domingo, 8 de abril de 2012

¿CONTRA EL TEATRO? Por Alejandro Buenaventura Cali, Abril 6, 2012. DEBATE.

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Publica y difunde: NTC …* Nos Topamos Con
* Se actualiza periódicamente. Abril 6, 2012
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ANTECEDENTES:
CONTRA EL TEATRO
Por Héctor Abad Faciolince
El Espectador, Marzo 25, 2012
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Respuesta a “Contra el teatro”
Por Fabio Rubiano Orjuela
Su blog, 1 de abril de 2012
http://hayteatro.blogspot.com/2012/04/respuesta-contrael-teatro-en-forma-de.html
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¿CONTRA EL TEATRO?
 Por Alejandro Buenaventura 
 Cali, Abril 6, 2012. Especial para NTC … (En la foto el autor y al fondo cuadro sobre  Enrique Buenaventura)
Definitivamente no entiendo cómo se puede estar “contra el teatro” y aún peor, escribir “contra el teatro”, en una columna responsable de un diario responsable. Es como si se estuviera contra la pintura, contra la música, contra la danza, contra la naturaleza, contra la vida.
Porque las artes, como las flores o las cascadas, son parte del universo, son la “decoración” del universo y existen desde el comienzo del universo y desde el comienzo del hombre.
Uno puede tener desavenencias y aún estar en contra con una forma de hacer teatro, con un estilo de teatro, con un prototipo de dramaturgia o de puesta en escena, con una etapa histórica del teatro, porque supuestamente el hombre es libre y tiene libertad de gustos y criterios, pero la generalización es caótica, incomprensible y en el mejor de los casos, elemental.
Pienso que allí radica la falencia agresiva del artículo de Abad Faciolince  * publicado por El Espectador. Pienso que no es claro y por lo tanto su aporte puede llegar a ser simplemente especulativo. Pero no creo que la respuesta a la inquietud que nos causa deba ser una respuesta, en defensa del teatro, puesto que el teatro no necesita defensa. Él, como tal, se defiende por sí mismo, y sin alterarse, coloca al detractor en una posición desafortunada e incómoda.
Por el contrario habría que pedirle que sea más explicito, que convierta su diatriba en un verdadero aporte, en un cuestionamiento profundo, en algo que haga realmente pensar, encontrar realidades e intentar soluciones.
Coincidencialmente, aunque con algunos años de diferencia, cuando le insinué a alguna persona, muy culta, con máster en literatura, con varias novelas escritas y con una sensibilidad a toda prueba con las lides de la estética y la ética, que mirara una obra de teatro, recibí una sencilla respuesta que puso a tambalear todos mis años de vida dedicada religiosamente al oficio de las tablas: “es que el teatro me aburre”. Digo coincidencia porque, en una forma más delicada y más certera, decía algo, muy parecido al comentario de Facio Lince.
Me quedé pensando. No levanté mi protesta, ni di alaridos ortodoxos o sectarios. Me asusté en buen sentido de los miedos. Alguna razón debía tener. Es más, caí en cuenta que a mí me pasaba lo mismo. Que tenía muchas dificultades para encontrar un verdadero teatro o de aceptar los que intentaban serlo sin necesidad de hacer concesiones  a los trucos, a los efectos grandiosos, al erotismo barato, a los disfraces y a los añadidos, al comercio o a la grandilocuencia de los recursos económicos. Que no soportaba la mala actuación reemplazada por los impulsos emotivos a los que creo se refiere nuestro columnista, ni una dramaturgia deformada por los montajes o inventada para agradar políticamente o desagradar socialmente a las señoras decentes.
Llegué a creer entonces, que nuestro amado teatro había perdido la razón de ser, de existir. Que para sobrevivir había aceptado que lo untaran de todo y deformaran su esencia. Que lo convirtieran en un “circo de variedades” donde todo cabe, todo se acepta, en ese “cambalache” de que habla Discepolo para explicar el Siglo XX.
