jueves, 8 de diciembre de 2016

Sobre Fidel y Rimbaud. Por Jotamario Arbeláez. EL TIEMPO 6 y 7 de diciembre, 2016 / Una desilusión histórica. Por Eduardo Escobar . Sobre Estación Rimbaud Por Eduardo Escobar

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Sobre Fidel y Rimbaud
Jotamario Arbeláez

Lo que sí sentí hace unos días como un nocaut del pugilista Eduardo Escobar sobre el mentón de toda nuestra cochada generacional fue su arremetida contra la más grande figura que haya dado la poesía
 EL TIEMPO .com,  9:03 p.m. | 6 de diciembre de 2016

Nadie podrá negar que Eduardo Escobar es uno de los mejores prosistas de Colombia. Aun atacando lo irrebatible y defendiendo lo inexcusable, despierta fervorosos aplausos de la galería. Pero qué digo, nada deja de ser atacable y nada deja de ser defendible, todo depende de la armazón que haya tomado la ideología, cuando se tenga, se conserve o se transforme. Ésta en ocasiones tiende a ser inflexible como ciertos falos y en otras, complaciente como ciertos hímenes. Sostenerse toda la vida en un postulado puede ser síntoma de estrechez mental, pero abrazar el contrapensamiento –lo que antes se llamaba la traición a la causa– puede ser visto como reblandecimiento o viveza.

Una mentira repetida tiende a volverse verdad, es sabiduría del común, pero Krishnamurti va más allá cuando afirma que una verdad repetida es una mentira repetida. Por otra parte, nunca podré negarme a considerar a Eduardo –“el Querubín” le decía Fernando González– mi mejor amigo de vieja data, contando con las hartas diferencias que nos unen. A través de medio siglo largo de vida intensamente escrita y vivida, con goces y padeceres, involucrados en un azaroso movimiento poético sembrado de iluminaciones erráticas, no son pocos los reclamos que nos hemos hecho públicamente. Sobre todo por la cosa política, que es la más desdeñable, pero también por la estética y filosófica, que se supone más apreciable.

He venido percibiendo cómo mi amigo deviene renegando de quienes fueron hitos de sus poemas, acabando a la vez con la inspiración y con el canto; del Señor (que no se afeitaba con Gillette), de Neruda (“No toque Pinochet este cadáver”), del Che, del Tío Ho, de Óscar Gil, de la izquierda toda, y termina con Fidel en su huesa*. Entiendo que se haya desinflado del sueño de la revolución al que le metimos el hombro, pero no es para desestimar como un anciano que inspira lástima al único hombre que desafió y se desafilió de un Imperio en sus propias puertas, y mantuvo su pobre revolución contra la reacción del bloqueo, que fue la forma de castigo de los gringos para impulsar el alzamiento de un pueblo, que 66 años después entierra a su líder con llanto, mientras el poeta se desgañita por su pretendido martirio. Fue una proeza más de Fidel y su pueblo sobrevivir al comunismo, que era su aliado y sostén, y continuar adelante con la dignidad del sacrificio. No es que queramos que nuestros países se vuelvan una Cuba embargada, pero nadie podrá nunca desdignificar la grandeza de su gesta. Y si se alega que muchos cubanos estuvieron y están contra el régimen, no conozco país del mundo en que toda su población esté de acuerdo con el gobierno.

Lo que sí sentí hace unos días como un nocaut del pugilista Eduardo sobre el mentón de toda nuestra cochada generacional fue su arremetida contra la más grande figura que haya dado la poesía, además en la forma de un niño, del precoz Jean Arthur Rimbaud, a quien, por amenguar la importancia del libro 'Estación Rimbaud' * , emitido por el Festival de Poesía de Medellín, de tendencia izquierdista como no se ha ocultado, catalogue su huida a Abisinia como la de un “empresario colonialista... entregado a enriquecerse comerciando con armas y esclavos...”. Y para ridiculizar su incierta participación en la Comuna de París, irrisoria referencia izquierdista, alude a una confesa violación de alzados o represores, cifrada en su poema 'El corazón robado'. Critica Eduardo el libro ‘de oídas’, lo que no es muy profesional que dijéramos, cuando es uno de los tomos más bellos y significativos que se han hecho sobre el cantor de las Ardenas, tanto que fue entronizado con honores en su casa museo de Charleville. Ay, Eduardo, si te llamaras Juan Arturo, como quisiste.

