jueves, 28 de marzo de 2013

Camilo, el cura guerrillero. Joe Broderick. Editorial El Labrador, 1987. 5a. Edición. Se anuncia nueva edición (2013) de ÍCONO EDITORIAL

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Publica y difunde NTC … Nos Topamos Con 
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SEGUIMIENTO a Enero 26, 2016

Camilo, signo de reconciliación
Autor: Luis Fernando Múnera López
EL MUNDO , Medellín, 25 de Enero de 2016
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Revista Semana, Enero 24, 2016. 
ENTREVISTA a Joe Broderick . Fragmentos 

Joe Broderick nunca quiso ser un experto en el ELN, pero desde hace 40 años, cuando se convirtió en el biógrafo del cura guerrillero Camilo Torres, se convirtió en una de las personas que más conoce ese grupo insurgente.
SEMANA: Por solicitud del ELN el gobierno ordenó buscar los restos de Camilo Torres. ¿Qué importancia tiene este gesto?

JOE BRODERICK: El país tiene derecho a saber dónde están los restos de Camilo porque él fue un héroe nacional. Pero la verdad no lo creo fácil. Quien sabía dónde estaba su cuerpo era su hermano Fernando Torres, quien era un hombre reaccionario. Es por eso que el entonces coronel Álvaro Valencia Tovar le entregó los restos, para que no trascendieran.

SEMANA: ¿Por qué lo considera un héroe?

J.B.: Porque en su momento fue luminoso. Camilo se metió en política pero no se comportó como los políticos. Los políticos son cínicos y él era ingenuo. Eso lo llevó a tomar caminos errados, pero con mucha honestidad. Lo que lo hace un héroe es lo consecuente que era consigo mismo. 
….

SEMANA: ¿Se puede considerar al ELN el heredero de Camilo Torres?

J.B.: Ellos hablan como si Camilo hubiese sido su fundador, pero eso no es cierto. Lo que sí es cierto es que están muy influenciados por el ethos cristiano que les dieron Camilo, el cura Pérez y muchos otros curas, monjas y seminaristas. Realmente el valor para ellos no es la capacidad de tener éxito político, sino los valores religiosos como la entrega, el sacrificio, la abnegación.

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SEGUIMIENTO a Abril 22, 2013


Ecos de Camilo Torres
Reedición de una polémica biografía. Walter Joe Broderick lanza la octava edición de ‘Camilo, el cura guerrillero’, un hombre que marcó la historia de Colombia.
Por: Alfredo Molano Jimenoamolano@elespectador.com  En Twitter: @alfredomolanoji
El Espectador . com, 21 Abr 2013 - 9:00 pm http://www.elespectador.com/noticias/cultura/articulo-417496-ecos-de-camilo-torres. Impreso, 22 Abr.
Walter Joe Broderick obtuvo la nacionalización colombiana luego de haber vivido 44 años en el país.   / Luis Ángel
Walter Joe Broderick obtuvo la nacionalización colombiana luego de haber vivido 44 años en el país. / Luis Ángel

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"... . El valor ejemplar de la vida de Camilo Torres es indiferente a sus

logros o fracasos políticos, y lo eleva por encima de ellos al ámbito de

la grandeza humana. Por eso no es la suya una vida fracasada; sino
una vida hecha con lo mejor que puede haber en un hombre: de
voluntad, de amor y de fidelidad a sí mismo. ..."
Antonio  Caballero

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La nueva edición (2013) de 
Carátula
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NTC ... agradece la imagen a 
Gustavo García Arenas,  gmgarcia@iconoeditorial.com *
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Camilo, el cura guerrillero 
Walter J. (Joe) Broderick 

Editorial El Labrador, 1987. 5a. Edición 

Se anuncia nueva edición (2013) de ÍCONO EDITORIAL 

De la biblioteca de NTC ... 
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Texto, en rojo más adelante, dentro de todo el epílogo.
 Click derecho sobre la imagen para ampliarla en una nueva ventana.

