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.VIENE y COMPLEMENTO DE:
29 de mayo de 2015
Óscar
Collazos: dos tuits y una columna de opinión
Hernando
Urriago Benítez
Prof.
Escuela de Estudios Literarios,
Universidad
del Valle
Texto leído por el autor en el evento:
"De un mar a otro mar". Homenaje a Óscar Collazos. Por la U del Valle. Mayo 29, 2015.
El
segundo y último tuit en el que coincidí con Óscar Collazos es del 30 de abril
de 2015, quince días antes de su muerte. Una línea, precedida por su nombre en
Twitter (@oscarcollazos3), motivó nuestra fugaz conversación: “Incapacidad de
escribir un diario. Estaba demasiado ocupado en vivir?”. Yo respondí a esa
autocrítica diciendo, en menos de 144 caracteres, que los escritores
colombianos en general han participado poco de la comunión con el diario (en
realidad escribí: “Hola, Óscar. Creo que en general los escritores colombianos
nunca han llevado diarios; o si lo hicieron poco publicaron”), algo que él retuitió
para responder, cinco segundos más tarde: “si, muy extraño. Y muchos fueron
afrancesados”.
Valga
decir que el primero de sus trinos en el que me entrometí para saludarlo y
manifestarle admiración fue en el cual él declaraba, en un triste día de
febrero, estar padeciendo de ELA. Recordé en silencio, un tanto desconcertado,
mi charla con él en Bogotá, en 1997, dentro de su apartamento de las Torres del
Parque; evoqué el largo diálogo que sostuvimos mientras íbamos en carro de Cali
a Buenaventura durante un día de octubre de 2006, rumbo a la sede de la
Universidad del Valle, donde recibió homenaje en el marco de la Semana del
Pacífico de la Feria del Libro. Seguí leyendo algunas de sus columnas en El Tiempo y muchos de los tuits que él
firmaba –aunque quizá no todos los escribiera de su puño y letra o desde su voz
hacia la máquina--. Quiero citar algunas de esas frases, antes de pasar a la
corta materia de esta divagación, porque hablan de la agudeza de sentido, del
humor refinado e incluso de esa solemne capacidad para burlarse de sí mismo tan
característica en él: “S. Hawking: soñé que iba a ser ejecutado pero, de
repente, me di cuenta de que había muchas cosas que valía la pena hacer si me
indultaban”; “Periodista jubilado: un ocioso que va a todas las fiestas sin
preguntar quien invita”; “El arte corre tan rápido, que olvida y entierra a los
que venían atrás. Se enterrará a su vez a si mismo, por eso corre, como la
moda”; “Segundos interminables balanceándome en una mecedora, no de atrás hacia
adelante sino de lado a lado: tiembla en Cartagena” (10 de marzo); “Lo malo de
la enfermedad es que uno empieza a perderse todas las fiestas”; “Que vaina! Una
semana sin ver ni oír noticias y la gente me dice que no ha pasado nada. Ha
pasado algo distinto a lo de siempre?”; “De la cama al sillón, la monotonía de
los hospitales. Un grito de dolor del cuarto vecino la interrumpe”; “Esa
graciosa manera de las enfermeras de tratarnos como niños o como ancianos, en
diminutivos”; “Siempre pensé en el acto erotico de una mujer bañándome. Ahora
resulta que es rutina de las enfermeras”; y, volviendo al primero, “Incapacidad de escribir
un diario. Estaba demasiado ocupado en vivir?”.
