“Navigare necesse est, vivere non necesse" , FLUCTUAT NEC MERGITUR
Date: dom, 7 sept 2025 a las 14:32
Subject: Reseña. Humana luz en sombras. CJ
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El asombro y la sombra
Carlos Jiménez
<<La especie humana parece ser solo una
sombra
que no tiene palabras justas para ser dichas>>
No encuentro mejor manera de iniciar este comentario de
Humana luz en sombras ( 1 ) que citando a Artur Schopenhauer. Él fue quien por
primera vez se preguntó por la relación para él esencial entre el hombre y la
metafísica. Lo hizo en el decimoséptimo capítulo del primer tomo de esa obra
igualmente monumental que es El mundo como voluntad y representación, titulado
<<De la necesidad metafísica en el hombre>>. Después de afirmar que
el hombre es el único ser que <<se sorprende de su propia
existencia>> explica que <<en el estado natural de la consciencia,
el hombre se considera a sí mismo como algo que se entiende por sí solo. Pero
tal estado no perdura: en el momento que empieza a reflexionar, se manifiesta
en él ese asombro ante el enigma del mundo del que necesariamente nace la
metafísica>>. El hombre - afirma Schopenhauer- es un animal metaphysicum.
(p.214)
En esta cita están incluidas las claves de interpretación
decisivas de esta vasta y poliédrica obra de Fernando Cruz Kronfly. En primer
lugar, está el asombro, sustantivo del verbo asombrar, que nombra, según la
RAE, tanto la respuesta a la extrañeza o a la gran admiración causada por algo
o alguien, como el oscurecimiento causado por el qué o el quién te hace sombra.
Schopenhauer se queda en la primera acepción del <<asombro>>, la
más común respuesta ante lo que para él resulta singularmente extraño, enigmático:
el mundo y al límite, el propio hombre. Cruz Kronfly da un paso adelante y
añade que el hombre, sujeto del asombro, está además esencialmente asombrado.
La sombra es parte constitutiva de sí mismo y por lo tanto inseparable de su
propia naturaleza. En ese sentido Humana luz en sombras puede considerarse sobre
todo como el resultado del prolongado esfuerzo de su autor por aclarar en que
consiste y qué efectos tiene este oscurecimiento. Él mismo lo dice en la
<<Nota de presentación>>, donde explica que el trabajo que hizo
suyo durante cuatro décadas, hasta extremos superlativos <<consistió en
saber en qué consiste esa sombra que hace umbría la especie humana y poder
dilucidarla, si es cierto que la hay. Averiguar de dónde viene esa sombra en
él, qué la produce y cómo es que esta sombra ocurre en cada quién>>
(p.36)
La dialéctica entre el asombro por definición episódico de
quién está esencialmente asombrado, cabe representarla en términos del pliegue
leibniciano, tal y como el mismo ha sido interpretado por Gilles Deleuze. O acudiendo a la banda de Moebius utilizada
por Jacques Lacan para eludir la lógica binaria en la representación de las
fluidas relaciones de los distintos términos del inconsciente. En cualquier
caso, hay que subrayar que dicha dialéctica ha resultado crucial para la
escritura de esta obra. Que es una investigación orientada a un fin, que, por
lo demás, cumple con los requisitos habitualmente exigidos por la academia,
pero que es también testimonio de las preocupaciones tanto intelectuales como
vitales que han encontrado lugar en el pensamiento de su autor a largo de un
gran parte de su vida. Él mismo lo reconoce en un pasaje del libro, puesto en
modo gerundio para enfatizar el carácter incesante de su investigación:
<< Y, entonces, lentamente fue tomando cuerpo teórico la antigua
preocupación de juventud respecto de la muy extraña condición y especificidad
humana>> (p.41). El asombro por el
descubrimiento de cuán extraña es la condición humana fue el estímulo, el motor
que le impulsó a escribir esta obra.
Por ahora volvamos a la cita de Schopenhauer para recordar
su definición del hombre como un <<animal metafísico>>. Tan
distinta del inasible Cogito ergo sum cartesiano y del filósofo como
encarnación del Espíritu absoluto hegeliano. Y tan semejante sin embargo a la
que ofrece Cruz Kronfly, que define al ser humano como una singular aleación
del animal y el espíritu, con la salvedad de que el espíritu no es para él el
mayor logro de la conciencia, como para Hegel, sino el responsable de la mayor
de las inconsciencias: la de la propia animalidad. Es el espíritu el que
produce la sombra que oscurece la especie humana. Y subrayo <<especie>> porque para
Cruz Kronfly no se puede pensar al hombre sino se le piensa como una especie
animal, que si ha podido encarnar la culminación de la evolución del Espíritu
absoluto, como proponía Hegel, es porque también ha culminado una cierta
evolución animal.
Evolución que queda ensombrecida porque, como explica
nuestro autor, la espiritualidad << instaura en cada ser humano, la
sensación de ser y no ser al mismo tiempo un animal. Sensación que lleva a los
seres humanos al suponer que provienen de todo, menos de los animales próximos
y de la naturaleza en su conjunto. (…) no hay en el mundo humano sombra más
espesa que esta de separarse de la naturaleza, como de una suciedad, para
venirse cada quién en este extrañamiento y repudio del origen, para que dizque
a partir de allí poder saber quién es>> (p.39
La definición de <<espíritu>> que ofrece Cruz
Kronfly, es polisémica, como en definitiva resultan polisémicas las
definiciones que las más variadas teologías y las diversas filosofías suelen
ofrecer del mismo. Esta ambigüedad radical no le impide, sino que por el
contrario le permite analizar a profundidad cómo se produce la introyección del
espíritu en la cría humana y cuáles son las múltiples y heterogéneas
consecuencias de dicha operación fundacional.
Cruz Kronfly concede una importancia definitiva a las fases iniciales,
infantiles, de constitución del animal humano. Especialmente al momento en el
que la cría humana dice su primera palabra y cruza el umbral que le permite
ingresar en el lenguaje e iniciar por su propia cuenta ese interminable
parloteo que para él es rasgo indeleble de la condición humana. Igual importancia le atribuye al primer paso
con el que el infante se yergue por primera vez e inicia su interminable
andadura por lo que terminará siendo su mundo. La comparación entre la
interpretación ofrecida por Cruz Kronfly de las fases infantiles con la que
hizo Sigmund Freud de las mismas, se descubre que en la de Cruz Kronfly no
desempeñan ningún papel ni la escena primordial. Y que el lugar que ocupa el
trauma causado por esta escena, que para Freud resulta constitutivo, es ocupado
por lo que Cruz Kronfly llama <<trastorno>>. El trastorno causado
en la condición biológica de la cría humana por la introyección del espíritu.
Por lo que no sorprende que las ideas de << alma>> y de <<
psiquis>> cumplan un escaso o nulo papel en los análisis del autor de
Humana luz en sombras.
De hecho, la función crucial atribuida por Freud a los
padres en la constitución de la psiquis, es atribuida por Cruz Kronfly a la
<< factoría antropológica>>, que es la encargada de alterar para
siempre la condición biológica de la especie humana mediante la introyección en
la misma del espíritu. Los padres hacen parte de dicha factoría, pero no son
los únicos actores en la misma <<El ingreso de la criatura humana en la
selva del hablar humano incesante>>- explica- es >>inducida con
tanto esmero y dedicación por la factoría humana constituida por las madres,
padres y allegados. Por los parvularios, jardines de infancia, las
universidades y, en su conjunto, por la totalidad del aparato educativo social,
que termina por constituirse en una sumatoria educativa en masa que se apodera
de la especie sapiens hasta hacerla propiamente humana>>.(p.37) Gracias a
la proteiforme actuación de esta singular factoría se produce en el individuo
la <<confluencia y coexistencia en él de su animalidad de origen con la
espiritualidad no biológica ni natural que le es impuesta en forma de lenguaje
simbólico articulado y de psiquismo; el subsistema lingüístico de los
pronombres y los signos deícticos; la codificación moral y las formaciones
imaginarias que nutren la cultura>>.
(p.38)
Las diferencias también se dan en torno al concepto que
ambos pensadores tienen del inconsciente. Para Freud es todo aquello que está
excluido de la vida consciente por obra de la constante represión de deseos
socialmente intolerables. Para Cruz Kronfly, el inconsciente viene a ser
nuestra animalidad, la vida del cuerpo que, aunque consideramos propio, nos
resulta ajeno, mudo, falta de un lenguaje que le sea propio. Es esta escisión, este hiato sin posible
remedio, el que funda esa << apertura al mundo>> que, según él, es
exclusiva de la especie humana. Es también fuente inagotable de inconformidad y
desasosiego y del sentimiento de que algo siempre falta. La falta entonces no
como transgresión ética o moral sino como experiencia existencial.
Cruz Kronfly nos advierte sin embargo que para él la
condición humana no es una << cosa >> sino un <<campo>>
que da lugar al intercambio, continuo ir y venir entre la animalidad y la
espiritualidad. En este sentido presta especial atención a pulsiones como la
agresividad, la violencia y la territorialidad, que, al igual que los apetitos
alimenticios o sexuales arraigan en nuestra condición animal pero que adquieren
la forma en la que los asumimos y agenciamos después de haber sido moldeados y
modulados por el espíritu. A mí, sin embargo, esta formulación del problema me
resulta, valga la redundancia, problemática. Atribuir las ingentes guerras que
padecemos o la sobre explotación de recursos naturales que está devastando el
planeta a pulsiones biológicas trasmutadas, es claramente insuficiente, cuando
no engañoso. Es en la naturaleza de las sociedades que promueven estos
desastres donde hay que buscar una explicación razonable del origen y la
función de los mismos. La guerra no es nunca un error, aunque con frecuencia se
haya desencadenado por errores de cálculo. La guerra es el resultado de
conflictos inherentes a las sociedades que las libran. Alguna vez vi en los
muros de la Universidad Nacional de Bogotá esta reveladora pintada: <<La
guerra es un derecho humano>>. Ni un atavismo ni una pulsión: un
derecho. Semejante inconformidad me
produce el intento de explicar la prevalencia social del egoísmo y de las
ansias de poder y posesión en la existencia insoslayable del <<subsistema
lingüístico de los pronombres y los signos deícticos>>.
Concluyo intentando responder la pregunta de ¿cómo y por qué se produce el extrañamiento del mundo que induce al asombro que para
Schopenhauer es el fundamento de la metafísica?
La respuesta se encuentra en la decisión del individuo de apartarse de
la vida común lo suficiente como para que dicha vida se convierta hasta tal
punto en ajena que dé lugar a la pregunta por el sentido de la misma. Por su
consistencia, por sus elementos constitutivos, por su razón de ser. A lo largo de las muchas páginas de esta obra
admirable, Cruz Kronfly intercala numerosas menciones de sitio donde está
entregado por entero al solitario y silencioso oficio de escribir: una casa
aislada en lo alto de la << cordillera>>.
Fernando Cruz Kronfly. Humana luz en sombras ( 1 ). Pigmalión. Premio internacional Sial Pigmalión de pensamiento y ensayo, marzo 2024
De: Fernando Cruz Kronfly ( 1, 2 )
Date: lun, 8 sept 2025 a las 17:35
Subject: Re: ... Fwd: Reseña. CJ
To: NTC … ntcgra@gmail.com>
En cuanto recibí por aquí la reseña escrita por CARLOS JIMÉNEZ MORENO a mi libro ensayo HUMANA LUZ EN SOMBRAS, procedo a expresar mi reacción de este modo:
Querido Carlos:
No tengo sino motivos de gratitud frente a tu reseña a mi libro ensayo HUMANA LUZ EN SOMBRAS. No exactamente por tus consideraciones elogiosas, que me honran por venir de quien vienen, sino porque tu texto es un ejemplo de lo que debe entenderse como reseña, más allá de una simple nota de contracarátula.
