sábado, 20 de julio de 2013

Óscar Collazos recuerda su amistad con Julio Cortázar. Entrevista. El Tiempo, Julio 17 (.com) y 18 (impreso), 2013. / NTC ... Enlaces

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Óscar Collazos recuerda 
su amistad con Julio Cortázar. 
Entrevista.

El Tiempo, Julio 17 (.com) y 18 (impreso), 2013. 
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Collazos recuerda su amistad con Julio Cortázar


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A fines de los 60, el colombiano Óscar Collazos publicó un artículo sobre el escritor y la realidad.

Estamos en el 50 aniversario de ‘Rayuela’, de Julio Cortázar, con quien usted tuvo una controversia pública sobre el compromiso del escritor. ¿Cómo se inició esa polémica y cómo fue posible que un narrador de 26 años se enfrentara a ese peso pesado?
La “polémica” no empezó como polémica, sino como un artículo mío publicado en agosto de 1969 en la revista Marcha, de Montevideo, por pedido de Ángel Rama. Y no se refería solo a Cortázar. Hablaba del boom de la novela latinoamericana, de lo que yo llamaba “la encrucijada del lenguaje”. Se refería también al compromiso político del escritor y, por extensión, a las posiciones de los escritores ante la revolución cubana. La verdad es que si no hubiera sido director del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, mi texto no hubiera tenido tanta repercusión y menos aún las respuestas de Cortázar y Vargas Llosa en la misma revista. Hubo un equívoco: suponer que como “funcionario” de Casa hablaba desde una posición oficial cubana, lo que no era cierto. Eso volvió más escandaloso el intercambio y más airada la respuesta de Vargas Llosa, que había roto ya con Cuba y que me convirtió en una especie de monstruo estalinista. Cortázar, no, pero mis planteamientos eran en muchos sentidos tan apasionados como ingenuos, sobre todo al pedir coherencia entre el pensamiento político y los temas de la literatura, que yo encerraba en una concepción muy estrecha de la “realidad”. Yo estaba bastante influenciado por la sociología de la literatura, por Lukacs y Goldman.
¿Cómo se inició entonces su amistad con Cortázar?
No fui amigo de Cortázar sino a partir de agosto de 1969, a raíz de nuestra “polémica” Nuestro primer encuentro largo tuvo lugar a fines de 1972 en la abadía de Royaumont, donde fuimos invitados a un congreso de sociología de la literatura latinoamericana que organizó la Ecole Pratique des Hautes Études de París. Yo ya vivía en Barcelona y esto facilitó los encuentros, no muchos, pero entrañables. El último, cuatro o cinco meses antes de su muerte, fue en Barcelona, a fines de 1983, en casa del editor Mario Muchnik. Siempre he creído que ya Julio sabía que el desenlace estaba próximo, pero entonces no se habló de su enfermedad.
Y, ¿cómo se terminó cancelando esa polémica?
Nunca hubo ruptura, digamos, en mi amistad con Cortázar. Por el contrario, la “polémica” nos hizo amigos. Julio no dejó de considerar (lo hace en Papeles inesperados, uno de sus libros póstumos) que esa no había sido una polémica sino un rico intercambio de pareceres entre un joven de 26 años y un escritor a quien este joven admiraba enormemente. Desde 1970 hasta unos meses antes de su muerte, me encontré con Cortázar en París y Barcelona. La “polémica” seguía su curso, muy leída y debatida en América Latina a raíz de la publicación en un librito de editorial Siglo XXI, y fue reproducida en periódicos y revistas, incluso en Lecturas Dominicales de EL TIEMPO *, que dirigían los sardinos Enrique Santos Calderón y Daniel Samper. Pero yo cada vez estaba más lejos de algunas de mis posiciones de entonces. Había perdido la virginidad política y aprendido a leer de manera más creativa la literatura.
¿Qué piensa hoy sobre un compromiso del escritor con la realidad en la que desarrolla su obra?
Cortázar, como Nabokov, siempre puso la palabra realidad entre comillas. La realidad era, para él, un instrumento en manos de la imaginación y eso lo separa, por ejemplo, de escritores como Onetti y Vargas Llosa, pero lo acerca a Felisberto Hernández, Bioy Casares y Borges. Es curioso, pero, en mi caso, mi idea de la realidad está más cerca de lo que entiende por ella Vargas Llosa. No hay una realidad sino muchas, y allí estaba mi error juvenil. La realidad es una experiencia y un estímulo, es el caos que busca ser disciplinado. Tengo unas relaciones muy estrechas con la realidad de Colombia, por ejemplo, pero no me interesa reproducirla, lo que es imposible, sino buscar en ella una expresión más esencial de la sociedad y de mi época, atravesadas por la imaginación y una irrenunciable perspectiva ética. Y en cuanto al compromiso del escritor, lo veo más en términos éticos de elección personal que como imperativo ideológico.
¿Qué piensa de toda esa experimentación que se venía haciendo en la literatura francesa y argentina, que Cortázar, con ‘Rayuela’, nos hizo conscientes de esa posibilidad?
