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-VIENE y COMPLEMENTACIONES A:
24 de mayo de 2015
Vida, pasión y literatura en Óscar Collazos
Por:
Álvaro Suescún T.
Publicado
en Revista Olas # 4, Barranquilla, Marzo de 1985.
NTC ... agradece al autor por sus valiosos aportes y por las autorizaciones para publicarlos
Al
llegar a Barranquilla – ayer, poco después del mediodía- Óscar Collazos recibió
la bienvenida de una sofocante ráfaga de calor que poca mella pudo hacerle,
acostumbrado como estuvo a otros recibimientos similares en La Habana o en
Buenaventura, ciudades que en sus recuerdos marcaron momentos de los que aún
hace ostentación.
La
Cámara de Comercio lo invitó para dictar
una conferencia sobre La Modernidad de la Literatura Hispanoamericana. El
auditorio fue superior al espacio y muchos se esforzaban por escuchar el
derroche de su ilustración desplazándose por fechas, cifras, y anécdotas que
han sido llevadas al salón de la fama de su memoria emotiva. Habló a placer de
la obra de José Martí, Rubén Darío, Amado Nervo, Vicente Huidobro, José
Asunción Silva, Cesar Vallejo, Nicolás Guillén, Jorge Luis Borges, entre otros
escritores cuyas obras considera nuestra respuesta al romanticismo tardío que
se conoció con el nombre de modernismo.
A la
hora del almuerzo el periodista Carlos Flores Sierra lo ha tomado de su cuenta,
y es en su apartamento este encuentro. En los antecedentes tuvimos una
conversación nutrida en la que participamos con el anfitrión y su yerno, José
Luis Rojas, quien además, funge como editor de la revista Olas. No pudo evitar
en algún momento preguntar por Germán Vargas, a quien le está debiendo un
abrazo. Se lo ha perdido por estar en Bogotá por estos días.
Acomodados
en un ambiente plácido, previamente refrigerado, bajo la tutela de un par de
obras de Loochkartt y de un carboncillo de Joan Mallol, alrededor de una
carreta típica que Mirian Prieto, trajo de Costa Rica y que, en su casa, sirve
para guardar en su colorido costillar una conveniente ración de licores que
vamos consumiendo en la misma medida en que agotamos la conversación. Collazos
hace una previa en la que nos introduce en sus primeros contactos con Germán, y
otros escritores e intelectuales que halló en la capital, cuando llegó allá por
vez primera, en los años 60s.
Desfilaron
por sus recuerdos personajes como Marta Traba, Germán Espinosa, Santiago
García, Enrique Buenaventura, Luis Fayad, Mejía Vallejo, J. Mario, entre otros
intelectuales que, en bloque, se proponían un enfrentamiento a los valores
tradicional en la cultura colombiana. No tenía veinticinco años. Son aquellos
días en los que publica sus primeros relatos, experimentales, que deslumbran
por su fuerza, por el tratamiento diferente en el manejo de la técnica
literaria en los que desnuda a sus protagonistas en la intimidad de sus
pensamientos, dándole amplitud a sus sentimientos, intentando reflejar la situación
de nuestro mundo. Sus cuentos son realistas y se desenvuelven en entornos
urbanos.
Con las
primeras de cambio nos da cuenta de que es un escritor progresista. En 1969,
siendo director del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las
Américas, en Cuba, adelantó un debate escrito con Julio Cortázar y Mario Vargas
Llosa sobre la relación entre escritura y compromiso político, poco después se
fue a vivir en Europa, muchos años, dedicado a la novela, al ensayo y al
periodismo. Así, whisky en mano, adelantamos nuestra primera pregunta para
conocer qué tanta afinidad hay entre sus libros y sus experiencias personales,
su biografía.
-Esa
relación entre los libros y la biografía viene a ser el punto de partida
fundamental. Borges dijo, en alguna parte, que todo escritor inventa sus
precursores, difícilmente se podría negar esta aseveración. ¿En qué medida un
escritor como Collazos inventa a sus precursores?
-Se
inventan por aquello que Goethe llamaba "afinidades electivas"; un
lector encuentra mayor familiaridad con ciertos libros y con ciertos autores;
uno encuentra que este autor y no otro, está más cerca de las experiencias, más
cerca de la sensibilidad, más cerca de la voluntad de crear. En esa medida,
pues, uno inventa a sus precursores, uno inventa una línea a seguir. Esa línea
seguida ya se diferencia de esa primera fase del aprendizaje, -dice.
