jueves, 18 de octubre de 2018

FRINÉ LA CORTESANA Y LA DEFENSA MÁS BREVE DE LA HISTORIA. Por ARMANDO BARONA MESA

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FRINÉ LA CORTESANA
Y
LA DEFENSA MÁS BREVE DE LA HISTORIA *
     
ARMANDO BARONA MESA

       Grecia fue un país de ensueños y de mar. Tantísimas islas que jugueteaban sobre unas playas blancas y un mar de celestes claridades que hacían transparentes los viajes y las leyendas. Un dios de poderosas presencias recorría en instantes las distancias y  beneficiaba a los pescadores y navegantes o los hundía en las simas de sus inmensos dominios: Poseydon. Unas montañas, el Olimpo, ninguna de las cuales superaba los dos mil metros, habían sido consagradas como la morada de dioses omnipotentes y temibles, pero humanos.

       Uno había para cada necesidad del hombre, incluso para sus vicios; y compartía en las alturas o en los caminos su actividad con aquellos seres mortales que provenían del vasto entorno de las islas. No había quien no temblara ante el solo nombre de las Erinias, que perseguían sin tregua a quien había dado muerte injustificada a otro.

       De allí, de esa lejana y bella tierra, nos viene la cultura y la ciencia desde hace cinco mil quinientos años.  Los griegos, además, tenían un alto sentido de respeto por la religión y por la patria. A ellos debemos la filosofía y las matemáticas.

       Vivían tranquilos sin amar el lujo y eran austeros y sobrios. Sus casas sencillas, pero tenían una arquitectura monumental de columnas corintias, dóricas y jónicas. Ah, porque ellos fueron los mayores creadores de las artes y la belleza.

       La mujer en general, como en casi todas las sociedades antiguas, tenía un papel relegado a su casa y a la crianza de los hijos. Pero el hombre gozaba de otras prerrogativas, a todas las cuales por supuesto, vinculaba a otras mujeres. El más grande orador y escritor griego, Demóstenes, escribió: "Las hetairas sirven para proporcionarnos placer, las concubinas para nuestras necesidades cotidianas y las esposas para darnos hijos legítimos y cuidar la casa."

       Las hetairas fundaban casas de diversión que se hicieron famosas. Entonces adquirían el distintivo honroso de cortesanas y eran mujeres eruditas en cuya sala se congregaban los hombres más eminentes. El mayor de ellos, que consagró un siglo con su nombre, fue Pericles y se enamoró del talento y la belleza de Aspasia, una cortesana con la cual, según Plutarco, departía el propio Sócrates. Con ella casó Pericles.

       Hay una historia que todavía estremece. Una mujer, pastora de cabras, nacida en hogar muy pobre en la Beocia y llamada Mnésarete, a quien la posteridad conoce como Friné, llegó a ser cortesana en el 350 A. D. en aquella ciudad de Palas Atenea. Su belleza fue Legendaria y rutilante y a su mansión arribaron todos los hombres de fortuna y talento.

       En aquella época en Atenas brillaban Praxiteles ( 1 ) en el campo de la escultura; y en el campo del derecho y la oratoria Hipérides. Ambos se enamoraron de ella y fueron sus amantes, aunque prevalecía la relación con el escultor, por lo que Hipérides ardía de celos y rencor. Ella sirvió de modelo a las mayores esculturas de Praxiteles y su cuerpo y su cara sirvieron para que el mármol presentara a Afrodita -Venus para los latinos-. Acumuló riqueza en joyas, que entregó al estado para salvar a Tebas, la aliada de Atenas.

       Un día un frustrado amante de nombre Eutias, movido por el resentimiento, la denunció por el grave crimen de impiedad por haber cometido un irrespeto a la diosa Deméter. Juzgaba el Areópago, supremo tribunal de Grecia, integrado por personas mayores, que funcionaba en la colina del mismo nombre en homenaje a Ares, dios de la guerra. Este crimen se pagaba con la pena de muerte, y fue el mismo por el que acusaron a Sócrates y lo hicieron beber la cicuta.     

       El día del juzgamiento se presentó la acusación contra aquella mujer que comparecía vestida de una túnica de seda blanca, abierta en los costados y unida en la cintura con un cintillo dorado. El que presidía la sesión ordenó que se presentara el defensor, que tenía el tiempo limitado que marcaban los diminutos granos de un reloj de arena. Nadie más que Hipérides tenía la capacidad de hacer esa defensa. Pero Hipérides mantiene su rencor movido por los celos y no se decide. Cuando el reloj ha avanzado, puede más en él el deber de abogado y sube al estrado. El tiempo que resta a la defensa para su labor es ya muy corto, mientras el pueblo ateniense espera con ansiedad el desarrollo final del juicio.

       Hipérides inicia relatando cómo esta mujer ha entregado su patrimonio en ayuda de la patria... pero el tiempo se agota. Entonces, de modo dramático se abalanza sobre el cuerpo de la beldad y la despoja de la túnica. Sobre las luces brillantes de la tarde queda aquella silueta esplendente de belleza. E Hipérides, con su sonora voz exclama: Nadie puede ser culpable con este cuerpo y esta belleza que iluminó al artista para crear la Afrodita de Cnidos. Los dioses son la belleza y aman la belleza. Absolvedla señores jueces porque en esta mujer de rojos labios, cabellera suelta y cuerpo perfecto no cabe sino la gracia y la virtud.  Y el Areópago la absolvió.

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Texto publicado en la revista Épocas, Octubre 2018. http://www.revistaepocas.co/
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NTC ... ENLACES
Praxíteles desnuda a Friné ante el Areópago.  Jean-Léon Gérôme,1861
https://es.wikipedia.org/wiki/Frin%C3%A9

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La copia de la Afrodita de Cnido llamada de Altemps o Ludovisi. Museo del Palacio Altemps, Roma.
Autor: Praxíteles. Creación: 360 a. C. Ubicación: Obra original perdida. Material: Mármol de Paros
Dimensiones: 205 centímetros de alto
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