El lado experimental de su literatura tiene mucho que ver con el homo ludus (el hombre que juega) que había detrás de él, de su formación en las vanguardias europeas. No inventó, sino que continuó desde el medio siglo XX la última explosión de las vanguardias. Rayuela es la culminación de un proyecto: jugar con las piezas de un rompecabezas por el lugar que a uno le dé la gana. Por eso atraía tanto a los jóvenes: el juego, la apariencia de originalidad, el rechazo a la sagrada costumbre, incluso la de escribir correctamente. Sus cuentos son sin embargo clásicos, a la manera de Poe y Lovecraft.
¿El nivel del debate sobre la literatura en América Latina ha disminuido?
Se debate menos, no porque lo político y lo literario hayan dejado de relacionarse sino porque se relacionan de otra manera, sin las imposiciones de la militancia ideológica. Entre 1960 y 1970, los debates literarios pasaban por los grandes debates sociopolíticos. Entonces se debatía la identidad, hoy esa identidad es múltiple e irreductible, elástica y mucho más rica.
¿La reedición de dos novelas suyas –que tienen ese ingrediente social que era un poco el eje de su crítica a Cortázar en aquel momento– qué le significa? ¿Por qué cree que están cobrando un nuevo impulso estos textos?
La modelo asesinada y Rencor (las dos novelas ahora reeditadas por Océano y Arango Editores) no tienen ya esos ingredientes que pedía en mi polémica.
La primera es un thriller, una novela policíaca, impensable en los años 70. La escribí en 1999, casi que como un homenaje a La ventana indiscreta de Hitchcock. Rencor es una novela realista que simula ser una crónica directa de la realidad, y es un simulacro de entrevista a una bella mulata adolescente, victima de toda clase de violencias e injusticias. La escribí en el 2006. Ambas están lejos de ese debate porque ese debate (la mayor o menor fidelidad a lo real) está ya fuera de la literatura. Ambas se reeditan en Colombia y México después de sucesivas ediciones, pero también después de haber desaparecido unos años de librerías. Si tienen una significación política es en segundo grado, aunque ambas la tienen: la política, la criminalidad y las industrias de la belleza juntas; las violencias más terribles en la biografía de una pobre muchacha excluida.
Usted ha sido crítico de la dinámica del mercado editorial, porque cada libro no alcanza a recibir el impulso necesario...
La vida de los libros es cada vez más corta en las librerías. Si no tienen unos ritmos de venta crecientes, se mueren en la exhibición de novedades y son empujados por otras novedades. Les pasa lo mismo en los espacios periodísticos: desaparecen. La modelo asesinada es una mirada irónica al mundo de la alta prostitución atravesada por el narcotráfico y la política, una historia imaginaria que devuelve al contexto del proceso 8.000 y al tejido banal o sangriento de las industrias de la belleza. Rencor ha sido leída como documento y como ficción. Ambas han sido tema de estudios académicos, pero son, ante todo, novelas. Ahora tienen su segunda oportunidad.
¿De quién es la responsabilidad de que se lea tan poco en Colombia, según los datos que se conocen?
No es cierto que vivamos una época en la que se lee poco. Se lee mucho. No me asusta la desaparición del libro impreso y tampoco creo que vaya a desaparecer la literatura: el ser humano necesitará siempre historias reales e imaginarias y discusión de ideas, lo imaginado como sustituto de lo vivido. Pero en Colombia leemos menos libros que los argentinos, los mexicanos y los chilenos, por ejemplo. Se lee poco porque no se ha enseñado a leer placenteramente; los métodos son aburridos. ¿Por qué poner a un joven de 12 años a leer Cien años de soledad? En una sociedad donde los padres y los maestros no leen o leen muy poco, es posible que los hijos y sus alumnos lean mucho menos. Es decir, nada. El libro, en cualquier soporte (impreso o electrónico), no se considera necesario en nuestra cultura cotidiana, es un lujo. Se dice que caro, pero hay formidables colecciones de libros de bolsillo con grandes autores y obras clásicas y contemporáneas a precios asequibles, menos que, por ejemplo, el precio de una caneca de aguardiente y la entrada a un concierto de silvestres quejidos vallenatos.
¿El libro que está escribiendo ahora mismo le satisface más que el anterior?
El libro que acabo de terminar y entregar al editor, Tierra quemada * , es una novela alegórica de 400 páginas que se publicará dentro de dos o tres meses; es la suma que temas obsesivos en mis últimos libros, desde Rencor hasta Señor Sombra. Gira alrededor de una guerra que no termina, transcurre en una tierra devastada y en un mundo de destrucción casi apocalíptico: 500 desplazados conducidos a ninguna parte, testigos agónicos y paulatinamente sacrificados de una nueva guerra que empieza con los restos de aquella que no terminó del todo. Siento que es lo mejor y más doloroso que he escrito. (* NTC ... NOTA, Sept. 1, 2013, ver y navegar: http://ntc-narrativa.blogspot.com/2013_09_01_archive.html
¿Qué le falta por escribir?
Mucho. Mi autobiografía: medio siglo de experiencias a veces tumultuosas. Medio siglo con personas y eventos que marcaron el mundo.
++++