Me convencí poco a poco que los tiempos habían cambiado. Que la innovación nuestra, colombiana, de los años sesenta y setenta apoyada en la propuesta brechtiana, redescubriendo la lucha de clases como el eje primordial de las manifestaciones escénicas, se había deteriorado y disuelto en un discurso vergonzante. Que en cambio había llegado a reemplazarlo una carrera desigual contra las innovaciones del cine, el innegable poder de la telenovela, el zapping de cientos de canales, de realitys absorbentes y alienantes, y las maquinarias de estrellatos de pacotilla, contra lo cual no podríamos competir sin hacer concesiones descabelladas e inútiles.
Entonces vi una luz, una rendija que se abría, como si el oficio le hablara a uno al oído.
Había que volver al principio. A lo más remoto y a lo más elemental. A la palabra, porque, dijo alguien, el Teatro es el Arte de la Palabra. Recordé al abuelo leyéndole el cuento al niño para que se duerma en paz mientras construye en su cabecita los escenarios, los colores, los trajes, los personajes, las batallas y los sueños de esa leyenda que apenas atiende con los ojos entrecerrados. Vi a las señoras de antes y me vi a mi mismo, escuchando las radionovelas que creaban más realidades fantásticas que mil años de soledad o los Quo Vadis  hollywoodenses plagados de extras disfrazados de romanos rubios.
Repasé aquellos “teatro leído”, que hacíamos hace tiempo como un simple subgénero de la puesta en escena y entonces les propuse a varios actores y actrices majestuosos de nuestro teatro y nuestra tele que montáramos Edipo Rey en la forma que llamé Teatro Escritorio. Es decir, sentados, leyendo y sin nada más ( 1 ) . Descubrimos juntos que la actuación tenía que ser “perfecta” para que nos creyeran, para cumplir con el primer y único cometido del actor: “convertir la mentira en verdad”. Nos dimos cuenta que, sobre un escenario, cualquiera que sea, eso solo lo hace el actor. Nada ni nadie más. Ni las luces, ni los disfraces, ni las mascaras, ni los decorados, ni las utilerías, solo el actor. Esa es la verdad del teatro. Es decir, solo necesitamos un texto y un actor. Quiero decir un verdadero texto dramatúrgico y un verdadero actor. El más grande de los intermediarios, el único mensajero de los Dioses.
Llevamos cinco años trabajando, con muchos elencos y la respuesta de todo tipo de espectadores ha sido idéntica. Las conversaciones posteriores al espectáculo duran más que el espectáculo mismo y la gente siente que fue al teatro a “hacer algo”, a imaginar, a trabajar soñando, no a estar pasivo como un objeto que paga y aplaude, la mayoría de las veces por compromiso(s).
Tal vez por eso y a pesar de todo, me interesó la columna de Abad. Porque creo que de alguna manera pone el dedo en una llaga que nadie quiere tocar. Que tiene pánico de tocar. He llegado a pensar que le tocó jugar un rol muy desagradecido. El rol de todo aquel que mueve la carta que sostiene el castillo de naipes y derrumba la pirámide que ha estado ahí durante siglos. Tal vez el rol del Galileo, guardando inmensas proporciones, que no puede soportar la inquisición. Porque siempre, para todo, habrá inquisiciones. Lo estable es la verdad. Lo que se opone a lo estable, o a lo establecido, es herejía. Yo digo: menos mal que la Historia ha sido hecha en base a herejías y aunque los herejes han sido quemados en la hoguera, tarde o temprano sus “macabras” propuestas han abierto caminos.
Tomemos de “Contra el teatro” lo que, paradójicamente puede resultar a favor del Teatro, y sin esconder la cabeza, sin cerrar los ojos, abriendo alma y entendimiento, aprovechemos el riesgo y como hijos de Prometeo, nuestro primer héroe, agarremos la llama aunque nos queme las manos.
Alejandro Buenaventura


http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-334261-contra-el-teatro

