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del libro en Buenaventura (Octubre 16, 2014)
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del libro en Buenaventura (Octubre 16, 2014)
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"CARLOS ARTURO TRUQUE
VALORACION CRITICA"
FABIO MARTÍNEZ (COMPILADOR)
Programa
Editorial Universidad del Valle
Cali, Septiembre 2014
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Indice
-Prólogo. Fabio Martínez.
Director Universidad del Valle-Sede Pacífico *
-La vocación y el medio.
Historia de un escritor. Carlos Arturo Truque **
-Un famoso escritor
desconocido. Enrique Cabezas Rher
-Un mundo implacable y
desgarrado. José Luís Díaz Granados
-Sonatina para dos tambores.
Medardo Arias Satizábal
-Entre la oscuridad y la luz.
Eduardo Delgado Ortiz
-Una elegía tardía. Carlos A.
Manrique M.
-Las escrituras del fauno. José
Martínez Sánchez
-Las raíces estéticas de Carlos
Arturo Truque. Álvaro Morales Aguilar
-La fuerza del mestizaje. Ómar
Ortiz Forero
-Carlos Arturo Truque y los
premios literarios. Eduardo Pachón Padilla
-La huella perenne de Carlos
Arturo Truque. Carlos Orlando Pardo
-Lo social en la cuentística de
Carlos Arturo Truque. Edgar Sandino Velásquez
-Colombia a Corazón abierto.
Sonia Nadezhda Truque
-De la violencia como tema en
la obra de Carlos Arturo Truque. Gustavo Adolfo Cabezas
-Breve memoria de una lectura
temprana. José Zuleta Ortiz
-Los autores
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NTC … Nota 2 (Nov. 10, 2014) : Este texto de CAT se publicó (Nov. 9, 2014) en el blog "ISLARIO" del poeta Alfredo Vanín : http://islariodelsur.blogspot.com/2014/11/carlosarturo-truque-escritor-invitado.html . Agradecemos el link a lo publicado aquí por nosotros.
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NTC ... ENLACES:
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* Prólogo
Por Fabio Martínez
Algunos críticos como Cyrus
Stanley en Estados Unidos y Peter Schultze-Kraft en Alemania, que se han
encargado de traducirlo y divulgarlo en sus respectivos países, lo consideran
un cuentista a la altura de Horacio Quiroga y Filiberto Hernández.
En Colombia sabemos de él,
gracias al conocido crítico Eduardo Pachón Padilla, que en su tiempo lo incluyó
en sus necesarias antologías literarias.
En 1973, tres años después de
su muerte, Colcultura publicó su libro El día que terminó el verano y otros
cuentos. En el año 2013 el Ministerio de Cultura realizó una segunda edición de
su obra, incluyéndolo en la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana.
Truque, quien en la actualidad
es más estudiando en la academia norteamericana que en la nuestra, fue víctima
en su época de la exclusión por parte del establecimiento literario bogotano, y
en más de una ocasión, fue estigmatizado por ser pobre, negro y comunista.
Al hablar de Carlos Arturo
Truque tenemos que empezar diciendo que estamos enfrentados a un excelente
narrador. A un maestro del cuento.
Los primeros años
Nacido en Condoto, Chocó, (28 de Octubre, 1927) un
año antes de que naciera Gabriel García Márquez y en el mismo año en que nació
Álvaro Cepeda Samudio (1927), los cuentos de Carlos Arturo Truque están impregnados
de aquella atmósfera especial inventada por el maestro William Faulkner, y que
más adelante adoptarían otros escritores como Carson McCullers y el mismo
García Márquez.
Desde sus primeros relatos,
escritos entre los veinte y veinticinco años, es notoria su directa influencia
de la narrativa norteamericana. La literatura de Truque se nutre de los
fabulosos relatos del patriarca Mark Twain, pasando por O´Henry, Faulkner y
Hemingway, éste último, de quien heredó el buen uso de la frase corta y los diálogos
magistralmente elaborados.