-
¿Integraste algún grupo literario en esos comienzos? -le pregunto.
-Mi
formación caótica de lector se corresponde con mi formación caótica de escritor,
-dice. Una vez retirado de la facultad de sociología de la Universidad Nacional
inicie eso que podría llamarse mi carrera de escritor. La bohemia se
compaginaba con la voluntad de escribir. Había que crear una especie de tribu.
El ejercicio de la literatura, sobre todo en este país, donde es bastante
marginal, en donde los escritores somos viajeros de tercera clase, donde solo
somos reconocidos socialmente cuando nos llega la fama o la fortuna, en un país
como este se exige que el escritor busque a sus semejantes, se proteja entre
ellos. Así que, por necesidad de autoprotección empezamos a crear grupos de
amigos. Esta situación no era nueva; está en la historia de todas las
literaturas o, al menos de la literatura contemporánea. En una época estos
grupos se llamaron movimientos, en otras se llamaban tendencias, pero ya es
imposible hablar de tendencias o de movimientos porque la historia de la
literatura del siglo XX es la historia de la dispersión y de la conquista de la
libertad, así que solo nos quedaban la fraternidad y la amistad. En este
sentido, pues, transcurren mis primeros años de escritor.
-Todo
escritor –le digo-, va siendo una suma de etapas, en las que va haciendo
conciencia del mundo al que pertenece, donde nació, donde inició y se
desarrolla su dinamismo vital. ¿Dónde y cómo fueron tus inicios?
-Mi padre, caleño ávido de aventuras, -dice-, se había sumado a un grupo compuesto por algunos antioqueños, unos caldenses y otros vallunos para colonizar la selvática zona aledaña a lo que posteriormente se conoció como Bahía Solano, en el Chocó sobre el océano Pacifico. Allí se había proyectado localizar la desembocadura de un canal interoceánico que competiría en mejores condiciones con el actual de Panamá por su privilegiada ubicación geográfica y estratégica. Además, se instalaría un importante puerto pesquero y un centro maderero de importancia. Esa ilusión les duró algunos años hasta que el paludismo, el desencanto y la ceguera de la clase dirigente fueron menguando sus ilusiones y sus ímpetus y los fue matando uno a uno. Allí nací y allí viví hasta los siete años cuando mi familia se trasladó a Buenaventura por obligadas circunstancias: En los días siguientes al asesinato de Gaitán, durante la revuelta que se desencadenó, los liberales de Bahía Solano –que eran sus amigos- se dieron cuenta de que mi padre era conservador, así que le dieron por encierro nuestra propia casa y de vez en cuando iban a visitarle para practicarle alguna requisa; después de esta operación se quedaban tomando aguardiente hasta altas horas sin hablar de política. El decidió cortar con aquella situación trasladándonos con nuestros bártulos a la ciudad costera de mejores perspectivas.
-Su voz
es recia, convincente, y la acompaña con los malabares que dibuja en el aire
una de sus manos mientras en la otra consume un cigarrillo de tabaco negro,
francés. Es un torrente de palabras.
-En
Buenaventura comienza mi educación para la vida –continúa, él-. Una buena parte
de mi infancia y la más turbulenta adolescencia, hasta cumplir los veinte años,
estuve ligado a ese puerto internacional
repleto de burdeles y desarraigados. Durante mi bachillerato conocí a un
extraordinario hombre, el profesor Martínez, quien me daba algunas cosas para
leer. Estoy seguro que de allí arranca mi afición por la lectura. En mi casa
solamente había unos cuantos ejemplares de Reader's Digest y de Mecánica Popular,
antes había leído penecas de Hopalong Cassidy, El Enmascarado de Plata, Red
Ryder escribía poemas malísimos con marcado acento de Castro Saavedra y de
Neruda y con ellos me ganaba algunos premios en los concursos colegiales. Los
primeros libros que tuve los robé en la biblioteca del colegio, después los
compraría, generalmente de segunda mano. Mi casa estaba al lado del matadero municipal,
estaba rodeada de chozas y tugurios llenos de negros, en las noches se
escuchaban sus lamentos rituales hasta el amanecer. Mis noches eran también las
noches del chagualo, de los cantos fúnebres, de los ritos espirituales. Allí conocí
y bailé la guaracha -que entonces no se llamaba salsa, como ahora-, era también
muy marcada la discriminación racial, los notables de la ciudad se habían
apoderado de los centros sociales, de los altos cargos de la aduana y de las
mejores posiciones en la rama administrativa. Ellos eran todos blancos.