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Joe Broderick
Fotografía* de la derecha (Cali, Junio 17, 2011) : María Isabel Casas R. ,                         http://ntcblog.blogspot.com/2010_05_31_archive.html ,
de NTC … ,  Nos Topamos Con  http://ntcblog.blogspot.com , ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia.
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El autor 

Walter J. Broderick nació en Australia 
en 1935 y ha llevado la mitad de su vida en 
Latinoamérica. En Santo Domingo (Re- 
pública Dominicana) y en el Perú trabajó 
como sacerdote católico; de esa época 
(1961-(;>7) data un interés por la problemá- 
tica cristianismo-revolución que lo lleva- 
ría a estudiar la vida y obra de Camilo. 
Después de renunciar al sacerdocio, 'Joe' 
Broderick se ha desempeñado, por tur- 
nos, en diversos oficios desde taxista hasta 
guionista. Ha publicado artículos y dibu- 
jos en varias revistas (Alternativa, Bogotá, 
1974; Hibernia, Dublin, 1977; Zona, Bogotá, 1986) y en los últimos 
años ha vivido en una granja en las afueras de Bogotá y se dedica no 
solamente al campo sino a la elaboración de cartillas ilustradas 
sobre ecología, salud, tecnología apropiada, agricultura integral, y 
otros temas. Sus textos y monos han sido publicados por entidades 
públicas y privadas en Colombia. Con el seudónimo Jarabe publica 
actualmente una historieta en el semanario El Campesino. 
Reside en Colombia desde 1969. Es casado, con dos hijos. 

Foto: Carlos Mario Lema 
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ÍNDICE

Prefacio
Capítulo 1. El fin
Capítulo 2. El principio
Capítulo 3. De la danza de los millones a los dominicos . 
Capítulo 4. El claustro y la violencia
Capítulo 5. De la Lovaina a Minneapolis
Capítulo 6. Capellán de la Universidad
Capítulo 7. Tomando partido
Capítulo 8. Declarando la guerra
Capítulo 9. La sotana o la revolución
Capítulo 10. El Frente Unido
Capítulo 11. La guerrilla
Capítulo 12. La emboscada
Capítulo 13. El holocausto
Epílogo de Antonio Caballero (Texto más adelante)
Indice de fuentes
El autor
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Quinta edición: 1987 
© EDITORIAL EL LABRADOR 
A.A.58308 
Tel: 285 5002 Bogotá - Colombia 
Walter J. Broderick 
© Epílogo: Antonio Caballero 

Prohibida su reproducción 
ISBN 958-95152-0-7 
Coordinación y Producción: El Labrador 
Carátula: Fernando Oramas 
Preparación litográfica: Servigraphic Ltda. Bogotá 
Armada: Gloria 1. Porras R. 
Impresión: Editorial Presencia 
Impreso en Colombia 
Printed in Colombia 

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De EL MALPENSANTE No. 139, Marzo 2013. Pags. 32 a 37 

En breve, Ícono Editorial publicará una nueva edición de Camilo, el cura guerrillero, ... 

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Texto completo, más adelante
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Pagina 32. 
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Ilustraciones: David Velásquez
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Camilo, el cura guerrillero 
Walter J. (Joe) Broderick 
Editorial El Labrador, 1987. 5a. Edición. Pags. 301 a 306 
Epílogo por Antonio Caballero (Escaneó: NTC ...) 
A partir de está imagen se pueden ver y leer las otras páginas. En texto, en seguida. 
la ejemplar vida fracasada 
de Camilo Torres 

por Antonio Caballero 

Esta larga, densa, meticulosa, apasionada biografía de Camilo 
Torres Restrepo no es otra cosa que la historia de una frustración. 
Veintiún años después de muerto su protagonista, lo que queda de su 
vida y de su obra es algo tan tenue, tan inasible, en apariencia tan 
poco propicio para una narración de 300 páginas (sin contar 20 más 
de enumeración de fuentes), como es el recuerdo de una posibilidad, 
la nostalgia de una promesa: más da una flor. Flota la sospecha de 
que tal vez todo lo que había para decir cabía en el subtítulo: "el cura 
guerrillero". Pero aún ese acoplamiento de sustantivos, que suena 
tan excitante, tan promisorio, tan sustancioso como un "discurso de 
las armas y las letras", deja un sabor de fiasco: días y noches de calor 
y mosquitos y monótonos ruidos de la selva, sin que pase absoluta- 
mente nada; luego unos tiros y unos muertos; y luego vuelve a no 
pasar nada otra vez, como en un escorzo irónico de lo que ha sido la 
historia de Colombia. 

