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Novelar: Un camino a tientas
Entrevista a Alejandro José López
Por: Marcos Fabián
Herrera *
NTC ... agradece al entrevistado por el envío del texto y por la autorización para publicarlo.
NTC ... agradece al entrevistado por el envío del texto y por la autorización para publicarlo.
Alejandro José López. Fotografía: Soranlly Gómez.
Librería
Lello, Oporto (Portugal), Otoño de 2011.
http://es.wikipedia.org/wiki/Librer%C3%ADa_Lello_e_Irm%C3%A3o , http://www.oporto.net/libreria-lello-e-irmao
http://es.wikipedia.org/wiki/Librer%C3%ADa_Lello_e_Irm%C3%A3o , http://www.oporto.net/libreria-lello-e-irmao
Ha sido la
escoria, y las mutaciones oscuras en las vidas de los hombres, uno de los
caminos que la novela ha transitado con especial obstinación. Con una prosa
vertiginosa y labrada, y un verismo que no se detiene en maquillajes ni pudores
narrativos, Alejandro José López ha concebido una de las novelas más sugerentes
y felizmente provocadoras de los últimos años en Colombia. En el presente
diálogo, el narrador colombiano actualmente afincado en España defiende con
valentía sus concepciones sobre el oficio de escribir y osadas búsquedas
creativas en el género de la novela.
André Malraux nos enseñó
que la violencia en la novela exige una dimensión sicológica para que la acción
logre densidad narrativa. ¿En “Nadie es Eterno” los personajes, en su desmesura
verbal y vivencial, obedecen a esta divisa?
Aunque toda ficción está compuesta de hechos, una que
aspire a ser literaria necesita ir más allá. En Colombia estamos repletos de
narraciones sobre la violencia nuestra de cada día; pero no siempre nos ayudan
a indagarla en profundidad, a discernirla en su tremenda complejidad. Y dado
que la literatura estaría llamada a ser revelación, suscribo lo dicho por
Malraux en este sentido: la densidad está en el talante propio de la novela.
Creo, sin embargo, que la dimensión sicológica es sólo una vía probable, o un
insumo posible. En cualquier caso, independientemente de la ruta que escoja y
debido a que en el camino abundan las trampas, el novelista tiene que agudizar
su instinto. Para no quedar atrapado en la jaula del maniqueísmo, por ejemplo;
ésa que se empeña en concebir nuestra violencia como un asunto de héroes y villanos,
de mártires y victimarios, de bárbaros y civilizados (nuestra colectiva ruina
moral desbordó desde hace mucho tiempo este tipo de categorización y hoy cada
quien tiene de todo un poco). Claro que hay muchas otras jaulas aguardando a
quien vaya sin cautela, como la celebridad comercial; ésa que hoy nos repite:
“divierte bien y cobra de a cien” (como si el arte de la novela fuera un
apéndice más de la industria del entretenimiento). Si bien es cierto que un
novelista camina siempre a tientas, ha de estar dispuesto a encarar las
suspicacias de su época. Quizás la divisa que orienta mi trabajo de escritura
tenga que ver más con esto.
Misiá Hermelinda simboliza esa mujer
católica y al tiempo supersticiosa, moralista y laxa con los comportamientos de
sus hijos. Un cuadro típico de la sociedad colombiana. ¿Ese encuentro de
actitudes moralmente antagónicas es una apuesta literaria para ilustrar sin
juicios el alcance reflexivo de la novela?
