miércoles, 26 de septiembre de 2018

Parece que fue ayer. Por Jotamario Arbeláez. Contratiempo. En el aniversario 42 de la muerte de Gonzalo Arango. Septiembre 26, 2018

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Contratiempo
Parece que fue ayer

Jotamario Arbeláez
En el aniversario 42 de la muerte de Gonzalo Arango
Estaba en Cali, esa tarde de 25 de septiembre de 1976, en la misa de aniversario de la muerte de papá, en la iglesia de Cristo Rey,
cuando en el momento de la elevación entró mi tío Emilio con la noticia: “Su amigo se acaba de matar en la carretera de Villa de Leyva.” ¡Mierda!
Repetí mentalmente esa última palabra que pronunciara Gonzalo Arango cuando el camión de repollos le reventara el cerebro, según testimonia Angelita, su amada inglesa,
con quien en pocos días habría de dejar Colombia, como ya había dejado el cigarrillo, la carne, la prosa y el nadaísmo, para establecerse en la pérfida Albión.
Amílkar U y Gonzalo Arango, fundadores del Nadaísmo, invitan en 1959 al entierro de la poesía colombiana.
Yo sostengo que la interjección fue: ¡Dios mío!, como yo mismo me apresuré a cambiarla en ese momento solemne, mientras el sacerdote pronunciaba el requiescat. En los últimos días cuidaba su vocabulario. Había hecho las santas paces.

La noche anterior, a la salida de una reunión en la casa de “La colina de la deshonra” de Eduardo Escobar, con los demás poetas del grupo donde se hubo de limar asperezas,
me despedí besándole la mejilla –sin el aliento de Judas– porque tal vez sería la última vez que nos viéramos.
Le envié saludos a la reina Isabel y a nuestros adorados y melenudos caballeros del Imperio Británico.

Mientras al otro día viajaba de regreso directo a la funeraria Gaviria, Eduardo Escobar se apersonaba de los trámites del refinado difunto,
en compañía de mi novia Matilde Torres, quien le había adquirido su detonante biblioteca, que pocos meses después se desmoronó.
Cuenta Eduardo que vio cuando le extrajeron el cerebro de la caja del cráneo y se la rellenaron con un pedazo de suéter.
    
En vista de mi reciente orfandad, Gonzalo me había conseguido un puesto de creativo en la pomposa agencia publicitaria Leo Burnett con “el negro” Gonzalo Meza,
y el primer trabajo que tuve que desempeñar fue redactar los carteles fúnebres de mi maestro y amigo.
La prensa pronosticó que el nadaísmo se disolvería. Pero no. Henos aquí después de 42. El que se disolvió fue Gonzalo.

Recordé que ocho años antes, en 1968, en Agosto, cuando el nadaísmo cumplía diez años y Luis Ernesto también, el llamado “Gigoló de los dioses”, hijastro del Monje Loco,
Luis Ernesto Valencia dice sus poemas en la discoteca La guaca, en Cali, en 1967,                              acompañado por Pablus Gallinazo y Jotamario.
quien se desempeñaba como cantante en nuestros Festivales de Vanguardia y como precoz poeta sobre las paredes de su habitáculo,
fue arrollado por un carro manejado por Arne Krag, en la Avenida Colombia de Cali, mientras venía de la casa de la novia del Monje con una carta donde Gonzalo Arango nos exhortaba a no dejar morir el nadaísmo.
Cuando lo localizamos en el anfiteatro nos dimos cuenta que en la autopsia le habían sustituido el cerebro por una toalla de manos.

Y recordé que cinco años después, en la carretera hacia Tunja y Villa de Leyva, muy cerca de donde Gonzalo había exclamado mierda o Dios mío,
se chocó con la muerte la precoz poetisa María de las Estrellas, de 13 años, hija de la Maga mi mujer de entonces. El único movimiento capaz de acabar con el nadaísmo es el automovilismo, se especuló por entonces.
María de las Estrellas a los 12 años.

Con motivo de los 60 años del “inventico” nos han llovido los homenajes a los vivos y a los muertos.
Nunca pensamos que íbamos a durar tanto a pesar de que Amílkar profetizara que sería la cosa más eterna que dejaría el siglo XX.
Los Sagrados Archivos van para la Biblioteca Luis Ángel Arango y la Antología con 40 poetas para la Biblioteca Nacional.
Todavía nos quedan poemas por escribir, libros por leer, botellas por consumir y amores por disfrutar.
No nos terminó por tratar tan mal la vida a pesar de los puntapiés que le dimos cuando andábamos mal de zapatos.

