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PRÓLOGO
Por Gustavo Álvarez Gardeazábal. 2009
Qué paradoja, yo que he sido el
menos urbano de los escritores vallecaucanos contemporáneos y que después de
casi dos docenas de libros sólo escribí una novela, “Pepe Botellas”, sobre Cali
y sus gentes, debo abrir este libro que colecciona los recuerdos que
tienen los mejores escritores que han pasado buena parte de su vida en
Cali y hecho de sus experiencias caleñas más de un tema literario. Seguramente
no soy pues el más indicado, pero como viví en Cali mi vida universitaria,
tanto como alumno como profesor, y fui concejal y diputado por Cali bajo
las banderas del inolvidable y sorprendente Movimiento Cívico de Pardo Llada,
además ejercí la Gobernación del Valle desde la ciudad capital del
departamento, me parece que debo advertir sobre mis recuerdos y dejar
sentado muy en claro mi posición sobre Cali.
Recordar la vivencia citadina
cuando uno ha nacido y vivido buena parte de su vida y su infancia en un
poblado pequeño como Tuluá, en donde se hibridizan las tradiciones rurales con
las ganas de ser ciudad, obviamente que no puede ser igual a como hace
remembranza quien ha vivido siempre en una urbe como Cali que, dando saltos o
bandazos, siempre ha sido gran ciudad, ciudad capital y sobre todo imán de
atracción de muchísimos habitantes de las regiones geográficas vecinas. Yo
podría entonces haber corrido la suerte de haberme sentido tan caleño cuando
fui a vivir a Cali, como lo es uno de esos negros de Agua Blanca que
tienen sus ancestros en las orillas de los ríos de la Costa Pacífica o sentirme
tan desarraigado en los ámbitos caleños como se pueden considerar los miles de
indígenas que llegaron desde el Cauca a pelear por el espacio en las barriadas
con los nariñenses, o los tolimenses que se abrieron campo atraídos por una
gran ciudad de tierra caliente en donde encontrarían trabajo y futuro.
Pero aunque me igualo con el origen rural o provinciano de todas aquellas
gentes creo haber percibido a Cali por aquellos días y, desde entonces, en la
perspectiva de un ser humano a quien traumatizó su visión de vida y no
como el esperanzado habitante que siempre espera que por alguna de sus
calles o el viento de las tardes aparezca la panacea anhelada.
Cali es una ciudad repelente
que terminó bailando el ritmo extranjero de la salsa porque nunca admitió que
podía reflejar musicalmente sus propias raíces. Cali es una ciudad con ganas de
ser cosmopolita pero que no ha pasado de ser una ciudad dividida en dos guetos
por una avenida, la Simón Bolívar. Al oriente, el guetto mayúsculo de
Aguablanca y sus agregados con la mayor población negra, al oeste la ciudad
antigua con sus cada vez más rancias pero más escasas familias blancas que con
una pretendida generosidad les han permitido a otro poco de gente de estratos
sociales superiores convivir con ellos en circunstancias muchísimo más cómodas
que las del otro gueto.
Cali podría ser considerada
como un amasijo de vertientes negras e indígenas muy definidas, de
ancestros blancos feudales y de inmigrantes blancos, morenos y mestizos
llegados desde campos y veredas, de municipios cercanos. Sin embargo nadie
puede negar que buena parte de sus negocios son manejados por colonias venidas
de más lejos como las marinillas, las nariñenses o las tolimenses. De esa
revoltura es de donde surge la repelencia de Cali para no ser una ciudad
turística, de donde nace la absurda incapacidad de su pretendida clase
dirigente, y de donde debe haber salido el sentimiento de antipatía que Cali me
genera.
Hice buena parte de mi
proyección vital desde Cali. Desde allí me hice conocer y leer. Fue en ella
donde libré las feroces batallas de supervivencia y reconocimiento. Pero acaso
porque las heridas que tales combates me dejaron no he podido cerrarlas, cada
que asumo la posibilidad de entender a la capital vallecaucana me encuentro con
un sentimiento de repulsa que no he podido entender pero que no puedo negar de
ninguna manera.
Recordar a Cali cuadra por
cuadra parece ser el objetivo de este libro. Si yo hubiera sido parte de él
tendría acaso que recordar mi apartamento en cercanías de la Galería Alameda,
desde donde construí los parapetos para banderillar esa sociedad perversa, para
hurgarle en sus secretos y desnudarla ante la faz de mis lectores. Pero como
solamente debo abrir la puerta a los recuerdos seguramente gratos de
tantos escritores que se nutrieron de ella, yo apenas si puedo limitarme
a decir que todos los años de vivencia en Cali me permitieron
descubrir una vacuna polivalente, para no dejarme embaucar de sus bellezas y
querenduras ni mucho menos caer en sus maluquerías extravagantes.
Este libro es un tributo a la
ciudad que maldigo en mis sueños. Leerlo entonces puede llevarlos a entender su
éxtasis y hasta caer una vez más en él, para ser desde lejos, víctima de
su especial manera de arropar con repelencia.
Gustavo Álvarez
Gardeazábal. 2009
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