Sus primeros veinte años
transcurrieron entre Buenaventura, Cali y Popayán, donde realizó sus estudios,
y con el seudónimo de “Charles Blaine” se inició literariamente, dejando
truncada la carrera de Ingeniería que había comenzado en la Universidad del
Cauca.
Indudablemente son Buenaventura
y la costa del Pacífico el marco central que le permite crear a Truque aquella
atmósfera “húmeda y reverberante”, que habíamos encontrado en sus primeros
cuentos.
Pero es sólo en 1953 que sus
narraciones logran alcance nacional, al ganar en aquel año el Premio Espiral,
con su libro Granizada y otros cuentos.
Es importante señalar que para
ese mismo año un desconocido escritor, como era el mexicano Juan Rulfo,
publicaba su único libro de cuentos, titulado: El llano en llamas; y por su
parte, el colombiano Álvaro Cepeda Samudio se iba a preparar al año siguiente
con: Todos estábamos a la espera.
Una botella lanzada al mar
Con Granizada y otros cuentos,
Carlos Arturo Truque empieza a ganar un peldaño dentro de la joven narrativa
colombiana de la época. Sus relatos, que se sitúan en el ámbito de lo telúrico,
comienzan a ser reconocidos no sólo por su temática, que es de un fuerte
contenido social, sino por la forma como está tejido su discurso narrativo. Si
se quiere, Granizada y otros cuentos produce un efecto positivo, que
posteriormente va a influir en la narrativa colombiana, como lo produjo también
La hojarasca de García Márquez, aparecida dos años más tarde.
Pero las condiciones de
difusión en aquella época no son las mejores. De Granizada y otros cuentos
apenas se publican doscientos ejemplares, que se van a agotar rápidamente.
Truque, olfateando los años de
censura que se avecinan, le da dos ejemplares de su libro a un amigo marinero
para que los ponga en el extranjero. El primer ejemplar se queda en Panamá y el
otro va a caer en las manos de Cyrus Stanley, futuro editor de la revista
Afro-Hispanic Review, que lo descubre un día en la Biblioteca del Congreso de
Washington.
Es así como sus cuentos
empiezan a traducirse a otros idiomas y a ser reconocidos internacionalmente.
Vale la pena recordar que en
1951 Truque ya había conseguido un premio en el Festival de Berlín con su drama
“Hay que vivir en paz”.
Una década difícil
Los años cincuenta en Colombia
se inician con el recrudecimiento de la violencia en el campo y la hegemonía de
un gobierno que desde el punto de vista de la libre circulación de las ideas
cierra periódicos y emisoras, limitando la libertad de expresión. Son los años
difíciles de la censura y la represión a sangre y fuego.
Sensibilizado por esta
situación, Truque, al igual que muchos escritores de su generación, recoge en
algunos cuentos esta cruda temática.
De esa época son los cuentos
“Vivan los compañeros” y “Sangre en el llano”. El primero, una pequeña obra
maestra traducida al francés y al ruso, que obtuvo en 1954 el Tercer Premio en
el Concurso de la Asociación de Escritores y Artistas de Colombia. El primer
Premio había sido otorgado al joven escritor García Márquez con su cuento, “Un
día después del sábado”.
Esa temática, que obsesiona a
más de un escritor, y que más tarde va a dar pie a lo que los críticos han
llamado como “literatura de la violencia”, va a afectar la obra del escritor,
pero sólo desde el punto de vista temático.
Es claro que a partir de “Vivan
los compañeros” Truque será el escritor maduro, con un tono y una voz depurada,
como se verá cuatro años más tarde con el cuento “Sonatina para dos tambores”,
que mereció el Primer Premio en el Concurso Nacional de este género.
En este relato, así como en “El
día que terminó el verano”, el escritor volverá a retomar aquellos ambientes
cálidos y reverberantes propios del Pacífico Colombiano, donde los personajes
marcados por el sino de la fatalidad y la desgracia seguirán caminando por
aquel triángulo peligroso donde todo es alcohol, sexo y violencia.