7 de febrero de 2011

Una curiosidad histórica: La Habanaenero de 1969: Manuel Galich, Haydée Santamaría, Alejo Carpentier y Óscar Collazos.
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viernes, 19 de julio de 2013

El beso de la Gioconda. Juan Manuel Roca. Leer y releer. No. 69, Junio 2013. Universidad de Antioquia. Sistema de Bibliotecas

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El beso de la Gioconda 

Juan Manuel Roca 

Leer y releer. No. 69, Junio 2013

Ilustraciones: dibujos de Elizabeth Builes
Portada e ilustraciones interiores: grafito e intervención digital
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EDICIÓN DIGITAL 
alojada por NTC ... en 
Calaméo
y en 
Google Drive

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En Calaméo
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En Google Drive
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NTC … agradece al autor y a Luis Germán Sierra, el director de la publicación y del Sistema de Bibliotecas de  Universidad de Antioquia, el aporte del pdf y la autorización para publicar el libro.  
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Teléfono: (574) 219 53 30. Telefax: (574) 219 50 13
Correo electrónico:  imprenta@quimbaya.udea.edu.co
Impreso en junio de 2013
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CONTENIDO. 89 páginas

Presentación. Juan Manuel Roca (Medellín, 1946). Por Luis Germán Sierra J.