( 1 ) Nota de NTC ... : Una muestra: LA SECRETA OBSCENIDAD DE CADA DÍA. Por Marco Antonio de la Parra. Dirección y Actuación: DANILO TENORIO Y ALEJANDRO BUENAVENTURA. VIDEO ( 10:15 min, fragmento): http://www.youtube.com/watch?v=jH4pSLK6xgQ ( Tomada de http://ntc-eventos.blogspot.com/2012_02_26_archive.html )
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Nota de NTC …: La obra se presentará nuevamente, en Cali,  el 12 de Abril, 2012. Detalles de la invitación y del evento, 
ver: http://ntc-agenda.blogspot.com/2012_04_02_archive.html (12 de Abril)
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SEGUIMIENTOS y COMPILACIONES 


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"Los médicos, los ingenieros y los matemáticos son los que efectivamente nos cambian y mejoran la vida (anestesia, vacunas, acueductos, computadores, aviones, barcos). 

Pero los famosos y los intocables son los teatreros y los escritores. Una secta de seres vanidosos, intocables, rencorosos, dañinos. 

Esta semana el gremio de los artistas no me produce sino asco. Y me incluyo."

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EL ESPECTADOR .com e impreso, 8 Abr 2012 - 1:00 am  http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-336712-el-arte-obligacion

Héctor Abad Faciolince

El arte como obligación

Por: Héctor Abad Faciolince

Estoy seguro de que si yo hoy declarara —en pleno Domingo de Resurrección— que no me gusta ir a misa (cosa que efectivamente me pasa: las misas me aburren tanto como las obras teatrales), esta declaración sería tomada por los eclesiásticos con mucha más serenidad y tolerancia de la que exhibieron muchos teatreros ante mi confesión de que no me gusta el teatro.

