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y difunde: NTC
…* Nos Topamos Con …
* Se actualiza periódicamente. Julio 6, 2012
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Alfredo Vanín,
análisis de su obra desde “Alegando que vivo”
Vida y obra del poeta
Alfredo Vanín en el libro "Palabra Afroamericana" (2012) de
Medardo Arias Satizábal.
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Fotografías de los autores: María Isabel Casas
R. , http://ntcblog.blogspot.com/2010_05_31_archive.html
, de NTC
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NTC ... agradece el texto al autor y su autorización para publicarlo (Julio 6, 2012). Las imágenes y enlaces son de NTC ...
La primera vez que
supe del poeta Alfredo Vanín, fue en la Casa de la Cultura de Buenaventura, en
el barrio La Merced, frente al Coliseo Municipal, donde lo presentó Helcías
Martán Góngora. Era entonces Vanín un poeta nuevo para nosotros, una nueva voz
del Pacífico, acostumbrados como estábamos a la poesía de Martán y de Hugo
Salazar Valdés. De hablar pausado, como si le doliera cada palabra, leyó unos
versos en los que era posible adivinar la vida sencilla de los ríos, del Saija
profundo había nacido en 1950. Uno de estos poemas era un fresco doméstico, en
el que un gozgue perseguía a un conejo… "buscá perrito/ se fue el conejito…”,
decía, en un lenguaje perfectamente entendible para quienes sabíamos de la
desazón qué produce la presa que escapa entre los esteros.
Mi abuelo se quejó
toda la vida de no saber qué hacer cuando apareció delante de su canoa, en una
tarde del litoral, un venado joven, sano, que lo miró y desapareció en el
bosque. Nunca fue cazador furtivo, pero
un venado plantado en tierra, delante de una procesión de manglares, es una
escena que siempre se recuerda.
Alfredo Vanín se
define a veces como un “tahúr de mar”, y esta es quizá una de las
denominaciones que mejor vienen a su vida de hombre comprometido con el
paisaje, con cada rincón del litoral, el mismo que ha recorrido palmo a palmo. A Vanín se le ha
visto entre los corteros de madera en Salahonda, o mar arriba, por Cabo Marzo.
Sabe de las marismas en Tumaco, y de esa vida rápida y transitoria de los
marineros en Buenaventura, el puerto donde una vez nos aficionamos a la música
de las Antillas. Alfredo llegaba a mi casa y sabíamos ya qué deseaba escuchar.
Siempre, al inicio, la melodía “Huracán”, de Bobby Valentín, la misma que había
aprendido a amar en la colección de música de su hermano en Guapi. Alfredo dejó
una huella profunda en la Buenaventura de los años 80; apreciado por músicos,
antropólogos, investigadores, su nombre de poeta se expandió por toda la costa,
hasta hacerse una referencia necesaria.
Estaba yo una tarde en un muelle de San Juan de la Costa, cuando pasó Alfredo Vanín en una lancha; iba, creo, a Tumaco. Entre esa despedida que fue de la embarcación al muelle, a la distancia, pasaron varios años. Nunca olvidé el arribo de su primer libro a mi casa, “Alegando que vivo”, donde hizo este homenaje a Buenaventura:
Estaba yo una tarde en un muelle de San Juan de la Costa, cuando pasó Alfredo Vanín en una lancha; iba, creo, a Tumaco. Entre esa despedida que fue de la embarcación al muelle, a la distancia, pasaron varios años. Nunca olvidé el arribo de su primer libro a mi casa, “Alegando que vivo”, donde hizo este homenaje a Buenaventura:
Naventura
(fragmento)
Y con suave rumor vuelven y se alejan
He visto en tu ventana como llueve y te he imaginado
Bajo el sopor de las alucinaciones y los ciclones
tempestuosos
Que enturbiaron tus máscaras de baile,
Y el día no ha de ser un Dios presente detrás
De las catástrofes, amenazando un último destino
Que se ahoga en los muelles.
Derrelicta, infatuada, con el incienso que envenena
Pájaros en la oquedad de los burdeles,
Y en la mítica pompa de los vientos;
Ahora sí podemos hablar lo que dijimos
Quitar el lastre de palabras vanas
Irnos a solas por las calles feas
Y convenir en que no somos nuevo;
Dejar tanta mentira, tanta máscara,
Decir las cosas como son y punto;
Porque estoy harto de escuchar tu risa
Y saberte tan sola en los prostíbulos
Quemando a fin de cuentas tus carbones
Incinerando el barro que alimentó mis huesos;
Dejémonos -digo- de engañarnos tanto
Que me apena tu rostro de virgen seducida,
Los falsos ídolos de tu desventura;
Ya estamos grandes para hablar a solas,
Déjate acompañar, no tengas miedo
Que no voy a llorarte, ni mucho menos
A cantarte salmos.
Poeta, cuentista y
novelista, Vanín publicó sus primeros poemas en las revistas “Árbol de fuego”
de Caracas, y Esparavel, dirigida esta última por Helcías Martán Góngora en
Cali. Martán fue su tutor lirico desde la temprana adolescencia. Como
investigador de las culturas populares, y de la tradición oral del Pacífico,
Vanín ha cooperado con la Universidad del Valle, claustro al que se ha
encontrado muy unido. Junto a la antropóloga y socióloga Nina S. de Friedemann
recorrió el Pacífico, al igual que con el escritor Germán Castro Caycedo. Vanín
aparece en las historias contadas por este último, en su libro “El Catamarán
amarillo”. Con Nina S. de Friedemann publicó un libro revelador, sobre las
comunidades afropacíficas. También, fue coautor del libro de Alvaro Pedrasa
acerca de la vertiente afropacífica de la tradición oral. Su primer libro de
poemas, “Alegando que vivo”, fue editado en Popayán en 1973. Siguieron luego
sus selecciones “Atribal” y “Cimarrón bajo la lluvia” ( 1 , allí enlace al libro completo), este último lanzado en
Cali en 1989. Como estudioso de la cultura oral del litoral, publicó un libro
muy valioso para la comprensión de la historia narrativa de esta parte del
mundo: “El príncipe Tulicio”, editado por el Centro de Publicaciones del
Pacífico, en 1986 en Buenaventura. Este libro recoge cinco relatos, ajustados a
la originalidad de su tradición oral, con magistrales giros idiomáticos. Su
novela “Otro naufragio para julio”, fue editada por la Imprenta Departamental
del Valle en 1983.
Alfredo
Vanín cumple hoy una tarea muy importante, desde el punto de vista etnológico,
en el Ministerio de Cultura. Sus últimos libros son “Islario” (1998),
“Desaborlados” (2004, dentro de la Colección Escala de Jacob) y “Jornadas del
tahúr” (2005) ( 1 , allí enlace al libro completo). Hace dos años realizó una interesante antología de escritores
del Pacífico, con el título “Palabras Pacíficas”, en el cual seleccionó textos
de Pedro Cieza de León, Pedro Cieza de León, Sofonías Yacup, Rogeri Velásquez, Carlos Arturo
Truque, Guillermo Edmundo Chaves, Helcías Martán Góngora, Hugo Salazar Valdés,
Guillermo Payán Archer, Arnoldo Palacios, Oscar Collazos, Juna B. Velasco
Mosquera, Flover González Cortés, Mary Grueso, Hernando Revelo Hurtado, Oscar
Olarte Reyes, Tomás González, Faustino Arias Reynel, José Zuleta, Fernando Pinzón
y el autor de estos ensayos.
Sus “Historias para reír o sorprenderse”, fueron publicadas por Panamericana Editores en 2005; “Los restos del vellocino de oro”, apareció en 2008. Posee también una colección de ensayos, bajo el título “Las culturas fluviales del encantamiento”.
Sus “Historias para reír o sorprenderse”, fueron publicadas por Panamericana Editores en 2005; “Los restos del vellocino de oro”, apareció en 2008. Posee también una colección de ensayos, bajo el título “Las culturas fluviales del encantamiento”.