- La
vehemencia no desaparece, tampoco mengua la catarata abierta de sus frases. Una
rápida ojeada por los terrenos de su vasta obra literaria hace notar la manera
como quedaron aquellos recuerdos en la costra de su mente. En los libros de cuentos
El verano también moja las espaldas
y Son
de máquina, así como en la novela Los
días de la paciencia (1976), existen algunos episodios en los cuales la
discriminación racial es puesta sobre el tapete, allí se habla de una
separación cultural que existe en las fronteras de las razas, la negra -supuestamente
costeña-, y la blanca -supuestamente andina-. Allí también ha quedado
consignada la estricta rigurosidad en el tratamiento de la familia, padres que prohíben
a sus hijos las relaciones y la compañía de aquellos, ilusoria advertencia que carecía
de asidero práctico por cuanto aquel niño estaba rodeado de un mar de negros
por todas partes.
- Me
fui para Bogotá –dice- con la intención de estudiar sociología en la
Universidad Nacional. Ya había publicado mis primeros cuentos en El Espectador.
De las clases poco me importaba, casi todo el tiempo estábamos tirados sobre
los prados leyendo literatura, haciendo comentarios de textos, lecturas en
grupos. Por aquellos días conocí a Camilo Torres quien, junto a Fals Borda, insistió
para que no me retirara de la carrera, pero ya las cartas de mi vida estaban
echadas. Regresé a la aventura de Cali, una vida bohemia, repleta de episodios
subyugantes: me vinculé al Teatro Escuela de Cali, TEC, y a Enrique
Buenaventura, su director. Escribí obras para teatro que tuvieron una tardía repercusión.
Escribí y recopile unos cuantos cuentos para concursar en el Festival de Arte
de Cali en 1965. Gané. Aquel libro se convirtió, un año después, en El Verano también moja las espaldas,
publicado en Medellín por una pequeña editorial que sobrevivía gracias a los
estados anímicos y los pocos financieros que le insuflaban Óscar Hernández,
Manuel Mejía Vallejo y Darío Ruiz Gómez. Se llamaba Papel Sobrante. Por
aquellos días se estrenaron mis obras para teatro “Qué tal chicos” y “El
Soldado Paz que nunca fue a la guerra”, basada en el asesinato de un militante
del Movimiento Obrero Estudiantil Campesino (Moec) que prestaba su servicio militar
en la Tercera Brigada. Con esta obra gané el primer premio de un concurso
nacional de teatro. Fue entonces cuando mis amigos de Medellín me propusieron
irme a vivir a la bella villa. Con un poco de periodismo, alguna monitoría en
una Universidad, y con algunas conferencias que dictaba, con esas cosas sobrevivía.
- De
Medellín trajeron ahora algunas noticias. Se acaba de realizar allí un ciclo de
conferencias sobre la ciudad en literatura, una de las mejores ponencias fue
presentada por uno de los integrantes del Nadaísmo, quizá su mejor exponente,
Jaime Jaramillo. Curiosamente allí el escritor antioqueño enrostra a los nuevos
en esta actividad por su inercia, por su carencia de combatividad y de
enfrentamiento a la heredad de sus mayores. Se recordará que de Collazos fueron
conocidos sus enfrentamientos con el Nadaísmo que surgió lanza en ristre contra
todas las generaciones literarias que le antecedieron. Collazos, pese a ser uno
más de su generación, nunca comulgó con ellos. Es más, fueron frecuentes sus polémicas.
Gonzalo Arango, que fue finalista en los concursos que ganó Collazos, le dedicó
una de sus célebres catilinarias. Él los recuerda, pero no le agrega mayor importancia
a estos episodios. Sigue de largo, es una ráfaga.
- Bogotá
1967. De esa época es rescatable el trabajo que realizamos junto a German
Vargas y Plinio Mendoza en un periódico partidista, "Encuentro liberal". Por aquellos días se
restablecieron las relaciones diplomáticas con la URSS e invitaron a una serie
de personalidades, entre las que cabía un escritor joven. Yo fui el escogido.
