domingo, 17 de mayo de 2009

RESEÑAS. EL MALPENSANTE. No. 97. Mayo 2009.

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RESEÑAS
Con el ojo en las publicaciones colombianas

Revista EL MALPENSANTE . No. 97. Mayo 2009. Pág. 70 a 73

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UN SANCOCHO: LITERARIO, POLITICO y RELIGIOSO
Por Luis Fernando Afanador
Mario Mendoza. Buda Blues. Planeta 2009. 275 páginas.

Vicente Estévez le escribe desde Bogotá una carta -odia los correos electrónicos- a su amigo Sebastián, quien se encuentra viviendo en Kinshasa, capital del Congo. Una larga carta-ensayo en la era de internet. Y él, más moderno, le responde por correo electrónico, aunque de igual manera: con otra larga carta-­ensayo. Más adelante la comunicación epistolar se hará solo por correo electrónico. ¿Un olvido? ¿Se durmió el script? No lo sé, de cualquier manera, se trata de un récord Guinnes: difícil encontrar cartas más largas entre dos amigos. Y más serias: no aparece la cotidianidad por ninguna parte. Por cierto, acabo de leer Una botella al mar de Gaza, de Valérie Zenatti, una novela epistolar también a través de correos electrónicos donde la trascendencia de lo que se dice no excluye la brevedad -los correos son cortos y prolíficos-, el humor, la espontaneidad y la fluidez: el estilo que normalmente la gente utiliza en ese medio. Valga aquí señalar una característica de los personajes de las novelas de Mendoza: ellos nunca hablan como les corresponde. Los pobres, los ricos, los niños, los habitantes de la calle, los profesores, los drogadictos, los ex drogadictos y los policías: todos hablan parecido, con un lenguaje incierto que no pertenece del todo ni al registro oral ni al escrito. Esperábamos que en Buda Blues, consciente de sus limitaciones -"bésame los pezones, amor"-, con la elección del anacrónico género epistolar -recurso de novelistas bisoños y decimonónicos - lo que buscaba era esquivar los peligrosos diálogos para esconderse en la seguridad de la primera persona. Increíblemente no: abundan los diálogos y por lo tanto las situaciones poco creíbles. Y ahora, como si fuera poco, a la lista de personajes que hablan parecido, se le han sumado otras nacionalidades: indios, brasileros y congoleses. Dice Nnubungo, el africano: "En cambio, y quizás como un rechazo a ese mundo que gira en torno al dinero y la posición social, ese mundo que usted mismo habrá respirado en Bogotá porque en todas partes es el mismo, me encantan las mujeres populares, las negras, como yo [sic], con sus caderas enormes y su nostalgia a flor de piel, las isleñas con sus sonrisas deslumbrantes, las maestras de escuelas públicas, a las que les noto ese compromiso irrestricto con su pueblo, esa misma desesperación que me atraviesa y que no me deja dormir".
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El africano Nnubungo habla como escribe el colombiano Vicente Estévez: arengando, convenciendo. Qué coincidencia: a Vicente tampoco le gustan las mujeres blancas de clase alta. Comparten el mismo cliché -el mismo racismo- según el cual la mujer blanca no es erótica y no puede ser popular. Hablan parecido, escriben parecido y piensan parecido. No hay que escarbar mucho para entender la razón por la cual la voz de los personajes no convence y la narración no "suspende la incredulidad": Buda Blues es una novela de tesis, y tanto los personajes como la trama rocambolesca están al servicio de una demostración.
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En su primera misiva, Vicente le cuenta a Sebastián un hecho extraordinario que ha cambiado su oscura vida de profesor universitario de sociología. Su único familiar, el tío Rafael, fue encontrado muerto en una pensión de San Victorino y el cadáver se encuentra en Medicina Legal. Por su alto grado de descomposición ("con varios gusanos enormes saliendo de sus cuencas vacías"), no se pueden reconocer las huellas y hay que esperar una prueba de ADN antes de enterrado como es debido. Mientras llegan los resultados, Vicente va a reconocer la habitación de Rafael, donde encuentra los inefables libros de los poetas malditos y un manuscrito que alcanza a ocultar de la policía. El robo del cadáver y la visita que le hace a Vicente un hombre barbado de gabardina negra para recuperar el manuscrito, aclararán todo: el tío Rafael desde su modesto inquilinato era ni más ni menos que el líder de "La Organización", una poderosa agrupación terrorista que reclutaba a los habitantes de la calle para luchar contra "La Cosa". Un concepto vago y ambiguo que al parecer es el sistema capitalista: "A esa gigantesca maquinaria, a ese descomunal tinglado, donde todo está preparado para que nuestras vidas sucumban y se hundan, Rafael lo llamó La Cosa. Como si se tratara de una entidad, de un poderoso ser vivo cuyos tentáculos están por todas partes listos a capturamos y a trituramos". A veces el enemigo no parece ser "La Cosa" sino una innata propensión al mal y al egoísmo por parte de los seres humanos.