Ensayos de JMR

El beso de la Gioconda (Pintura escrita, palabra pintada)
Los trabajos del ocio
Los talismanes del humor
Borges y la noche
Luis Vidales, sin temor a la risa

Juan Manuel Roca: la poesía en cuadros imaginativos. Por Marco Antonio Campos (México)
Elizabeth Builes Carmona . El dibujo, por supuesto Por Luis Germán Sierra J.
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Presentación

Por Luis Germán Sierra J.

Juan Manuel Roca (Medellín, 1946) es un nombre indefectiblemente
familiar para cualquier lector conocedor de la poesía
de nuestro país, cualquiera de aquellos lectores que no hayan
tenido la indelicadeza de negarle un poco de su tiempo a la
lectura gustosa de algún puñado de buenos poemas. Roca es,
desde hace años, un referente obligado de esa buena poesía,
autor de títulos fundamentales como Los ladrones nocturnos,
Luna de ciegos, Señal de cuervos, Pavana con el diablo y Biblia de
pobres, pero autor de muchos otros títulos que le han merecido
premios y reconocimientos dentro y fuera del país, tales como
el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus; Premio
Nacional de Poesía Universidad de Antioquia; Premio Casa de
las Américas de Poesía José Lezama Lima, Cuba; Premio Nacional
de Poesía del Ministerio de Cultura, Colombia; Premio
Casa de América de Poesía Americana, España. Esos premios
(lo mismo que reconocimientos y permanentes invitaciones al
exterior y en el país), claro, son equivalentes al buen número de
lectores que su poesía ha cosechado aquí y allá. La suya es una
voz que, desde un comienzo, mostró alto nivel de composición,
un tono rítmico dueño de una música que, sin estridencias, goza
de altos y seguros registros; una voz, ante todo, dotada de una
imaginación que no va por caminos de gratuitas ensoñaciones
ni metáforas al desgaire. La palabra en sus poemas es la de una
escritura firme y plástica al mismo tiempo, humorística en la
cual el sarcasmo y la ironía rondan siempre con ganas de reír,
sobre todo del poder y de las estupideces propias de pacaterías,
moralismos y falsedades, tan comunes en casi todo lo que nos
rodea (es la poesía, quién si no, la que mejor desnuda dichas
taras). Pero su gusto por la risa (que pasa por saber reír de sí
mismo, faltaba más) lo abarca casi todo, ella es ampliamente democrática:
“hacer zumbar la mosca en la nariz aguileña del orador”.

Juan Manuel Roca es también un magnífico ensayista, un poco
menos conocido. Su amplia cultura literaria, su generosidad
para compartir el conocimiento de quienes han guiado de
alguna manera su voz poética, la agudeza que acompaña sus
comentarios, y su escritura que sabe convertirse en prosa dúctil
y en estudios que en nada pretenden la pedante erudición ni la
inscripción a ninguna escuela, lo dotan de la solvencia suficiente
para escribir libros, como Museo de encuentros (1995), Cartógrafa
memoria (2003) y Galería de espejos (2012) —aparte de otros textos
aún no incluidos en libros y de sus presentaciones de autores
cercanos y queridos por él—, donde lo encontramos inmerso
en la conversación (otra de sus artes) de temas que lo apasionan,
como la pintura, el humor, el cine, la música, la poesía y
los poetas (cuando habla de los poetas lo hace, por supuesto,
del mundo mismo, de su sentido más profundo, aunque ello
signifique, también, imperfecto).

Para el presente número de Leer y releer el autor nos ha permitido
la publicación de varios de sus ensayos editados en libros
y algunos que no han pasado todavía por dicha edición. Son
un botón de muestra de su prosa juguetona e irreverente, culta
y perspicaz, que nos lleva a lugares tan entrañables como la
noche de Borges, la risa de Luis Vidales, la paleta de viejos y
nuevos pintores que han alimentado su imaginación, los “trabajos
silenciosos del ocio” y, arropándolo todo, claro, la poesía.

