sábado, 30 de mayo de 2015

Vida, pasión y literatura en Óscar Collazos. Por: Álvaro Suescún T. Revista Olas # 4, Marzo de 1985.

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24 de mayo de 2015

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Vida, pasión y literatura en Óscar Collazos

Por: Álvaro Suescún T.
Publicado en Revista Olas # 4, Barranquilla, Marzo de 1985.
NTC ... agradece al autor por sus valiosos aportes y por las autorizaciones para publicarlos
Álvaro Suescún y Óscar Collazos. 1985

Al llegar a Barranquilla – ayer, poco después del mediodía- Óscar Collazos recibió la bienvenida de una sofocante ráfaga de calor que poca mella pudo hacerle, acostumbrado como estuvo a otros recibimientos similares en La Habana o en Buenaventura, ciudades que en sus recuerdos marcaron momentos de los que aún hace ostentación.

La Cámara de Comercio lo invitó para  dictar una conferencia sobre La Modernidad de la Literatura Hispanoamericana. El auditorio fue superior al espacio y muchos se esforzaban por escuchar el derroche de su ilustración desplazándose por fechas, cifras, y anécdotas que han sido llevadas al salón de la fama de su memoria emotiva. Habló a placer de la obra de José Martí, Rubén Darío, Amado Nervo, Vicente Huidobro, José Asunción Silva, Cesar Vallejo, Nicolás Guillén, Jorge Luis Borges, entre otros escritores cuyas obras considera nuestra respuesta al romanticismo tardío que se conoció con el nombre de modernismo.

A la hora del almuerzo el periodista Carlos Flores Sierra lo ha tomado de su cuenta, y es en su apartamento este encuentro. En los antecedentes tuvimos una conversación nutrida en la que participamos con el anfitrión y su yerno, José Luis Rojas, quien además, funge como editor de la revista Olas. No pudo evitar en algún momento preguntar por Germán Vargas, a quien le está debiendo un abrazo. Se lo ha perdido por estar en Bogotá por estos días.

Acomodados en un ambiente plácido, previamente refrigerado, bajo la tutela de un par de obras de Loochkartt y de un carboncillo de Joan Mallol, alrededor de una carreta típica que Mirian Prieto, trajo de Costa Rica y que, en su casa, sirve para guardar en su colorido costillar una conveniente ración de licores que vamos consumiendo en la misma medida en que agotamos la conversación. Collazos hace una previa en la que nos introduce en sus primeros contactos con Germán, y otros escritores e intelectuales que halló en la capital, cuando llegó allá por vez primera, en los años 60s.
Desfilaron por sus recuerdos personajes como Marta Traba, Germán Espinosa, Santiago García, Enrique Buenaventura, Luis Fayad, Mejía Vallejo, J. Mario, entre otros intelectuales que, en bloque, se proponían un enfrentamiento a los valores tradicional en la cultura colombiana. No tenía veinticinco años. Son aquellos días en los que publica sus primeros relatos, experimentales, que deslumbran por su fuerza, por el tratamiento diferente en el manejo de la técnica literaria en los que desnuda a sus protagonistas en la intimidad de sus pensamientos, dándole amplitud a sus  sentimientos, intentando reflejar la situación de nuestro mundo. Sus cuentos son realistas y se desenvuelven en entornos urbanos.
Con las primeras de cambio nos da cuenta de que es un escritor progresista. En 1969, siendo director del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, en Cuba, adelantó un debate escrito con Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa sobre la relación entre escritura y compromiso político, poco después se fue a vivir en Europa, muchos años, dedicado a la novela, al ensayo y al periodismo. Así, whisky en mano, adelantamos nuestra primera pregunta para conocer qué tanta afinidad hay entre sus libros y sus experiencias personales, su biografía.

-Esa relación entre los libros y la biografía viene a ser el punto de partida fundamental. Borges dijo, en alguna parte, que todo escritor inventa sus precursores, difícilmente se podría negar esta aseveración. ¿En qué medida un escritor como Collazos inventa a sus precursores?
-Se inventan por aquello que Goethe llamaba "afinidades electivas"; un lector encuentra mayor familiaridad con ciertos libros y con ciertos autores; uno encuentra que este autor y no otro, está más cerca de las experiencias, más cerca de la sensibilidad, más cerca de la voluntad de crear. En esa medida, pues, uno inventa a sus precursores, uno inventa una línea a seguir. Esa línea seguida ya se diferencia de esa primera fase del aprendizaje, -dice.