Hasta hace poco en Colombia ser
negro y al mismo tiempo escritor era un despropósito que se pagaba con el
olvido.
Carlos Arturo Truque, quien
murió, el 8 de enero de 1970, en Buenaventura a la edad de cuarenta y dos años, no fue ajeno a esta
forma de exclusión.
Como un homenaje a uno de los
cuentistas más importantes que ha dado el Pacífico colombiano, la Universidad
del Valle, a través de su Programa Editorial, presenta, en el marco del 10º
Encuentro Universitario de la Cultura, está valoración crítica, escrita a
varias voces, para que el lector vuelva sobre este autor olvidado, que nació en
una región olvidada.
Fabio Martínez
** La vocación y el medio.
Historia de un escritor
Por: Carlos Arturo Truque
Tomado de: Revista Mito, año I, No. 6.(Bogotá, febrero-marzo de 1956).
Quien lea estas páginas, creo,
no podrá atribuirlas a la amargura o al resentimiento. Soy un hombre normal, o
al menos lo hubiera sido si la sociedad, tan arbitrariamente construida, me
hubiera brindado las oportunidades que siempre perseguí y jamás alcancé. No por
eso soy un frustrado; aún tengo ánimos suficientes para seguir una lucha, que
de antemano sé perdida.
Mi vida, aparte de los
sufrimientos, carece de importancia. El común denominador del pueblo colombiano
es la inseguridad, la inestabilidad; ese sentimiento horrible de no hallar el
lugar que corresponde al hombre en un sistema determinado. La mayoría de las
ocasiones nos vemos en la necesidad de reconocer que somos una pieza demasiado
suelta del engranaje social. Giramos sin correspondencia alguna y nos sentimos
víctimas de fuerzas oscuras que no estamos en capacidad de controlar.
No sé desde cuándo me posesioné
de esta verdad. Tal vez desde muy temprano aprendí la diferencia que media
entre los débiles y los poderosos y tuve la experiencia dolorosa de saberme
colocado entre los que nada tienen que exigirle a la vida, porque ya les ha
sido negado todo de antemano.
Quizá pueda lo anterior ser
interpretado como el grito de un desesperado o como la prueba de una marcada
desadaptación al medio. Si los que tal cosa piensan hubieran estado sometidos a
las pruebas que me han tocado en suerte, pensarían de diversas maneras.
Desde temprano me asedió, como
perro rabioso, la injusticia humana. Desde la escuela humilde de barriada donde
me enseñaron las primeras letras tuve la impresión, la certeza, de que me había señalado con su dedo
implacable.
Siempre fui, no peco de orgullo
o vanidad al decirlo, un buen estudiante. Me apasionaban los libros, la tinta
fresca, la aureola bohemia de los escritores de la época. Pronto me sentí
atraído hacia ese campo que nunca pisan los llamados hombres prácticos: las
letras. No sabía cuántas malas pasadas me estaba jugando la vida a llevarme por
caminos que, de haberlo pensado, no habría transitado.
Allí empieza todo. De allí, de
una urgencia extrema de dar a conocer mis sentimientos y mis reacciones, parte
la disconformidad, tal como está constituida, y el modo diverso como yo creo
que debe estarlo. Sin embargo, no soy un reformador ni un innovador en materia
tan ardua. Puede ser que yo vea las cosas desde un punto de vista distinto a
como las mira los demás y sea esa la causa de no pocos de mis sinsabores. Pero,
juzgando los problemas con una lógica sana, no es posible imaginar al hombre
perdido en tantas encrucijadas sin sentir por él un poco de compasión, un
mínimo de humana solidaridad. ¿Solidaridad humana? ¿Participación en la
angustia colectiva? ¡Quién sabe! (Aquí habrán de sonreír los hombres
prácticos). Quién sabe si esa solidaridad humana, si esa coparticipación en la
angustia contemporánea, sean solo modos de ocultar la propia impotencia y la
propia vida fallida. Puede ser. Lo único que podría garantizar es que este
testimonio lo he vivido y antes que yo lo vivieron otros, de los cuales no se
conserva memoria. Por ellos doy a ustedes un poco de sus vidas y mucho de la
mía.
