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Portal-blog complementario a NTC ... Nos Topamos Con ...
http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com Cali, Colombia.
Y a los relacionados en: http://ntcblog.blogspot.com/2009_10_11_archive.html
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ACTUALIZACIONES Y SEGUIMIENTOS:
*** 21 de Marzo:
Algunas fotografías del lanzamiento:
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*** 16 de Marzo, Cali. 6:30 PM
--> "Segundo Disparo", lanzamiento del libro, primera publicación de autores del Taller de Escritura Creativa "Écheme el cuento" de Cali,
--> "Segundo Disparo", lanzamiento del libro, primera publicación de autores del Taller de Escritura Creativa "Écheme el cuento" de Cali,
dirigido por el escritor Alberto Rodríguez, desarrollado por la Fundación Casa de Lectura y adscrito a Renata,
la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa del Ministerio de Cultura de Colombia.
Lugar: Auditorio del Banco de la República (Calle 7 No. 4-69, Cali ) http://www.lablaa.org/banrep_cali.htm . Hora: 6:30 PM.
Entrada libre. Imágen de la invitación. Información: casalecturafcl@hotmail.com
Tomado de: Eventos a partir del 1 de Marzo 2010 .... ,
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“El S2gundo disparo”
Antología de relatos del Taller “Écheme el cuento”
Renata, la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa del Ministerio de Cultura, CALI
CARÁTULA (Click sobre las imágenes para ampliarlas y hacerlas legibles. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)
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CONTRACARÁTULA
(Click sobre las imágenes para ampliarlas y hacerlas legibles. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)
TEXTO EN LA CONTRACARÁTULA:
Renata - la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa - del Ministerio de Cultura y el Banco de la República, han apoyado integralmente a la Fundación Casa de la Lectura, desde el 2007, y a su taller de escritura creativa “Écheme el cuento” de Cali, que presenta su primera antología de relatos.
La publicación de la antología de relatos de los miembros, del primer y segundo ciclo del taller “Écheme el cuento”, se publica gracias al apoyo constante y decidido que Renata ha prestado al taller durante sus tres años de existencia.
“El segundo disparo” es la primera antología de relatos del taller. Recoge los trabajos de una docena de talleristas del primer y segundo ciclo de formación literaria. Una antología de “horror costumbrista“– como ha sido calificada por uno de los autores - que muestra de cuerpo entero de lo que son capaces, y de lo que todavía no, en el campo de la escritura.
Texto en la solapa de de la carátula.
(Click sobre las imágenes para ampliarlas y hacerlas legibles. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)
Fundación Casa de la Lectura
Taller Écheme el cuento
Cali 2007
Director: Alberto Rodríguez http://albertobatalla.blogia.com/
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Renata - la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa - del Ministerio de Cultura y el Banco de la República, han apoyado integralmente a la Fundación Casa de la Lectura, desde el 2007, y a su taller de escritura creativa “Écheme el cuento” de Cali, que presenta su primera antología de relatos.
La publicación de la antología de relatos de los miembros, del primer y segundo ciclo del taller “Écheme el cuento”, se publica gracias al apoyo constante y decidido que Renata ha prestado al taller durante sus tres años de existencia.
“El segundo disparo” es la primera antología de relatos del taller. Recoge los trabajos de una docena de talleristas del primer y segundo ciclo de formación literaria. Una antología de “horror costumbrista“– como ha sido calificada por uno de los autores - que muestra de cuerpo entero de lo que son capaces, y de lo que todavía no, en el campo de la escritura.
Aquí se puede adquirir el libro. Esta imágen tomada de : http://ntc-narrativa.blogspot.com/2008_08_10_archive.html
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Texto en la solapa de de la carátula.
(Click sobre las imágenes para ampliarlas y hacerlas legibles. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)
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“La experiencia nos enseña que en el proceso de escribir estamos totalmente solos, en una especie de “No molestar” absoluto. Y más aún, la experiencia dice que cada cuento es una creación específica, jamás general, jamás. Es como si las palabras del cuento que estamos escribiendo en este momento nunca se hubieran utilizado antes. Todas brillan, nunca se manchan. Los cuentos son algo nuevo, los cuentos hacen que las palabras parezcan nuevas; eso es parte de una ilusión y de su belleza. Y desde luego, los grandes cuentos del mundo parecen nuevos a sus lectores, una y otra vez, siempre nuevos porque tienen el poder de revelar algo. Pero aun cuando todos los cuentos parezcan nuevos durante el angustioso proceso de escritura, y aunque los buenos cuentos son nuevos y perdurables, siempre tendrán algunas características y algunas funciones tan antiguas como el tiempo, como la misma naturaleza humana, que los conservan más o menos semejantes, o por lo menos les dan un aire de familia. Y es posible que existan otros elementos todavía sin descubrir, en el lenguaje, en la técnica, en el cúmulo de conocimiento humano, que los hagan diferentes de los que ahora reconocemos”.