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Parece casi imposible escapar a semejante monstruo. Cualquier persona que trabaje, que tenga empleo, horario, que se case y tenga hijos, casa, familia, que coma hamburguesas, vea televisión, escuche radio y lea periódicos, está atrapada por "La Cosa". No tenemos salvación. La única esperanza contra ese régimen injusto son los mendigos, los habitantes de la calle, los desheredados: los que más padecen hambre y sufrimiento. Ellos son, por lo tanto, revolucionarios en potencia. Esa es la razón por la cual Rafael, el nuevo mesías, ha instalado sus cuarteles de invierno en la zona de San Victorino en Bogotá: "San Victorino, animales de presa y carroñeros recorrían las calles aledañas con las fauces balbuceantes". Ni Marx, ni Lenin, ni Mao hubieran dado un peso por la capacidad revolucionaria del lumpen-proletariado. Quién lo creyera, el desestimado socialista Louis Auguste Blanqui, que pensaba en una revolución violenta con prostitutas y criminales, vino a tener seguidores en la lejana Colombia del siglo XXI.
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¿Cómo hacía el líder Rafael para vivir sin contaminarse de "La Cosa"? Cada dos o tres meses se iba para el Huila y para Boyacá, y regresaba con uno precolombinos que vendía. No era guaquero pero tenía buenos contactos y una intuición certera. Una suerte de Indiana Jones de barrio bajo. De la novela política hemos pasado a la de aventuras juveniles y de ahí al reportaje periodístico. ¿Quién colaboró en la muerte de Luis Carlos Galán? ¿Quién le ayudó a Pablo Escobar cuando se escapó de la Catedral? ¿Quién estuvo detrás de los atentados del 11 de marzo en Madrid? Ni más ni menos que La Organización liderada por Rafael y sus dos discípulos, Pedro (el hombre de la gabardina) y Pablo (Nnubungo), el africano ya mencionado. Vale decir, el anti-Cristo, sus apóstoles y María Magdalena. Desde luego, estamos en la época del Código Da Vinci. María Magdalena, a quien Sebastián conocerá cuando deje la vida "falsa" de profesor y se integre a la "vida verdadera" ayudando a la gente de la calle. María Magdalena una mujer que es "bárbara" y se llama Bárbara -no es un chiste- y, además, es tremendamente sexy: "una mujer morena de mirada felina y con el cabello revuelto". Esta Amazona promiscua, libertaria y con un discurso seudo­feminista -no hay personaje que no tire línea- será la encargada de cooptar a Vicente en el Proyecto Apocalipsis. Un sueño erótico de Vicente con ella será un momento culmen de la prosa de este libro: "Esa noche soñé que Bárbara cabalgaba por una pradera comandando una tropa de vagabundos, desharrapados y sucios legionarios cuyos gestos intimidaban y me producían terror. Después se bajaba de su caballo, me abrazaba, me besaba con pasión y lujuria, y en un grito de guerra les comunicaba a sus soldados a voz en cuello: ¡Este es mi hombre!".
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No olvidemos a Sebastián, cuya historia es igualmente desopilante. (Hay un momento en que el lector de este libro se plantea el siguiente dilema: si lo tomo en serio, lo abandono; si continúo, lo tengo que leer no en clave realista sino humorística.) Sebastián vive en Kinshasa, en el mismísimo Congo, qué casualidad, adonde va a escapar Nnubungo luego de la muerte del Maestro, y por eso le quedará facilísimo -y baratísimo­ hacerle un seguimiento. ¿Por qué terminó Sebastián en semejantes lejanías? Por la culpa, por la insoportable culpa. Cuando vivía en Bogotá y estaba viendo una película en el Teatro Patria, vio que una muchacha de 17 años se atoraba con un perro caliente. El novio de la muchacha, con buen sentido práctico, propuso llevarla a la Fundación Santa Fe, a pocas cuadras. Pero el obsecuente Sebastián, experto en medicina prepagada -la muchacha estaba afiliada a Colsanitas- propuso llevarla a la clínica Reina Sofía, más lejos, lo cual le causó la muerte, el origen de su culpa.
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Huye al Congo y después a la India donde descubre el budismo -en realidad un budismo de manual-: el yo es una ilusión de la cual hay que liberarse. Sebastián se libera del yo y de su culpa. Regresa a Colombia y por una bella simetría del destino tiene la oportunidad de resarcirse: salva a una niña de 7 años que iba a ahogarse en el mar de Santa Marta. Entretanto, Vicente, des pechado por los cuernos de Bárbara, se ha ido al Brasil, donde trabaja en una fundación que ayuda a los niños de las favelas a superar los traumas practicando el surfing. A estas alturas el Proyecto Apocalipsis ha quedado atrás -se ha olvidado impunemente­ y hemos entrado al terreno del melodrama espiritual. Bárbara, previendo su muerte y en una recaída pequeño­burguesa, le envía su pequeña hija a Vicente para que la críe (la hija que tuvo con el Maestro, ¡su prima!).
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Allí también va a recalar Sebastián, huyendo de los paramilitares. El budismo, al fin, se ha encontrado con la música, en un lindo mensaje final de amor y de esperanza: "Fundaremos una religión donde abandonaremos el yo para unimos a los otros en un largo abrazo musical, como en el blues, en el rock, en el rap o en la salsa, y cantar a coro la alegría de un nosotros poderoso y resistente. Buda Blues". La destrucción del capitalismo era por la vía pacífica y la redención de los habitantes de la calle a través de fundaciones. Qué alivio. Ya lo sabíamos, pero no sobra que de vez en cuando alguien nos lo recuerde.