Que yo recuerde, pocos artículos míos han despertado tanta ira como ese, lo cual me confirma en una vieja creencia: los artistas se sienten intocables; si uno los critica, reaccionan como hienas asustadas. Se retuercen, echan babaza, escupen fuego, muerden. Los más tranquilos y seguros, por suerte, sencillamente se ríen, como debe ser.
A alguien que está seguro de lo que vale el vino, le importa un bledo si un abstemio dice: “no me gusta el vino”. El bebedor o el productor de buen vino, en vez de declarar que el que no toma es un imbécil, alzará los hombros y dirá: “usted se lo pierde”. Es lo que me han dicho, sinceros y serenos, los buenos teatreros. Los malos —que son la inmensa mayoría— se han dedicado a insultarme como doncellas mancilladas, o a pedirme que pida perdón y me retracte, como párrocos de aldea ante un ateo pueblerino. Todos al unísono me dicen ignorante y me buscan la caída. Por ejemplo, que Homero no compuso cantares de gesta sino poemas épicos. ¿Serán bobos o se harán los bobos? Mi observación, muy simple, era que para mí hacer teatro hoy en día es algo tan anacrónico como escribir épica (homérica o de gesta, me da igual).
Cuando el teatro estaba vivo y era una fuerza retadora importante, las autoridades lo combatían, lo atacaban como una actividad nociva para las costumbres, incluso lo prohibían. Hoy, en cambio, como las salas están vacías aunque el teatro sea gratis, las autoridades lo tienen que financiar, patrocinar, promocionar. Y ya veo yo que si fuera por los teatreros energúmenos y ridículos, habría que declararlo obligatorio, como la misa para los creyentes. Si es tan bueno el teatro, ¿por qué no se dedican a gozárselo en vez de perder el tiempo atacando con furia al que no lo disfruta? Quizá lo que temen —porque muchos de ellos viven de la teta pública— es que el Estado se entere de que el teatro es una necesidad común un poco menos importante que el agua potable, las escuelas o las alcantarillas, y les dé más fondos a estas cosas que a las obras dramáticas de los iracundos que viven de subvenciones públicas, pero no de público.
Siempre me ha impactado la gran diferencia de carácter y de respuesta que hay entre los ingenieros y los artistas. Los primeros hacen su trabajo útil y necesario en silencio, y casi nadie los recuerda. Si un ingeniero se especializa en construir alcantarillas eficientes para evacuar las aguas negras, en general no pasa a la historia, como sí lo hacen los actores y los comediantes (o los pintores, novelistas y poetas, para no ir tan lejos). No hay quien no conozca a Racine o a Garrick, pero muy pocos saben quién fue Joseph Bazalgette. Este hombre supo diseñar las alcantarillas de Londres, el modelo para las ciudades modernas, y se inventó un sistema de túneles y diques gracias a los cuales las megalópolis pueden deshacerse de la porquería que todos producimos. El mundo está lleno de estatuas de dramaturgos, pero a Bazalgette no se le hacen bustos.
El caso es que gracias a su trabajo ingenioso y callado la gente dejó de morirse de cólera por millones, en Europa y en América. Hasta sus soluciones hidráulicas, los humanos de las ciudades —sin exagerar— chapoteaban en mierda a nivel de los pies, muchas veces al año. Los médicos, los ingenieros y los matemáticos son los que efectivamente nos cambian y mejoran la vida (anestesia, vacunas, acueductos, computadores, aviones, barcos). Pero los famosos y los intocables son los teatreros y los escritores. Una secta de seres vanidosos, intocables, rencorosos, dañinos. Esta semana el gremio de los artistas no me produce sino asco. Y me incluyo.
Caricature of Joseph Bazalgette.
*Caricature of Joseph Bazalgette
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BIENAVENTURADA LA HEREJIA
 Por Alejandro Buenaventura
 Cali, Abril 9, 2012. Especial para NTC …
Bienaventurada la herejía porque siempre nos pondrá a pensar.
En mi anterior participación referente a la polémica desatada por nuestro queridísimo escritor Abad Faciolince al anunciar públicamente que estaba contra el teatro, me atreví a decir, con mucho de metáfora, que había asumido el terrible y malagradecido rol del hereje que apostata contra lo establecido, contra lo intocable.
Casi de inmediato me tocó leer su segunda apostasía: “el gremio de los artistas me produce asco”. Menos mal, claro, que él se incluye en la lista.
Una de sus razones pretende ser lógica: “Los artistas tienen todo el prestigio pero no producen nada”, nada tangible, intenta explicar.
La segunda es metafísica: “Los artistas (teatreros y escritores) son una secta de seres vanidosos, intocables, rencorosos y dañinos”.