Eudora Welty
Teorías del cuento
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“La experiencia nos enseña que en el proceso de escribir estamos totalmente solos, en una especie de “No molestar” absoluto. Y más aún, la experiencia dice que cada cuento es una creación específica, jamás general, jamás. Es como si las palabras del cuento que estamos escribiendo en este momento nunca se hubieran utilizado antes. Todas brillan, nunca se manchan. Los cuentos son algo nuevo, los cuentos hacen que las palabras parezcan nuevas; eso es parte de una ilusión y de su belleza. Y desde luego, los grandes cuentos del mundo parecen nuevos a sus lectores, una y otra vez, siempre nuevos porque tienen el poder de revelar algo. Pero aun cuando todos los cuentos parezcan nuevos durante el angustioso proceso de escritura, y aunque los buenos cuentos son nuevos y perdurables, siempre tendrán algunas características y algunas funciones tan antiguas como el tiempo, como la misma naturaleza humana, que los conservan más o menos semejantes, o por lo menos les dan un aire de familia. Y es posible que existan otros elementos todavía sin descubrir, en el lenguaje, en la técnica, en el cúmulo de conocimiento humano, que los hagan diferentes de los que ahora reconocemos”.
Eudora Welty
Teorías del cuento
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Texto en la solapa de la contracarátula. (Click sobre las imágenes para ampliarlas y hacerlas legibles. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)
Fundación Casa de la Lectura
Taller Écheme el cuento
Cali 2007
Director: Alberto Rodríguez http://albertobatalla.blogia.com/
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caliopeclub@gmail.com
casalecturafcl@hotmail.com
http://elnombredelarosa.blogia.com/
http://elnombredelarosa.wordpress.com/
558 1818 – 310 3746589
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Primer ciclo 2007/2008:
Diego Fernando Marín
Carlos Sánchez Jaramillo
David Vázquez Hurtado
Mauricio Pacho
Martha Rengifo
Silvia Valencia Vivas
Ana María Díaz
Luis Gabriel Velásquez
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Segundo ciclo 2009/2010
Albeiro Álvarez
Jimmy Arias
Yvonee Barreto Celis
Alexandra Sofía Cañas Mejía
Jaime Corrales
John Edward López Rendón
Santiago Luna Hernández
Mauricio Pacho
Jair F. Silva
Adrián Esquivel
Jackeline Paz
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Otro título del sello Schoffer
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PREFACIO
Por Alberto Rodríguez . http://albertobatalla.blogia.com/
Un disparo en el concierto
Leer, tachar y re-escribir
"Un hombre puede hablar mucho sin tener una voz propia y para encontrar esa voz tiene que bucear sin compasión dentro de él y el mundo que lo afecta”.
Sergio Álvarez
Cuadernos Renata dos
¿Qué rayos es un taller de escritura creativa? Una pregunta cruda para una respuesta cocinada, recalentada. O una pregunta que de tanto hacerse se ha vuelto retórica. Y más: una pregunta que en la academia se responde invocando un focalizador-elíptico-intradiegético, y en la barriada, con un disparo en el concierto.
Lo que me preocupa de una interrogación tan general, es lo particular: ¿qué tanto somos de eso que creemos que es nuestro taller de escritura? En el prefacio de Música para camaleones, Truman Capote subraya dos grandes diferencias que se presentan al discernimiento de los escritores, y agrego, al de quienes están en el camino de serlo, al de quienes comienzan, y aun, al de quienes lo intentan sin conseguirlo.
La primera, es la diferencia entre escribir y no escribir. La diferencia entre quienes juzgan posible vivir sin escribir, y aún hasta sin leer, y entre quienes por una maldición, no les es dado escapar de la página abierta. Los primeros no están en el camino de la adicción – la inspiración transpirada -, no son quienes asisten los sábados a nuestro taller, ni gastan las noches haciendo borradores, son desertores tempranos, felices almas que tuvieron vedado el horror de la dificultad, los que alcanzaron a salvarse – para bien – y a tiempo del oficio más solitario del mundo.
La segunda, es una diferencia alarmante, la que marca y para siempre la senda de los condenados. Quienes con irrenunciable vocación solitaria son capaces de hablar en voz alta con sus personajes. Se refiere Capote a la diferencia entre escribir bien y escribir mal. La diferencia, dice Capote, es sutil pero brutal. La diferencia entre redactar y escribir con estilo.
De alguna manera que no siempre es evidente, ambas diferencias rondan el alma y las prácticas de los talleres de escritura creativa, aún admitiendo la sana pluralidad con pueda responderse a la pregunta.