Me emociona, ver cómo penetraste mi escritura, acerca de un tema tan complejo y frente al cual existen tantos obstáculos epistemológicos, en términos de Bachelard, debido a la idealización, nunca superada, de la especie humana. Gracias, Carlos, por tu rigor y seriedad. Disfruto tus comentarios sobre la coyuntura mundial y aprendo de ellas lo que no te imaginas.
Sólo me atrevo a agregar mi sorpresa, al ver cómo al final desgarras, de un sólo tajo apresurado, la violencia humana y hasta las guerras, como su máxima expresión. Pienso, del conjunto del planteamiento que he intentado, que la violencia humana, totalmente diferente de la violencia y agresividad instintivas animales, HACEN PARTE SUSTANCIAL DEL TRASTORNO INFRINGIDO A LA ESPECIE HUMANA, jamás entendido este trastorno como locura, que bien podría ser, sino como MODIFICACIÓN Y ALTERACIÓN de la animalidad que somos, debido a la acción de la factoría antropológica consistente en instalar en todo ser humano, a partir de su nacimiento, la espiritualidad del lenguaje, lo simbólico, el subsistema lingüístico de los pronombres, el psiquismo y la masa de imaginarios culturales. Instalada la criatura humana naciente en este tipo de espiritualidad, inédita en el reino animal y en los primates, la cría primate humana queda modificada, vale decir, trastornada. Y la violencia humana, en ella comprendida las guerras, entran a hacer parte de dicho trastorno. En el anterior contexto, la guerra no sería un "derecho", sino una de las formas que adquiere la violencia humana llevada al extremo e incluso legitimada, debido a la manera como de la violencia instintiva heredada es ATRAPADA POR LA ESPIRITUALIDAD Y PUESTA A SU SERVICIO. Pensar que la guerra, desgajada del trastorno ontológico de la especie primate humana, debido a su atrapamiento en la espiritualidad, se presenta como un derecho, podría conducir al argumento de Netanyahu. No se trata aquí de condenar la guerra buena y la guerra mala, de quienes no tienen derecho a ella, sino de entenderla en el contexto de la ESPECIFICIDAD HUMANA.
De todas las maneras, Carlos, te prometo seguir pensando este punto crucial. ¿Netanyahu tiene derecho a exterminar, diciendo que está en guerra?
El sionismo, y tú sabes mucho más que yo
de este asunto, ha utilizado la guerra como derecho, para quedarse
con las colinas de El Golam, en Siria y acrecentar su territorio, así como lo
hizo con un pedazo de Sinaí, en Egipto. Israel practica el principio de
los hechos cumplidos a la brava. Invoca, en la práctica, la guerra como un
derecho. Pienso que no es este tu argumento respecto de la guerra entendida
como un derecho. Te invito a repensar este punto, en el contexto de mi
planteamiento.
Cierro, profundamente admirado y agradecido con la manera como entiendes lo que es una reseña intelectualmente responsable y seria.
Recibe mi fuerte abrazo. Y muchísimas gracias por tus columnas, que son ejemplares.
Agradezco infinitamente a Gabriel y María Isabel, comunes amigos, su manera de ser felices haciendo el puente en estas conversaciones en temas cruciales.
Fernando Cruz Kronfly
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De: Fernando Cruz Kronfly
Date: vie, 12 sept 2025 a las 18:24
Subject: GUERRA COMO DERECHO HUMANO
To: Carlos Jiménez Moreno , Gabriel Ruiz Arbeláez
<ntcgra@gmail.com>
Queridos
amigos. Me he tomado el trabajo de escribir este texto, a partir de la
desconcertante idea de Carlos sobre la guerra es un derecho humano.
GUERRA COMO DERECHO HUMANO
Estación de trabajo, la cordillera, septiembre12 de 2025
Muy recordado Carlos Jiménez Moreno
Querido Gabriel Ruiz Arbeláez
Luego de leer la ejemplar reseña escrita por Carlos acerca de mi libro “Humana luz en sombras”, tan enriquecida por Carlos y puesta en un nivel tan elevado, prometí seguir pensando en la guerra humana a partir de las consideraciones finales que el autor de la reseña hace al pensar la guerra “como un derecho humano” y no como “un error”. Puesto que la guerra es “el resultado de conflictos inherentes a las sociedades que las libran”
Independientemente de haber prometido seguir pensando en este punto de vista, de esta manera expuesto por Carlos, me permití adelantar alguna consideración en el sentido de que este argumento del “derecho humano” a la guerra podría ser el mismo esgrimido por Netanyahu en la Franja de Gaza, puesto que el sionismo, rector del Estado de Israel, practica el principio de los hechos cumplidos a partir del poder militar que despliega. Haciendo valer, una vez más, enseguida de los hechos cumplidos, el nunca enterrado lema de la ley de la selva.
Y recordé el berenjenal en que se metió Santo Tomás, en “El Gobierno de los príncipes”, si mal no estoy en el siglo XIII, al diferenciar entre la guerra buena o santa, a favor de la fe, y la guerra mala de los impíos. Muy parecido a hoy, aunque en otras palabras.
Así que al leer la reseña, me entregué a pensar: ¿tiene razón Carlos al afirmar que la guerra “es un derecho humano,” en cuanto la guerra debe entenderse como el resultado de “conflictos inherentes a las sociedades que las libran?
Al hacerme esta pregunta, de entrada sentí que, el anterior punto de vista, sólo era posible si la guerra se desconectaba o desgarraba del grueso de mi planteamiento, expresado en mi libro-ensayo “Humana luz en sombras”. Libro en el cual no sostengo que la guerra sea un error, sino que es la máxima expresión humana de la realización de la denominada por Freud, a su manera y en su lengua, “pulsión de muerte y destructividad”
El punto es que la especie primate humana, ha recibido un legado natural de anteriores especies animales (Whitehouse: Herencia, Editorial Debate, 2024), que el autor denomina sesgos. Y Fans de Wall (“El mono que llevamos dentro”), autor que hace especial hincapié en la extrema territorialidad humana, sin explicar por qué. ¿Acaso será porque el territorio ingresa a formar parte sustancial de la identidad psíquica de los seres humanos? ¿La territorialidad animal natural se vuelve psíquica esencial en los seres humanos, al punto de que por esa nacionalidad territorial nos hacemos matar?
Entendidos como instintos, el de alimento, reproducción y violencia y agresividad, al ser objeto de modificación “ontológica”, digamos, por la manera como la factoría antropológica se apodera de la criatura humana naciente, la especie humana animal queda en poder de la espiritualidad lingüística, el mundo simbólico, el subsistema lingüístico de los pronombres y los signos deícticos, el psiquismo, el mundo moral y las formaciones imaginarias de la cultura. Siento que estoy reiterando, por necesidad, y esto es lo magnífico y perdonable en el género epistolar.
Regresando, lo anterior significa para la criatura humana la ocurrencia de un verdadero segundo nacimiento, agregado y “superpuesto” al primer nacimiento como hecho biológico. Este segundo nacimiento (empleo esta expresión por primera vez), implica un progresivo desprendimiento de la criatura naciente del mundo natural, sin que por este desprendimiento el animal, que es la criatura, desaparezca, Aunque sí queda trastornado, vale decir, alterada y modificada profundamente su “esencia animal”.
Para concretar, mi punto de vista es que la guerra, en cuanto suprema expresión de la agresividad y la violencia heredadas, no debe ser “desgajada” y, de alguna manera, puesta a salvo del trastorno ontológico, sin el cual lo humano, no hubiera podido darse en la naturaleza. Ya que el ser humano es ese otro tipo de animalidad que le apareció a la evolución. Así que la guerra es parte esencial “ontológica” del mundo humano y máxima expresión del instinto agresivo y violento heredado de las especies animales.
Pero, ojo con el pero, los instintos heredados por la especie humana, son atrapados por la espiritualidad, en los términos arriba definidos e incluso, absolutamente, puestos a su servicio.
Escribe Boris Cyrulnik, médico psiquiatra, psicoanalista, etólogo, sobreviviente de Auschwitz y formulador de la teoría de la resilencia, algo así; detrás de todo genocidio, hay un imaginario. Buen punto.
Y, me digo: ¿acaso el imaginario que preside las matanza y, agrego, las guerras en particular, no hace parte del trastorno humano, que no es una enfermedad, ni una cosa mala ni un error, sino una consecuencia de la modificación “ontológica” de la condición animal humana, debido a la intervención sobre las criaturas humanas de la factoría antropológica, con toda la carga plural y en masa de esta factoría, que se desploma sobre la criatura naciente?
Si pensamos que comer es un derecho humano, que gozar la sexualidad lo es igualmente y que realizar la muerte y la pulsión de muerte y destructividad, es otro derecho humano también, es nuestro deber empezar a hilar mucho más despacio. Aunque, sin hacerlo, me atrevo a decir que Carlos, con su afirmación, coloca la guerra humana en un punto extremo esencial, en términos teóricos. Aunque, y aquí me distancio con sumo respeto, no en los términos en que él lo hace, como “resultado de conflictos inherentes a las sociedades que las libran”, puesto que, en mi opinión, así expresado, el origen de tales conflictos se quedan sin ser explicado.
Muy pronto se dirá: pero es que esos conflictos que llevan las sociedades a la guerra son económicos, políticos, geo-políticos, en fin. Y uno queda perplejo. Pero yo insisto: no conozco un solo animal que haga la guerra, así se muerdan y hieran mortalmente. Pero, eso no es guerra, y mucho menos por los motivos anteriormente señalados. Ciertos animales primates son violentos y agresivos en extremo, entre ellos los chimpancés, pero jamás por los anteriores motivos. ¿De dónde entonces provienen estos motivos, dónde se originan si evidentemente no son de origen natural?
Sostengo, en consecuencia, que los motivos económicos, políticos o geopolíticos, etc, son reales, pero su trasfondo y detonadores hacen parte del trastorno humano espiritual como lo son las formaciones imaginarias, ideologías, religiones, paranoias sociales, nacionalismos, en fin. Habría que analizar, en cada guerra, el componente dominante “espiritual” de fondo. En el caso nazi, fueron los imaginarios y delirios eugenésicos dominantes en los tiempos del conde Arthur de Gobineau. En las cruzadas medievales, fue el delirio religioso. En el genocidio Servio, el delirio paranoico de Slobodan Milosevic; en Gaza, el delirio del Tanaj, la Torá y las profecías de Jeremías e Isaias. Hay que tomarse el trabajo de leerlas, como lo he hecho, para tener esta certeza. Y claro, en la superficie macabra, en Gaza, el proyecto de convertir la franja de Gaza en un faraónico complejo hotelero. Su gerente reconstructor: Trump. Lo han dicho públicamente Netanyahu y Trump. El uno destruye, el otro reconstruye.
Delirio es una creencia que se vive con absoluta convicción y que, además, se invita a ser parte de la vida.
Regreso al tema y me pregunto: pero, ¿dónde se realiza, como derecho humano, la pulsión de muerte y destructividad, habida cuenta de que, como suele decirse, no puede quedarse sin realización? No cabe duda: se realiza en el cine, los videos juegos, la propaganda, las exhibiciones en las vitrinas, las series televisivas, los noticieros y sus imágenes, la novela policíaca, incluso el arte, en fin.
Quien lea “La divina Comedia”, se detendrá de más en el capítulo del infierno, quizás el más célebre entre el vulgo y quién sabe entre cuántos más. Aquí, el inmenso Dante elabora algo semejante a un “bocado de cardenal”, para ofrecer al lector aficionado al dolor humano. El gran escritor Orlando Mejía Rivera, en su libro “Dante y la medicina”, sostiene que Dante tuvo relación con los estudios médicos, y que esta circunstancia le permitió conocer cuáles eran los lugares del cuerpo donde se podía causar el mayor sufrimiento posible. Y, finaliza, Orlando Mejía, diciendo que este conocimiento médico de Dante fue esencial para escribir el minucioso capítulo del infierno, que cierto tipo de lector gozará en su inconsciente, que es una dimensión psíquica humana y nunca una dimensión natural.