El poeta ha sido
invitado al Festival Internacional de Poesía de La Habana, así como a la Feria
del Libro de Guadalajara y el Festival del Imaginario de París, este último en
el 2008. Dirigió el Taller de Escritura Creativa, Renata, del Ministerio de
Cultura, en Buenaventura. Es además un activo conferencista, en distintos
lugares de Colombia.
Para el CentroVirtual Isaacs, de la Universidad del Valle, la obra de Vanín está enraizada en
la narrativa de James Joyce y Virgnia Wolf, entre otros, aunque le reconocen
trazos del peruano César Vallejo, en su poesía:
“En la literatura del
Valle del Cauca, hacía falta un escritor que hiciera relatos sobre la vida de
Buenaventura, capital del Pacífico Colombiano. Su obra narrativa es urbana, y está
claramente relacionada con Virginia Wolf, James Joyce y Marcel Proust. La
memoria es la motivación principal de cada una de las dos obras, y en su aún
muy reciente novela, la memoria se configura en el tropo que da estructura a la
narración. En Los Restos del Vellocino de Oro (2008) el narrador busca por las
calles angostas, maltrechas y oscuras de la periferia de su ciudad al último de
un linaje de rebeldes que había conseguido no doblegarse ante la presión del
Estado; busca en los lugares invisibles la última pieza viva del rompecabezas
de su génesis, cuando la rebeldía los había unido. Ésa búsqueda por la ciudad
desencadena también un recorrido por los callejones de sus recuerdos, minas que
se encuentran de repente con la realidad y le hacen avanzar en su peripecia,
hasta que ésa singladura improvisada lo lleva, al fin, al lugar del encuentro
con el fugitivo Santiago. Santiago ha huido por años de los asesinos del Estado
y ahora, acorralado, está a punto de salir para siempre de Buenaventura. Su
lucha por la justicia social, que es al fin y al cabo parte de la lucha por la
libertad, se había convertido en los últimos años en su propia cárcel, aislado,
disfrazándose de él mismo para que los asesinos no lo encontraran, y ya se
estaba ahogando. El deseo de conservar esa memoria con vida no es un artificio
literario, sino que es parte de la concepción histórica de una cultura, para
quienes las prácticas orales no son simple "tradición popular", son
el registro de sus experiencias colectivas en un lenguaje que les es propio.
Aparte de la cepa cultural del pacífico, Alfredo Vanín habla del cimarronaje y lo actualiza. En Los Restos del Vellocino de Oro, la lucha por la libertad se refleja incluso en el erotismo de Telma y el narrador, quienes trazan recorridos urbanos e improvisan encuentros en las encrucijadas de su ciudad. Los dos buscan encontrarse en libertad con el otro, sin singladuras, sin planes preestablecidos, para no traicionar los más profundos anhelos que desde niños han cultivado. La historia de Buenaventura ha sido una historia de infamias ignoradas por el resto del país. Sus calles hierven de luchas clandestinas que son sofocadas por las oscuras fuerzas que ahí anidan. Cómo no sospechar que el puerto colombiano más importante del pacífico se esté hundiendo en sangre. Por fin, un escritor introduce a Buenaventura en el ámbito literario e intenta contar lo que nadie antes ha contado, lo que en todos los demás medios se ignora o se calla. En su poesía, el erotismo también ocupa un lugar determinante, y está atravesado por esa fuerza indestructible de la libertad, que él se encarga de exaltar como un asunto épico.
Su obra lírica está atravesada por la idea de César Vallejo de encontrar un lenguaje poético propio. Es por ello que de ella, y del resto de su obra, no se puede hablar en términos de oralidad pura, por ejemplo, sino de una amalgama pesada y medida minuciosamente por él, y que dio por fin a luz en 1990 con su poemario Cimarrón en la lluvia, la cual es para el autor la obra que revela su arte poética. En Islario (1998), Desarbolados (2004) y Jornadas del Tahúr (2005) revela una nueva dimensión del hombre, apoyándose en ángulos más universales, tales como los relatos míticos recurrentes en diversas culturas de todo el globo, o que son compartidas por el fenómeno de sincretismo, característico de la zona pacífica de Colombia. Cimarrón en la Lluvia ha sido estudiada por Stella Vidal, quien ha dicho que se trata de una poesía sin anécdota. Alfredo Vanín ha sido también invitado en dos ocasiones al Festival de Poesía de Medellín, en 1999 y en 2001.
Como etnólogo, es considerado por muchos como el más apasionado y comprometido representante de la causa afro-colombiana del pacífico. En torno a este tema ha elaborado en compañía de otros grandes investigadores cuatro obras de etnología. El primero con Álvaro Pedrasa, "La vertiente afro-pacífico de la tradición oral" (1986); el segundo con Nina de Friedemann, "La magia y leyenda en el chocó" (1995), el tercero y el cuarto son dos recopilaciones de relatos orales llamados "El príncipe Tulicio" (1986) y "Relatos de mar y selva" (1993). Cabe destacar que estos trabajos le han merecido la atención de investigadores internacionales y ha sido invitado al Festival del Imaginario, Casa de la Cultura del Mundo, en Francia durante el 2008 y la Feria del Libro de Guadalajara en 2007, en que leyó su texto de prosa poética "Ariadna". Entre el 2002 y el 2006, Alfredo estuvo dedicado a desempolvar los documentos de sus trabajos con CINARA (Instituto de Investigación y Desarrollo en Abastecimiento de Agua, Saneamiento Ambiental y conservación del recurso Hídrico), con quienes ha trabajado directamente en varias comunidades marginales de toda índole, en proyectos de conservación de la biodiversidad o de organización comunitaria con el fin de escribir dos guiones documentales sobre los resultados a largo plazo de estos trabajos. Los dos fueron presentados en México y Estocolmo. Este trabajo ha sido parte de su vida siempre, pues desde el comienzo se dio cuenta de la indiferencia con que los gobiernos colombianos han mirado a la mayoría de poblaciones campesinas y étnicas".
Aparte de la cepa cultural del pacífico, Alfredo Vanín habla del cimarronaje y lo actualiza. En Los Restos del Vellocino de Oro, la lucha por la libertad se refleja incluso en el erotismo de Telma y el narrador, quienes trazan recorridos urbanos e improvisan encuentros en las encrucijadas de su ciudad. Los dos buscan encontrarse en libertad con el otro, sin singladuras, sin planes preestablecidos, para no traicionar los más profundos anhelos que desde niños han cultivado. La historia de Buenaventura ha sido una historia de infamias ignoradas por el resto del país. Sus calles hierven de luchas clandestinas que son sofocadas por las oscuras fuerzas que ahí anidan. Cómo no sospechar que el puerto colombiano más importante del pacífico se esté hundiendo en sangre. Por fin, un escritor introduce a Buenaventura en el ámbito literario e intenta contar lo que nadie antes ha contado, lo que en todos los demás medios se ignora o se calla. En su poesía, el erotismo también ocupa un lugar determinante, y está atravesado por esa fuerza indestructible de la libertad, que él se encarga de exaltar como un asunto épico.
Su obra lírica está atravesada por la idea de César Vallejo de encontrar un lenguaje poético propio. Es por ello que de ella, y del resto de su obra, no se puede hablar en términos de oralidad pura, por ejemplo, sino de una amalgama pesada y medida minuciosamente por él, y que dio por fin a luz en 1990 con su poemario Cimarrón en la lluvia, la cual es para el autor la obra que revela su arte poética. En Islario (1998), Desarbolados (2004) y Jornadas del Tahúr (2005) revela una nueva dimensión del hombre, apoyándose en ángulos más universales, tales como los relatos míticos recurrentes en diversas culturas de todo el globo, o que son compartidas por el fenómeno de sincretismo, característico de la zona pacífica de Colombia. Cimarrón en la Lluvia ha sido estudiada por Stella Vidal, quien ha dicho que se trata de una poesía sin anécdota. Alfredo Vanín ha sido también invitado en dos ocasiones al Festival de Poesía de Medellín, en 1999 y en 2001.
