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Ópera
Prima
Juan
Manuel Roca
Texto leído por el autor en el
72 encuentro con la palabra. U Nal. Maestría en Estudios Literarios
Bogotá, agosto 14 de 2015 *.
Tengo entre manos la primera publicación de óperas primas de poesía que realiza la Facultad de Artes de la Universidad Nacional. Me complace saber que los dos autores publicados han logrado un mundo personal, pues no otra cosa intenta la maestría en escrituras creativas que ayudar a encontrar una voz, un tono y un registro que no entran necesariamente en un recetario habitual, en un modo unívoco de expresarse.
Christian Torres Hurtado y Ángela Suárez Tovar nos entregan dos cuerpos de su poesía, dos muestras de sus aparatos verbales creados con rigor y pasión. Tienen en común, desde matices bien distintos, un alto grado de despersonalización de un yo poético centrado en la introspección, en el “yo sufro” o “yo gozo” propios del ensimismamiento, de la esfera sentimental, de lo puramente auto-referencial.
Y no es que no haya en sus textos un sujeto vivo, de carnadura humana, acosado o festejante, sino que en la adopción de máscaras, como bien se sabe desde los inicios de la lírica moderna, con el Gaspar de la Noche y Baudelaire hasta la alta expresión de un yo que se desdobla como lo hace Pessoa, existe un despojo de un yo privativamente romántico, poniendo de presente lo que Bertolt Brecht llamaría el distanciamiento. Esto, en verdad, se agradece pues nos involucra ya no solamente como lectores pasivos, desvaneciendo el concepto de los otros para trocarlo en nosotros.
Vale la pena recordar un aserto de Auden en “Las manos del teñidor”: “nuestros sufrimientos y debilidades, en cuanto son personales, carecen de todo interés literario. Sólo interesan en cuanto podemos observarlos como típicos de la condición humana. Un sufrimiento y una debilidad inexpresables en forma de aforismo no deben ser mencionados”.
En el caso de Torres
Hurtado se hace explícito su deseo de migrar del poema al pequeño relato y
viceversa, acudiendo a ese lenguaje anfibio y liberador del poema en prosa, que
permite cantar y contar a un mismo tiempo, como bien lo ejercen desde un anómalo
poeta como Henri Michaux, hasta un gran narrador poeta casi olvidado, como
Julio Torri.
Un ingrediente reiterado
y eficaz en sus aparatos verbales tiene que ver con la ironía, con un sesgo
filosófico que atiende al absurdo, no entendido como los patafísicos y la
ciencia de las soluciones imaginarias, sino como recordando la alta dosis de
humor que ronda cualquier tragedia, como alguien que se enpeña en construir
ruinas, en levantar espacios vejados por el tiempo. Y acá vale la pena recordar
a Oteiza, el gran escultor vasco que afirmaba que el espacio es visual y el
tiempo es verbal, pues éste se puede contar y pertenece a la aritmética. Y sí,
en su texto “Defectos de la monotonía”, Torres afirma que “de vez en cuando
pareciera que el tiempo pasa. Mas sólo se trata de una falsa impresión. El
tiempo, en estos casos, es un defecto de la monotonía, es decir un
anhelo”.
Hay en sus poemas
narrativos una galería de seres que se atedian, que viven como en la periferia
del lenguaje, que parecen más enamorados de la espera que del arribo, de los
inventarios que de los hechos. De ahí que algunas veces haya personajes que
cuando piensan en la mujer de sus sus sueños no contemplan que también ella
pueda ser la de sus pesadillas. Siempre muy dispuestos a que todo conduzca a un
neblinoso recuerdo. Los sujetos a los que llama “los figurantes” por momentos
padecen de una cruel autofagia: “poco a poco se van devorando todo: las
mujeres, los amigos, la familia, el mundo”. Su llamado “Relato con big band”
suscita un mundo gris y calcáreo donde las gentes aprenden el arte de devorarse
a si mísmos y coronar el vacío, rey y vasallo al mismo tiempo. De ahí proviene
quizá su “amor caníbal”, sus ganas de engullir muchos saberes.
Me agrada que la ironía,
la burla de sí y de los otros, inhiba cualquier tipo de mesianismo, como ocurre
con su escrito titulado “Los zapatos del delincuente” donde elude el giro
popular que habla de ponerse en los zapatos del otro para entenderlo. Más bien
percibe que nadie camina con botines ajenos, sobre todo si se piensa bien en el
camino trágico del delincuente que deshace el camino al andar.
Habrá quienes digan que
sus textos, a los que he querido llamar aparatos verbales, escamoteando una
expresión de Auden, resultan más mini-ficciones que poemas, pero la verdad es
que el carácter migratorio de su escritura no atiende a compartimentos. Al
hablar de Cristhian Torres Hurtado creo estar frente a un poeta-narrador y
frente a un hacedor de dudas dueño de su propio y estrábico catalejo. Y de
alguien que quizá ama más las ruinas que las rutinas, el riesgo que la
inacción.