Esta realización, debe ser dicho, no es real material, sino real simbólica. Los descubrimientos de la neurociencia al respecto de lo anterior, son iluminadores, puesto que en la corteza cerebral existen unas células denominadas neuronas espejo, que permiten a los seres humanos “incluirse” en lo observado. Lo cual explica la altísima demanda que tienen este tipo de “creaciones” humanas relativas a la violencia y la muerte. Igual sucede con la pornografía, donde el observador de la imagen y de la acción, se incluye. Las realizaciones reales simbólicas de los deseos humanos son tan importantes como las realizaciones reales materiales de los mismos.
La guerra intestina es demoledora, incluyendo las guerras civiles. Por este motivo, la guerra es casi siempre contra “los otros”. Y aquí juega el subsistema lingüístico de los pronombres. En fin, no debo extenderme.
Infinitas gracias a Carlos Jiménez, por haberme forzado a seguir pensando la guerra, máxima expresión del dispositivo agresivo y violento, heredado de la naturaleza animal aunque atrapado en la espiritualidad y puesto a su servicio. Instintos no conjugados en clave biológica, como en Freud, sino en clave espiritual.
En su estudio sobre la violencia y lo sagrado, René Girard demuestra cómo los aterradores sacrificios de víctimas humanas, consideradas sagradas, jamás se explicarían por fuera de los imaginarios en que estas comunidades humanas vivían inmersos. Técnicamente, estas creencias eran vividas con absoluta convicción. Dicho de otra manera, psíquicamente eran delirios. Hay una diversidad de éstos en la vida humana: delirios económicos, políticos, identitarios territoriales, religiosos, nacionalistas, en fin. Puedo entender lo grave que es decir esto y lo ecléctico que uno se vuelve cuando lo dice desde una mirada disciplinariamente transversal, porque se queda sin lugar. El único lugar que esto permite, es el entendimiento. Análogamente a Hannah Arendt.
Escribe René Girard, que, la violencia nunca deja de existir en el mundo humano, sino que hay que “engañarla” y tirarle de cuando en cuando trozos de carne. Para concluir que el gran realizador real y material de la violencia y la venganza reparadora del daño en el mundo moderno, es el Estado. El Estado, en Girard, como vengador, por delegación del ciudadano. Por su parte, Byung Chul-Han, en su “Topología de la violencia”, escribe que en el mundo humano hay muchas cosas que nunca desaparecen, entre ellas la violencia. Explica que ésta, sin desaparecer jamás, asume formas que hacen pensar que ha desaparecido, como ocurre con la violencia psíquica en nuestro tiempo. Es suficiente.
Hasta pronto, Carlos
Gabriel.
Fernando Cruz Kronfly
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De: CARLOS JIMENEZ MORENO
Date: sáb, 13 sept 2025 a las 7:47
Subject: Respuesta. CJ
To: Fernando Cruz Kronfly , Gabriel Ruiz Arbeláez <ntcgra@gmail.com>
Queridos Fernando y Gabriel,
les envío mi respuesta a los comentarios de Fernando, junto con mi
agradecimiento a ambos.
Abrazos
Carlos Jiménez
-
Querido Fernando, quien debe
empezar dando las gracias por tu libro soy yo. Gracias a un esfuerzo tan
duradero como fecundo has producido una obra que ciertamente memorable. Si la
reseña que he escrito de la misma te parece notable, es porque era lo mínimo
que podía hacer, como lector agradecido, en respuesta a tan formidable estímulo
intelectual. De una ambición y de unos logros escasos en nuestra cultura.
Dicho esto, paso a responder
tus objeciones. Empiezo por reconocer que tienes razón, cuando afirmas, al
final de tu primera respuesta a mi reseña, que allí se produce un “tajo” en mi
argumentación. Es cierto. Se produce.
Todo lo escrito por mi antes de esos pasajes finales fue resultado de mi
fidelidad a la lógica de la crítica inmanente: criticar un texto a partir y
contando con su propia lógica, para determinar sus logros y detectar sus
inconsistencias, si las hubiere. Postura que abandoné en los pasajes en
cuestión, cuando decidí reemplazar la crítica inmanente por la critica
trascendente. Y situarme en un paradigma teórico distinto del propio del texto
original para criticarlo desde allí. Supongo que ya has advertido que dicho
paradigma es el del materialismo histórico, que califica de “biologistas” las
explicaciones dadas en términos biológicos o etológicos si quiere, de un
fenómeno tan complejo y tan crucial para el debate político e ideológico
contemporáneo, como es la guerra.
Estamos en guerra, en Colombia, en Venezuela,
en el Medio Oriente, en África y en el corazón de Asia y creo no podemos
permitirnos el lujo de hacer una interpretación equivocada de porqué se están
produciendo y que es lo que podríamos hacer efectivamente para conjurarlas. En
el entendido de que podamos hacer algo, aparte de padecerlas sumidos en la
impotencia.
Tú has citado oportunamente
el intercambio epistolar entre Albert Einstein y Sigmund Freud originado por la
pregunta que el físico le hace al psicoanalista, con la esperanza de que la
respuesta a la misma se encuentre en la psiquis humana. Freud, con prudencia
admirable, presenta como respuesta la posibilidad de que el origen de la guerra
se encuentre precisamente en dichas profundidades como pulsión de muerte.
Notable el razonamiento que, desgraciadamente, sirvió poco para aclarar la
guerra mundial que se estaba gestando y que poco después obligo a ambos a
exiliarse de sus respectivas patrias. El psicologismo tampoco ayuda en este
caso. Por lo que resulta mucho más
pertinente para tratar el fenómeno de la guerra asignarle a la biología y al psicoanálisis
papeles subalternos, subordinados, sobre determinados por la política,
la ideología y la economía.
Quiero por último referirme
a mi tesis de que la “guerra es un derecho”. Empiezo por aclarar que yo
distingo entre derecho y justicia, por la razón fundamental de que el derecho
es siempre derecho de un Estado, como han sido todas las guerras realizadas
desde que la organización estatal de la sociedad reemplazó a las sociedades
tribales. El derecho y la guerra están para mi íntimamente asociados, por mucho
que haya estados que se salten su propio ordenamiento legal, o el ordenamiento
legal internacional vigente, para hacerlas. Como son hoy los casos flagrantes
de Israel y Estados Unidos. A este argumento digamos ontológico, añado el
positivo o pragmático: existe una normativa legal sobre la guerra, cuya máxima
expresión es la Convención de Ginebra. Existe un derecho a la guerra, por mucho
que la mayoría abrumadora de los beligerantes tiendan a quebrantarlo.
Fernando, concluyo
reiterando mis agradecimientos por tu libro y mi admiración tu vasta obra de
escritor y ensayista. Agradezco igualmente la generosidad con la que Gabriel
Ruiz ha abierto las puertas del medio digital que dirige.
Carlos Jiménez.
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De: Fernando
Cruz Kronfly
Date: sáb,
13 sept 2025 a las 17:33
Subject: PD ... / Fwd: Respuesta.CJ
To: NTC <ntcgra@gmail.com>, carlos jimenez moreno
P.D. A mi texto de respuesta a Carlos Jiménez. Brevísima:
Jackes Lacan escribio: la especie humana no quiere salvarse. ¿Qué quiso decir, o qué dijo Lacan?
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De: Fernando Cruz
Kronfly
Date: vie, 26 sept 2025 a las 10:11
Subject: lo prometido
To: Gabriel Ruiz Arbeláez <ntcgra@gmail.com>
GUERRA, VIOLENCIA Y
CIENCIAS DE LA ESPECIE HUMANA
Para: Carlos Jiménez Moreno
Gabriel Ruiz Arbeláez.
Por:
Fernando Cruz Kronfly
Consideraciones
preliminares.
Nunca fue fácil
explicar la guerra, en sí misma, y menos aún las formas y maneras de las violencias asociadas a ella. Lo uno y
lo otro han tenido lugar entre los seres humanos, intra-especie, desde miles de
años atrás, de manera frecuente y por demás reiterada.
La guerra se
ha presentado visiblemente asociada
a variables económicas y políticas. Al punto de que éstas variables se han
tomado como únicas o, al menor dominantes en términos causales o factores
determinantes. Los analistas ortodoxos de las guerras destacan como causas detonantes
los conflictos económicos y políticos propios de las élites, pueblos, estados y
naciones. Lo anterior se postula, digamos, como el “vientre” verdadero de las
guerras que hay que desentrañar y “des-ventrar”, en cuanto este vientre no
siempre se muestra evidente, retozando en el sol de la superficie.
Sin
embargo, esta escritura postula, de entrada, que una cosa son las guerras “en
sí mismas”, y muy otras las formas y
maneras que en ellas se ponen en marcha: éxtasis de sangre, celebraciones,
excesos, lujos. La diferenciación es esencial, puesto que es en esto último
donde las guerras se vuelven atroces y causan espanto. En consecuencia, hay siempre
algo más asociado a las guerras que,
digámoslo de una vez, son sólo guerras humanas.
Este algo más hace parte sustancial de las
guerras. Se desata en ellas, en sus delirios, desbordes, excesos, lujos y
éxtasis. Este “algo más”, desencadenado en las guerras, por causa de ellas
mismas y propiciado por ellas como escenario privilegiado para el desahogo de
lo peor es, como ya podrá estarse advirtiendo, absolutamente oscuro e invisible,
coyuntural y circunstancial. Detrás de las motivaciones “materiales” económicas
y políticas, se agazapa este “algo más” inherente a las guerras: sus maneras,
sus formas ingeniosas del mal, la sevicia, la crueldad.
De “desentrañar”
este “algo más” trata esta escritura.
EL DESAHOGO
DEL LEGADO VIOLENTO, SU REALIZACIÓN.
En
principio, la guerra puede considerarse como la manifestación suprema del
legado violento heredado por la especie humana de sus parientes primates
próximas. En este “algo más” alcanza, en
principio, su éxtasis y euforia la agresividad y la violencia heredadas. La especie
humana que, como ya se está conociendo gracias a la antropología, muy bien
ayudada por la genética, es una entre varias de las otras variedades de la
especie homo que en el curso de la evolución mostraron sus rostros.
Con esta
precisión esencial, según la cual la guerra es una cosa y otras sus maneras y
prácticas, se vuelve evidente que estas maneras, formas y prácticas es donde suele
ocurrir su enigma mayor. El enigma es un problema que la ciencia se desvela por
explicar. Llamo a conservar en la mente esta esencial diferenciación: No es lo
mismo la guerra en sí misma, como objeto general de estudio en cuanto a sus
causas, por una parte, y muy otras las sevicias, éxtasis, excesos, desahogos,
euforias y crueldades que brotan en los espacios, oportunidades, coyunturas,
circunstancias inherentes a las guerras.
Veamos:
Las
crueldades y atrocidades a cargo de Ilse Koch, ramera del campo nazi de
Buchenlad, sus formas y maneras que hacían aterrorizar hasta a los mismos
nazis, son un enigma, así hubiesen sido aplaudidas por Himmler. El genocidio en
Gaza, me refiero a sus maneras y formas, se levanta ahora como un inmenso
enigma apoyado por la “civilización” occidental. Bien pareciera que, entre Sarajevo, el
Callao, Hiroshima, Nagasaki, Auschwitz y Gaza se estuviese dando trámite a un
continuum histórico para el desahogo
real y gozo de la crueldad, en cuanto pareciera insuficiente a la especie
humana el desahogo psíquico simbólico de
la crueldad en el cinematógrafo, los videos juegos, series televisivas. Violencias
y crueldades simbólicas que, precisamente por su necesidad de desahogo, en vez
de causar horror, pasan a ser objeto de la más elevada demanda comercial.
