(Click sobre las imágenes para ampliarlas. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)Texto:
En esta edición recuperamos, en una nueva traducción de Damián Alou, la recopilación que el propio Hemingway hiciera de todos sus cuentoss en 1938, conocida como Los cuarenta y nueve primeros cuentos y donde se encuentran relatos tan magistrales como «Los asesinos», «Las nieves del Kilimanjaro» o «Padres e hijos». El mundo estético y moral de Hemingway -ese espacio traspasado por la soledad, la individualidad y la brutalidad- se encuentra aquí destilado, despojado de todo ornamento, encerrado en el sustantivo y el adjetivo precisos, seco, sobrio, cegador, latente. La caza, la pesca, el boxeo, la guerra, el alcohol, el deseo o la derrota son algunos de los materiales con que se construye esta obra cuyo aliento perdura con un vigor insospechado.
«Visitarlo me ha producido la inquietante impresión que causaban a los viajeros del ochocientos las colosales estatuas asirias y egipcias medio enterradas en la arena del desierto. Gigantes que recordaban un mundo bárbaro, afortunadamente superado por las democracias occidentales. Los viajeros se retrataban junto a un dedo índice de piedra diez veces más alto que ellos, con el salacot en la mano y sonriendo beatíficamente. Para su felicidad, los exploradores sabían que aquellos monstruos arcaicos habían sido vencidos. Y que ahora todos medimos lo mismo.»
FÉLIX DE AZÚA
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Ernest Hemingway trout fishing at Horton Bay Fishing, Michigan, 1919 http://www.allamericanpatriots.com/photos/ernest-hemingway-trout-fishing-horton-bay-fishing-
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Fuente de la foto de EH de más adelante a la derecha : http://www.flickr.com/photos/upnorthmemories/920438761/
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El gran río Two-Hearted
Primera parte
Ernest Hemingway
Tomado, para uso didáctico y cultural, de : Ernest Hemingway. Cuentos. Con una evocación de Gabriel García Márquez (“Mi Hemingway personal”, 29 de julio 1981.) Lumen narrativa. Randon House Mondadori S. A. Bogotá. Págs. 255 a 266. Traducción de Damián Alou. http://www.quadernsdigitals.net/index.php?accionMenu=secciones.VisualizaArticuloSeccionIU.visualiza&proyecto_id=2&articuloSeccion_id=7695
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Escaneó (OCR) y reprodujo NTC … Nos Topamos Con … http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia, Mayo 5, 2009. Para uso didáctico y cultural. Especial para Taller RENATA. Cali-JCL .
Versíon en ingles: The Big Two-Hearted River. Ernest Hemingway . http://www.olearyweb.com/classes/english10012/readings/twohearted.html
Nick contempló la extensión de colina quemada, donde había esperado encontrar las desperdigadas casas del pueblo, y a continuación recorrió la vía férrea hasta el puente que quedaba sobre el río. El río estaba allí. Se arremolinaba contra los pilares de madera del puente. Nick bajó la vista hacia el agua clara y marrón, del color de los guijarros del fondo, y contempló las truchas que mantenían su posición en el agua oscilando las aletas. Mientras las observaba estas iban cambiando de posición girando en rápidos ángulos, solo para volver a quedar firmes otra vez en el agua veloz. Nick se pasó un buen rato mirándolas.
Observaba cómo procuraban mantenerse de cara a la corriente, todas esas truchas en aquel agua profunda y veloz, ligeramente deformadas tal y como él las veía a través de la superficie vítrea y convexa, ondulándose tersa contra la resistencia de los largos pilares de madera del puente. Allí al fondo estaban las truchas grandes. Al principio Nick no las vio. Luego las descubrió pegadas al fondo de grava, en medio de una inestable neblina de grava y arena, que la corriente levantaba a rachas.
Nick miraba el agua desde el puente. Era un día caluroso. Un rey pescador remontaba la corriente a saltos. Hacía mucho tiempo que Nick no miraba un río y veía truchas. Le llenaban de satisfacción. Al tiempo que la sombra del rey pescador remontaba la corriente, una gran trucha se lanzó río arriba en un ángulo muy abierto, solo su sombra dibujaba el ángulo, y luego perdió la sombra cuando salió a la superficie, el sol se reflejó en ella, y a continuación, cuando volvió a sumergirse, su sombra pareció flotar río abajo con la corriente, sin oponer resistencia, hasta ese pilón bajo el puente donde se tensó para plantarle cara a la corriente.
El corazón de Nick también pareció tensarse. Experimentó la vieja sensación de antaño.
Se volvió y miró río abajo. La corriente se extendía sobre el mismo fondo de guijarros con bajíos y grandes rocas y un remanso profundo en una curva al pie de un risco.
Desde el momento en que se había bajado del tren y el encargado de los equipajes había arrojado su mochila por la puerta abierta del vagón las cosas habían sido distintas. Seney era cenizas, el paisaje era cenizas y había cambiado, pero no importaba. Era imposible que todo se hubiera quemado. Lo sabía. Siguió andando por el camino, sudando al sol, ascendiendo para alcanzar la sierra que separaba la vía férrea de las grandes planicies de pinares.
El camino hacía alguna bajada, pero no dejaba de subir. Nick seguía adelante. Finalmente, el camino, tras haber discurrido en paralelo a la ladera de la colina quemada, llegó a la cima. Nick se reclinó contra un tocón y soltó las correas de la mochila. Delante de él, hasta donde alcanzaba su vista, estaba la planicie de pinos. El paisaje quemado se detenía a la izquierda, en la sierra. Más allá, islas de pinos oscuros se alzaban en la planicie. Más lejos, a la izquierda, se veía la línea del río. Nick la siguió con la mirada y vio los reflejos del sol en el agua.
Delante de él no había más que la planicie de pinos, hasta las lejanas colinas azules que marcaban la elevación del lago Superior. Apenas podía verlas, tenues y remotas en la calurosa luz que flotaba sobre la planicie. Si miraba demasiado fijamente desaparecían. Pero si solo las entremiraba, allí estaban, las lejanas montañas de esas tierras altas.
Nick se sentó en el chamuscado tocón y fumó un cigarrillo. Tenía la mochila en equilibrio sobre el tocón, sin desprenderse del todo de las correas, y un hueco la separaba de su espalda. Nick se sentó a fumar y miró el paisaje. No le hacía falta ni situarse. Sabía dónde se encontraba por la posición del río.
Mientras fumaba extendió las piernas delante de él, observó un saltamontes que avanzaba por el suelo y que saltó sobre su calcetín de lana. El saltamontes era negro. Mientras caminaba cuesta arriba había levantado muchos saltamontes del suelo. Eran todos negros. No eran los grandes saltamontes de alas amarillas y negras o rojas y negras, que cuando levantaban el vuelo emitían un runruneo con el escudo dorsal. No eran más que saltamontes corrientes, pero de un color negro hollín. Mientras caminaba Nick se había preguntado qué les pasaba, aunque sin pensar realmente en ellos. Ahora, al contemplar ese saltamontes negro que le mordisqueaba la lana del calcetín con su labio cuádruple, comprendió que se habían vuelto negros de vivir en medio de la tierra calcinada. Comprendió que el incendio debió de declararse el año anterior, y que los saltamontes ahora eran todos negros. Se preguntó cuánto tiempo permanecerían así.
Extendió el brazo con cuidado y agarró el saltamontes por las alas. Le dio la vuelta y el animal movió las patas en el vacío. Nick le miró el vientre articulado. Sí, era completamente negro, iridiscente donde el dorso y la cabeza tenían polvo.
-Vete, saltamontes -dijo Nick, hablando en voz alta por primera vez-. Vuela hacia otra parte.
Lanzó el saltamontes al aire y le vio alejarse hacia un tocón carbonizado que había al otro lado del camino.
Nick se puso en pie. Reclinó la espalda hacia el peso de la mochila, que reposaba erguida sobre el tocón, y metió los brazos en las correas. Se puso en pie con la mochila a la espalda en la cima de la colina, contemplando el paisaje que atravesaba el río lejano, y bajó la colina alejándose del camino. El terreno era cómodo para andar. A doscientos metros colina abajo la línea de paisaje quemado se interrumpía. Luego había una zona de helechos dulces que le llegaban a la altura del tobillo, y después algunos grupos de pinos; una campiña extensa y ondulada con frecuentes subidas y bajadas, de suelo arenoso, de nuevo llena de vida.
Nick se orientaba por el sol. Sabía dónde quería cruzar el río y se mantenía en la planicie cubierta de pinos, subiendo pequeñas elevaciones para ver otras más allá de donde estaba, y a veces desde lo alto de una elevación veía una gran isla de tupidos pinos, a la derecha o la izquierda. Partió algunas ramillas de ese helecho que parecía brezo y las colocó debajo de las correas de la mochila. El roce las partía y le llegaba el olor mientras caminaba.
Estaba cansado y hacía mucho calor en aquel pinar de terreno irregular y sin sombra. Sabía que en cualquier momento podía llegar al río con solo girar a la izquierda. No podía estar a más de un kilómetro y medio. Pero siguió andando hacia el norte para llegar lo más río arriba que pudiera en un día de camino.
Durante un rato, mientras caminaba, Nick había visto las grandes islas de pinos que asomaban en el terreno elevado y ondulante que atravesaba. Empezó a descender, y luego, al volver a ascender lentamente hacia la cima del puente, giró y se dirigió hacia los pinos.