Nací en la era mecánica, en un
pueblo que la desconocía. Cualquier pueblo de Colombia, de esos que se quedan
en un remanso de la civilización y que conservan como tesoro más preciado lo
elemental de la existencia. Hasta mis ocho años no conocí la barrera que
separaba a unos seres de otros. Como el pueblo era pobre, nadie pensó nunca que
la riqueza era un factor para brillar y valer más que los que no la poseían.
Siendo un pueblo de negros, nadie imaginó que las diferencias de pigmentación
pudieran abrir abismos insalvables y ser usadas para establecer la dominación y
el repudio sobre quienes se consideraron inferiores.
Vine, si así puede decirse,
limpio a la vida. Esta me enseñó bien pronto la lección que el bueno de mi
pueblo, no se había podido aprender; que el mundo está fundado sobre valores
bien diversos y, como la vida no da nada sin arrancar un dolor, este
conocimiento me desgarró y destruyó en lo más puro que puede tener un ser
humano: la fe en la ajena bondad.
Sucedió de la manera más
sencilla: desde el pueblo fui trasladado a Cali, que por entonces comenzaba a
tener aires de gran ciudad, y matriculado en la escuela pública de San Nicolás.
Como lo dije anteriormente, me gustaba estudiar y me destaqué muy pronto como
uno de los mejores alumnos de la escuela. Hacía, cuando sucedió lo inesperado,
el tercer grado elemental.
Había estudiado mucho para
rendir los exámenes finales y además, el mequetrefe de mi maestro, un caramelo
de pedagogía religiosa, para usar una frase grata de Barba, había dividido el
curso en dos grupos: griegos y romanos. Yo era el capitán de los griegos, honor
que se dispensaba al alumno que mejores resultados diera.
Con todos estos antecedentes
era natural que esperara mi aprobación
como hecho cumplido y, a más de eso, ganar uno de los premios dispensados a los
estudiantes destacados.
Si hubiera tenido un poco de
conocimiento del corazón humano, no habría esperado tanto; porque mi santo
maestro, ahora lo entiendo claramente, nos endilgaba, por quitarme allá estas
pajas, sus buenos discursos sobre el nacionalsocialismo (España estaba en plena
Guerra Civil), muy adobados con comprensibles capítulos de Mi lucha. Si, como
digo, hubiera podido entender bien lo que ese hombre pensaba y hubiera estado
en capacidad de sacar ciertas deducciones, no me hubiera forjado las ilusiones
que me forjé.
Tengo la convicción profunda de
haber contestado acertadamente el ochenta por ciento de las preguntas que
figuraban en el cuestionario y recuerdo haber salido de clase con el orgullo de
quien siente que ha cumplido con su deber de la mejor forma posible. No puede
engañarme el recuerdo. El día de la entrega de los informes finales me pusieron
el vestido más presentable que tienen
los chicos de barriada: el uniforme escolar. Desde temprano estuvimos con la
buena señora que se había encargado de mí, rondando por el parquecito que había
frente a la escuela, esperando la hora del comienzo de la ceremonia, que ella,
en su ingenuidad y yo en la mía, creíamos de una importancia excepcional.
Al comenzar tocaron la campana
y nos hicieron formar frente a una tarima, sobre la cual se hallaban los
profesores (no les gustaba que los llamaran de manera distinta), con unas caras
apropiadas para la ocasión. El mío me distinguió, porque me hallaba al
principio de la fila, y me regaló una sonrisa completa. Todavía no he podido
saber si me la brindó para consolarme anticipadamente o para burlarse
simplemente de mí. El director hizo sonar una campanita y acabó, como de un
golpe, con los murmullos que hacían los padres de familia y la chiquillería.
