jueves, 1 de febrero de 2024

El bar del muerto. Harold Kremer. Novela. Primera edición: Enero 2024. Páginas 200. Seix Barral. Biblioteca Breve. NTC ... Registros

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El bar del muerto

Harold Kremer

Novela

Primera edición: Enero 2024  Páginas 200

Seix Barral. Biblioteca Breve

13.0 x 23.0 x 1.2 Cms. 





El  libro en la web de la editorial

https://www.planetadelibros.com.co/libro-el-bar-del-muerto/384202

Allí: detalles y opciones para adquirir el libro en librerías y por internet



Una novela polifónica de víctimas y victimarios.

Con una prosa directa y libre de sentimentalismos, Harold Kremer nos permite ver las circunstancias en la vida de Ferney, un cortero de caña enamorado; de Camilo, un médico que está más allá de la redención; de Alonso, un sombrío y despiadado asesino; de Carolina, una heredera arruinada, y de Ernesto Marín, el dueño de un bar al que todos recurren en busca de alivio y olvido.

Esta novela está ambientada en Buga, Valle del Cauca, durante los años cincuenta del siglo xx. La historia, entretejida a partir de cinco personajes, recuerda parte de los hechos y las consecuencias de la masacre de Ceilán, un pueblo arrasado por una horda de conservadores en venganza por los alzamientos de quienes quisieron vengar el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948.

El lector que se adentre en estas páginas encontrará el retrato descarnado de una porción de la sociedad colombiana que se alimenta del delirio, la ambición desmedida, la rabia y el dolor, y cuyas motivaciones, íntimas en apariencia, se mueven al ritmo de los hilos de un destino que está más allá de su comprensión.



Harold Kremer 

Guadalajara de Buga (Valle del Cauca, Colombia). Sus cuentos aparecen en varias antologías del género editadas en Colombia, Estados Unidos, Francia, España, Argentina, México y Alemania. 

Entre sus libros de cuentos se destacan Rumor de marEl enano más fuerte del mundoEl combateEl prisionero de papá, La cajita cuadrada y Patíbulo, (2015). 

En el 2014, la Universidad de Antioquia publicó su novela El color de la cera en su rostro. Cuentos de Harold Kremer fue publicado por la Universidad Eafit, Medellín, 2016Editorial Panamericana (Bogotá, abril de 2019) publicó su texto infantil titulado La casa mágica. Editorial Panamericana publicó en el 2021 su libro de cuentos Doce mujeres, doce pequeñas muertes. 

Este es su segundo libro con SeixBarral, tras El cartógrafo del infierno

Tomado de: https://www.planetadelibros.com.co/autor/harold-kremer/000055769

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Apartes del primer capítulo de la novela El bar del muerto, de Harold Kremer

 

En la casa había un bar. Es una casa vieja de paredes gruesas, con la pintura descascarada, las puertas y ventanas desvencijadas y el alero exterior del techo apenas un esqueleto de guaduas amenazando con caer en cualquier momento. Si se mira por los huecos de las puertas o ventanas se ve un arrume de madera podrida y quemada, y si se mira hacia arriba se ve el cielo azul, o gris, dependiendo del clima, porque no tiene techo.

La casa queda en una esquina y el frente da al parque Cabal. Aunque no se sabe el año en que fue levantada, pertenece a ese conjunto de casas que se construyeron alrededor del parque y que fueron un orgullo en su época para toda la ciudad. La ciudad era entonces apenas cuatro cuadras. Eso era todo. En esas cuatro cuadras quedaba la galería, unos pocos comercios de abarrotes, la alcaldía, la cárcel, la escuela, una o dos barberías, un servicio de establos para caballos, una casa de hospedaje y el matadero municipal que quedaba en las afueras, una cuadra más allá de la escuela. Pero la ciudad fue creciendo y lo que antes eran casas señoriales, se convirtieron en casas de comercio de café o algodón y, luego, cuando la ciudad creció aún más, y llegaron los coches, y los ricos empezaron a hacer sus casas en las afueras, y el comercio se desplazó fuera del parque, alrededor de una nueva galería, se volvieron casas de inquilinato y, aún después, cuando ni siquiera valían la pena para arrendarlas por cuartos, porque estaban tan derruidas y los suelos de madera del piso superior carcomidos por el gorgojo y los techos con goterones sin solución, a alguien se le ocurría arrendarlas por unos pocos pesos, arreglar de su propio bolsillo alguno de los cuartos y abrir un negocio.