En la isla de pinos no había sotobosque. Los troncos de los árboles se alzaban erguidos o se inclinaban hacia el de al lado. Los troncos eran rectos y marrones, sin ramas. Las ramas estaban muy altas. Algunos se entrelazaban para formar una sólida sombra sobre el suelo marrón del bosque. En torno a la arboleda había un espacio pelado. Era marrón y blando al pisarlo. Era a causa de la capa de agujas de pino, que se extendía más allá de la anchura de las altas ramas. Los árboles eran altos y las ramas se movían allá arriba, dejando que el sol penetrara por el espacio que el instante anterior habían cubierto de sombra. Justo al borde de esta extensión del bosque proliferaban los helechos en el suelo.
Nick se quitó la mochila y se tendió a la sombra. Se echó boca arriba y miró los pinos. Al estirarse descansaron su cuello, su espalda y sus riñones. Le gustaba sentir la tierra contra la espalda. Levantó la mirada al cielo, entre las ramas, y luego cerró los ojos. Los abrió y volvió a mirar hacia arriba. Arriba, en las ramas, soplaba viento. Cerró los ojos y se quedó dormido.
Nick se despertó agarrotado y con calambres. El sol estaba casi bajo. Cuando levantó la mochila sintió todo su peso y las correas le hicieron daño. Se inclinó con la mochila puesta, recogió el maletín de pescar y salió de entre los pinos cruzando la depresión de la zona de helechos en dirección al río. Sabía que no podía estar a más de un kilómetro y medio.
Bajó la ladera de la colina cubierta de tocones hasta llegar a un prado. Al borde del prado fluía un río. Nick se alegró de haber llegado al río. Anduvo río arriba por el prado. Mientras caminaba, el rocío le empapaba los pantalones. Tras el calor del día, el rocío caía veloz y denso. El río discurría sin ruido alguno. Era demasiado rápido y liso. Al borde del prado, antes de subir a una zona de terreno elevado para acampar, Nick miró el río, donde las truchas asomaban del agua. Asomaban para atrapar los insectos que llegaban del pantano, al otro lado del río, cuando el sol se ponía. Las truchas saltaban del agua para atraparlos. Mientras Nick atravesaba el breve prado que discurría junto al río, las truchas pegaban buenos saltos en el agua. Cuando volvió a mirar el río se dijo que los insectos debían de haberse posado en la superficie, pues las truchas se alimentaban sin parar. En toda la amplia extensión de río que abarcaban sus ojos las truchas asomaban, haciendo círculos en la superficie del agua, como si empezara a llover.
El terreno se elevaba, con árboles y arena, hasta dominar el prado, el tramo de río y el pantano. Nick dejó la mochila y el maletín de pesca en el suelo y buscó una zona llana. Tenía mucha hambre y quería montar el campamento antes de cocinar. Había una zona bastante nivelada entre dos pinos. Sacó el hacha de la mochila y cortó dos raíces que sobresalían. Eso le dejó el suelo lo bastante nivelado para poder dormir. Alisó con la mano el suelo arenoso y arrancó todos los helechos. Cuando acabó le olían bien las manos. Alisó la tierra sin raíces. No quería que hubiera bultos bajo las mantas. Cuando hubo alisado el suelo extendió las tres mantas. Una la puso doblada tocando el suelo. Las otras dos las extendió encima.
Con el hacha cortó un reluciente trozo de pino de uno de los tocones e hizo estacas para la tienda. Las quería largas y sólidas para que aguantaran bien en aquel terreno. Una vez hubo sacado la tienda de campaña y la hubo extendido en el suelo, la mochila, apoyada contra un pino, parecía mucho más pequeña. Nick ató la cuerda que hacía de cumbrera de la tienda al tronco de uno de los pinos, levantó la tienda del suelo tirando del otro extremo y lo ató al otro pino. La tienda colgaba de la cuerda como una manta de lona de un hilo de tender. Nick clavó una de las estacas que había cortado bajo la punta posterior de la lona y la convirtió en tienda extendiendo los lados con las estacas. Tensó los lados e incrustó las estacas en el suelo lo más profundo que pudo, golpeándolas con laparte plana del hacha hasta que los nudos de las cuerdas quedaron enterrados y la lona quedó tensa como un tambor.
Nick colocó estopilla en la boca abierta de la tienda para que no entraran mosquitos. Se metió en la tienda por debajo de la mosquitera con varias cosas que había cogido de la mochila para poner en la cabecera de la cama, bajo el tejado a dos aguas de la tienda. Dentro de la tienda la luz se filtraba por la lona marrón. El olor a lona era agradable. Ya se había creado un ambiente misterioso y hogareño. Nick se sintió feliz al meterse en la tienda. En ningún momento del día se había sentido infeliz. Aunque eso era diferente. Ahora ya estaba todo hecho. Era algo que había que hacer. Ahora estaba hecho. Había sido un viaje difícil. Estaba muy cansado. Ahora estaba hecho. Había acampado. Se había instalado. Nada podía importunarle. Era un buen lugar para acampar. Estaba ahí, en un buen lugar. Estaba en el hogar que se había creado. Ahora tenía hambre.
Nick se dirigió hacia la mochila, palpó con los dedos en el fondo y encontró un clavo largo dentro de una bolsa de papel llena de clavos. Lo clavó en el pino, manteniéndolo recto y golpeándolo suavemente con la parte llana del hacha. Colgó la mochila en el clavo. Todas sus provisiones estaban en la mochila. Ahora estaban lejos del suelo y protegidas.
Nick tenía hambre. Le parecía que nunca había tenido tanta hambre. Abrió y vació en una sartén una lata de cerdo con judías y una lata de espaguetis.
-Si estoy dispuesto a llevar esto, tengo derecho a comérmelo - dijo Nick. Su voz le sonó extraña en el anochecer del bosque. No volvió a hablar.
Encendió una hoguera con unos trozos de pino que sacó de un tocón con el hacha. Sobre el fuego colocó una parrilla, clavando las cuatro patas en el suelo con la bota. Nick colocó la sartén sobre la parrilla. Tenía aún más hambre. Las judías y los espaguetis se calentaron. Nick los removió y los mezcló. Comenzaron a borbotear, formando burbujillas que ascendían a la superficie con dificultad. Olía bien. Nick sacó un frasco de ketchup y cortó cuatro rebanadas de pan. Ahora las burbujillas asomaban más deprisa. Nick se sentó junto al fuego y levantó la sartén. Vertió la mitad del contenido dentro del plato de hojalata. Se extendió lentamente por el plato. Nick sabía que estaba demasiado caliente. Le echó un poco de ketchupo Sabía que los espaguetis y las judías seguían estando demasiado calientes. Miró el fuego, luego la tienda, ahora no iba a echarlo todo a perder quemándose la lengua. Durante años había sido incapaz de disfrutar los plátanos fritos porque nunca había podido esperar a que se enfriaran. Tenía la lengua muy sensible. Tenía mucha hambre. Al otro lado del río, en el pantano, en la casi oscuridad, vio levantarse la niebla. Miró la tienda una vez más. Muy bien. Tomó una cucharada del plato.
-Issto -dijo Nick-. Issto bendito -dijo, feliz.
Se comió todo el plato sin acordarse del pan. Volvió a servirse y con el segundo plato sí se acompañó del pan, rebañando hasta dejar el plato reluciente. No había comido nada desde el café y el sándwich de jamón que había tomado en el restaurante de la estación de Saint Ignace. Había sido una experiencia estupenda. Ya había tenido tanta hambre otras veces, pero había sido incapaz de satisfacerla. De haber querido, podría haber acampado horas antes. En el río había muchos lugares buenos para acampar. Pero ese era bueno.
Nick colocó dos astillas de pino bajo el fuego. Las llamas se avivaron. Se le había olvidado de poner agua para el café. De la mochila sacó un cubo de lona plegable, bajó la colina y cruzó el prado hasta el río. La otra orilla estaba rodeada de bruma blanca. Cuando se arrodilló en el borde del río y metió el cubo de lona en el agua sintió la hierba húmeda y fría. Una vez en el agua, el cubo se hinchó y la corriente tiró de él con fuerza. El agua estaba helada. Nick enjuagó el cubo y se lo llevó lleno al campamento. Lejos del río no hacía tanto frío.
Hundió otro clavo grande en el pino y colgó el cubo lleno de agua. Sumergió la cafetera, llenándola hasta la mitad, echó unas astillas más al fuego bajo la parrilla y colocó la cafetera encima. No recordaba cómo hacía el café. Recordaba haberlo discutido con Hopkins, pero no cuál había sido su postura. Decidió dejar hervir el agua. Entonces se acordó de cuál era el método de Hopkins. Antaño había discutido de todo con Hopkins. Mientras esperaba a que el café hirviera, abrió una pequeña lata de albaricoques. Le gustaba abrir latas. Vació la lata de albaricoques en una taza de hojalata. Mientras observaba el café, se bebió el almíbar de los albaricoques, con cuidado al principio para evitar que se derramara, luego con aire meditabundo, sorbiéndolos. Eran mejores que los frescos.