Después de unas breves palabras, pronunciadas temblorosamente, se sentó
aliviado y comenzó a llamar por sus nombres a los alumnos del primer grupo. Me
sentía realmente cansado con tanto tiempo como llevaba en pie. A cada nombre,
se adelantaba alguien de la fila y recibía su certificado. Algunos padres,
furiosos por el resultado adverso, la emprendían a trompadas contra sus hijos.
Compadecía sinceramente sus sufrimientos, pero me consolaba pensando que a mí
no podía sucederme lo que a ellos estaba sucediendo.
El primero de mi grupo fue
llamado. Era un tartamudo que nunca pudo encontrar la manera de dar una lección
en forma correcta; porque, a más de tartamudear, nunca se las aprendía.
El padre se hallaba a un lado
de la señora que iba en representación d mi familia. Le vi recibir el
certificado del hijo, abrirlo y leerlo y hacer un gesto de satisfacción. Esto
me extrañó un tanto, pero pronto me consolé, atribuyéndole al maestro una
bondad que estaba lejos de poseer.
Cuando llegó mi turno, me
adelanté, con cierta timidez, debo confesarlo, pero con una seguridad interior
que tenía por qué ser justificada. Recibí el certificado y ni siquiera lo abrí.
Tal como me fuera entregado lo llevé a quien me representaba. Ella no sabía
leer y se quedó aturdida, sin saber qué hacer con un papel que, a lo mejor, le
reservaba una alegría o una decepción. Porque me quería de una manera dulce y
buena, como solo saben querer aquellos que no tienen sino eso para dar.
El padre del tartamudo
comprendió la situación y se apresuró a decirle:
-¡Si usted quiere, señora..!
Ella le tendió el papel. El hombre lo abrió y
dejó escapar este comentario:
-¡Negro sinvergüenza..!
Y dirigiéndose a ella:
-¡Ha perdido el año…! ¡Póngalo
a trabajar, señora! ¡Esa porquería no va a servir para nada…!
De momento no entendí. Pensé
que el hombre había leído mal y le pedí que me dejara ver el certificado. Era
cierto. Allí estaba escrito, no había duda, yo mismo podía constatarlo. Me
pregunté por qué, desconcertado. El maestro seguía en su sitio. Lo miré con
rabia, con odio capaz de causarle la muerte, con una furia igual a la del
hombre a quien dan una palmada que no se ha merecido. No recuerdo que hubiese
sonreído. Me sostuvo la mirada, retándome, provocándome. Es una de las pocas
veces que me he sentido capaz de arrancarle la vida a alguien con un
sentimiento de felicidad. Nunca volví a ver a ese hombre en la vida. Pero sus
ojos se han seguido repitiendo en otros que he conocido, como si fueran él mismo con rostro diferente.
De él aprendí, sin embargo, una
cosa fundamental: que entre los infelices también hay diferencias profundas,
que los humildes en ocasiones adoptan el mismo punto de vista de los
poderosos y comienzan a levantar
murallas entre ellos con la esperanza de tender un puente que los asimile a una
clase social más alta. Debo aclarar que jamás sucede lo anterior en las
capas incontaminadas de la sociedad, en
el pueblo que tiene una conciencia de su insignificancia y al mismo tiempo de
su fuerza. Es invisible el fenómeno sobre todo
en la clase intermedia, la mal llamada pequeña burguesía, abyecto
reducto de sustentación para las clases superiores y su única defensa de los
justos anhelos de mejor estar de los desvalidos.
El incidente que he narrado
trajo consecuencias irreparables. Yo era un introvertido y desde entonces lo
fui más. Me acostumbré a hacer una vida para ser gozada solo por mí. Y fui
desarrollando un crudo egoísmo que hubiera llegado a destrozarme, si no hubiera
tenido la pasión de llenar cuartillas. Eso constituía una especie de
compensación para mi anormal comunicación con el mundo exterior. Hallé una
forma de volcarme sobre él, de hacerlo partícipe de mi mundo y participar a mi
vez del suyo. Y nada fuera de lo común hubiera sucedido si la actividad
literaria cuando se posesiona de un hombre no le restara la capacidad de actuar
en otros campos; pero la creación exige la entrega absoluta, la rendición
incondicional, el sometimiento a todas las contingencias, para brindar en
cambio el breve placer de una nota laudatoria o el perecedero resplandor de un
triunfo que dura lo que una candelada en el verano.