Como etnólogo, es considerado por muchos como el más apasionado y comprometido representante de la causa afro-colombiana del pacífico. En torno a este tema ha elaborado en compañía de otros grandes investigadores cuatro obras de etnología. El primero con Álvaro Pedrasa, "La vertiente afro-pacífico de la tradición oral" (1986); el segundo con Nina de Friedemann, "La magia y leyenda en el chocó" (1995), el tercero y el cuarto son dos recopilaciones de relatos orales llamados "El príncipe Tulicio" (1986) y "Relatos de mar y selva" (1993). Cabe destacar que estos trabajos le han merecido la atención de investigadores internacionales y ha sido invitado al Festival del Imaginario, Casa de la Cultura del Mundo, en Francia durante el 2008 y la Feria del Libro de Guadalajara en 2007, en que leyó su texto de prosa poética "Ariadna". Entre el 2002 y el 2006, Alfredo estuvo dedicado a desempolvar los documentos de sus trabajos con CINARA (Instituto de Investigación y Desarrollo en Abastecimiento de Agua, Saneamiento Ambiental y conservación del recurso Hídrico), con quienes ha trabajado directamente en varias comunidades marginales de toda índole, en proyectos de conservación de la biodiversidad o de organización comunitaria con el fin de escribir dos guiones documentales sobre los resultados a largo plazo de estos trabajos. Los dos fueron presentados en México y Estocolmo. Este trabajo ha sido parte de su vida siempre, pues desde el comienzo se dio cuenta de la indiferencia con que los gobiernos colombianos han mirado a la mayoría de poblaciones campesinas y étnicas".
En septiembre de 2009, al momento de publicar “Palabras Pacíficas”,
Alfredo Vanín da fe, en el prólogo de una intención que siempre ha
caracterizado su trabajo de investigador. Estas palabras, en sí mismas, lo
definen y permiten encontrar, por parte del lector, un carácter, las razones de
su poética:
“Toda antología supone una revisión
del estado del arte en algún punto de la historia. Pero es también un arrinconamiento,
jugarse una posibilidad hasta el extremo y, además, esperar las sorpresas de
quien cree tener todos los materiales en la mano y descubrir luego que había
muchas más cosas de las que pensaba. Lo único cierto es que cuando inicia su
aventura, el antólogo debe al menos tener claro el rumbo de sus brújulas.
La historia que abarca esta antología tiene la edad de los indígenas que poblaron América en tiempos anteriores al trueno, la edad de los primeros conquistadores en tierras de América, de los africanos y sus descendientes que llenaron a América de tambores, de nuevas vitalidades y de nuevos dioses; edades computables en cifras desiguales, en conflictos, en despojos, en muertes, en creaciones y resurrecciones, en lenguajes orales y finalmente en escrituras, para luego reiniciar el ciclo sin reposo. Es una historia que nunca ha empezado a escribirse a tiempo y ahora es necesario rastreada en los espacios balbuceantes de los corredores selváticos, en esteros de los que huyeron las garzas hace tiempo, en aldeas de casas plantadas sobre el barro o la arena, y en la voz de hombres y mujeres que llegaron de más allá o de más acá, fugitivos o libertas, y emparentaron los restos de sus dioses africanos e indígenas con un dios que no tenía clemencia con los derrotados y era incapaz de entender el lenguaje del tigre, de las serpientes y las nutrias.
Este libro -y los precedentes y los que vendrán luego- se volvió necesario porque la historia es sólo entendible por el lenguaje que la habita y la desborda, porque la vida siempre está ávida de palabras, para renovarse, para no extraviarse en el laberinto de sus ciclos poderosos.
Los pueblos que habitan este libro fueron creados y habitados con la solidaridad, el extrañamiento y bajo secreto. Solidaridad contra la vida adversa y la opresión, extrañamiento de la tierra dejada atrás, y bajo el secreto de un lenguaje que le tiende la mano al primer rayo de luz de la vida libre.
Por aquí desfilarán palabras de escritores nativos y no nativos, unos nacidos en las orillas fangosas y otros que aunque nacieron lejos llegaron acá a nacer de nuevo y asumieron por completo la piel húmeda de los esteros y las voces de sus hombres y mujeres. Escritores remotos o contemporáneos, muertos o vivos (algunos consagrados, otros no muy conocidos fuera de la región) que prestaron sus palabras para narrar o cantar una región llena de pálpitos. Un mito Embera Catío cobra enorme vigencia porque narra de manera hermosa el origen de los mares y los ríos, ahora cuando el agua amenaza convertirse en oro. Un texto de uno de los mayores cronistas de Indias parece surgir fresco de las montañas y las selvas antiguas; el pensamiento racista del sabio Caldas se ilumina de pronto ante un paisaje que lo conmociona con sus lluvias y fuegos tropicales; un jurista, autor del emblemático Litoral recóndito, aparece aquí porque leyendas recogidas lo emparientan con la literatura; un antropólogo nativo revive en su refinado lenguaje la historia de la Conquista y la formación de nuestros pueblos; poetas y narradores modernos, nacidos en otras tierras de Colombia, como Tomás González y José Zuleta, captan de manera extraordinaria el maravilloso y desgarrador exotismo que invade la vida de negros, blancos, indígenas y mestizos en pleno desborde de vida y de apariencias trocadas. González, un escritor paisa que se abismó en los signos trazados por cangrejos, manglares y mareas, nos honra con su presencia en estas páginas. Zuleta (compañero de este ejercicio antológico) no es un mero testigo; es alguien que se metió en las playas de Mulatos -en el fervor de su adolescencia, desligado del manto tutelar de su padre- y no sólo logró compenetrarse con la gente nativa sino además convertirse en pescador, hombro a hombro con hombres curtidos de la mar, hasta convertirse en hijo adoptivo de una matrona del caserío a quien le dedicaría poemas y relatos. Caso aparte es el de Guillermo Edmundo Chaves, de quien transcribimos un capítulo de Chambú, una mirada desde la sierra hacia el mundo incomprensible del Pacífico y su gente, en el que sobresale el etnocentrismo del personaje principal.
Los nativos Helcías Martán, Guillermo Payán Archer, Carlos Arturo Truque, Arnoldo Palacios, Óscar Collazos, Medardo Arias, Sonia Truque, Hernando Revelo, Mary Grueso y quien escribe esta nota, trazan en estas páginas, con sus relatos y poemas, un mapa en el tiempo y definen los contornos de una región que ha franqueado ya sus propias fronteras y ha exportado escritores a lejanas tierras.
Una de esas exportaciones recae en el periplo de un escritor nacido en Tumaco y adoptado por una pareja de académicos suecos, siendo apenas un bebé. Se trata de Bonifacio Bergner, considerado por García Márquez como su sucesor natural. A los catorce años fue ganador del premio de relatos Cortázar de cuentos en español, por su relato Qué comimos al almuerzo; fue autor de una novela (A comprehensive study of pure evil) de lectura obligatoria en estudios de literatura en Europa. Siguiendo la línea de la nota publicada en la Internet, los padres de Bonifacio murieron en un accidente automovilístico. Los tres fueron viajeros incansables. Bonifacio dominaba varios idiomas. Al morir sus padres, perdió el rumbo. Se suicidó en marzo de 2003. Había viajado antes a conocer su pueblo natal, y en su diario se halló la siguiente nota, que prefigura el drama actual de este pueblo y de casi todos los pueblos del Pacífico, nota que adjuntamos como un avance, un reconocimiento y un homenaje póstumo con esta antología:
12 de marzo de 1991
Tumaco es una ciudad sumergida. Por eso hay barro en todas las calles, por eso cuando los niños corren por la playa sus saltos se prolongan y a veces nos parece verlos volar sobre las olas agitando sus brazos, realmente nadan. Tumaco es una ciudad de ahogados felices que viven vidas maravillosamente falsas protegidos por la falacia de su no existencia. Volver a Tumaco me hace dudar seriamente que todo lo demás exista, el mundo pierde peso sentado en la arena viendo pasar copias idénticas de esa imagen extraña que todos los días veía en el espejo y jamás reconocí como mí mismo. Tumaco me reconoce y abraza con su halo denso y mojado, me dice hijo con cada rugido de su mar.