· * Luis Fernando Afanador[ (Ibagué, 1958). Escritor y periodista cultural. En febrero pasado publicó el poemario Amor en la tarde (Norma).
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Algo más sobre el libro y el autor:
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CONVERSACION EN EL HOTEL
Por Juan David Correa*
Laura Restrepo. Demasiados héroes. Alfaguara. 260 páginas

Asumir el riesgo de escribir buena parte de una novela en forma de diálogos no ha sido una tradición en la literatura latinoamericana. Se le vienen a uno a la cabeza Una sombra ya pronto serás, de Osvaldo Soriano; El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, y Conversación en la Catedral, de Mario Vargas Llosa, como casos notables. Los diálogos, tan precisos y elocuentes en la literatura anglosajona, no han sido, por decirlo de alguna manera, una virtud en nuestra tradición literaria. Por eso, cuando comencé a leer Demasiados héroes, la más reciente novela de Laura Restrepo, me sorprendí de que una escritora que había arriesgado en Delirio -premio Alfaguara de Novela en 2004 - una manera de escribir que recordaba a José Saramago, se lanzara a construir su relato basado en una conversación.
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Esta novela es eso: una conversación fallida entre una madre (Lorenza) y un hijo (Mateo), para desentrañar la historia de un padre ausente (Ramón). La cosa es más o menos así: Lorenza conoce a Ramón cuando viaja a Buenos Aires a apoyar la resistencia trotskista en los días en que la dictadura militar mandaba en Argentina. Lorenza es una muchacha que como muchas en los años setenta abrazaba el sueño de un mundo mejor. En Argentina se enamora de Ramón, el líder de su movimiento, después de verlo un par de veces. Y ese amor sin nombres propios crece en la clandestinidad. ¿Qué puede romper el encanto de los escondrijos, los seudónimos y la lucha secreta? Lorenza queda embarazada. Y por eso le pide a Ramón un poco de calma. Él acepta. Los dos viajan a Bogotá para criar a Mateo, su retoño, en un ambiente menos opresivo y mezquino, es decir, ¡en la Colombia de Turbay Ayala!
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Al llegar a Bogotá Lorenza se emplea en La Crónica, un semanario de actualidad. Lorenza comienza a olvidarse de Ramón y Ramón se encierra en un apartamento. La relación entra en crisis, aunque eso solo merece unas pocas líneas de la novela. Aquí uno comienza a sentir que a la escritora le importa más aquello que está contando que cómo lo está contando.
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Lorenza, algo aburguesada por el encuentro con su mundo familiar y profesional, decide separarse de Ramón. Él no entiende nada, pero terminan separándose. ¿Qué diablos pasa con Ramón en una ciudad que no conoce? No lo sabemos. ¿Qué pasa con Lorenza? Que trabaja mucho. ¿ Y Mateo? Tiene como tres años cuando su padre lo invita a un paseo. Lorenza, feliz con la idea de que Ramón ya tenga incluso planes de vacaciones en una ciudad desconocida y amigos como por arte de magia, se lo permite. Horas después descubre sobre la mesita de noche un sobre dirigido a ella con la caligrafía de Ramón. Lo abre, lee. Y comprende: Ramón acaba de llevarse a su hijo para no volver jamás. Lorenza se vuelve loca -unas cuantas páginas- y termina donde un psiquiatra experto en secuestros avant la lettre. Y como experto que es, le dice a Lorenza que lo que acaba de hacer Ramón es "un acto de amor". Así es como la quiere recuperar, pero nosotros ya sabemos que la perdió