Hay dos ideas generales con que se apunta a responder la pregunta general. Una primera y moderna respuesta que nos dice que los talleres son espacios amplios, abiertos, flexibles, que proporcionan acompañamiento y ambientación para el cumplimiento de la idea democrática, de que todos podemos escribir. Una idea que emparenta la escritura con el derecho a escribir, universal, aunque no consagrado.
Hay otra idea, un poco más pintoresca, según la cual, los talleres son espacios para cazar talentos. Un lugar de selección, de descubrimiento, un laboratorio de escritura, a donde llegan, tarde que temprano, los condenados en tránsito, huyéndole a la soledad. Y, desde luego, si para algo sirve un taller es para hacernos creer que al oficio más solitario del mundo también se le pueden hacer trampas metodológicas.
El taller “Écheme el cuento” de la Fundación Casa de la Lectura, propone que usted – lector – formule su respuesta a la pregunta “¿qué es un taller de escritura creativa?” Valiéndose de una, algunas o todas, de las siguientes opciones:
· Es una fábrica – artesanal o industrial – de cuentos.
· Es un espacio de creación colectiva que incita y doma el demonio narrativo individual.
· Es un lugar para conocer autores, géneros, anécdotas, publicaciones.
· Es el lugar donde se instala la soñada máquina de las invenciones, de la que todos somos tributarios.
· Es el lugar exacto en donde puede aprenderse la diferencia entre escribir bien y escribir mal.
· Es un espacio de lectura, relectura, glosa y comentario.
· Es una condena deseable a la re-escritura.
· Es el lugar donde se atenta – con sevicia - contra los enamoramientos del autor con su texto.
· Es un lugar donde se libra el torneo eterno contra el monstruo del ruido sintáctico y narrativo.
· Es un lugar donde encontrar la voz, la de cada uno, con la que se da salida a lo que hay que decir.
· Es un lugar para mamarle gallo a los autores y a la literatura. En donde podemos despojarnos de la seriedad, para ser más serios.
· Es un lugar donde los instintos creativos del colectivo le dan la marca de fábrica a su escritura.
· Es un lugar para arriesgar la palabra.
· Es un lugar donde rige el principio Dumas: todos para uno y uno para todos.
· Es un lugar de ensayo, de comienzos, abandonos, repeticiones, a donde se va a saber tachar, en donde hay que tomar al error por los cuernos.
· Un lugar en donde perfectamente uno podría llegar a sentirse más orgulloso de lo que ha leído, que de lo que ha escrito.
· Un lugar donde las vanidades se ponen a prueba en el encanto, la precisión y el ritmo del texto, cualquiera que sea.
· Un espacio donde se aprende a usar la máquina detectora de mierda.
· Un lugar apto para llegar a entender que para “escribir hay que cortarse la cara”.
Lo que el taller “Écheme el cuento” es, quiero decir para otros, es lo que se ha puesto en la presente antología narrativa. Treinta relatos del último año, salvo dos o tres del anterior ciclo de taller. Es un “segundo disparo”, a un blanco sobre el que ya se ha disparado una primera vez, un poco a la loca.
El primer disparo en escritura, al revés del primer disparo en la vida, la mayoría de las veces no acierta, carece de puntería fina, de acabado. Un segundo disparo, es un tiro más pensado, más charlado, más retratado. El primero debe ser febril, desordenado, sin respiro, torrentoso, con el furor activo de la escritura de Pessoa, Miller, Bolaño. El segundo, es una deliberación solitaria y en compañía, acerca del modo en que el relato se convierte en un dispositivo inventado para atrapar lectores, la única gracia que debería tener la escritura. Si se lo atrapa con el corazón, o con la técnica, con la prosa, o con la historia, con el suspenso o la tragedia, o con todas, como los grandes escritores, casi que nos sería indiferente.
El segundo disparo nos muestra de cuerpo entero. Nos expone a la lectura, deja ver el trasteo y a los inquilinos. Un muchacho ciego, un maromero, un aviador, un novelista, un filósofo, licenciados en letras, comunicadores y hasta un psicólogo. Una familia de inventores, de embusteros, que ya quisiera ganarse la vida con sus embustes. Pues bien, la antología muestra de lo que son capaces y de lo que todavía no, de lo que han intuido de la dificultad, y de lo que han podido conseguir en larguísimas jornadas en las que se han visto sometidos al rigor económico de la tachadura y a la re-escritura continuada.
Todos los autores se han aproximado al sentido de las diferencias con que Capote descifra la condición del escritor. Todos han vadeado con éxito la primera de ellas. Y algunos han alcanzado a ver esa frontera tortuosa que separa la redacción de la literatura. Aunque, haya que decirlo con un poco de desasosiego, contra todos conspira el tiempo de ganarse la vida, de hacerse a una profesión. Contra todos conspira otro tiempo, distinto al tiempo de los segundos disparos.
