europeas” (Subirats: 29).

En el aparte “Sacerdotes de la letra muerta”, Subirats precisa la anticipación de La ciudad letrada de Rama en Yo el supremo. Ambos critican “el logos colonial”. Habría que agregar que la crítica, quizá más en Roa Bastos, es más amplia: no sólo apunta al logos sino al ethos y al pathos colonial (el cual consiste, por ejemplo, en masacrar un pueblo y luego escribir la epopeya de esa masacre, ya en la Ilíada, ya en la Araucana, ya en La verdadera historia de la nueva España, ya en Apocalypsis now; etc.), pues no otra cosa abre Roa Bastos con la entrada en las aguas profundas y fangosas de la conciencia del Supremo. El Dr. Francia es “la quimera del sujeto libertador hispánico” (38), un tipo heredado de las formas letradas de España. Es oportuno recordar que cuando don Quijote escoge las armas y no las letras, estas no hacen referencia a la poesía o a la ficción sino a la labor de escriba legitimador del poder. Los letrados americanos heredan esta especie de servidumbre letrada sin crítica ni riesgo personal: la escritura secretarial del poder, a la que autores de ficción de hoy se pliegan como Vargas Llosa en sus oficiosas letras del diario El País. Subirats describe tres formas de letrados americanos, ya no tan quebradizos como el Licenciado de vidriera. El Autor de El continente vacío presenta pues tres versiones del letrado despótico: primero, el héroe de la conquista, descubridor, jurista, misionero, profeta, mezcla de “don Juan y don Quijote” (38); es asesino y redentor, retórico y estratega; el ejemplo es Hernán Cortés (y quien mejor lo encarna es, a mi modo de ver, Aguirre). El segundo es el caso de Juan Vives y Bartolomé de las Casas, un “híbrido entre libertador y tirano” (39), especies de apóstoles despóticos (sobre todo el pensamiento casiano), quienes queriendo a menudo hacer el bien hacen todo el mal inimaginable, como cuando De las Casas propone aliviar a los indígenas esclavizando a los hombres de África. Paraguay misma vivió esto con el periodo paradisiaco infernal de la compañía de Jesús, en los siglos XVII y XVIII. El tercer héroe letrado de América es el letrado ejecutor, el secretario de tiranías, el obediente intelectual de la voz suprema, que representa bien el amanuense del tirano, Policarpo Patiño. El dictador es producto de la educación eclesiástica, con unos “principios morales absolutos” (38); permite la crítica antiespañola pero ninguna otra; es ilustrado pero sin ilustración; está alimentado de una curiosa forma de ilustración como práctica acomodaticia, de “entretén-y-miento”, tal como disfruta el Dr. Francia de las estrellas, capaz no obstante de controlar el poder con mano de hierro. La clasificación, aunque sugerente, no siempre es clara (sobre todo la segunda versión amerita separar a los misioneros tiranos como de Las Casas de los hijos del absolutismo, antiespañoles, cuasi ilustrados, como el Karaí Francia) y creo que amerita desarrollos que Subirats estará seguramente realizando en otros apartes de su ciclo “Mito y mimesis”, cuando ya estarán hechos en su Continente vacío y no los recuerdo en este momento.

El tercer capítulo, “La parodia del héroe”, consta de cuatro apartes: “Héroe y chaman”, “El sujeto histórico de la independencia”, “Encore un effort si vous voulez être républicains”, “El cuerpo del estado y la Gran puta”. Se trata de dar cuenta de qué tipo de héroe es “Yo el supremo”. Subirats muestra inicialmente que se trata de un híbrido entre un héroe clásico, un héroe eclesiástico y mesiánico, un héroe español y conquistador, un héroe ilustrado independentista, un libertador y déspota, un héroe guaraní, Karaí, con los poderes que ligan el orden terrestre y celeste: un chamán. La tentación que elude Subirats es ver al héroe de Roa Bastos como un híbrido; por el contrario, ve en el héroe absoluto que pretende y que hizo el Dr. Francia la conciencia dividida que presenta Yo el supremo. En vez de una polifonía armónica, se aprecia una variedad de voces que chocan y muestran la desarticulación del yo del tirano y del Paraguay: “Yo el supremo es relevante no por poner de manifiesto una síntesis idiosincrática de tirano letrado y chamán guaraní, sino por mostrar la desintegración de sus constituciones mitológicas a partir de una visión existencial e histórica de la realidad latinoamericana y paraguaya” (48). Y es aquí donde Subirats pone sus bases para plantear la esquizofrenia en la obra sobre el Karaí-Guasú de Roa Bastos.

