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El enigma de la partida
Por Leonardo
Valencia , @leonardvalencia
Diario
EL UNIVERSO, Guayaquil, Ecuador. 11 de
febrero, 2014 http://www.eluniverso.com/opinion/2014/02/11/nota/2169846/enigma-partida
¿Por qué
alguien se marcha de su país? Dejemos al lado, por un momento, las causas
explícitas: crisis económica, persecución política, o la más radical de todas,
la del exilio por la guerra. Dejemos también las razones de estudio, de nuevos
trabajos, incluso las sentimentales. Puestas al margen, ¿habría otra razón por
la que alguien se marcha no solo de un país, sino incluso de una ciudad a otra?
¿No será que estas personas responden a un temperamento particular? Kipling
afirmaba en uno de sus ensayos que, a fin de cuentas, hay dos tipos de hombres:
los que se quedan en casa y los que no. Y remataba: los más interesantes son
los que se marchan. Por supuesto, las palabras de Kipling no hay que tomarlas
como una respuesta. Como en todo gran narrador, lo que dice no resuelve un
problema sino que abre posibles historias, es un detonante de la imaginación y
de la crítica. De esas líneas podrían escribirse dos tipos de literatura: una
que siga el recorrido inmóvil de quien no se marchó de casa, y otra que rastree
la vida del que se marchó. He escrito novelas y cuentos sobre ambos temas. Lo
que creo haber descubierto es que ningún hombre es superior a otro, ni el que
se queda ni el que se marcha, pero todos –aquí o allá– pasan por el mismo
problema: el paso del tiempo. Kipling tenía razón: quien se marcha es el más
interesante porque a la larga todos nos marcharemos.
Volvamos
al principio. Las razones de la marcha pueden ser infinitesimales, una suma y
combinatoria de factores dispersos que generan un indescifrable impulso nómada.
Una de las meditaciones más sugerentes sobre la marcha es la de Naipaul en El
enigma de la llegada. El título, lo revela el mismo Naipaul, se inspira en el
de un cuadro de Giorgio de Chirico, enigmático como todos los cuadros de este
pintor, donde vemos una ciudad de estilo clásico, desolada, con las velas de un
barco que insinúan un puerto y un mar que no podemos ver, y con dos personajes
minúsculos y sombríos que se dan la espalda. Naipaul, casi con el tono del
cuadro, parece pintar también en su libro el pensamiento de una vida errante.
Al final cuenta un retorno brevísimo a su isla nativa, Trinidad, y concluye con
una de las más contundentes líneas: “Nuestro mundo sagrado se había
desvanecido. Cada nueva generación nos alejaría más y más de lo sagrado. Pero
reconstruimos el mundo para nosotros mismos; cada generación lo hace”.
¿Y qué
ocurre con el regreso? ¿O mejor dicho, con las visitas a casa del que se ha
marchado? Perdido el drama de los exilios definitivos, la mayor experiencia
contemporánea del desarraigo se caracteriza por el regreso ocasional de quienes
pudieron marcharse por razones menos fatídicas. Aquí es donde una breve novela
recientemente publicada en Colombia por Intermedio Editores, titulada Cielo
parcialmente nublado, de Octavio
Escobar Giraldo, abre caminos a la imaginación. Me acerco a ella porque
sospecho que puede pasar desapercibida por razones que no tienen que ver con
sus méritos sino con la etiqueta de lo que supuestamente se espera de la
literatura colombiana.
Colombia
sufre una de las mayores emigraciones por todas las razones que expuse al
principio. Todas. Se dice que supera los cinco millones de emigrantes. La causa
más visible ha sido la guerra en la que vive desde hace décadas. Para quien se
interese por lo que ocurre en Colombia y conozca su realidad, ya no le valen
los eufemismos de guerrilla y violencia sino la palabra verdadera: guerra. Pero
hay quienes se marchan no necesariamente por esto sino por las razones
infinitesimales que mencioné. Y por eso mismo pueden volver de visita. El
protagonista de Cielo parcialmente nublado, Andrés, vive en Madrid casado con
una mujer española, tiene una hija, y debe volver a su Manizales natal por un
pequeño problema familiar. La mujer de Andrés, preocupada por el viaje de su
marido a Colombia, le dice que tenga mucho cuidado. A partir de ese momento
estamos bajo la amenazante barbarie. Lo que vemos es una sutilísima descripción
de quienes, a diferencia de Andrés, se quedaron en Colombia: sus padres ya
ancianos, su hermana divorciada, una antigua novia transformada en una
fervorosa creyente de lo macrobiótico y el budismo zen y demás terapias; una
antigua amante envejecida, y pocos amigos, porque también han emigrado, sea de
Manizales a Bogotá, o a Estados Unidos. Al final, Andrés toma su vieja
bicicleta de adolescente, que su padre sigue cuidando, y sale a dar un paseo en
una de las escenas más reveladoras del libro. En todo eso está el enigma de la
partida.
A quien
lea esta novela le provocará una sorpresa muy peculiar el tipo de violencia que
aborda porque ocurre en su condición de posibilidad. Son conatos que revelan
una observación decisiva: son más los que sufren por el miedo y la amenaza que
quienes lo llegan a sufrir en carne propia.
En este
punto opera lo mejor de este libro: rebate esa expectativa por novelas
colombianas que se ciñan al conflicto armado. Esta novela lo aborda desde el
margen, es decir, desde donde lo vive la mayoría de la población colombiana.
Está en las antípodas de esa otra gran novela que es Los ejércitos, de Evelio
Rosero Diago, pero el efecto, si sabemos leerla desde sus sugerencias, es que
sin haber ningún muerto a diferencia de la novela de Rosero Diago, la
desolación puede ser igual de terrible. Tal como ocurre en otra novela donde
nada es explícito sobre el narcotráfico y la guerrilla, como lo es Cartas
cruzadas, de Darío Jaramillo Agudelo, una historia de amor y amistad
donde también hay desarraigo y donde se palpa el principio de lo atroz. A esta
segunda familia pertenece Cielo parcialmente nublado.
Para
quienes viven fuera de su país y vuelven ocasionalmente, esta novela es un retrato
vivo y actual. Para quienes se quedan en casa, como decía Kipling, es la
muestra de que marcharse nunca es fácil y que, más bien, quien se marcha
posiblemente carga y conserva la antorcha del pasado.
Lo
que creo haber descubierto es que ningún hombre es superior a otro, ni el que
se queda ni el que se marcha, pero todos –aquí o allá– pasan por el mismo
problema: el paso del tiempo. Kipling tenía razón: quien se marcha es el más
interesante porque a la larga todos nos marcharemos.
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8 de junio de 2013
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24 de septiembre de 2013
UN
CUADRO CLÍNICO Y COLECTIVO. Por Juan Manuel Roca. Sobre “Cielo parcialmente
nublado” de Octavio Escobar Giraldo.
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Como escritor invitado, Octavio Escobar Giraldo
visitó el Taller RENATA (2008 - 2009) , dirigido por Julio César Londoño, el Noviembre 29, 2008
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