Porque hay que reconocer lo: el paso ruidoso y fugaz del cura, 
político y guerrillero Camilo Torres Restrepo por el escenario públi- 
co colombiano no dejó ninguna huella: ni en lo eclesiástico, ni en lo 
político, ni en lo militar. La Iglesia, que en las manos oligárquicas 
del cardenal Concha Córdoba era tal vez la más reaccionaria de toda 
América Latina, la más impermeable a los vientos de renovación 
que empezaban a soplar incluso en Roma, la más feroz defensora del 
statu quo político, económico y social, siguió siendo la misma. Pasó 
incólume -sin que los desasosiegos del cristianismo obrero repre- 
sentados por el padre Torres la rompieran ni mancharan, como al 
cristal del catecismo- a las manos reaccionarias del brigadier- 

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cardenal Muñoz Duque, y luego a las más reaccionarias todavía del 
cardenal politiquero López Trujillo. Se mantuvo indiferente a toda 
inquietud social, convencida de que su única función temporal con- 
siste en la preservación del orden público, y ciega ante los excesos 
del sistema incluso cuando afectan a sus propios ministros: los 
asesinatos del padre Gillard en Cali, del padre Ulcué en el Cauca, 
del padre López en Sucre, que no merecieron ni siquiera un repro- 
che por parte de las jerarquías eclesiásticas. Y la desazón, si no 
doctrinal ni institucional al menos gene racional , que provocó el 
ejemplo de Camilo Torres al tomar claramente partido del lado de 
los pobres, quedó apenas en una polvareda de curitas rebeldes que 
colgaron los hábitos, no para hacer la revolución social, sino para 
casarse. 
En lo que toca a la izquierda, el fracaso de Camilo Torres como 
líder político y agitador de masas fue igualmente rotundo. Su Fren- 
te U nido, ese engendro pol ítico llamado a revol ucionar la revol ución 
misma, y a transforma por fin y de una vez por todas la correlación 
de fuerzas entre el pueblo y la oligarquía, no pasó de ser un remedo 
lamentable de movimiento revolucionario tironeado por todos los 
oportunismos y agobiado por todas las improvisaciones, antes de 
evaporarse si n dejar rastro. Una frase del libro de Broderick le sirve 
de epitafio: "Para cuando Camilo hubo terminado su aprendizaJe 
como guerrillero, su movimiento político estaba en ruinas". Y pasa- 
dos veintiún años desde su muerte, Camilo Torres ya no es para la 
izquierda colombiana ni siquiera un pretexto para tirar piedra en 
los aniversarios. 
Pero es quizás en el movimiento guerrillero donde la acción y la 
ideas de Camilo Torres resultaron más espectacularmente inútiles. 
El Ejército de Liberación Nacional, esa guerrilla que él describia 
como "sin caudillismo" y "sin ánimo de combatir a los elementos 
revolucionarios de cualquier sector, movimiento o partido", casi no 
esperó la muerte del cura guerrillero para irse por el despeñadero 
de la tiranía personal y el canibalismo revolucionario. Bajo la dicta- 
dura caprichosa e implacable de Fabio Vásquez Castaño el ELN 
ejecutó en pocos años a docenas de sus propios militantes, empezan- 
do por los más cercanos compañeros de Camilo: Jaime Arenas y 
Julio César Cortés. Diezmado en Anorí por el ejército, y descabeza- 
do por el auto-exilio de Fabio Vásquez (quien viajó a Cuba a som 
terse a tratamiento médico y se quedó allí adelantando estudios dr 
derecho), el ELN se dispersó luego en columnas semi-autónoma 
que durante años llevaron en selvas inaccesibles una existencia d 
guerra marginal e interminable, salpicada de ejecuciones de "trai 
dores" y de "sapos": se calcula que en sus veintidós años de existencia, 
el ELN ha matado dos veces más militantes propios o campesinos no 
colaboradores que policías o soldados. Y en los últimos años, literal 