- ¿Integraste algún grupo literario en esos comienzos? -le pregunto.
-Mi formación caótica de lector se corresponde con mi formación caótica de escritor, -dice. Una vez retirado de la facultad de sociología de la Universidad Nacional inicie eso que podría llamarse mi carrera de escritor. La bohemia se compaginaba con la voluntad de escribir. Había que crear una especie de tribu. El ejercicio de la literatura, sobre todo en este país, donde es bastante marginal, en donde los escritores somos viajeros de tercera clase, donde solo somos reconocidos socialmente cuando nos llega la fama o la fortuna, en un país como este se exige que el escritor busque a sus semejantes, se proteja entre ellos. Así que, por necesidad de autoprotección empezamos a crear grupos de amigos. Esta situación no era nueva; está en la historia de todas las literaturas o, al menos de la literatura contemporánea. En una época estos grupos se llamaron movimientos, en otras se llamaban tendencias, pero ya es imposible hablar de tendencias o de movimientos porque la historia de la literatura del siglo XX es la historia de la dispersión y de la conquista de la libertad, así que solo nos quedaban la fraternidad y la amistad. En este sentido, pues, transcurren mis primeros años de escritor.

-Todo escritor –le digo-, va siendo una suma de etapas, en las que va haciendo conciencia del mundo al que pertenece, donde nació, donde inició y se desarrolla su dinamismo vital. ¿Dónde y cómo fueron tus inicios?   

-Mi padre, caleño ávido de aventuras, -dice-, se había sumado a un grupo compuesto por algunos antioqueños, unos caldenses y otros vallunos para colonizar la selvática zona aledaña a lo que posteriormente se conoció como Bahía Solano, en el Chocó sobre el océano Pacifico. Allí se había proyectado localizar la desembocadura de un canal interoceánico que competiría en mejores condiciones con el actual de Panamá por su privilegiada ubicación geográfica y estratégica. Además, se instalaría un importante puerto pesquero y un centro maderero de importancia. Esa ilusión les duró algunos años hasta que el paludismo, el desencanto y la ceguera de la clase dirigente fueron menguando sus ilusiones y sus ímpetus y los fue matando uno a uno. Allí nací y allí viví hasta los siete años cuando mi familia se trasladó a Buenaventura por obligadas circunstancias: En los días siguientes al asesinato de Gaitán, durante la revuelta que se desencadenó, los liberales de Bahía Solano –que eran sus amigos- se dieron cuenta de que mi padre era conservador, así que le dieron por encierro nuestra propia casa y de vez en cuando iban a visitarle para practicarle alguna requisa; después de esta operación se quedaban tomando aguardiente hasta altas horas sin hablar de política. El decidió cortar con aquella situación trasladándonos con nuestros bártulos a la ciudad costera de mejores perspectivas.

-Su voz es recia, convincente, y la acompaña con los malabares que dibuja en el aire una de sus manos mientras en la otra consume un cigarrillo de tabaco negro, francés. Es un torrente de palabras.
-En Buenaventura comienza mi educación para la vida –continúa, él-. Una buena parte de mi infancia y la más turbulenta adolescencia, hasta cumplir los veinte años,  estuve ligado a ese puerto internacional repleto de burdeles y desarraigados. Durante mi bachillerato conocí a un extraordinario hombre, el profesor Martínez, quien me daba algunas cosas para leer. Estoy seguro que de allí arranca mi afición por la lectura. En mi casa solamente había unos cuantos ejemplares de Reader's Digest y de Mecánica Popular, antes había leído penecas de Hopalong Cassidy, El Enmascarado de Plata, Red Ryder escribía poemas malísimos con marcado acento de Castro Saavedra y de Neruda y con ellos me ganaba algunos premios en los concursos colegiales. Los primeros libros que tuve los robé en la biblioteca del colegio, después los compraría, generalmente de segunda mano. Mi casa estaba al lado del matadero municipal, estaba rodeada de chozas y tugurios llenos de negros, en las noches se escuchaban sus lamentos rituales hasta el amanecer. Mis noches eran también las noches del chagualo, de los cantos fúnebres, de los ritos espirituales. Allí conocí y bailé la guaracha -que entonces no se llamaba salsa, como ahora-, era también muy marcada la discriminación racial, los notables de la ciudad se habían apoderado de los centros sociales, de los altos cargos de la aduana y de las mejores posiciones en la rama administrativa. Ellos eran todos blancos.

