miércoles, 29 de julio de 2009

¿”El País de la Canela”, es una novela?

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¿ES ESTO UNA NOVELA?
Por Luis H. Aristizábal
Reseñas
Con el ojo puesto en las publicaciones colombianas
EL MALPENSANTE No. 99, Julio 2009. Págs. 70 y 71

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William Ospina. "El País de la canela". Editorial Norma. 2008. 368 páginas.
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Si alguna lección nos dejó Fernando Charry Lara, es que el mundo de la poesía y el de la literatura son distintos, irreductibles e incluso refractarios. Sus leyes son bien diferentes. Se puede ser un gran poeta y a la vez un pésimo intelectual, o lo contrario. La aparente oscuridad de un poema era para Charry una deliciosa invitación a la magia de la sonoridad, a ir encontrando poco a poco y sin prisas todas las sugerencias y los ecos que puede despertar el ordenamiento misterioso de las palabras. El desciframiento, pues, es una operación lícita en poesía. Entre otras porque la idea poética es acomodaticia y nunca acaba de decirnos todo lo que tiene que decir.

Como el burgués gentilhombre que se maravilla al saber que habla en prosa y del cual es la contraparte perfecta, definitivamente William Ospina se levantó un día para admirarse porque aunque intentara hablar en prosa, de su boca no salía más que poesía. Acaso ese mismo permanente tono lírico atrae a todos los cantores del júbilo inmortal y hace de Ospina una de las víctimas preferidas de todo el que necesite un prólogo o un artículo sobre vaguedades sonorosas como la colombianidad o la modernidad, o la exaltación de motivos de dudoso orgullo como el mestizaje, que parten de la misma base que el nazismo: que el que no tiene de qué más jactarse, acude al color de su piel o, peor aún, de sus ideas.
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Con Ospina me paseo por un terrible dilema; por una parte admiro su lenguaje. Como aventura del idioma, su obra es un constante fuego de artificio. Independientemente de su contenido, desde un punto puramente verbal, de eufonía, no admite reparos. Si el lector es el crítico esteta del que hablaba Wilde, fiel únicamente al principio de belleza en todas las cosas, la obra de Ospina satisface al más exigente de los catadores. Al que le guste la prosa lírica encontrará en él al mejor escritor del mundo. Si el lector quiere adormecerse en una melopea de palabras bonitas y soñar con mundos perdidos, estará en su elemento. Por el contrario, el que busque una historia llena de suspense o una interpretación de la realidad surgida de la reflexión intelectual, saldrá de esta selva bastante desencantado ...

Cabe preguntarse: ¿El País de la Canela es una novela? No lo creo. Al menos, no funciona como tal. Ospina casi no narra; describe. Narra unos pocos sucesos y describe un montón de naturaleza. Más que contar, canta. Se me antoja más bien que se trata de la reaparición del poema épico, traducido a prosa poética.
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El autor hace lo contrario que don Juan de Castellanos, quien tradujo a octavas reales su libro de elegías en prosa, hoy perdido. Los títulos de los capítulos corresponden a la epopeya y, desde luego, la estructura simétrica de los capítulos (cantos) responde a una visión épica.
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Acaso la gran novela colombiana escrita en prosa poética, casi desprovista de acción, es La nieve del almirante de Álvaro Mutis (1986), quien condescendería en sus siguientes novelas a ser más narrativo y por ende más prosaico. Tal vez advirtió que en el relato es imposible hacer prosa poética todo el tiempo, a menos que se quiera terminar en un horrible cuento modernista, y que quien escribe ficción tiene que rebajarse a ser el burgués gentilhombre de cuando en cuando, es decir, a escribir prosa prosaica.
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La prosa poética sirve para adornar una novela, pero no para escribirla. No sirve para contar aventuras ni para el suspenso. Hay momentos en que el lector simplemente quiere que le digan qué pasó, no que le den una vuelta lírica por encima del campamento en el que los indios están cocinando al misionero para comérselo, ni le interesa si lo aderezaron con ipecacuana, canela, índigo, albérchigos, mamoncillos, berenjenas u otras hermosas palabras. Solo queremos saber si se lo comieron, aunque sea por justicia poética, porque bien sabido es que la cantidad de veces que los indios se comen a los misioneros es inversamente proporcional a la cantidad de veces en que los misioneros se comen a los indios.
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Ospina no es para todos los lectores. Es para el de tipo ensoñador y con alma lírica, así como para los omnívoros distraídos. Sus reflexiones son estéticas, dictadas más por la sensibilidad que por el pensamiento. Por eso resulta tan difícil refutar sus ideas, envueltas en un exceso de retórica, de digresión circular: "Nadie anda tan extraviado que no esté en el centro de su propio camino, y no hay sufrimiento que no sea en el fondo la joya de un relato de misericordia"; o bien: "La desesperada defensa de la vida no pertenece al imperio de los tribunales sino a la libertad del corazón humano".
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Como dice Vila-Matas, después de García Márquez la literatura se llenó de buques varados en medio de la selva. Sin ir tan lejos, El País de la Canela está lleno de imágenes visuales de maravilla; es una selva aséptica, poblada por aromas misteriosos y nombres sonoros, sin mosquitos ni leishmaniosis, una bella palabra que –hélas!- desde luego desconocía el narrador del siglo XVI. Si estas selvas son pestilentes, es porque la palabra pestilente es bonita.