AI regreso pensé que no debía retornar como cualquier montañero, así que me
quedé en Europa un tiempo adicional para intentar vivir la aventura parisina.
Estando allí reventaron los acontecimientos de Mayo del 68. Vivía en un
cuartucho con buena iluminación y el resto lo obtenía gracias a los amigos, a
las traducciones y a las clases que dictaba. Al finalizar ese año retorné a Medellín.
Había dispuesto mis cachivaches para instalarme durante un tiempo prolongado
cuando recibí una invitación para hacer parte del jurado del concurso Casa de
las Américas, iba por un mes solamente. Pero en esos días Mario Benedetti
regresó a Montevideo luego de su enorme cantidad de años en el exilio, dejando
a mi cargo su trabajo de director en el Centro de Investigaciones Literarios de
La Habana. Eso me duró un par de años en los cuales no escribí ningún texto
narrativo. Tuve, sin embargo una gran experiencia, pues debí ponerme al día en
el conocimiento de nuestra literatura, de allí resultó un libro sobre los
vanguardismos y varios textos sobre literatura latinoamericana. En ese tiempo
tuve la fortuna de conocer y entablar amistad con Mario Benedetti, Alejo
Carpentier, Julio Cortázar, Galeano, Juan Goytisolo, René Depestre, Fernández
Retamar, Jean Franco, Marta Lynch, Margaret Randall, entre otros.
A finales de
1969, Ángel Rama me pide para el semanario “Marcha”, de Montevideo; un ensayo
sobre la relación entre escritura y compromiso político. Escribí "La encrucijada del lenguaje" ( 1 ). Vargas Llosa y Cortázar también escribieron sobre el asunto
y se desarrolló un gran debate de réplicas sucesivas que fueron seguidas en
todo el continente, y cuyo contenido se publicó un año más tarde en México, por
la editorial Siglo XXI, bajo el título Literatura y revolución y revolución en la literatura, con la recopilación completa de la polémica. Corregí Los días de la paciencia que había
comenzado a escribir en Medellín y que había finalizado en Paris. Aquellos
fueron días de reflexión político cultural, años de enriquecimiento en el campo
de la formación ideológica. De La Habana seguí para Estocolmo a donde había
sido invitado por una amiga Sueca.
Terminadas
las relaciones que motivaban mi presencia en aquel país regresé a Colombia para
trabajar como corresponsal de Prensa Latina durante un año. Después, desde
octubre de 1972, estoy en Barcelona. Al comienzo no fue nada fácil, a alguien
le explicaba los conflictos que representaron para mí la elaboración de los
textos que integraron “Crónicas de tiempo
muerto”, con el que fui finalista del Premio Biblioteca Breve de Novela, en
su primera versión, galardón que es concedido anualmente por la editorial Seix
Barral a una novela inédita en lengua castellana. Colaboré como lector en
editoriales españolas y en revistas culturales de la ciudad Condal, donde
frecuenté a los escritores Juan Marsé, José Maria Castellet, José Agustín y
Luis Goytisolo, Enrique Vila-Matas y Cristina Fernández Cubas, además estaban
los grandes, los miembros del denominado Boom
latinoamericano, José Donoso, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, García
Márquez -entre otros- tenían allí su
habitual sitio de residencia. Existía, además, una gran industria editorial,
sin embargo nada de eso se constituye en el motivo de mi viaje a esa ciudad.
Viajo en pos de una mujer de quien me he enamorado y se ha ido a vivir a
Barcelona”.
Óscar
hace una pausa, para encender un nuevo cigarrillo, luego apura un sorbo largo
de whisky, le digo que es de la editorial Lumen, de Barcelona, la colección Palabra Menor, que dirigía Cristina Peri
Rossi, junto a Collazos que allí publica A
golpes, recopilación de seis de sus cuentos están autores como Alejo
Carpentier, Julio Cortázar, Felisberto Hernández Ana María Moix, Max Aub y
Beatriz de Maura. Agrego que un rápido recuento nos da los siguientes nombres
de narradores Colombianos afincados en Barcelona: Rafael Humberto Moreno Duran,
Héctor Sánchez, Luis Fayad, Magil, Ricardo Cano Gaviria. Pienso con malicia que
allí tiene que existir un apetitoso bocado, un suculento anzuelo, algo más que
un trino de canario al frente de un espejo en la caminata por las ramblas, al
atardecer…., se lo digo.