No quisiera tener que hablar de hilos conductores en la antología, como se supone que siempre hay que hacerlo. Baste decir, que más que un libro de cuentos, es un libro con cuentos. Pero aún así, el desocupado lector que se lo empaque de cabo a rabo, o de rabo a cabo, encontrará un aire común de horror, que no tuvieron empacho en calificar de “horror costumbrista”. Un hilo eléctrico negro que como un rosario que une las tormentosas experiencias que supieron cobrar a la vida para devolverlas en relato.
La muerte: lugar común. El título de Tomás Eloy Martínez parecería describir el sentido temático, con que de un modo no deliberado, los autores dan cuenta de la común experiencia interior e exterior, que los ha llevado a escribir lo que escriben, en el país – que para bien o para mal – les fue dado vivir. Y porque “Colombia es pasión”, los autores por gusto, por perversidad, por problemas de visión, pareciera ser que encontraron la cantera común de su pasión por contar en el dominio de los personajes grises, ocres, marchitos, derrotados, fracasados, cornudos, demoniacos, condenados, violentos, sin esperanza. Y aunque no es una antología deliberada de relato “negro”, tampoco serviría para educar en valores en el sexto grado. No se educa con “el terror del sexto grado”.
La negrura que expelen los cuentos publicados, obedece a una común sensibilidad dolorosa, generacional, que alimenta espontáneamente la combustión creativa de un puñado de los autores caleños, entre los 18 y los 40, de los que me gustaría decir, que van por el camino de los condenados, a hacerse escritores. Todos, por distintos caminos, en el trabajo en común, encontraron un aire peligroso, un aroma a riesgo que expele la ciudad, y que ellos recogieron, destilaron y esparcieron a lo largo de todo el libro.
Quizás todos, sin proponérnoslo, sin buscarlo, nos cruzamos en los senderos que del centro van al borde, y que del filo van al subterráneo, los senderos por los hemos visto que se precipitan los personajes de Mario Mendoza. Las arquitecturas contrahechas de los bajos fondos, más que la de los altos, las indolencias de suburbio, la crueldad pura e inocente, ambientan la presente selección de “prosas mutantes”.
Quizás todos, como destinatarios, víctimas y beneficiarios de distintas lecturas, de experiencias contrariadas, de sensibilidades traviesas, llegamos a sentir, más que a explicar, “que lo bello es el comienzo de lo terrible, que todavía podemos soportar”, según feliz y anti romántica expresión de Rainer María Rilke.
Llegado el tiempo de presumir, propio de todo prefacio, diría que la estética de los relatos de la pequeña antología de horror costumbrista, es la de lo siniestro, un huevo envenenado que emergió del capullo de la belleza enferma. Cuando Rimbaud la sentó en sus piernas, ya Sade la había infectado. Lo que terminó conduciéndonos al otro lado, al sub fondo, más allá del subterráneo. Esa “belleza” expresionista que se congela en El Grito.
Tres son las lecciones que nos deja el trabajo de escritura del último año, de donde ha salido el material que hoy se publica. Y con el que nos exponemos al lector, al inocente y al perverso lector, que encontrará virtudes donde no las hay y agrandará los defectos donde quiera que estén. Leer, tachar y reescribir.
Es necesario leer más de lo que se escribe, leer con respeto, leer como autores, con el asombro envidioso de quien al final del texto ajeno exclama ¿cómo no se me ocurrió? Leer con el olfato de escritor, capaz de descubrir el tinglado denso o transparente de recursos, trucos, sendas, con los que los buenos autores son capaces de agarrar al lector por la solapa y nockearlo en el segundo disparo. Leer con el asombro didáctico de quien al final puede preguntarse: ¿cómo lo hizo? Al fin y al cabo, todo lo que necesitamos para aprender a escribir, está en los textos, aún en los malos, que nos advierten sobre cómo no hacerlo.
“Para empezar, creo que la mayoría de escritores, incluso los mejores, son recargados. Yo prefiero escribir de menos. Sencilla, claramente, como un arrollo del campo” sigue diciendo Capote.
Pues bien, la primera lucha que un taller de escritura – básica o de género – entabla para ganarse la existencia, es la del combate por aprender a escribir de menos, sin ruido. Esa es la diferencia entre disparos. En el primero siempre se escribe de más, se vomita, y siempre se vomita sin control, sin sobriedad, sin tacto, como debe ser. El aprendiz o el profesional, en su primer disparo son necesariamente ruidoso, no están para atildarse cuando advierten que hay que poner las entrañas en el relato, cuando se la juegan toda y con todo lo que tiene a la mano, para escribir algo que alguna vez conmueva a alguien.