El café hirvió mientras lo observaba. La tapa se levantó y el café y los posos se derramaron por un lado de la cafetera. Nick la sacó de la parrilla. Era un triunfo para Hopkins. Puso azúcar en la taza de los albaricoques, ahora vacía, y vertió un poco de café para que se enfriara. La cafetera quemaba demasiado, y utilizó su sombrero para agarrada por el asa. No dejaría que siguiera haciéndose dentro de la cafetera. No la primera taza. Lo haría al estilo de Hopkins de pe a pa. Hop se lo merecía. Tomaba café que era una cosa seria. Era el tío más serio que Nick había conocido. No tristón, sino serio. De eso hacía mucho tiempo. Hopkins hablaba sin mover los labios. Había jugado al polo. Había ganado millones de dólares en Texas. Había pedido dinero prestado a fin de comprar un billete para Chicago cuando le llegó el telegrama de que su primer gran pozo había empezado a producir. Podría haber enviado un telegrama pidiendo dinero. Pero eso habría sido demasiado lento. A la chica de Hop la llamaban la Venus Rubia. A Hop no le importaba porque tampoco era realmente su chica. Hopkins, muy seguro de sí, decía que ninguno de ellos se burlaría de su novia de verdad. Tenía razón. Hopkins se fue cuando llegó el telegrama. Eso fue en el río Black. El telegrama tardó ocho días en llegarle. Hopkins le regaló a Nick su pistola automática Colt del calibre 22. Le regaló su cámara a Bill. Lo hizo para que siempre le recordaran. Al verano siguiente irían todos juntos a pescar otra vez. Ese Hop Cabeza Loca era rico. Compraría un yate y recorrerían la orilla norte del lago Superior. Estaba entusiasmado pero serio. Se despidieron y todos se pusieron tristes. Aquello interrumpió la excursión. Nunca volvieron a ver a Hopkins. De eso hacía mucho tiempo, en el río Black.
Nick se bebió el café, el café según Hopkins. El café era amargo. Nick rió. Era un buen final para esa historia. Su mente se puso en marcha. Sabía que podía detenerla porque estaba muy cansado. Vació la cafetera y echó los posos sobre el fuego. Encendió un cigarrillo y entró en la tienda. Se quitó los zapatos y los pantalones, se sentó sobre las mantas, enrolló los pantalones alrededor de los zapatos para que le hicieran de almohadón y se metió bajo la manta.
A través de la entrada de la tienda observaba el resplandor del fuego cuando el viento de la noche lo avivaba. Era una noche plácida. En el pantano no se oía nada. Nick se estiró cómodamente bajo la manta. Un mosquito zumbó cerca de su oído. Nick se incorporó y encendió una cerilla. El mosquito estaba posado en la lona, sobre su cabeza. Nick le acercó rápidamente la cerilla. El mosquito emitió un satisfactorio siseo en la llama. La cerilla se apagó. Nick volvió a echarse bajo la manta. Se puso de lado y cerró los ojos. Tenía sueño. Fue notando el avance del sueño. Se acurrucó bajo la manta y se durmió.
El gran río Two-Hearted
Segunda parte. (Páginas 267 a 282 del libro)
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El río era claro y vibrante a esa hora de la mañana. Unos doscientos metros río abajo había tres troncos atravesados en la corriente. Hacían fluir el agua tersa y profunda por encima de ellos. Mientras Nick observaba, un visón cruzó el río sobre los troncos y se metió en el pantano. Nick estaba eufórico. El río y la mañana, tan temprano, le ponían eufórico. Tenía demasiada prisa para perder el tiempo con el desayuno, pero sabía que debía hacerlo. Encendió una pequeña hoguera y colocó la cafetera encima.
Mientras el agua se calentaba, cogió un frasco vacío y se dirigió a la linde del terreno elevado que llevaba al prado. El prado estaba húmedo de rocío y Nick quería atrapar saltamontes que le sirvieran de cebo antes de que el sol secara la hierba. Encontró muchísimos saltamontes de primera. Estaban en la base de los tallos. A veces se aferraban al tallo. El rocío los dejaba fríos y húmedos, y no podían saltar hasta que el sol los calentaba. Nick los iba cogiendo, solo los marrones de tamaño mediano, y los introducía en el frasco. Dio la vuelta a un tronco y al abrigo del borde descubrió cientos de saltamontes. Era una pensión para saltamontes. Nick recogió unos cincuenta marrones de tamaño medio en el frasco. Mientras los iba recogiendo, los demás se calentaban al sol y comenzaban a saltar. Volaban con sus saltos. Al principio hacían un vuelo y se quedaban rígidos allí donde aterrizaban, como si estuvieran muertos.
Había vuelto a poner el tronco como estaba sabiendo que allí podría encontrar saltamontes todas las mañanas.
Nick apoyó el frasco lleno de saltamontes contra un tronco de pino. Rápidamente mezcló un poco de harina de trigo sarraceno con agua y removió la mezcla hasta que no quedaron grumos, una taza de harina y una taza de agua. Colocó un puñado de café en la cafetera, sacó un poco de grasa de una lata y la extendió sobre la sartén caliente. Cuando estuvo humeante vertió con suavidad la mezcla de harina y agua. Se extendió como lava, la grasa chisporroteando violentamente. En los bordes la masa comenzó a endurecerse, luego se puso marrón y luego crujiente. La superficie borboteaba lentamente hasta volverse porosa. Nick despegó la masa marronosa con un astilla de pino. Sacudió la sartén a un lado y a otro y la tortita quedó suelta en la superficie. Mejor que no la lance, se dijo. Deslizó la astilla de madera limpia debajo de la tortita y le dio la vuelta. Chisporroteó en la sartén.
Cuando estuvo preparada volvió a untar de grasa la sartén. Utilizó toda la masa. Preparó otra tortita grande y una más pequeña.
Nick se comió una tortita grande y otra más pequeña, cubiertas de compota de manzana. Puso compota de manzana en la tercera tortita, la dobló dos veces, la envolvió en papel de aceite y se la puso en el bolsillo de la camisa. Volvió a meter el tarro de compota de manzana en la mochila y cortó pan para preparar dos sándwiches.
En la mochila encontró una cebolla grande. La cortó en dos y le quitó la sedosa piel exterior. A continuación cortó una mitad en rodajas y se preparó sándwiches de cebolla. Los envolvió en papel de aceite, se los colocó en el otro bolsillo de la camisa caqui y lo abrochó. Colocó la sartén al revés sobre la parrilla, se bebió el café, endulzado y de color beige por la leche condensada, y arregló e! campamento. Era un buen campamento.
Nick sacó su caña de pescar con mosca del maletín de pesca, la ensambló y metió el maletín dentro de la tienda. Colocó el carrete y pasó el sedal por las guías. Mientras pasaba el sedal tuvo que sujetarlo con las manos para que no se le saliera a causa de su propio peso. Era un sedal pesado y ahusado, de dos hebras. Nick había pagado ocho dólares por él mucho tiempo atrás. Lo hacían pesado para que se levantara en el aire y cayera hacia delante plano, grave y recto, y se pudiera así lanzar una mosca que no pesara nada. Nick abrió la caja de aluminio donde estaban las hijuelas. Las hijuelas estaban enrolladas entre almohadillas húmedas de franela. Nick había mojado las almohadillas en el depósito de agua fría del tren que lo había llevado a Saint Ignace. Dentro de las almohadillas húmedas las hijuelas de tripa se habían ablandado y Nick desenrolló una y con un lazo la ató al extremo del pesado sedal. Colocó un anzuelo en el extremo de la hijuela. Era un anzuelo pequeño; muy fino y elástico.
Nick lo sacó de su librillo de anzuelos, sentado con la caña sobre su regazo. Probó el nudo y la elasticidad del anzuelo tensando el sedal. Era una buena sensación. Procuró que el anzuelo no se le clavara en el dedo.
Echó a andar río abajo, con la caña en la mano, el frasco de saltamontes colgado del cuello gracias a una correa atada con nudos sencillos alrededor del cuello del frasco. Colgada del cinturón mediante un anzuelo llevaba la red de mano. Sobre el hombro transportaba un gran saco de harina vacío atado en cada punta con una cuerda. La cuerda le recorría la espalda. El saco le iba golpeando las piernas.
Nick se sentía incómodo y profesionalmente feliz con todo el equipo colgándole del cuerpo. El frasco con los saltamontes le iba golpeando el pecho. Los bolsillos de la camisa estaban abultados con el almuerzo y el librillo de anzuelos.
Se adentró en el río. Le dio impresión. Los pantalones se le pegaron a las piernas. Sus zapatos hallaron la grava. El agua estaba tan fría que le impresionó.
La corriente, veloz, se le arremolinaba en las piernas. En el lugar en el que se metió, el agua le llegaba por las rodillas. Fue andando a favor de la corriente. La gravilla resbalaba bajo sus zapatos. Observó el remolino que formaba el agua alrededor de cada una de sus piernas y tumbó el frasco para sacar un saltamontes.
El primer saltamontes dio un salto en el cuello del frasco y cayó al agua. Lo engulló el remolino que había en torno a la pierna derecha de Nick y salió a la superficie un poco más allá, corriente abajo. Flotaba en el agua veloz, agitando las patas. Desapareció en un rápido círculo, rompiendo la tersa superficie del agua. Una trucha lo había atrapado.