Todas las pruebas que he
soportado, en lucha contra el concepto imperante sobre el escritor, las debe
haber pensado también todo aquel que se dedique o se haya dedicado a escribir
en un país como el nuestro, donde el artista es tolerado apenas cuando la clase
dirigente quiere olvidar por unos minutos la tragedia de los balances y las
cotizaciones de la bolsa. Entonces esa clase rectora inepta pone sus
condiciones y obliga al artista a hacer una obra alejada de la realidad, con
materiales de segunda mano, pero que pueden servir si el objetivo es llenar los
deseos enfermizos de una casta que ha vivido los sufrimientos ajenos y que no
quiere un arte que pueda mostrarle su culpabilidad.
Para quienes quieran una forma
artística, nutrida de las condiciones de vida de la masa del pueblo colombiano,
el camino está vedado. Esta afirmación no es un capricho de teorizante, sino
una verdad dolorosa. En el año de 1951, tuve necesidad, porque creía que lo
hasta esa fecha escrito tenía un valor relativo y que era algo que se había
hecho en el país, de trasladarme a la capital. Traía miles de ilusiones y pocos
centavos. ¡Apenas un hatillo de peregrino, muchos, muchos, muchos sueños…!
¡Ignoraba la existencia de
jefaturas de redacción y la insolencia de los pontífices!
¡Qué de nombres que no se correspondían al
concepto que de ellos me había formado leyendo los suplementos literarios…! El
derrumbe de unos cuantos ídolos y la certeza de que a la literatura nacional le
estaba haciendo falta una inyección de honradez y un alejamiento de los
burgueses vanidosillos, endiosados por elogios inmerecidos. Desde el
conocimiento personal del mundillo literario capitalino, afirmé mi convicción
sobre el destino futuro de nuestras letras y adquirí la fe profunda de su
salvación por hombres que quieren acercarse al elemento popular y tratarlo de
manera nueva, alejada del academicismo y del purismo, señalándome un derrotero,
no confundiéndolo con las tediosas disquisiciones, dudas, problemas y
soluciones copiadas de las lecturas de los clásicos modernos.
Pero asumir esta posición
honrada tiene sus altibajos. Mientras los suplementos plantean a cada instante
una supuesta crisis cultural, los elementos que pueden reconciliar el pueblo
con el arte se pierden víctimas del hambre y la miseria.
Para sorpresa mía, pecaba
entonces de ingenuo, fui viendo cómo se cerraban con una sonrisa sardónica las
puertas a mis espaldas. Literatura sucia llamaban a mis escritos por el solo
hecho de usar términos que la moral y las buenas costumbres consideraban
lesivos. Todo un atentado constituye en el país el uso de palabras que figuran
en diccionario y que las señoras, las buenas señoras, consultaron a hurtadillas
cuando tenían doce años y no las olvidaron, a fuerza de repetirlas, en el curso
de sus vidas. Alguna vez tuve hasta un poco de compasión por un hombre a quien
yo tenía en gran estima y era director de una revista publicada por una
compañía de seguros. El hombre, nacido en un hogar que no se distinguió por la
abundancia de bienes materiales, pidió uno de mis cuentos para, tal vez, así lo
creía, darme el honor de incluirlo entre el material de su órgano de difusión.
Lo leyó y, poco a poco, la jovialidad que exhibía se fue trocando en una mueca
de fastidio, casi de rabia:
-Esto no se puede publicar –me dijo.
-¿Por qué? –le respondí.
-Muchas palabras feas...No propiamente feas; pero comprenda
que nuestra revista llega a manos de muchas damas de la sociedad…
-¿Y?
-Pues que no aguantaríamos la cantidad de reclamos que se
nos vendrían encima.