Pero en el segundo disparo, después de haber reconocido en la larga tarea de releerse, que todavía están frente a la montaña de basura narrativa y sintáctica, los desechos orgánicos del acto de narrar, se verán obligados a usar el silenciador y a tomar el látigo que - dice Capote - Dios entrega a quienes ha dado el don, para escarnecerse por la economía. Un látigo para azotar el ruido, para deshacer la recarga, para reducir el relato a su justa proporción de gracia.
Muchos de los autores que hoy están publicando por primera vez no eran conscientes, antes y al principio del taller, del iceberg ruidoso, que ahora saben que los haría naufragar en la travesía de la escritura. Todos lo saben, hasta lo resienten. Aprendieron dos cosas, al menos. A tener conectado el detector de mierda al ordenador y a blandir el látigo contra sí, cuando les dé por escribir de más. Aún así, al director del taller le queda el trabajo sucio de conducir flagelaciones extras y sin compasión.
Re-escribir es un acto tan creativo como escribir. Para comprender ha sido necesario desterrar en los talleres el fantasma perezoso que se complace con el primer disparo. Escribir es como una carrera de obstáculos, a veces de cien, a veces de cuatrocientos, a veces de mil metros. Se gana en la medida en que se vencen, pero para hacerlo hay que correr tantas veces como segundos disparos sean necesarios. La escritura – una de sus maldiciones – es perfectible hasta el absurdo. De alguna manera, con la experiencia de re-escritura – que debo reivindicar como una virtud formativa de la antología – los autores, todos, nos acercamos a percibir, que es cierto, se publica para no reescribir más.
No ha sido fácil, nada lo es, que el puñado local de autores en ciernes advierta que una de las diferencias notables, en el tratamiento creativo de los géneros narrativos, es la velocidad. La velocidad con que ocurren las cosas que de la vida se les antoja poner en su literatura, la velocidad de los inicios, de los desenlaces, la velocidad de la intriga, del suspenso, la velocidad del diálogo, de la reflexión.
Narrar impone el humilde artificio que consiste en aprender a contar a pie, o desde un vehículo, aprender a contar desde la extrema relatividad de un universo en el que mientras se cuenta, narrador y narratario se mueven en distintas magnitudes. Aprender de “la velocidad con que Dios desaparece – la estela cósmica de la ausencia, esa vibración en el aire de un estallido que tuvo lugar hace millones de años, el big bang de su aliento divino – y determina la posterior velocidad de las cosas que él nos ha dejado, las cosas que nos contarán cuentos, los cuentos que se nos ocurrirán a nosotros sin ninguna ayuda de su parte”. (Rodrigo Fresán. La velocidad de las cosas).
La velocidad se aprende, se resiente, se padece, leyendo, hablando, escribiendo, siempre a alguna velocidad, como la del corazón o la del disparo. Así es que en tránsitos inquietos, lentos y a veces fugaces, maravillados, sorprendidos y dolorosos, los autores intuyen en la marcha, que sus historias son instalaciones que se hacen posibles por la velocidad de la dramatización, con que fijan la intensidad de la historia en el segundo disparo, porque nada ni nadie escapa de ella.
Aprendieron que un cuento es como aterrizar un avión en ochenta metros, mientras que una novela dispone de tres mil. Aprendimos a vérnoslas con el látigo, con el ruido y la velocidad, para reunir el valor de exponernos al lector al que hoy entregamos esta antología, en “la clase de historias que la gente convierte en vidas y la clase de vidas que la gente convierte en historias”. (Philip Roth).
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Primer ciclo 2007/2008:
Diego Fernando Marín
Carlos Sánchez Jaramillo
David Vázquez Hurtado
Mauricio Pacho
Martha Rengifo
Silvia Valencia Vivas
Ana María Díaz
Luis Gabriel Velásquez
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Segundo ciclo 2009/2010
Albeiro Álvarez
Jimmy Arias
Yvonee Barreto Celis
Alexandra Sofía Cañas Mejía
Jaime Corrales
John Edward López Rendón
Santiago Luna Hernández
Mauricio Pacho
Jair F. Silva
Adrián Esquivel
Jackeline Paz
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Otro título del sello Schoffer
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PREFACIO
Por Alberto Rodríguez . http://albertobatalla.blogia.com/
Un disparo en el concierto
Leer, tachar y re-escribir
"Un hombre puede hablar mucho sin tener una voz propia y para encontrar esa voz tiene que bucear sin compasión dentro de él y el mundo que lo afecta”.
Sergio Álvarez
Cuadernos Renata dos
¿Qué rayos es un taller de escritura creativa? Una pregunta cruda para una respuesta cocinada, recalentada. O una pregunta que de tanto hacerse se ha vuelto retórica. Y más: una pregunta que en la academia se responde invocando un focalizador-elíptico-intradiegético, y en la barriada, con un disparo en el concierto.
