Gracias al aporte y autorización del autor,
Contratiempo (Versión para NTC)
Oración en Villa de Leyva
Jotamario Arbelaéz
A Salomé
Desde hace ya muchos años, a través de los manejos sutiles de unos espíritus selectos que me encontré en una mesa, me puse en contacto con lo último que me faltaba por conocer en este mundo precario: la divinidad.
Había tenido novias divinas pero pamplinas, verdaderas diablas bien
maquilladas si eran, y hasta tatuadas, a quienes consentí de la ceca a la meca
hasta que el verdadero amor me mando a parar.
A partir de allí siento que recibo cada día dosis dobles de luz, la del
astro y de las farolas y la que circula por las redes de mi cerebro,
entiendo lo que antes para mí era confusión, como si hubiera comido de
la fruta del árbol del conocimiento,
ya no despotrico ni insulto contra Dios ni contra el tirano sino que
enfilo mis palabras para la loa y el ditirambo.
Disfruto de los dones del mundo contemplada la carne y descontado el
demonio, a quien con mucha pena tuve que ponerle conejo.
Asumo el precepto de D. H. Lawrence de que “debemos dejar de ser hombres
que oran para ser hombres que bendicen.”
Me he acercado en puntillas a la noción de Dios y me inclino ante cada
uno de sus manifestaciones según la religión o mitología por donde circule, más
panteólogo que panteísta.
Mientras más me inclino para manifestar gratitud más altos dones
continúo recibiendo, de esos que no requieren pagar impuestos.
Y nadie puede pensar que divago por más vago que haya sido cuando era
nadie
ni que soy un consumado marihuanero, pues como nunca fumé cigarro ni
siquiera aprendí a aspirar.
Cuando
estaba alejado de Él lo único que me movía y motivaba era la experiencia verbal,
sin percatarme de que el Verbo era Él.
Con la poesía me acostaba y me
levantaba y con la poesía caminaba por las calles y por las aguas y por los
aires cosa que nadie admiraba
pues pensaban las gentes que era un Eróstrato que por llamar la atención
sería capaz, si atinara a encender un fósforo, de pegarle fuego a la torre de
Notre Dame.
Pero los maestros perfectos me bajaron los humos y ahora soy incapaz de
encender una chimenea, cosa que le tocará a la señora.
Marzo
de 2018. Comienza la construcción de la casa.
A pesar de no tener aún suficiente confianza con el Señor para tratarle de tú a tú,
voy a ver de escribirle en este momento unas oraciones gramaticales para
bendecir su santo nombre por haberme permitido cumplir mi sueño y el de mi
dorado tormento,
de instalar nuestras plantas y sus pantuflas en uno de los sitios
privilegiados del mundo, en Villa de Leyva,
donde si no estuvo situado el paraíso terrenal sí dejaron su huella los
dinosaurios y mamuts que por allí también circularon.
Ya Claudia mi mujer y su hermana Clara, el maestro de obras Albeiro Cuevas y su hueste de obreros de la construcción, siguiendo los impecables diseños estelares de Edmundo Moure,
pusieron la última piedra de La
montaña mágica, pequeño palacete (¿o sería mejor templete?) a la vera del
cerro y la laguna de Iguaque,
de donde surgieron Bachué y su hijo Qhuzha con el destino de poblar la
tierra a partir de los pueblos muiscas.
O sea que estamos instalados en el mismo sitio de donde arrancaron los primeros hombres y las primeras mujeres en la prehistoria remota, con nuestros impúdicos taparrabos de Christian Dior.
Valió la pena haber esperado hasta los 80. Quien iba a pensar que el
nadaísmo culminaría en una horda de Matusalenes.
Se
han sucedido en la espera dos años y tres operaciones quirúrgicas, de la
columna vertebral, de la apéndice y de la próstata,
de las que he quedado en perfecto estado luego de la convalecencia de
cada una, privilegio que te agradezco, Señor de los amores y los dolores.
De la primera casi no podía subir una grada ni andar entre las piedras
compactadas del pueblo, pero el señor alcalde Víctor Hugo Forero debió haber
recibido tu divino mandato de hacer
andenes por cada calle, por lo que nunca será olvidado.
Sólo
dos sucesos me tienen triste. El uno irreparable en la tierra, como fue el
desprendimiento en la flor de la vida de Lina María Umaña,
amada hija de Victoria Eugenia Franco, la dueña de la finca Villa
Gabriela, donde pernoctamos dos años con nuestra perrita Dina.
Noches atrás, en una ventisca, escuchamos y vimos cómo se derrumbaba el
rancho de los asados. Los designios del Señor son inescrutables. Me dio susto
por los techos de nuestra casa.
En esas regiones que sólo a Ti corresponden, dale a Lina Señor el
descanso eterno, en una bonita morada, ojalá cerca de la tuya.
El
otro caso que sí tendría arreglo pronto de acuerdo con tu reconocida misericordia,
es el de mi vecino de predios y mi cuña del corazón, pues es el hermano de mi
mujer, el pintor Juan Jaramillo,
atacado de leucemia por la prolongada convivencia en su cuarto de
trabajo con las tremendas trementinas usadas en la disolución de sus óleos.
Ya pasó por los tratamientos más avanzados de la ciencia médica y ha
decidido instalarse en tu clínica.
Te lo recomiendo. Señor, para que nos siga deleitando y enriqueciendo el
arte nacional con su obra gloriosa. Pero que no vaya a ser con los santos
óleos.
De
mi parte te pido que me concedas tiempo, como te lo solicitó Kazantzakis a mi
misma edad, en su Carta al Greco,
para coronar los 12 tomos de la obra en proyecto, Los días contados, que seguramente me estás dictando. O por lo
menos permitiendo que fluya.
Porque ahora en la casa y entre las amigas de casa veo que te nominan “el
Universo”. Encargado de que todo marche sobre patines. Que todo fluya.
Y lo real es que funciona. Cómo será que después de la operación de la
próstata sigo fluyendo. Grande eres.
----
Gracias al aporte y autorización del autor,
No hay comentarios:
Publicar un comentario