Hoy fui a una tienda, pedí una coca-cola y me senté afuera en la terraza a tomármela. Pasaron varias mujeres que podrían ser mi madre. Una se quedó mirándome un rato y yo le devolví la mirada. Tenía los ojos oscuros y grandes, me miraba con nostalgia y extrañeza, levanté mi mano para saludarla, le dije Buenas tardes, como había escuchado decir al tendero hacía algún rato, y ella me respondió bajando la cabeza, sonriendo y agitando un poco la mano. Tenía un vestido rojo ceñido al cuerpo y cargaba una bolsa con tomates y maíz en su mano, no recuerdo cuál. Luego caminé hasta llegar a la playa, seguí el malecón hasta el puerto y vi por primera vez los barcos en los que mi amigo Jeremías partió algún día hacia Europa para nunca más volver.
No traje muchas cosas para leer, apenas un par de libros. Leí unas páginas ayer y las hojas se deshacían al contacto con la piel, se volvían una crema grisácea, suciedad pura. Terminé botando el libro a la basura. No hay librerías en Tumaco, es imposible leer debajo del agua, ahora lo entiendo. Lo que no entiendo es por qué escapó Jeremías. De poder hacerlo, me quedaría a vivir en este lugar por siempre, vivir en pos de las corrientes y no de mí mismo. Éste es uno de los días más felices de mi vida, me quedan siete.
Los textos de esta antología fueron recogidos -obviamente- de obras ya editadas, algunos enviados por los propios autores. Nuestro agradecimiento a todos los que nos enviaron o permitieron usar sus textos. Quisimos que el hilo conductor fuera el Pacífico. Y aunque algunos nacidos en la región no están incluidos, por razones temáticas o logísticas, nada raro en una antología, creemos haber reunido un número suficiente que posibilite una lectura del Pacífico sin dejar vacíos insuperables. Desde todas las latitudes del Pacífico, aquí está la visión de un Pacífico en sus alegorías migratorias, en sus retratos móviles, en sus pinceladas exóticas u oníricas, en crudo realismo o en abismos surrealistas. Un Pacífico que asume sus conflictos y sobrevive en medio de las carencias y la alegría callejera. Un Pacífico capaz de nombrarse a sí mismo”.
.
Vanín Romero confirmaría, días después, en nota publicada en el diario El País de Cali, Revista Gaceta, que la historia de Bonifacio era sólo una invención, un divertimiento literario en Internet y que, por supuesto, Bonifacio, no obstante la belleza del texto acerca de Tumaco, nunca existió.
La historia que abarca esta antología tiene la edad de los indígenas que poblaron América en tiempos anteriores al trueno, la edad de los primeros conquistadores en tierras de América, de los africanos y sus descendientes que llenaron a América de tambores, de nuevas vitalidades y de nuevos dioses; edades computables en cifras desiguales, en conflictos, en despojos, en muertes, en creaciones y resurrecciones, en lenguajes orales y finalmente en escrituras, para luego reiniciar el ciclo sin reposo. Es una historia que nunca ha empezado a escribirse a tiempo y ahora es necesario rastreada en los espacios balbuceantes de los corredores selváticos, en esteros de los que huyeron las garzas hace tiempo, en aldeas de casas plantadas sobre el barro o la arena, y en la voz de hombres y mujeres que llegaron de más allá o de más acá, fugitivos o libertas, y emparentaron los restos de sus dioses africanos e indígenas con un dios que no tenía clemencia con los derrotados y era incapaz de entender el lenguaje del tigre, de las serpientes y las nutrias.
Este libro -y los precedentes y los que vendrán luego- se volvió necesario porque la historia es sólo entendible por el lenguaje que la habita y la desborda, porque la vida siempre está ávida de palabras, para renovarse, para no extraviarse en el laberinto de sus ciclos poderosos.
Los pueblos que habitan este libro fueron creados y habitados con la solidaridad, el extrañamiento y bajo secreto. Solidaridad contra la vida adversa y la opresión, extrañamiento de la tierra dejada atrás, y bajo el secreto de un lenguaje que le tiende la mano al primer rayo de luz de la vida libre.
Por aquí desfilarán palabras de escritores nativos y no nativos, unos nacidos en las orillas fangosas y otros que aunque nacieron lejos llegaron acá a nacer de nuevo y asumieron por completo la piel húmeda de los esteros y las voces de sus hombres y mujeres. Escritores remotos o contemporáneos, muertos o vivos (algunos consagrados, otros no muy conocidos fuera de la región) que prestaron sus palabras para narrar o cantar una región llena de pálpitos. Un mito Embera Catío cobra enorme vigencia porque narra de manera hermosa el origen de los mares y los ríos, ahora cuando el agua amenaza convertirse en oro. Un texto de uno de los mayores cronistas de Indias parece surgir fresco de las montañas y las selvas antiguas; el pensamiento racista del sabio Caldas se ilumina de pronto ante un paisaje que lo conmociona con sus lluvias y fuegos tropicales; un jurista, autor del emblemático Litoral recóndito, aparece aquí porque leyendas recogidas lo emparientan con la literatura; un antropólogo nativo revive en su refinado lenguaje la historia de la Conquista y la formación de nuestros pueblos; poetas y narradores modernos, nacidos en otras tierras de Colombia, como Tomás González y José Zuleta, captan de manera extraordinaria el maravilloso y desgarrador exotismo que invade la vida de negros, blancos, indígenas y mestizos en pleno desborde de vida y de apariencias trocadas. González, un escritor paisa que se abismó en los signos trazados por cangrejos, manglares y mareas, nos honra con su presencia en estas páginas. Zuleta (compañero de este ejercicio antológico) no es un mero testigo; es alguien que se metió en las playas de Mulatos -en el fervor de su adolescencia, desligado del manto tutelar de su padre- y no sólo logró compenetrarse con la gente nativa sino además convertirse en pescador, hombro a hombro con hombres curtidos de la mar, hasta convertirse en hijo adoptivo de una matrona del caserío a quien le dedicaría poemas y relatos. Caso aparte es el de Guillermo Edmundo Chaves, de quien transcribimos un capítulo de Chambú, una mirada desde la sierra hacia el mundo incomprensible del Pacífico y su gente, en el que sobresale el etnocentrismo del personaje principal.
Los nativos Helcías Martán, Guillermo Payán Archer, Carlos Arturo Truque, Arnoldo Palacios, Óscar Collazos, Medardo Arias, Sonia Truque, Hernando Revelo, Mary Grueso y quien escribe esta nota, trazan en estas páginas, con sus relatos y poemas, un mapa en el tiempo y definen los contornos de una región que ha franqueado ya sus propias fronteras y ha exportado escritores a lejanas tierras.