- La vehemencia no desaparece, tampoco mengua la catarata abierta de sus frases. Una rápida ojeada por los terrenos de su vasta obra literaria hace notar la manera como quedaron aquellos recuerdos en la costra de su mente. En los libros de cuentos El verano también moja las espaldasSon de máquina, así como en la novela Los días de la paciencia (1976), existen algunos episodios en los cuales la discriminación racial es puesta sobre el tapete, allí se habla de una separación cultural que existe en las fronteras de las razas, la negra -supuestamente costeña-, y la blanca -supuestamente andina-. Allí también ha quedado consignada la estricta rigurosidad en el tratamiento de la familia, padres que prohíben a sus hijos las relaciones y la compañía de aquellos, ilusoria advertencia que carecía de asidero práctico por cuanto aquel niño estaba rodeado de un mar de negros por todas partes.
- Me fui para Bogotá –dice- con la intención de estudiar sociología en la Universidad Nacional. Ya había publicado mis primeros cuentos en El Espectador. De las clases poco me importaba, casi todo el tiempo estábamos tirados sobre los prados leyendo literatura, haciendo comentarios de textos, lecturas en grupos. Por aquellos días conocí a Camilo Torres quien, junto a Fals Borda, insistió para que no me retirara de la carrera, pero ya las cartas de mi vida estaban echadas. Regresé a la aventura de Cali, una vida bohemia, repleta de episodios subyugantes: me vinculé al Teatro Escuela de Cali, TEC, y a Enrique Buenaventura, su director. Escribí obras para teatro que tuvieron una tardía repercusión. Escribí y recopile unos cuantos cuentos para concursar en el Festival de Arte de Cali en 1965. Gané. Aquel libro se convirtió, un año después, en El Verano también moja las espaldas, publicado en Medellín por una pequeña editorial que sobrevivía gracias a los estados anímicos y los pocos financieros que le insuflaban Óscar Hernández, Manuel Mejía Vallejo y Darío Ruiz Gómez. Se llamaba Papel Sobrante. Por aquellos días se estrenaron mis obras para teatro “Qué tal chicos” y “El Soldado Paz que nunca fue a la guerra”, basada en el asesinato de un militante del Movimiento Obrero Estudiantil Campesino (Moec) que prestaba su servicio militar en la Tercera Brigada. Con esta obra gané el primer premio de un concurso nacional de teatro. Fue entonces cuando mis amigos de Medellín me propusieron irme a vivir a la bella villa. Con un poco de periodismo, alguna monitoría en una Universidad, y con algunas conferencias que dictaba, con esas cosas sobrevivía.

