que dan para recorrer múltiples aspectos de los últimos 50 años
de la vida culural de América Latina y el mundo."
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Y a los relacionados en: http://ntcblog.blogspot.com/2009_10_11_archive.html
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MVLL en la web del PN: http://nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/2010/#
“Ya me tenís chanchito!”
Por Carlos Vidales
De: Carlos Vidales carlos@bredband.net
Para: NTC ntcgra@gmail.com
Fecha: Estocolmo, 15 de octubre de 2010, 09:20
Asunto: RE: Vargas Llosa y sus críticos. Por: Juan Carlos Botero. El Espectador .com 14 Oct 2010 - 9:54 pm .Impreso Oct. 15, 2010.
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De mis tiempos de estudiante en Córdoba (Argentina), conservo con deleite una expresión muy usada para significar que a uno ya lo tienen hasta la coronilla con algún asunto: “Ya me tenís chanchito!”
Y lo digo entonces a lo cordobés: Ya me tienen chanchito con eso de “se merece” o “no se merece” el Premio Nobel. ¿Es bueno, excelente? Ah, entonces “se merece el Premio Nobel”. ¿Es malo, bobo, mediocre? Ah, entonces “no se merece el Premio Nobel”.
Ya me tienen chanchito!
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Que cada uno lo reciba, como los mencionados, o lo rechace, como Jean Paul Sartre, es cosa de cada uno y ojalá le aprovechen los diez millones de coronas suecas, si es que lo recibe. A mí que me lo den, ya verán cómo lo recibo y me chupo los diez millones en vino tinto de La Rioja o de Navarra, que son los que me gustan. Hasta soy capaz de estrechar la mano virginal del rey, yo, que soy republicano.
El asunto no es si yo merezco o no merezco tal premio. El asunto es si la Academia Sueca me merece a mí, o no me merece. ¿Por qué están siempre mis amados colegas pensando como Gunga-Din, ese asqueroso cipayo de los colonialistas? ¿Qué diablos tienen los señores académicos suecos, que se sienten autorizados a asumir el papel de jueces supremos de la literatura universal sin saber ni swahili, ni congo, no yoruba, ni español, ni japonés, ni chino, ni árabe, ni guaraní, ni persa, ni indi, ni arameo, ni italiano, sino a lo sumo mucho alemán (eso sí), francés como para decir “bon jour” e inglés como para leer la obra de Yasunari Kawabata en traducción gringa? ¿De cuándo acá nos hemos dejado enajenar el juicio, despojar del criterio, hasta el punto de que estamos dispuestos a delegar en dieciocho académicos nórdicos (diecisiete hombres y una mujer) la potestad intransferible e inalienable de juzgar como lectores, según nuestro leal y sano y simple saber y entender?
Ya me tienen chanchito!
En un país cuyos letrados y editoriales desprecian a Rabelais “porque es vulgar” o, peor, en un país donde uno encuentra “académicos” que le preguntan a uno “¿y quién era ese?” cuando uno nombra a Rabelais, no puede existir competencia suficiente ni satisfactoria para otorgar premios de literatura de validez universal.
Y ahí están mis amados colegas, los de derecha, los de izquierda, los sensatos, los rabiosos, los bajitos, los altos, los gordos, los flacos, todos, discutiendo si Vargas Llosa “merecía” o “no merecía” el premio ese del inventor de la dinamita. El premio y su Academia, allá arriba, en las alturas, como Dios, repartiendo la gracia a todos los pobres seres inferiores del rebaño humano… ya me tienen chanchito! Cada día se parecen más y más a esas “pequeñas gentecitas” de que hablaba Wilhem Reich, esos pequeños hombrecitos y pequeñas mujercitas que alimentan su falta de integridad, su lastimosa sensación de inferioridad, su despreciable autodesprecio y su lastimosa lástima de sí mismos con su desmedida admiración, sumisión y servidumbre mental ante el Olimpo de los amos, los señores, los que sí saben, los meros meros, los chingones: los Jueces del Reino de las Letras.
Vengo de leer otra vez “La metamorfosis” de Kafka y he de decir que esa pobre y miserable cucaracha en que amaneció convertido Gregorio Samsa después de una noche intranquila, estuvo más cerca, mucho más cerca, de la gran literatura universal y de su mundo maravilloso, de lo que jamás llegarán a aproximarse esos dieciocho académicos autosuficuentes, autocomplacientes y plenamente seguros de sí mismos, como dieciocho ladrillos felices de ser ladrillos.
Y no me vuelvan a joder con eso de que este sí “se merecía” o este otro “no se merecía” un premio que, en rigor, no se merece a ninguno.
Carlos Vidales
Estocolmo, 2010-10-15
(Firmo muy clarito porque en Estocolmo anda rondando una rata que publica mis ensayos con su firma, tal vez para que le den un premio).
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¡Ganamos!
El escritor chileno Alberto Fuguet, devoto vargasllosista, celebra el Premio Nobel concedido a Mario Vargas Llosa. En este hermoso y eufórico texto, le rinde honores al maestro.
Por: Alberto Fuguet ( 1 ) En la foto, mas adelante a la derecha.
http://www.revistaarcadia.com/libros/articulo/ganamos/23539
(Click sobre las imágenes para ampliarlas y hacerlas legibles. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)
Para los que nos hemos criado con Vargas Llosa, para aquellos escritores, lectores e intelectuales que se han educado con él, para su cada día más grande legión de fans, groupies y adictos, lo del premio fue tan sorprendente como emocionante (tanto así que muchos, incluso yo, usamos el plural: ¡ganamos!). Porque si había algo claro, si había una certeza en este mundo desconcertante e incierto, es que nunca —nunca— Mario Vargas Llosa ganaría el Nobel.