Otro saltamontes se asomó en el frasco. Le temblaron las antenas. Estaba sacando las patas delanteras del frasco para saltar. Nick lo cogió por la cabeza y lo sujetó mientras le introducía el fino anzuelo bajo la barbilla, clavándoselo hasta el tórax y los últimos segmentos del abdomen. El saltamontes agarró el anzuelo con las patas delanteras, escupiendo un líquido color tabaco. Nick lo metió en el agua.
Con la caña en la mano derecha soltó sedal contra el tirón del saltamontes en la corriente. Con la mano izquierda fue sacando sedal del carrete y dejándolo suelto. Podía ver al saltamontes en las breves olas de la corriente. De repente desapareció.
Vio la trucha en el agua sacudiendo la cabeza y el cuerpo contra la variable tangente del sedal en el río.
Nick cogió el sedal con la izquierda y sacó a la superficie la trucha que, ya cansada, daba golpes contra la corriente. Tenía el dorso jaspeado, de un color claro, de grava vista a través del agua, y el lomo centelleaba al sol. Nick se inclinó con la caña debajo del brazo derecho y metió la mano en la corriente. Cogió la trucha, que no paraba, con la mano derecha empapada, mientras le quitaba la lengüeta del anzuelo de la boca, y la volvió a arrojar al río.
La trucha quedó vacilante en medio de la corriente, luego bajó al fondo y se colocó junto a una piedra. Nick extendió la mano para tocada, metiendo el brazo en el agua hasta el codo. La trucha seguía inmóvil en medio de la corriente, descansado sobre la grava, junto a una piedra. Cuando los dedos de Nick la tocaron, cuando sintieron su tacto terso y frío bajo el agua, desapareció, desapareció como una sombra por el fondo del río.
Está bien, se dijo Nick. Sólo estaba cansada.
Se había mojado la mano antes de tocar la trucha para no alterar la delicada mucosidad que la recubría. Si tocabas una trucha con la mano seca un hongo blanco atacaba el lugar sin protección. Años antes, cuando pescaba en ríos abarrotados, con pescadores río arriba y pescadores río abajo, Nick se había tropezado una y otra vez con truchas muertas, cubiertas de ese hongo blanco, detenidas en una roca o flotando tripa arriba en algún remanso. A Nick no le gustaba pescar con más gente en el río. A no ser que formaran parte de tu grupo, estropeaban la pesca.
Fue río abajo, con el agua más arriba de las rodillas, cruzó los cincuenta metros de agua poco profunda que quedaba por encima del montón de troncos atravesados en la corriente. No volvió a poner cebo en é1 anzuelo y lo sostuvo en la mano mientras caminaba. Estaba seguro de que en los bajíos cogería algunas truchas pequeñas, pero no las quería. A esa hora del día no habría truchas grandes en los bajíos.
De repente el agua le llegó a los muslos, y estaba fría. Delante de él estaba el agua tranquila y represada que quedaba por encima de los troncos. El agua era tersa y oscura; a la izquierda, la linde inferior del prado; a la derecha, el pantano.
Nick se echó hacia atrás contra la corriente y sacó un saltamontes del frasco. Enganchó el saltamontes al anzuelo y le escupió encima para dar buena suerte. A continuación sacó varios metros de sedal del carrete y arrojó el saltamontes a las aguas oscuras y rápidas. Se fue flotando hacia los troncos, y luego el peso del sedal se llevó el cebo bajo la superficie. Nick tenía la caña en la mano derecha y dejaba que el sedal se deslizara entre sus dedos.
Hubo una larga sacudida. Nick pegó un tirón y la caña cobró vida peligrosamente, se dobló, el sedal se tensó, salió del agua, se tensó, todo ello en un tirón fuerte, peligroso, constante. Nick se dio cuenta de que la hijuela se partiría si la tensión aumentaba y soltó sedal.
El carrete vibró en un chillido mecánico cuando el sedal se desenrolló velozmente. Demasiado de prisa. Nick no pudo controlar la velocidad a que salía, y el sonido que emitía el carrete se fue haciendo más agudo a medida que se soltaba sedal.
Ya con el alma del carrete asomando, el corazón casi detenido de la emoción, echándose hacia atrás contra la corriente que le subía helada por los muslos, Nick metió el pulgar de la mano izquierda en el carrete para sujetado. Resultaba incómodo meter el pulgar dentro de la estructura del carrete.
A medida que Nick ejercía presión, el sedal se tensaba y de repente quedó duro, y al otro lado de los troncos una enorme trucha salió del agua y saltó a gran altura. Cuando saltó, Nick bajó la punta de la caña. Pero al bajar la punta para mitigar la tensión sintió que de todos modos esta era demasiado grande; el sedal estaba demasiado duro. Naturalmente, la hijuela se había roto. Cuando el sedal dejaba de ser elástico y se volvía seco y duro no había lugar a dudas. Luego se aflojó.
Nick recogió el sedal con la boca seca y el corazón más lento. Nunca había visto una trucha tan grande. Había sentido su peso, una fuerza que no podía controlar, y luego había visto su mole al saltar. Parecía tan ancha como un salmón.
A Nick le temblaba la mano. Recogió sedal lentamente. Había sido demasiada emoción. Sintió una especie de mareo, y se dijo que sería mejor que se sentara.
La hijuela estaba rota por donde se ataba al anzuelo. Nick lo cogió con la mano. Pensó en la trucha, que ahora estaría en algún lugar del fondo, inmóvil sobre la grava, donde casi no llegaba luz, bajo los troncos, con el anzuelo clavado en la boca. Nick sabía que los dientes de la trucha cortarían el hilo del anzuelo. El anzuelo se le incrustaría en la mandíbula. Seguro que la trucha estaba de mal humor. Cualquier cosa de ese tamaño estaría enfadada. Eso era una trucha. Se había tragado un sólido anzuelo. Sólido como una roca. El animal también le había parecido una roca antes de escapar. Dios, qué grande era. Dios, nunca había oído hablar de una trucha tan grande.
.
Retorció los dedos de los pies dentro de los zapatos y sacó un cigarrillo del bolsillo de la pechera. Lo encendió y lanzó la cerilla dentro del agua veloz que pasaba por debajo de los troncos. Una diminuta trucha salió para coger la cerilla mientras esta daba vueltas en la rápida corriente. Nick se rió. Se acabaría el cigarrillo.
Se quedó sentado en el tronco, fumando, secándose al sol, un sol que le calentaba la espalda, el río poco profundo delante de él, allí donde se adentraba en el bosque, curvándose hacia el bosque, los bajíos, el centelleo de la luz, grandes rocas alisadas por el agua, cedros a lo largo de la ribera y abedules blancos, los troncos calientes al sol, lisos para sentarse, sin corteza, grises al tacto; lentamente le abandonó el sentimiento de decepción. Se apagó lentamente, el sentimiento de decepción que le había invadido de repente tras la emoción y le había dolorido los hombros. Ahora todo iba bien. Tenía la caña sobre los troncos. Nick ató un nuevo anzuelo a la hijuela, tensando la tripa hasta formar un fuerte nudo.
Colocó el cebo, a continuación cogió la caña y se encaminó hacia la otra punta de los troncos para meterse en el agua, allí donde no era demasiado profunda. Rebasados los troncos había un hondo remanso. Nick rodeó el banco de arena que había cerca de la orilla del pantano hasta que salió del lecho poco profundo del río.
A la izquierda, donde acababa el prado y comenzaba el bosque, había un gran olmo desarraigado. Arrancado en una tormenta, yacía horizontal en medio del bosque, las raíces con grumos de tierra y hierba creciendo en ellos, formando una sólida orilla junto al río. El río se desviaba hacia el borde del árbol desarraigado. Desde donde Nick se encontraba podía ver profundos canales, como surcos, que el flujo de la corriente formaba en el lecho menos profundo del río. Había guijarros donde él se encontraba, y guijarros y muchísimas rocas más allá; el lecho del río, donde se curvaba cerca de las raíces del árbol, estaba cubierto de marga, y entre los surcos de agua más profunda frondas de algas verdes se mecían en la corriente.
Nick balanceó la caña hacia atrás y hacia delante, y el sedal, curvándose hacia delante, proyectó el saltamontes y lo dejó en uno de los profundos canales que había entre las algas. Una trucha picó y Nick la enganchó.
Manteniendo la caña en dirección al árbol desarraigado y chapoteando hacia atrás en la corriente, Nick, con la caña doblada y vibrante, forcejeó con la trucha, que intentaba sumergirse, para sacarla del peligro de las algas y llevada a río abierto. Sujetando la caña, que se movía con fuerza contra la corriente, Nick fue recogiendo sedal. La trucha tiraba, pero estaba cada vez más cerca, la elasticidad de la caña resistía el tirón, a veces daba fuertes sacudidas bajo el agua, pero la caña la iba acercando. Las sacudidas habían llevado a Nick río abajo. Con la caña encima de su cabeza, llevó la trucha hasta la red y entonces la levantó.
La trucha colgaba pesada en la red, una trucha de dorso jaspeado y flancos plateados. Nick le quitó el anzuelo; flancos pesados, fácil de sujetar, una mandíbula inferior grande y protuberante; la dejó caer, palpitante, en el interior del largo saco que le colgaba de los hombros y se metía en el agua.
