domingo, 24 de julio de 2011

Diálogo con Piedad Bonnett (Fragmento*). Revista NÚMERO. # 69. Junio-Agosto 2011.

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Diálogo con Piedad Bonnett (Fragmento*)

Las gavetas literarias

Por Sebastián Leal e Irene Rincón

Revista NÚMERO. # 69. Junio-Agosto 2011. Págs. 50 a 59.

http://www.revistanumero.com/

ÍNDICE DE LA REVISTA NÚMERO 69 (Junio - Julio 2011)

http://www.revistanumero.com/index.php?option=com_content&task=view&id=807&Itemid=39&catid=0

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Talleres (literarios) y academia

El tema de la escritura creativa dentro de las instituciones académicas ha sido de carácter polémico. Desde hace más de quince años, Piedad dirige el taller de escritura creativa de la Universidad de los Andes. Ella, escritora y académica, está en el centro de esta reflexión.


«En una época fui una gran incrédula de los talleres literarios. Cuando comencé a dar cursos en la Universidad de los Andes, dicté un taller literario y desistí. Era muy joven y fue una experiencia fallida por varias razones. Retomé el taller diez años después, con muchas incertidumbres. Quince años o más de tener un taller me han demostrado, sin embargo, que éste es ante todo un espacio de reflexión sobre la literatura y sobre el proceso de creación, y eso ya es algo tremendamente poderoso. Son espacios que congregan gente con una misma vocación, a reflexionar en profundidad, y a partir de lecturas concretas y no en el aire, sobre lo que está pasando, sobre el quehacer de escribir.


«El taller es un espacio donde se aceleran ciertas destrezas, que en últimas es lo mismo que ocurre dentro de la universidad. Todos podrían ser autodidactas, en un mundo que parece permitirlo cada vez más. La educación formal, no obstante, lo que hace es acelerar unos procesos con una direccionalidad de los esfuerzos, evitando el extravío que el autodidacta puede llegar a padecer, a menos que sea genial.


«Es ya muy raro eso de la figura del escritor desasido de la academia, como fue siempre. Yo fui jurado de 39 escritores menores de 39 y me sorprendió que muchos de los elegidos allí no solamente pasaron por la universidad, por carreras de literatura, y otros, tal vez los más miedosos, por carreras aledañas como el derecho, sino que también se especializaron. Además, conservan una estrecha relación con la academia al ser profesores en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica.


«En un taller perdemos el miedo a la crítica de los demás, tenemos compañía en el oficio más solitario del mundo, que es el del escritor. Ahora, el gran riesgo de estos talleres es que el tallerista, o quien dirige, que debe ser una persona en contacto directo con la escritura y no un académico, se apodere del espíritu de sus aprendices y los moldee. El dogma es el gran peligro. Creo que se están produciendo proyectos demasiado ambiciosos y articulados, que pretenden enseñar a escribir, o que están vendiendo el sueño de que se puede aprender, lo cual no es posible. El escritor es, finalmente, un ser que se devuelve a su escritorio y está solo. Un escritor siempre le temerá al fracaso. Por más exitoso que sea, debe tener siempre la incertidumbre de si lo que está haciendo es lo adecuado. Ese aval no se lo va a dar nadie. El taller es un mecanismo más, es algo operativo, es un estímulo en un determinado momento.


«Creo que si uno va a una maestría de escritura creativa a sacar un título que lo acredite como escritor, le debería dar pena. ¿Qué puede añadirle un título a un escritor? Uno va allá a lo mismo que va a un taller, pero con un trabajo más prolongado y más rico en maestros; ojalá que no le dieran título. La idea de un doctorado me parece espantable, en cualquier arte. Una maestría no tanto, porque es un énfasis y la persona que pasa por esa maestría puede salir a enseñar literatura. Está dotada de toda la reflexión. Pero sí tengo que decir que encuentro un contrasentido en el escritor con un título que lo acredite como maestro en su propio arte.


«En cuanto a las divisiones que las universidades hacen de su enseñanza literaria en géneros -como por ejemplo estudiar una maestría de escritura creativa exclusivamente en poesía-, me parece muy estimulante cuando uno está trabajando sobre el género que le interesa. Pero creo que siempre tiene que haber un momento en que el narrador se enfrente a la poesía y el poeta se enfrente a la narración, sólo por plantearse los problemas del género desde la práctica de la escritura. Como en todo, esto de medírsele a lo otro es esencial.