para siempre. Entonces Lorenza se desespera, grita, pero de pronto es capaz de templar el ánimo para cuando llegue el momento final. El momento final es como el minuto 33 de las películas de acción, es decir, el punto de quiebre de la trama. El minuto 33 es la llamada de Ramón. Ramón llamará, dice el experto en patologías del rapto, porque lo que quiere es que ella vuelva con él. Lorenza presume que Ramón, un tipo curtido en la clandestinidad, se ha escapado a la Argentina con pasaportes y permisos falsos. En efecto, tiene razón. Y eso ya molesta en demasía: es como si estuviéramos en un juego de adivinanzas del que ya sabemos las respuestas. Es como si el propósito de la lectura fuera, como en las buenas novelas de intriga, dar con el enigma, aunque en este caso se nos haya insistido, hasta la saciedad, que estamos en un viaje a la intimidad de dos personajes que se confrontan por la desaparición de un tercero.
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Después del desenlace de la novela, que no adelantaré para no arruinar su lectura, el rastro de Ramón se pierde para siempre. Bueno, para siempre no, porque Mateo quiere saber quién es su padre. Por eso, cuando alcanza la adolescencia cree que tiene derecho a saber quién es Ramón. Por eso Lorenza, una escritora que no sabemos cuándo ni cómo se hizo escritora, pero imaginamos que después de haber renunciado a La Crónica para vivir en países lejanos como México e Italia, aprovecha el lanzamiento de un nuevo libro en Argentina para llevarse a Mateo y permitirle que él busque a su padre.
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Mateo y Lorenza se encierran en el cuarto de un hotel a hablar, a tratar de reconstruir lo que les acabo de contar a través de diálogos que suenan, en su mayoría, inverosímiles. Mateo tiene tantas tonalidades que nunca sabemos si es un sabiondo afectado o un inocente púber ("No te encerraste ahí a pensar, Lolé, sino a orinar. Es lo que hacen los anima­les cuando toman posesión de un lugar", o "Tengo que vivir sacándote la información con tirabufón [sic]"). Y Lorenza, bueno, Lorenza habla como Lorenza, es decir, una mezcla explosiva de mujer burguesa con conciencia social y buenas dosis de frases lapidarias: una social bacana que ha coqueteado con la nueva era: "Quiero que sepas que aquí fue donde empezó a caer la dictadura, por el empujón que les pegaron las Madres. Justo en esa plaza, donde estamos parados: aquí se juntaban los jueves unas señoras con pañuelos blancos en la cabeza y daban vueltas en silencio alrededor de este obelisco, exigiendo la aparición con vida de sus hijos. ¿Te imaginas el valor, Mateo? En esos tiempos terribles, ellas se atrevían", o “Querer perdonar es ya una forma de perdón, supongo”.
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Por si fuera poco, en Demasiados héroes los diálogos, en su mayoría, anticipan, denotan, y no sugieren nada. Y la buena virtud es que los diálogos nos dejen espacios de interpretación, que no nos adelanten la trama sino que nos hagan creer que estamos ante psicologías complejas que no lo saben todo, que hablan, precisamente para comprender más que adivinar cuál es el desenlace:
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-Esa parte de la historia me gusta, Lolé, la del aeropuerto de Ezeiza cuando tus compañeros te dicen rezate un padre nuestro porque no va a haber minuto que valga, me suena bien así, rezate, sin tilde en la e, rezate, como hablan los argentinos; es una frase bien de película, Y ahora repite lo del diario.