Nick abrió la boca del saco contra la corriente y lo llenó de agua. El saco se hizo pesado. Lo levantó, el fondo aún en el río, y el agua se derramó por los lados. En la parte inferior estaba la gran trucha, viva en el agua.
Nick avanzó corriente abajo. El saco iba delante de él y se hundía pesadamente en el agua, tirándole de los hombros.
Hacía calor sentía el sol caliente en la nuca.
Nick tenía una buena trucha. No le importaba coger muchas. Ahora el río era poco profundo y ancho. Había árboles en las dos riberas. Los de la ribera izquierda formaban breves sombras sobre la corriente al sol de mediodía. Nick sabía que había truchas en cada sombra. Por la tarde, después de que el sol hubiera avanzado hacia las colinas, las truchas estarían en las frías sombras que habría al otro lado del río.
Las más grandes se quedarían cerca de la orilla. Al menos en el río Black siempre se las podía pescar allí. Cuando el sol estaba bajo todas se incorporaban a la corriente. Justo cuando el sol formaba un resplandor cegador en el agua, antes de ponerse, podías encontrar una trucha grande en cualquier lugar de la corriente. Entonces era casi imposible pescar, pues la superficie del agua era tan cegadora como un espejo al sol. Naturalmente podías pescar río arriba, pero en un río como el Black, o como en el que estaba ahora, tenías que andar contracorriente y en una zona profunda, y el agua te cubría cada vez más. Con esa corriente no era divertido pescar río arriba.
Nick avanzó por la extensión de bajíos atento a las rebalsa s profundas de las riberas. Un abedul crecía muy cerca del río, de manera que las ramas caían sobre el agua. La corriente retrocedía al dar contra las hojas. Siempre había truchas en un lugar así.
Nick no quería pescar en esa rebalsa. Estaba seguro de que el anzuelo se le engancharía en las ramas.
Parecía un lugar bastante profundo. Soltó el saltamontes para que la corriente se lo llevara bajo el agua, hasta quedar bajo la rama que colgaba. El sedal pegó una fuerte sacudida y Nick tiró. La trucha se retorcía con fuerza, medio fuera del agua entre las hojas y ramas. El sedal se había enganchado. Nick tiró con fuerza y la trucha se soltó. Enrolló el sedal, y sosteniendo el anzuelo en la mano, siguió río abajo.
Delante, cerca de la orilla izquierda, había un gran tronco. Nick vio que estaba hueco; apuntaba río arriba y la corriente entraba en él tersa, y solo unas breves ondas se extendían a cada lado del tronco. El agua se hacía más profunda. La parte superior del tronco hueco estaba gris y seca. Quedaba en parte a la sombra.
Nick sacó el corcho del frasco de saltamontes y uno se quedó pegado a él. Lo sacó, lo enganchó al anzuelo y lo lanzó. Mantuvo la caña lo bastante lejos para que el saltamontes, sobre la superficie del agua, siguiera la corriente que se metía en el tronco hueco. Nick bajó la caña y el saltamontes quedó flotando. Hubo una fuerte sacudida. Nick reaccionó haciendo oscilar la caña. Era como si hubiera enganchado el mismísimo tronco, solo que al otro extremo de la caña había algo vivo.
Intentó sacar el pez y meterlo en la corriente. Cedió, pesadamente.
El sedal se aflojó y Nick pensó que la trucha se había ido. Entonces la vio, muy cerca, en la corriente, sacudiendo la cabeza, intentando sacarse el anzuelo. Tenía la boca completamente cerrada. Luchaba contra el anzuelo en la clara corriente.
Enganchando el sedal con la mano izquierda, Nick hizo oscilar la caña para que el sedal se tensara, e intentó llevar la trucha hacia la red, pero había desaparecido, y el sedal seguía dando fuertes sacudidas. Nick luchó con la trucha corriente arriba, dejándola que azotara el agua y se enfrentara a la elasticidad de la caña. Se pasó la caña a la izquierda, llevando la trucha río arriba, aguantando su peso, luchando con la caña, ya continuación la dejó caer en la red. La levantó fuera del agua, era un pesado semicírculo en la red, la red goteaba, le quitó el anzuelo y la metió en el saco.
Abrió la boca del saco, miró en el interior y vio dos grandes truchas vivas en el agua.
A través de un agua cada vez más profunda, Nick se acercó al tronco hueco. Se quitó el saco por encima de la cabeza, las truchas se agitaron cuando salieron del agua. Lo colgó de tal manera que las truchas quedaran perfectamente sumergidas en el agua. A continuación se subió a lo alto del tronco y se sentó, el agua de los pantalones y los zapatos regresó al río. Dejó la caña, se deslizó a la zona en sombra del tronco y sacó los sándwiches del bolsillo. Mojó los sándwiches en el agua fría. La corriente se llevó las migas. Se comió los sándwiches y sacó el sombrero lleno de agua para beber, el agua desbordándose del sombrero justo antes de que bebiera.
A la sombra, sentado en el tronco, se estaba fresco. Sacó un cigarrillo y frotó una cerilla para encenderlo. La cerilla se hundió en la madera gris, formando un finísimo surco. Nick se inclinó a un lado del tronco, encontró una parte dura y frotó la cerilla. Se sentó a fumar y a mirar el río.
Delante, el río se estrechaba y se adentraba en un pantano. La corriente se volvía lisa y profunda y el pantano se veía tupido de cedros con los troncos muy juntos, las ramas tupidas. Sería imposible caminar por un pantano como ese. Las ramas crecían muy bajas. Para poderte mover deberías mantenerte casi al nivel del suelo. No podrías adentrarte en la maleza. Probablemente por eso los animales que vivían en los pantanos eran como eran, se dijo Nick.
Pensó que ojalá se hubiera llevado algo para leer. Le apetecía leer. No le apetecía adentrarse en el pantano. Miró el río. Un cedro enorme se inclinaba cruzándolo a lo ancho. Más allá de ese árbol el río se adentraba en el pantano.
Nick no quería meterse ahí ahora. Sentía aversión a andar con el agua por las axilas para pescar truchas grandes en lugares donde era imposible sacadas a tierra. En los pantanos las riberas eran peladas, los grandes cedros se entrelazaban sobre la cabeza de uno, el sol no pasaba, solo a retazos; en las aguas rápidas y profundas, a la media luz, la pesca sería trágica. En los pantanos la pesca era una aventura trágica. No era algo que Nick deseara. Por hoy no deseaba seguir río abajo.
Sacó el cuchillo, lo abrió y lo clavó en el tronco. Luego levantó el saco, metió la mano y sacó una de las truchas. Sujetándola cerca de la cola, con dificultad, viva en su mano, la golpeó contra el tronco. La trucha se estremeció y se quedó rígida. Nick la colocó encima del tronco, a la sombra, y le rompió el cuello a la otra del mismo modo. Las colocó la una junto a la otra sobre el tronco. Eran unas truchas estupendas.
Nick las limpió, abriéndolas desde el ano a la punta de la mandíbula. Las entrañas, las agallas y la lengua salieron de una sola pieza. Las dos eran machos; largas tiras de lecha de un color blanco grisáceo, tersas y limpias. Las entrañas salieron todas juntas, limpias y compactas. Nick lanzó los despojos a la orilla para que se los comieran los visones.
Lavó las truchas en el río. Cuando las sacó del agua parecían vivas. Todavía no habían perdido el color. Se lavó las manos y se las secó en el tronco. A continuación colocó las truchas en el saco, extendido sobre el tronco, las envolvió, ató el fardo y las colocó en la red de mano. Todavía tenía el cuchillo clavado en el tronco. Lo limpió en la madera y se lo metió en el bolsillo.
Nick se puso en pie sobre el tronco, sujetando la caña, la red de mano colgándole pesada, a continuación se metió en el agua y se dirigió a la orilla. Trepó a la ribera y se dirigió al bosque, hacia terreno elevado. Regresaba al campamento. Volvió la vista atrás. El río apenas asomaba entre los árboles. Le quedaban aún muchos días para ir a pescar al pantano.
GABRIEL GARCIA MARQUEZ
EL PAÍS, España, Julio 29, 1981
http://www.elpais.com/articulo/opinion/HEMINGWAY/_ERNEST_/ESCRITOR/Hemingway/personal/elpepiopi/19810729elpepiopi_12/Tes/
Lo reconocí de pronto, paseando con su esposa, Mary WeIsh, por el bulevar de Saint Michel, en París, un día de la lluviosa primavera de 1957. Caminaba por la acera opuesta en dirección del jardín de Luxemburgo, y llevaba unos pantalones de vaquero muy usados, una camisa de cuadros escoceses y una gorra de pelotero. Lo único que no parecía suyo eran los lentes de armadura metálica, redondos y minúsculos, que le daban un aire de abuelo prematuro. Había cumplido 59 años, y era enorme y demasiado visible, pero no daba la impresión de fortaleza brutal que sin duda el hubiera deseado, porque tenía las caderas estrechas y las piernas un poco escuálidas sobre sus bastos. Parecía tan vivo entre los puestos de libros usados y el torrente juvenil de la Sorbona que era imposible imaginarse que le faltaban apenas cuatro años para morir.
