Publica y difunde NTC … Nos Topamos Con …
http://ntcblog.blogspot.com , ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia
UN CUADRO CLÍNICO Y COLECTIVO
Por Juan Manuel Roca ( 1 )*
.
.
NTC ... agradece el aporte al autor y la autorización para publicarlo (enetecearlo).
Sumergirse en la novela de Octavio Escobar
Giraldo, “Cielo parcialmente nublado” es, de alguna forma, hacerlo en la
historia clínica del país, de una buena parte de él que vive gobernada por sus
miedos. Miedo al mañana, miedo al presente y, sobre todo, miedo a caminar en la
cotidianidad del alma minada y colectiva.
Es el retrato hablado y sobre todo dialogado de
personajes que esperan a cada paso una presencia ominosa, como si hubieran
optado por usar lentes oscuros, a esperar siempre lo peor, como recordando el
aserto de Brecht: “el que ríe es que no ha recibido la terrible noticia”.
Es la metáfora de un país que por haber vivido
tanto tiempo en guerra pareciera temerle más a la paz, apoyada siempre en los
acuerdos fallidos de nuestra historia, y olvidada por supuesto la
desmovilización del M-19 en 1990.
El centro en el que monta su narración Escobar
Giraldo se asienta en un despliegue inusual de diálogos creibles, casi anodinos
como suelen ser los que están gobernados por la rutina o la depresión, que van
tejiendo un gran tapiz donde la incertidumbre y la repetición de hechos
agobiantes nos mete de lleno en la violencia de las horas.
Y esto resulta un valor importante de la novela,
pues a nuestros narradores parece habérseles olvidado que la gente habla.
Octavio Escobar es, como pocos, un verdadero maestro del diálogo.
Todo resulta muy modoso, sin sangre ni
estridencias, sin balaceras cercanas, y es en esa atmósfera de entre-casa por
donde, a traves de las conversaciones más llanas, desvitalizadas y paranoides,
se filtra como por una fisura en la chatura aldeana, el miedo. No hay un solo
asalto en esta historia de realismo mágico y todo está diseccionado con cuidado
de cirujano. Parece el retrato colectivo de Manizales, de cierta modorra de
tiempo detenido, pero también del país aturdido por los medios.
El miedo a que una guerrilla desbordada y
cruenta se apodere del gobierno ante la ineptitud del presidente Pastrana en la
zona despejada del Caguán, y que casi justifica, no sin ligeros reparos, que
una sociedad ensimismada y conservadora como la de Manizales piense que los
paras sean “también unas bestias” pero que al menos “están de parte del orden”,
se da en un ámbito de sospechas en el campo minado de las suposiciones
cruentas, que suelen darse en una larga guerra como la nuestra.
Estos pases hipnóticos que, asaltando a don José
Lezama Lima se podrían llamar el “enemigo rumor”, sumergen con frecuencia a
toda una colectividad, nos dice sin palabras, como al desgaire y de manera
elusiva, la dolorosa pero divertida novela de Escobar Giraldo.
Escobar sabe oir, sabe aprehender la franja no
siempre lunática de nuestros habituales temores, le da voces y murmullos al
aturdimiento producido por una realidad hipnótica que a veces no nos deja ver
otra cosa que un destino miserable. Todo documentado en la percepción que de
todos los hechos tiene la opinión pública, que es la opinión de los que no
tienen opinión, arrancando de la realidad más inmediata, distorsionada por el
espejo deforme y necio de una cierta y avasallante locura.
La cosa empieza con una llamada telefónica y a
lo largo del libro se sostendrá un asunto de cosa hablada, como contradiciendo
a quien afirma que “la realidad no es verbal”. Acá los sucesos tienen
ocurrencia más en la palabra que en el acaecer cotidiano, toda vez que es una
ficción fundada no en lo que sucede sino en lo que podría suceder.
El regreso de Andrés, el protagonista de la
novela a la neblina espiritual de Manizales, su ciudad natal, tras una década
en España, ante el imperioso llamado familiar a causa de la supuesta locura de
su padre, está lleno de unos guiños de humor soterrado, de esas incongruencias
que casi siempre se delizan ante el atisbo de una tragedia.
A manera de ejemplo de lo anterior su mujer, una
española llamada Mariángeles, solo atina a decir ante la noticia telefónica de
la locura de su suegro, que lo siente mucho y sobre todo que la noticia del
desatino paterno se de precisamente “en plenas fiestas”, en pleno diciembre y
antes del acontecimiento hispano de la llegada de los Reyes Magos.
Agrego, como simple lector, que estos sucesos se
dan en cercanías del mes en que la capital de Caldas se viste de Manola, juega
al realengo, bebe manzanilla, hace un despliegue de monteras y canta pasodobles
absurdos entre toreros, reinas de belleza y cabalgatas.
El de Andrés es un retorno a casa forzado, como
ocurre también con la tiranía de los recuerdos. A partir de ese momento el
narrador y con él de la misma manera su protagonista, sufre una especie de
desdoblamiento que lo lleva a atrapar una coral de voces que entonan una
opereta desafinada, en un orfeón que anuncia como una Casandra colectiva la
llegada de un inevitable desastre.