Se me atraviesa todo el tiempo la sospecha de que para Ospina el redondear una idea depende de la sonoridad de una palabra. Es de la escuela de sacrificar un mundo para pulir un verso. No pretendo que esa forma de acercamiento al mundo sea inválida. De hecho funciona, y atrae lectores y, en cualquier caso, el prestigio de estos libros está asegurado. A una buena cantidad de gente le gusta que le endulcen los ojos y por ende los oídos y que le recuerden la existencia de vagos antepasados heroicos. No obstante, es paradójico que estas novelas aparezcan en momentos en que las hazañas de los secuestrados encadenados por décadas en la selva han empequeñecido las sagas de conquistadores españoles quejumbrosos, que venían armados hasta los dientes, en las mejores condiciones para la época, acompañados por acémilas, galgos y sacerdotes, y que, por si fuera poco, viajaban sin mujeres.
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Ahora bien, a pesar de estar narrado en primera persona, el lenguaje no es del siglo XVI ni del XXI, sino un híbrido de bellas expresiones que están en las crónicas de Indias, mezcladas con las que ha hallado Ospina en su trato continuo con el lenguaje. Si hay o no anacronismos, me tiene sin cuidado. Es claro su regodeo en la enumeración, propio de Whitman. En El País de la Canela hay repetidos puñales que apagan el mundo, campanarios que cristianizan el viento (en Ursúa era la ciudad la que golpeaba el viento con sus campanas), islas cuyos bordes son los colmillos de los cocodrilos, arañas que tejen sus telas en la noche solo para atrapar al amanecer unas mezquinas briznas de rocío, lunas que como cuchillos turcos se balancean entre los mástiles ... Sin duda muy bonito, pero, ¿añade algo a nuestra comprensión de la historia?
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El preciosismo en la novela histórica tiene sus riesgos. Una página de Enrique Serrano, un novelista no muy distante del canon de William Ospina, así como otro gran estilista, es una hermosa filigrana, un delicioso postre de miel y almendras orientales. Cien páginas, son indigestión segura. Los grandes estilistas pecan por exceso. La paradoja más grande en el arte de la novela es que el mejor novelista es el que logra aprender a escribir "menos bien" que el mal novelista, que derrocha su talento ante los ojos del lector y no en la soledad de su escritorio y detrás de bastidores.

No pretendo negar la validez ni la pertinencia de las novelas de Ospina, aunque sí su rótulo. Creo en la riqueza de la diversidad de las escrituras. Estas historias hay que volver a contarlas con cada generación y cada quien las contará a su manera y en su propio estilo. Por desgracia para mí, ya me sabía la historia de los Pizarro y la de Orellana, mucho más conocida la primera que la segunda, gracias a una de esas paradojas de la historia que tiende a olvidar, excluyéndolos de los manuales de historia nacionales, los prestigios de las hazañas de los conquistadores que el azar llevó a los países que la metrópoli perdió después, como la Florida, California, las Filipinas o el Amazonas ...