-¿Qué es lo del diario?

-Lo que te advirtieron, que no leyeras periódicos en el avión, ni tampoco después, en un café o en el metro, porque cualquier mujer que leyera el diario era sospechosa, ¿ Y qué pasó al fin de cuentas en el aeropuerto, digo, con los microfilms y eso?

Así, la novela es una especie de torbellino que atrapa al lector más por el desarrollo de la acción que por los personajes. La acción, ya lo decía en mi resumen, es un guión milimétrico, pensado, bien armado, que tuvo que costarle muchas vueltas a Restrepo. Y quizá por ello se engolosinó con eso: con la idea de una novela rápida, que no le diera respiro al lector, lo que en el cine equivaldría a un thriller de acción. El problema es que las buenas novelas se sostienen sobre los hombros de los personajes. Y en Demasiados héroes los personajes son dos títeres que la narradora manipula a su antojo para que hablen en función del argumento, para que completen los datos o los rastros de ese padre perdido. Ese desfase entre acción y personajes se nota en cada una de las páginas de la novela: Laura Restrepo sabe del oficio, entiende de qué se trata eso de contar una historia y, por ello, en los episodios donde es su prosa la que nos adentra en la historia de Lorenza, Mateo y Ramón, uno, como lector, siente que está en frente de una diestra escritora, que entiende que la psicología de los personajes puede verse a través de lo que hacen. El problema es que cuando esos mismos personajes dicen, uno le pide al cielo que no haya más diálogos: que no digan más. Pero esa fue su elección, y ante eso no hay nada qué hacer.
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Demasiados héroes es una novela que tiene una trama interesante, pero su desarrollo formal es insuficiente; una novela que quiere conquistar con una estructura que no toma partido por nada: a veces parece una intriga policiaca, a veces un relato intimista, a veces una mala copia de La noche de los lápices y en otras ocasiones, como le dice Mateo a su mamá, "una película de acción contada por la Mujer Maravilla". Demasiados héroes se lee de un tirón, como quien quiere buscar los secretos de un personaje público, y he ahí el problema. Así que el lector colombiano, a lo mejor, intentará reconstruir la biografía de una escritora y periodista notable que quizá, por no querer "escribir bonito" , se entrampó en el hilo del tiempo de sus propios recuerdos olvidándose de lo principal: que la literatura debe apelar al lenguaje, a los personajes y a las imágenes, pues allí reside su poder.

* Juan David Correa (Bogotá, 1976) es el editor de la revista Arcadia. En 2008 publicó la novela Todo pasa pronto (Alfaguara).
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'Los ejércitos' triunfadores
Evelio Rosero nació en Bogotá en 1958. ‘Los ejércitos’ es su más reciente novela publicada y con ella consiguió el premio del diario ‘The Independent’

LITERATURA El colombiano Evelio Rosero ganó el pasado jueves el premio del periódico 'The Independent' a mejor ficción extranjera. Juan Gabriel Vásquez fue finalista.