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mente, ha encontrado petróleo: ha logrado la prosperidad económi- 
ca gracias a la extorsión de las petroleras multinacionales que han 
abierto pozos o construido oleoductos en sus zonas de influencia. 
(Parte de sus regalías petroleras la invierte en editar lujosos folletos 
para defenderse de las acusaciones de ser una guerrilla_ anti- 
ecológica por su necesidad de volar de cuando en cuando un tramo 
de oleducto para mantener vigente su tarifa' de impuesto a las 
multinacionales). 
Si en esta historia delirante y sangrienta se puede buscar algún 
rastro de la influencia de Camilo, está precisamente allí donde él 
menos lo hubiera deseado: en el clericalismo del grupo guerrillero. 
Los jefes "elenos" no son ya intelectuales universitarios como Are- 
nas, Cortés o Medina Morón, ejecutados todos, ni campesinos auto- 
cráticos como V ásquez Castaño, que los ejecutó a todos antes de irse 
a estudiar derecho al exterior. Sino sacerdotes católicos: el padre 
domingo Laín, el padre Manuel Pérez. Curas aragoneses de cruz y 
metralleta, feroces y fanáticos como los curas conquistadores del 
siglo XVI que vinieron, ellos también, a salvar a América por la 
fuerza. 
y esa inutilidad estruendosa y autodestructiva, esa frustración 
minuciosa y absoluta que fue la vida de Camilo Torres no sólo saltan 
a la vista con la perspectiva de los veintiún años transcurridos desde 
su muerte en combate; sino que eran ya notorias cuando las estaba 
viviendo. Inutilidad más escandalosa aún por cuanto cada cual 
quería darle una utilización mezquina: el partido comunista y el 
E LN tanto como esas "desesperadas damas de la alta sociedad" que, 
según cuenta Broderick, iban a buscarlo a su parroquia de la Vera- 
cruz "con propósitos que no eran exclusivamente espirituales". Y 
frustración, por eso, desde su mismo origen: todos buscaban sacar 
de Camilo Torres algo distinto de lo que él tenía para dar. Pero lo 
que daba, en cambio, se perdía en el aire sin el menor efecto. Así 
ocurrió con su proclama desde el monte, concebida para provocar un 
levantamiento generalizado y que sólo produjo un alzamiento de 
hombros en los cafés de Bogotá: "Ahora sí lo van a matar". Y así 
ocurrió con su propia muerte -en su primer combate, intentando 
ganar su primer arma de guerra- que fue recibida con absoluta 
indiferencia: "completamente normal", opinó Guillermo León Va- 
lencia, Presidente de la República; "un traspié en la lucha", informó 
"Insurrección", el boletín del ELN. Desde el mismo momento de su 
muerte era ya la vida de Camilo Torres como una ola en el mar. 
¿Se justifican entonces las 300 páginas de Walter J. Broderick, su 
talento, su pasión, su laboriosidad investigativa, y la paciencia del 
lector, para contar la historia de un fracaso? La respuesta a esta 
pregunta retórica está en esas mismas 300 páginas, a lo largo de las 
cuales la paciencia del lector se va transformando en entusiasmo, en 