Una de esas exportaciones recae en el periplo de un escritor nacido en Tumaco y adoptado por una pareja de académicos suecos, siendo apenas un bebé. Se trata de Bonifacio Bergner, considerado por García Márquez como su sucesor natural. A los catorce años fue ganador del premio de relatos Cortázar de cuentos en español, por su relato Qué comimos al almuerzo; fue autor de una novela (A comprehensive study of pure evil) de lectura obligatoria en estudios de literatura en Europa. Siguiendo la línea de la nota publicada en la Internet, los padres de Bonifacio murieron en un accidente automovilístico. Los tres fueron viajeros incansables. Bonifacio dominaba varios idiomas. Al morir sus padres, perdió el rumbo. Se suicidó en marzo de 2003. Había viajado antes a conocer su pueblo natal, y en su diario se halló la siguiente nota, que prefigura el drama actual de este pueblo y de casi todos los pueblos del Pacífico, nota que adjuntamos como un avance, un reconocimiento y un homenaje póstumo con esta antología:
12 de marzo de 1991
Tumaco es una ciudad sumergida. Por eso hay barro en todas las calles, por eso cuando los niños corren por la playa sus saltos se prolongan y a veces nos parece verlos volar sobre las olas agitando sus brazos, realmente nadan. Tumaco es una ciudad de ahogados felices que viven vidas maravillosamente falsas protegidos por la falacia de su no existencia. Volver a Tumaco me hace dudar seriamente que todo lo demás exista, el mundo pierde peso sentado en la arena viendo pasar copias idénticas de esa imagen extraña que todos los días veía en el espejo y jamás reconocí como mí mismo. Tumaco me reconoce y abraza con su halo denso y mojado, me dice hijo con cada rugido de su mar.
Hoy fui a una tienda, pedí una coca-cola y me senté afuera en la terraza a tomármela. Pasaron varias mujeres que podrían ser mi madre. Una se quedó mirándome un rato y yo le devolví la mirada. Tenía los ojos oscuros y grandes, me miraba con nostalgia y extrañeza, levanté mi mano para saludarla, le dije Buenas tardes, como había escuchado decir al tendero hacía algún rato, y ella me respondió bajando la cabeza, sonriendo y agitando un poco la mano. Tenía un vestido rojo ceñido al cuerpo y cargaba una bolsa con tomates y maíz en su mano, no recuerdo cuál. Luego caminé hasta llegar a la playa, seguí el malecón hasta el puerto y vi por primera vez los barcos en los que mi amigo Jeremías partió algún día hacia Europa para nunca más volver.
No traje muchas cosas para leer, apenas un par de libros. Leí unas páginas ayer y las hojas se deshacían al contacto con la piel, se volvían una crema grisácea, suciedad pura. Terminé botando el libro a la basura. No hay librerías en Tumaco, es imposible leer debajo del agua, ahora lo entiendo. Lo que no entiendo es por qué escapó Jeremías. De poder hacerlo, me quedaría a vivir en este lugar por siempre, vivir en pos de las corrientes y no de mí mismo. Éste es uno de los días más felices de mi vida, me quedan siete.
Los textos de esta antología fueron recogidos -obviamente- de obras ya editadas, algunos enviados por los propios autores. Nuestro agradecimiento a todos los que nos enviaron o permitieron usar sus textos. Quisimos que el hilo conductor fuera el Pacífico. Y aunque algunos nacidos en la región no están incluidos, por razones temáticas o logísticas, nada raro en una antología, creemos haber reunido un número suficiente que posibilite una lectura del Pacífico sin dejar vacíos insuperables. Desde todas las latitudes del Pacífico, aquí está la visión de un Pacífico en sus alegorías migratorias, en sus retratos móviles, en sus pinceladas exóticas u oníricas, en crudo realismo o en abismos surrealistas. Un Pacífico que asume sus conflictos y sobrevive en medio de las carencias y la alegría callejera. Un Pacífico capaz de nombrarse a sí mismo”.
.
Vanín Romero confirmaría, días después, en nota publicada en el diario El País de Cali, Revista Gaceta, que la historia de Bonifacio era sólo una invención, un divertimiento literario en Internet y que, por supuesto, Bonifacio, no obstante la belleza del texto acerca de Tumaco, nunca existió.
Con Alvaro
Pedrasa, el poeta Vanín ha explorado los mitos, esos tan cercanos a las
culturas fluviales. El periodista y escritor del Pacífico, Flover González
Cortés, clasificó también en una de sus primeras publicaciones, estos diantres,
encantamientos y apariciones. En las investigaciones de Pedrosa acerca de la
Vertiente Afropacífica de la Tradición Oral, participó Alfredo Landazury,
dentro del segmento denominado Mios y fantasmagorías, texto editado por la
Facultad de Humanides de la Universidad del Valle en 1994. Tuvieron como fuente
al pescador Samuel Landázury, de la región de Curay, en Tumado. El compilador
fue Jaime Ariza Tello.
Ahí, se vuelve
a contar la historia, recurrente en la tradición oral afropacífica, del tesoro
que cuidan tres perros negros; en otras versiones, es un gallo el que lo cuida.
El tesoro puede estar representado por pailas llenas de oro, y en otras
ocasiones, por “muñecos” de oro, reyes de bastos, reinas coronadas.
Tenemos así el
mito de la Tunda
“Advierte a los
niños sobre el riesgo de adentrarse solos en la selva y a las madres el riesgo
de dejarlos solos en la casa, porque este personaje los rapta adoptando la
forma de una mujer de la familia (madre, hermana, tía, etc). A los hombres
adultos se les presenta igual, pero las consecuencias son diferentes, aunque
igualmente trágicas. Si no se rescatan a tiempo. La victima no muere, pero
puede quedar trastornada de los sentidos para siempre. La Tunda es un espíritu
que se disfraza de mujer conocida y de poder de seducción.
El Riviel
Representa un
control ecológico. Los pescadores deben pescar lo necesario, devolverse a sus
casas y no quedarse solos en el mar. Los viajeros deben ser prudentes. En este
sentido tiene similitudes con la Madremonte andina, que asusta a los
colonizadores y devastadores de selvas. El Riviel es una luz que se acerca por
el mar al pescador solitario y hunde su barca.
El Duende
Gran señor de
la lucha, la guitarra y el enamoramiento, persigue a las preadolescentes para
acariciarlas, sobre todo en los senos. Claramente se está indicando el peligro
que representa para ellas la presencia de desconocidos o de hombres con malas
intenciones. Es un ser masculino, casi enano pero fornido y con tina cabeza
grande que cubre con un gran sombrero.
Los Encantos
Son algunos
sitios, generalmente acantilados, donde se oyen por las noches, en determinadas
épocas del año, músicas submarinas. Bogas y pescadores se alejan atemorizados
de esas zonas y atribuyen los sonidos a sirenas encantadoras.
Probablemente
estos sean efectos del viento y del agua en las grietas y hendiduras, o también
en las raíces de los mangles.
El Maravelí o
Buque Fantasma
Cargado de
espíritus y de esqueletos endemoniados, de seres que en vida hicieron pacto con
el Diablo para obtener riqueza y poder. Es un buque inmenso negro y silencioso,
que desaparece cuando se lo ilumina y que deja brotar fuertes voces cuando
alguien de cerca pronuncia palabras sagradas. Es la representación de los
afanes de riqueza que culminan en las miserias del infierno.
El Hojarasquín
del Monte
Es un ser que
se identifica con el bosque que está poblado de espíritu y que llena la
imaginación de los narradores.
La Madre de
Agua
Es un espíritu
que según la tradición, fue creado por los hechiceros, para acechar desde el
fondo del río entre palizadas y remolinos y proteger a la naturaleza de los
excesos de los hombres.
La Domitila
Es una mujer
negra alta y voluminosa, llena de energía y ritmo, que representa la población
negra de la Costa y que se muestra en los desfiles y festivales folklóricos
dirigiendo e invitando al jolgorio.
El tente en el
Aire
Es un espíritu
que flota en el Aire, que siempre anda errante y se presenta a cualquier hora e
inesperadamente. En el Chocó y por tradición africana, es la creencia del bajeo
y que lleva el nombre de Astarón, cuyo vaho materializado en huellas
encontradas en el monte por el nativo, adquiere en todo el cuerpo una fuerza
magnética que puede conducir a la muerte...