Es un verdadero acierto del autor que todo se
inicie con el repicar de un teléfono, pues todo el desarrollo posterior de la
novela está estructurado en centenares de diálogos, en sucesos eminentemente verbales, en una muy justa y
verosímil manera de aprehender el habla y las costumbres de una clase social
que siempre vive a la espera de perder las pequeñas conquistas: una casa, una
posición, una vida muelle, un paisaje inalterable, una certeza.
Y todo esto tiene ocurrencia, repito como lo
hace el novelista en un clima de zozobra, en medio de la más cotidiana
realidad: un desayuno, un abrazo familiar, el futbol nuestro de cada día, el
anuncio de un diluvio expresado sin la menor de las dudas, una cortina que
agita el viento, un cura que funge de clarividente, una silla vacía, los ecos
del llamado proceso 8.000, todo, absolutamente todo parece anunciar la llegada
de algo o de alguien oprobioso escondido bajo la banda sonora del temor.
Todo está envuelto, como en el título
meteorológico del libro, en un cielo parcialmente nublado, en un aire enrarecido
desde un pequeño apocalipsis de bolsillo. Así, resulta muy afortunado el título
del libro, más aún porque la locura del padre también es parcial, como lo es en
suma y de manera constante la locura política y social que a su vez engendra
pequeñas locuras individuales, distorsiones de lo que presuntuosamente llamamos
a cada tanto la realidad.
La novela atrapa los tiempos que hoy parecen
surreales de los diálogos de paz de 1999, una época donde dos personajes que
ahora podrían resultar esperpénticos, el presidente de esos días, el pomposo y
hueco Andrés Pastrana y el guerrillero más viejo y legendario a la sazón,
“Tirofijo”, entraban a cada tanto en la casa de una familia corriente a través
de su televisor, como los más altos emisarios de una realidad oprobiosa a la
que asistían como a una víspera del horror, como a nuevas y terribles jornadas
luctuosas.
Los demás personajes del libro son una especie
de anti-héroes que viven las guerras intestinas del día a día, que libran una
pequeña guerrita de rumores en la que los campos minados son las sospechas: las
granadas de mano son los hechos imaginados, los disparos son los asertos
dictados por el miedo, el desplazamiento
forzado ya no se da de una región a otra, sino desde una comodidad pequeño
burguesa que resulta acosada por los malos augurios. Se trata del
desplazamiento forzado del hombre satisfecho hacia un territorio mental de
incertidumbres.
Es una novela que cuenta la historia reciente
del país desde el otro lado del catalejo, desde el lado de quienes han vivido
el conflicto en los telediarios, así haya tocado una y más veces a sus puertas.
Es un correlato del miedo, de ese sentimiento sobre el que prevenía un viejo
filósofo que afirmaba que no hay que tener miedo de la pobreza, ni del
destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. Que solo hay que tener miedo del
propio miedo.
Octavio Escobar Giraldo, como algunas veces lo
ha hecho desde una estética muy diferente Gabriel García Márquez y como también
ocurre en parajes escritos por Hernando Téllez, crea una tensión tremenda al no
hablar de la violencia que tiene ocurrencia, sino al señalarla en un paréntesis
entre una que ya pasó y una violencia por venir. Es allí, donde los primeros
caídos, que muchas veces practican una autofagia de pájaros agoreros, sustituyen su abulia por
las más variadas fantasmagorías.
Es como si la debacle de ayer ocultara la de hoy
pero anunciara la de mañana.
Se trata de una novela fundacional, muy
diferente a todo lo que se escribe actualmente cuando los narradores centran su
interés en los diferentes y reiterados conflictos de la vida nacional.
Su falta de temor ante los diálogos, algo a lo
que ha sido refractaria casi toda nuestra narrativa, la salud sin pretensiones
de su palabra, la ausencia de caimanes que bostezan mariposas, nos lleva a
pensar que ya casi solo es exhuberante la sencillez, como afirma Thoreau, y que
en ello radica sin duda la salud del lenguaje. “Una frase perfectamente
saludable es muy rara”, decía, lúcido como siempre, el mismo Henry David
Thoreau.
De esto está llena la novela “Cielo parcialmente
cubierto”, que es una aguja encontrada en el inmenso pajar de la narrativa
colombiana.
Bogotá, septiembre 11 de 2013
----
NTC ... ENLACES:
.
NTC ... ENLACES:
.
8 de junio de 2013
http://ntc-narrativa.blogspot.com/2013_06_08_archive.html
-
Como escritor invitado, Octavio Escobar Giraldo
visitó el Taller RENATA (2008 - 2009) , dirigido por Julio César Londoño, el Noviembre 29, 2008
Publica y difunde NTC … Nos Topamos Con …
http://ntcblog.blogspot.com , ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia
No hay comentarios:
Publicar un comentario