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interés y en admiración. Entusiasmo por la novela, interés por la
reconstrucción histórica y sociológica, y admiración, finalmente,
por la grandeza trágica del personaje. Su grandeza de hombre: no
menguada, sino al contrario acrecentada, por su fracaso como cura,
como político y como guerrillero.
La novela es apasionante, con todo y su muerte anunciada desde la
primera página. Recurso técnico que ha sido muy alabado en nove-
las posteriores a ésta, pero que en Broderick no es virtuosismo
literario sino necesidad práctica: como los espectadores de las trage-
dias griegas, el lector de este libro lo comienza sabiendo que al final
al protagonista lo van a matar. Broderick hace de necesidad virtud
(suelen ser las únicas virtudes auténticas) y comienza a contar su
historia por el final: por el día en que mataron a Camilo Torres. Y
todo el mundo, autor y lector, y vasto coro de los comparsas y de los
personajes secundarios, con la casi solitaria excepción del soldado
que dispara el fusil, sabe quién es el muerto: el mismo cura guerri-
llero del título. No hay engaño.
Pero no uso la palabra novela en el sentido de engaño, de inven-
ción, de ficción, de artificio. Como en las novelas buenas, en la novelade
Camilo Torres todo-lo que se cuenta es cierto: es la pura verdad,
tanto histórica, como sicológica, como poética, apoyada no sólo en
pruebas documentales sino también en ese tono inimitable, infalsifi-
cable, que es el tono de la veracidad. Hablo de novela por dos
razones:
U na es formal. Broderick escogió para contar su cuento las reglas
de la novela. No las de la hagiografía, habituales en los libro
políticos: la falsificación y manipulación del personaje para hacerla
servir los intereses del autor. Broderick no oculta su admiración ni
disimula sus simpatías o antipatías, y toma abiertamente partido;
pero en ningún momento oculta ni falsea los elementos que no son
favorables a su tesis. Tampoco escribe una biografía ortodoxa. Es
decir, no pretende tener a su personaje hecho y derecho (aunque lo
tenga muerto) desde la primera página, y proceder a continuación a
explicar su vida a la luz de su muerte, su principio al ritmo de su
final, fijándolo en una (de todos modos discutible) cristalización
histórica: tel qu'en lui meme l'éierniié le change. Sino que, a la man .
ra de los personajes de novela, lo va dejando hacerse: le deja suelta la
rienda para que siga los meandros que le dibujan su capricho y \1
destino -a riesgo de que se le devuelva en línea recta a la pesebrera
o de que, por el contrario, no pase nada en la historia. Va dejando quo
se anude en las páginas del libro, por el juego ciego del azar y d I
libre albedrío, de las circunstancias y de la voluntad, el destino de un
hombre.
Es un libro que no está escrito desde el final, sino desde el prin
cipio; y es eso lo que le da ese sabor especial de lectura que tien .JI

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las novelas: de alimento fresco, y no pre-cocinado, como las bio-
grafías. Como es de novela, también, el inextricable entrevero de
destinos que conduce -que condujo- a ese final sabido desde el
principio: otros personajes, otras vidas, otras libertades, participan
en la trama de esta historia: la madre algo avasalladora y el coronel
de brigada un poco cómico, la fanática, la entusiasta muchacha
corsa y el prudente cura peruano, el clima frío de Bogotá y la prosa
árida del padre Yves Congar. Todo lo que formó, deformó, transfor-
mó a Camilo Torres: el carácter y la familia, la vocación religiosa, la
rebelión ante la injusticia, la tentación mesiánica, el lirismo y la
monotonía de la revolución. Y todo está mirado muy de cerca. Para
Broderick, que también fue cura revolucionario, y cuya propia
autobiografía daría para otra novela, escribir la de Camilo debió ser
casi lo mismo: M adame Bovary c'est moi.
La segunda razón por la cual hablo de novela es de contenido. Esa
vida que el libro cuenta es una novela cuyo argumento, en su senci-
llez clásica, la coloca en la categoría de las mejores del género. La
historia de un niño de buena familia, de madre muy bella y padre
superado por los acontecimientos, que huye de su casa para meterse
de cura y acaba con el pecho partido de un balazo en la guerrilla
revolucionaria de una de las más remotas prov-incias del imperio
americano. Cuando de lo que está metido de verdad, sin saberlo (o a
lo mejor sabiéndolo: esas cosas siempre se sospechan), es de Mesías.
"Sus palabras tenian una resonancia biblica -dice Broderick-.
Los cojos, los tullidos y los ciegos se sentian convocados por Camilo al
reino de Dios". Un Mesías tan fuera de contexto como podía serIo el
caballero andante don Quijote en los peladeros de la Mancha, sin
princesas ni dragones: Mesías de pipa y sotana en la Universidad
Nacional y en la Escuela Superior de Administración Pública, bau-
tizando retoños de oligarcas y confesando beatas en la parroquia de
la Veracruz, disputando con cardenales de provincia (Anás, Caifás),
enredado en las mezquinas politiquerías de una izquierda casi anal-
fabeta, hundido hasta las orejas en toda la comicidad involuntaria
de lo real, que no deja otro escape que la tragedia. Su muerte en la
selva, donde reconocieron su cadáver entre los cadáveres de los
guerrilleros porque era un cadáver distinto: blanco, delicado, de
niño bien, de cura.
Decía que otro de los intereses que presenta esta biografía es el
sociológico. El retato -magistral, aunque en buena parte haya sido
hecho solamente de oídas- de la sociedad en que nació, se agitó y
murió Camilo Torres. Sus marginados, sus cardenales, sus presi-
dentes, sus estudiantes revolucionarios, sus señoras elegantes, sus
campesinos, sus militares. La sociedad colombiana que produjo a
Camilo sigue retratada en esta biografía de Camilo porque sigue
siendo exactamente igual: sólo falta Camilo. Todo lo demás sigue

