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Intermedio
El sol de los últimos días
Jotamario Arbeláez
Casto
y vegetariano, el amor de la casa, soy todo lo que queda del rabioso cantor de
la podredumbre, el hoy pacífico oceánico rompeolas de ayer en el maremágnum. No
recomiendo al anarquista la droga del amor con la que se está haciendo presente
la divinidad químicamente pura. Los dedos de mis manos no paran de contar
satánicos conversos devolviendo en loas los podremas con que injuriaron al
Señor y volviendo a la Madre Naturaleza sus miradas y parabienes. Ya no vienen
por casa los terroristas.
Pero vienen los ángeles de verdad
—gentes no de este mundo ni del otro sino del auténtico jardín donde nos
crearon inocentes como el manzano— con sus propios pies pobres realizando el
camino, y trayéndome los presentes que el espíritu precia: conocimiento, conos de
incienso bengalí, flautas aéreas, pétalos pasos de rosas en miel, útiles
túnicas sutiles, piedras lunares, de mares, estampitas alucinantes,
alucinógenos, poporos, cueritos trabajados, lotus, zohares, himalayas.
Con estos seres ya no se habla,
caminantes que no viajeros —lo contrario al turista—, ni se indaga siquiera por
el mundo de amados por el mundo desparramados. Ellos traen la energía de los santos lugares, Machu Pichu, San
Agustín, Providencia, La Miel, la Sierra Nevada, Villa de Leyva, los sitios de
la tierra que están siendo apuntados desde sistemas paralelos de diferentes
soles por potencias de luz que si bien no registran nuestras pantallas son
entidades familiares al avanzado perceptor cuya antena es la fe que mueve
planetas.
Una vez me trajeron hongos. Hoy bendigo
el pasto rumiado, los séptuples procesos digestivos de los vacunos, la boñiga
caliente entrando en la atmósfera, las esporas que la fecundan, el flechazo
solar del que brota la amanita muscaria con su carga posible al contacto de la
conciencia de universos más convincentes que el adánico perpetuado a que el
hombre resigna sus potenciales.
El vecino mantiene sus tres pelos de
punta a punta de verme cada día recibiendo pelos más largos. Y contertulios de
su gremio me bombardean cada vez que consideran fin de semana de atroces
músicas costeñas y borrachos acentos el aparato auditivo. Peluqueados
sistemáticamente y con los nudos aflojados de la corbata juegan plata a lo que
da el tejo, ríen de sus chistes genitales, baten a la salida a mis silenciosos.
Y cuando el mundo se serena, cuando el alcohol funde a los muertos y el sueño a
los agonizantes, estos nómadas restituyen al reino de la noche la noción de la
permanencia. No hay policía posible que detenga lo inevitable. Este sol es el último
que veremos; el que salga mañana será el mismo de ayer mas tú serás otro.
El texto que acaban de leer no lo
escribí ayer sino hace cerca de 50 años —despuntando la era de Acuario en las
épocas del hipismo— y acabo de encontrarlo revisando las 40 cajas de los
Sagrados Archivos que debo consignar en el Banco de la República. Me sorprende
que desde entonces anduviera dando fe de la trascendencia. Cosa que vengo
haciendo con más ahínco ahora que estoy tocando fondo en el Paraíso. Ayer cerré
tejado de La montaña mágica, la casa que los ángeles me construyen en las
afueras de Villa de Leyva, al frente de la colina en cuya cima la laguna de
Iguaque contempla el cielo.
El
poeta y su esposa Claudia
en el cierre de tejado de su casa en Villa de Leyva
en el cierre de tejado de su casa en Villa de Leyva
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Han
pasado 60 años desde que un profeta sin pies ni cabeza pero pensador y
andariego me reclutó para que con él predicara “el evangelio de la nueva
oscuridad” que era el descreimiento. Se trataba de limpiar la conciencia del
mundo de supercherías y fetiches. De “no dejar una fe intacta ni un ídolo en su
sitio”. Creo que lo logramos, con la sorpresa de que ahora los que creemos
somos nosotros, por lo menos yo siguiendo el ejemplo del profeta que se nos fue
pronunciando las palabras Dios mío, cuando un bólido le toteó la cabeza en la
carretera hacia Villa de Leyva. Nadie sabe para quién trabaja, ni en esta vida
ni desde la otra.
Jotamario
y Gonzaloarango. Bogotá. 1970
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El poeta y su esposa Claudia
en el cierre de tejado de su casa en Villa de Leyva
Septiembre 1 de 2018
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El poeta y su esposa Claudia
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Septiembre 1 de 2018
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