Acto seguido, Subirats presenta Yo el supremo como una novela histórica. La compara con la llamada fundadora de novela de dictadores de Ramón del Valle-Inclán, de 1926. Muestra que Tirano Banderas es abstracta pues no está arraigada a un caso concreto histórico. Esta comparación sopesa que la obra de Roa Bastos no es independiente de su circunstancia histórica y del deseo de transformación de Latinoamérica, pero excede, el maestro Subirast, la deshistorización de Tirano, haciéndola ver como una apuesta esperpéntica, grotesca, sin raíces concretas en un hecho concreto, vale decir, una dictadura específica y su déspota. Es verdad que la Hispanoamérica de Valle-Inclán recuerda la imaginación de Lope para escribir, por ejemplo su Arauco domado (1627), pero la raíz histórica de Valle-Inclán, me parece, intuye un tema que estaba en el ambiente europeo: pocos años después subía al poder Hitler y, a 10 años de publicado Tirano, se presenta la Guerra civil española que elevara al señor Franco, quien comparte todos los elementos tiránicos, despóticos y sobre todo el aspecto decisivo sin el cual no surgen los dictadores como el Dr. Francia: la cultura española eclesiástica, devota, cristiana, sin modernidad crítica ni ilustración efectiva. Las dictaduras como forma de desintegración del alma española es una cosa que arrastran dictadores como el Dr. Francia, que a más antiespañol, más repite las formas de colonización aprendidas de sus mayores destetados. Como sabemos, el Dr. Francia no asiste a su padre, cuando este solicita en su lecho de muerte que lo perdone; el Doctor no va y no perdona; se siente hijo de sí mismo, no tiene que perdonar nada a su padre. Este tipo de rupturas permiten distanciamientos, más no diferenciaciones. Es verdad, sin embargo que para Valle-Inclán las tiranías son un fracaso hispánico, mientras para Roa Bastos se trata de no “abandonar un proyecto de soberanía latinoamericana hasta su última palabra” (53).

Yo el supremo no sólo es una novela, es muchas otras cosas: una obra de sociología, una representación de las paradojas de la emancipación latinoamericana. El Dr. Francia esclaviza para dar la libertad y se ve igualmente como quien se esclaviza para dar la libertad: “Aquí el único esclavo sigue siendo el Supremo Dictador puesto al servicio de lo que domina”. Quitar la libertad para dar la libertad, romper con el imperio para imperar, independizarse para colonizar de manera criolla, como en Colombia lo vieron Agualongo y los nariñenses ante Bolívar. Roa Bastos muestra la falsificación de nuestra independencia y la falsificación de la historia de nuestra emancipación. Por ello, Subirats ve con pertinencia que el escritor se vuelve un archivista (Yo el Supremo es una obra que retoma directamente documentos diversos sobre el Paraguay y la época de la dictadura de Karaí Gaspar). Ahora bien, la respuesta de Roa Bastos como autor en Yo el supremo es que el escritor se vuelve un compilador, que busca desfalsificar la historia de la dictadura y la falsa independencia.

