martes, 13 de marzo de 2012

Sherezades. Por Carlos Alberto Villegas Uribe. Revista de Literatura Mexicana Contemporánea. Enero -Marzo 2012. No. 52. Año 18.

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* Se actualiza periódicamente. Marzo 13, 2012
Sherezades.
Por Carlos Alberto Villegas Uribe ( 1 )*.
* Teaching Assistant y estudiante de la MFA Creative Writing de la The University of Texas at El Paso.  
Del libro inédito Cuento Contigo, en la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea. Enero -Marzo 2012. No. 52. Año 18. The University of Texas at El Paso. 
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Otra vez. Quieres que te lo cuente otra vez, amorcito? Entonces escucha y obedéceme, corazón. No juegues con la cuerda y escúchame con atención.
Ventea, hace frío. Hay una casa ubicada cerca de un bosque de árboles rectos, robustos, enhiestos y la luz de la luna los recorre con deleite, lamiendo sus troncos. La casa está ubicada en un lugar que puede estar en cualquier parte y en ninguna. La casa es pequeña por fuera pero amplia, cálida y mullida por dentro. Es una fantasía su bombilla roja, casi se diría que es una casa de cuentos de hadas. No imaginas la cantidad de cosas extrañas que adentro suceden. Sí, aquí pasan cosas extrañas. Adentro estamos nosotras, y Calpurnia nos administra. Como los héroes de los cómics cada una tiene nombres paralelos y también poderes especiales. Por esos poderes nos buscan los hombres –y algunas mujeres–. La casa del placer la llaman las beatas en los pueblos cercanos, y hacen cruces con los dedos cuando nos mencionan. Algunas nos dicen las diablas, para espantar a sus hombres e inventan historias que se vuelven memoria. Esas mojigatas realmente no cuidan a sus hombres, cuidan sus billeteras. No te rías, es cierto. Y quizás ni cuidan sus billeteras porque entonces les darían el placer que de nuestros cuerpos brota a borbotones, o que hacemos brotar, para eso nos pagan, porque no todas estamos aquí por gusto. Moralista? No te gustó? Más fuerte? Pero si siempre te ha gustado este cuento. En este tono y con este timbre. Mejor deja que continúe. Coloca la cuerda entre las piernas, corazón.
Calpurnia tiene las tetas más grandes que haya conocido. Y Sirenita una boca de pez para entusiasmar a cualquier hombre. Sí ya sé, te gustan más las tetas. No imaginas los pezones de Calpurnia, enormes y duros como rocas del desierto. Una teta negra, grande y capachuda le he oído a decir James cuando saca a bailar sobre la mesa sus dedos enfundados en calzoncitos de muñecas y sus ojitos de ratón brillan perversos detrás de sus gafas. Creo que James, como otros académicos que siempre nos visitan, traspuso el umbral de ciertas edades, y la arrechera, que nunca se apaga, le sale en sus manías. No creo que los hombres las mamen, en realidad, los hombres se sumergen en las tetas de Calpurnia, se pierden en ellas, ha dicho James para exagerarles el tamaño. Y sentencia en su lenguaje, mientras el gesto procaz de su lengua arrastra salpicadura de babas: the biggest tit thath I can to imagine. 
Te gusta perderte, eh, mi dulzura? Sube la cuerda. Cómo? Bien, está bien, el cordón si así me entiendes mejor, acerca el cordón a tu sexo, amorcito.
Algunos artistas disfrutan de nuestra casa cuando ya todos se han ido, o se han venido apresuradamente. Entonces la casa es el teclear de sonidos eróticos que llenan páginas enteras de novelas, o el rayo de sol sobre la nalga de Mesalina o un fulgor sobre el reborde de la braga de Stefanny en el descuido de la mañana, después de una noche de complacencias. Momentos de luz para sus pinturas o de sensualidad para sus escritos. Idealizaciones de las putas que somos. Mentiras que perpetúan el negocio. Nos imaginan como grandes señoras y alimentan las historias de folletín que consume alguna mema, mientras sueña con príncipes azules para su seguridad y con bestiales conquistadores abriéndoles las piernas para los placeres.
Más fuerte aún, quieres oírlo más fuerte? Pero tú hazlo suave, muy suave, primero con el cordón, sube y baja, sube y baja, suavemente.