Tal
vez no sea del todo cierto que Collazos rehuyó del diario porque la vida le
impidió escribirlo. Precisamente supimos de su enfermedad y de su agonía a
través de su columna de prensa en El
Tiempo (por la que recibió el Premio de Periodismo Simón Bolívar en 2003 y
2004) y de algunos de estos trinos que revelaban una porción de su intimidad,
en medio de una situación-límite donde seguramente aprovechó para
autorreconocerse, meditar y reinventarse sin el afán de quien tiene todo el
tiempo por delante. Autorreconocimiento, meditación y reinvención, atributos de
la escritura autobiográfica que él desplegó como trincheras íntimas en la red
social, en el diálogo –hasta donde se pudo—con algunos amigos, en la compañía
de su esposa y en aquellas columnas de prensa donde reveló la carta abierta que
nunca hubiéramos querido leer, destinada al científico Rodolfo Llinás. Entre
febrero y mayo aparecieron cerca de quince columnas en las que hablaba de temas
públicos y también de asuntos íntimos que a raíz de su enfermedad habían
sobrevenido a su mente o que le inquietaban por su nueva condición: la amistad,
el cuerpo, la voz propia y su transformación robótica a través de una
aplicación de Internet que le permitía convertir los caracteres en sonidos.
Jocosamente escribió: “He
tenido, en cambio, una sensación muy extraña: siento menos pudores y escrúpulos
al escuchar la voz que repite cuando escribo groserías. Debe de ser que no paso
por el instantáneo proceso de censurar o aprobar palabras y expresiones porque
no las siento salir por mi boca. En lugar de ruborizarme, me río casi
infantilmente de mis propias groserías”. De modo pues que la
intuición de Collazos respecto a que nunca llevó un diario porque quizá estaba
demasiado ocupado en vivir resulta parcialmente desvirtuada sobre todo durante
los últimos tres meses de su periplo en esta Tierra, cuando se batía por
sobrevivir a una enfermedad tan implacable como apenas conocida.
Las
redes sociales y otros espacios donde exponemos triunfos y miserias, anhelos y
derrotas cotidianas han supuesto para bien o para mal el eclipse del mundo
interior, fundando la subjetividad instantánea, compartida como nunca antes y
al mismo tiempo diluida en la inmensidad de Internet. Pienso en estas idea de
la argentina Paula Sibilia en el libro La
intimidad como espectáculo a la hora de recobrar la memoria de Óscar
Collazos y la revelación íntima (y por lo tanto pública) de su enfermedad a
través de dos espacios consustanciales al escritor y al intelectual
contemporáneo, a pesar de que muchos denigren de ellos porque promueven el
exhibicionismo o porque más temprano que tarde nos condenarán a la
“desmemoria”. Me refiero a la columna de prensa y a las redes sociales.
Por lo
mismo quiero aludir a una de esas opiniones publicadas por Óscar Collazos en
2015. Se trata de la columna “Los escritores en la República”, del 29 de enero,
un día después de este trino: “las ideas equivocadas siempre acaban en un baño
de sangre, pero en todos los casos es la sangre de los demás" Albert
Camus”. ¿A dónde voy con todo esto? ¿Qué va de aquel tuit sobre la presunta
ausencia de escritura del diario a aquel otro donde Collazos manifiest que
muchos escritores colombianos fueron afrancesados y a este donde cita a Camus,
precisamente una de las conciencias francesas fundamentales del siglo XX?
¡Claro!:
releyendo los textos (los tuits y la columna de prensa) recordé uno de los episodios
más importantes pero quizá menos reconocidos del ensayo latinoamericano.
Ocurrió en 1970, dentro de la onda sonora del Boom literario, de la utopía socialista encarnada en Cuba y del
cotarro intelectual que si bien no contaba con las redes sociales para
expresarse sí tenía en las revistas y en los periódicos literarios el lugar de aquello
que Alfonso Reyes denominó la “Inteligencia americana”. En el semanario
uruguayo Marcha (en su tiempo un
órgano político-literario de enorme incidencia en la crítica literaria y
cultural del continente) Collazos publicó en agosto de 1969 el ensayo “La
encrucijada del lenguaje”. Yo creo que ni él --que entonces tenía veintisiete
años y residía en Cuba, donde trabajaba en el Centro de Investigaciones
Literarias de Casa de las Américas— intuyó el alcance y la repercusión de lo
que allí decía sobre la mistificación de la nueva novela latinoamericana y su
tendencia a desligarse del compromiso social en función de la autonomía
estética. Luego vino lo que ya sabemos: la fructífera polémica entre Collazos,
Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa, quienes le ripostaron con mayor y menor
fortuna en sendos ensayos de época: “Literatura en la revolución y revolución
en la literatura: algunos malentendidos a liquidar”, por parte del cronopio
argentino, y “Luzbel, Europa y otras conspiraciones”, por el lado del autor de La ciudad y los perros.