«Mi experiencia me dice que muchos de los narradores que llegaron a mi taller se descubrieron poetas por el camino, y a la inversa. Me parece que en una maestría tan compartimentada todos deben pasar por los otros géneros para descubrir sus propios potenciales.


«En las facultades o departamentos de literatura se olvidaron de que muchos de los que llegaron allí querían ser escritores. Los estaban convirtiendo en investigadores y maestros, que fue mi caso. Me parece muy bien que a uno lo formen en un pensamiento crítico y además que le den herramientas investigativas, pero eso es muy asfixiante, sobre todo en una sociedad que exige saberes especializados. El muchacho se puede meter en la trampa de la maestría y el posgrado, anulando una carrera creativa.


«Los talleres de escritura creativa son territorios de oxigenación y de estímulo. Me parece absolutamente necesario que lo académico se abra a esta clase de espacios, que pueden ser pulmones dentro de los que respira el estudiante, que a menudo se mueve en unos ambientes muy opresivos de rigor académico. Claro está que acoger dichas dinámicas dentro de lo académico entraña un conflicto, que es la evaluación. La academia tiene estructuras tan rígidas de funcionamiento que es difícil salirse de ellas sin que peligre ella misma. Por eso se deben generar soluciones intermedias. Una persona con suficiente flexibilidad de espíritu, como un escritor, se las ingenia para que eso no sea un constreñimiento absurdo para sus poderes creadores. Yo nunca pongo una nota a un trabajo creativo, jamás. Así como siempre me pareció una aberración que algunos profesores, dentro de clases académicas, calificaran un cuento o un poema. Me parece que eso es desvirtuar la academia y los talleres.


«Los talleres externos pueden caer mucho en la informalidad, el extravío y la falta de objetivos y procesos claros, lo cual también es pernicioso. Así, el gran éxito de un taller literario universitario consiste en sacar el mayor provecho posible de los procesos académicos, pero sustrayéndose a lo rigurosamente académico. Yo creo que eso es perfectamente posible».

Circulación de la poesía

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Es sorpresiva la manera en que Piedad se refiere a la circulación de la poesía. Uno esperaría que se quejara, quizás enérgicamente. Pero no, a ella la apasiona el modo silencioso en que la poesía se riega por el mundo. «La poesía siempre será para unas minorías. El arte ha estado siempre en manos de unos pocos, mientras todos los demás procuran que el mundo funcione. Siempre habrá un reducto de seres humanos que se ocupan de pensar el mundo a través de las formas simbólicas. Y la poesía encuentra formas de circular de un modo discreto pero firme».


Su experiencia en la docencia le ha dejado la certeza de que siempre habrá lectores jóvenes que amen la poesía. No obstante, la experiencia le dice algo más: que la escuela no acerca a niños y adolescentes a la poesía. «A mi curso llegaban treinta y cinco estudiantes, de los cuales quince odiaban la poesía, a diez no les interesaba y el resto la amaban». Por eso, en sus clases, trata de «seducir» a sus estudiantes hacia la poesía. «Lo que falta es aproximación a la poesía. Cuando yo digo aproximación no me refiero a la enseñanza. Me refiero a leerla en voz alta, a compartirla, a una madre que le lee a su hijo pequeño un poema. A esos sitios secretos por donde transita la poesía». ( 1 )

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ÍNDICE DE LA REVISTA NÚMERO 69 (Junio - Julio 2011)

http://www.revistanumero.com/index.php?option=com_content&task=view&id=807&Itemid=39&catid=0

http://www.revistanumero.com/ Allí algunos textos de la edición 69 y RESEÑAS de libros.


( 1 ) Otros textos sobre la Poesía:

Definir la poesía en una frase... ¡vaya!. ... Wislawa Symborska. Y texto de Carlos Vidales.

http://ntcpoesia.blogspot.com/2011_07_24_archive.html

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* Se actualiza periódicamente. Julio 24, 2011

jueves, 21 de julio de 2011

Escombrera, "sala de lectura" de niños en Cali. El Tiempo, Julio 20, 2011.

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Escombrera, "sala de lectura" de niños en Cali.
El Tiempo, Julio 20, 2011.
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(Click sobre la imagenes para ampliarla. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí. O click derecho para abrirlas en una nueva ventana.)

