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Nuestras
dos Marías *
Jotamario
Arbeláez
La vida, no es así.
La vida resplandece,
hasta que se va. María de las
Estrellas
… dejemos el amor y vamos con la pena
y lloremos un poco
por lo que tanto fue.
León
de Greiff
A
|
pesar de que nadie puede establecer
las escalas del sufrimiento,
creo que ni las peores torturas aplicadas al
cuerpo se pueden comparar al mazazo en el corazón
que significa la pérdida de
un hijo o de una hija,
y más cuando su edad es la flor que apunta a un
destino lleno de gracias,
cuando la vida está ad portas de cumplir la
promesa, por la que se trabajó como corresponde,
......... ..porque a la vida hay que ayudarla para que
cumpla.
Aquí donde me ven, con mi vertical esqueleto,
tuve mi martillazo de crucifixión, del que
sobreviví recuperando hasta la sonrisa pero no el alma.
En estos días leí la declaración de uno de esos
múltiples asesinos que se ha permitido la triste historia de este país, el
liberado Popeye,
que me pareció revestida de la más cruda y
patética poesía: “Puedo dormir tranquilo porque tengo muerta el alma”.
Cuando me dijeron que mi niña de 13 se había
ido en una carretera contra un barranco,
desapareció el piso sobre el que mis pasos se
sostenían y todas las cosas que me rodeaban perdieron forma y color.
Sucedió eso que la sabiduría popular describe
tan claramente: ¡Se lo tragó la tierra!
El sol y la luna dejaron de tener sentido,
perdió su importancia la trascendencia y casi que el sabor las comidas.
María de las Estrellas
María de las Estrellas era la hechura de mis manos y mis desvelos,
era ya considerada un prodigio pero, celosa
o encantada, la muerte niña vino por
ella.
Desde entonces navego por instrumentos,
contando con que la vida –¿o sería ella?–
me dio la oportunidad de armar una nueva
estructura amorosa que me ha permitido justificar el respiro
con una felicidad que a pesar de lo inmensa podría ser sólo aparente.
con una felicidad que a pesar de lo inmensa podría ser sólo aparente.
Porque ¡ay mi niña!, si no me volví humo
contigo fue para que mi capacidad de evocación te mantuviera viva en mi mente
.... ... y para contar tu historia.
.... ... y para contar tu historia.
Han pasado 33 años y cada día parpadeo 33 veces
ante tu foto, como ante la de aquel otro niño fantástico,
.... .. Luis Ernesto Valencia, el hijastro del monje loco.
.... .. Luis Ernesto Valencia, el hijastro del monje loco.
La semana pasada se me revivió la fatal vivencia mortuoria al llegarme
la noticia de que Ana María,
la hija del más grande amigo de lo que fuera mi
alma, de Armando Holguín Sarria, y de Norma, su noble y valiente esposa,
se les ha ido luego de pasar por una mesa de
cirugía.
Cuando habiendo aparentemente ya superado todo
peligro, ese día saldría de la clínica.
Ya tenía el ajuar doblado y los padres el carro
listo. Pero madrugó por ella la muerte niña.
No sabía ni cómo telefonearles ni qué decirles.
Me acordaba de todos esos presuntos consuelos
de los amigos, sofismas llenos de bondad,
como ese de que “los preferidos de los dioses
mueren jóvenes”,
que me hacía rabiar más contra los dioses por
inhumanos.
La bella y dulce Ana María, la que a su paso convertía en amor la casa,
cuya sonrisa a la mesa era la gloria y la salud
de los suyos,
es ahora un registro en el camposanto.
Armando y Norma, en medio de vuestro dolor
infinito, lo único que puedo contarles
después de haber pasado similar experiencia,
es que el alma inmortal de mi niña me enderezó
la vida. Con seguridad que ella hará con ustedes lo propio.
Cuando el hijo desaparece se queda manejando la
casa. Ya se la encontrarán ustedes por todas partes.
Pensando con mis lágrimas en ustedes, en el agobio de una noche sin
otra luz que mis libros, me he sentado a repasar aforismos de mis maestros,
y me encuentro un par que les quiero mandar en
forma de ramo.
El primero es de Cioran, de un texto titulado Ella no era de aquí,
“Quien supiera descifrar los rostros podría
haber leído fácilmente en el suyo que no estaba condenado a durar, que la
pesadilla de los años le sería ahorrada. Parecía, viva, tan poco cómplice de la
vida, que uno no podía mirarla sin pensar que nunca más la volvería a ver. El
adiós era la ley de su naturaleza, el signo de su predestinación y de su paso
por la Tierra: de ahí que lo utilizase como un nimbo, en absoluto por
discreción, sino por solidaridad con lo invisible.”
y el otro de Poe, de Lenore:
“¡Venid! Leed el oficio de difuntos. Un himno
para la regia muerta que muriera tan joven. Un canto fúnebre para ella, dos
veces muerta por morir tan joven.”
jmarioster@gmail.com
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* Parte de este texto se publicó en la columna Intermedio de Jotamario Arbeláez,
en El País, de Cali, edición impresa, en 16 de Septiembre de 2014
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