Muchas de las novelas que abordan el mundo del
narcotráfico en Colombia sucumben a la enseña maniquea. Las hay que satanizan
la convulsa realidad social instaurada por éste y las hay que llegan a la
apología del delito. Pero esto es cara, sello y borde de la moneda: el dinero
del narcotráfico introdujo dinámicas de ascenso social en una nación que no las
propicia por vías formales; en algunos aspectos, auspició la modernización del
país al democratizar el acceso a bienes y servicios que siempre estuvieron
vedados a la inmensa mayoría de la gente. Al mismo tiempo, produjo y sigue
produciendo avalanchas de crímenes atroces, financió y sigue financiando la
guerra infame que vivimos, ha corroído hasta los tuétanos la institucionalidad
del país y producido una nueva casta política de inmenso poder; en fin, ha
transformado nuestros usos y costumbres hasta “maquiavelizar” todos los ámbitos
de la vida social. ¿Cómo afrontar novelísticamente semejante panorama? Una
posible respuesta tiene que ver con multiplicar el punto de vista de la
narración; es decir, contar ese universo desde las diferentes miradas que lo
conforman. En “Nadie es eterno” he querido explorar la figura del mafioso y sus
sicarios; pero, al mismo tiempo, he procurado detenerme en la visión de sus
víctimas, en la estela de dolor e impotencia que las signa. Sin renunciar a mi
propia perspectiva ética, he tratado de evitar los apresuramientos: el arte de
la novela es más indagación que afirmación.
Hay en “Nadie es Eterno” una galería de
voces fieles a expresiones coloquiales del habla del Valle del Cauca y
convenciones dialectales propias del hampa. ¿Es la novela el género omnívoro
aún capaz de atrapar la vida en toda su anchura, por encima del testimonio
histórico y el periodismo?
Ese intento la define, desde Cervantes. Hay un cierto
saber sobre la condición humana que sólo se da por vías estéticas. Y es debido
a esta particularidad que el género de escritura llamado novela ha terminado
revelándose como una de las más grandes invenciones de la cultura occidental.
El testimonio histórico y el buen periodismo beben de esa fuente, hacen propios
los hallazgos aportados por esa gran matriz. Por otra parte, estoy convencido
de que en virtud de su profunda e irrenunciable filiación con lo mundano toda
novela debería ser escrita en una lengua auténticamente viva. No pretendo
sugerir que en el arte de la novela pueda prescindirse de una cuidadosa
elaboración verbal, estilística. Las implicaciones de esto que digo serían más
bien de otro orden: cuando un editor solicita novelas escritas en una lengua
“neutral”, deja de ser literariamente fiable; y cuando un escritor acepta
semejante requerimiento, deja de ser un autor.
¿Cómo develar, valiéndose de la ficción, la
descomposición ética que siembra el narcotráfico?
Como decía antes, creo que un escritor de novelas
camina a tientas. Esto significa que la suya es una actitud de búsqueda, de
indagación; de allí proviene el valor que le confiere a la intuición: sus hallazgos,
por minúsculos que sean, se producen así. Voy a contarle algo que me sucedió
con “Nadie es eterno”. Yo quería que una de las voces narrativas principales
fuera la de un sicario, pues me interesaba la posibilidad de recoger en primera
persona esa visión de mundo. Conocí algunos de estos personajes cuando era
adolescente, en Tuluá; de manera que su estilo verbal no me resulta extraño.
Sin embargo, tuve dificultades para incorporar literariamente uno de sus rasgos
característicos: la procacidad. Si reproducía su habitual grosería, iba a
desbordar la tolerancia de los lectores; pero si eliminaba su natural
obscenidad, acabaría tergiversando esa voz. En efecto, luego de reducir sus
vulgaridades a las estrictamente necesarias, me di cuenta de que ese narrador
se había edulcorado. Necesitaba algo más. Estando en esa búsqueda, di con dos
formas muy potentes del insulto que, no obstante, consideré menos repulsivas
para la sensibilidad del lector: el neologismo y la animalización. La primera
tiene la ventaja de ser al mismo tiempo muy identificable como vocablo pero
vaga en la acepción (la palabra “garbimba” es un buen ejemplo de esto). La
segunda vino a revelarme algo que me pareció muy interesante: cuando alguien
utiliza la palabra “perro”, o “rata”, o “chandoso”, o “culebra” para referirse
a otra persona, le está negando su condición humana; y, de esta manera, se está
facilitando sicológicamente el paso a la agresión física, incluso a la
eliminación. Tal vez sea este tipo de pequeñas cosas lo que una novela nos
regala en términos de comprensión.