Sobre una escombrera de más de cinco metros de altura del barrio Petecuy, que colinda con el río Cauca y una carbonera, niños pobres (y negros) de Cali cultivan el hábito de la lectura con libros prestados que un grupo de jóvenes les ofrece mediante el programa “Biblioguetto”, iniciativa del grupo. Juan Pablo Rentería Bustamante, EL TIEMPO.

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EL BLOG
Otras fotos, en el blog, relacionadas co las que aquí se presentan:
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Biblioguetto, VIDEO
Biblioguetto es un proyecto de lectura para niños y jóvenes de la ciudad de Santiago de Cali al sur-occidente de Colombia.
Fecha: 11/03/2010,
Duración: 02:29
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En Facebook
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FUNDACIÓN AMBIENTE, RECURSOS NATURALES Y SERVICIOS ECOLÓGICOS,

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ENLACES, COMENTARIOS y MENSAJES:

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Para motivar un posible debate y con base en la autorización que recibimos de Erika Morales, según el mail que transcribimos a continuación, publicamos sus mensajes.

de Erika Morales erikamorales.caicedo@gmail.com

para NTC

fecha 22 de julio de 2011 12:14

asunto Re: Gracias. Su mensaje. Para el debate y mientras, ... . Solicitud. Gracias.

Hágale, claro, cómo no. Con tal que esas cosas no sigan sucediendo. Erika Morales.

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DE: Erika Morales erikamorales.caicedo@gmail.com

para NTC < ntcgra@gmail.com >cc "NTC ..." < ntcboletin@gmail.com >

fecha 22 de julio de 2011 01:38

asunto ¡Uy nooo el colmo!

Qué despectivo la aclaracion que hacen, que aparte de ser pobres, "son negros", como si una cosa tuviera que ver con la otra. Qué clase de informacion se está creando, siguen alimentando a las masas con esta informacion mezquina. Pues que buen trabajo, que no hay bibliotecas para pobres y encima negros. Me la suda. Y con todo el respeto, pero creo ser negro no es una condicion que necesariamente se relacione con pobreza. Es absurdo. Me indigna. A no ser que quien haya escrito esto se considere ario. En fiiiiiiiiiiiiiiiiiiin !!! : S

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Sobre una escombrera de más de cinco metros de altura del barrio Petecuy, que colinda con el río Cauca y una carbonera, niños pobres (y negros) de Cali cultivan el hábito de la lectura con libros prestados que un grupo de jóvenes les ofrece mediante el programa “Biblioguetto”.

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de: Erika Morales erikamorales.caicedo@gmail.com

para NTC < ntcgra@gmail.com > cc "NTC ..." <ntcboletin@gmail.com>

fecha 22 de julio de 2011 01:39

asunto Re: ¡Uy nooo el colmo!

Y lo dejo muy en claro, creo.... : S

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El Leonardo negro. Por Leonor Fernández Riva

http://columnas-de-opinion.blogspot.com/2011/07/el-leonardo-negro_2740.html . Fragmento final:

“....

Esta ha sido, amigos, una sinopsis un tanto larga, lo reconozco, de un hombre excepcional, orgullo no solo de su raza sino de todo el género humano. He querido compartirla con ustedes porque creo sinceramente que la raza negra es mucho más que marimba, tambor y sentimiento. Valió la pena extenderme un poco para hablar del coraje, el talento y los logros de este Leonardo negro, ¿no lo creen así, amables lectores?”

(Las negrillas son de NTC …)
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martes, 5 de julio de 2011

"El inquilino" novela de Guido Tamayo. Reseña por Juan Manuel Roca.

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"El inquilino"
Novela de Guido Tamayo.
Reseña por Juan Manuel Roca.
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El inquilino
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EL INQUILINO

Conmueve en la novela de Guido Tamayo ese hombre que vive en las orillas de un mito, el de una Barcelona que hace tres décadas atraía, con algo de ingenuidad y no poco de neo-riquismo pueblerino, a algunos escritores latinoamericanos estimulados por el boom literario y editorial, por los sueños de gloria.

Desde la trastienda de la derrota, del olvido y la mitomanía, algunos se fingían escritores y hablaban de sellos editoriales inalcanzables y de obras en marcha a punto de cerrarse. En ese trípode fraudulento –derrota, olvido y falacia- montaban su máquina de espejismos. Otros en verdad seguían tecleando a prueba de todos los desfallecimientos y dudas, como auténticos animales literarios, así siguieran pedaleando en la bicicleta estática del más cerrero anominato.

Algo había en todo esto de un heroísmo lastimero.