A Ernesto Marín, que ya no podía beber una sola copa de licor por la amenaza de un nuevo infarto, se le ocurrió la feliz idea de colocar un bar.

—Pero no un bar cualquiera —dijo al encargado de la casa—. Se abre solo en el día, de siete de la mañana a nueve o diez de la noche. Nada de escándalos, ni música estridente. Todo con mucha discreción.

El hombre lo miró, calculó el precio que podía cobrar y dijo que sí. La casa llevaba cuatro años cerrada, abandonada, cercada por la mugre y la amenaza de caerse. Ernesto contrató tres obreros, y una mujer sordomuda para la limpieza. En la planta baja quitaron las baldosas que los indigentes aún no se habían robado y colocaron un piso de tablas cepilladas pintadas de color ladrillo y miel. Levantaron vigas con madera desnuda para sostener el piso de la segunda planta y adaptaron uno de los cuartos del fondo para tener una habitación. Contrató a los Rosero para que le hicieran una barra en madera bien lijada, con una capa de barniz, cuatro butacas y cinco mesas con cuatro asientos cada una. Compró un espejo grande que colocó atrás de la barra, cien copas sencillas, cien copas dobles, cincuenta vasos de cristal, veinte ceniceros y un refrigerador que sacó a plazos. Con el tiempo llamó a los obreros para que adaptaran otra de las piezas como un reservado y compró más mesas, sillas, copas y un refrigerador más grande. Allí solo atendía a los magistrados, jueces, empleados de los juzgados y del Tribunal, y a personalidades o autoridades, como policías o empleados de la alcaldía.

En el lugar siempre había tres o cuatro mesas ocupadas, excepto al mediodía. A las seis de la tarde empezaba a llenarse hasta el punto que algunos clientes bebían sentados en cajas de cerveza o de pie junto al mostrador.

El bar no tenía nombre ni un letrero que dijera bar. Cuando se le preguntaba a Ernesto sobre este asunto respondía que no lo necesitaba, aunque algunos decían que la verdad era que le evitaba pagar impuestos. Pero como todo en la vida necesita de un nombre, cuando se referían a él lo llamaban El bar del muerto.

Y todo porque un hombre, que nadie conocía, murió después de beber tres medias de aguardiente. Durante horas creyeron que dormía, pero cuando Ernesto lo tocó para cobrar la cuenta, el hombre cayó al suelo y nadie pudo despertarlo. Lo dejaron allí tirado, creyéndolo borracho. Durante la tarde los clientes pasaron por encima de él y algunos intentaron sentarlo, otros reanimarlo abriéndole la boca para empujarle una copa de aguardiente y otros mojarle el rostro para que despertara.

Aún seguían insistiendo hasta el momento en que llegó el doctor Camilo Soto por sus copas de siempre. Y con solo mirarlo desde la mesa dijo que estaba muerto. Dos prostitutas que se tomaban las primeras copas y oyeron al doctor, le aligeraron los bolsillos al muerto y lo sentaron en la mesa junto a la que siempre ocupaba el médico. Tres horas después, cuando ya tenía dos medias entre pecho y espalda, el doctor Camilo se quedó mirándolo y repitió su sentencia. El rumor se propagó como un eco a través de las mesas y la barra. Todos en el bar se quedaron callados. Ernesto, que no lo había oído la primera vez, salió detrás de la barra.

—¿Qué dijo, doctor? —preguntó sirviéndole una copa. 

x.x.x.x.x

 

Apartes de Fragmentos complementarios de la novela El bar del muerto, de Harold Kremer 

 

Poema manuscrito encontrado por Ernesto en una de las mesas de El bar del muerto:

 

Sinfonía de un girasol en una noche sin luna

Cuando escuches las voces alegres

que pasan bajo tu ventana

la música que te recuerda

la apuesta del amor,

las noches ebrias,

las locas ambiciones,

no creas que es un sueño

que retornaste a otra época

y todo volvió a ese instante

de risas y promesas.

Sabes que todo acabó

la vida ya no te regala quimeras

ni amores ni riqueza.

Ese del espejo eres tú

vacío de palabras

vacío de ilusiones.

La música pasa bajo tu ventana

y luego te abandona.

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