- De Medellín trajeron ahora algunas noticias. Se acaba de realizar allí un ciclo de conferencias sobre la ciudad en literatura, una de las mejores ponencias fue presentada por uno de los integrantes del Nadaísmo, quizá su mejor exponente, Jaime Jaramillo. Curiosamente allí el escritor antioqueño enrostra a los nuevos en esta actividad por su inercia, por su carencia de combatividad y de enfrentamiento a la heredad de sus mayores. Se recordará que de Collazos fueron conocidos sus enfrentamientos con el Nadaísmo que surgió lanza en ristre contra todas las generaciones literarias que le antecedieron. Collazos, pese a ser uno más de su generación, nunca comulgó con ellos. Es más, fueron frecuentes sus polémicas. Gonzalo Arango, que fue finalista en los concursos que ganó Collazos, le dedicó una de sus célebres catilinarias. Él los recuerda, pero no le agrega mayor importancia a estos episodios. Sigue de largo, es una ráfaga.
- Bogotá 1967. De esa época es rescatable el trabajo que realizamos junto a German Vargas y Plinio Mendoza en un periódico partidista, "Encuentro liberal". Por aquellos días se restablecieron las relaciones diplomáticas con la URSS e invitaron a una serie de personalidades, entre las que cabía un escritor joven. Yo fui el escogido. AI regreso pensé que no debía retornar como cualquier montañero, así que me quedé en Europa un tiempo adicional para intentar vivir la aventura parisina. Estando allí reventaron los acontecimientos de Mayo del 68. Vivía en un cuartucho con buena iluminación y el resto lo obtenía gracias a los amigos, a las traducciones y a las clases que dictaba. Al finalizar ese año retorné a Medellín. Había dispuesto mis cachivaches para instalarme durante un tiempo prolongado cuando recibí una invitación para hacer parte del jurado del concurso Casa de las Américas, iba por un mes solamente. Pero en esos días Mario Benedetti regresó a Montevideo luego de su enorme cantidad de años en el exilio, dejando a mi cargo su trabajo de director en el Centro de Investigaciones Literarios de La Habana. Eso me duró un par de años en los cuales no escribí ningún texto narrativo. Tuve, sin embargo una gran experiencia, pues debí ponerme al día en el conocimiento de nuestra literatura, de allí resultó un libro sobre los vanguardismos y varios textos sobre literatura latinoamericana. En ese tiempo tuve la fortuna de conocer y entablar amistad con Mario Benedetti, Alejo Carpentier, Julio Cortázar, Galeano, Juan Goytisolo, René Depestre, Fernández Retamar, Jean Franco, Marta Lynch, Margaret Randall, entre otros. 

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A finales de 1969, Ángel Rama me pide para el semanario “Marcha”, de Montevideo; un ensayo sobre la relación entre escritura y compromiso político. Escribí "La encrucijada del lenguaje" ( 1 ). Vargas Llosa y Cortázar también escribieron sobre el asunto y se desarrolló un gran debate de réplicas sucesivas que fueron seguidas en todo el continente, y cuyo contenido se publicó un año más tarde en México, por la editorial  Siglo XXI, bajo el título Literatura y revolución y revolución en la literatura, con la recopilación completa de la polémica. Corregí Los días de la paciencia que había comenzado a escribir en Medellín y que había finalizado en Paris. Aquellos fueron días de reflexión político cultural, años de enriquecimiento en el campo de la formación ideológica. De La Habana seguí para Estocolmo a donde había sido invitado por una amiga Sueca.
Terminadas las relaciones que motivaban mi presencia en aquel país regresé a Colombia para trabajar como corresponsal de Prensa Latina durante un año. Después, desde octubre de 1972, estoy en Barcelona. Al comienzo no fue nada fácil, a alguien le explicaba los conflictos que representaron para mí la elaboración de los textos que integraron “Crónicas de tiempo muerto”, con el que fui finalista del Premio Biblioteca Breve de Novela, en su primera versión, galardón que es concedido anualmente por la editorial Seix Barral a una novela inédita en lengua castellana. Colaboré como lector en editoriales españolas y en revistas culturales de la ciudad Condal, donde frecuenté a los escritores Juan Marsé, José Maria Castellet, José Agustín y Luis Goytisolo, Enrique Vila-Matas y Cristina Fernández Cubas, además estaban los grandes, los miembros del denominado Boom latinoamericano, José Donoso, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez -entre otros-  tenían allí su habitual sitio de residencia. Existía, además, una gran industria editorial, sin embargo nada de eso se constituye en el motivo de mi viaje a esa ciudad. Viajo en pos de una mujer de quien me he enamorado y se ha ido a vivir a Barcelona”.