Lo que me preocupa de una interrogación tan general, es lo particular: ¿qué tanto somos de eso que creemos que es nuestro taller de escritura? En el prefacio de Música para camaleones, Truman Capote subraya dos grandes diferencias que se presentan al discernimiento de los escritores, y agrego, al de quienes están en el camino de serlo, al de quienes comienzan, y aun, al de quienes lo intentan sin conseguirlo.
La primera, es la diferencia entre escribir y no escribir. La diferencia entre quienes juzgan posible vivir sin escribir, y aún hasta sin leer, y entre quienes por una maldición, no les es dado escapar de la página abierta. Los primeros no están en el camino de la adicción – la inspiración transpirada -, no son quienes asisten los sábados a nuestro taller, ni gastan las noches haciendo borradores, son desertores tempranos, felices almas que tuvieron vedado el horror de la dificultad, los que alcanzaron a salvarse – para bien – y a tiempo del oficio más solitario del mundo.
La segunda, es una diferencia alarmante, la que marca y para siempre la senda de los condenados. Quienes con irrenunciable vocación solitaria son capaces de hablar en voz alta con sus personajes. Se refiere Capote a la diferencia entre escribir bien y escribir mal. La diferencia, dice Capote, es sutil pero brutal. La diferencia entre redactar y escribir con estilo.
De alguna manera que no siempre es evidente, ambas diferencias rondan el alma y las prácticas de los talleres de escritura creativa, aún admitiendo la sana pluralidad con pueda responderse a la pregunta.
Hay dos ideas generales con que se apunta a responder la pregunta general. Una primera y moderna respuesta que nos dice que los talleres son espacios amplios, abiertos, flexibles, que proporcionan acompañamiento y ambientación para el cumplimiento de la idea democrática, de que todos podemos escribir. Una idea que emparenta la escritura con el derecho a escribir, universal, aunque no consagrado.
Hay otra idea, un poco más pintoresca, según la cual, los talleres son espacios para cazar talentos. Un lugar de selección, de descubrimiento, un laboratorio de escritura, a donde llegan, tarde que temprano, los condenados en tránsito, huyéndole a la soledad. Y, desde luego, si para algo sirve un taller es para hacernos creer que al oficio más solitario del mundo también se le pueden hacer trampas metodológicas.
El taller “Écheme el cuento” de la Fundación Casa de la Lectura, propone que usted – lector – formule su respuesta a la pregunta “¿qué es un taller de escritura creativa?” Valiéndose de una, algunas o todas, de las siguientes opciones:
· Es una fábrica – artesanal o industrial – de cuentos.
· Es un espacio de creación colectiva que incita y doma el demonio narrativo individual.
· Es un lugar para conocer autores, géneros, anécdotas, publicaciones.
· Es el lugar donde se instala la soñada máquina de las invenciones, de la que todos somos tributarios.
· Es el lugar exacto en donde puede aprenderse la diferencia entre escribir bien y escribir mal.
· Es un espacio de lectura, relectura, glosa y comentario.
· Es una condena deseable a la re-escritura.
· Es el lugar donde se atenta – con sevicia - contra los enamoramientos del autor con su texto.
· Es un lugar donde se libra el torneo eterno contra el monstruo del ruido sintáctico y narrativo.
· Es un lugar donde encontrar la voz, la de cada uno, con la que se da salida a lo que hay que decir.
· Es un lugar para mamarle gallo a los autores y a la literatura. En donde podemos despojarnos de la seriedad, para ser más serios.
· Es un lugar donde los instintos creativos del colectivo le dan la marca de fábrica a su escritura.
· Es un lugar para arriesgar la palabra.
· Es un lugar donde rige el principio Dumas: todos para uno y uno para todos.
· Es un lugar de ensayo, de comienzos, abandonos, repeticiones, a donde se va a saber tachar, en donde hay que tomar al error por los cuernos.
· Un lugar en donde perfectamente uno podría llegar a sentirse más orgulloso de lo que ha leído, que de lo que ha escrito.
· Un lugar donde las vanidades se ponen a prueba en el encanto, la precisión y el ritmo del texto, cualquiera que sea.
· Un espacio donde se aprende a usar la máquina detectora de mierda.
· Un lugar apto para llegar a entender que para “escribir hay que cortarse la cara”.
Lo que el taller “Écheme el cuento” es, quiero decir para otros, es lo que se ha puesto en la presente antología narrativa. Treinta relatos del último año, salvo dos o tres del anterior ciclo de taller. Es un “segundo disparo”, a un blanco sobre el que ya se ha disparado una primera vez, un poco a la loca.