Cada uno trae a esta casa un particular gusto en el bolsillo. Lutwigde, por ejemplo, las prefiere jovencitas, casi niñas y Calpurnia se las provee, tiene clientela suficiente y Sherrinford no la denuncia a las autoridades. Más bien lo aprovecha para sus propios desfogues, los jovencitos griegos. Con Vladimirovich, Kira y Eguchi, se juntan en noches de primavera para bailar con las muchachas. Hay fogata en el patio trasero de la casa. Juegan como niños. Lutwidge trae su caja oscura e inventa fotografías eternas mientras los otros tres se deleitan con la luz de la lumbre sobre  los botones recién estrenados de las lolitas. Ninguna tumescencia en las entrepiernas de los viejos pero su mirada es avivada por un brillo de lobos como para atrapar caperucitas. Te calientan las muchachitas, mi sol?
Mientras Lutwigde les inventa cuentos enrevesados de complicadas matemáticas, los dos orientales les dan a beber pociones extrañas y duermen junto a ellas toda la noche, sin tocarlas. Calpurnia no entiende todavía qué clase de gozo puede producir acostarse junto a muchachitas narcotizadas. No es una perversión, le ha explicado Geisha, es una muy particular forma asiática, un refinamiento del placer. Esa forma exclusiva, ha insistido Geisha, no tiene experiencias repetidas y los hombres maduros que lo han intentado o han perdido el juicio o terminaron escribiendo novelas tristes. Tanta belleza intocable enloquece a cualquiera.
Que te describa las niñas? Quieres que te las describa? Qué cosa más perversa eres? Has aumentado el ritmo del cordón entre tus piernas y babeas un poco? Bien, muy bien, pero no te apures.
Asumiendo su papel de encantadora, las noches de Sherezade son noches extremas. En una de esas noches pude disfrutar, entre camellos, tiendas y ánforas, el espectáculo de cuarenta hombres desnudos. A cual de ellos mejor dotado. La casa estuvo a reventar y alguna mojigata que había venido por su marido, se quedó a jugar a los cuernos. Luego volvió con otras amigas a conocer las distintas ofertas de la casa. No lo vas a creer, pero tuvimos la oportunidad de ver salir de una lámpara encantada un Efrit con el aparato más largo que yo haya visto jamás, y mira que no he conocido pocos. Sí, sí, sí, también hubo odaliscas de ombligos perfectos, adornados con briznas metálicas que al son de los arghules y la pandereta invitan a visitas más placenteras del señor de las lanzas. No, no, no te corras todavía, dulzura. Aleja el cordón de tu sexo, aguanta un poco porque aún no te he contado la historia más intensa.
Una noche, un sonido terrible atravesó los árboles enhiestos y sembró de terror y expectativa el interior de la casa. Eran, después lo supimos, los clamores ardorosos de los dragones en celo. Carlos Gustave y Gastón quienes han vivido con nosotras desde tiempos inmemoriales, los identificaron y asumieron la defensa. A medida que se acercaban, los cuchicheos entre los dos hombres se multiplicaron. Hacían conjeturas inaudibles. Y si las hubiésemos escuchado, muchas de nosotras no las habríamos entendido. Cábala, imágenes simbólicas, ensoñación, psicología profunda, arquetipos, sombras y luces. Esas palabras llegaban deshilvanadas y nos asustaban más y más por el semblante de sus rostros. Parecían en trance cuando sentían más cerca esas criaturas míticas, hermosas.
Reforzamos las puertas, la delantera, por donde entraban los clientes, y la trasera, la entrada obligada de los habitantes de la casa del placer. Gastón  nos advirtió que los dragones, animales enormes que golpeaban el aire con toneladas de viento, y llevaban tras de sí una tormenta de rayos y centellas, eran como las sirenas: sus cantos contagiaban de deseos a quienes los escuchaban. Y no mentía, Calpurnia y Geisha fueron las primeras que dejaron escapar unos suspiros entrecortados, como si el calor de los dragones, su mítico fuego, les hubiera tocado las entrañas. Las tetas enormes de Calpurnia se llenaron de sudor y Geisha se quitó su kimono falaz y quedó totalmente desnuda. La palidez oriental de sus senos pequeños no desentonaba con el rimel de sus ojos