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ahí, tan igual a sí mismo que hasta los diagnósticos sociológicos del
propio Camilo siguen siendo válidos dos decenios después de su
muerte. Inclusive su tesis de grado ("Un acercamiento estadístico a
la realidad socio-económica de la marginalidad bogotana), pese a
que fue hecha con herramientas teóricas endebles y datos estadísti-
cos aproximativos, sigue siendo certera, e inclusive acaba de ser
reeditada. Como siguen vivos (y son con frecuencia reeditados) los
personajes de la política o de la guerrilla que acompañaron a Cami-
lo: a 10 sumo han ascendido de grado militar, civil o eclesiástico. Por
esta sociedad han pasado, al parecer sin dejar huella, veinte años, y
dos Papas, y millares de muertos.
Hay, finalmente, un tercer elemento apasionante en esta novela
de Broderick, que la arranca al nivel de la ficción (sin consecuen-
cias) o de la descripción antropológica (sin enseñanzas): y es lo
ejemplar de esa vida-que explicaba, para empezar, por qué Brode-
rick escribió una biografía, y no una novela ni un ensayo académico.
El valor ejemplar de la vida de Camilo Torres es indiferente a sus
logros o fracasos políticos, y lo eleva por encima de ellos al ámbito de
la grandeza humana. Por eso no es la suya una vida fracasada; sino
una vida hecha con lo mejor que puede haber en un hombre: de
voluntad, de amor y de fidelidad a sí mismo. Por eso esos breves y
malogrados treinta y siete años son histórica y humanamente más
importantes que muchas largas vidas triunfales. No dejó una obra,
ya se dijo, y su huella es impal pable: como dibujada en el mar o en el
viento, para 'citar a ese otro gran fracasado que fue Simón Bolívar.
Las enciclopedias del futuro tal vez tengan que contentarse con una
mención escueta detrás de su nombre: Torres, Camilo, cura guerri-
llero. Pero hablando de otros que vivieron su tiempo tendrán que
identificarlos diciendo, por ejemplo: Vásquez Castaño, Fabio: gue-
rrillero y abogado colombiano que fue comandante de la guerrilla de
Camilo Torres. Valencia Tovar, Alvaro: general y articulista colom-
biano que mandó la brigada en cuya zona se dio muerte a Camilo
Torres. Sexto, Pablo: Papa romano que visitó a Colombia recién
muerto Camilo Torres. Caballero, Antonio: autor del epílogo a la
biografía de Walter J. Broderick sobre Camilo Torres.

Antonio Caballero.