El primer disparo en escritura, al revés del primer disparo en la vida, la mayoría de las veces no acierta, carece de puntería fina, de acabado. Un segundo disparo, es un tiro más pensado, más charlado, más retratado. El primero debe ser febril, desordenado, sin respiro, torrentoso, con el furor activo de la escritura de Pessoa, Miller, Bolaño. El segundo, es una deliberación solitaria y en compañía, acerca del modo en que el relato se convierte en un dispositivo inventado para atrapar lectores, la única gracia que debería tener la escritura. Si se lo atrapa con el corazón, o con la técnica, con la prosa, o con la historia, con el suspenso o la tragedia, o con todas, como los grandes escritores, casi que nos sería indiferente.
El segundo disparo nos muestra de cuerpo entero. Nos expone a la lectura, deja ver el trasteo y a los inquilinos. Un muchacho ciego, un maromero, un aviador, un novelista, un filósofo, licenciados en letras, comunicadores y hasta un psicólogo. Una familia de inventores, de embusteros, que ya quisiera ganarse la vida con sus embustes. Pues bien, la antología muestra de lo que son capaces y de lo que todavía no, de lo que han intuido de la dificultad, y de lo que han podido conseguir en larguísimas jornadas en las que se han visto sometidos al rigor económico de la tachadura y a la re-escritura continuada.
Todos los autores se han aproximado al sentido de las diferencias con que Capote descifra la condición del escritor. Todos han vadeado con éxito la primera de ellas. Y algunos han alcanzado a ver esa frontera tortuosa que separa la redacción de la literatura. Aunque, haya que decirlo con un poco de desasosiego, contra todos conspira el tiempo de ganarse la vida, de hacerse a una profesión. Contra todos conspira otro tiempo, distinto al tiempo de los segundos disparos.
No quisiera tener que hablar de hilos conductores en la antología, como se supone que siempre hay que hacerlo. Baste decir, que más que un libro de cuentos, es un libro con cuentos. Pero aún así, el desocupado lector que se lo empaque de cabo a rabo, o de rabo a cabo, encontrará un aire común de horror, que no tuvieron empacho en calificar de “horror costumbrista”. Un hilo eléctrico negro que como un rosario que une las tormentosas experiencias que supieron cobrar a la vida para devolverlas en relato.
La muerte: lugar común. El título de Tomás Eloy Martínez parecería describir el sentido temático, con que de un modo no deliberado, los autores dan cuenta de la común experiencia interior e exterior, que los ha llevado a escribir lo que escriben, en el país – que para bien o para mal – les fue dado vivir. Y porque “Colombia es pasión”, los autores por gusto, por perversidad, por problemas de visión, pareciera ser que encontraron la cantera común de su pasión por contar en el dominio de los personajes grises, ocres, marchitos, derrotados, fracasados, cornudos, demoniacos, condenados, violentos, sin esperanza. Y aunque no es una antología deliberada de relato “negro”, tampoco serviría para educar en valores en el sexto grado. No se educa con “el terror del sexto grado”.
La negrura que expelen los cuentos publicados, obedece a una común sensibilidad dolorosa, generacional, que alimenta espontáneamente la combustión creativa de un puñado de los autores caleños, entre los 18 y los 40, de los que me gustaría decir, que van por el camino de los condenados, a hacerse escritores. Todos, por distintos caminos, en el trabajo en común, encontraron un aire peligroso, un aroma a riesgo que expele la ciudad, y que ellos recogieron, destilaron y esparcieron a lo largo de todo el libro.
Quizás todos, sin proponérnoslo, sin buscarlo, nos cruzamos en los senderos que del centro van al borde, y que del filo van al subterráneo, los senderos por los hemos visto que se precipitan los personajes de Mario Mendoza. Las arquitecturas contrahechas de los bajos fondos, más que la de los altos, las indolencias de suburbio, la crueldad pura e inocente, ambientan la presente selección de “prosas mutantes”.
Quizás todos, como destinatarios, víctimas y beneficiarios de distintas lecturas, de experiencias contrariadas, de sensibilidades traviesas, llegamos a sentir, más que a explicar, “que lo bello es el comienzo de lo terrible, que todavía podemos soportar”, según feliz y anti romántica expresión de Rainer María Rilke.
Llegado el tiempo de presumir, propio de todo prefacio, diría que la estética de los relatos de la pequeña antología de horror costumbrista, es la de lo siniestro, un huevo envenenado que emergió del capullo de la belleza enferma. Cuando Rimbaud la sentó en sus piernas, ya Sade la había infectado. Lo que terminó conduciéndonos al otro lado, al sub fondo, más allá del subterráneo. Esa “belleza” expresionista que se congela en El Grito.
Tres son las lecciones que nos deja el trabajo de escritura del último año, de donde ha salido el material que hoy se publica. Y con el que nos exponemos al lector, al inocente y al perverso lector, que encontrará virtudes donde no las hay y agrandará los defectos donde quiera que estén. Leer, tachar y reescribir.
