domingo, 18 de septiembre de 2011

"La luz díficil". Nueva novela de Tomás González. NTC ... Compilaciones ( II ).

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"La luz díficil". Nueva novela de Tomás González.
NTC ... Compilaciones ( II ).
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Carátula, con cinta, en librerías desde el 9 de Septiembre de 2011
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Opinión |El Espectador .com 18 Sep 2011 - 1:00 am . Impreso, Domingo, 18 Sep 2011.

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William Ospina

Tomás González

Por: William Ospina

Se diría que Tomás es el colombiano que no se ha resignado a la muerte.

Es el único que la interroga así, que la persigue, que la asedia, y que no parece dispuesto a soltarla hasta que ella entregue el último de sus secretos.

En un país donde abunda no sólo la muerte sino el crimen, la capacidad de infligir la muerte a los otros y bastante indiferencia para soportar sin inmutarse y sin protestar miles de crímenes; en un país que abre sin fin fosas comunes, que ve proliferar listas de desaparecidos, que ve cómo se multiplica el olvido bajo el austero epitafio de las letras NN, qué conmovedor es hallar a alguien capaz de detenerse en todas las variaciones de la muerte: la enfermedad, el desgaste, los ritos del adiós, los milagros atroces de la desintegración y de la ausencia, el surco largo de los duelos en que se van hundiendo los vivos.

Con el que muere, mueren un poco quienes lo rodeaban y lo amaban. Y Tomás sabe que la muerte no es un momento sino un largo proceso, que en definitiva vivir es morir. Como quería recordarnos Quevedo en sus sonetos, en el último momento de la vida sólo perdemos el último momento: todo lo demás ya estaba perdido. Cada día gastamos una fracción del tiempo que nos fue deparado sobre la tierra, pero casi no advertimos esa pérdida: soñamos inagotable el caudal de los días que quedan. Y en ese decurso la vida se gasta y se pierde. “La mayor parte de la muerte, siento/ que se pasa en contentos y en locura,/ y a la menor se guarda el sentimiento”. También lo había dicho Emerson: “Este perder es el verdadero morir/ este es el señorial yacer del hombre,/ este su verdadero y seguro declinar,/ renunciando a su mundo estrella por estrella”.

En sus novelas y relatos, Tomás González vuelve a ese asedio lúcido y obstinado. Lo suyo es como un inventario minucioso de las cosas del mundo, rituales, aprehensiones, miedos, dichas, percepciones, sensaciones, matices; esos cambios de la luz, esos estados del cuerpo, esos roces de un alma con otras, de una psicología con otras; él rastrea este juego continuo de ilusiones y alarmas, de memorias y presentimientos, de sobresaltos y frustraciones, de alegría y desengaño, porque esa vigilancia y ese asombro son su manera real de valorar el tesoro nervioso, la dádiva alarmante, esta cosa infinita y precaria donde no hay felicidad que no esté amonestada por la fatalidad y donde no hay desdicha que no contenga una almendra de consuelo y de maravilla.

“Una novela que no tenga un muerto me parece falta de vida”, decía Chesterton. Ello lo inclinó hacia el relato policial, donde la muerte plantea siempre un enigma que debe ser descifrado. Tomás lleva más lejos ese pensamiento: relatando la muerte cuenta en verdad la vida, quiere morir mientras escribe, quiere hacernos morir mientras leemos, para que conozcamos al final la experiencia increíble de la resurrección.

En uno de sus poderosos relatos, Verdor, el protagonista se va hundiendo en un duelo ineluctable, va perdiendo su sitio, su identidad, su voluntad. Vive un naufragio más vertiginoso que el del Descenso al Maelstrom de Edgar Allan Poe, para vivir también al final la experiencia de una salvación milagrosa. Y cuando ya todo es intolerable, cuando ya no se puede caer más, algo dice con el acento de Kafka en sus diarios: “Como las cosas no podían empeorar, mejoraron”. Y comienza el ascenso, la comprensión, el hallazgo de algo que sólo podríamos calificar de sublime.