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PARECE QUE
PREFIERES EL TREN A LAS PLANTAS DOMÉSTICAS, DE ÁNGELA SUÁREZ
La ópera prima de Ángela
Suárez invita desde su título al nomadeo, a migrar y buscar la intemperie luego
de ser pasajera de sí misma y de recorrer y reconocer antes que nada su casa,
su estructura secreta y sus espacios. Son las suyas palabras-bumerang que van y
vienen del adentro al afuera en un espacio verbal, como haciendo de bisagra
entre el mundo interior y un orbe que se niega a mirar de manera pasadista el
lenguaje y sus caminos, pues parece saber que una fijación al pasado solo
levanta estatuas de sal.
Son los suyos poemas
como ventanas, en viaje si se trata de un tren o de un auto, en vigilia si
recordamos que todas viven asomadas al paisaje y que solo en momentos de caos
interior podemos llegar a pensar, con pesadumbre, que las ventanas siempre
parecen a punto de lanzarse al vacío. De ahí que una de las palabras
fundamentales en sus versos, una voz que ella misma señala clave de su poesía,
sea entre otras que atienden al fisgoneo del mundo como ocurre con la palabra
rendija, la ya aludida palabra ventana.
Porque la ventana es algo más que “una abertura en la pared que sirve para dar
paso al aire y la luz”, según la forma de diseccionar las palabras que tienen
los diccionarios. Ella está hecha más que de batientes, de travesaños, de
marcos, fallebas y durmientes, de un material que tiene una fuerte relación con
los ojos, con lo visual, en una suerte de voyerismo arquitectónico. De ahí que
siempre que derrumban una casa persista la ventana, porque ella es un espacio
escamoteado al aire, un espacio suspendido en el viento.
Creo ver en la poesía de
Ángela Suárez una suerte de enamoramiento de los espacios abiertos, de ahí que
sus versos sean ajenos a cualquier deseo de claustro, de cerrazón
introspectiva. Ella se busca con la llave del lenguaje tanto en el adentro como
en el afuera. Y me hace pensar en María Zambrano cuando afirma que “filosofía
es encontrarse a sí mismo, llegar por fin a poseerse”. De algo similar nace el
deseo que tiene esta joven escritora por el viaje, por la migración y el deseo
de tocar la lejanía, pero sin negarse al retorno, a la raíz y a su centro. Lo
dice mejor un poema en prosa que ella titula “Poética con rumor”:
“Del que vuelve, se dice
que tiene la habilidad para conjurar toda señal de humo detenida y dispuesta en
el rabillo de sus ojos crecidos hasta su boca. Que se empeña en seguirle por
fuera de la lógica de la línea recta, que luego insiste en rastrearla aferrado
a todo rumor libertino por dentro de sus pies. Del que vuelve se dice que algún
día se convierte en señal de humo detenido y dispuesto en el rabillo de los
ojos crecidos de otro que está a punto de volver”.
Es como si nos dijera
que todo camino conduce al regreso, que hay una Ítaca de ida y otra Ítaca del
regreso, como si el fruto caído volviera a la rama. Son las suyas una suerte de
pinturas de itinerancia, de señales de humo que esconden la hoguera. Una
suerte, también, de un diario de movimiento perpetuo. Hay en sus textos
diálogos elusivos y a la vez claros con Yoko Ono, la bruja de Oriente que se
empeña en subvertir cotidianidades, o con la infancia de Godot, es decir con
una niñez fabulada y solo recuperada desde la ficción de la espera.
Si fuera cierto lo
expresado por Luis Cernuda, aquello de que “la poesía fija a la belleza
efímera”, me parece que la poesía de Ángela Suárez anda por esos predios, que
de ida o regreso de paisajes sin nombre, convertidos en abstractos por su poco
deseo de crear mapas geográficos específicos, atrapa la fugacidad de una
belleza anómala y la hace nuestra. Ella se dedica a “buscar instrucciones en
los pies”, a dejarse conducir por el anhelo de tantear el mundo, como si fuera
su propia lazarilla.
Me alegra y emociona
presentar la ópera prima de dos autores de quienes he tenido el privilegio de
compartir la gestación y el impulso irrefrenable de sus libros, una pulsión,
dirían los lectores de Freud, por encontrar en la poesía una forma de explorarse,
de traducirse y fusionar en sus espacios continente y contenido, de crear un
diálogo sin artificios consigo mismos.
Juan Manuel Roca
Bogotá, agosto 14 de
2015.
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*** 14 de agosto, 2015, Bogotá, 11:00 AM
--- 72 encuentro con la palabra. U Nal. Maestría en Estudios Literarios. Invitación abierta. Detalles: Click derecho sobre las imágenes para ampliarlas en una nueva ventana. Luego click sobre la imagen para mayor ampliación / * http://www.maestriaenescriturascreativas.unal.edu.co/inicio/home.htm
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