achinados. Cada mujer llevó una mano al sexo de la otra e iniciaron una caricia anhelosa. El estallido de cristales, sin embargo, las detuvo. Uno de los cinco dragones que acechaban la casa –Gastón había sugerido que podrían ser más–, empotró la cabeza por la única ventana del segundo piso. Y el olor a esmegma, a leche fermentada, nos inundó e incrementó los suspiros entre nosotras. Todas corrimos a las habitaciones superiores a contemplar el espectáculo de ese animal rugoso y cavernario. No aterraba su berrido, más bien parecía el ronroneo de un gato enorme. Provocaba acariciarlo. Y se dejaba. Pero a cada caricia, retrocedía su largo cuello y volvía e estirarlo como queriendo alcanzar la piel desnuda de todas las mujeres.
Gustave y Gastón temían lo peor y empezaban a ser capturados por el bao del animal, cuando acudieron a la puerta delantera porque la cabeza de un segundo dragón golpeaba con fuerza sacudiendo la casa con nuevos espasmos involuntarios. Los gritos de las mujeres se incrementaron. Sería más apropiado decir: los gemidos se incrementaron, había tanta felicidad en nuestros sonidos.
Un nuevo estampido pareció quebrar la casa y sorprendió a los dos hombres. El cordón rojo de un teléfono antiguo apareció de repente y dividió la habitación central amenazando sus columnas. Los dos hombres se miraron como si todo su aparataje intelectual no encontrará respuestas a esta situación insospechada. El cordón subía y bajaba rítmicamente, una baba espesa lo recorría. En cada movimiento compulsivo la baba caía en grandes goterones y nos empapaba con su fuerte olor a pescado. La casa parecía a punto de derrumbarse, mientras las mujeres incrementábamos nuestra polifonía de suspiros. De pronto, la cabeza de otro dragón irrumpió gustosa por la puerta trasera. El Sendero Estrecho, exclamó Gustave como si desvelara un arquetipo. El Placer del Sendero Estrecho, repitió y encontró la cara sonriente, alelada, de Gastón, quien asentía con felicidad idiota. Gustave comprendió de inmediato: Gastón era presa del bao penetrante de los tres animales. El cordón aceleró su movimiento hasta producir tremores insostenibles en la casa. Uno tras otro, los dragones dejaron escapar una fumarola lactosa y entonces, en lo más intenso del tremor, el cordón se detuvo y sobrevino un diluvio seminal que nos arrastró fuera de la casa y nos hizo perder la conciencia.
Sigues ahí, dulzura? Quieres que continuemos? No? No quieres más. No? Por favor no te vayas todavía, mi sol, no cuelgues, tesorito. No he terminado la jornada, aún no cumplo la cuota. Si te vas, si cuelgas, no voy a poder pagar la colegiatura de mi universidad y ya no podré terminar mi maestría de filosofía y letras, ni leer seriamente a Lewis Carrol y a Propp y a James Joyce y a Paul Auster, ni a Borges, ni a O´Connors, ni a Jung, ni a Bachelard.
Quieres que me ponga mi vestido de Caperucita Roja? Ya no me va el vestido, pero puede gustarte. Se ven tan bonitas mis piernas, van a gustarte, te invito a recorrerlas hasta que llegues a la caverna del dios escondido. Si quieres, todavía puedo sonrojarme y fingiendo una voz de niña, puedo hacerte las preguntas que tanto te gustan: Por qué tienes esos ojos tan grandes y por qué tienes esa lengua tan larga y de quién es ese clítoris tan grande.  Por favor, no cuelgues, mi loba, puedo contarte otro cuento que te ponga. Mira, no lo hagas. No cuelgues, lobita, por favor… 

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Publica y difunde: NTC …* Nos Topamos Con
* Se actualiza periódicamente. Marzo 13, 2012
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De: Carlos Villegas 

Fecha: 11 de junio de 2012, 20:51

Asunto: Para enetecear
Para: NTC < ntcgra@gmail.com >


Amigos de NTC ...:
Le podrían adjuntar  este poemilla al post de Sherezades. 
Gracias.
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CASTIGO ESCOLAR
EN FORMA DE POEMA GAGÁ

El BAO del dragón me emBO(b)A
El VAHO de la boa me enVAn(H)eces.
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Carlos Alberto Villegas Uribe
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