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* De: Gustavo García Arenas  gmgarcia@iconoeditorial.com

Fecha: 28 de marzo de 2013 08:55
Asunto: Solicitud de NTC …
Para: NTC ntcgra@gmail.com

Será una edición corregida, mas no aumentada… Gracias por la difusión. Estará lista para la Feria Internacional del Libro de Bogotá, donde se realizará una presentación (fecha y hora por confirmar).

Saludos,  Gustavo Mauricio García Arenas
Director General. Icono Editorial/Códice Producciones
Presidente de la Red de Editoriales Independientes Colombianas-REIC
Carrera 10 A No. 70-62. Tel. (57-1) 3178905, TelFax. (57-1) 3178898

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NTC ... ENLACES: 

Edición digital del libro: 


NTC Publicación relacionada con el autor,  18 de junio de 2011:



Fotografías y grabaciones: María Isabel Casas R. ,                                      
de NTC … ,  Nos Topamos Con  http://ntcblog.blogspot.com , ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia.

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domingo, 10 de marzo de 2013

MÍSTER AMBROSE BIERCE, EL SIN HUELLAS (En el centenario de su muerte). Por Juan Manuel Roca. Marzo 10, 2013

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MÍSTER AMBROSE BIERCE, EL SIN HUELLAS

(En el centenario de su muerte)

                                             “El gringo viejo se salió con la suya:
                                              vino a México a morirse."
                                                        Carlos Fuentes

Por Juan Manuel Roca

NTC ... agradece al autor el envío del texto y la autorización para publicarlo. 

Si de guiarse por un nombre se tratara, Ambrose (o Ambrosio), que tiene nacimiento en un vocablo griego y que significa “de naturaleza divina” o se relaciona con ambrosía -alimento de los dioses-, Ambrose, mister Bierce no se portó a la altura de su  apelativo.

Nadie más refractario a la ambrosía, que según la lógica gradual de los griegos es un alimento nueve veces más dulce que la miel. Nada dulce, nada melífluo hay  en la obra ni en la vida de este excéntrico y huraño escritor.

Si bien su talante era el de un inmortal, de una estirpe bronca y anarquista que blandía su pluma en un reino de decapitaciones, su alimento fue todo lo contrario a la ambrosía, pues parecía haber sido alimentado con azufre

Ambrose Bierce (Ohio 1842, México 1913), es uno de esos raros especímenes que no dejan rastro seguro a la hora de su muerte. Como si hubiera trazado un camino con migas de pan y esas migas hubieran sido borradas por el viento.

Todo indica que murió en 1913, hace 100 años, o por lo menos hasta allí llegó su rastro. Ese año fue crucial para la historia de México, cuando concluyó la etapa “maderista” de la Revolución, que según  el registro de la prensa de la época y sólo en la capital mexicana murieron más de 2.000 personas, hubo más de 6.000 heridos y un número considerable de desaparecidos.

¿Estaba Ambrose Bierce entre los 2.000 muertos o entre los centenares de desaparecidos?

De cualquier manera se cuidó de dejar las huellas de salida del mundo. Pero además, ¿a quién diablos podía importarle un “gringo viejo” cuando se definía el destino de un gran país y de miles de seres humanos? Pues ese mismo año de definiciones históricas se desvanece del todo la presencia de Bierce.

La muerte de Bernardo Reyes, las acciones emprendidas desde la Ciudadela de los generales Manuel Mondragón y Félix Díaz, la complicidad silenciosa de Victoriano Huerta, desencadenan la llamada “decena trágica” que termina con el asesinato de Francisco Madero el 22 de febrero, lo mismo que el de su vicepresidente J. Pino Suárez. A Huerta lo “legalizan” presidente con el apoyo decidido (vieja práctica imperial) del embajador estadounidense Henry Lane Wilson.

El anterior episodio parece reproducir en buena medida la opinión que míster Bierce tenía de la historia: “relato casi siempre falso de hechos casi siempre nimios provocados por gobernantes casi siempre pillos o por militares casi siempre necios”.