¿No hay en
lo anterior un enigma, que las variables “materiales” económicas, políticas así
como las controversias y diferencias inherentes a las sociedades llamadas a ser
resueltas incluso por las guerras, no alcanzan a explicar?
LA
MODIFICACIÓN ONTOLÓGICA DEL ANIMALITO HUMANO QUE HA NACIDO
La conducta
agresiva de la especie humana y la violencia derivada, es cierto, hacen parte
de la herencia animal. Pero, el ingreso forzado y deliberado del animal humano
en el mundo espiritual no biológico (lenguaje simbólico articulado, sistema
lingüístico de los pronombres y los signos deícticos, mundo de restricciones
morales, psiquismo, creencias e imaginarios existentes en la cultura y asunción
delirante de dichas creencias), causa en la criatura humana naciente un
trastorno esencial, digamos, una modificación esencial ontológica. Bien pareciera
que, por lo grave y escandaloso de sus manifestaciones en forma de crueldades,
excesos y sevicias, el legado agresivo y violento fuese el que sufriera un
trastorno mayor. Se trata de un desquiciamiento inimaginable de lo instintivo,
en cuanto a sus consecuencias, maneras y formas.
De este
modo, el ser humano empieza a ser algo así como un “no animal” (Giorgio
Agamben), sin poder dejar de serlo.
En el ser
humano, su animalidad ostensible queda en poder de su espiritualidad. De tal
manera que ya no parece que fuese un animal, puesto que, sin dejar de serlo, ya
no lo es ni puede seguirlo siendo en su integridad. La relación, entre el
animal humano y su espiritualidad, es una relación inevitable pero absolutamente
tensa. Lo es tanto, que no pocas veces en el trámite de esta relación el sujeto
humano enloquece. Pero, si esto no ocurre, que es lo más frecuente, el sujeto
humano sufre dolores morales y hasta los somatiza y el cuerpo animal se llena
de síntomas, como de pústulas.
Lo humano
no es entonces una cosa - ya esta escritura lo propuso en el libro “Humana luz
en sombras”- sino el campo que se
forma en el animal humano, al éste ser intervenido por la espiritualidad ya antes
precisada, sin que por dicha intervención desaparezca el animal intervenido. Que
no desaparece, sino que queda trastornado, profundamente modificado en su esencia animal.
Esta modificación esencial es la que se muestra,
precisamente, en las maneras y formas de la guerra. E, incluso, en la manera de
darse en las guerras los detonantes “materiales” económicos y políticos. Que,
dicho sea de paso, de ninguna manera son detonantes naturales animales, de
origen instintivo.
LA ASUNCIÓN
DE LA ESPIRITUALIDAD: UN SEGUNDO NACIMIENTO
El animal
primate humano hace la asunción de
la espiritualidad, al apoderarse de él la factoría antropológica y entrar éste
en una especie de segundo nacimiento, a
partir del nacimiento primero de tipo biológico natural. Esta escritura llama a
seguir recordando y teniendo en la cuenta este segundo nacimiento, que pone en
marcha el proceso de la antropogénesis
individual que ha de emprender cada
ser humano a partir del primer nacimiento, entendido éste como acontecimiento
biológico, animal, natural. Rompimiento definitivo y para siempre del cordón
umbilical. Acontecimiento que, al final, no es sólo el corte de un conducto
alimentario natural, sino un desprendimiento, un extrañamiento, una lejanía
irremediable que es preciso asumir. Quién no la asume y elabora, queda marcado
más que otros.
A partir de
este acontecimiento natural que es el primer nacimiento, el cordón de conexión
de la criatura humana con el mundo habrá de ser, sobre todo, un cordón de conexión cultural espiritual. Aquí, la
pronunciación de la primera palabra se convierte en un acontecimiento esencial,
en cuanto comienzo del cordón espiritual cultural de relación con la otredad y
la alteridad.
Planteadas de
esta manera las cosas, esta escritura procede a pensar la violencia y la
agresividad humanas, sus formas y maneras, así como la guerra como escenario de su manifestación suprema, como
algo que no debe atribuirse únicamente y a veces ni siquiera dominantemente, a
factores causantes y/o determinantes “materiales” del tipo económico y político.
Variables que tampoco ciertamente son de origen instintivo natural animal.
Aquí, la
guerra, sus formas y maneras se plantean inmersas, sumidas en esa masa de
variables que configura la espiritualidad humana en su conjunto, dentro de las
cuales se encuentran incluidas, por supuesto las variables económicas y políticas.
PUNTO DE
VISTA SIGNIFICATIVO PARA IR ADELANTE.
A modo de punto
de vista inicial, la especie animal humana ha heredado también de las especies
animales primates próximas, además de la agresividad y la violencia, una
extrema territorialidad (Frans de Wall,
“El mono que llevamos dentro” Editorial TusQuets, 2005-2010) Territorialidad
que los seres humanos tenemos en común, obviamente, con las especies primates
próximas y, en términos aún más generales, con los demás animales de la
naturaleza.
Así que, en
las guerras, se hace evidente la presencia de la variable territorial, y no
podría ser de otro modo.
Pero, sin
querer trazar una frontera indebida entre la especie primate humana y las demás
especies primates no humanas, en la especie humana la territorialidad deja de ser sólo un asunto relativo al hábitat
instintivo, en cuanto pasa a formar parte de la identidad psíquica de cada ser humano. Este punto es crucial, en el
propósito de poner en evidencia cómo las violencias y las guerras desencadenadas
por motivos “materiales” territoriales y políticos o geo-políticos, entran y se hunden en el magma del mundo
psíquico humano en busca de su éxtasis e incluso de su fascinación, debido
a la realización suprema del instinto territorial recortado y reprimido o
simplemente aplazado y reglamentado, ahora suelto en el espacio “en tiempo
real”: la invasión territorial y ocupación del territorio “del otro”. El culmen
psíquico y éxtasis de la guerra y la violencia se dan en la ocupación de la
tierra del otro y la eliminación del
otro enemigo en uso del legado instintivo territorial en una especie de llanura
sin límites en des-borde, en expansión.
Por un
centímetro vulnerado de nuestra patria territorial
identitaria, vamos a la guerra y ofrecemos la vida. Y, si damos muerte al
enemigo y usurpamos sus tierras, somos héroes y podremos escuchar el tin-tin de
algunas medallas sonoras en nuestros pechos. Las medallas merecidas en las
guerras, usurpaciones territoriales y matanzas justas, son de elevado poder simbólico. El magma espiritual, no
natural, en que se sumen las guerras y las violencias que les son inherentes,
es un enigma de estudio propio de las ciencias humanas.
De esta
manera, las luchas por territorio, que tienen evidentes trasfondos económicos y
políticos visibles y conscientes, obedecen también,
y de qué manera a motivaciones psíquicas
relacionadas con el territorio elevado a la identidad: nuestra patria, donde
nacimos o nuestra por adopción. Tierra natal que no es sólo tierra, sino tierra
y polvo dadores de identidad. Respecto
de lo cual somos aquello que somos en razón de la tierra en que nacimos o que
nos acogió como una madre sustituta por adopción. La tierra de nuestro
nacimiento nos pone una marca. Ella es incorporada a nuestra vida como una señal
de identidad: nosotros somos los de esta
tierra, los otros son aquellos de las otras tierras.
Esta
escritura llama a recordar, en adelante, el súbito aparecimiento aquí de los
pronombres y su papel decisivo en las guerras y matanzas.
Esta
escritura ha puesto en negrilla y ha juntado a propósito la tierra dadora de
identidad con el subsistema lingüístico de los pronombres: nosotros y ellos, los otros. No duda al dejar sentado que este
subsistema lingüístico subyacente al gran sistema general del lenguaje, ha
operado de manera inconsciente y decisiva en la historia de la humanidad. Y
hace masa, claro, con las otras variables no naturales que intervienen en esta historia
de las guerras, junto con las denominadas variables “materiales” económicas y
políticas más visibles y, digamos, de común invocación consciente.
Las
variables denominadas “materiales”, económicas y políticas, como razones de
fondo de las guerras, no alcanzan sin embargo poder autónomo suficiente para hacer
desaparecer de la escena de la guerra y sus formas y maneras, las otras
variables que, de manera, digamos, inconsciente, operan en forma decisiva en el
desarrollo de estos acontecimientos.
Yendo más
lejos, los intereses económicos y los conflictos políticos, denominados
“materiales”, no son tampoco razones naturales animales ni instintivas. Son
espirituales. La territorialidad sí es
de origen natural, aunque en los animales opera con finalidad instintiva:
defender el territorio hábitat. Pero, en el mundo humano, la territorialidad no
opera con fines instintivos exclusivos, a pesar de que el hábitat en el mundo
animal hace parte esencial de su subsistencia. Podría decirse que, por este
motivo, para los animales el territorio hábitat es un asunto económico. De
cierta manera, es así, por cuanto tanto ellos como nosotros somos animales. Sin
embargo, un territorio no es para los animales un bien económico en el sentido
de apropiación individual o tribal de la tierra, como medio terrestre dónde
realizar la intervención productiva de alimentos. La tierra hábitat es, para el
mundo animal y el mundo humano ancestral, en común, un lugar para vivir en
recolección.
Sea así, o
no lo sea debido a la porosidad de la frontera, la territorialidad humana modifica
radicalmente su naturaleza instintiva y pasa a ser tierra dadora de la
identidad más profunda. A nuestro nombre identitario, agregamos con ahínco y
hasta con fiereza y honor, nuestra identidad territorial. Lugar de nacimiento
que instaura en el sujeto una dimensión psíquica antropológica esencialmente
diferente de la nuda territorialidad animal en términos de hábitat.
Esta
escritura ha de admitir que la frontera entre el mundo animal y el humano es en
extremo borrosa, por una razón obvia y profunda: somos animales. Así de simple
es el asunto. Aunque los seres humanos somos aquellos animales trastornados, modificados
y atrapados en la espiritualidad originada en nosotros mismos en cuanto
animales espirituales culturales, en los términos laicos antes definidos en
esta misma escritura. Atrapamiento esencialmente humanizador, ontológicamente constituyente,
al extremo de que nuestros instintos animales heredados pasaron a ser
comandados por el magma espiritual no biológico que empezamos a interiorizar en
seguida de nuestro primer nacimiento, biológico natural. Momento en el cual
empieza a sonar la campana de nuestro segundo nacimiento, precisamente debido a
nuestro ingreso en la espiritualidad cultural lingüística, simbólica, psíquica,
imaginaria y moral, e internalización y asunción de este otro mundo, ya no
biológico.
ASÍ QUE EL
HUMANO ES ESE OTRO TIPO DE ANIMAL QUE LE APARECIÓ A LA NATURALEZA.
Llegados a
este punto, esta escritura ha de consignar que la manera como Carlos Marx
entendió las leyes gobernantes de la historia humana, “en las antípodas” de la
dialéctica idealista de Hegel, digámoslo así, en este caso una dialéctica
material fundada en variables económicas y políticas, así como en las
contradicciones materiales de este tipo inherentes a los encontrados intereses
humanos, no fue visitada por los desarrollos de las denominadas ciencias
humanas. Fue otro el campo del debate intelectual que en su tiempo a este pensador
esencial le fue ofrecido para construir una dialéctica histórica material enfrentada
a la dialéctica idealista expuesta por Hegel, pensador para quien, la historia
humana y sus movimientos y cambios se debía entender a partir de la
contradicción entre grandes ideas instauradas como tesis, enfrentadas a ideas
opuestas, en forma de anti-tesis o antítesis, para de esta contradicción brotar
una síntesis. Y, así sucesivamente, la historia se iría dando.