Hay que reconocer que sus enemigos, los enemigos de la libertad lo intentaron, pero hoy ser totalitario en un mundo interconectado es, al menos, nostálgico, y el menos fronterizo y globalizado de los autores ahora se alza como lo que siempre ha sido: un adelantado. Y un grande.
¿Qué pasó entonces? ¿Es esto una broma, una broma infinita, como el mismo Vargas Llosa lo declaró recién despertado? Vargas Llosa podía ganarse quizás antes un Oscar (y eso que su cinefilia deja mucho que desear y ha dirigido lo que él mismo asume como un bodrio) e incluso quizás terminar siendo al final presidente del Perú (quizás el más sicopático, megalómano y respetable intento por investigar una novela acerca del poder), pero ganar el Nobel no estaba ni siquiera en sus sueños más profundos.
Para sus lectores era casi un auto de fe. Se lo quitaron, se lo robaron, se hicieron los suecos.
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A pesar de todo y quizás por eso mismo ganó. Estocolmo llevaba años cometiendo errores y tratando de conquistar talleres literarios y editores independientes, cuando de pronto —ayer— logró sintonizar con una verdad profunda, con lo que realmente está pasando e importa, y en ese instante el premio deja de ser un premio sospechoso y trasnochado y se parece más bien a a una epifanía o un milagro.
Ha sido tal su vocación por la libertad y quizás por ser —contra viento y marea— su propia persona, por creer que no hay nada más subversivo y a la vez glorioso que ser uno aunque eso no sea del agrado de los demás, que de alguna manera Vargas Llosa optó como una de sus batallas por marginarse y ser políticamente incorrecto mucho antes que el término existiera.
Raro, insólito: el que nunca quiso ganarlo, el que jamás lo iba a ganar, lo obtuvo de la manera como se gana de verdad: apostando siempre a perder, nunca calculando, sabiendo que el verdadero premio ha sido tener una obra tan sólida y colosal como Machu Picchu.
El premio se puede leer de muchas maneras y la más importante debe ser la que todo saben: Vargas Llosa es uno de los grandes en español, quizás uno de los que mejor envejecerá de los del Boom y, algo no menor, aquel que a pesar de todo (otra vez la frase, que siempre estará ligada a su nombre) más ha influenciado a las generaciones menores. Mario Vargas Llosa te enseña a leer, a escribir, a pensar, a ser; te sorprende y demuestra con pruebas que sí hay mucho material afuera esperando ser narrado. Vargas Llosa es de lejos el escritor latinoamericano que más provoca en otros querer ser escritor, entre otras cosas porque ha demostrado que no es necesario ser un genio para escribir obras maestras y que la mejor materia para un narrador es su memoria y su curiosidad más que su imaginación y su locura. Cuando alguien me dice que desea ser escritor le recomiendo El pez en el agua. Ahí está todo. Porque un escritor no se mide sólo en cómo escribe sino si es capaz de escribir lo que le interesa, lo que le ha pasado y no tiene miedo a mostrarse (releer La verdad de las mentiras).
Tildar a Vargas Llosa de autor de culto parece un poco ridículo. ¿Hay alguien más mediático y omnipresente? Pero al volverse a comienzos de los 80 una suerte de maldito al menos en los círculos literarios, Vargas Llosa pasó a ser “un traidor que solía escribir bien”. Recuerdo que leí Historia de Mayta casi a escondidas y que forré con hojas de revista la naranjísma portada de uno; quizás su libro menos entendido y acaso uno de los más importantes. Hace unos años tuve el éxtasis que uno siente cuando tu héroe también puede ser parte de ti cuando, en California, me tocó enseñarlo a unos alumnos que estaban haciendo sus doctorados en literatura. No podía creer las complejidades narrativas de Los cachorros, el mundo pop y kitsch “digno de Puig” de La tía Julia y el escribidor (“¿es crónica, memoria, no ficción”?). Conversación en la Catedral hizo que un alumno que había leído todo lo que no había que leer me confesara: “Vaya, todo lo contemporáneo viene de alguien contemporáneo que ya habíamos expulsado del canon”.
El sabor a victoria de ayer es aún más dulce porque cada vez que el comité no premiaba a Vargas Llosa, los que terminaban perdiendo eran los del comité. Cada desconocido que untaban era necesario wikipediar y cada vez que lo hacían más elevaban los bonos de Vargas Llosa. Una vez dije que no leía premios Nobel entre otras cosas porque no premiaban a Vargas Llosa o porque la Academia se atrevía a decir que en “Estados Unidos no se escribe nada interesante”.
Entre los que creemos que somos mejores y más complejos por haberlo leído, entre todos aquellos que hemos subrayado sus libros y se nos abrió el mundo con Los jefes y La ciudad y los perros, entre todos que nos hemos fascinado por el Perú gracias a él, perder era el verdadero premio.
No perdió, es cierto, pero eso no lo hace menos ganador.
Ver a Vargas Llosa en Estocolmo, imaginarnos lo que va a decir, hace que todos nos sintamos de alguna manera como un típico personaje suyo y hasta te hace volver a creer que sí existe algo parecido a la justicia y que a veces el talento y la fuerza moral sirven de algo.
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