Junto a la calidez de las palabras, este libro tiene para mí la frialdad de donde no pasa nada. Es un laberinto de muchas historias esbozadas y de ninguna contada. Al final, tampoco distingo lo que leí en el primero de lo que leí en el segundo libro de la trilogía, ni de lo que me contarán en el tercero. El que viene, si sigue girando alrededor de la figura de Ursúa, supongo que tendrá como protagonista al tirano Lope de Aguirre; ¿qué sé yo? Por mi parte, esta reseña vale también para Ursúa y para el que todavía no está escrito.
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· * Luis H. Aristizábal (Bogotá, 1959) es escritor y crítico literario.
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OTRAS PUBLICACIONES en NTC ... SOBRE LA NOVELA:
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COMENTARIOS:
Para "NTC ..." ntcgabo@gmail.com
Fecha 29 de julio de 2009 12:21
Asunto Re: .. ¿ES ESTO UNA NOVELA? Por Luis H. Aristizábal. Reseñas . EL MALPENSANTE No. 99, Julio 2009. >
No entiendo la necesidad que sienten algunos de descalificar a William Ospina como novelista. Es un escritor exquisito, y no tiene por qué ceñirse a preceptiva novelística alguna...entre otras cosas porque la novela no tiene que adaptarse a regla alguna.
Lus H. Aristizábal es buen reseñista pero aquí pecó de prejuicioso
Marco Tulio...
Esta semana encontrará en www.mistercolombias.blogspot.com
: Excelentes noticias; Cuentos de Marco T. en España; Segunda carta de apoyo al rector Raúl Arias; noticias de Onetti, Rufinelli, Jitrik; la farsa Bolaño, … Quién le teme a García Márquez; Noticias de M.T.; Dos recuerdos de Andrés Caicedo; Bolaño I: la farsa del siglo,.. y otros descabezaderos.
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NTC ... transcribe de:
Descabezadero. Blog del escritor Marco Tulio Aguilera
Miércoles 17 de junio de 2009
NOTICIAS DE LA LUCIERNAGA, WILLIAM OSPINA, DEL TALLER DE NOVELA Y DE LA VIDA
http://mistercolombias.blogspot.com/2009/06/noticias-de-william-ospina-del-taller.html
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Lo que me suponía: bastó que se le concediera el premio Rómulo Gallegos a El país de la canela de William Ospina para que le cayeran como moscas la caterva de envidiosos a decir que la novela violentaba la historia, que estaba sobrecargada de adjetivos, que... etc. La novela es excelente y ya. Amigos envidiosos: celebren lo celebrable y pónganse a trabajar. De paso comentaré que a William se le preguntó el título de alguna novela recomendable de un colombiano. Mencionó La historia de Horacio, del querido y hondo Tomás González. También mencionó William a varios buenos escritores colombianos: no me mencionó a mí. ¿Conclusión? O no valora lo que hago o no lo conoce o cree que ya no soy colombiano sino mexicano. Como dice mi nieta Mariann no impolta. Yo no necesito que los escritores que yo aprecio me aprecien y respeten. Con que yo me aprecie y respete me basta. Un alto poeta y alto polemista, muy amigo también, de nombre Harold Alvarado Tenorio, se lanzó contra los escritores que ganan o aceptan premios. ¿Nunca has ganado un premio, nunca has participado en un concurso, nunca has aceptado una beca, querido y admirado Harold? Y no es cierto que la mayoría de los ganadores de premios escribamos para los premios. Falso: en general escribimos con serenidad de alquímico, y cuando pasa el pato, le disparamos. Tal es mi caso. Y no me arrepiendo. Sin los premios este inmodesto y terco colombiano estaría en Colombia trabajando como maestrillo de filosofía y sin tiempo para escribir. Solo le pido a Dios muchos premios... pequeñitos, para que no me venga a joder la vida la perra, la diosa perra, la fama.
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Actualizó: NTC … / gra . Julio 29, 2009, 11:40 AM ; 2:36 PM.