En los
anteriores términos sintéticos formuló Hegel la “lógica” de la historia humana,
aquí abreviada de manera por demás obligada y no ajena a la simplicidad -motivo
por el cual esta escritura ofrece disculpas anticipadas al lector-. En
desacuerdo con esta manera de ver Hegel la historia, Marx atacó la dialéctica
idealista, la puso sobre “los pies”, como suele decirse y explicó la historia y
los movimientos y procesos de las sociedades humanas según variables que
denominó “materiales” y no ideales, del tipo económico y político,
fundamentalmente. Esta dialéctica social se llamó materialista.
Esta mirada
“material” sobre la historia de las sociedades humanas, significó en su tiempo
y hasta ahora una radical e importantísima ruptura epistemológica. Puesto que hizo
más nítido para la historia lo que se conoce como un nuevo objeto de
conocimiento: las variables materiales intervinientes en el devenir histórico humano,
en primer lugar. Y, en segundo lugar, puso en marcha un método de análisis,
explicación y entendimiento de esas variables materiales y su modo de
intervenir en la historia. No exagero, pienso, si estas escrituras que me
comprometen concluyen que la obra más significativa de Carlos Marx consistió,
precisamente, en explicar cómo operan, se manifiestan y actúan de manera real las
variables económicas y políticas “materiales” y no ideales en la historia, a
partir en las contradicciones y tensiones “inherentes” en que entran los
estados y las sociedades humanas.
Pero…
Carlos Marx
murió el 14 de marzo de 1883. Su obra cumbre, “El Capital”, fue publicada por
primera vez, en vida suya, el 14 de septiembre de 1867. Estas fechas plantean
una cronología intelectual decisiva:
Carlos Marx no conoció las esenciales tesis anunciadas por Sigmund Freud acerca
de la guerra y la violencia humana, de manera implícita y también explícita a
lo largo de su obra y, especialmente de manera explícita en “El malestar en la
cultura”. Obra publicada en 1930, en la que incluye un capítulo sobre la guerra
y la violencia humanas. Según Georg Steiner (“En el castillo de Barbazul,
Editorial Guadarrama, 1972), en dicho capítulo Freud no expuso ciertamente una
teoría, sino que anunció una especie de epifanía o aporía sobre la violencia y
la guerra en el mundo humano.
Sin
embargo, cada vez más y según los acontecimientos históricos, Freud se vio
inclinado a pensar que en el mundo humano operada un instinto de muerte y
destructividad. Y que este instinto heredado del mundo animal, explicaba la
razón de la guerra y las maneras de manifestarse la violencia en el mundo
humano.
ESTA
ESCRITURA HA DE SEGUIRLE LA PISTA A ESTE ENIGMA.
Imposible no
recordar que Elias Canetti, premio Nobel, publicó en 1960 su magnífica obra
“Masa y Poder”, muy recomendada por esta escritura para ser leída y meditada. En ella, Canetti dedica páginas enteras al
poder, la guerra y la violencia humanas, con agudas referencias a la guerra como cacería. Esta
comparación es absolutamente inquietante, reveladora, iluminadora: Gritos de júbilo, flechas, celebraciones y,
sobre todo, modos, giros lingüísticos y
gestuales para referirse a ciertos momentos de la cacería a que se reduce
la guerra humana.
¿No es,
acaso, la guerra una cacería a la
humana, con todas sus siete letras?
En estos
renglones que van quedando escritos, muy posiblemente el lector se vea tentado a
borrar las fronteras entre la especificidad humana y las otras especies
animales colindantes.
Sigamos:
Ya en el
año 2005, Francoise Heritier, heredera de la cátedra de Antropología que
regentó Claude-Levy Strauss, publicó su libro “De la violencia”, en el que
sostiene que la violencia tiene causas culturales. Es cosa de no olvidar esto. Y
en 2013, en edición publicada en Berlín, Byung- Chul Han se inclina por la
tesis de que la violencia humana y la guerra no deben explicarse en términos
biológicos instintivos, como lo propuso Freud. No se trata de un asunto
instintivo, según el coreano.
TRANSITORIO
APENAS, UN LIGERO REPOSO
La guerra
humana –no hay ninguna otra guerra conocida en el mundo animal diferente de la
humana- deja ver ciertamente visibles motivaciones económicas, políticas y
territoriales. No hay duda. Aunque siempre inscritas
y sumidas estas motivaciones, hasta
la nuca, en el magma complejo del lenguaje, el subsistema lingüístico de los
pronombres, el psiquismo, el mundo simbólico, la complejidad normativa moral
entre lo justo y lo injusto, el mundo normativo jurídico, los tabúes
supervivientes, los imaginarios de todo orden, en fin.
La guerra,
ciertamente, es una expresión violenta en extremo perturbadora y desgarradora, no
sólo destructiva de la idealización de la especie humana sino de la confianza
en ella y de la capacidad de convivencia y de paz eterna.
Así que la
agresividad y la violencia heredadas del mundo animal, fueron en extremo humanizadas a partir del segundo
nacimiento, con todo lo que esto significa. Lo cual quiere decir, sin
esguinces ni ambages y por doloroso que sea, que la agresividad y la violencia
heredadas del mundo natural, quedaron subsumidas y atrapadas en la
espiritualidad. Por este motivo sólo hay guerras humanas. Hay violencias
animales, pero no hay guerras animales. Las guerras son humanas, igual que los
genocidios macabros.
HA DE
TERMINAR AHORA MISMO EL REPOSO, SI ES QUE ACASO LO HUBO:
Pues en 1904,
Max Weber publicó un libro fundamental: “La ética protestante y el espíritu del
capitalismo”. Este título, sólo él, en mi opinión introduce una bomba amable de
otro tipo a la racionalidad social. Aquí la ética y el espíritu aparecen incorporados al alma de un particular modo de producción típico del mundo
moderno: el capitalismo.
No hace
mucho, apenas unos días atrás, en un formidable texto difundido por César
Pagano, explicativo de la crisis que aqueja desde hace rato al imperio
norteamericano, el autor del análisis, a partir del método de casos y luego de
analizar los casos de la crisis de los imperios que precedieron al
norteamericano, concluye que, en el caso de la crisis de Norteamérica, en
cuanto imperio, entre otros factores se advierte un agudo declive de la ética
protestante.
¿De modo
que la ética protestante intervino en la historia económica de la humanidad, en
el período más efervescente del capitalismo?
En Weber, lo
sabemos, el modo económico capitalista se encuentra inscrito en la profesión de
fe. Aquí, la variable material económica aparece sumida en el magma espiritual religioso,
de ninguna manera de origen natural instintivo animal. Magma claramente
espiritual: la profesión de fe religiosa protestante en que se vio sumida la
economía como en un extraño estanque: en los rituales estanque consciente, en
los delirios, mareas inconscientes.
En
consecuencia, esta escritura no niega que las muy evidentes variables económicas
y campos cruzados de intereses, razones políticas y territoriales “materiales”,
intervengan en la historia de la humanidad. El punto aquí consiste en poner en
evidencia que la especie humana es lo que es, en la medida en que todo su mundo humano y su relación con el
entorno, ocurren “inmersos” en un magma espiritual, en los términos en que antes
fueron precisados. Términos que esta escritura reitera, a pesar de la carga
semántica que arrastra el concepto “espiritual”, cuando se vierte en formato religioso.
ES UN
ENIGMA HUMANO QUE LA TIERRA HAYA DEJADO DE SER SÓLO TIERRA Y POLVAREDA SUCIA,
PARA PASAR A SER DADORA ESENCIAL DE IDENTIDAD.
Ya quedó escrito,
y se reitera que, para el ser humano, el territorio y la tierra no son sólo
tierra, sino tierra dadora de identidad.
Tierra esencial para la identidad del yo. Los economistas enceguecidos por
causa de su propia disciplina, piensan que la tierra, para campesinos y nativos
de un lugar, es tan sólo un medio de producción. Y, no es así. La relación humana con la tierra pasa a ser un componente de la
identidad del yo. Un campesino o nativo despojado de su tierra, sufre una
crisis psíquica profunda en su identidad: le han arrancado del alma su lugar.
En relación
con lo escrito, y esto explica la reiteración, viene a escena el lenguaje.
VIENE A LA
ESCENA EL LENGUAJE.
Habitar el lenguaje
y ser habitado por él es señal esencial de humanidad. El ser humano es el
animal que no sólo habla, sino que es hablado y espera que le hablen. Este es,
con bastante seguridad, su rasgo fundamental de especie. Existen otras señales
de humanidad, pero habitar la lengua y ser habitado por ella, parece ser la
señal fundamental. Los animales se comunican, está claro. Pero el ser humano es
el único animal de la naturaleza que se comunica mediante el lenguaje simbólico
articulado. Pero, no sólo se comunica, sino que allí se configura su mundo
psíquico.
A pesar de
que la función comunicativa es la más común y visible del lenguaje, existe una
función de éste, invisible e inconsciente: la función constitutiva del yo singular y/o plural.
Esta
escritura ha de regresar a una cierta cronología intelectual, a propósito ligeramente
desordenada, debido a las exigencias temáticas:
En 1966, el
eminente lingüista sirio, nacido en Alepo, Emilio Benveniste, publicó su libro
sobre el lenguaje y sus problemas. En él, dio a conocer algo asombroso de lo
cual no habló Ferdinand de Saussure, Copérnico del lenguaje. Dijo Benveniste que,
subyacente al lenguaje de uso corriente, operaba un subsistema lingüístico inconsciente
y oculto constituido por los pronombres y los denominados signos deícticos.
En este
mismo orden de ideas de la invisible conjugación psíquica e histórica de los
pronombres, en 1989, Tzvetan Todotov publicó su magnífico libro “Nosotros y los
otros”. Obra de obligada lectura, en la que el autor demuestra cómo los
pronombres son la manera lingüística inconsciente de expresar a qué mundo pertenecemos
y quiénes son esos otros diferentes
de nosotros a los que no pertenecemos. Ya el lector estará pudiendo ver, cómo
detrás de esta cotidiana puesta en marcha y operación de los pronombres, van
apareciendo los equipos de futbol, las hinchadas, las pandillas barriales y las
territorialidades identitarias de las nuevas “tribus” urbanas. Y, por supuesto,
las nacionalidades, las guerras entre
nosotros y ellos, los otros.
Nosotros
los Tutsis, ellos los Hutus. Nosotros los rusos, ellos los ucranianos. Nosotros
los servios, ellos los bosnios, los croatas. Nosotros los cristianos, ellos los
moros. Nosotros contra ellos, nosotros contra los otros y así “eternamente” a
lo largo de la historia, con sus correspondientes plurales y viceversas. Es, absolutamente importante leer este libro
de Todorov, en el que la operación y puesta en marcha del subsistema
lingüístico de los pronombres, a más de ser un asunto del lenguaje pasa a ser un
peligro potencial letal. Tema esencial de las identidades individuales y colectivas
en las guerras y en la vida cotidiana:
nosotros, los asiduos a esta tienda, los otros en las otras tiendas. Nosotros
los de este barrio, los de esta cuadra, los otros del barrio, de la cuadra de
allá.
No hay una
sola guerra, por motivos económicos, políticos, territoriales materiales o los que sea, que no ponga
en operación peligrosísima el subsistema inconsciente de los pronombres:
nosotros y los otros. El lenguaje jamás se queda con nada. La lengua es el gran magma espiritual
“imprudente” de la humanidad. Los pronombres aparecen como fantasmas por todas
partes. No se los puede ver, pero siempre están presentes, hasta en el lecho
del amor. En las guerras de religión, en los nacionalismos, en el deporte, en
las barras urbanas esquineras. Allí moran invisibles los pronombres: Yo-Tú-Él,
nosotros y ellos, los otros.
Una
esquina, un equipo, una creencia, una ideología se vuelven, además de
territorios reales materiales, conjugación de pronombres. Derivan, en
consecuencia y sobre todo, en campos simbólicos dadores de identidad. Vemos, en
ese pronombre nosotros gente unida como debajo de un toldo lingüístico, innumerables
veces alrededor de una figura totémica:
una cruz, un oso, un tigre. Los tigres de Filadelfia, digamos. El
crucifijo de los cristianos, la simbología de los masones hermanos entre sí. El
diablo operando en una nueva como viejísima tribu urbana. La lista de esta
conjugación de los pronombres resulta interminable.
