sábado, 15 de noviembre de 2014

"LA CRÍTICA LITERARIA YA NO EXISTE MÁS" (Josefina Ludmer), crónica, y "LENTA BIOGRAFÍA" (Sergio Chejfec), reseña. Por Carolina Urbano

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En su 2a. etapa, provisional, publican y difunden 
NTC … Nos Topamos Con 

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LA CRÍTICA LITERARIA YA NO EXISTE MÁS

Carolina Urbano


En el marco del evento “La letra argentina” organizado por la Universidad de Buenos Aires el 6 y 7 de noviembre, tuve el placer de escuchar a una de las críticas más prestigiosas que tiene Argentina, si no Latinoamérica, se trata de Josefina Ludmer, autora de El género gauchesco. Un tratado sobre la patria (1988) y El cuerpo del delito, un manual (1999), que son sus libros más conocidos y una lectura obligada en teoría literaria. No obstante, sus primeros libros, que ya han tenido traducciones a varios idiomas, nos devuelven a esa idea tradicional de lo que es la crítica literaria: el análisis de la obra de algún escritor, tal como lo hizo en Onetti (1977) y Cien años de soledad, una interpretación (1972). Por esto, quizás, es tan sorprendente cuando con la seguridad que da la experiencia como docente, como académica, y sobre todo, como lectora, afirma: “la crítica literaria ya no existe más”.
Es lo primero que le pregunta Florencia Garramuño en el conversatorio programado para “Letras argentinas”, y con su respuesta se desencadena una cantidad de ideas claras que redondea todo lo que se ha dicho al respecto de la literatura contemporánea. Para Josefina Ludmer, la crítica tradicional está agotada, es una manera muy limitada de mirar una obra si se tienen en cuenta las características de la literatura que se escribe en Argentina después de César Aira, que según ella, es el antes y el después para lo que a nivel local se llamaría lo contemporáneo. No se trata de una propuesta teórica sobre cómo debe ser analizada la literatura, es más bien una forma de asumir los cambios que la época inevitablemente arrastra consigo y que no se pueden ignorar. Por esto, piensa Ludmer, que cada tecnología de la escritura tiene su propia literatura, la imprenta, la máquina de escribir, tuvieron su literatura, así como hoy “la escritura electrónica produce una literatura”.
Tratando de resumir el enorme contenido de sus palabras, pienso en esas características que estuvo mencionando a lo largo del conversatorio: En primer lugar, estamos ante una literatura que ha perdido su potencial crítico, en parte como una manifestación de un período de transformación en el ámbito literario, cuya tendencia busca la completa democratización de lo literario, el rechazo a cualquier clase de élite cultural. Esto conlleva a otros aspectos como: la desintegración de los géneros, la fusión con otras esferas: la relacionada con lo político, por ejemplo, así como la débil frontera entre lo literario y lo no literario.
Otras característica importante es que ahora tenemos un autor mediático al que muchas veces se conoce primero que su obra. El lector llega a su obra a través de los medios que despertaron en él cierta curiosidad por lo que dijo o por el medio que lo recomienda. Con respecto al autor, dice también Ludmer algo que me llama poderosamente la atención: los escritores ya no tienen ideología, y si la tienen ya no importa, a nadie le interesa saber cuál es. Supongo que de ahí se desprende su tesis sobre la “lengua transparente”: la literatura es transparente en cuanto que la lengua no está modificada ni adornada y goza de la misma ambivalencia que tiene el lenguaje cotidiano, pues si bien es un lenguaje que supuestamente todos entendemos, así como puedo darle un sentido, también puedo darle el sentido contrario. Ante esto, Ludmer dice que al enfrentarnos a estos escritos solo queda la pregunta “¿cómo leemos esto?”. Yo pienso en Bellatin, en Lamborghini,  en Chefjec, mientras ella termina la charla diciendo “hoy la realidad de la literatura es la cotidianidad, antes era lo histórico”.

Paro aquí, no sin antes decir que la “muerte de la crítica literaria” no se queda sin un después. ¿Qué hay entonces? Josefina Ludmer lo dice con toda propiedad: la crítica literaria ha sido desplazada por el activismo cultural. Juzguen ustedes. Lo que queda es seguir leyendo a esta mujer, que además de ser una académica brillante es encantadora.


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Josefina Ludmer. Der.: Carolina Urbano, en primera fila
Ver videos, del MinCultura de Argentina, al final 
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"LENTA BIOGRAFÍA"
Carolina Urbano
No hay nada que expresar, nada con que expresarlo,
no querer expresarlo
Junto con la obligación de expresarlo
Samuel Beckett

Mientras lo literal es suficiente para no entender,
 resulta insuficiente para hacerlo
"Lenta Biografía"