Luis Germán Sierra J.


NTC ... ENLACES

JUAN MANUEL ROCA, el autor. 


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domingo, 7 de julio de 2013

Novelar: Un camino a tientas. Entrevista a Alejandro José López. Por: Marcos Fabián Herrera

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Novelar: Un camino a tientas

Entrevista a Alejandro José López

Por: Marcos Fabián Herrera *

NTC ...  agradece  al entrevistado por el envío del texto y por la autorización para publicarlo.

  Alejandro José López. Fotografía: Soranlly Gómez.
Ha sido la escoria, y las mutaciones oscuras en las vidas  de los hombres, uno de los caminos que la novela ha transitado con especial obstinación. Con una prosa vertiginosa y labrada, y un verismo que no se detiene en maquillajes ni pudores narrativos, Alejandro José López ha concebido una de las novelas más sugerentes y felizmente provocadoras de los últimos años en Colombia. En el presente diálogo, el narrador colombiano actualmente afincado en España defiende con valentía sus concepciones sobre el oficio de escribir y osadas búsquedas creativas en el género de la novela.
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 André Malraux nos enseñó que la violencia en la novela exige una dimensión sicológica para que la acción logre densidad narrativa. ¿En “Nadie es Eterno” los personajes, en su desmesura verbal y vivencial, obedecen a esta divisa?
Aunque toda ficción está compuesta de hechos, una que aspire a ser literaria necesita ir más allá. En Colombia estamos repletos de narraciones sobre la violencia nuestra de cada día; pero no siempre nos ayudan a indagarla en profundidad, a discernirla en su tremenda complejidad. Y dado que la literatura estaría llamada a ser revelación, suscribo lo dicho por Malraux en este sentido: la densidad está en el talante propio de la novela. Creo, sin embargo, que la dimensión sicológica es sólo una vía probable, o un insumo posible. En cualquier caso, independientemente de la ruta que escoja y debido a que en el camino abundan las trampas, el novelista tiene que agudizar su instinto. Para no quedar atrapado en la jaula del maniqueísmo, por ejemplo; ésa que se empeña en concebir nuestra violencia como un asunto de héroes y villanos, de mártires y victimarios, de bárbaros y civilizados (nuestra colectiva ruina moral desbordó desde hace mucho tiempo este tipo de categorización y hoy cada quien tiene de todo un poco). Claro que hay muchas otras jaulas aguardando a quien vaya sin cautela, como la celebridad comercial; ésa que hoy nos repite: “divierte bien y cobra de a cien” (como si el arte de la novela fuera un apéndice más de la industria del entretenimiento). Si bien es cierto que un novelista camina siempre a tientas, ha de estar dispuesto a encarar las suspicacias de su época. Quizás la divisa que orienta mi trabajo de escritura tenga que ver más con esto.
Misiá Hermelinda simboliza esa mujer católica y al tiempo supersticiosa, moralista y laxa con los comportamientos de sus hijos. Un cuadro típico de la sociedad colombiana. ¿Ese encuentro de actitudes moralmente antagónicas es una apuesta literaria para ilustrar sin juicios el alcance reflexivo de la novela?
Muchas de las novelas que abordan el mundo del narcotráfico en Colombia sucumben a la enseña maniquea. Las hay que satanizan la convulsa realidad social instaurada por éste y las hay que llegan a la apología del delito. Pero esto es cara, sello y borde de la moneda: el dinero del narcotráfico introdujo dinámicas de ascenso social en una nación que no las propicia por vías formales; en algunos aspectos, auspició la modernización del país al democratizar el acceso a bienes y servicios que siempre estuvieron vedados a la inmensa mayoría de la gente. Al mismo tiempo, produjo y sigue produciendo avalanchas de crímenes atroces, financió y sigue financiando la guerra infame que vivimos, ha corroído hasta los tuétanos la institucionalidad del país y producido una nueva casta política de inmenso poder; en fin, ha transformado