Jotamario Arbeláez
jotamarionada@hotmail.com

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148 páginas. 24.0 x 24.0 x 1.0 cms. 

http://ntc-libros-de-poesia.blogspot.com.co/2016_06_19_archive.html

http://ntc-libros-de-poesia.blogspot.com.co/2016_06_21_archive.html Aquí: Prólogo del libro. Por Juan Manuel Roca 
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* Una desilusión histórica
Eduardo Escobar

Muchos cubanos declararon, al paso de las cenizas de Castro en procesión, que había sido un padre. Y me acordé del sepelio de Stalin, otro padre, uno de los peores del siglo XX, que los tuvo crueles.
 EL TIEMPO .com,   7:29 p.m. | 5 de diciembre de 2016

Hay gente que con la mejor fe del mundo cree que la contactan en noches sin luna unos gusanos azules oriundos de Sirio que le dictan al oído graves secretos; y hay creyentes convencidos de que las galaxias, los protones y los fotones, y los agujeros negros y blancos, están a cargo de una familia judía de carpinteros. Y entre los intelectuales de izquierda algunos piensan todavía que Fidel Castro fue un revolucionario, que inventó una nueva clase de humanidad y la educación y la salud en Cuba. Existe una embriaguez de la fe. Es evidente.

La Cuba de Batista contaba entre los países latinoamericanos con los mejores niveles en educación y salud. Pero por lealtad con la fantasía algunos intelectuales de izquierda se niegan a reconocer que con Fidel todo empeoró. Incluso el carácter de la policía. Y las cárceles para los inconformes. Y la salud. Porque la salud es un lujo irrisorio cuando uno está obligado a un vegetar sin gracia, a un pasar de media marcha que apenas se parece al vivir y mucho al limbo de una dieta miserable. Vivir humanamente es otra cosa.

La alfabetización universal donde existen libros censurados y puede conducir a la cárcel un poema disidente es como graduar arquitectos para cuidar marranos, donde no hay que construir y todo se cae a pedazos. Menos la casa del burócrata.

Un intelectual de izquierda, el lector puede sonreír si le apetece, dijo para llorar a Castro que Cuba era un prostíbulo, que el azúcar era yanqui. Pasó por alto que idos los norteamericanos el socialismo, encargo al lector las comillas, arruinó la agricultura. Y que las jineteras de la macabra utopía ahora se encaman por unos bluyines usados. Las trabajadoras sexuales de Batista cobraban en dólares y vestían de París. Y podían entrar en los hoteles de cinco estrellas con sus perfumados mafiosos. Hay diferencia. Fidel solo cambió de miserias.

La búsqueda de la igualdad fidelista, de descalabro en descalabro, partió en dos un país atónito: una mitad para los turistas y la otra para los cubanos, que solo pueden acercárseles para atenderles las mesas y limpiarles los excusados. Fidel temía que el lujo corrompiera el espíritu revolucionario.

Muchos cubanos declararon, al paso de sus cenizas en procesión, que había sido un padre. Y me acordé del sepelio de Stalin, otro padre, uno de los peores del siglo XX, que los tuvo crueles. Hubo asfixiados, aplastados, ríos de lágrimas a la muerte del tenebroso tirano. Pues por una razón oscura a veces los pueblos se deshacen en gimoteos ante los despojos de quienes más los hicieron sufrir. Cuba redujo a absurdo el marxismo. Y eso fue todo.

Todos los que éramos adolescentes ese enero cuando Castro entró en La Habana creímos asistir a la segunda venida de Cristo, a la realización del hombre nuevo. Pero pronto enfrentamos la desilusión por la fuerza de las cosas. Castro no era un revolucionario. No puede ser revolución hacer de una isla festiva una resignada. Y arrastrarla a la involución en un movimiento que de seguir la devolverá a los coches de caballos. Si no la salvan los odiados empresarios del capitalismo y la libertad de comercio y de expresión y desplazamiento.

Castro extendió la peste de su idealismo prohijando entre un montón de ingenuos las ansias de cambiar el mundo a partir del foco guerrillero que fue su triste concepción de la guerra revolucionaria. E irrumpió la violencia sin esperanza de las hordas que rebosaron las fosas comunes a lo largo del continente. La atroz confusión colombiana de hoy forma parte de los frutos del furor mesiánico, de la mezquina interpretación del marxismo de ese hijo de... gallego. Es difícil, a estas alturas, encontrarle la gracia. Yo lo veo como el personaje de un sueño ingenuo de juventud del que desperté para no tener que vivir inventando mentiras para parecer interesante. Juro que me duele decirlo. Fidel se fue. Se demoraba.
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** Sobre Estación Rimbaud
Eduardo Escobar

Rimbaud también podría entronizarse como paradigma, no del revolucionario, sino del empresario colonialista que admiró Marx y del espíritu del capitalismo.
EL TIEMPO .com,    7:45 p.m. | 21 de noviembre de 2016 
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/sobre-estacion-rimbaud-eduardo-escobar-columna-el-tiempo/16755599  . 
Impreso: 22 de Nov.