Manuel de Narváez, protagonista de “El inquilino” vivía las cuatro estaciones de manera diferente al resto de mortales: un largo verano de sequía económica, un invierno raído con la única calefacción de sus sueños, un otoño de hojas y folios apilados en su mesa de trabajo, una primavera encontrada en los libros de sus autores tutelares, acariciados desde mucho tiempo atrás, desde los tiempos en los que malvivía y bienbebía en la Bogotá astrosa de los años setenta.

Conmueve este hombre maltrecho cuya prótesis única es la literatura, conmueve su convicción de escritor entre la ningunidad de los transeúntes de las calles de Barcelona, Si no hubiera adquirido la enfermedad de la literatura, hubiera sido posiblemente una suerte de Bartleby, de don nadie, un apenas inquilino de su cuerpo.

Guido Tamayo traza el mapa de una ciudad casi irreal que abreva en los bares que le propician amigos transitorios, para hacer parte episódica de una liturgia sin grandes rituales en los que el sumo sacerdote siempre es un barman, escéptico como todos los hombres de su oficio y como esa misma ciudad que vive dándole su espalda al mar, en medio de los edificios teratológicos del señor Gaudí.

Manuel de Narváez es un hombre triste y más que solitario. La soledad, en verdad, parece su nodriza. Lleva en su cuerpo y en su memoria, como en una tumba, como en una fosa común, una madre colombiana muerta, una mujer francesa muerta, un país lejano y moribundo. Laura se llama su amada muerta, y él es un desastrado Petrarca.

Sorprende la capacidad descriptiva de Guido Tamayo, la aguda observación de caracteres, de gentes que poco a poco se convierten en sus propios lazarillos. El mundo barriobajero de Bogotá ha dado paso al mundo barriobajero de Barcelona. De Narváez, el inquilino, solo ha mudado de casa, pero no de miserias, solo que ahora la escenografía tiene más rango literario.

El tiempo, aplasta-sueños, va reduciendo al exiliado en busca de fortuna literaria a una suerte de fantasma, de ventrílocuo de sí mismo, entre derrotas y olvidos. La memoria como fardo, aí es el equipaje mental de un exiliado, de alguien cada vez más confinado a su cuerpo y a los cuatro muros cardinales de su habitación.

Es tan vívida la narración que logra Tamayo de esos desangelados años ochenta del exilio literario, tan densas y a la vez claras sus atmósferas, que en mi caso particular quedé desde su inicio atrapado sin remedio, hasta llegar al final sin percibirlo, bajo la hipnosis de su prosa austera y jugosa a un mismo tiempo.

Sí, es tan vívido el relato que tras seguir los pasos del fumador empedernido que es De Narváez, dan ganas de abrir una ventana que se lleve el aire viciado y gris que siempre flota en la soledad de su cuarto. Así como la banda sonora de la novela es la soledad, una voz carrasposa y a capela, la atmósfera de nicotina que envuelve sus páginas es más que una metáfora de su mal, una enfermedad que corre más sibilina que la escritura del protagonista. Es un duelo entre el cáncer y los sueños de escribir en una carrera pactada en las pistas del olvido.

En poco tiempo, en pocas y certeras páginas, el espejo le devolverá un rostro de vejez prematura, como si fuera el abuelo de sí mismo.

“El inquilino” trata de un fracaso estrepitoso, en suma, de un hombre que espera la herencia legada por su padre y él, pobre como rata de notaría, sin más familia que su cuerpo, espera la epifanía, la llegada al unísono de la fortuna monetaria y de la fortuna de escritor.

Más allá del argumento. Más allá de la historia de un escritor colombiano que además siempre pareció un personaje literario con algo de Bartleby en su carencia de familia y de arraigo, con algo del Wakefield de Hauthorne en su condición de nadie, de paria por elección, conmueve su apuesta sin regreso, su manera de habitar entre la realidad y el deseo, como quien cruza una cuerda tensa.

El entierro imaginario de Manuel de Narváez, un capítulo de una sola página, es realmente magistral, un momento en verdad inolvidable.

Pocas novelas colombianas han logrado crear un personaje de tan honda carnadura humana, de tanta vida escondida en lo que Kafka llamaba “su majestad el cuerpo”. Se trata de un inquilino de sí mismo, de un huésped de paso que sin duda habitará en la memoria de los buenos lectores en el ámbito de nuestra lengua.

Juan Manuel Roca

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El inquilino
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EL INQUILINO Por Carlos Orlando Pardo
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