domingo, 27 de abril de 2014

EL CORONEL SIEMPRE TENDRÁ QUIEN LE ESCRIBA. Juan Manuel Roca

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EL CORONEL SIEMPRE TENDRÁ QUIEN LE ESCRIBA

Juan Manuel Roca
La Jornada semanal, Abril 27, 2014, MX. http://www.jornada.unam.mx/2014/04/27/sem-juan.html
Raras veces aparecen escritores como Gabriel García Márquez, de tanta coherencia entre la fidelidad a una vocación y la grandeza de una obra. Nunca fue un hombre postergado, desde que sintió su pasión por la literatura y el periodismo se volcó en ellos sin cuartel e hizo migrar sus lenguajes de un género a otro. Su futuro de escritor siempre fue hoy, una suma de futuros ya cumplidos. Una y otra vez empezaba de cero frente al papel en blanco.
Son inmensos sus logros. En relación al país no es poca cosa: lo puso como nadie en el mapa de la literatura universal. Su legado a los escritores resulta inobjetable: la constancia como divisa, la obsesión como guía, el riesgo asumido.
Para mí su mayor conquista pertenece a una verdad reiterada: su ennoblecimiento de la cotidianidad por vías de la poesía, su traducción en imágenes de un país que no han dejado ser, su destreza para crear atmósferas desde el cuento, la novela, las crónicas y reportajes y para reinventar con bríos algo ya inventado, el realismo mágico.
Confieso que cierta poética de su narrativa, siendo atractiva, muchas veces me produjo dudas. Y quiero explicar con respeto esta infidencia: cuando de niños vamos a una piñata y el mago saca por primera vez de una chistera un conejo, la sorpresa es total, cuando lo saca en otra oportunidad el asombro disminuye, pero cuando vemos por tercera vez al mago y pensamos “ya va a sacar el conejo” y lo saca, sentimos la decepción del ritual repetido. Ya Kafka señalaba que si un leopardo irrumpe en un templo es un milagro, pero si se repite es un rito.
También debo confesar que la cercanía al recetario en algunos parajes de su obra no lo disminuye frente a sus prodigios. Ahí están “El coronel no tiene quien le escriba”, “Crónica de una muerte anunciada” o “El amor en los tiempos del cólera”, muchas páginas de “Cien años de soledad” y una treintena de cuentos que están entre los más altos de la lengua.
De toda su magnífica obra, mi libro es “El coronel no tiene quien le escriba”. Allí habita su más hondo personaje, un hombre erguido que anuncia lo que habremos de comer en el país de las promesas, en el  magistral remate de su novela.


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Es la metáfora del olvido. De un Estado fantasma. De unos viejos que mastican tiempo a falta de comida. Conmueve el recurso enajenado de la esposa del coronel: tener que hervir piedras para que los vecinos no sepan que no tienen nada que poner en el fogón. Es una visión triste del Caribe desde la dignidad opaca del pobre. Pocas veces, desde Hamsum, he leído algo más agudo y doloroso sobre el hambre.

Es cierto lo que dice Luis Hars. “Hay un aura de cosas no dichas, de medias luces, de silencios elocuentes y milagros secretos”. Es una poética que canta y cuenta a la vez desde su ascetismo verbal. Le basta decir que el entierro de un músico es un acontecimiento por ser “el primer muerto de muerte natural” en muchos años, para señalar un tiempo de masacres. O señalar que el cadáver del músico no podrá cruzar frente al cuartel de policía porque “estamos en estado de sitio”, para evocar una época enquistada en la vida colombiana. Hace algún tiempo fabulé una carta para el coronel, un correo de sombras entre la vida y el sueño y la reproduzco para indicar cómo siento de real al personaje de nuestro novelista.

Remoto coronel: 
Calle de los Tenderetes
Orillas del Río

Un día soñé que un gallo picoteaba las estrellas del cielo como si fueran granos de maíz y pensé en usted, en su eterno paraguas para soles y lluvias, en usted que vive enamorado más que del arribo de una carta, enamorado de la espera. Cruel oficio vivir aguardando un trozo de lejanía, envuelto más que en un ropaje de opereta militar en la quietud de un poblado cuyos domingos deben durar más de ocho días.
Las guerras civiles, esa sucesión de guerras de a caballo, a una de las cuales fue tremolando una bandera de telas de araña, dejó en los campos más lisiados de espíritu que muertos.
Si me permite expresar mi opinión, la heráldica de sangre que comporta el sueño del gallo, su cresta de coral y sus aires de cacique emplumado en el gallinero, sólo le vendrían bien a una dignidad sin otros blasones que los de un monarca sin vasallos, como los del tirano Lope de Aguirre, que era el rey de su pellejo, el rey de su locura.
Ese gesto de amarrar un gallo espuelero a un árbol genealógico, a un pasado guerrero, ¿cree que podrá salvarlo de caer en los abismos que habitan en la hondonada de los platos y soperas y recipientes a los que no visita ningún alimento distinto a un sarro de metal? ¿No resulta inútil como taladrar el agua? ¿No es bailar en la oscuridad del solitario? ¿Recibir como único y brutal estipendio la mitad de la nada?
Usted, coronel en desuso, aturdido huérfano de su hijo, es capaz de llevar bajo la capa de su orgullo un reloj de pared que siempre da la misma hora de la espera. Al fin y al cabo, bajo un almendro o a la sombra de un tamarindo, bajo los nísperos o los frondosos zapotales, en esos pueblos ribereños siempre parecen ser las 12 del día.
Las 12 del día al amanecer de los caballos, las 12 del día a la hora de la serenata, las 12 del día del ángelus, las 12 del día de los hervores lejanos en  las cocinas, las 12 del día del aire, las 12 del día en los girasoles de la noche, las 12 horas del día que se riegan por las cabelleras negras de las aguadoras, las 12 del día de los ladrones de ganado, las 12 del día envueltas en el olor de la ayahuasca o el borrachero, las 12 del día y su eterno sopor a todas horas, las 12 del día cuando las mujeres lavan la flor de su vientre, las 12 del  día con su caravana de horas lentas como dromedarios o canoas que llegan llenas de nada al embarcadero, las 12 del día para la resurrección y la muerte.
Su tristeza es de facto, coronel. Su tristeza se ha tomado por asalto el gobierno de sus años. La risa, la vida misma y hasta la luna de Manaure están en cuarentena. Tuérzale el cuello a su gallo, deshójele su canto, desplúmelo como a un  heroico guerrero de las batallas del olvido. Usted mismo lo dijo: “los gallos se gastan de tanto mirarlos”.
Yo regreso a sus parajes y lo veo agazapado tras las fisuras de sus palabras, tras los recados que usted mismo se entrega, admirable coronel, obediente subalterno de sí mismo. Yo lo veo caminando en su  cuerpo como si sus huesos fueran un campo de rehenes, más solitario que yo, que hablo a fantasmas.
Reciba de mi parte la medalla de la dignidad, la orden de la espera en primer grado y un almanaque de olvidos.
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NTC ... ENLACES

Gabriel García Márquez en la red. Enlaces del Centro Virtual Cervantes

http://cvc.cervantes.es/actcult/garcia_marquez/red.htm

Matriz: http://cvc.cervantes.es/actcult/garcia_marquez/
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GGM en Google a Abril 27, 2014 (8:50 AM) .
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