La de Tomás es una experiencia mística al margen de toda religión. A la existencia aferrada desesperadamente al mundo le va siendo desprendido cada uno de sus tentáculos, pero ese despojo se transfigura en una liberación. La hondura de la muerte exige valorar cada brizna de hierba, cada grieta, cada campanada del reloj, experimentar su fragilidad y su prisa.

Entonces nos decimos que un país sólo puede entregarse tan neciamente a trivializar la muerte cuando carece de una valoración verdadera de la vida: sólo arrebatamos tan fácil la vida ajena cuando sentimos que la nuestra no vale nada. Es una joya que se arroja por el sumidero. El que es capaz de apreciar el grano de arena y la labor de la hormiga, puede saber lo que significa la muerte. Y sólo el que es capaz de entender “ese otro mar, esa otra flecha,/ que nos libra del sol y de la luna,/ y del amor”, sabe por fin lo que vale la vida.

Tomás piensa que sólo si sabemos vivir hasta el fondo el duelo de lo que se pierde podemos volver a ser felices. Y yo me digo que tal vez Tomás está haciendo, por primera vez, la gran elaboración de nuestro duelo colectivo. En contacto valeroso y lúcido con la muerte, como el marino que desciende con los ojos abiertos por las paredes del remolino, va enumerando todo lo que tenemos, lo que perdemos, va ponderando por fin su valor infinito y sagrado.

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GACETA, El País, Cali, Septiembre 18, 2011. Páginas 10 a 12. Ver texto en:

http://www.elpais.com.co/elpais/edicion_impresa/1e8231b3a7c1b03010b84a18e6ff4aa5/gaceta-Septiembre-18-de-2011.php

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Páginas 10 y 11. (Click sobre la imagen para ampliarla)

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EL ESPECTADOR 22 Sep 2011 - 11:00 pm. Impreso 23 sep.

http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-301338-el-libro-mas-bello-leido-muchos-anos

El libro más bello que leído en muchos años

Por: Patricia Lara Salive

Patricia Lara Salive

¡Erizada la piel; estremecida el alma; vuelto pedacitos el dolor; apretado el corazón; engrandecido el amor; sonriente la vida!

Eso fue lo que se me ocurrió escribir al final de la mañana del pasado domingo, en la página 132 de la novela La luz difícil, la obra que acaba de publicar el escritor Tomás González, que se devora en pocas horas, sin pausa, de principio a fin. Es un texto hermoso, profundamente humano, muy fácil de leer, que explora —diría yo que en poesía— los vericuetos más recónditos del amor y del dolor, y que siendo algo muy distinto, creo que con El otoño del patriarca —para mí— o con Cien años de soledad —para otros— parte en dos la historia de la literatura colombiana e ingresa a la lista de los grandes de la narrativa latinoamericana.

No conozco a Tomás González. De él sabía que tiene 61 años, nació en Medellín, estudió filosofía en la Universidad Nacional, fue barman de El Goce Pagano; en 1983 editó su primera novela, Primero estaba el mar; de inmediato partió para EE.UU., permaneció 16 años en Nueva York, se ganó la vida como traductor y escribió La historia de Horacio y Para antes del olvido, novela que ganó el Premio Plaza y Janés; regresó a Colombia hace nueve años y vive escondido en Cachipay, dedicado a escribir. Aquí ha escrito las novelas Los caballitos del diablo y Abraham entre bandidos; tiene un libro de cuentos, El rey de Honka-Monka, y un poemario, Manglares; cinco de sus libros se han traducido al alemán; es tímido y de pocas palabras, más bien huraño; y es sobrino de Fernando González, el gran filósofo antioqueño.

Eso sabía de Tomás González. Pero después de leer La luz difícil, sé que escribe obras que logran erizar al lector de principio a fin, o que hacen que estalle en lágrimas ante alguno de sus párrafos; libros que te marcan por la plenitud que te suscitan; autor de textos perfectos, a los que no les sobra ni les falta una palabra, como ocurre con La nieve del almirante, de Álvaro Mutis… Y ahora sé, también, que es un ser humano extraordinario, infinitamente capaz de amar y de sentir, de percibir los rasgos más sublimes de las personas y de conmoverse con la naturaleza.