nuestros usos y costumbres hasta “maquiavelizar” todos los ámbitos de la vida social. ¿Cómo afrontar novelísticamente semejante panorama? Una posible respuesta tiene que ver con multiplicar el punto de vista de la narración; es decir, contar ese universo desde las diferentes miradas que lo conforman. En “Nadie es eterno” he querido explorar la figura del mafioso y sus sicarios; pero, al mismo tiempo, he procurado detenerme en la visión de sus víctimas, en la estela de dolor e impotencia que las signa. Sin renunciar a mi propia perspectiva ética, he tratado de evitar los apresuramientos: el arte de la novela es más indagación que afirmación.
Hay en “Nadie es Eterno” una galería de voces fieles a expresiones coloquiales del habla del Valle del Cauca y convenciones dialectales propias del hampa. ¿Es la novela el género omnívoro aún capaz de atrapar la vida en toda su anchura, por encima del testimonio histórico y el periodismo?
Ese intento la define, desde Cervantes. Hay un cierto saber sobre la condición humana que sólo se da por vías estéticas. Y es debido a esta particularidad que el género de escritura llamado novela ha terminado revelándose como una de las más grandes invenciones de la cultura occidental. El testimonio histórico y el buen periodismo beben de esa fuente, hacen propios los hallazgos aportados por esa gran matriz. Por otra parte, estoy convencido de que en virtud de su profunda e irrenunciable filiación con lo mundano toda novela debería ser escrita en una lengua auténticamente viva. No pretendo sugerir que en el arte de la novela pueda prescindirse de una cuidadosa elaboración verbal, estilística. Las implicaciones de esto que digo serían más bien de otro orden: cuando un editor solicita novelas escritas en una lengua “neutral”, deja de ser literariamente fiable; y cuando un escritor acepta semejante requerimiento, deja de ser un autor.
¿Cómo develar, valiéndose de la ficción, la descomposición ética que siembra el narcotráfico?
Como decía antes, creo que un escritor de novelas camina a tientas. Esto significa que la suya es una actitud de búsqueda, de indagación; de allí proviene el valor que le confiere a la intuición: sus hallazgos, por minúsculos que sean, se producen así. Voy a contarle algo que me sucedió con “Nadie es eterno”. Yo quería que una de las voces narrativas principales fuera la de un sicario, pues me interesaba la posibilidad de recoger en primera persona esa visión de mundo. Conocí algunos de estos personajes cuando era adolescente, en Tuluá; de manera que su estilo verbal no me resulta extraño. Sin embargo, tuve dificultades para incorporar literariamente uno de sus rasgos característicos: la procacidad. Si reproducía su habitual grosería, iba a desbordar la tolerancia de los lectores; pero si eliminaba su natural obscenidad, acabaría tergiversando esa voz. En efecto, luego de reducir sus vulgaridades a las estrictamente necesarias, me di cuenta de que ese narrador se había edulcorado. Necesitaba algo más. Estando en esa búsqueda, di con dos formas muy potentes del insulto que, no obstante, consideré menos repulsivas para la sensibilidad del lector: el neologismo y la animalización. La primera tiene la ventaja de ser al mismo tiempo muy identificable como vocablo pero vaga en la acepción (la palabra “garbimba” es un buen ejemplo de esto). La segunda vino a revelarme algo que me pareció muy interesante: cuando alguien utiliza la palabra “perro”, o “rata”, o “chandoso”, o “culebra” para referirse a otra persona, le está negando su condición humana; y, de esta manera, se está facilitando sicológicamente el paso a la agresión física, incluso a la eliminación. Tal vez sea este tipo de pequeñas cosas lo que una novela nos regala en términos de comprensión.
De permitir asomarnos a la caja de herramientas que todo narrador conserva con sigilo, ¿qué recurso, de todos los empleados en la exploración a los códigos y preceptos que rigen el mundo del narcotráfico, nos puede dar a conocer?