Aunque
no es mi intención abordar los conceptos de los ensayos y las reacciones de
tirios y troyanos, sí deseo situar la reflexión de Collazos en los albores de
lo que podríamos llamar su pulso ensayístico, su intención dialogal respecto a
un público más amplio que el cenáculo intelectual, y la voluntad crítica al
tenor de las corrientes de pensamiento que le tocó vivir, desde Mayo del 68
hasta la modernidad líquida de Bauman o la hipermodernidad de Lipovetsky. En
Collazos siempre hubo una necesidad de insistir y de observar el universo
problemáticamente en medio de unas condiciones sociales e históricas que
siempre fueron críticas.
Se
trata de un pulso ensayístico que empezó a sostener desde aquella fecha
emblemática de 1969 hasta sus últimos días, cuando había encontrado en el tuit
los remanentes de un tipo de literatura con talante aforístico, preocupada por
la sentencia, la ironía, cierto desparpajo mediante una escritura de urgencia
que guarda aires de familia con los ejercicios ensayísticos en su voluntad por
explorar temas de un chispazo, destinados a un público bastante amplio que está
más allá del periódico o del libro impreso, y que podríamos llamar con el
filósofo Eduardo Nicol la “generalidad de los cultos”.
Esto
es un signo de nuestro tiempo. Collazos, en el diálogo que sostuve con él en 1997,
cuando estábamos cerca de la eclosión de Internet pero un poco lejos del
nacimiento de FaceBook o de Twitter, recordaba que el “escritor que no
frecuente los medios está condenado a perder interlocutores”. Él los encontró a
través de sus opiniones en las columnas de “La bella y la bestia” y más tarde
en la famosa “Quinta Columna”, así como en revistas literarias, suplementos
culturales, diarios y periódicos de todos los órdenes, donde abordó temas que
siempre le obsesionaron: la novela y el ensayo franceses, desde Flaubert a
Malraux, pasando por Sartre, Camus, Blanchot, Claude Simon y Alain
Robbe-Grillet; las ficciones perturbadoras de Norman Mailer y la poesía de
Allen Ginsberg, así como distintos fenómenos sociales y culturales de su
tiempo: la sociología de la literatura, la expresión americana, la función de
la escritura y del escritor latinoamericano en la historia, y la contra-cultura,
que definió las agendas de muchos intelectuales durante el decenio de los años
70.
Pero
sobre todo una idea bastante sartreana prevaleció en Collazos hasta el final:
el asunto del compromiso, mas no en la versión caricaturesca que representa al
escritor de Occidente ocupado en escribir para salvar de hambre a un niño en
África; no la línea profética materialista de León Trotsky en Literatura y revolución (1924), en el
sentido de que “El arte de nuestra época será colocado enteramente bajo el
signo de la revolución”. No: En la columna del 29 de enero de 2015, cuatro
meses antes de su muerte, Collazos parece hacer una rápida revisión de sus
ideas juveniles respecto a la relación literatura-sociedad, al tiempo que expresa
su fe en la democracia a partir de la participación autorizada que hoy tienen
los intelectuales en los periódicos y en los mass-media. Se trata de una idea que puede ser controvertida, pues
así como en muchas ocasiones el lobo se viste de oveja en la política y algunos
estultos posan de sabios en la prensa y regurgitan necedades, creo conveniente
escuchar a Collazos porque además en su mirada está una valoración positiva de
la universidad como recinto que dialoga más allá de las sectas de los
especialistas:
En Colombia, cada día es mayor el número de poetas, novelistas y
ensayistas, académicos o autodidactas, que opinan de política en diarios
nacionales y regionales. Esta opinión contrasta a veces con la de los
especialistas. Una nueva especie de intelectual y escritor ejerce su
“compromiso” ciudadano en los medios.