Por una fracción de segundo -como me ha ocurrido siempre me encontré dividido entre mis dos oficios rivales. No sabía si hacerle una entrevista de Prensa o sólo atravesar la avenida para expresarle mi admiración sin reservas. Para ambos propósitos, sin embargo, había el mismo inconveniente grande: yo hablaba desde entonces el mismo inglés rudimentario que seguí hablando siempre, y no estaba muy seguro de su español de torero. De modo que no hice ninguna de las dos cosas que hubieran podido estropear aquel instante. sino que me puse las manos en bocina, como Tarzán en la selva, y grité de una acera a la otra: «Maeeeestro». Ernest Hemingway comprendió que no podía haber otro maestro entre la muchedumbre de estudiantes, y se volvió con la mano en alto, y me gritó en castellano con una voz un tanto pueril: «Adioooos, amigo». Fue la única vez que lo vi.
Yo era entonces un periodista de veintiocho años, con una novela publicada y un premio literario en Colombia, pero estaba varado y sin rumbo en París. Mis dos maestros mayores eran los dos novelistas norteamericanos que parecían tener menos cosas en común. Había leído todo lo que ellos habían publicado hasta entonces, pero no como lecturas complementarlas, sino todo lo contrario: como dos formas distintas y casi excluyentes de concebir la literatura. Uno de ellos era William Faulkner, a quien nunca vi con estos ojos y a quien sólo puedo imaginarme como el granjero en mangas de camisa que se rascaba el brazo junto a dos perritos blancos, en el retrato célebre que le hizo Cartier Bresson. El otro era aquel hombre efímero que acababa de decirme adiós desde la otra acera, y me había dejado la impresión de que algo había ocurrido en mi vida, Y que había ocurrido para siempre.
No sé quién dijo que los novelistas leemos las novelas de los otros sólo para averiguar cómo están escritas. Creo que es cierto. No nos conformamos con los secretos expuestos en el frente de la página, sino que la volteamos al revés, para descifrar las costuras. De algún modo imposible de explicar desarmamos el libro en sus piezas esenciales y lo volvemos a armar cuando ya conocemos los misterios de su relojería personal. Esa tentativa es descorazonadora en los libros de Faulkner, porque éste no parecía tener un sistema orgánico para escribir, sino que andaba a ciegas por su universo bíblico como un tropel de cabras sueltas en una cristalería. Cuando se logra desmontar una página suya, uno tiene la impresión de que le sobran resortes y tornillos y que será imposible devolverla otra vez a su estado original. Hemingway, en cambio, con menos inspiración, con menos pasión y menos locura, pero con un rigor lúcido, dejaba sus tornillos a la vista por el lado de fuera, como en los vagones de ferrocarril. Tal vez por eso Faulkner es un escritor que tuvo mucho que ver con mi alma, pero Hemingway es el que más ha tenido que ver con mi oficio.
No sólo por sus libros, sino por su asombroso conocimiento del aspecto artesanal de la ciencia de escribir. En la entrevista histórica que le hizo el periodista Georges Plimpton para París Review enseñé para siempre -contra el concepto romántico de la creación- que la comodidad económica y la buena salud son convenientes para escribir, que una de las dificultades mayores es la de organizar bien las palabras, que es bueno releer los propios libros cuando cuesta trabajo escribir para recordar que siempre fue difícil, que se puede escribir en cualquier parte siempre que no haya visitas ni teléfono, y, que no es cierto que el periodismo acabe con el escritor, como tanto se ha dicho, sino todo lo contrario, a condición de que se abandone a tiempo. «Una vez que escribir se ha convertido en el vicio principal y el mayor placer -dijo-, sólo la muerte puede ponerle fin». Con todo, su lección que el descubrimiento de que el trabajo de cada día sólo debe interrumpirse cuando ya se sabe cómo se va a empezar al día siguiente. No creo que se haya dado jamás un consejo más útil para escribir. Es, ni más ni menos, el remedio absoluto contra el fantasma más temido de los escritores: la agonía matinal frente a la página en blanco.
Toda la obra de Hemingway demuestra que su aliento era genial, pero de corta duración. Y es comprensible. Una tensión interna como la suya, sometida a un dominio técnico tan severo, es insostenible dentro del ámbito vasto y azaroso de una novela. Era una condición personal, y el error suyo fue haber intentado rebasar sus límites espléndidos. Es por eso que todo lo superfluo se nota más en él que en otros escritores. Sus novelas parecen cuentos desmedidos a los que les sobran demasiadas cosas. En cambio, lo mejor que tienen sus cuentos es la impresión que causan de que algo les quedó faltando, y es eso precisamente lo que les confiere su misterio y su belleza. Jorge Luis Borges, que es uno de los grandes escritores de nuestro tiempo, tiene los mismos límites, pero ha tenido la inteligencia de no rebasarlos.
Un solo disparo de Francos Macomber contra el león enseña tanto como una lección de cacería, pero también como un resumen de la ciencia de escribir. En algún cuento suyo escribió que un toro de lidia, después de pasar rozando el pecho del torero, se revolvió «como un gato volteando una esquina». Creo, con toda humildad, que esa observación es una de las tonterías geniales que sólo son posibles en los escritores más lúcidos. La obra de Hemingway está llena de esos hallazgos simples y deslumbrantes, que demuestran hasta qué punto se ciñó a su propia definición de que la escritura literaria -como el iceberg- sólo tiene validez si está sustentada debajo del agua por los siete octavos de su volumen.
Esa conciencia técnica será sin duda la causa de que Hemingway no pase a la gloria por ninguna de sus novelas, sino por sus cuentos más estrictos. Hablando de Por quién doblan las campanas, él mismo dijo que no tenía un plan preconcebido para componer el libro, sino que lo inventaba cada día a medida que lo iba escribiendo. No tenía que decirlo: se nota. En cambio, sus cuentos de inspiración instantánea son invulnerables. Como aquellos tres que escribió en la tarde de un 16 de mayo en una pensión de Madrid, cuando una nevada obligó a cancelar la corrida de toros de la feria de San Isidro. Esos cuentos -según él mismo le contó a George Plimpton- fueron “Los asesinos”, “Diez indios” y “Hoy es viernes”, y los tres son magistrales.
Dentro de esa línea, para mi gusto, el cuento donde mejor se condensan sus virtudes es uno de los más cortos: “Un gato bajo la lluvia”. Sin embargo, aunque parezca una burla de su destino, me parece que su obra más hermosa y humana es la menos lograda: Al otro lado del río y entre los árboles. Es, como él mismo reveló, algo que comenzó por ser un cuento y se extravió por los manglares de la novela. Es difícil entender tantas grietas estructurales y tantos errores de mecánica literaria en un técnico tan sabio, y unos diálogos tan artificiales y aun tan artificiosos en uno de. los más brillantes orfebres de diálogos de la historia de las letras. Cuando el libro se publicó, en 1950, la crítica fue feroz. Porque no fue certera. Hemingway se sintió herido donde más le dolía, y se defendió desde La Habana con un telegrama pasional que no pareció digno de un autor de su tamaño. No sólo era su, mejor novela, sino también la más suya, pues había sido escrita en los albores de un otoño incierto, con las nostalgias irreparables de los años vividos y la premonición nostálgica de los pocos años que le quedaban por vivir. En ninguno de sus libros deja tanto de sí mismo ni consiguió plasmar con tanta belleza y tanta ternura el sentimiento esencial de su obra y de su vida: la inutilidad de la victoria. La muerte de su protagonista, de apariencia tan apacible y natural, era la prefiguración cifrada de su propio suicidio.
Cuando se convive por tanto tiempo con la obra de un escritor, y de este modo tan intenso y entrañable, uno termina sin remedio por revolver su ficción con su realidad. He pasado muchas horas de muchos días leyendo en aquel café de la Place de Saint Michel que él consideraba bueno para escribir, porque le parecía simpático, caliente, limpio y amable, y siempre he esperado encontrar otra vez a la muchacha que él vio entrar una tar de de vientos helados, que era muy bella y diáfana, con el pelo cortado en diagonal, como un ala de cuervo. «Eres mía y París es mío», escribió para ella, con ese inexorable poder de apropiación que tuvo su literatura. Todo lo que describió, todo instante que fue suyo, le sigue perteneciendo. para siempre. No puedo pasar por el número 12 de la calle del Odeón, en París, sin verlo a él conversando con Sylvia Beach en una librería que ya no es la misma, ganando tiempo hasta que fueran las seis de la tarde por si acaso llegaba James Joyce. En las praderas de Kenya, con sólo mirarlas una vez, se hizo dueño de sus búfalos y sus leones, y de los secretos más intrincados del arte de cazar. Se hizo dueño de toreros y boxeadores, de artistas y pistolero que sólo existieron por un instante, mientras fueron suyos. Italia, España, Cuba, medio mundo está lleno de los sitios de los cuales se apropió con sólo mencionarlos. En Cojímar, un pueblecito cerca de La Habana donde vivía el pescador solitario de El viejo y el mar, hay un templete conmemorativo de su hazaña con un busto de Hemingway pintado con barniz de oro. En Finca Vigía, su refugio cubano donde vivió hasta muy poco antes de morir, la casa está intacta entre los árboles sombríos, con sus libros disímiles, sus trofeos de caza, su atril de escribir, sus enormes zapatos de muerto, las incontables chucherías de la vida y del mundo entero que fueron suyas hasta su muerte, y que siguen viviendo sin él con el alma que les infundió por la sola magia de su dominio. Hace unos años entré en el automóvil de Fidel Castro -que es un empecinado lector de literatura- y vi en el asiento un pequeño libro empastado en cuero rojo. «Es el maestro Hemingway», me dijo. En realidad, Hemingway sigue estando donde uno menos se lo- imagina -veinte años después de muerto-, tan persistente y a la vez tan efimero como aquella mañana, que quizá fue de mayo, en que me dijo adiós, amigo, desde la acera opuesta del bulevar de Saint Michel.