Si uno
mismo, si cualquier lector de estas escrituras no está agrupado, arropado,
incluido y sumido en un determinado nosotros ¿quién diablos es? ¿Cuál es la
identidad nuestra, sin un nosotros al que pertenecemos? Si no es así, el sujeto
humano queda flotando en el vacío de no pertenecer a ningún nosotros.
¿Es acaso éste,
el destino del pensador en su estación de trabajo, a solas en la cordillera,
que ni siquiera es pertenecido por la menor tienda? ¿No este desprendimiento de
los pronombres la más auténtica soledad elegida?
Esta
escritura cierra el paréntesis.
LA ESPECIE
HUMANA PARECE CONDENADA A TENER UNA IDENTIDAD ALREDEDOR DE UN PRONOMBRE.
La especie humana
está condenada a tener una identidad alrededor de un pronombre y luchar por este
pronombre hasta morir. Así que la pregunta más profunda y perturbadora de los
seres humanos es: ¿quién soy al fin yo? Cuando cada quien mira la imagen de un
recuerdo de juventud, no aparece solo: aparece un nosotros esencial: una
familia, un salón de clase, una camaradería de amigos en una borrasca de copas.
Es en el
enredo oscuro de esta pregunta por el yo y la identidad que los sujetos de
nuestro tiempo pasan su vida buscándose y dizque hallándose a sí mismos en
consulta con los viejísimos gurúes postmodernos. Búsquedas del yo adentro de sí
mismos sin saber siquiera que el yo no está en ninguno de nosotros como una
cosa “adentro”, en cuanto el yo es obvio resultado psíquico de la relación con
la alteridad. El yo no es una cosa, sino el resultado de la relación Yo-Tú-Él, el
siempre ausente.
Mencionado
apenas este asunto de los pronombres y, a mi entender en armonía con
Benveniste, en 1990 el psicoanalista Dany-Robert Dufour publicó una gran obra: “Los misterios de la trinidad”. Pero, en este
caso el autor no se refiere a la “trinidad” de la religión que conocemos, sino precisamente
a la trinidad de los pronombres: “Yo-Tú-Él”, con sus correspondientes plurales.
Dany-Robert
Dufour expone la manera cómo operan los mencionados pronombres y cómo, en la
operación y puesta en marcha de esta trinidad tan insólita y enigmática se
configura el psiquismo humano en combate contra la evanescencia diaria. Puesto
que Yo, es quien dice yo. Yo, no es tú no es él. Yo es el lugar desde donde se
habla.
En esta
lucha del habla que conjuga los pronombres en contra la evanescencia del yo, nadie
consigue jamás ser algo terminado y concluido, puesto que se trata de un
constante advenir del yo en la relación con la alteridad humana y la
objetividad de la otredad exterior, en el sentido de un quién humano en todo
momento relacional que día tras día, momento tras momento va siendo en lucha por
ser él.
Lo primero
que el lector experimenta, ante este libro de Dany-Robert Dufour, es que ha
entrado a enfrentar una belleza de tema. Un capítulo esencial de esta obra fue
bellamente traducido del Francés al castellano, por el brillante y culto amigo Anthony
Sampson, profesor de la Escuela de Psicología de la Universidad del Valle. Quien
quiera tener en su mundo intelectual al menos este capítulo, basta que llore
duro, para enviárselo.
Más allá de
la belleza de este asunto “misterioso” de la trinidad de los pronombres, el
punto es que no hay guerra, insisto, en que esta trinidad no entre en operación
profunda, peligrosísima e inconsciente. No hay religión, ni partido político ni
elección ideológica en que este asunto de la conjugación de los pronombres no
entre en juego. Con el agravante de que el
Él de la trinidad, es un constante ausente cuya presencia en forma de ausencia
se añora y cuya aparición en la escena se ruega para completar la estructura
psíquica trinitaria y no binaria. Este ausente perpetuo cuya presencia se añora
y que a veces aparece en las visiones, toma el rostro de Dios.
Es en medio
de todo esto que trastorna el pensamiento, que esta escritura siente pesar de
la especie humana. Es una bobada de los sentimientos, pero es así. Auschwitz,
Gaza han entristecido para siempre a esta escritura que me concierne.
Bellísimos,
enigmáticos misterios de la trinidad, que no sólo se encuentran en el
fundamento de la configuración psíquica humana trinitaria y no unaria del
perturbado narciso, sino de manera normal y prominente en las guerras entre Estados,
las esquinas callejeras, los partidos políticos, los nacionalismos, los
barrios, los deportes y sus fanaticadas, en fin. Cuyas razones inconscientes
psíquicas y lingüísticas de líos y confrontaciones no pocas veces sangrientas, estamos
convocados a comprender.
COMPRENDER
Y PENSAR ES LA TAREA DE LA DIGNIDAD HUMANA.
Lo expuso
así, sin titubear Hannah Arendt al finalizar la que se conoce como su última
entrevista de 1964, once años antes de morir en 1975. El entrevistador le
preguntó: Señora Arendt, ¿si yo le preguntara a qué considera usted que vino al
mundo, qué respondería? De inmediato ella
dijo: vine a tratar de entender, de comprender. Al rato agregó un pensamiento
desolador: “sólo queda la lengua materna”
¿Será esta
la situación de la presente escritura, en cuanto hija de la lengua de los
libros que se configura como lengua materna en hombres y mujeres de libros?
¿Serán los libros nuestra lengua materna de segundo orden?
Ya a poco
de irse cerrando, esta escritura reitera que en las expresiones violentas
colectivas en guerras de infantería que precedieron a los cielos cruzados de misiles,
caminaban por delante escuadrones de soldados en forma un “nosotros” que azotaba
tambores, se miraban imitativamente, se reconocían y levantaban banderas que
clavaban arriba en las colinas gritando su euforia. Cantaban himnos con la mano
extendida en el corazón. Poco a poco, este modo de la guerra ha entrado en condición
crepuscular en el mundo “civilizado” de la tecnología de los misiles
inteligentes, dedicados con fervor a matar inteligentemente.
OTRO
PARÉNTESIS EN FORMA DE PREGUNTAS, AL MENOS POR UN RATO:
Procede un
paréntesis en forma de preguntas: ¿podemos los seres humanos salirnos siquiera
por un rato de esta humanidad que obedece las precedentes lógicas? ¿Podemos
aspirar a que desaparezcan definitivamente, a futuro, las guerras y las
violencias que derivan de estas prisiones, si ellas son, precisamente, parte
esencial de la especificidad humana? ¿Es
la especie humana, acaso, una especie trágica? ¿Fueron los griegos antiguos y
hasta Shakespeare, digamos, quienes avizoraron estas profundidades, antes de
que aparecieran en la historia los ilusos portadores de la esperanza fundada en
la inocencia de los “influenciadores” optimistas, cultores de la basura de la
energía positiva?
Ah: el
mundo humano, que ahora se encuentra amenazado por los dos dirigentes estatales
más peligrosos del mundo. La ONU no sabe qué hacer con ellos. La mayoría de
países sin misiles muere de miedo. Trump, indultado de gravísimos delitos,
apenas unas horas antes de asumir la presidencia. Netanyahu, genocida criminal
de guerra. La ONU no sabe qué hacer con
esas alhajas macabras.
Pasado el
trago amargo de estas inquietudes, cómo no recordar que en 1947 y a propósito
del lenguaje, el eminente filólogo de origen judío, Víctor Klemperer, publicó
su conmovedor libro “La lengua del Tercer Reich”.
¿Cómo así
que el mundo genocida nazi puso en marcha su propia lengua?
Pues sí, lo
hizo. Esta lengua participó en la guerra, estuvo presente en un genocidio. Y no
es de extrañarse, en cuanto la lengua es indiscreta y no se queda con nada.
Klemperer ha dejado claro que los nazis hablaban en superlativos, signos
espejos agrandados donde se miraron muy lindos. Allí se dijeron, se nombraron a
sí mismos y se esponjaron. Los nazis se embalsamaron en símbolos. Hicieron montajes
“sublimes” en los que pudieron verse desfilando ante sus propios ojos. Se
llamaron a sí mismos “faisanes dorados”. Deliraron hasta el último día en la
lengua durante la puesta en marcha de lo que denominaron “la solución final”. Y
lo hicieron con especial ahínco en momentos en que ya casi caían vencidos. Los
nazis se arrogaron el odio cristiano occidental en contra de los judíos, vistos
responsables de la condena a muerte de Jesús. Este odio y hasta asco, y miedo
paranoico incluido, fueron, ante todo, la entraña invisible, no de la segunda
guerra mundial, sino del genocidio nazi como un exceso del delirio eugenésico
que tinturó toda la agenda nazi.
En sus
tiempos más dicientes, los nazis conformaron grupos de especialistas
científicos genetistas y antropólogos, encargados de desenterrar más huesos
fósiles del hombre cromañón, encontrados algunos pocos en las cuevas francesas
de Cro-Magnon. Especie animal humana que, en su delirio, los nazis consideraron
superior a la especie neandertal, debido a sus formas más robustas y cráneos
más grandes. Todo esto, bajo los principios eugenésicos de Joseph Arthur de
Gobineau.
Concomitante
con las variables económicas, políticas y geopolíticas materiales que
impulsaron a los nazis, fueron esenciales sus delirios psíquicos eugenésicos, el
principio de purificación de la raza humana, la idea de superioridad de nosotros los arios, así como la impureza e
inferioridad los otros diferentes de ellos.
Fue configuradora de su propio delirio la lengua nazi y la simbología
espejo narcisista en que se miraron para definir su borrosa identidad aria, en
cuando la raza aria no existe.
Podría
decirse, sin riesgo de equivocación, que las motivaciones materiales
económicas, políticas y geopolíticas nazis, por materiales y ciertas que hubiesen
sido, se pusieron en marcha y operaron inmersas y hundidas en el magma
espiritual nazi: sus delirios, su lengua, sus espejos simbólicos narcisistas, sus
insignias y banderas, sus desfiles aparatosos, hasta el fin. Si es que acaso
este mundo delirante genocida tuvo fin.
Aunque estas
escrituras piensan que el espíritu
Auschwitz no tuvo fin, por cuanto los sionistas contemporáneos han decidido
prolongarlo en la historia de un modo no sólo muy suyo sino inconsciente: los sionistas al mando de Netanyahu huyen del
fantasma presente y viviente de Auschwitz, volviéndolo a hacer ellos mismos en
Gaza, a cielo abierto y a la vista del mundo. Que es el carácter peor y más oscuro de esta perfomance macabra
sionista. Objetivando el fantasma, atrapándolo, manoseándolo, machacándolo, sometiéndolo
a un exorcismo de hambre y de sed. Objetivándolo, proyectándolo psíquicamente, viéndolo
“afuera” en los otros, realizándolo, sacándolo a flote de su estado fantasmal. Para
esta escritura, este es el centro corazón oculto del genocidio de Gaza. Por
supuesto que este centro corazón de las de
las maneras y formas de la matanza, entra a hacer parte del proyecto
inmobiliario faraónico ideado por Trump en asocio con Netanyahu, en ese
bellísimo lote usurpado al pueblo palestino.
Esta
hipótesis debería considerarse. Porque, no se trata tan sólo de apoderarse de
la tierra polvorienta de Gaza como un lote y extender el territorio de Israel,
sino sobre todo de despedazar el fantasma paranoico derivado de un Auschvitz insoluto,
imposible de digerir. Con el agravante de que en Gaza no hubo jamás guerra sino
genocidio unilateral, provocado por una incursión asesina de Hamas, a todas
luces, a juicio de esta escritura, permitida por Israel.