Ese es el telón de fondo histórico del momento en que el resabiado y amargo escritor andaba en busca de una salida del mundo acorde con su talante aristocrático y con su humor negro, que es el hábito que siempre lo acompaña. Acorde, también, con su soberbia. Demasiado soberbio para saberse trágico, como esos personajes de marioneta de William Shakespeare.

Ya se había dicho que para un gringo ir al México revolucionario era como una invitación a la eutanasia. Aunque pensándolo bien, desde la óptica más optimista de John Reed, morir en medio de  una gesta heroica podría ser un indudable privilegio histórico.

Para un escéptico como Bierce la revolución mexicana podría servirle como cortina de humo para salir de la vida sin mostrar los achaques de la senectud y para hacerlo como el implacable creador que sólo se permite a sí mismo asistir a la tragedia. Rasgos de esta saga personal son rescatados o imaginados por Carlos Fuentes en su “Gringo viejo”.   
                                                                                                          
1913 es también el año de la muerte del grabador de los muertos, José Guadalupe Posada, y es un año previo a la toma de ciudad de México por parte de Pancho Villa y Emiliano Zapata.

¿Alcanzó a ver Bierce la entrada triunfal de los revolucionarios mexicanos a la ciudad de los palacios, o ya había hecho “su” entrada triunfal en la muerte? No se sabe con certeza pero fue ese mismo año cuando se esfumó para entrar en la niebla que desdibuja la vida y esboza la leyenda.

A lo mejor Bierce fingió su muerte y se fue a rumiar su soledad en un rincón de Comala, o en la colina de los muertos imaginarios de Spoon River donde quisiéramos inscribirle un epitafio: Aquí yace Ambrose Bierce, parricida de sí mismo. El parricidio fue uno de sus obsesivos temas literarios y filosóficos que desplegó en “Una conflagración imperfecta” o en un club de parricidas que elucubró de manera magistral.

Maestro del humor disolvente, resulta inexplicable, como lo señala Jacques Stenberg, que André Breton no lo haya incluido en su “Antología del humor negro”, donde su carácter mayestático, que no tenía propiamente una visión amable de la humanidad, se habría encontrado con la pérfida compañía de sus pares, con esa tribu de seres pánicos y lenguaraces reunidos en el círculo de los maledicentes por el guía del surrealismo.

Estas son las vagas señales del desaparecido parricida: a los 17 años ingresa en la escuela militar de Kentucky donde recibe rudimentarios conocimientos para ir a la Guerra de Secesión y hacia 1866 se dedica al periodismo. Escribe sus maravillosos cuentos, “Soldados”, acerca de la guerra civil. Comparte opiniones con Mark Twain, uno de sus escasos amigos, pues su desafiante humor  lo enemistó con todos y con todo. Escribe sus polémicas columnas en el diario de míster Hearst y esto lo convierte en un solitario irredento, en un autor entre tinieblas. “Bitter”, el amargado, el bilioso, lo empiezan a llamar sus enemigos.

De soldado a celador de un edificio en San Francisco, de narrador a periodista, de hombre trágico que vería a sus hijos morir, uno en una bronca callejera a causa de una muchacha y el otro víctima del alcohol, se blindó frente al dolor con su humor cerrero y con su irremediable misantropía. A estos agregaba una burla permanente, que no le perdonarían sus compatriotas, dirigida contra el hombre mediocre de su país que, como en todas partes, suele ser la mayoría.

Quizá su ácida manera de mirar el mundo se haya reforzado en los combates sangrientos durante la Guerra de Secesión, de donde salió con el grado de teniente sin compartir del todo las ideas de los soldados del Norte, sus copartidarios.

No podría creer en la guerra alguien que afirmaba en su “Diccionario del diablo” que el cañón es un “instrumento empleado en la rectificación de las fronteras nacionales”. Y ya sabemos que con ese instrumento han ejercido tanto la diplomacia como la democracia, los  gobiernos de su país.

Jamás se dejó engatusar por los llamados ideales de la patria. Si fuera cierto lo señalado por Cicerón: “la patria es cualquier lugar donde se esté bien”, Ambrose Bierce fue un apátrida irremediable: no estuvo bien ni siquiera en su pellejo.

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