Hablar de su segunda razón casi que no vale la pena. Puede ser una apreciación personal. Puede nacer de experiencias calamitosas o de simples fracasos en su contacto con ese gremio, tan cercano a él, que se jacta en despreciar. Porque los artistas son como todo el mundo, como todas las personas. Tienen orgullo y humildad, son débiles y fuertes, piensan y sienten y vuelven a sentir. Se resignan o desafían, aman y odian, son consecuentes o tercos, magnánimos o encogidos, solidarios o egocéntricos, en cada uno, como en cada uno de los seres humanos, habitan, abrazándose o agrediéndose, el Doctor Jekyll y Míster Hyde, ejemplo magistral de dialéctica humana inventado, curiosamente, por un escritor y no por un psicólogo. La única diferencia es que son seres públicos y todo lo suyo, por intereses ajenos, sale a relucir. Por eso yo le perdono esa sinrazón tan desatinada como las de los detractores energúmenos que lo condenan.
Con respecto a la primera me gustaría anotar algunas reflexiones.
Coincide con la aparición de su columna un poema de Günter Grass denunciando el peligro que significa la actitud de Israel para la paz mundial. Y peor la actitud silenciosa de Alemania.
La importancia del poema ya la conocemos, lo que quiero resaltar, como vital en la polémica desatada por Abad Faciolince, es el comentario sabio y certero de William Ospina: “si Grass hubiese escrito un ensayo o un comentario crítico a manera de artículo, jamás tendría el valor del poema”. Porque lo que Grass está tratando de salvar es la humanidad, el planeta, la especie, la vida, no un pedazo del patio trasero  ni el negocio de unos cuantos, ni la casa del vecino. Porque la guerra de hoy en día no sería como las de antes. Sería definitiva. Ospina entonces le da a la poesía, al arte, el valor majestuoso, absolutamente tangible que  Abad, en su arranque contestatario, pretende negarle.
Cuando hace muchos años traducía del alemán un poema de Bertold Brecht, me sucedió algo, que desde entonces se volvió para mí un paradigma en lo que respecta a la funcionalidad del arte y del artista.
Fui descubriendo que el poema no era más que otra versión de la fábula de Samaniego que cuenta como la Cigarra cantaba en el verano mientras los demás trabajaban en las eras. Entonces, al llegar el invierno y el frío, la cigarra toca a la puerta y no la dejan entrar por no haber “trabajado” en el verano. Todo iba bien pero al llegar a la última estrofa las palabras alemanas no concedían con lo que yo conocía como el final o moraleja. Entonces, con mucho esfuerzo, descubrí emocionado que Brecht  lo transformaba. La puerta se abría y todos recibían a la cigarra como una heroína porque sus cantos del verano habían hecho mucho más productiva la labranza.
Los beneficios del arte no pueden medirse con el mismo rasero de los beneficios de la ciencia. Recuerdo, inclusive, una frase del eterno Marx: “El capitalismo es hostil a algunas ramas de la producción como el arte y la literatura”, pero, sigo creyendo, que las alcantarillas de Londres, como los acueductos romanos, como los caminos de los Chasquis en el imperio Inca, o las pirámides de todos los tiempos, son obras de arte. Sostengo que las creaciones del espíritu, las producciones espirituales, son tan valiosas como las materiales, incluyendo que, en muchísimas ocasiones, las primeras son premoniciones precursoras de las segundas.
De todas maneras nuestro columnista hace una diferencia entre los buenos y los malos artistas y dice que son los malos los que ponen el grito en el cielo, los que se sienten agredidos y como las fieras amenazadas, muestran las garras, furibundos. O sea que si son buenos artistas no merecen o no son dignos de su calificación de iracundos, rencorosos, intocables y dañinos. Se contradice sutilmente Abad, porque los artistas o son buenos o no son artistas.
A diferencia de la producción material, que utiliza y preserva cualquier baratija al lado de los inventos más trascendentales, la humanidad solo conserva, como ejemplo del paso del hombre por el tiempo, las obras maestras de la plástica, del teatro, de la música, de la literatura.
No debe preocuparle entonces que los mediocres lo insulten o vilipendien por eso, como el mismo insinúa, debe, por el contrario, darle más ánimos para continuar su desafío. Para ayudarnos con su desafío.
Pero en lo que creo, insisto, está equivocado Abad, es en hablar genéricamente del teatro. No detenerse a decantar minuciosamente. No hablar más bien de “los teatros”. Es decir de las formas, de las direcciones, de los diferentes hechos y los distintos intereses.
Por ejemplo, no todas las salas están vacías, como dice. Los espectáculos promovidos por el festival iberoamericano-mundial, están repletos a costos muy altos. ¿Será que ese teatro si está vivo? ¿Qué lo hace vivir, qué lo resucita? ¿Por qué no precisa del apoyo estatal criticado por Abad en cuanto es mendigado por nuestros hermanos teatreros y por qué tiene todo el estimulo del capital privado? ¿Porque no es de aquí? ¿Porque deslumbra con su apoteosis de monumento a los públicos ingenuos del subdesarrollo? ¿O porque tiene un matiz de acontecimiento social y no de acontecimiento artístico o cultural?
Será, mi apreciado Héctor, que usted tampoco asiste a esos espectáculos, que deberían también hacer parte de su fobia, o se cuela, agazapado, como si se tratara de una misa, ya que habla de misas, oficiada por el cardenal primado.
Alejandro Buenaventura
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