Subirats no agota las redes de Yo el supremo. Su trabajo consiste en no perder las menciones. Si se nombra a Sade, va a Sade. El Marqués termina siendo preso por sus crítica a los señores feudales, a las costumbres tartufas de los jesuitas y por hacer de la aristocracia un instrumento que lleva al extremo el pensamiento mecanicista del siglo de las luces. Libertad es su regla, a consta de ser pieza de una máquina del deseo. La vida como vida no permite el formato de la vida religiosa, que se vuelve no tanto ascética como un engranaje humano. Pero Sade padeció las mazmorras. Quiso ser un republicano en el orden íntimo y público, y se le condeno a la cárcel perpetua. El tirano paraguayo cree que los programas políticos de este “noble degenerado” coinciden con su Paraguay y su utopía comunista. La lectura de Subirats encuentra, con acierto, las raíces de este comentario del déspota en su “cuaderno tirano”. Se muestra la paradoja intelectual del personaje de Roa Bastos que refiere a Sade pero encarna todo lo más distinto del Marqués de Sade, pues llenó al Paraguay de diversos tipos de prisiones (tres tipos y una más, la prisión de la tercera orilla, como agrega el Karaí), entre las que seguramente, en los sin tiempos con tiempo, habría una mazmorra paraguaya para el Marqués de Sade. Hay esta especie de permanente incompatibilidad frenética de pensar una cosa, vislumbrar algo y hacer otra; esta especie de degeneración de las ideas revolucionarias en el horror y el crimen. Son las luces a la americana, que revelan la barbarie de la civilización, las pesadillas de la razón.

El supremo, es supremo sin mujer. La pregunta es ¿cómo? Yo el supremo encarna representaciones de una misoginia patriarcal. Las mujeres son representaciones de mitos, la mujer dentada que devora, la mujer patona que no dejara partir con semejante arraigo; además corresponden a ideologemas negativos sobre la humanidad y la dignidad de la mujer. Subirats lo trata bajo la idea “del cuerpo del estado y la gran puta”. Para esto, retoma –lo que es otro acierto de su trabajo– el mundo mítico guaraní con el que teje la novela Roa Bastos. En medio de la desvalorización de la mujer, de un hombre que surge de sí mismo, sin madre (ni padre, hay que recordar), se observa su composición en relación al mito de Ñanderuvuçu, dios “que da a la tierra un principio” (66): “Roa Bastos identifica a su Dr. Francia con el dios Ñanderuvuçu representante del principio emancipador de la luz, y que al mismo tiempo amenaza con el pavor cavernario de su caída en el reino de la oscuridad y la noche” (68). Esto le permite al análisis mostrar, por un lado, con Sade y las alusiones a Rousseau, Voltaire (e incluso el mismo Ñanderuvuçu en tanto “principio emancipador de la luz”), el ideal de ilustración y por otro lado, el contraste con la oscuridad que se avecina. El Dr. Francia es la luz oscura del Paraguay o la oscuridad que ilumina con sus sombras. La mujer aquí es, como dice el supremo, “la caverna oscura”. No hay duda de que el horror, la desintegración de Gaspar Rodríguez, tiene que ver con esta imagen negativa y monstruosa de la mujer, y con estas mitologías en las que el hombre se engendra sin mujer, que van desde el génesis bíblico hasta Ñanderuvuçu. No tengo argumentos para debatir esto pero intuyo que los estudios de género y de antropología pueden dar mejores explicaciones de estos hombres míticos que se engendra a sí mismos sin participación de la mujer, y de los cuales el personaje de Roa Bastos es un espécimen luminoso y oscuro, aterrorizado por su sexualidad y la diferencia de lo femenino, como diría Alain Badiou.