Adivinanzas y desates
Plantean un
enigma, casi siempre en forma versificada. Sirve para integrar conocimientos entre
la comunidad. El desate es una variante más complicada de la adivinanza. Muchas de las
formas de este género de la tradición oral poseen un gran sentido del juego
verbal, de la abstracción intelectual, a veces rayana en el surrealismo.
Ejemplo:
De mar ajuera vengo
De mar ajuera vengo
de ver al padre Murillo
traigo el hábito negro
y el corazón amarillo.
(la Paila).
de ver al padre Murillo
traigo el hábito negro
y el corazón amarillo.
(la Paila).
Informante:
Comunidad de Iscuandé Compilador: Germán de Granda, 1976
Proverbio o refrán, o dicho
Contiene
elementos normativos, de conducta y de sabiduría popular. Normalmente se
construye en forma de prosa rítmica o verso pareado.
Ejemplo:
Si por mise
hizo el verano
Si por mise hizo el verano
Vuelva el invierno a llover...”
Si por mise hizo el verano
Vuelva el invierno a llover...”
.
.
.
Existe desde hace
muchos años en los Estados Unidos, una asociación de académicos y escritores
que estudian la literatura colombiana. A ellos se les llama “colombianistas”.
De este grupo hace parte Michael Palencia-Roth, de la Universidad de Illinois.
Tuvo él la oportunidad de conversar con Alfredo Vanín, acerca de sus inicios en
la literatura, autores predilectos, infancia y adolescencia. Este texto fue
publicado con el título, “Alfredo Vanín, Poeta del Pacífico” *.
Palencia anotó
que “el 9 de agosto de 2003, después
de haberme leído casi toda su obra y después de varios años de conocidos, nos
sentamos —Alfredo Vanín, poeta afro-colombiano del litoral Pacifico, y yo,
colombianista sin remedio — en uno de esos típicos atardeceres de verano en
Cali a conversar sobre su vida y su poesía. La intención mía en aquella
tarde era de hacer una entrevista de presentación, ya que a Alfredo Vanín pocos
lo conocían y muchos lo ignoraban. Meses después, buscando la mejor
manera de redondear la presentación, se me ocurrió pedirle a mi alumno, Alain
Lawo-Sukam, que escribiera un breve ensayo que presentara al público la
"La poética de Alfredo Vanín". La tesis de Alain integraría — pues
así la habíamos planeado — a Vanín como
uno de los seis poetas (cuatro de Colombia, dos del Ecuador) claves para
entender la poética afro-colombiana y afro-ecuatoriana del Pacífico. El ensayo
de Alain acompañaría esta presentación. Su tesis, solo idea en agosto de 2003,
es ahora un hecho ( 1 ).
Alfredo Vanín nació el 29 de noviembre de 1950 al lado del
rio Saija, en el Departamento del Cauca no lejos de la desembocadura del río
en el mar Pacifíco. A la orilla del río, su padre tenía un aserradero y allí pasó Alfredo los primeros cinco años de vida. A
los seis, fue llevado con su familia a otro aserradero, este en el río Micay,
un poco al norte del pueblo Guapi y al sur de Buenaventura. La familia Vanín se
instaló en Guapi, que en aquel entonces era un pueblo de unos 8.000 habitantes,
grande entre los pueblos de la costa del Pacifíco. *
(1 ) Alain Lawo-Sukam, Hacia una poetica afro-colomblana y
ecuatoriana: El caso del Pacifico (Ph.D.Dissertation, University of
Illinois, 2005).
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* Michael Palencia-Roth, de la Universidad de Illinois, conversación con Alfredo Vanín
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* Michael Palencia-Roth, de la Universidad de Illinois, conversación con Alfredo Vanín
¿Como era
Guapi, el pueblo?
Su fundación española
se remonta a fines del siglo XVIII pero no
fue tanto un pueblo productor, minero o
minero-esclavista. Más que un
pueblo productor, Guapi fue un pueblo
administrativo donde tuvo asiento una
pequeña élite española y criolla blanca que
tenía allí sus casas para estar más cerca de
sus minas. En ese pueblo crecí.
Prácticamente me formé allí. El pueblo se
encuentra sobre el río Guapi, muy cerca de
su desembocadura, a veinte minutos en
lancha rápida, del mar. Por eso, yo adquiero
esa doble condición de ser habitante de río y
de mar, y también de la selva, porque al
respaldo del pueblo está la selva del
Pacífico. Esta condición me va a marcar
literariamente porque pese a que yo he sido
un lector muy universal, leyendo todo lo
que he podido de autores de todos los
continentes, empiezo a entender que uno
tiene la misión de nombrar lo que tiene
cerca.
¿Cuándo y
cómo empezaste a escribir
poesía?
Los primeros poemas que escribo,
es decir que yo recuerdo haber escrito,
ocurren cuando tengo 14 años. Conformo el
primer álbum de poesía, no publicable, por
supuesto. Luego a eso de los 16 años, tras el
primer e inevitable enamoramiento de
adolescencia, surge ya un poemario que
considero más logrado, que empieza a
darme pistas más seguras sobre qué es el
ejercicio de escribir poesía. Ese poemario
tiene un nombre de adolescente que se llama
"Sólo el recuerdo". Y está dedicado a una
novia que tuve. Me gustó mucho porque en
el vienen a converger algunas influencias
que había estado recibiendo, por ejemplo, de
cierta poesía modernista colombiana que
leía mucho por esa época.
¿Como cuáles poetas, por ejemplo?
Bueno, digo modernistas, pues no
éran solamente colombianos. Uno de los autores que
más leía en esa
época, quizá a veces obligado por las tareas
del colegio, era Rubén Darío. Luego cae en
mis manos Leopoldo Lugones que me
fascinó porque vi en el unas nuevas cosas y
una manera nueva de adjetivar. El ritmo
poético era muy diferente. Empiezo también
a leer a los Piedracielistas. Estoy hablando
de los años 64, 65 y 66. Son tres años que
recuerdo muy bien porque fueron de mucha
lectura de poesía. Además, teníamos un
grupo de unos dos o tres amigos, incluido
un hermano que muere posteriormente.
Pero nos reuníamos algunas noches a leer
poesía. Y como a Guapi no llegaban Libros,
entonces de pronto, empezaron a circular
unos cuadernillos poéticos. Y allí conocí a
Luis Carlos López, a Cesar Vallejo, a poetas
españoles de la Generación del 27.
¿Explícame
eso de los cuadernillos?
Los cuadernillos eran unos folletos
dedicados a poesía muy clásica, por cierto, a
poetas muy consagrados. Eran editados por
Simón Latino, un editor antioqueño. Y
entonces presentaba a poetas muy
irreverentes como Luis Carlos López.
También a poetas más convencionales, por
decir algo.
-¿Ahí
leíste a Guillermo Valencia?
Si, lo leía pero jamás
me atrajo tanto.
A mí
tampoco. Es un poeta
distante,
muy de mármol...
Muy de mármol. En cambio, cuando
leí a Luis Carlos López, entendí que también
la provincia podía ser nombrada por un
poeta más popular. Pero creo que mi
emoción de la lectura de poesía llega a cierto
punto bastante alto cuando me cae en las
manos César Vallejo. Volví a leer mucho a
Pablo Neruda. Desde luego, Neruda lo
atrapa a uno y su influencia es aplastante.
"Veinte poemas de amor y una canción
desesperada", especialmente en esa edad. Pero
luego me intereso más por una poesía que
me parece muy extraña para un muchacho
de pueblo. Estos poemarios que tienen un
fondo surrealista que no es este de los veinte
poemas, tan explícito, y que es una poesía
mucho más libre, menos sentimental.
¿Como sus
odas elementales?
