martes, 20 de noviembre de 2012

JAZZ PARA DIFUNTOS. Medardo Arias. Novela. Xajamaia Editores, 1993

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Medardo Arias Satizábal

Nace en Buenaventura, 1956. En Diciembre de 1988 finalizó ésta,
su primera novela, en una de las colinas de Cali. Desde los 18 años,
apenas culminado el colegio, hizo parte de la redacción del periódico
EL PAIS de Colombia.


Su primera obra poética aparece con los libros "Luces de Navegación"
y "Las nueces del ruido", galardonado el primero con el Premio
Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia.


En 1982, el escritor peruano Mario Vargas Llosa le hizo entrega del
Premio Nacional de Periodismo "Simón Bolívar", por un ensayo pe-
riodístico publicado en doce entregas en el diario "Occidente" de Cali.
Este trabajo inauguró el reconocimiento al Periodismo investigativo
en la historia del máximo palmarés periodístico de Colombia. En ese
ensayo, Arias indagó sobre el origen de la música de las Antillas,
cuando el ritmo "Salsa" era considerado, aún, ritual de marginales.
Diez años después, en mayo de 1992, aparece su libro de cuentos
"Esta risa no es loco" -Premio Nacional de Cuento "Ciudad de Bogo-
tá" -, dentro de los actos conmemorativos de los 500 Años del Descu-
brimiento. En este volumen sintetiza su tarea narrativa de varios
años; uno de los cuentos ahí publicados, "Segundo Debut", hace decir
al escritor colombiano R.H. Moreno-Durán: "Es un cuento tan hermo-
so, que parece escrito por Cortázar".


En noviembre de 1992, la Universidad del Valle publicó su antología
"De la hostia y la bombilla" (El Pacífico en prosa), en la cual compiló
la presencia literaria de doce autores de la Costa del Pacífico colom-
biano.


En 1993 entregará a Colcultura un libro de cuentos con "historias de
nativos".

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Su primera novela, Jazz para difuntos, (Xajamaia Editores, Santa Fe de Bogotá, 1993) fue preseleccionada al Premio Latinoamericano de Novela Pegaso (1994), entre 483 obras de todo el Cono Sur. Dicho evento, auspiciado por la Corporación Mobil, tuvo como jurados a Gregory Ravassa, traductor al inglés de Cien años de soledad y otras obras de García Márquez; Margaret Sayers Peden, traductora en Estados Unidos, de Octavio Paz, Pablo Neruda, Carlos Fuentes e Isabel Allende, entre otros, el crítico brasileño Alfonso Romano de Santa Ana, y los poetas María Mercedes Carranza y Darío Jaramillo Agudelo.

El escritor y crítico argentino Noé Jitrik, Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, consideró que esta obra, Jazz para difuntos, es una de las creaciones de mayor valor narrativo en tiempos del posboom, en su ensayo Separación, no parricidio publicado en el diario El Espectador.



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Ilustración carátula: La carta de amor ( 1 ).
Johannes Vermmer (1632.1675)
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Solapas y lomo del libro
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Logo de la editorial en la contraportada del libro
Xajamaia Editores
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Ojoporhoja

Separación, no parricidio

Por Noé Jitrik

Magazín, El Espectador, No. … . 1993 (¿.?)

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TEXTO ENSEGUIDA
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Ojoporhoja

Separación, no parricidio

Por Noé Jitrik

Magazín, El Espectador, No. … . 1993 (¿.?)


UNA DE LAS ALTERNATIVAS QUE OFRECE LA LITERATURA colombiana es separarse de García Márquez.  Digo "separarse" y no silenciarIo o eliminarlo: eso no sería pensable por la sencilla razón de que su influjo, lo que modificó en el imaginario de ese país, ya no puede disociarse de lo que podría ser su  modernidad. Algo semejante podría decirse de Borges y la literatura argentina, aunque lo que parece su indiscutida incidencia tuvo un campo y un modo de acción diferente, tanto en el ritmo con que se impuso como, sobre todo, en el registro imaginario. García Márquez irrumpió de pronto, Borges entró lentamente; aquél creó una mitologia "paisajística", la de éste tuvo un sesgo metafísico.