El cuarto y final capítulo, “EL/YO escindidos”, consta de dos partes: “La conciencia dividida”, “Escritura y muerte”. Subirats pone fin a su análisis con el final largo, caótico, singular de Yo el Supremo. Mario Kunz ha dicho que las novelas terminan, se cierran y finalizan[4]; la de Roa Bastos parece estar cerrándose, terminando y nada que finaliza, porque nos hundimos en la conciencia fragmentada del supremo, en los restos ilegibles de los funcionarios letrados del régimen. El yo tiene claro que es Supremo pero pierde el dominio de sus yoes, porque la dictadura y la paranoia del Dr. Gaspar han consistido en que él sea muchos a la vez y de alguna forma atrabiliaria, hacer que estos muchos marchen juntos, bajo el amparo de su ethos. Sus integrados yoes de dictador, libertador, vigilante, mesías, ilustrado, moralista absoluto, misógino, chaman, etc., toman en la escritura de Roa Bastos, caminos distintos, víctima de una esquizofrenia, según Subirats. La caída de sus ideas, de sus ideales, incide en que el dictador afronte el vacío. Suprimido su juego entre “yo” y “él”, viene la muerte, como si el yo perdiera la potestad de la referencia. Ahora cuando es él, el yo lo siente extraño, y cuando es yo, parece carecer de él. La pluralidad de voces chocan en su conciencia; el soliloquio estalla y se convierte en un vocerío caótico e inconcluso; una polifonía inarmónica en la que se desploman el supremo y su dictadura. Esta desintegración se acompaña de la ruina de su palabra. Su palabra era un hecho. Subirats finaliza mostrando que paralelamente a la desintegración de la conciencia del Supremo, se da la de su palabra. Esta no funciona ya. No funciona sobre todo su eficacia ontológica. Las palabras ya no terminan en hechos sino en no-hechos. Igualmente su amanuense se desconecta tanto de la letra que logra ser el letrado perfecto: el que escribe su propia sentencia de muerte como si fuera la de otro. La palabra ontológica del Dr. Francia pierde pues su frónesis, su calidad de palabra pragmática, pues la dictadura se hunde entre tantos papeles y documentos sin sentido, anacrónicos; igualmente su palabra pierde la fuerza perlocutiva pues ya no hay recepción, incluso en la obediencia; su palabra se torna letra muerta. Resta un abismo, un diálogo-no diálogo consigo mismo, un extrañamiento del yo con él: “Él sonríe. Durante doscientos siete años me escruta en un soplo al pasar. Ojos de fuego. Yo, haciéndome el muerto (…)” (591). Al finalizar la obra, el dictador le sopla en sus hombros al escritor, y el yo del escritor se asoma ante el yo de su personaje. Milagros Ezquerro comenta que estos 207 años son los que van entre el nacimiento del Dr. Francia y el año en que Roa Bastos termina la novela: 1973 (591). La novela de Roa Bastos ha analizado el peso de una dictadura que no acaba de terminar y que se prolongaba como una maldición en otra del siglo XX, la que padecieron los paraguayos durante 35 años: la de Alfredo Strossner (cuya dictadura se dio entre 1954 y 1989). Al final, en los tiempos cíclicos en los que cohabitan en el presente, el pasado y el futuro, se produce el placer autorial de abordar con mofa al dictador en el tribunal de la escritura, condenándolo al hambre, a no injerir el huevo esencial de la vida: “¿Qué tal, Supremo finado, si dejamos así, condenado al hambre perpetua de comerte un güevo, por no haber sabido…” (596). Pero ahí no termina la novela, quedan las ruinas, los papeles, los decretos, las circulares, la palabra basura-documento, palabra carcomida por el fuego y el tiempo, de la cual el lector ha tenido fragmentos, migajas: “las carcomidas letras del libro” (596), “los ilegibles” e “inhallables restos” de los letrados americanos, dispuestos por el compilador para que el lector reconfigure la historia de nuestra incompetente liberación.

Eduardo Subirats nos ha enseñado mucho y nos ha permitido ahondar en una novela compleja, poco afecta del mercado mundial de las ficciones expeditas, agraciadas y potables. Yo el supremo se vuelve una literatura de pensamiento en la que se cruzan las corrientes europeas (la tradición onerosa de la moral española, la modernidad, la ilustración, etc.) con el pensamiento americano desde la mitología guaraní hasta Ángel Rama. La lectura de Subirats logra superar las penurias profesionales del letrado.

Álvaro Bautista-Cabrera

Agosto de 2011



[1] Augusto Roa Bastos. Yo el supremo. Edición de Milagros Ezquerro. Madrid, Cátedra, 1983.

[2] Parte de mi exposición en el seminario será sobre “La comunicación ÉL-ÉL y la comunicación YO-YO en Yo el supremo: la comunicación literaria ante la sordez de la retórica”, para la cual me baso en Lotman (“Sobre los dos modelos de comunicación en el sistema de la cultura”, en La semiosfera II. Semiótica de la cultura, del texto, de la conducta y el espacio. Edición de Desiderio Navarro. Frónesis, Cátedra, Universidad de València, 1998).

[3]El dolor paraguayo. Caracas, Ayacucho, 1978.

[4]Marcos Kunz. El final de la novela. Madrid, Gredos, 2000.

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