Copyright 1981. Gabriel García Márquez-ACI
http://www.elinterpretador.net/33CeciliaEraso-ElCorazonEnElRio.html
*** La teoría del iceberg y la práctica de la alusión en en los cuentos de Ernest Hemingway y de Francisco Coloane
Acta Literaria , http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/237/23703208.pdf
FRAGMENTO
Con especial referencia al cuento de EH “El gran río de los dos corazones”* - El gran río Two-Hearted* - (“Big two-hearted river”), págs 102 y 103 que a continuación se copian:
Pág. 102
… . La Tierra del Fuego y la Patagonia son tierras de acogida para los marginales del mundo. Sin embargo, la perspectiva es diferente según Hemingway o Coloane. Nick Adams es el personaje que enfatiza a través de su aprendizaje de la vida la esencia del vagabundeo. Pierde por capas su inocencia, de "Indian Camp" a "Big Two-Hearted River" para finalmente encontrar algunas respuestas. En la obra de Coloane, cuentos como "La botella de caña" o "El Australiano" ilustran cómo la tierra es la que acoge y produce el vagabundeo y la marginalidad. El vagabundeo, como temática recurrente y significativa, está reivindicada por las alusiones en los cuentos. Se divide en dos movimientos: la huida y la búsqueda. La huida implica el movimiento (circular y vertical), el rechazo (modernidad, decadencia) y la marginalidad. La búsqueda puede separarse en dos planos: ontológico y literario. En el plano ontológico aparece una reflexión sobre el orden del mundo y la comunión con la naturaleza. Del punto de vista literario, la búsqueda engendra una reflexión sobre la escritura y el lenguaje. Este último punto se refleja esencialmente en Hemingway. Estudiemos ahora, "Big TwoHearted River" de Hemingway y "Tierra del Fuego" de Coloane.
Hemingway es el especialista de la ambigüedad y del juego de pistas. La alusión reviste varias formas en su obra pero es preferentemente implícita. La alusión se percibe por el progresivo establecimiento de una codificación a veces desconocida del lector o de una ritualización. En el cuento de Hemingway, el personaje principal, Nick Adams, se pasea en la naturaleza con el afán de pescar. Aparentemente, nada parece sugerir un sentido oculto. Sin embargo, la imagen repetida del pantano como lugar peligroso y temible impulsa la determinación de otra realidad oculta bajo las aguas de la ciénaga. Nick Adams efectúa una huida disfrazada de paseo. La alusión se desenvuelve a través de la disimulación de una herida desconocida y difundida. El título, "Big Two-Hearted River", representa la imagen de un corazón dividido aplicable al rio pero también al propio corazón de Nick, fraccionado entre el miedo y la voluntad de ser feliz.
Beyond that the river went into the swamp. Nick did not want to go in there now. He felt a reaction against deep wading with the water deepening up under his armpits, to hook big trout in places impossible to land them. In the swamp the banks were bare, the big cedars come together overhead, the sun did not come through, except in patches: in the fast deep water, in the half light. the fishing would be tragic. In the swamp fishing was a tragic adventure. Nick did not want it. He did not want to go down the stream any further today (Hemingway, 1987: 180 http://www.olearyweb.com/classes/english10012/readings/twohearted.html ) 3.
(3 "Más allá, el río entraba en el pantano. Nick no quería ir allá ahora. No le gustaba vadear con el agua escurriéndose bajo sus sobacos, para enganchar grandes truchas en lugares imposibles para pescarlas. En el pantano las orillas estaban desoladas, los grandes cedros opacaban la luz, el sol no podía penetrar, o solo con rayos difusos; en la corriente rápida, en la semioscuridad, la pesca seda trágica. En el pantano, pescar era una aventura trágica. Nick no quería. No quería más aventurarse en el arroyo por hoy día" (mi traducción).)
Pág. 103
En el extracto se puede distinguir la aparente sencillez y casi pueril lenguaje usado por el narrador. El narrador es al mismo tiempo observador y conciencia de Nick, intuye todo lo que siente. La naturaleza es el exacto espejo simbólico de lo que vivió Nick y de lo que quiere huir y purificar. Cada elemento se puede asimilar al estado de ánimo de Nick. La imagen del pantano trae la idea de su malestar profundo. Sus aguas negras y viscosas representan la parte sumergida del iceberg. El lector vislumbra un segundo plano. Pero no lo puede determinar al menos que lea la totalidad de las andanzas anteriores de Nick. Se puede deducir una alusión simbólica y autoalusiva reflejada en el margen del lenguaje. El pantano alude a la guerra, más precisamente al fango de las tranqueras cavadas por los soldados de la Primera Guerra Mundial. Nick mezcla así dos realidades, lo presente y lo pasado, el paraíso y el infierno, pero no logra completamente curar su herida. En el apellido de Nick mismo, Adams, se percibe la alusión al hombre original y su caída. El lector tiene entonces la difícil tarea de encontrar por sí mismo lo esencial. El escritor no le da nada, sólo pistas. La alusión está totalmente agazapada, nada deja presagiar estrictamente la doble lectura. El lector tiene que investigar y vagabundear al acecho de su sentido. Su descubrimiento convierte el paseo de Nick en un vagabundeo catártico. El vagabundeo se divide en dos movimientos aqui: el del personaje buscando una felicidad perdida y el del lector tratando de descifrar, gracias a la alusión, la razón de esta búsqueda.
*** "....El día que Hemingway ganó el premio Nobel de literatura, Ítalo Calvino escribió que hubo un tiempo en que para él, Hemingway era un dios, pero enseguida descubrió sus límites y sus defectos: "Su mundo poético y su estilo (…) resultaron ser estrechos, con tendencia a terminar en manierismo, y su vida –y filosofía de la vida– de cruento turismo empezó a inspirarme desconfianza e incluso aversión y disgusto". Calvino decía que Hemingway "escribe seco" y que no podía soportar su lirismo, como el de Las nieves del Kilimanjaro (lo peor que ha escrito, para el italiano). Por otro lado, Calvino elogia cuentos como el de El gran río Two-Hearted –incluido en esta antología- donde explica el relato de lo que hace un hombre que sale a pescar solo: "Nada más que una desnuda lista de gestos, rápidas y límpidas imágenes de paso, y alguna anotación genérica, poco convincente, de estado de ánimo como "Era realmente feliz". Es un cuento tristísimo…". http://www.lavanguardia.es/lv24h/20070629/51368932343.html
+++
http://www.psicofxp.com/forums/taller-de-escritura-juegos-y-consignas.585/453384-tesis-sobre-el-cuento-los-hilos.html
I
En uno de sus cuadernos de notas, Chejov registró esta anécdota: "Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida". La forma clásica del cuento está condensada en el núcleo de ese relato futuro y no escrito.
Contra lo previsible y convencional (jugar-perder-suicidarse), la intriga se plantea como una paradoja. La anécdota tiende a desvincular la historia del juego y la historia del suicidio. Esa escisión es clave para definir el carácter doble de la forma del cuento.
Primera tesis: un cuento siempre cuenta dos historias.
II
El cuento clásico (Poe, Quiroga) narra en primer plano la historia 1 (el relato del juego) y construye en secreto la historia 2 (el relato del suicidio). El arte del cuentista consiste en saber cifrar la historia 2 en los intersticios de la historia 1. Un relato visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y fragmentario.
El efecto de sorpresa se produce cuando el final de la historia secreta aparece en la superficie.
III
Cada una de las dos historias se cuenta de un modo distinto. Trabajar con dos historias quiere decir trabajar con dos sistemas diferentes de causalidad. Los mismos acontecimientos entran simultáneamente en dos lógicas narrativas antagónicas. Los elementos esenciales del cuento tienen doble función y son usados de manera distinta en cada una de las dos historias. Los puntos de cruce son el fundamento de la construcción.
IV
En "La muerte y la brújula" , al comienzo del relato, un tendero se decide a publicar un libro. Ese libro está ahí porque es imprescindible en el armado de la historia secreta. ¿Cómo hacer para que un gángster como Red Scharlach esté al tanto de las complejas tradiciones judías y sea capaz de tenderle a Lönnrott una trampa mística y filosófica? El autor, Borges, le consigue ese libro para que se instruya. Al mismo tiempo utiliza la historia 1 para disimular esa función: el libro parece estar ahí por contigüidad con el asesinato de Yarmolinsky y responde a una casualidad irónica. "Uno de esos tenderos que han descubierto que cualquier hombre se resigna a comprar cualquier libro publicó una edición popular de la Historia de la secta de Hasidim." [ Ver documento: La Muerte y la Brújula ] Lo que es superfluo en una historia, es básico en la otra. El libro del tendero es un ejemplo (como el volumen de Las mil y una noches en "El Sur"[ Ver documento: El Sur ], como la cicatriz en "La forma de la espada") de la materia ambigua que hace funcionar la microscópica máquina narrativa de un cuento.
V
El cuento es un relato que encierra un relato secreto.