No le repuse nada. Me pareció
inútil discutir con un hombre de ese temple, escritor él mismo, y que le tenía
tanto horror al idioma como los gatos al
agua. La palabra usada, repetidas veces, era…!Gran carajo!
Si este buen burgués se
asustaba de un término como este, de uso corriente en la conversación familiar,
¿podría esperarse algo de los que como él marcaban la pauta en el arte
colombiano? Y aún tenían el descaro de hablar de crisis, cuando la crisis no
residía sino en ellos. Ocultaban las palabras para encubrir su propia podredumbre,
la carroña anímica, su incapacidad creadora, disfrazada con el oropel de las
frases seudo-brillantes y sin contenido. Arte para minorías selectas, creo que
lo llaman. Arte de distracción para ricachones neuróticos y jovenzuelos sin
oficio, lo llamaría yo.
Sobre lo anterior alguien me
recordaba la amarga queja de un crítico, si es que tenemos alguno, sobre el
alejamiento de las masas. “La gente no quiere leer” decía. Y no quiere leer
porque no comprende; porque no se ve reflejada en la obra, porque el pueblo, no
teniendo cultura, sabe reconocerse y comprende, si alguien está bien
intencionado respecto a él, los derroteros que se le señalan. No deben olvidar
nuestros europeizantes que las épocas más floridas de la literatura universal
han estado normadas por los pueblos y los escritores no han sido sino meros
escribanos, artesanos por mejor decirlo, de la voluntad popular.
Ejemplos recientes hay a granel
en la literatura moderna latinoamericana. La enseñanza de los ecuatorianos y su
vigorosa novela, conocida ya
universalmente, es digna de ser seguida. Ese pequeño pueblo ha tenido el valor
de presentar a la faz del mundo sus problemas sin avergonzarse por ello. Eso le
ha valido un sitio que los equivocados pontífices nuestros no han podido
obtener en el concierto de las naciones cultas de la tierra. Porque para llegar
a la universalidad hay que partir de los elementos que se tienen a mano y laborar con ellos para situarlos en planos
elevados de la creación. Lo contrario,
el sometimiento irrestricto a las culturas foráneas, sólo puede dar por
resultado el arte intuitivo, sin base de sustentación y sin valor alguno.
Puede ser que me haya alejado de mis propósitos iniciales al hacer
tan larga serie de consideraciones; pero se justifican si se tiene en cuenta que
el escritor está sometido a ellas, es una víctima del engranaje social que no
lo tiene en cuenta en su desarrollo.
Creo que tengo la suficiente
autoridad para hablar de problemas que he sufrido en carne viva; es más, creo
que los hombres que se inician y trabajan por hacer una gran obra que
enorgullezca las letras patrias, me comprenden. Ninguno de ellos ha podido
librarse del hambre, del sufrimiento, de la incomprensión de los dómines, de
las críticas del clan, de la mirada sardónica de los reyezuelos de redacción y
de los gritos de espanto de las viejas beatas que se ha apoderado de la cultura
nacional.
Tengo, eso sí, una fe profunda
en la fuerza de los humildes. Sé que vendrán otros hombres y harán accesible el
camino a los que vengan detrás de nosotros con idénticos anhelos. A ellos les
tocará la vida limpia que no hemos tenido la oportunidad de vivir. Mientras
tanto, es nuestro deber sostenernos firmes para no hacernos acreedores a su
desprecio.
Tomado de: Revista Mito, año I,
No. 6.(Bogotá, febrero-marzo de 1956).
.
NTC
… Nota: Este texto se publicó también en el libro de la Biblioteca Vivan los compañeros.
Cuentos completos. Carlos Arturo Truque , http://www.banrepcultural.org/sites/default/files/88092/05-Carlos_Truque_Vivan_los_companeros.pdf
, página 33, de Biblioteca de
Literatura Afrocolombiana Mayo 2010. Matriz: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biblioteca-afrocolombiana/vivan-los-companeros-truque
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NTC … Nota 2 (Nov. 10, 2014) : Este texto de CAT se publicó (Nov. 9, 2014) en el blog "ISLARIO" del poeta Alfredo Vanín : http://islariodelsur.blogspot.com/2014/11/carlosarturo-truque-escritor-invitado.html . Agradecemos el link a lo publicado aquí por nosotros.