Esta posibilidad, hablando de Colombia, no es virtual ni puede   darse en todas las literaturas del mismo modo, lo cual no las califica, así como tampoco califica a la colombiana: sólo describe una situación que los escritores del país no han dejado de padecer o al menos percibir. Para aprovecharla de manera positiva, y no rencorosamente -lo que va de la separación al parricidio-, ha sido necesario un tiempo, yo supongo que de elaboración y maduración, y numerosos cambios en todos los órdenes de la vida nacional. Ese tiempo, me parece, está llegando si no ha llegado ya. Al menos es lo que me sugiere la contenida novela de Medardo Arias Satizábal, Jazz para difuntos, que pude conocer, junto a otro puñado de textos, en mi fugaz paso por Cali.

Un primer dato de lectura es de índole geográfica: si los mitos macondianos hacen del oriente caribeño respecto de Colombia parecida sinécdoque a la que hizo en su momento Isaacs con el Valle del Cauca, a saber definir Colombia por la zona del Caribe, Arias ubica sus acciones en la costa del Pacífico pero no con un gesto homólogo y opuesto, no en actitud de réplica: Buenaventura es su patria y, por lo tanto, un enigma, un objeto de inquisición. En su libro se trata, en esencia, de una metafórica búsqueda del origen en la proyección territorial de Colombia hacia el sur, no tan sólo una justiciera, por equilibradora, ocurrencia. No es que se diga "ya es hora de hablar del  Pacífico"; lo que se dice es que algo de lo que encierra u oculta el Pacífico da lugar a una escritura.

Esta observación tiene consecuencias: esa búsqueda no se hace por inventario de experiencias personales, lo que llevaría a rescates autobiográficos, sino en la instancia, faulkneriana, onettiana, macondina, de la imaginación de una "zona", en la tradición de Conrad pero sin sus proyecciones políticas. Esa tierra es de refugio, o de vago exilio, pero no de muchas esperanzas; no es utópica ni especialmente deseable aunque habla a los sentidos y constituye el  horizonte único e inevitable de ciertos destinos. Es vida posible y muerte segura, es mínimo albergue y angustiosa desprotección.

Otro dato tiene que ver con el ritmo; Arias no parece deberle nada al modernismo y sus musicalidades: su prosa es ceñida y económica, renuncia explícita y estéticamente a cualquier réplica de la exuberancia, del exotismo o del color local. En cambio, los libros de viajes parecen vibrar por detrás de su texto pero en el registro de la parodia, en la medida en que los personajes no llegan sino que han llegado y ya no pueden separarse de un paisaje que no obstante les sigue siendo ajeno. De ello se desprende una idea, o una preocupación, que no parece caprichosa: ¿qué quiere decir llegar a esa tierra y ligarse a ella?

Tal tema no se presenta por exposición sino por configuraciones dramáticas: los extranjeros, a quienes mueve en principio un general impulso monetario, no pueden mezclarse con locales al mismo tiempo que aspiran a hacerla con los propios, movimientos de relación exógenos y endógenos como modo de entender el poder de la "zona", de qué modo remodela las almas y a qué extremos de muerte las conduce.


El laconismo en el desarrollo narrativo, la galería de personajes, sobre los que no se impone ninguna imprudente psicologización, la férrea voluntad de permanecer en los términos de la propuesta narrativa y una despojada historia, huérfana de trampas demagógicas y de exclamaciones tropicales, para nada patética, son los elementos de un proyecto de escritura que presupone una cierta cantidad de límites autoimpuestos. En ese punto radica; me parece, lo esencial de una literatura disciplinada, que si aparece despojada no lo es en sí sino en relación con la institución literaria o, si se quiere, con la posibilidad de articular nuevos lenguajes.

Quizás la "frontera", figurada por Arias en la más pura tradición de la literatura latinoamericana, no exista o, por el contrario, acaso es, por inexistente, el lugar esencial porque en ella la propiedad, la legitimidad o la radicación son nociones imprecisas, definidas sólo por la brutalidad, en la frontera no hay democracia sino puro instante y considerable riesgo. El mar y la costa, en cambio, sí existen. Y si la frontera implica una construcción imaginaria, proyectiva, la costa y el mar constituyen el objeto de la descripción y el marco de los conflictos. En ese cruce se ubica la propuesta de Arias, hacer novela de un lugar pero creándolo, reducir el lenguaje a su funcionalidad pero revitalizándolo.

Novela polifónica, atenuada y contenida, su tono y su enfoque algo quieren decir; por supuesto una magnitud de concepción, la existencia de un escritor, pero, también, un deseo productivo en una literatura que se sigue buscando y que ocupa, por suerte, un lugar todavía considerable en una cultura amenazada.

 Noe Jitrik
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Jazz para difuntos
Novela, Xajamaia Editores, Bogotá, 1993
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