La universidad, que vivía encriptada en sus claves y lenguajes cifrados,
está haciendo presencia en los medios con un lenguaje comprensible que no le ha
exigido reducir la complejidad de las ideas. El oficio de escribir en los
periódicos le devolvió su componente ético y publico a la función intelectual.
Hoy creo –después de haber sucumbido a la tentación del compromiso– que
los debates de los escritores en los periódicos hacen parte de la democracia y
de la literatura. Se atacan o defienden modelos de sociedad y sistemas
políticos, pero la producción de herejes se ha reducido al mínimo. Solo las
dictaduras los fabrican.
De
modo pues que Óscar Collazos permanece en el tiempo gracias a sus cuentos
estéticamente rebeldes de 1967 y a sus novelas sobre la corrupción, el crimen y
las más altas y bajas pasiones humanas. Así mismo, sabiéndose fugaz e
instantáneo dentro del “tiempo congelado” que Guy Deborad menciona como
condición del presente perpetuado por la vivencia tecnológica reciente, asistió
como escritor e intelectual a una paradoja: la batalla entre el ahistoricismo
actual y la urgencia, el frenesí por la memoria. De este modo recurrió a las
columnas de opinión y a los tuits como antes había frecuentado al ensayo, sobre
todo hablo de los contenidos en el volumen de Textos al margen, de 1978. Intentó revelar casi que a diario el
periplo íntimo por una enfermedad que hizo pública, menos por exhibicionismo o
necesidad de compasión y más por una voluntad de diálogo y de entendimiento,
sin duda dos de las tareas fundamentales del escritor contemporáneo en el
espacio común de las redes sociales. Y en esto guardó sintonía hasta el final
con el existencialismo –que leyó en su juventud—, y específicamente respecto a
la noción de compromiso (de ahí Sartre y el Camus del tuit que ya cité) como un
estar-en-el-mundo en tanto que presencia
activa y constitutiva, pero también como un estar-con-los-otros,
estableciendo una relación constitutiva con los demás existentes. Por eso le
escribió al Dr. Llinas; por él y por los otros que fueron, son y serán
vulnerados por una enfermedad incurable, terminal, relativamente reciente,
renuente a la metáfora. A propósito, evoco a Susan Sontag, quien sucumbió ante
el cáncer, cuando dice que éste, a diferencia de la tuberculosis, “sigue siendo
un tema raro y escandaloso en la poesía, y es inimaginable estetizar esta
enfermedad”.
Entonces,
volviendo a Collazos, no fue raro que ante el trino de un periodista jubilado
anunciando prematuramente su muerte, todo un país se hubiera volcado a saludarlo
en las redes sociales. Entonces todos también estuvimos con él en el mundo,
como diciéndole a Collazos que su aquí y ahora, su situación –para decirlo con
palabras de Sartre— era también un poco la nuestra. Por obra y gracia de la
permanencia de lo fugaz podemos seguir leyendo sus novelas y ensayos, sus
artículos de prensa y sus columnas de opinión, pero también sus trinos. Cierro esta
conversación con su propia voz en uno de ellos: “Ahora entiendo la frase ‘ya no
sopla’. Uno de mis ejercicios respiratorios consiste en tratar de apagar una
vela. Feliz: Todavía soplo”.
Collazos, Óscar (1978). Textos al margen. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura.
____________. “Los escritores en la República”. En El
Tiempo, 29 de enero de 2015. http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/los-escritores-en-la-republica/15162496
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Hernando Urriago interviene
DE: 29 de mayo de 2015
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