La ópera prima (1990) del escritor argentino Sergio Chejfec (1956) pone de nuevo en el tapete el tema de la persecución de los judíos, a través de la historia de un hijo que intenta reconstruir el pasado de su padre (sobreviviente de la Shoá) para recordarnos que no hay relato, ni lenguaje, que pueda contar a satisfacción ese pasaje de la Historia. Ante esta imposibilidad y la necesidad de contarlo una y otra vez desde distintas miradas, géneros, etc., surge la pregunta ¿para satisfacer qué? ¿Para saber lo que ocurrió en realidad?, ¿para que no se repita?, ¿para tratar de entender? Y en ese sentido, ¿podemos entender el dolor de otros? Si la introspección, la experiencia interna de los sentimientos es como la experiencia del sueño que se expresa mutilada, fragmentada, incompleta, ¿cómo podríamos acercarnos a ellos? Tales son las cuestiones que nos plantea la novela de Chejfec, así también la idea que nos presentan de la realidad.
Lenta biografía parece un tratado sobre la incompletud, y a pesar de ella, pues finalmente es el intento  de expresarlo una vez más, de la necesidad, obligación de hacerlo, como señala Beckett. De ahí también lo esquivo que resulta lo literal: decir masacre, decir holocausto, genocidio, asesinato de más de cinco millones de judíos. Lo literal es eso que tanto nos aproxima, o creemos que nos aproxima a los hechos, a lo que de verdad ocurrió,  sin embargo, tales palabras pueden quedar con el tiempo vacías de sentido a fuerza de su uso y repetición. Se vuelven “palabras domesticadas” de acuerdo con la escritora colombiana Laura Restrepo, a propósito de palabras como guerra y paz. De lo que se trata entonces, no es de satisfacer algo  sino  de que a ese fragmento de Historia instaurado en la memoria colectiva se le vayan agregando otras palabras que ya no necesita las que fueron empleadas en la historia germinal.
Justamente algo de eso encontramos en Lenta biografía,  en un juego de memoria, repetición y hastío que luego vira a una enseñanza infantil, pues eso es lo que se puede “padecer” a lo largo de la novela: el hastío de la repetición. Por eso la atmósfera de la novela es espesa, densa, como cierto aire de exceso de ideas y recalentamiento mental,  como la humedad de Buenos Aires repetirá el narrador de una de las historias. Mas no es el hastío  por la historia misma (la de los judíos, que nunca se cuenta), sino de los elementos cotidianos que la  acompañan. Me explico. La novela se basa en dos historias centrales. La primera, del hijo que trata de conocer y entender el pasado de su padre, el cual es un misterio, pero que representa la identidad del hijo a fuerza de la construcción de un pasado ajeno, el de su padre, como si fuera su vida. Es el otro imaginado a partir de un recuerdo que no se tiene. Esta narración de la historia del padre y el hijo está acompañada de reiterativas y ambiguas conjugaciones verbales, todo era y sigue siendo, todo era pero es. Es un tipo de alusiones gramaticales con las que el autor nos muestra el deseo irrenunciable de conocer y descifrar el pasado europeo de su padre, tan denso e inevitable como la humedad de Buenos Aires.
La otra historia es la del perseguido, de un perseguido, de cualquiera. Sin embargo, aquí tampoco es la historia la que lleva al hastío (¿cuántos casos de judíos escondidos en el sótano de las casas puede haber?), sino con la señora que la cuenta  y su copita con anís, que bebe, que llena, que se sacia, que nos puede marear, como un eterno Leit –motiv del que no esperamos sentido alguno. Ahí es donde aparece el hastío: en la señora bebiendo su copita de anís, pero también en la frase: “En qué lugar del mundo voy a encontrar un padre como el mío”, o en: “ese idioma tan parecido a la masticación”, o la alusión a las costumbres argentinas. Esta repetición que nos sumerge a ese lugar recóndito de la paciencia del lector que ya ha soportado a Beckett, se revela al final como una suerte de pedagogía de la repetición como construcción de la memoria. Pedagogía en cuanto se alude a la “historia del cabrito”, texto que leía su padre antes de la cena en la noche de pascuas y que muchos conocemos gracias a la adaptación que hace el músico italiano Ángelo Branduardi (En la feria del Este). Es decir, del hastío pasamos a la pedagogía más simple: a la que se utiliza con los niños para estimular el aprendizaje de los conceptos: por repetición. Un giro de verdad inesperado que suaviza toda la pesadez y un poco la asfixia, cuando no el tedio, de esa atmósfera creada por Sergio Chejfec, porque, para entonces, ya el lector ha descubierto el truco del mago y una sonrisa maliciosa seguramente aparecerá. Para quien, como yo, se enfrenta por primera vez a este autor, dicho artificio parece un rasgo, la impronta de un buen narrador a quien sería interesante seguirle la pista.   Han pasado más de catorce años desde esta, su primera novela. Tiene una prolífica obra entre la novela, la poesía y el ensayo, así que pueden empezar por donde quieran.

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***  25 y 26 DE NOVIEMBRE, 2014, Tuluá, UCEVA

--- LA OBRA DE GARCÍA MÁRQUEZ. Seminario. Por Mg. Carolina Urbano,Universidad de Buenos Aires, ArgentinaDetalles:  Click derecho sobre las imágenes para ampliarlas en una nueva ventana. Luego click sobre la imagen para mayor ampliación
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