- Mis
peripecias biográficas de entonces me han marcado con una cierta actividad,
sedentaria, quizá gustaba un poco retirarme de la edad de la razón lo que no
obstaba para realizar una actividad un tanto turbulenta en la vida privada.
Existe el intento por la recuperación de la actividad narrativa. Por aquellos días
se publicaron Los días de la paciencia
y ese que mencionas, A Golpes, escrito enteramente en Barcelona y que marcó
nuevamente mi regreso, también publique una serie de textos poéticos, ensayos,
miscelánea que toma el nombre de Biografía
del desarraigo que se publica por la editorial Siglo XXI, en Buenos Aires.
En 1974 coincide la publicación de dos libros sobre cuentos y en el 75 aparece Crónica de tiempo muerto, ya
prácticamente estoy trabajando al 100 %, dedicado en absoluto a las actividades
literarias, incluyendo la actividad paralela de redactor para la enciclopedia
Espasa y como colaborador de algunas publicaciones de la ciudad. Además, esporádicamente,
como conferencista.
El año
siguiente me regala el regreso a Colombia en un largo periplo que abarca desde Méjico
hasta el Ecuador. Me estaciono en Bahía Solano un largo tiempo mientras rehago
las cuartillas que conformarán después los Textos
al margen, publicados por Colcultura más tarde”.
- Recuerdo
haberlo visto la tarde anterior como un contertulio adicional, disparando
palabras en un lenguaje claro, bien manejado, con un tono medido como quien
intenta llegar a la perfección del
lenguaje: escribir y hablar y pronunciar ben. Ahora, allí al frente, con José
Luis Rojas como testigo, reafirma esa actitud cercana a la prepotencia, a la
convicción plena de saberse arañando la meta prefijada. Más tarde él señalaría
que había escrito un libro sobre García Márquez para quitárselo de encima.
Alguien afirmó, rotundo, que se trataba de un acto oportunista, él, escueto,
respondió que tenía un gran archivo con recopilación de materiales relacionados
con el Nobel que le estaba quitando espacio a sus zapatos.
- Un año
más. Ahora Berlín. En 1976 había sido invitado por una organización cultural
para transcurrir un año allí mientras adelantaba la preparación de un nuevo
libro, era una beca auspiciada por Berliner Künstlerprogramm, de la que nació Todo o nada editado por La Oveja Negra.
Más tarde realicé un texto de divulgación sobre André Malraux, después Jóvenes, pobres amantes, en el que está incluido el texto De
putas y virtuosas, junto a algunos trabajos especiales hechos por pedido de
algunas editoriales. Este año hice un trabajo que a la postre me resultó interesantísimo,
sobre los castillos de España, recorrí alrededor de diez de estos palacios
reales y también logré terminar otro sobre los paradores nacionales, unas
viejas casonas elevadas a la talla de monumentos históricos, convertidos en
hoteles. Más recientemente entregué los originales de “Tal como el fuego fatuo”, título que me prestó gentilmente don
Manuel de Falla, a la Editorial Plaza y Janes.
Ahora
preparo la elaboración de un documento periodístico sobre la situación de
Nicaragua. Hace diez años estuve allí por invitación de Pedro Joaquín Chamorro
y Sergio Ramírez, y he regresado para palpar directamente las diferencias que
se han establecido desde entonces. Traje de regreso una maleta repleta de
información de campo: estuve en el archivo de Somoza, hice un diario con las
charlas improvisadas y los encuentros con la gente que participó en el proceso,
hice documentos sobre los frentes de guerra, sobre los contras, sobre quienes
cayeron apresados por ellos. El único hilo conductor es el diario. Un par de
meses me llevará el procesamiento de este material.
-Nos
llaman a la mesa, y se interrumpen nuestros whiskies, que eran el pretexto de
esta amena conversación que, sin embargo, tiene sus pausas para dar cuenta de
un exquisito estofado que ha preparado la anfitriona. Ahora piensa recoger sus
cuentos publicados por Pent-house en un libro ilustrado por el pintor español Antonio
Saura, con este sumaria ya la veintena. Así es Òscar Collazos, autor que desde
su primer libro fue acogido por los dos mejores escritores contemporáneos
colombianos, Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio, y por Germán
Vargas, quien propició este encuentro desde su impensable lejanía.
28 de
febrero de 1985
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