Angelita mantiene en Guatavita encendida la tea que alumbra la memoria del inolvidable.
Los discípulos del profeta continuamos loando y despotricando de acuerdo con el ejemplo que de él recibimos.
Informan del cementerio de Andes que han tratado en repetidas ocasiones de robar sus restos. Han tacado burro los cleptómanos fetichistas. Los restos del profeta somos nosotros.
Jotamario, Jaime Jaramillo Escobar, Eduardo Escobar, únicos sobrevivientes                                      del libro “Trece poetas nadaístas”, de 1964
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Publicado parcialmente en: 
https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/jotamario-arbelaez/parece-que-fue-ayer-muerte-de-gonzalo-arango-nadaismo-273260
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martes, 25 de septiembre de 2018

El 25 de septiembre negro. Por Jotamario Arbeláez. Intermedio. Septiembre 25, 2018

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Intermedio

El 25 de septiembre negro
Jotamario Arbeláez

Hoy es el aniversario de la oscura noche septembrina, cuando se trató de asesinar a Simón Bolívar en el propio Palacio Presidencial. El héroe supo evadir el atentado santanderista gracias al denuedo de la libertadora del libertador, quien lo hizo precipitar por una ventana.

147 y 148 años después, en la misma fecha, aconteció lo que voy a contarles, suceso impresionante que me certificó que los muertos siguen despachando en el más allá. Encuentro este relato, escrito 25 años ha,  revisando las 40 cajas de Los Sagrados Archivos que, con ocasión de los 60 mistagógicos años del Nadaísmo *, debo entregar a la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, donde estarán a disposición de estudiosos, curiosos, historiadores y espiritistas:
Gonzalo Arango quería a mi padre como si fuera el suyo y mi padre a Gonzalo como si fuese yo.
Él fue el único padre de nadaísta que no anatematizó al ‘Profeta’. Lo invitaba a comer a nuestra “casa de las agujas” en el barrio Obrero, y se ponía el corbatín para salir con nosotros a caminar por Cali, donde a cada paso teníamos que soportar “él homenaje indignado de los energúmenos”.
Amílkar U, don Jesús Arbeláez (Rionegro, Ant., ... - Cali, 25 de septiembre , 1975), Gonzalo Arango y Jotamario 
en 1960, por el puente Ortiz de Cali.
A mi padre se lo comió un cáncer en un santiamén, en el 75. Viajé a pasar con él los días de su moribundia, oyéndole contar cuentos de la edad de oro de la violencia colombiana y de cómo había sobrevivido a su liberalismo.
El día que se iba a morir se despertó muy temprano, le dio a mi mamá la libreta de ahorros para que sacara el dinero justo del funeral, habló uno por uno con todos sus hijos para dejarles instrucciones, posó para la última foto, y en los postreros dolorosos instantes le dije:
–Papá, yo tengo conexión con una secta de espiritistas que me pueden poner en contacto contigo dentro de un año, para así saber al fin de cuentas cómo es la tal vida después de la vida.
Don Jesús Arbeláez y su hijo Jotamario. Cali 1967 aprox.
El frunció el ceño y muy severamente me dijo:
–Averigüe bien  que eso no vaya a perturbarme, porque qué tal que uno esté bien sedita, cuando comience a sentir que lo halan con esas jodas espiritistas. Más bien olvídelo, mijo.
Le concedí razón pero le reclamé en última instancia:
–Papá, hoy es 25 de septiembre. El 25 de septiembre del próximo año hazme por lo menos una señita–. Su alma salió por la ventana.
En ese momento sonó el timbre de la puerta. El cartero me entregó un mensaje de Gonzalo Arango a mi padre, de despedida: “La vida no es más que una mala sastrería. Morir es cambiar de traje. Hasta lueguito, don Chucho, ahí nos vemos”. Lo vestí de saco y corbata, como a él le gustaba para viajar, y en el momento de enterrarlo dejé sobre su corazón la carta del ‘Profeta’.
El día anterior al cabodeaño, en la casa de Eduardo Escobar coincidí con Gonzalo y con Amílcar U, fundadores del nadaísmo por muchos años distanciados y en ese momento haciendo las paces. Le dije a Gonza que viajaba a Cali al aniversario de papá, y que había ordenado publicar en Occidente, en la columna de Pardo Llada, copia de su carta como homenaje fúnebre. Me besó la mejilla y se hundió por esas calles de Dios hacia el Bosque Izquierdo.
En la misa de aniversario en la iglesia de San Fernando, el 25 de septiembre del 76, a las tres de la tarde, hora de su deceso, y mientras recordaba mi petición a papá de que me hiciera una señita para saber si uno no desaparecía per secula seculorum en el más allá, entró por la puerta lateral de la iglesia mi tío Emilio todo despelucado y se acercó para decirme:
–Siento mucho, mijo, pero por la radio están dando la noticia de que su amigo Gonzalo Arango se acaba de matar en la carretera de Tunja.
¡Bonita señal, papacito!
Gonzalo Arango (Andes, Ant., 1931- 25 de septiembre de 1976)
Texto publicado, parcialmente, en:  
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lunes, 17 de septiembre de 2018