Sí, La luz difícil es un libro que uno no puede no haber leído…

(¡Cómo te hubieras emocionado, tú, Gabito, ante esta obra maestra!).

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'La luz difícil' de Tomás González.

Lecturas, EL TIEMPO . com 29 de Septiembre del 2011. Impreso Oct. 2, 2011


'La luz difícil' de Tomás González, con acogida entusiasta de la crítica, afronta ahora el veredicto del gran público, mientras remite a la obra anterior del autor antioqueño (Dossier cortesía de la Editorial).
http://www.eltiempo.com/lecturas-dominicales/notas-sobre-un-escritor-literatura_10461190-4
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Pensar la literatura
Opinión
EL TABLOIDE, Tuluá, Domingo, 02 de Octubre de 2011, 22:08 *

OMAR-ORTIZÓmar Ortiz

Hace unos años, en mil novecientos noventa y ocho tal vez, en una entrevista que le hice al escritor Fernando Cruz Kronfly para el magazín dominical del diario El Espectador, se quejaba el autor vallecaucano del poco o ningún pensamiento que los narradores colombianos introducían en sus novelas, limitándolas a lo mero anecdótico, a una bien o no tan bien escrita relación de hechos, por lo general conyunturales o al contrario de tendencia fantasiosa, como podría ser el denominado "realismo mágico", nombre con que los críticos designaron a la escritura garciamarquiana.

Pues bien, luego de leer "La luz difícil" de Tomás González, puede uno afirmar que la carencia anotada por Cruz Kronfly se ha colmado desde una sapiente reflexión y la mejor manera de contar desde dicha reflexión una hermosa historia. Porque la novela de González, que ya va por su segunda edición, es ante todo un recorrido por los espinosos senderos del hombre enfrentado al dolor, a la vejez, a la muerte. A partir de una escritura donde no sobra ni falta nada, el autor va despertando en los lectores la desazón, la alarma, el desafío que produce una ficción que parece hacerse realidad en los recovecos más íntimos de nuestra entraña. Con una inusitada pero muy bien elaborada sencillez al abordar el lenguaje con que se cuenta, la novela nos instala poco a poco en la misma situación desoladora que la narración va tejiendo en una sufriente noche que se prolonga en la memoria por toda una vida.

Y es que González encuentra su voz más honda, su mejor expresión madurada por años de paciente trabajo y de excelentes propuestas poéticas y narrativas que arranca desde 1983, cuando el Goce Pagano publicó en "Los papeles del Goce", "Primero estaba el mar", pasando por su poemario "Manglares", publicado por editorial Norma en 1997, en esta novela que se diferencia de las de su generación en que está pensada desde y para la literatura y no para ser guión cinematográfico o novelón televisado. Aunque no conozco al escritor antioqueño, me place sobre manera el reconocimiento logrado, ya que lo publicamos en el número 12 ** de la revista "Luna Nueva" **, ilustrada a mano alzada por el maestro Leonel Góngora, en una muestra que, a instancias de Catalina Restrepo, hicimos sobre poetas latinoamericanos en Nueva York, cuando avanzaba el año 1991. Sí, Gardeazábal tiene razón cuando afirma que los mejores escritores y poetas de hoy han sido publicados con antelación a sus triunfos en la revista.

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* http://www.eltabloide.com.co/index.php?option=com_content&view=article&id=11260:pensar-la-literatura&catid=101:opinion&Itemid=276

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** Notas y enlaces de NTC ...:

LUNA NUEVA No. 12, Julio 1991:

http://ntc-revistas-de-poesia.blogspot.com/2011_09_24_archive.html

Una de las ilustraciones de Leonel Góngora

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LUNA NUEVA, Ediciones digitales (en construcción) :

http://ntc-ediciones-virtuales.blogspot.com/2011_08_17_archive.html

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Publica y difunde: NTC …* Nos Topamos Con

De navegaciones-e en nuestro "potrillo a vela" ( 1 ),

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