Óscar hace una pausa, para encender un nuevo cigarrillo, luego apura un sorbo largo de whisky, le digo que es de la editorial Lumen, de Barcelona, la colección Palabra Menor, que dirigía Cristina Peri Rossi, junto a Collazos que allí publica A golpes, recopilación de seis de sus cuentos están autores como Alejo Carpentier, Julio Cortázar, Felisberto Hernández Ana María Moix, Max Aub y Beatriz de Maura. Agrego que un rápido recuento nos da los siguientes nombres de narradores Colombianos afincados en Barcelona: Rafael Humberto Moreno Duran, Héctor Sánchez, Luis Fayad, Magil, Ricardo Cano Gaviria. Pienso con malicia que allí tiene que existir un apetitoso bocado, un suculento anzuelo, algo más que un trino de canario al frente de un espejo en la caminata por las ramblas, al atardecer…., se lo digo.
- Mis peripecias biográficas de entonces me han marcado con una cierta actividad, sedentaria, quizá gustaba un poco retirarme de la edad de la razón lo que no obstaba para realizar una actividad un tanto turbulenta en la vida privada. Existe el intento por la recuperación de la actividad narrativa. Por aquellos días se publicaron Los días de la paciencia y ese que mencionas, A Golpes,  escrito enteramente en Barcelona y que marcó nuevamente mi regreso, también publique una serie de textos poéticos, ensayos, miscelánea que toma el nombre de Biografía del desarraigo que se publica por la editorial Siglo XXI, en Buenos Aires. En 1974 coincide la publicación de dos libros sobre cuentos y en el 75 aparece Crónica de tiempo muerto, ya prácticamente estoy trabajando al 100 %, dedicado en absoluto a las actividades literarias, incluyendo la actividad paralela de redactor para la enciclopedia Espasa y como colaborador de algunas publicaciones de la ciudad. Además, esporádicamente, como conferencista.
El año siguiente me regala el regreso a Colombia en un largo periplo que abarca desde Méjico hasta el Ecuador. Me estaciono en Bahía Solano un largo tiempo mientras rehago las cuartillas que conformarán después los Textos al margen, publicados por Colcultura más tarde”.

- Recuerdo haberlo visto la tarde anterior como un contertulio adicional, disparando palabras en un lenguaje claro, bien manejado, con un tono medido como quien intenta llegar  a la perfección del lenguaje: escribir y hablar y pronunciar ben. Ahora, allí al frente, con José Luis Rojas como testigo, reafirma esa actitud cercana a la prepotencia, a la convicción plena de saberse arañando la meta prefijada. Más tarde él señalaría que había escrito un libro sobre García Márquez para quitárselo de encima. Alguien afirmó, rotundo, que se trataba de un acto oportunista, él, escueto, respondió que tenía un gran archivo con recopilación de materiales relacionados con el Nobel que le estaba quitando espacio a sus zapatos.

- Un año más. Ahora Berlín. En 1976 había sido invitado por una organización cultural para transcurrir un año allí mientras adelantaba la preparación de un nuevo libro, era una beca auspiciada por Berliner Künstlerprogramm, de la que nació Todo o nada editado por La Oveja Negra. Más tarde realicé un texto de divulgación sobre André Malraux, después Jóvenes, pobres amantes, en el que está incluido el texto  De putas y virtuosas, junto a algunos trabajos especiales hechos por pedido de algunas editoriales. Este año hice un trabajo que a la postre me resultó interesantísimo, sobre los castillos de España, recorrí alrededor de diez de estos palacios reales y también logré terminar otro sobre los paradores nacionales, unas viejas casonas elevadas a la talla de monumentos históricos, convertidos en hoteles. Más recientemente entregué los originales de “Tal como el fuego fatuo”, título que me prestó gentilmente don Manuel de Falla, a la Editorial Plaza y Janes.
Ahora preparo la elaboración de un documento periodístico sobre la situación de Nicaragua. Hace diez años estuve allí por invitación de Pedro Joaquín Chamorro y Sergio Ramírez, y he regresado para palpar directamente las diferencias que se han establecido desde entonces. Traje de regreso una maleta repleta de información de campo: estuve en el archivo de Somoza, hice un diario con las charlas improvisadas y los encuentros con la gente que participó en el proceso, hice documentos sobre los frentes de guerra, sobre los contras, sobre quienes cayeron apresados por ellos. El único hilo conductor es el diario. Un par de meses me llevará el procesamiento de este material.

-Nos llaman a la mesa, y se interrumpen nuestros whiskies, que eran el pretexto de esta amena conversación que, sin embargo, tiene sus pausas para dar cuenta de un exquisito estofado que ha preparado la anfitriona. Ahora piensa recoger sus cuentos publicados por Pent-house en un libro ilustrado por el pintor español Antonio Saura, con este sumaria ya la veintena. Así es Òscar Collazos, autor que desde su primer libro fue acogido por los dos mejores escritores contemporáneos colombianos, Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio, y por Germán Vargas, quien propició este encuentro desde su impensable lejanía.

28 de febrero de 1985

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