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LA
CRÍTICA LITERARIA YA NO EXISTE MÁS
Carolina Urbano
En el marco del evento “La
letra argentina” organizado por la Universidad de Buenos Aires el 6 y 7 de
noviembre, tuve el placer de escuchar a una de las críticas más prestigiosas
que tiene Argentina, si no Latinoamérica, se trata de Josefina Ludmer, autora de El
género gauchesco. Un tratado sobre la patria (1988) y El cuerpo del delito, un manual (1999), que son sus libros más
conocidos y una lectura obligada en teoría literaria. No obstante, sus primeros
libros, que ya han tenido traducciones a varios idiomas, nos devuelven a esa
idea tradicional de lo que es la crítica literaria: el análisis de la obra de
algún escritor, tal como lo hizo en Onetti
(1977) y Cien años de soledad, una
interpretación (1972). Por esto, quizás, es tan sorprendente cuando con la
seguridad que da la experiencia como docente, como académica, y sobre todo,
como lectora, afirma: “la crítica literaria ya no existe más”.
Es lo primero que le pregunta Florencia
Garramuño en el conversatorio programado para “Letras argentinas”, y con su
respuesta se desencadena una cantidad de ideas claras que redondea todo lo que
se ha dicho al respecto de la literatura contemporánea. Para Josefina Ludmer,
la crítica tradicional está agotada, es una manera muy limitada de mirar una
obra si se tienen en cuenta las características de la literatura que se escribe
en Argentina después de César Aira, que según ella, es el antes y el después
para lo que a nivel local se llamaría lo contemporáneo. No se trata de una
propuesta teórica sobre cómo debe ser analizada la literatura, es más bien una
forma de asumir los cambios que la época inevitablemente arrastra consigo y que
no se pueden ignorar. Por esto, piensa Ludmer, que cada tecnología de la
escritura tiene su propia literatura, la imprenta, la máquina de escribir,
tuvieron su literatura, así como hoy “la escritura electrónica produce una
literatura”.
Tratando de resumir el enorme contenido
de sus palabras, pienso en esas características que estuvo mencionando a lo
largo del conversatorio: En primer lugar, estamos ante una literatura que ha
perdido su potencial crítico, en parte como una manifestación de un período de
transformación en el ámbito literario, cuya tendencia busca la completa
democratización de lo literario, el rechazo a cualquier clase de élite
cultural. Esto conlleva a otros aspectos como: la desintegración de los
géneros, la fusión con otras esferas: la relacionada con lo político, por
ejemplo, así como la débil frontera entre lo literario y lo no literario.
Otras característica importante es que
ahora tenemos un autor mediático al que muchas veces se conoce primero que su
obra. El lector llega a su obra a través de los medios que despertaron en él cierta
curiosidad por lo que dijo o por el medio que lo recomienda. Con respecto al
autor, dice también Ludmer algo que me llama poderosamente la atención: los
escritores ya no tienen ideología, y si la tienen ya no importa, a nadie le
interesa saber cuál es. Supongo que de ahí se desprende su tesis sobre la
“lengua transparente”: la literatura es transparente en cuanto que la lengua no
está modificada ni adornada y goza de la misma ambivalencia que tiene el
lenguaje cotidiano, pues si bien es un lenguaje que supuestamente todos
entendemos, así como puedo darle un sentido, también puedo darle el sentido
contrario. Ante esto, Ludmer dice que al enfrentarnos a estos escritos solo
queda la pregunta “¿cómo leemos esto?”. Yo pienso en Bellatin, en Lamborghini, en Chefjec, mientras ella termina la charla
diciendo “hoy la realidad de la literatura es la cotidianidad, antes era lo
histórico”.
Paro aquí, no sin antes decir que la
“muerte de la crítica literaria” no se queda sin un después. ¿Qué hay entonces?
Josefina Ludmer lo dice con toda propiedad: la crítica literaria ha sido
desplazada por el activismo cultural. Juzguen ustedes. Lo que queda es seguir
leyendo a esta mujer, que además de ser una académica brillante es encantadora.
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Josefina Ludmer. Der.: Carolina Urbano, en primera fila
Ver videos, del MinCultura de Argentina, al final
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"LENTA BIOGRAFÍA"
Carolina Urbano
No hay nada que expresar,
nada con que expresarlo,
no querer expresarlo
Junto con la obligación de
expresarlo
Samuel Beckett
Mientras lo literal es
suficiente para no entender,
resulta insuficiente
para hacerlo
"Lenta Biografía"
La ópera prima (1990) del escritor argentino Sergio Chejfec (1956)
pone de nuevo en el tapete el tema de la persecución de los judíos, a través de
la historia de un hijo que intenta reconstruir el pasado de su padre
(sobreviviente de la Shoá) para recordarnos que no hay relato, ni lenguaje, que
pueda contar a satisfacción ese pasaje de la Historia. Ante esta imposibilidad
y la necesidad de contarlo una y otra vez desde distintas miradas, géneros,
etc., surge la pregunta ¿para satisfacer qué? ¿Para saber lo que ocurrió en
realidad?, ¿para que no se repita?, ¿para tratar de entender? Y en ese sentido,
¿podemos entender el dolor de otros? Si la introspección, la experiencia
interna de los sentimientos es como la experiencia del sueño que se expresa
mutilada, fragmentada, incompleta, ¿cómo podríamos acercarnos a ellos? Tales
son las cuestiones que nos plantea la novela de Chejfec, así también la idea
que nos presentan de la realidad.
