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Este año se cumplen 130 años del nacimiento de Franz
Kafka (1883 - 2013). Todo indica que fue la tuberculosis, cuyos primeros pasos empezaron a
acosarlo hacia 1917, lo que lo sacó del mundo -un mundo cada vez más kafkiano-,
en 1924. Van estas variaciones de un tema del gran escritor checo en
reiteración de mi relación insectuosa
con “La metamorfosis”.
CON EL PERDÓN DE
KAFKA
JUAN MANUEL ROCA
I
Al despertar, el monstruoso insecto amaneció convertido en
Gregorio Samsa. Tendrá que oír el golpeteo de la lluvia en su alféizar de
hojalata para saber que las horas de Praga se cuentan en la clepsidra del
invierno.
Al fondo del hospedaje para familias sin mañana, el pobre
insecto de múltiples patas deberá bañarse, peinarse, apuntalar su corbata de
vendedor ambulante, oír algo peor que el paso de los trenes: la voz de la
obediencia. El pobre insecto membranoso amaneció convertido en hombre y no pudo
traducir su oscuro sueño.
II
Al despertar, el monstruoso insecto se encuentra convertido
en Franz Kafka. Deberá tornar a su trabajo y esquivar la mirada del padre
lanzada desde los socavones de la infancia.
Sus grandes orejas que lo hacen ver como si llevara el
rostro entre los arcos del paréntesis, tienen más de murciélago que de insecto
(de gran murciélago que escucha en la noche la voz de Milena como un hilo para
orientar el extravío).
Al
despertar, el monstruoso insecto que no amanece trajeado de Samsa, aunque el
mismo vestido negro a la usanza de un cochero de pompas fúnebres sirva a la
talla de Kafka, camina junto al señor Brod, albacea de sus dudas. Le pregunta
si no encuentra extraña su extrañeza, si los judíos nacen viejos, mientras
merodea y da vueltas a sí mismo. Toca su frente. Y recuerda que no amaneció
siendo animal extraño e irredento.
III
Al despertar, el señor K. se sabe insecto a las puertas del
Castillo. Entiende que su zumbido es lengua muerta en la Babel que lo juzga sin
juzgarlo.
Ve pasar la sombra sin cuerpo de su padre.
Un insecto que sueña con un enorme zapato, con la sandalia
redentora: al despertar el señor K. espera la guillotina del pie que lo
triture.
IV
Al amanecer no hay mañana: es el anochecer del alma. Repta y
se escapa por la fisura del mundo. Hay quien dice que el monstruoso bicho va en
un barco hacia América. Allí se hará hombre cuando deje de ser cucaracha,
escarabajo o inmigrante. Una mujer gorda caerá sobre él y su aliento lo abatirá
como un insecticida.
V
Y si no sonara -murmura el padre realista- el reloj
despertador. Porque sin él, nada de amanecer. Y sin amanecer, nada de insectos
que se llamen Gregorio Samsa o Franz Kafka para que vengan, pestíferos, a
desordenar las mañanas de Dios aptas para el trabajo y la familia.
Al despertar nace el sueño, la pesadilla.
Buenos Aires,
noviembre 22 de 1998
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