Toda obra literaria plantea una serie de problemas técnicos, creativos. Y acometer su culminación implica igualmente una larga cadena de decisiones. De las muchas dificultades que me generó “Nadie es eterno”, hay una de fondo concerniente a la estructura. Me preocupaba que al abordar este tema pudiera terminar haciendo un simple anecdotario, un inventario de crímenes; es decir, que acabara apresado en la casuística de la violencia, como le sucede con mucha frecuencia a este tipo de novelas. De modo que me hice esta pregunta: ¿cómo ir más allá de los hechos para mirarlos desde una perspectiva orgánica que sea capaz de trascenderlos? Apelé entonces a una lección que yo había aprendido de Faulkner, aunque fue Joyce quien la desarrolló primero. Se trata del método mítico, que consiste en estructurar la narración construyendo paralelismos de carácter simbólico con alguna de las grandes narraciones occidentales. Esto podría contribuir a dimensionar la historia. Así fue como tomé la decisión de trabajar con el relato de Saturno devorando a sus hijos (que es el mito de la muerte del padre), pues consideré que éste quizás resultaría propicio para indagar la figura del patrón, del capo.
Sorprende la fertilidad literaria del Valle del Cauca. Narradores como Fabio Martínez, Harold Kremer, Umberto Valverde y Fernando Cruz Kronfly son referencias ya insoslayables en la literatura Colombiana. ¿Qué aportes valora de estos obreros de la imaginación?
Tengo la alegría de ser amigo de los escritores que menciona, de modo que he podido dialogar largamente con cada uno en diferentes momentos y escenarios. También he leído obras de todos ellos, así que me he enriquecido con sus trabajos literarios. Yo siento que en esta región hay un entorno cultural muy activo, incluso mucho más de lo que permiten suponer los estereotipos que pesan sobre ciudades como Cali. Y siempre he creído que cualquier lugar donde haya debate y se genere reflexión se vuelve muy estimulante para un escritor. En lo que toca a aquello que valoro de estos autores, hay muchas cosas: cada obra es un gran compendio literario. Sin embrago, no evadiré su pregunta a pesar de que para responderla deba incurrir en la simplificación. Aprecio el sentido del humor, la irreverencia que hay en la escritura de Fabio Martínez. Pienso que uno de los escritores que mejor domina el arte del cuento en este país se llama Harold Kremer. En “Bomba Camará”, de Umberto Valverde, encontramos una de las más potentes incursiones que se hayan hecho aquí en la cultura popular. Y tanto el rigor intelectual como la lucidez de Fernando Cruz Kronfly resultan indispensables para pensar nuestra modernidad.
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NOTA de NTC ...: La entrevista se publicó en la Revista AuroraBoreal (Versión impresa)  de Julio 2013, cuyo pdf publicamos en:  
Agradecemos al autor de la entrevista por el  envío del pdf y por compartir. 
También se publicó en AuroraBoreal digital: http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1498:novelar-un-camino-a-tientas-entrevista-a-alejandro-jose-lopez&catid=91:entrevistas&Itemid=275
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* Marcos Fabián Herrera Muñoz, Colombia, 1984.
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Poeta y periodista cultural . Integra el comité editorial de la revistaPuesto de Combate y del periódico virtual Con - Fabulación. Sus diálogos con escritores y artistas para la prensa cultural hispanoamericana, le han reportado unánimes elogios y lo han ubicado como uno de los cultores más versátiles, documentados y agudos de la conversación literaria. Autor del libro El Coloquio Insolente - Conversaciones con Escritores y artistas Colombianos (dos ediciones) y del poemario Huerto de Olvidos. Incluido en antologías de cuento, poesía y periodismo literario.
Fuente: http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=992:la-palabra-desnuda-entrevista-a-pablo-montoya&catid=91:entrevistas&Itemid=275
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