Lenta
biografía parece
un tratado sobre la incompletud, y a pesar de ella, pues finalmente es el
intento de expresarlo una vez más, de la
necesidad, obligación de hacerlo, como señala Beckett. De ahí también lo esquivo
que resulta lo literal: decir masacre, decir holocausto, genocidio, asesinato
de más de cinco millones de judíos. Lo literal es eso que tanto nos aproxima, o
creemos que nos aproxima a los hechos, a lo que de verdad ocurrió, sin embargo, tales palabras pueden quedar con
el tiempo vacías de sentido a fuerza de su uso y repetición. Se vuelven
“palabras domesticadas” de acuerdo con la escritora colombiana Laura Restrepo,
a propósito de palabras como guerra y paz. De lo que se trata entonces, no es
de satisfacer algo sino de que a ese fragmento de Historia instaurado
en la memoria colectiva se le vayan agregando otras palabras que ya no necesita
las que fueron empleadas en la historia germinal.
Justamente algo de eso encontramos en Lenta biografía, en un juego de memoria, repetición y hastío
que luego vira a una enseñanza infantil, pues eso es lo que se puede “padecer”
a lo largo de la novela: el hastío de la repetición. Por eso la atmósfera de la
novela es espesa, densa, como cierto aire de exceso de ideas y recalentamiento
mental, como la humedad de Buenos Aires
repetirá el narrador de una de las historias. Mas no es el hastío por la historia misma (la de los judíos, que
nunca se cuenta), sino de los elementos cotidianos que la acompañan. Me explico. La novela se basa en
dos historias centrales. La primera, del hijo que trata de conocer y entender
el pasado de su padre, el cual es un misterio, pero que representa la identidad
del hijo a fuerza de la construcción de un pasado ajeno, el de su padre, como
si fuera su vida. Es el otro imaginado a partir de un recuerdo que no se tiene.
Esta narración de la historia del padre y el hijo está acompañada de
reiterativas y ambiguas conjugaciones verbales, todo era y sigue siendo, todo era pero es. Es un tipo de alusiones gramaticales con las que el autor nos
muestra el deseo irrenunciable de conocer y descifrar el pasado europeo de su
padre, tan denso e inevitable como la humedad de Buenos Aires.
La otra historia es la del perseguido,
de un perseguido, de cualquiera. Sin embargo, aquí tampoco es la historia la
que lleva al hastío (¿cuántos casos de judíos escondidos en el sótano de las
casas puede haber?), sino con la señora que la cuenta y su copita con anís, que bebe, que llena,
que se sacia, que nos puede marear, como un eterno Leit –motiv del que no esperamos sentido alguno. Ahí es donde
aparece el hastío: en la señora bebiendo su copita de anís, pero también en la
frase: “En qué lugar del mundo voy a encontrar un padre como el mío”, o en: “ese
idioma tan parecido a la masticación”, o la alusión a las costumbres
argentinas. Esta repetición que nos sumerge a ese lugar recóndito de la
paciencia del lector que ya ha soportado a Beckett, se revela al final como una
suerte de pedagogía de la repetición como construcción de la memoria. Pedagogía
en cuanto se alude a la “historia del cabrito”, texto que leía su padre antes
de la cena en la noche de pascuas y que muchos conocemos gracias a la
adaptación que hace el músico italiano Ángelo Branduardi (En la feria del Este). Es decir, del hastío pasamos a la pedagogía
más simple: a la que se utiliza con los niños para estimular el aprendizaje de
los conceptos: por repetición. Un giro de verdad inesperado que suaviza toda la
pesadez y un poco la asfixia, cuando no el tedio, de esa atmósfera creada por
Sergio Chejfec, porque, para entonces, ya el lector ha descubierto el truco del
mago y una sonrisa maliciosa seguramente aparecerá. Para quien, como yo, se
enfrenta por primera vez a este autor, dicho artificio parece un rasgo, la
impronta de un buen narrador a quien sería interesante seguirle la pista. Han pasado más de catorce años desde esta,
su primera novela. Tiene una prolífica obra entre la novela, la poesía y el
ensayo, así que pueden empezar por donde quieran.
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--- LA OBRA DE GARCÍA MÁRQUEZ. Seminario. Por Mg. Carolina Urbano,Universidad de Buenos Aires, Argentina. Detalles: Click derecho sobre las imágenes para ampliarlas en una nueva ventana. Luego click sobre la imagen para mayor ampliación
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