Las esposas de la poesía libre. Por Jotamario Arbeláez. Intermedio

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Intermedio
Las esposas
 de la poesía libre

Jotamario Arbeláez

Una tarde de hace ya sesenta años le alargué mis tímidas poesías escritas durante el bachillerato perdido en Santa Librada, al profeta Gonzalo Arango, quien arribaba a Cali a pregonar las crapulosas virtudes de ese círculo vicioso recién trazado con el inspirado nombre de Nadaísmo. Él los leyó de arriba para abajo y de abajo para arriba y, refiriéndose a los poemas amorosos, me dijo que si me los había infundido el amor por la novia, cambiara de novia, como respecto de mis proclamas políticas me puntualizó que, si obedecían a los dictados del partido, “le dices a don Nicolás Buenaventura que te escurres del Comité”. Recordé que ella me decía después de cada caricia en polvo: “Debes haber gozado mucho porque yo nunca había sufrido tanto”, como si yo fuera el aberrante marqués de Sade y ella una estoica marioneta de Sacher Masoch, y que en la célula me adoctrinaban con que, para la revolución, más épica que una poesía era una tachuela.
Les prendí fuego con fósforos de palo a ese ramo de madrigales  persecutores del virgo potens de colegialas inverecundas y a ese arsenal de arengas rabiosas contra los gobiernos por  haber realizado la reforma agraria al revés. Me empeñé en aplicar la receta de la nadería excluyendo de mis versos lo que iba del coqueteo al toqueteo,  como los reclamos sociales en pro de la pavimentación del barrio Jesús Obrero. Con poemas abstractos, pues, nos convertimos por largos años en los enemigos públicos número 1, 2, 3, 4 y así hasta el 13, por nuestras hilachas escandalosas, nuestras manías escabrosas y nuestras greñas grasosas. Así logramos dar forma a nuestra revolución sexual, consagrándonos a facturar el amor loco en lugar de poemas sobre el amor y delegamos la revolución social en los hippies, quienes en realidad sí la hicieron, pues no hay revolución mayor que circular por el mundo sin un centavo.  Hicimos uso de nuestra entera liberté que nos convirtió en libertinos de la revolución, como el antedicho marqués y aplicamos esa libertad a ejemplarizar el amor libre y los versos libres, pasando del aire libre a las apestosas inspecciones de policía. Porque a muchos sorprendieron los agentes patógenos con las manos en la musa.
Rechazamos todas las sujeciones; para empezar la sujeción religiosa, de los párrocos con sus prédicas en sus púlpitos, así nos tocara llevarnos al mismo Dios por delante, y luego la sujeción académica, que nos indicaba que debíamos escribir como Jorge Isaacs la María y como José Asunción el Nocturno, existiendo ya Juliette y Justine y los Caligramas y La unión libre, y luego la sujeción laboral, que nos implicaba comprometer nuestras mínimas fuerzas físicas en ordeñarle producción a una máquina, y luego la sujeción política que nos condenaba a estar pendientes de los chorros de babas de los candidatos presidenciales, y luego la sujeción patriótica que nos ponía en posición firmes para saludar el palo de la bandera y desde luego la sujeción familiar que nos conducía sin remedio a la reproducción en cadena del apellido. Libre de todas esas amarras, me empeñé con la poesía. Ella sería mi bandera, mi escudo, mi talismán; ella sería mi amante, mi amiga, mi confidente; ella me llevaría de la mano por los malos caminos y en tablas ebrias de salvación por sobre mares sin fondo.
Nos tocó enfrentarnos al enemigo, y a los enemigos del enemigo, y a los enemigos de los enemigos del enemigo, que se destruyeron entre sí, creyendo que nos combatían, con fuego amigo. Pasaron 60 años y ya nadie nos persigue ni discrimina, dado que cumplimos nuestro objetivo de “no dejar una fe intacta ni un ídolo en su sitio”; antes bien, el único mito de nuevo cuño es el nadaísmo, cosa que nos espanta, pues desde el principio advertimos que seguiríamos en desacuerdo con el mundo cuando el mundo nos concediera la razón. Por eso nos abrieron tribunas, como esta,  para que le cantemos al mundo la victoria de su derrota. Victoria que debemos a la libertad esposada a la poesía, y encadenada al amor por la vida y a una que otra muñeca brava, como Alelí.