La frontera
de Israel con Gaza es, con seguridad, la más cuidada del mundo en términos tecnológicos
y militares. Sin embargo, el comando de Hamás hizo cuanto quiso en territorio
israelí y regresó dizque trayendo consigo a sus bases en Gaza algo así como 250
secuestrados. ¿Imagina el lector qué logística fue necesaria, cuántos vehículos
deben pasar de regreso la frontera, trayendo este número de secuestrados, sin
que la vigilancia israelí lo hubiera advertido siquiera?
Una vez
producido el acto provocador, Israel dio comienzo al brutal genocidio, cobijado
y amparado por el principio de la legítima defensa. Una verdadera “perfomance”,
un montaje efectivo. Principio de legítima defensa que más de uno en el mundo tragó.
La matanza
sionista en Gaza ha alcanzado maneras y
formas bíblicas, únicas. De tan elevada crueldad que superan las maneras y
formas empleadas en Auschwitz, pero que hacen parte del mismo “espíritu” nazi.
Basta observar las expulsiones y
peregrinaciones palestinas que el Estado sionista se ha dado el lujo de
provocar por el desierto, para concluir que ellos mismos se están pudiendo ver,
en tiempo real, en la perfomance macabra provocada de la peregrinación. Rememoración
de un relato bíblico escenificado, como ocurre con las procesiones religiosas
que reproducen la muerte de Jesús. Es que durante la denominada “semana santa” estas
reproducciones son casi diarias. El
genocidio palestino por cuenta de Netanyahu y el pueblo sionista, tiene todas
las características de aquellos destierros bíblicos del pueblo elegido,
peregrinando ahora en el nombre de ellos mismos por el desierto, en uso de carretas
tiradas por asnos como en la biblia, o simplemente de pie limpio con sandalias,
de norte a sur, de sur a norte encerrados todos en un desierto sin salida, que
deja ver la imagen en tiempo real de
un desfile de harapientos, sedientos y hambrientos suplicantes, demasiado
análogo al relato bíblico. ¿Será por casualidad?
De esta manera
esta escritura propone entender las
formas y maneras del genocidio palestino. La otra cara de la monera de un
Auschwitz insepulto, elevado a la condición de re-creación y proyección
psíquica en la carne de otro pueblo sometido a un genocidio que obra en forma
de metáfora macabra.
AUSCHWITZ
ES INSEPULTABLE
Auschwitz,
en cuanto acontecimiento aterrador en contra de un pueblo encerrado en su
propio delirio religioso, es insepultable. Lo que queda de Auschwitz no es sólo
un arrume de zapatos viejos y de archivos amarillos desleídos por los años, tal
como escribe Giorgio Agamben en su libro del mismo título: “Lo que queda de
Auschwitz”. Por encima de todo, que es cierto y sea lo que sea, lo que ha
quedado de Auschwitz es un fantasma insepulto, un tumor estupefacto en la
corcova de la conciencia humana. Y, sobre todo y por razones que se explican,
en la memoria del pueblo judío y el sionismo político. De Auschwitz ha quedado
una paranoia. Las profecías del antiguo testamento, a cargo de Isaías y
Jeremías, dicen, términos más, términos menos: Si hay que matar niños, hay que
hacerlo sin la menos piedad. Pues, si no lo haces ahora, después vendrán y te
matarán. ¡Tal cual, los niños y las niñas en Gaza!
Este
entendimiento de las cosas no justifica nada, pero invita a conocer y entender
el pozo humano de la violencia, la guerra y el genocidio.
Así que,
más allá del museo macabro de las edificaciones con los restos de las duchas y
los hornos abandonados a las lluvias y los vientos oscuros, rincones poblados
de arañas y muros habitados por nidos de golondrinas y grajos, ha quedado vivo un fantasma atroz, una indeclinable
tentación de repetición, una rabia aterradora sin perdón ni resignación.
¿Dónde ha
de producirse el exorcismo de Auschwitz, en qué lugar su desahogo y la venganza reparadora?
¡En Gaza!
Franja que
ha pasado a ser el horno simbólico a cielo abierto de todos los excesos de
crueldad. Los niños judíos en los trenes, bebiendo sus propios orines, parecen
los niños y las niñas que mueren de hambre en la metáfora espantosa de Gaza. Análoga
crueldad inexplicable, análoga desolación. En Gaza se desahoga la más peligrosa
paranoia y sed de venganza, en el cuerpo de una víctima inocente encerrada y
sin salida a la vista del mundo. Y de paso, altamente de paso, la usurpación y limpieza de un lote gratuito urbanizable
por Trump.
La
usurpación del lote a la orilla del mar más lindo de este mundo que se quiebra
en vidrios azules despedazados, ha juntado en un negocio faraónico a los dos
seres humanos más peligrosos del mundo, enfermos negacionistas normales capaces
de cualquier cosa. El mundo entero está amenazado por los dos hombres de Estado
más peligrosos de esta tierra y se advierte que el mundo tiene miedo.
Han ido a hablar
en la ONU un indultado de último momento y un genocida criminal de guerra.
Estos dos
“negacionistas” psíquicos peligrosísimos no sólo se han juntado, sino que se
han asociado. Brotan aquí, a las claras, las motivaciones “materiales” que
rigen esta dialéctica histórica, motivaciones que, por ser “materiales”, no pasan
de facto a ser instintivas naturales. Las motivaciones económicas y políticas
son, de arriba abajo, humanas espirituales y no instintivas naturales.
PERO, HAY
ALGO MÁS:
Sin
embargo, hay algo más: la crueldad
del genocidio. La sevicia y sus maneras y formas subsume en su desgracia estas
motivaciones “materiales”. Y, en estas maneras y formas de la matanza, que es
donde realmente brota el trastorno de la especie humana, se hace presente y campea
el mundo humano “espiritual” del tipo psíquico, lingüístico, el subsistema
lingüístico de los pronombres y los signos deícticos, los imaginarios bíblicos,
el mundo simbólico y metafórico. Todo esto opera como un magma aplastante.
Netanyahu y
su entorno de rabinos sionistas, y esto se ha escrito lúcidamente por Víctor
Moreno en un texto fechado el 24 de agosto de 2024, tienen en mente la biblia
del genocida. Las imágenes piensan, crean realidad. Las imágenes son altamente
performativas. La imagen bíblica sionista arrastra consigo un pueblo elegido
por Dios, que todavía existe en el delirio. Pueblo expulsado y errante por el desierto,
arrojado de una tierra inmemorial a la que anhela volver, bajo el supuesto del
hallazgo de una tierra prometida.
¿Qué lugar
ocupa Gaza en esta imagen llamada a la pervivencia? (Aby Barburg, “La
pervivencia de las imágenes”, 2014).
Imagen
perseverante en el relato bíblico performativo, madre de la perfomance en
tiempo real que la espiritualidad sionista puso en marcha en Gaza. El hecho de
que sea un genocidio no impide que sea una perfomance.
PARA SER
NAZI ESPIRITUAL, NO SE REQUIERE SER ALEMÁN NI ANTISEMITA
Para ser
nazi espiritual, no se requiere ser alemán ni antisemita. Basta ser idiota
moral
El punto
aquí no es sólo el de la pervivencia de las imágenes, sino y, sobre todo, la
potencia que estas imágenes tienen para crear realidad: basta ver las
procesiones católicas en las que la imagen de Jesús crucificado pervive y se escenifica al menos cada
año, para ver a Jesús crucificado de nuevo en tiempo real. Basta ver las
peregrinaciones masivas de musulmanes en Kerbala, rumbo a la tumba del Imán,
así como las flagelaciones y los sufrimientos de estos peregrinos que imitan y hacen suyos los sufrimientos del
Imán, en cuanto el relato histórico dice que éste fue torturado y sufrió; basta
saber que no se reza a Dios, casi siempre ante su imagen de yeso o ante una
palabra suya, porque él exista, sino precisamente para que exista, en cuanto la
palabra de la oración lo funda. Finalmente, basta ver la capacidad performativa
de las imágenes llamadas a pervivir en
los gigantescos templos budistas, mezquitas musulmanas e iglesias católicas.
¿Se
hubieran podido construir estas maravillas arquitectónicas, al margen de las
imágenes pervivientes?
En los
sionistas, el delirio del antiguo testamento en el Tanaj y en uno de sus cuatro
libros, la Torá, no ha desaparecido. Este delirio es en extremo performativo,
con poder de crear realidad. Colocadas así las cosas, esta escritura se
pregunta nuevamente:
¿El
genocidio de Gaza hace parte de la pervivencia de las imágenes bíblicas y la
imagen de Auschwitz, reunidas ambas en un solo delirio histórico, a la vez
trans-histórico que pervive?
El ya
citado pensador alemán Aby Barburg, muerto en 1929, ha escrito un libro iluminador que viene
rondando esta escritura, publicado muy recientemente, en 2014, acerca de lo que
él ha llamado “La pervivencia de las imágenes”. Propongo, a título de
hipótesis, que las imágenes religiosas son las más susceptibles de alcanzar este grado de pervivencia a lo largo de la
historia, sus conflictos y avatares. Las pruebas están al canto. Sobre todo,
aquellas imágenes que reúnen a una minoría alrededor de un nosotros cuya identidad depende, precisamente, de
esta pervivencia histórica de las imágenes.
Estas
escrituras piensan que las imágenes del antiguo testamento consignadas en el
Tanaj y la Torá, no sólo perviven, sino que son en extremo capaces de crear
realidad alrededor de un nosotros judío. En cuanto delirios, estas imágenes se viven en la vida cotidiana, visten a la
gente y son invitadas a la mesa.
Cuando veo
las imágenes del genocidio en Gaza, el destierro de un pueblo cautivo,
encerrado y su errar por el desierto polvoriento con hambre y sed sin salida ni
tener dónde ir, no puedo dejar de pensar en la pervivencia de una imagen
bíblica judía recorriendo la franja. Esto explica la peligrosidad inaudita de la
pervivencia inconsciente de ciertas
imágenes en la dialéctica histórica. Aunque, también, la bellísima
pervivencia de las imágenes en el arte, como bien explican Aby Barburg y
Vladimir Propp a propósito este último de los cuentos de hadas.
UNA COPA DE
VINO NO SOBRA YA QUE VAMOS LLEGANDO AL FINAL
En 1998,
Michael Ignatieff publicó un libro realmente iluminador acerca de los efectos
derivados de la desintegración de la antigua Yugoeslavia, con posterioridad a
la muerte de Tito, gran padre de la
unificación de los pueblos que conformaron ese nosotros yugoeslavo. Muerto el padre, cosa psíquica grave, padre
unificador en la casa paterna de
Yugoeslavia, los hijos tomaron cada cual su camino identitario. La casa se rompió.
En esta
obra iluminadora Ignatieff retoma el punto de vista de Freud sobre el narcisismo
de las diferencias menores, muy poco en relación con las causas “materiales”
que rigen la historia. Diferencias que,
precisamente por su condición de menores, debieron ser agrandadas a favor de la
claridad de la identidad borrosa de los agrandadores.
Ignatieff
demuestra que estas diferencias menores aplican, como anillo justo al dedo, al
caso de la guerra desatada en Yugoeslavia una vez muerto el padre Tito. En este
proceso de agrandamiento y “enamoramiento narcisista” colectivo de las
diferencias menores a favor de la identidad amenazada de entrar en
evanescencia, se crea un clima social paranoico que desencadena una operación
de limpieza étnica atroz, aupada por Milosevic. Las motivaciones económicas,
políticas y geo-políticas “materiales”, que realmente existentes, libran su
batalla y resuelven sus contradicciones dialécticas hundidas en este mar
paranoico del agrandamiento narcisista de las diferencias menores, en el
contexto de la disolución de la casa
paterna Yugoeslava. En medio de este magma ocurre el sangriento sitio de
Sarajevo, que duró alrededor de cuatro años, así como la acusación de criminal
de guerra a Milosevic.