Por ejemplo, como las Odas
Elementales. Me acuerdo mucho de esos
poemas y de esa rítmica de Neruda. Bueno,
la formación entonces se dispara hacia otras
búsquedas. Neruda me permite ir
entendiendo también poetas
contemporáneos o poetas posteriores. Y
recuerdo que estaba en quinto de
bachillerato, en Facatativá, porque en mi
pueblo sólo había hasta cuarto de
bachillerato. Y en Faca me ocurren dos
fenómenos importantes. Acuérdate que
tenia yo 16 años y había acabado de escribir
el poemario "Sólo el recuerdo". Bueno,
entonces en Faca me ocurren dos cosas
contradictorias: una, escarbando en otros
poetas, me encuentro con Saint John Perse
por esa época, precisamente, en una librerñia
de libros viejos. Descubro un poemario de
Saint John Perse. Encuentro todas esas
elegías caribeñas. Luego comienzo a leer a Kafka y
a escritores existencialistas. También a los
latinoamericanos modernos. Pero también
me sobreviene una gran nostalgia del
Pacífico. Entonces empiezo a refugiarme en
ciertas búsquedas; por esa época, empiezo a
frecuentar a Helcías Martán Góngora que
está produciendo poesía muy negrista,
digamos, de la corriente negrista. En
Esparavel, su
revista, me publican mis
primeros poemas en el año 67, poemas con
un corte muy existencialista. "Esparavel" es
una red redonda de pesca que se arroja con
el brazo en los ríos. Es un arte de pescar. La
poesía mía en este tiempo es muy
metafísica.
Claro que ya había tenido una
experiencia editorial en el colegio en Faca.
Fundamos un periódico, yo formaba parte
del comité editorial, publiqué un soneto,
pero con seudónimo. Y fue por timidez
que lo hice, aunque casi todos firmábamos
con seudónimos, a cierta usanza nadaísta.
Yo era Yano-Z, otro era Lucas, otro El Pulpo.
Mi profesor de literatura empieza a indagar
sobre el autor del soneto. Entonces
finalmente tengo que descubrirme y el me
dice, "solamente quería saber quién era para
decirle que si puede cambiar una palabra,
solamente una palabra." Con el cambio de
esa palabra el soneto ganó. Es un soneto que
luego he dicho ante otras personas y ha
gustado y tiene todo ese corte de las
influencias modernistas de las que te
hablaba al principio. Había dos profesores
de literatura que me dieron mucho ánimo: el
profesor Cárdenas que recuerdo mucho, y el
profesor Prieto. Entonces me decía uno de
ellos que estaba yo metido tempranamente
en el ambiente existencial y cósmico.
¿Cita textual?
Cita textual. Ahora me acuerdo que
el poema hablaba de que la luz seguía igual,
la tierra seguía igual, la luna seguía igual y
al final decía: "y yo sigo sintiendo en la
mañana / la mas extraña indigestión de
auroras. . .” Luego
Helcías Martán publica
algunos poemas en su revista Esparavel que
todavía tenían este tono de hastío universal,
de no sé qué. Yo era una persona muy
encerrada en mí mismo, lo sigo siendo, pero
en esa época era mucho más fuerte. Quizá
esto se permite el trabajar mucho la poesía,
pero a la vez entorpece también ciertas
relaciones con el mundo. Es decir, se pierde
cierta comunicación. La poesía tiene su
precio. Me encerraba a leer en la biblioteca
de mi papá.
¿Tu papá
cómo era, que hacía?
Mi papá era maderero pero también
era dirigente político, conservador, y gran
lector. Yo siempre lo oía hablar de la justicia,
de la equidad social. Un día le dije que eso
me había Ilevado al marxismo. Pero también
me Ileva a Sartre, yo fui un lector precoz de
Sartre; en ese tiempo leía más filosofía que
ahora. Ahora la leo más esporádicamente.
En esa época yo leía mucho a Sartre, y desde
luego a Kierkegaard, a Heidegger. Pero
Kafka fue una pasión. A todo estudiante de
cierta época, Kafka lo atrapa. Me atrapó
porque era finalmente alguien que me
llamaba mucho la atención, por sus
laberintos interiores, y en Kafka me enfrenté
a un mundo desconocido y además vi que
era posible escribir sin tener una gran
historia, aquella historia deslumbrante de
las novelas, de los clásicos. Incluso escribí
una primera novela que tenía un sello
kafkiano. No sé en qué momento perdí la
novela. Quisiera tenerla ahora, pero la perdí.
En ella estaba el impacto de Bogotá en mí
(yo salí de Guapi directo a Facatativá, a
Bogotá) y el impacto de Kafka. Se llamaba
"La ciudad de los rostros deformes".
¿Qué edad
tenías al escribir la novela?
Unos 17 años. Sin embargo, he
trabajado mas la poesía. En algún momento,
me empieza a gustar la posibilidad de
escribir narrativa y algo de ensayo. Y eso
debido a mi descubrimiento de dos
escritores, de tres. Todos tienen que ver con
el Río de la Plata. El uno es Juan Carlos
Onetti, el otro Jorge Luis Borges, por
supuesto, y sobre todo Julio Cortázar.
Encuentro en la narrativa de Cortázar que lo
cotidiano está dando temas asombrosos.
Pero veo que mi habilidad para la prosa no
va pareja con la poesía. Entonces trabajo
intensamente la poesía hasta que la
narrativa también empieza a exigirme una
manera quizá testimonial de escribir al
principio. Bueno, mi formación continúa
básicamente a través de una forma de leer
intensa, le dedico mucho tiempo -altos- a
trabajar la literatura latinoamericana, sobre
todo la narrativa. Son años de una búsqueda
de la narrativa latinoamericana que me
enseñaron a ver un poco más claro mi
continente. Y no me canso de decir que
entendí mejor la historia mexicana con La
muerte de Artemio Cruz y La región más
transparente, que
con todos los tratados de
historia que leí.
En cuanto a mi formación
académica, yo hice unos semestres de
Ciencias Médicas en la Universidad
Nacional de Bogotá, pero luego entendí que
aunque me gustaba mucho la biología iba a
ser un mal médico, porque yo quería ser
más espontáneo, quería estar libre para
escribir lo que quisiera. Llego a la
Universidad del Cauca y realizo estudios de
literatura y algo de antropología, que me
fascinaba también. Pero no con la idea de
obtener un título como tal sino más bien de
trabajar las materias, las asignaturas que me
llamaban la atención. Estudié Latín también,
mucho Inglés.
Los dos semestres de Latín me han sido muy
útiles porque todo humanista necesita el
Latín, aunque sea de manera rudimentaria, y
el Latín me ha ayudado a entender ciertas
cosas. Quisiera haberlo aprendido más.
Me dedico también a la
investigación cultural, más que todo, al
Pacífico. Esto va a tomar años de búsqueda,
de trabajo, empleo todo lo aprendido en
escudriñar la expresión literaria, popular,
oral del Pacífico. Todo eso a la vez sin dejar
de estudiar ni de leer, desde luego, literatura
universal. Todo ese trabajo me da
instrumentos para empezar a nombrar una
región poéticamente aislada, marginada,
invisible en Colombia. Esa búsqueda me
permite introducir cierto tono que ojala sea
el apropiado. Eso me deja con alguna
satisfacción. Sin embargo, la búsqueda
continúa y ahora creo que volveré a explorar
otros temas que dejé pendientes.
-Dónde
vivías en aquel entonces;
cuéntame
un poco de tus viajes, de tus
andanzas...
Guapi es el punto de partida de mi
formación. He vivido, además, en dos
pueblos del Pacífico, en Buenaventura y en
Tumaco. Siete años en Buenaventura, hasta
el año 86 y casi una década en Tumaco,
entre 1993 y el 2003. Luego por problemas
del conflicto nacional, que se vive muy
intensamente en el Pacífico, debo salir. Al
fin, vuelvo a Cali y aquí estoy, desde enero
del 2003. Este regreso a Cali, de alguna
forma, implica hacerme como un balance,
como un inventario de lo hecho y de lo que
queda por hacer, por retomar. He notado
que la narrativa ha empezado a ocupar
cierto espacio, porque ya no es tan
accidental como antes, sino que esta
demandando mas tiempo, más horas de
trabajo. He vuelto sobre todo a leer más
poesía en otra lengua. Estoy metido en
algunos poetas ingleses y franceses nuevos
que incluso he conocido a través del festival
de poesía de Medellín. También quiero
regresar al ensayo.