Jotamario Arbeláez y Alelí Mesa
Entrada al auditorio J. Mario Arbeláez
en el Santa Librada college
Cali, Septiembre 14,  2018
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miércoles, 12 de septiembre de 2018

“Barriendo para entregar”. Por: Jotamario Arbeláez. EL TIEMPO, 12 de septiembre 2018

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“Barriendo para entregar”
 EL TIEMPO, 12 de septiembre 2018
Para Elmo Valencia *, en memoria

Hay quienes se proponen –o les proponen– una meta en la vida y emplean toda esa vida en cumplirla, así hayan renunciado al camino. “El hombre no tiene sino sus dos pies, sus zapatos rotos y un camino que no conduce a ninguna parte”, dijo el Profeta, y por allí nos empeñamos sus discípulos doce en terminar de gastar la remonta de los zapatos. Y llegar sin tener por dónde es proeza digna de encomio.
Les estoy hablando del nadaísmo, como habrán adivinado nuestros lectores cautivos, ese movimiento de inmóviles que hace 60 años empezó a bostezar del aburrimiento de vivir en un país que lo único que ofrecía cada día era la noticia de una tracalada de muertes atroces en el campo y en las ciudades por aberraciones políticas y por el despojo de tierras. Ese movimiento de muchachos de extracción popular en provincias se propuso quitarle la máscara a la aparente solemnidad de los gobernantes engolados en un palabrerío sin sentido. No yéndose para el monte sino metiéndoselo enrolado en cigarrillos de aspiración prohibida, para burlar las leyes por lo más leve; con la poesía como chaleco a prueba de babas para defenderse de los bobalicones que mantenían el statu quoPasados 60 años fue un nadaísta declarado, Humberto de la Calle, quien logró la paz de Colombia tras arduas y prolongadas negociaciones, por lo que hubiera merecido ser Presidente. Pero no solo no logramos el solio, sino que incluso se quiere borrar la paz alcanzada. “País de cafres”, como dijo el mismo de “el poder para qué”. El poder para nada, para joder.
De los '13 poetas nadaístas', nuestro primer libro de 1963, quedamos tres. Pero con los otros diez de la segunda cochada que siguen vivos, continuamos dando nuestra batalla contra la estolidez rampante y contra la muerte. Y viendo cómo el mundo ha cambiado de caminado. Esos muchachos locos que ayer andaban por los andenes de Medellín y de Cali ostentando sus años mozos, que fueron perseguidos por la tombamenta por vagos, por incendiarios, por extravagantes, por aberrantes, por viciosos, por saboteadores, por sacrílegos, por apátridas, hoy son celebrados por la Alcaldía de Medellín en asocio con la Biblioteca Piloto, que detenta parte de los archivos, con sus fotos al tamaño en las estaciones del metro, y en el interior del mismo con sus poemas, manifiestos, entrevistas, correspondencia. Y puestos como ejemplo para la juventud de todos los tiempos que corran. 

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Y así por todas partes, aunque algunos se resientan de los homenajes y reconocimientos como si ello significara traicionarse en lugar de dignificarse. Yo sí acudo a cada evento sin mosquearme y sacando pecho, que para algo estoy estrenando pelo, columna vertebral y zapatos.

Dos entidades poderosas se han interesado por nuestra historia. La Biblioteca Nacional de Colombia, dirigida con ímpetu por Consuelo Gaitán, quien para una colección de obras representativas de la literatura nacional me ha encomendado una antología amplia de poetas del movimiento, y en el camino me han aparecido sesenta para un tomo de más de seiscientas páginas, dificultosas de concluir porque la mayoría de los biografías de los poetas no existe y porque he estado invalidado por sucesivas intervenciones quirúrgicas de las vértebras. Pero estoy a punto de terminarla para hacer la solemne entrega, previas las rendidas disculpas por la demora.

Algo parecido me pasa con la Biblioteca Luis Ángel Arango, del Banco de la República, que también está cumpliendo 60 años, interesada en 'Los Sagrados Archivos' que detento en cuarenta cajas, y que en compañía de una asesora he estado en los últimos meses seleccionando, autor por autor, por géneros, por épocas, fotos, cuadros, recortes, entrevistas, caricaturas y hasta prontuarios.

Así vamos, rindiendo cuentas pero sin rendirnos. Cuadrando caja, dicen otros. Ajustando cuentas, dice un tercero. Pero también como terminó cantando Mayolo: “Barriendo para entregar”.

JOTAMARIO ARBELÁEZ
jotamarionada@hotmail.com

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http://ntc-documentos.blogspot.com/2017_09_14_archive.html

 
 ELMO VALENCIA *. El monje loco
Cali, Enero 10, 1926 - Caliseptiembre 11, 2017
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