En 1993, el
psiquiatra Norbert Bilbeny publica un libro titulado “El idiota moral”, que no
es precisamente un idiota intelectual. Sino aquel que, por algún motivo, no
está en condiciones de diferenciar entre el bien y el mal. Y ya en 2025,
Laurence Rees acaba de publicar “la mente nazi”, mente normal que, sin embargo,
por no ser loca fue “racional” y “eficazmente genocida”, en términos de la
calculada elección de los medios eficaces para alcanzar los fines anhelados. La
mente nazi no está para diferenciar entre el bien y el mal hacia los otros,
diferentes de ellos, sino sólo hacia adentro de ellos.
Lo anterior,
precedido por los estudios psiquiátricos realizados por el psiquiatra norteamericano
Douglas M. Kelley, quien fue autorizado para estudiar la mente de los
criminales nazis juzgados y sentenciados en Nuremberg. Las conclusiones de M. Kelley a su regreso a Norteamérica, fueron simplemente
escandalosas: dijo que los criminales estudiados tenían una mente normal, que
no estaban locos ni eran animales feroces. Y agregó que él conocía más de un
gerente de banco y de industria que pensaban de manera análoga a los criminales
nazis. El juicio de Nuremberg finalizó en octubre de 1946, pero las conclusiones
de M. Kelley, sólo se publicaron en un libro titulado, precisamente: “La mente
nazi”, por editorial Planeta, recientemente, en el año de 2013.
Estas
escrituras dan finalizado este incompleto y veloz recuento histórico cronológico,
ligeramente desordenado respecto de las fechas, debido a la exigencia de los
temas. Antes del cierre de este recorrido, estas escrituras recuerdan ese
monumento titulado “La rama dorada” de George Fraser, así como hacen referencia
al formidable libro escrito por Georg Steiner, titulado “En el castillo de
Barbazul”. Esta escritura se refiere, especialmente, al capítulo de este último
titulado “Una temporada en el infierno”, en el que el sabio Steiner penetra, de
manera sobrecogedora, pienso, la denominada condición humana, que esta
escritura prefiere denominar especificidad
humana.
Imposible cerrar
este rápido recuento, sin mencionar el nombre de esa inmensa pensadora que fue
Hannah Arendt. Autorizada, como fue, para cubrir el juicio de Jerusalén en
contra del criminal nazi Adolf Eichmann. Allí, perpleja, observó ella cómo para
este criminal, el mal atroz y macabro fue, sin embargo, un asunto banal. Lo
escribió así en su libro sobre los procesos de Jerusalén. Pero, de esta frase,
sólo aplicable a Eichman y a su capacidad de banalizar, algunos erróneamente,
en opinión de esta escritura que me concierne, han concluido que Arendt formuló
una teoría sobre el mal, sin ser así. Pero, fuese como fuese, Arendt alarmó a
la humanidad: el criminal era un hombre inteligente y normal. No estaba loco ni
era una bestia animal.
Epílogo:
Carlos Marx
murió, como ya se dijo, el 14 de marzo de 1867. Hasta ese momento, la
explicación acerca de las contradicciones entre los estados y las naciones,
incluyendo las guerras y las violencias, fueron atribuidas a factores
“materiales” del tipo económico y político. Factores “materiales” esenciales a la
dialéctica social, en oposición a la dialéctica idealista Hegeliana. Esta
dialéctica “material” se concentró y se quedó detenida, principalmente en las
variables “materiales” del tipo económico y político. Generadoras, ya fue
dicho, de contradicciones entre los pueblos, Estados y Naciones.
Es de
recordar que el advenimiento del Siglo XX fue recibido por Occidente con
inmensa alegría. Pero, ante todo, con absoluta esperanza. Se esperaba que el nuevo
siglo fuese el de la ciencia benefactora, la Razón, la paz y la resolución
pacífica de los conflictos interhumanos. Pero, no se había apagado todavía la
fiesta de la esperanza, cuando apenas 14 años después de esta celebración
histórica, tuvo comiendo la carnicería de la denominada Primera Guerra Mundial,
protagonizada y liderada, precisamente, por las naciones más “avanzadas y
civilizadas” del planeta que habían hecho la fiesta. Y no, como los festejantes
podrían esperar, por las más “primitivas y salvajes” civilizaciones y culturas.
La “primera
guerra mundial” ocurrió bajo las formas y las maneras de una carnicería brutal.
De ella se dijo que era un paso en falso, del que había que recuperarse. Pero, algo
así como dos décadas largas después, tuvo lugar las denomina Segunda Guerra
mundial, durante la cual la Alemania Nazi ocupó varios países europeos, fundó
poco más de 40 campos de concentración y alcanzó su éxtasis exterminados y genocida
en Auschwitz. Terminada la confrontación, algunos criminales genocidas de
guerra fueron ahorcados por decisión
de los jueces civilizados occidentales. Y, todo el resto del Siglo XX vio cómo
se encendían y medio apagaban innumerables guerras regionales, hasta hoy, cuando
se ha cumplido un cuarto del Siglo XXI. La paz del mundo depende hoy de las
ojivas del juicio final, En otros continentes brotaron guerras atroces de
limpieza étnica, como en Ruanda.
¿Qué clase
de especie es la especie humana?
No puede
ser otra la pregunta que se impone. Esta pregunta es materia competencia de las
denominadas ciencias humanas o del hombre.
Fue así
como con posterioridad a la muerte de Marx, y ya en el Siglo XX, desde las
ciencias humanas o del hombre empezó un proceso de iluminación teórica acerca
de las motivaciones de la guerra y la violencia entre los seres humanos, puesto
que las formas y maneras de la
crueldad y la devastación intra-especie no alcanzaban a explicarse sólo desde
las motivaciones “materiales” del tipo económico y político. Siendo así, fue
apareciendo que en la violencia humana y las guerras debía haber un algo más, en concurrencia con las variables
materiales ya antes mencionadas. Un
magma de otro orden, digamos que invisible e inconsciente, se manifestaba en
las maneras y excesos, lujos, sevicias,
crueldades, desquiciamientos y desbordes en que entraba la guerra entre los
seres humanos, alcanzando niveles de delirio y hasta de éxtasis y fascinación. Los
comandantes asesinos parecían locos y no lo eran. Los genocidas eran banales,
querían a sus hijos y mujeres y cenaban tranquilos en familia. Pululaban por la
economía y la política los idiotas morales.
¿A estas
alturas, se habrá la humanidad dado cuenta suficiente, de que el mundo en su
conjunto está dirigido y amenazado por los dos hombres de Estado más peligrosos
de la tierra?
Y ahora,
Gaza, inserta en el continuum macabro que a juicio de esta escritura viene de
Auschwitz. Que pasó por Sarajevo y que, en Colombia, tuvo lugar en las
“cárceles del pueblo” instaladas por las guerrillas criminalizadas, así como por
los campamentos paramilitares genocidas. Y, encima de esta masa, los
ajusticiamientos de muchachos inocentes ejecutados por miembros del ejército
nacional, como si esos inocentes fuesen insurrectos.
Todo esto a cambio de medallas, ascensos y privilegios menores. Todo lo
anterior, desaparecido mediante enterramientos bajo arrumes de escombros y
tierras que apenas ahora empiezan a hablar.
Y, los
ejecutantes de las órdenes, soldados de primera fila, premiados con cajitas de
arroz chino. ¿Podrá haber una banalización mayor de la maldad?
La
presencia en la guerra, en cuanto suprema manifestación y expresión de la
violencia organizada, inspirada en variables diferentes de las “materiales”
económicas y políticas, no puede ser ignorada. Es un hecho. Pero, no por esto han
de desaparecer y desecharse por falsas las denominadas variables “materiales” económicas,
los intereses dominantes y las “razones geopolíticas”.
Y, ahora,
esta escritura entra en un fango: el derecho a la guerra y la violencia. ¿Cómo
así?
Desde
cierto punto de vista, absolutamente desolador, es ciertamente un derecho humano
matar. Derecho que, si bien no puede formularse
de esta manera “descarada”, en la realidad se ejerce casi diariamente. ¿Por qué
razón? Los Estados y muchos seres humanos toman por propia mano el derecho de
matar, sin siquiera preguntare si matar es un derecho suyo.
La historia
de la humanidad no ha podido salir de este pozo: los poderosos, cualquiera sea
el fundamento de ese poder suyo, no han hecho más que arrogarse el derecho de
matar en las guerras y en otros escenarios “menores” por propia mano o, incluso
con más frecuencia, a través de manos ajenas sicariales.
Ahora bien:
mientras no haya guerras donde ir a desahogarse “en tiempo real”, esta
escritura piensa que este “derecho humano” de matar se realiza y desahoga en el
cinematógrafo, diariamente de manera simbólica. Igualmente y, aún peor, en las
series televisivas, los videos juegos, los niños con sus juguetes matando
amigos a las carcajadas.
La especie
humana no quiere salvarse, escribe Jacques Lacan. Esta escritura que me
concierne, se atreve a ir aún más lejos: no es que no quiera, sino que no
puede.
Esto, así escrito,
no anuncia un pesimismo antropológico, sino un absoluto y perturbador realismo
de especie. Tres millones de años de existencia de la especie humana sobre la
tierra se levantan como prueba aplastante. Pero, aun así, esta escritura no
invita a la inacción pesimista, resignada. Este texto es, precisamente, un
ejemplo de lo contrario a la inacción y la resignación. Es una escritura proactiva
que pretende la iluminación, a pesar de que los santos cardenales hubieren quemado
herejes en rituales públicos y lapidado memorables brujas amadas. A pesar de
que sacerdotes investidos ante los dioses y los pueblos arrancaran corazones en
las pirámides. Más allá, finalmente, de que en el Amazonas contemporáneo, existan
tribus filmadas por antropólogos que sepultan bajo tierra a sus hijos vivos, con
el objeto de dar calma a los espíritus.
La historia
bíblica de Abraham, que sin chistar obedece a su Dios la orden de acuchillar a
su hijo más querido, pasma al lector. Sólo que el ángel enviado, portando la
contraorden, llegó a tiempo. Pero, Abraham obedeció lo peor imaginable sin
chistar. Las cabezas de los reyes fueron servidas en los charoles de
Shakespeare. El infierno en la comedia de Dante es un bocado de cardenal para
el lector que lee de esta manera.
¿Qué clase
de animal vive en la especie humana?
Esta es,
precisamente, la pregunta que después de la muerte de Carlos Marx se hacen las
ciencias humanas o del hombre y la mujer, racionalistas visitantes de la
estación de trabajo en la cordillera, para entender de manera completa las
variables que concurren en la dialéctica de la historia. ¡Salud!
La
Cordillera, septiembre 25 de 2025.
---
.... Continuará
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NTC … ENLACES sobre el libro y su autor
NTC … 17 de abril de 2024
HUMANA
LUZ EN SOMBRAS. Fernando Cruz Kronfly. Marzo 2024, Páginas: 468 . Editorial:
Grupo Editorial Sial Pigmalión, España. NTC ... REGISTROS
https://ntc-narrativa.blogspot.com/2024_04_17_archive.html
.
NTC … 5 de mayo de 2024
HUMANA LUZ EN
SOMBRAS. Fernando Cruz Kronfly. Marzo 2024. Editorial: Grupo Editorial Sial Pigmalión, España. Lanzamiento del libro y
entrega del Premio. FILBo 2024. NTC ... REGISTROS
https://ntc-narrativa.blogspot.com/2024_05_05_archive.html
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NTC … 1 de septiembre de 2024
HUMANA
LUZ EN SOMBRAS. Fernando Cruz Kronfly. Sílaba Editorial, Medellín. Agosto 2024.
NTC ... Registros
https://ntc-narrativa.blogspot.com/2024_09_01_archive.html
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“Navigare necesse est, vivere non necesse" , FLUCTUAT NEC MERGITUR

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