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Contratiempo
Navidad en el Café Colombia
Por los años
sesenta, con la impagable veinteañerez a cuestas, sin un centavo en el bolsillo
pero con las patillas y el copete bien arreglados,
era satisfactorio estar contra el mundo y sus
oropeles,
contra lo que se llamaba el Establecimiento pero
sin pensar en echarle bala sino a lo sumo panfletarios esputos,
contra la iglesia y sus dogmas que traicionaban
al verdadero Cristo enquistado en nuestros corazones de barrabases,
contra la academia que defendía el idioma del
atropello vanguardista de nuestros textos atroces,
contra el trabajo que consumiría nuestros
alientos acumulados sólo para el disfrute sexual y el embeleco poético,
contra las convenciones sociales y familiares
como el matrimonio y las vacaciones,
contra las fiestas patrias tales el día de la
raza y la independencia,
y sobre todo contra las fiestas de guardar y muy
en especial contra la Navidad o Natividad que considerábamos una truculencia de
almacenistas y una patraña sentimental con el niño dios como cebo.
A lo sumo una llamadita a mamá, y ¡santas
pascuas!
Con el Monje
Loco, no el Rasputín que murió hace 101 años en la Santa Rusia,
sino Elmo
Valencia, quien acaba de sacar a bailar a la parca que tenía la misma edad de
él, 91 años,
acostumbrábamos
irnos el día de Navidad al Café Colombia, en Cali, ese taller de reparaciones del mundo
donde se daban cita todos los utopistas, ya fueran simplemente soñadores o
pichones de terroristas.
Teníamos una
pléyade de anfitriones profesionales que nos pagaban la cervecería de consumo,
entre los
cuales cómo no mencionar agradecidos a los doctores Carlos Donneys, J.J.
Caicedo, Leonidas López, Samuel García, Marco Fidel Chávez, Armando Holguín, el
cojo Paredes y Max Rey,
aunque estos
dos últimos, por ser marxistas recalcitrantes también se dejaban invitar.
Estos sabios
mecenas que tanto habían estudiado querían saber de boca de sus profetas en qué
consistía esa carajada del nadaísmo
que posaba a
la vez de literatura, de arte, filosofía, y hasta de sociedad secreta a la que
se le hacía mucha publicidad.
Nos
tomábamos las cervezas y los dejábamos con las dudas, pues les decíamos que la
duda era el gran principio creador. Y así descartábamos los apremios.
Se acercaban
a la mesa infinidad de curiosos. Un profesor de literatura especializado en
Melville me dijo de sopetón: “Defina el nadaísmo en tres palabras”. “Preferiría
no hacerlo”, le contesté. Con eso tuvo.
Una vez se
allegó un maestro de taoísmo con la pregunta ritual: “¿Qué es el nadaísmo?” “El
nadaísmo es el culo del mundo”, contestó el monje.
Al maestro
zen que de allá venía se le atoró la cerveza por lo que hube de darle un fuerte
golpe en la espalda y así alcanzó el satori, la iluminación que había buscado
toda su vida.
Desde ese
momento nadie se imagina la romería.
Se pedían
viandas para todos y mientras comíamos veíamos pasar desde las inmensas
vidrieras esquineras el tráfico automotor y el humano.
Algunos
carros se varaban pero más varados eran los personajes que circulaban en busca
de cuadrar la noche con la cena y algún regalo.
Pasaba el
“mono” Naranjo con su maletín de libros de segunda, de los cuales los que más
vendía eran El Capital y la Biblia;
pasaba
Bonifacio Terán estrenando el vestido con el que se posesionaría en el
Congreso;
pasaban
Andrés Caicedo y Mayolo en busca del jíbaro,
pasaba el
nadaísta de Cartago hacia una ferretería donde le vendieran la bala que
liquidaría su existencia;
pasaba el
periodista Pedro León Arboleda recién echado de Relator en busca de papel y
lápiz para escribir el primer manifiesto del EPL;
pasaba
Cleofás Garcés Rentería con su pequeña negritud a cuestas recitando los poemas
de Helcías Martán Góngora;
pasaba Pedro
Antonio Gaitán lanzando vivas al compañero jefe;
pasaba el
enano Valverde con un afiche de Celia Cruz a la espalda,
pasaba
Gardeazábal detrás de un vendedor de paletas;
pasaba el
loco Guerra mentando madres;
pasaba
Leonel Brand a despedirse porque se iba para la guerrilla donde no daría un
brinco;
pasaba Fanny
Mikey averiguando por I, Pedro Martínez quien andaba con el negro Cabezas donde
sabemos;
pasaba José
Pardo Llada persiguiendo a uno de sus “aviones” que acababa de publicar
semidesnuda en su página de Occidente.
Sobre cada
uno de ellos hacíamos nuestro apunte despellejante, con alusiones despectivas
al niño Dios que los dejaba mamando.
Y así se nos
pasaba la tarde y llegaba la noche y casi la medianoche,
cuando la
mesera nos despertaba a todos, pues habíamos caído ebrios sobre las mesas.
Que tenían
que cerrar, que no fuéramos tan conchudos, que feliz navidad a quienes tanta
mierda le ventearon toda la tarde
y que el
dueño nos mandaba a decir que el consumo era por cuenta del niño Dios.
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Publicada en :
El Tiempo .com, diciembre 20, 2017. Impreso, diciembre 22http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/jotamario-arbelaez/navidad-en-el-cafe-colombia-163372
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COLUMNA | 9/11/2015 12:00:00 AM
Del
Cali viejo a una gran ciudad
Por
Jotamario Arbeláez
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