De permitir asomarnos a la caja de
herramientas que todo narrador conserva con sigilo, ¿qué recurso, de todos los
empleados en la exploración a los códigos y preceptos que rigen el mundo del
narcotráfico, nos puede dar a conocer?
Toda obra literaria plantea una serie de problemas
técnicos, creativos. Y acometer su culminación implica igualmente una larga
cadena de decisiones. De las muchas dificultades que me generó “Nadie es
eterno”, hay una de fondo concerniente a la estructura. Me preocupaba que al
abordar este tema pudiera terminar haciendo un simple anecdotario, un
inventario de crímenes; es decir, que acabara apresado en la casuística de la
violencia, como le sucede con mucha frecuencia a este tipo de novelas. De modo
que me hice esta pregunta: ¿cómo ir más allá de los hechos para mirarlos desde
una perspectiva orgánica que sea capaz de trascenderlos? Apelé entonces a una
lección que yo había aprendido de Faulkner, aunque fue Joyce quien la
desarrolló primero. Se trata del método mítico, que consiste en estructurar la
narración construyendo paralelismos de carácter simbólico con alguna de las
grandes narraciones occidentales. Esto podría contribuir a dimensionar la
historia. Así fue como tomé la decisión de trabajar con el relato de Saturno
devorando a sus hijos (que es el mito de la muerte del padre), pues consideré
que éste quizás resultaría propicio para indagar la figura del patrón, del
capo.
Sorprende la fertilidad literaria del
Valle del Cauca. Narradores como Fabio Martínez, Harold Kremer, Umberto
Valverde y Fernando Cruz Kronfly son referencias ya insoslayables en la
literatura Colombiana. ¿Qué aportes valora de estos obreros de la imaginación?
Tengo la alegría de ser amigo de los escritores que menciona, de modo que
he podido dialogar largamente con cada uno en diferentes momentos y escenarios.
También he leído obras de todos ellos, así que me he enriquecido con sus
trabajos literarios. Yo siento que en esta región hay un entorno cultural muy
activo, incluso mucho más de lo que permiten suponer los estereotipos que pesan
sobre ciudades como Cali. Y siempre he creído que cualquier lugar donde haya
debate y se genere reflexión se vuelve muy estimulante para un escritor. En lo
que toca a aquello que valoro de estos autores, hay muchas cosas: cada obra es
un gran compendio literario. Sin embrago, no evadiré su pregunta a pesar de que
para responderla deba incurrir en la simplificación. Aprecio el sentido del
humor, la irreverencia que hay en la escritura de Fabio Martínez. Pienso que
uno de los escritores que mejor domina el arte del cuento en este país se llama
Harold Kremer. En “Bomba Camará”, de Umberto Valverde, encontramos una de las
más potentes incursiones que se hayan hecho aquí en la cultura popular. Y tanto
el rigor intelectual como la lucidez de Fernando Cruz Kronfly resultan
indispensables para pensar nuestra modernidad.
.NOTA de NTC ...: La entrevista se publicó en la Revista AuroraBoreal (Versión impresa) de Julio 2013, cuyo pdf publicamos en:
Agradecemos al autor de la entrevista por el envío del pdf y por compartir.
También se publicó en AuroraBoreal digital: http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1498:novelar-un-camino-a-tientas-entrevista-a-alejandro-jose-lopez&catid=91:entrevistas&Itemid=275
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* Marcos Fabián Herrera Muñoz, Colombia, 1984.
Poeta y periodista cultural . Integra el comité editorial de la revistaPuesto de Combate y del periódico virtual Con - Fabulación. Sus diálogos con escritores y artistas para la prensa cultural hispanoamericana, le han reportado unánimes elogios y lo han ubicado como uno de los cultores más versátiles, documentados y agudos de la conversación literaria. Autor del libro El Coloquio Insolente - Conversaciones con Escritores y artistas Colombianos (dos ediciones) y del poemario Huerto de Olvidos. Incluido en antologías de cuento, poesía y periodismo literario.
Fuente: http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=992:la-palabra-desnuda-entrevista-a-pablo-montoya&catid=91:entrevistas&Itemid=275
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