Revista Semana Sábado 16 Mayo 2009 http://www.semana.com/noticias-cultura/ejercitos-triunfadores/124016.aspx

Reprodujo y difunde: NTC … Nos Topamos Con … http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia, Mayo 17, 2009

En un futuro no muy lejano, quien quiera saber algo sobre el horror de la violencia en Colombia quizá deba tomar muy en serio Los ejércitos. Con esta novela Evelio Rosero, nacido en Bogotá hace 51 años, ganó el jueves pasado el premio del periódico The Independent a mejor libro de ficción extranjera, dotado con 10.000 euros.
En el partidor de los cinco finalistas las cosas no parecían fáciles para los dos colombianos incluidos allí. Es más: al menos para muchos, era suficiente que Juan Gabriel Vásquez, con su novela Los informantes, y Rosero, con Los ejércitos, estuvieran al lado de escritores ya universales que han sido mencionados como probables premios Nobel.

Y es que no era un asunto menor compartir la 'lista corta' con el albano Ismael Kadaré, cuyas novelas son un viaje al corazón de un país lejano y sufrido y son leídas en Europa con devoción; y con el israelí Abraham Yehoshua, quien junto a Amos Oz es considerado el escritor vivo más importante de ese país. Los otros dos autores, la francesa Céline Curiol y el chino Ma Jian, estaban, por decirlo de alguna manera, en igualdad de condiciones.

Pero la ganadora fue la novela de Rosero, que el jurado reconoció como una poderosa metáfora sobre la violencia en Colombia. Aunque ya muchos críticos habían señalado las virtudes del libro, que ganó en 2007 el II Premio Tusquets de Novela, Los ejércitos no fue un fenómeno de ventas en Colombia y aunque tuvo lectores, pasó algo inadvertida. Pero esa ha sido la historia de Rosero, quien desde los 24 años se dedica a escribir y publicó una de sus primeras obras en la prestigiosa Editorial Anagrama, de España.

Ahora llega el reconocimiento y un premio muy importante por lo que significa. Como dijo a SEMANA hace unos meses Anne MacLean, quien tradujo los dos libros de los colombianos al inglés, el Reino Unido no es un país que se interese mucho por las traducciones y menos por las del español. Precisamente, el premio de The Independent fue creado en 1990 para premiar a escritores en un país que tiene destacados premios de literatura como el Booker Prize. Y es un premio que, a medida que ha pasado el tiempo, ha ganado en relevancia en el Reino Unido. Cada año son muchos los editores que miran la lista de los nominados en The Independent para ver si su libro está mencionado, lo que de seguro les puede abrir la puerta del mundo anglosajón.

Así, en 1990, Orhan Pamuk, escritor turco no muy conocido entonces y hoy premio Nobel de Literatura, consiguió el primer premio a ficción extranjera. De ahí en adelante la galería de nombres a la que se suma el de Rosero no puede ser más rutilante. Lo han ganado José Saramago -en 1994 antes del Nobel-, Milán Kundera, W.G. Sebald y Javier Cercas, por sólo mencionar algunos de los más notables, al lado de nombres más comerciales como el francés Frédéric Béigbeder y el hasta entonces desconocido Per Petterson, quien se hizo estruendosamente famoso en 2006 después del premio con su novela Salir a robar caballos.

Por eso, la historia mínima de un puñado de personajes en el pueblo imaginario de San José, en algún lugar del sur de Colombia, descritos a través de los ojos del profesor Ismael Pasos, quien ve su pequeño lugar sucumbir a la violencia de dos ejércitos desconocidos, terminará, como todas las buenas novelas que siempre encuentran a sus lectores, por volverse universal y dar cuenta del horror de una Colombia aún hoy asolada por la violencia.
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Algo más sobre el autor y sus obras:
*** Ese oscuro lugar de la violencia. Por: Fabio Martínez http://lapalabra.univalle.edu.co/evelio.htm
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Letras incendiarias
El escritor Mario Mendoza asegura que en su más reciente trabajo consolida la línea de pensamiento que ha desarrollado durante toda su carrera literaria.