El festival de poesía de Medellín, como se sabe, está entrañablemente unido en espíritu al partido comunista colombiano, al cual sirve como plataforma de sus relaciones internacionales (a veces invita al director de Voz, el menos poético de los seres), y acaba de publicar un libro sobre Rimbaud. El libro, por los anuncios, es una antología de textos sobre el poeta galo, como dicen con pobre expresión sus compiladores, escritos por algunos de sus comentaristas más autorizados, como Ives Bonfoy, y supongo que ha de contener una antología de los mejores poemas del hijo de Frederick Rimbaud, un militar que quiso traducir el Corán, y de Vitalie Cuif, una señora puritana y amarga que a veces golpeaba al poeta.

Como todos sabemos, Rimbaud es una figura singular en la historia de la poesía universal. Escribió su obra antes de los 20 años e inauguró una escritura exclamativa, acezante, expresiva de las angustias del desarraigo, en 'Una temporada en el infierno', conjunto de poemas en prosa que uno jamás se cansa de leer y padecer. Entre la mística y el descuartizamiento de la perplejidad, 'Una temporada en el infierno' anticipó una forma de escribir que culminó en la modernidad en escritores como Beckett y Thomas Bernhard. Y es lícito, aunque suene blasfemo, comparar la experiencia extrema de sí misma de santa Teresa en sus éxtasis con las experiencias espirituales de Rimbaud. Claudel lo llamó místico en estado salvaje.

Pero no se trata aquí de ensayar sobre ese poeta estrambótico, sino de resaltar los abusos de nuestros intelectuales de izquierda, que ahora aspiran a apropiárselo, para exaltarlo como el niño rebelde porque con mucha probabilidad participó en las horribles jornadas de la comuna de París, que representaron el fracaso definitivo del marxismo y del anarquismo de Bakunin, y donde el poeta niño, según algunos biógrafos, solo consiguió la humillación de ser violado; era hermoso como un ángel, no sé si por las soldadescas del establecimiento o por las turbas revolucionarias, que son siempre las caras de la misma moneda del irracionalismo.

Rimbaud también podría entronizarse como paradigma, no del revolucionario, sino del empresario colonialista que admiró Marx y del espíritu del capitalismo. Si una cuarta parte de su vida la dedicó a crecer y a estudiar latín, y árabe como su padre, refugiado en un armario, y otra a la producción de su espléndida obra, las otras dos las entregó a enriquecerse, comerciando con armas y esclavos, haciendo transacciones cafeteras con bandidos, con pasión indomable. Cuando empezó a podrírsele la pierna en el empeño de ser un hombre rico, que además desdeñaba la poesía y consideraba su pasado de poeta una pérdida de tiempo, tenía además, cuenta Henry Miller, destrozados los intestinos por el peso de la bolsa del oro en la cintura de la que no se desprendía ni siquiera para dormir. Hay que ser completamente moderno, había proclamado su poema mayor.

Su participación en la comuna, de haberse dado porque es apenas una suposición en su leyenda, fue el comienzo del desastre de su vida. Cuando ya había atesorado un montón de francos, quizás cuarenta mil, con los cuales aspiraba a establecerse según su sueño de ratón filisteo, en una pequeña casa en la provincia francesa con una mujercita de su clase y un hijo para educarlo en sus ideas, lo emboscó la muerte. Los ahorros le alcanzaron para costear el tratamiento, unas muletas y el funeral, y para pagar a su criado de Yemen, que, según dicen, además era su amante.

Nada obsta para que Rimbaud ocupe un lugar glorioso en la crónica de la poesía moderna. Pero molesta que los comunistas colombianos quieran apropiarse abusivamente de su martirio junto al indecible cantor de ‘Tirofijo’ y el gerente del festival de poesía de Medellín. ¿Por qué seguir ponderando la sangrienta comuna? ¿Por qué enamorarse de los fracasos?


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Arthur Rimbaud, un espíritu rebelde
Por Fabio Martínez
Imágenes integradas 1

Al cumplirse 125 años de su muerte, los poetas colombianos Juan Manuel Roca y Fernando Rendón decidieron hacerle un homenaje al poeta maldito, publicando el libro 'Estación Rimbaud'.
 EL TIEMPO .com, 22 de julio de 2016

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