Conozco todo el Pacífico
colombiano y, también el panameño, el
ecuatoriano y parte del peruano. Lo he
recorrido conscientemente; uno de mis
proyectos es la escritura de una novela en la
que Balboa es un personaje que descubre la
Mar del Sur para los españoles, pero a la vez
sufre cambios existenciales al descubrirlo.
Pero a la vez estoy trabajando en un
proyecto urbano, en una novela ubicada en
Cali que, poco a poco, ha ido saliendo.
Sin embargo, el trabajo de fondo
sigue siendo la poesía. Hay ya tres
poemarios listos, uno de ellos un poemario
erótico. Es muy difícil, por cierto, porque el
erotismo literario tiene grandes
representantes. Desde el Cantar de los
Cantares hasta
ciertas obras modernas hay
buena poesía erótica. Y escribir poesía
erótica es un desafío. Hay un poemario de
poemas breves donde el amor y el conflicto
están allí; el amor y la guerra, sin ser ni
sentimental ni panfletario. Paralelamente
hay un poemario ya listo para ser impreso,
que fue presentado en uno de los festivales
de poesía de Medellín.
El poemario presentado en Medellín
tuvo muy buena acogida. Es una obra muy
urbana, un homenaje a algo que siempre he
reverenciado, el talento del tahúr. Yo nunca
he podido ser un jugador, pero he admirado
siempre el mito del tahúr, el arquetipo. Este tipo es
estigmatizado, pero también reverenciado
de alguna manera secreta.
Comentemos
tus poemarios en el orden
en que
los escribiste y los publicaste. ¿Cuál fue el
primero?
El primer poemario que publico es
un folleto editado de una manera artesanal y
que se llama Alegando que vivo. Este
poemario fue publicado en 1976, en
Popayán. En esta poesía está todavía muy
viva la presencia de los negristas del Caribe
que tienen esa manera como muy directa a
veces de nombrar lo cercano.
¿Cuándo
hablas del Caribe, estás pensando en ciertos poetas?
Estoy pensando en la influencia de
un Guillén, estoy pensando en Artel del
Caribe Colombiano. Yo empiezo a conocer a
Pales Matos, a Artel, a Guillén, a Martán
Gongora. Los habia leído en los famosos
dominicales de El Tiempo y de El Espectador
que llegaban a Guapi. El Tiempo publicaba
poetas nadaistas que me llamaron mucho la
atención, por su manera de salirse de la
norma. Todo lo que fuera innovación me
llamaba la atención, hasta que los amigos,
compañeros de tertulia, empezaron a
decirme que me estaba apartando mucho de
la poesía, que me estaba metiendo mucho en
cosas modernas. Nunca he escrito poesía
nadaista, pero eso me ayudó a entender que
se podían hacer cosas diferentes; César
Vallejo me reafirmó esto de manera
indudable. Después conocí a Baudelaire, a
Rimbaud y a los poetas italianos modernos.
Bueno, esa experiencia, tras años de
búsqueda, va a resultar en Cimarrón en la
lluvia publicado
en 1991, en Cali. Es el
resultado de un libro que primero se
llamaba Atribal y que luego hizo parte de
Cimarrón. Yo en el
fondo estaba buscando la
manera de hacer un Trilce, pero desde luego
sin las herramientas poéticas de un Vallejo.
De todos modos era también esa manera de
ir creando mis propios ámbitos, mis propias
resonancias. Si conocieras el texto original,
las transformaciones, el trabajo de
depuración que hubo, verías que el trabajo
fue muy intenso. Empezando porque la diferencia entre las
publicaciones fue de casi 10 años. Todos
esos años, estuve trabajando en Cimarrón.
Fue uno de los procesos de alquimia mas
intensos que he tenido. En los años
anteriores a este, yo escribía por lo menos
cinco poemas diarios. Era bárbaro. No volví
a tener una experiencia tan intensa de
escritura como hasta entre el 2001 y el 2002
que empiezo a escribir poemas eróticos y los
poemas breves.
Volvamos
a 'Alegando que vivo'.
¿Cuáles
eran los dos o tres poetas que leíste al
escribir
ese poemario?
Yo estaba muy cercano a Cesar
Vallejo. Vallejo era de los que más leía por
esa época. Pero también estaba Aimè Cesaire.
...
... Págs. 59 a 61, siguen en : http://www.colombianistas.org/LinkClick.aspx?fileticket=yAxgmkCw2TY%3D&tabid=107
...
... Págs. 59 a 61, siguen en : http://www.colombianistas.org/LinkClick.aspx?fileticket=yAxgmkCw2TY%3D&tabid=107
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Cali, noviembre 16 de 2011
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NTC ... ENLACES:
+++
DE:
http://ntc-eventos.blogspot.com/2009_06_29_archive.html
2 de Julio, 2009, a las 3 p.m, CALI
Conversatorio con el Profesor Alain Lawo Sukam de la Universidad de Chicago. Su Tesis doctoral: “Cuatro poetas del Pacífico”. Jueves 2 de julio, a las 3 p.m., auditorio 1, en la biblioteca Departamental de Cali. Calle 5a. No. 24 A-91. Entrada libre. El profesor Alain Lawo conversará sobre su investigación, la elección que hizo de los poetas, sobre aspectos de la cultura camerunesa. Los asistentes le conversaremos sobre culturas colombianas, en especial la del Pacífico. Los poetas seleccionados para su tesis fueron los caucanos de Guapi Helcías Martán Góngora y Alfredo Vanín, el chocoano de Condoto Hugo Salazar Valdés, el nariñense (de Tumaco) Guillermo Payán Archer. El libro está en corrección final para su publicación, en el presente mes, por la Universidad del Valle.
Notica de NTC ... : Un texto de Dr. ALAIN LAWO-SUKAM
Hugo Salazar Valdés: la problemática del medio ambiente en la poesía afro-colombiana del Pacífico , http://www.utpa.edu/dept/modlang/hipertexto/docs/Hiper6Lawo.pdf
Algo más: http://ntc-eventos.blogspot.com/2009_02_24_archive.html Numeral 3.
DE:
http://ntc-eventos.blogspot.com/2009_06_29_archive.html
2 de Julio, 2009, a las 3 p.m, CALI
Conversatorio con el Profesor Alain Lawo Sukam de la Universidad de Chicago. Su Tesis doctoral: “Cuatro poetas del Pacífico”. Jueves 2 de julio, a las 3 p.m., auditorio 1, en la biblioteca Departamental de Cali. Calle 5a. No. 24 A-91. Entrada libre. El profesor Alain Lawo conversará sobre su investigación, la elección que hizo de los poetas, sobre aspectos de la cultura camerunesa. Los asistentes le conversaremos sobre culturas colombianas, en especial la del Pacífico. Los poetas seleccionados para su tesis fueron los caucanos de Guapi Helcías Martán Góngora y Alfredo Vanín, el chocoano de Condoto Hugo Salazar Valdés, el nariñense (de Tumaco) Guillermo Payán Archer. El libro está en corrección final para su publicación, en el presente mes, por la Universidad del Valle.
Notica de NTC ... : Un texto de Dr. ALAIN LAWO-SUKAM
Hugo Salazar Valdés: la problemática del medio ambiente en la poesía afro-colombiana del Pacífico , http://www.utpa.edu/dept/modlang/hipertexto/docs/Hiper6Lawo.pdf
Algo más: http://ntc-eventos.blogspot.com/2009_02_24_archive.html Numeral 3.
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De navegaciones-e en nuestro "potrillo a vela" ( 1 ),
Nos Topamos Con ... Alfredo Vanín, Medardo Arias, ...
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