Es necesario leer más de lo que se escribe, leer con respeto, leer como autores, con el asombro envidioso de quien al final del texto ajeno exclama ¿cómo no se me ocurrió? Leer con el olfato de escritor, capaz de descubrir el tinglado denso o transparente de recursos, trucos, sendas, con los que los buenos autores son capaces de agarrar al lector por la solapa y nockearlo en el segundo disparo. Leer con el asombro didáctico de quien al final puede preguntarse: ¿cómo lo hizo? Al fin y al cabo, todo lo que necesitamos para aprender a escribir, está en los textos, aún en los malos, que nos advierten sobre cómo no hacerlo.
“Para empezar, creo que la mayoría de escritores, incluso los mejores, son recargados. Yo prefiero escribir de menos. Sencilla, claramente, como un arrollo del campo” sigue diciendo Capote.
Pues bien, la primera lucha que un taller de escritura – básica o de género – entabla para ganarse la existencia, es la del combate por aprender a escribir de menos, sin ruido. Esa es la diferencia entre disparos. En el primero siempre se escribe de más, se vomita, y siempre se vomita sin control, sin sobriedad, sin tacto, como debe ser. El aprendiz o el profesional, en su primer disparo son necesariamente ruidoso, no están para atildarse cuando advierten que hay que poner las entrañas en el relato, cuando se la juegan toda y con todo lo que tiene a la mano, para escribir algo que alguna vez conmueva a alguien.
Pero en el segundo disparo, después de haber reconocido en la larga tarea de releerse, que todavía están frente a la montaña de basura narrativa y sintáctica, los desechos orgánicos del acto de narrar, se verán obligados a usar el silenciador y a tomar el látigo que - dice Capote - Dios entrega a quienes ha dado el don, para escarnecerse por la economía. Un látigo para azotar el ruido, para deshacer la recarga, para reducir el relato a su justa proporción de gracia.
Muchos de los autores que hoy están publicando por primera vez no eran conscientes, antes y al principio del taller, del iceberg ruidoso, que ahora saben que los haría naufragar en la travesía de la escritura. Todos lo saben, hasta lo resienten. Aprendieron dos cosas, al menos. A tener conectado el detector de mierda al ordenador y a blandir el látigo contra sí, cuando les dé por escribir de más. Aún así, al director del taller le queda el trabajo sucio de conducir flagelaciones extras y sin compasión.
Re-escribir es un acto tan creativo como escribir. Para comprender ha sido necesario desterrar en los talleres el fantasma perezoso que se complace con el primer disparo. Escribir es como una carrera de obstáculos, a veces de cien, a veces de cuatrocientos, a veces de mil metros. Se gana en la medida en que se vencen, pero para hacerlo hay que correr tantas veces como segundos disparos sean necesarios. La escritura – una de sus maldiciones – es perfectible hasta el absurdo. De alguna manera, con la experiencia de re-escritura – que debo reivindicar como una virtud formativa de la antología – los autores, todos, nos acercamos a percibir, que es cierto, se publica para no reescribir más.
No ha sido fácil, nada lo es, que el puñado local de autores en ciernes advierta que una de las diferencias notables, en el tratamiento creativo de los géneros narrativos, es la velocidad. La velocidad con que ocurren las cosas que de la vida se les antoja poner en su literatura, la velocidad de los inicios, de los desenlaces, la velocidad de la intriga, del suspenso, la velocidad del diálogo, de la reflexión.
Narrar impone el humilde artificio que consiste en aprender a contar a pie, o desde un vehículo, aprender a contar desde la extrema relatividad de un universo en el que mientras se cuenta, narrador y narratario se mueven en distintas magnitudes. Aprender de “la velocidad con que Dios desaparece – la estela cósmica de la ausencia, esa vibración en el aire de un estallido que tuvo lugar hace millones de años, el big bang de su aliento divino – y determina la posterior velocidad de las cosas que él nos ha dejado, las cosas que nos contarán cuentos, los cuentos que se nos ocurrirán a nosotros sin ninguna ayuda de su parte”. (Rodrigo Fresán. La velocidad de las cosas).
La velocidad se aprende, se resiente, se padece, leyendo, hablando, escribiendo, siempre a alguna velocidad, como la del corazón o la del disparo. Así es que en tránsitos inquietos, lentos y a veces fugaces, maravillados, sorprendidos y dolorosos, los autores intuyen en la marcha, que sus historias son instalaciones que se hacen posibles por la velocidad de la dramatización, con que fijan la intensidad de la historia en el segundo disparo, porque nada ni nadie escapa de ella.
Aprendieron que un cuento es como aterrizar un avión en ochenta metros, mientras que una novela dispone de tres mil. Aprendimos a vérnoslas con el látigo, con el ruido y la velocidad, para reunir el valor de exponernos al lector al que hoy entregamos esta antología, en “la clase de historias que la gente convierte en vidas y la clase de vidas que la gente convierte en historias”. (Philip Roth).
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