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NTC ... ENLACES:
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14 de enero de 2015. Cap. 4 del libro (Fragmentos)
Truque: una elegía tardía
CARLOS A. MANRIQUE M.
nova série | número 45 | abril-maio | 2014
* Carlos A. Manrique M. (Bogotá D.C. 1959). Antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Investigador, Docente y Gestor Cultural. Ensayista y Escritor. Co-autor del libro LA TEORÍA ESPIRITUAL. Editorial Panamericana. Bogotá D.C. ( www.thespiritualtheory.com ) 2012. Autor del libro HACIA UNA ANTROPOLOGÍA ESPIRITUAL. UNA TEORÍA. Editorial Académica Española. 2012. Maneja el blogwww.antropologiaespiritual.blogspot.com
Este ensayo se publicó como Capítulo 6 del libro.
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*** 16 DE OCTUBRE, Buenaventura, 3:00 P.M
--- CARLOS ARTURO TRUQUE. HOMENAJE AL ESCRITOR CHOCOANO. PRESENTACION DEL LIBRO: "CARLOS ARTURO TRUQUE: VALORACION CRITICA", FABIO MARTINEZ(COMPILADOR). Dentro del PRIMER ENCUENTRO DE ESCRITORES DEL PACIFICO en el marco del Decimo Encuentro Universitario de la Cultura (ver más adelante) , UV, sede Buenaventura. PARTICIPARÁN: SONIA TRUQUE, COLOMBIA TRUQUE, MEDARDO ARIAS, OMAR ORTIZ, ENRIQUE CABEZAS RHER, MARY GRUESO, EDUARDO DELGADO, ELCINA VALENCIA y FABIO MARTINEZ (COMPILADOR). Invitan: La Universidad del Valle Sede Pacífico y el Banco de la República-Buenaventura. LUGAR: UNIVERSIDAD DEL VALLE-SEDE PACIFICO (BUENAVENTURA), AUDITORIO CESAR SARRIA.Entrada libre. Click derecho sobre las imágenes para ampliarlas en una nueva ventana. Luego click sobre la imagen para mayor ampliación. / NTC ... Enlaces: Vivan los compañeros. Cuentos completos. Carlos Arturo Truque: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biblioteca-afrocolombiana/vivan-los-companeros-truque . Biblioteca de Literatura Afrocolombiana
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---- Encuentro Universitario de la Cultura. Versión 10. Organiza e invita: Universidad del Valle- Sede Pacífico, Buenaventura. VIDEO PROMOCIONAL: https://www.facebook.com/video.php?v=752879018102595 . Facebook: https://www.facebook.com/EncuentroUnivalleSP. Click derecho sobre las imágenes para
ampliarlas en una nueva ventana. Luego click sobre la imagen para mayor ampliación / Imagen tomada de: https://www.facebook.com/EncuentroUnivalleSP/photos/pb.568500666540432.-2207520000.1412620628./750445961679234/?type=1&theater
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CARLOS ARTURO TRUQUE.
HOMENAJE AL ESCRITOR CHOCOANO.
PRESENTACION DEL LIBRO:
"CARLOS ARTURO TRUQUE: VALORACION CRITICA",
FABIO MARTINEZ(COMPILADOR).
Entrega de Placa
SONIA TRUQUE recibe la Placa
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NTC ... SEGUIMIENTOS
García Márquez y Carlos A. Truque, ABRAZO
EL TIEMPO, Julio 31, 1954.
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NTC ENLACE, fuente:
Archivo digital EL TIEMPO, 31 de julio 1954
-NTC ENLACE, fuente:
31 de diciembre de 2014
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En su 2a. etapa, provisional, publican y difunden
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