No se trata de un sentido oculto que dependa de la interpretación: el enigma no es otra cosa que una historia que se cuenta de un modo enigmático. La estrategia del relato está puesta al servicio de esa narración cifrada. ¿Cómo contar una historia mientras se está contando otra? Esa pregunta sintetiza los problemas técnicos del cuento.
Segunda tesis: la historia secreta es la clave de la forma del cuento.
VI
La versión moderna del cuento que viene de Chéjov, Katherine Mansfield, Sherwood Anderson, el Joyce de Dublineses, abandona el final sorpresivo y la estructura cerrada; trabaja la tensión entre las dos historias sin resolverla nunca. La historia secreta se cuenta de un modo cada vez más elusivo. El cuento clásico a lo Poe contaba una historia anunciando que había otra; el cuento moderno cuenta dos historias como si fueran una sola.
La teoría del iceberg de Hemingway es la primera síntesis de ese proceso de transformación: lo más importante nunca se cuenta. La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión.
VII
"El gran río de los dos corazones", uno de los relatos fundamentales de Hemingway, cifra hasta tal punto la historia 2 (los efectos de la guerra en Nick Adams), que el cuento parece la descripción trivial de una excursión de pesca. Hemingway pone toda su pericia en la narración hermética de la historia secreta. Usa con tal maestría el arte de la elipsis que logra que se note la ausencia de otro relato.
¿Qué hubiera hecho Hemingway con la anécdota de Chejov? Narrar con detalles precisos la partida y el ambiente donde se desarrolla el juego, y la técnica que usa el jugador para apostar, y el tipo de bebida que toma. No decir nunca que ese hombre se va a suicidar, pero escribir el cuento como si el lector ya lo supiera.
http://www.avizora.com/publicaciones/reportajes_y_entrevistas/textos_0002/0033_ricardo_piglia.htm
VIII
Kafka cuenta con claridad y sencillez la historia secreta y narra sigilosamente la historia visible hasta convertirla en algo enigmático y oscuro. Esa inversión funda lo "kafkiano".
La historia del suicidio en la anécdota de Chejov sería narrada por Kafka en primer plano y con toda naturalidad. Lo terrible estaría centrado en la partida, narrada de un modo elíptico y amenazador.
IX
Para Borges, la historia 1 es un género y la historia 2 es siempre la misma. Para atenuar o disimular la monotonía de esta historia secreta, Borges recurre a las variantes narrativas que le ofrecen los géneros. Todos los cuentos de Borges están construidos con ese procedimiento.
La historia visible, el cuento, en la anécdota de Chejov, sería contada por Borges según los estereotipos (levemente parodiados) de una tradición o de un género. Una partida de taba entre gauchos perseguidos (digamos) en los fondos de un almacén, en la llanura entrerriana, contada por un viejo soldado de la caballería de Urquiza, amigo de Hilario Ascasubi. El relato del suicidio sería una historia construida con la duplicidad y la condensación de la vida de un hombre en una escena o acto único que define su destino.
X
La variante fundamental que introdujo Borges en la historia del cuento consistió en hacer de la construcción cifrada de la historia 2 el tema del relato. Borges narra las maniobras de alguien que construye perversamente una trama secreta con los materiales de una historia visible. En "La muerte y la brújula", la historia 2 es una construcción deliberada de Scharlach. Lo mismo ocurre con Azevedo Bandeira en "El muerto", con Nolam en "Tema del traidor y del héroe".
Borges (como Poe, como Kafka) sabía transformar en anécdota los problemas de la forma de narrar.
XI
El cuento se construye para hacer aparecer artificialmente algo que estaba oculto. Reproduce la búsqueda siempre renovada de una experiencia única que nos permita ver, bajo la superficie opaca de la vida, una verdad secreta. "La visión instantánea que nos hace descubrir lo desconocido, no en una lejana tierra incógnita, sino en el corazón mismo de lo inmediato", decía Rimbaud.
Esa iluminación profana se ha convertido en la forma del cuento.
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En esencia, lo que hace el minicuento de seis palabras que, erróneamente o no, se adjudica a Hemingway no es tan distinto de lo que Piglia observa en “El gran río de los dos corazones”, otro de los relatos fundamentales de Hemingway. En su superficie, el texto parece la descripción trivial de una excursión de pesca, pero detrás está la segunda historia: los efectos de la guerra en Nick Adams.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-3755-2007-04-16.html
"Entre los 49 cuentos de Hemingway, uno de los más típicos es The Big Two-hearted River (El gran río de los dos corazones), que consiste en un resumen ...
http://en.wikipedia.org/wiki/Big_Two-Hearted_River
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http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/torres_carlos/ernest_hemingway.htm
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http://en.wikipedia.org/wiki/Big_Two-Hearted_River
The Big Two-Hearted River. Ernest Hemingway
http://www.olearyweb.com/classes/english10012/readings/twohearted.html
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http://labarbarie.com.ar/2006/los-mejores-cuentos-del-mundo-segunda-entrega/
Hay más razones para leer Hemingway. Entre ellas, están sus montañas y sus bosques.
Ellos están presente en “El gran río de dos corazones”. En éste cuento, Nick Adams ha vuelto de la primera guerra mundial y se va a acampar, solo, en los bosques de su niñez. De Nick no sabemos nada, salvo que ha regresado de la primera guerra mundial, que se va de campamento porque esto le permite “dejar atrás las necesidades, necesidad de pensar, necesidad de escribir.” Cuando Nick baja del tren, encuentra que el pueblo que recordaba ha sido totalmente quemado en un incendio forestal y sólo ve ruinas calcinadas. Pero igual sigue caminando. En el resto del cuento (que es el más largo de Hemingway) camina hasta el río el río Dos Corazones, pone la carpa, hace un fuego, come, pesca, duerme, vuelve a pescar, vuelve a comer. La narración en sí es casi monótona, no hay más minuciosas descripciones de las tareas que Nick lleva a cabo: como hace un sándwich de cebolla, como pone un anzuelo, como destripa una trucha.
Muchos críticos resaltan que lo importante de éste, como los otros cuentos de Hemingway, es lo que no dice. Lo que no está dicho es el trauma de la guerra, el trauma gemelo de volver al hogar y encontrar que éste ya no existe, el temor que Nick siente frente a la ciénaga en donde el río desemboca (en esta, los cedros tapan el sol). Todo esto es, por supuesto, cierto. Pero en este cuento es igualmente importante lo que está presente. Lo que el cuento relata es cómo son un bosque y un río y el tipo de paz que uno encuentra yéndose a acampar en ellos por varios días, sin encontrar ni hablar con nadie. Este cuento consigue atrapar una clase especial de belleza, apenas tocada por la melancolía, que muy pocas veces la literatura ha reclamado para sí.
Hemingway logra este efecto, paradójicamente, dejando las grandes descripciones concentrándose en la minucias de un campamento. Y es esto lo que da al cuento su tremendo efecto de verdad. El río está donde debe estar, detrás de un prado con pasto húmedo, en el cuál Nick se moja los pantalones. Nick arma el campamento tal cual se arma un campamento. Hemingway describe cómo las truchas saltan justo antes de que se ponga el sol, y es verdad que la hora del crepúsculo es la hora donde las truchas comienzan a saltar y cuándo se pesca mejor. De hecho, la hora del crepúsculo es la hora más hermosa del bosque. Justo antes de ponerse el sol, en el bosque, ocurre que siempre se calma el viento (me gustaría saber por qué) y todo alrededor se pone en calma. Entonces, en el río o en el lago comienzan a saltar las truchas y sobre él salen a dar vueltas las golondrinas, cazando mosquitos al vuelo. De campamento, esta es la hora justa para ponerse un abrigo, encender un fuego, y quedarse mirando como salen, una por una, las estrellas.
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http://online.wsj.com/article/SB121867901295739435.html?mod=opinion_journal_leisure_art
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http://nihil.com.ar/2008/10/durmiendo-con-fantasmas.html
Salvando las distancia, este fragmento condensa la violencia de lo no dicho y del destino posible de esos padres y recuerda a Río de dos corazones, el cuento de Hemingway en el que Nick Adams expresa la violencia descarnada del paso de la guerra sobre su cuerpo en el descuartizamiento de un pescado:
Sacó el cuchillo, lo abrió y lo clavó en el tronco. Luego recogió la bolsa, metió la mano y sacó una de las truchas. La sostuvo de la cola, pero era difícil asirla porque estaba viva, y la mató de un golpe contra el tronco. La trucha se quedó rígida. Nick la puso sobre el tronco en la sombra y mató al otro pez de la misma manera. Las puso lado a lado sobre el tronco. Eran dos truchas hermosas.
Nick las limpió, haciendo un tajo de extremo a extremo. Sacó las entrañas, las agallas y la lengua, todas en una sola pieza. Las dos eran machos. Nick tiró los despojos hacia la orilla para que los encontraran los visones.
(E. Hemingway, Nick Adams, Emecé 1974, p.201)
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Gracias Grabiel por tu generosidad, por tu acuciosidad,
ResponderEliminarpor poner en el blog el cuento, y por todo el trabajo que te tomas cuidando la literatura y difundiéndola.
Un abrazo,
Ana María
Gracias por compartir este excelente cuento.
ResponderEliminarMe ha resultado muy útil, muchas gracias.
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