‘Buda Blues’, una novela sobre la disidencia social
Letras incendiarias
Por: Angélica Gallón Salazar
El espectador Cultura 18 Mayo 2009 - 10:23 pm
http://www.elespectador.com/impreso/cultura/articuloimpreso141472-letras-incendiarias

El escritor Mario Mendoza asegura que en su más reciente trabajo consolida la línea de pensamiento que ha desarrollado durante toda su carrera literaria.
Foto: Ómar Medina. Mario Mendoza asegura que la portada de su libro encarna el sentido de la obra. http://s3.amazonaws.com/elespectador/files/images/mar2009/3b2a0f646df33b7d4eed47cd551b4543.jpg

Como si fuera un compromiso, casi un mandato para la creación, Mario Mendoza vuelve a poner como protagonista de su más reciente novela, Buda blues, a personajes que viven en el borde de la sociedad, que son disidentes, indigentes, inmigrantes, conspiradores o terroristas. Pero esta vez, los opacados, los tildados y no escuchados se levantan y le lanzan un paquete bomba al lector para que él decida si deja o no que le explote en las manos.

Más que a una novela ejemplar, asistimos a una obra que parece ser una hija digna de lo que Mario Mendoza ha bautizado como “vanguardia catastrófica”. Resultado de un mundo que ve derrumbar el capitalismo, que soporta 43 millones más de indigentes y que parece celebrar al tercer mundo como el modelo de desarrollo a seguir, Buda blues es un grito que reclama que alguien timonee este barco que está próximo a estrellarse.

“Vamos en la proa de un barco que va a colisionar y lo único que se nos ocurre es desacelerar. Todo el mundo dice disminuyamos la contaminación, pero a nadie se le ocurre torcer y vivir de otra manera”, comenta el escritor.

Así, los protagonistas de esta novela mutan entre un intelectual convertido en indigente que muere solo en su desbarajustada morada del Cartucho y de cuya muerte sólo se dan cuenta los vecinos porque las ratas entran y salen por debajo de la puerta de su apartamento; un sudafricano que está de paso por Colombia y que descubre la grandeza intelectual de este viejo indigente y se va por el mundo propagando su manifiesto, y hasta el mismo Theodore J. Kaczynsky, el profesor graduado en Matemáticas en la Universidad de Harvard y profesor en la Universidad de Berkeley, que en 1969 se ausentó en las montañas de Montana, desde donde se convirtió en el terrorista más buscado.

“Yo venía recogiendo material sobre este personaje conocido como el ‘unabomber’, porque mandaba bombas por correo. Mi pregunta era por qué se le pasó a Hollywood este personaje y luego pensaba que era muy difícil hacer aparecer a un tipo de ideas brillantes, que han sido objeto de estudio, y que atacaba de frente el progreso y nuestra línea de desarrollo con elevadísimos raciocinios, pero que a la vez era un terrorista. ¿Cómo hacer para que la gente que comparte sus ideas no copiara sus métodos?”, comenta Mendoza, quien después de adentrarse en los turbios mundos de la resistencia global en su novela, también tuvo que plantearse esta cuestión. Justamente, en la novela se esbozan dos caminos alternativos a la violencia: el budismo zen y el concepto de resilencia.

“Este es un concepto que se va descubriendo a lo largo del libro, que viene de los materiales del cableado submarino y que lo usaron los físicos para hablar de la resistencia de esos materiales al entorno. El término luego los usaron los psicólogos para hablar de personas prorresilentes y no resilentes, es decir, gente que tiene una altísima capacidad para superar el dolor y gente que por el contrario se queda en la memoria del sufrimiento”, explica el autor.

Partiendo de este concepto, Mendoza muestra cómo en las capas más degradadas de la sociedad es donde más existe resilencia. Y esa capacidad de afirmación de la vida en medio del dolor es la que Buda blues celebra.