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Ernesto Sabato
A Universidade Candido Mendes (http://www.candidomendes.edu.br/ ), Sao Pablo, e a Academia da Latinidade realizaram nos dias 17 e 18 de dezembro, 2001, no Teatro João Theotonio, um ciclo especial de conferências com escritor argentino, Ernesto Sabato, sobre a atual situação mundial, com o tema “Onde Abunda o perigo, cresce a salvação”, e sobre a sua obra, “Confissões de um escritor”. Ernesto Sábato, 90 anos, recebeu do reitor da Universidade e Secretário Geral da Academia da Latinidade, Candido Mendes, o prêmio “Voz Universal da Latinidade”. Ele foi saudado pelo poeta e acadêmico brasileiro Ivan Junqueira.
O escritor Ernesto Sabato, considerado o maior escritor vivo da Argentina, nasceu em Rojas, província de Buenos Aires, em 1911. Doutor em física pela Universidade de La Plata, trabalhou no Laboratório Curie, em Paris, e em 1945 abandonou a ciência. Sua obra foi reconhecida por escritores como Camus e Thomas Mann. Em 1983 foi eleito presidente da Comissão Nacional sobre o Desaparecimento de Pessoas, cujo trabalho originou o relatório Nunca más, conhecido como “Informe Sábato”. Entre seus ensaios, destacam-se Nós e o Universo, Homens e Engrenagens e O escritor e seus Fantasmas. Publicou os romances Sobre Heróis e Tumbas, Abadon, o Exterminador e O Túnel, além da autobiografia Antes do Fim publicado em 1999 e lançado no Brasil pela Companhia das Letras.
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Confessiones de um escritor
Ernesto Sabato
Sao Pablo, Diciembre 18, 2.001
http://www.ucam.edu.br/unidades/sabatot2.htm
El motivo que nos reúne en este encuentro lleva por título "Confesiones de un escritor". Y me parece oportuno aclarar desde el comienzo que no esperen escuchar ustedes el relato sistemático y lineal de quien ahora se acerca al umbral del Ultimo Misterio. La lógica sólo es válida en las matemáticas y en la ciencia. En cambio la vida de cualquier hombre está sacudida por motivos paradójicos y finalmente inescrutables.
No es la lógica lo que rige, sino, en todo caso, aquello que Pascal llamaba "les raisons du coeur", mpulsos del corazón que casi siempre se rebelan contra lo que el cerebro decide o aconseja. Y sí, mi vida ha estado llena de contradicciones, ha sido desprolija y tumultuosa, debatiéndome interminablemente entre la luz y la oscuridad. Pasando momentos de peligro, de amor, de amargura, de pobreza, de desengaños políticos, mientras aguardaba divisar bajo un cielo estrellado, una señal que indicar nuevamente el rumbo y continuar, así, tras aquello que sentía que era mi destino o mi vocación a cumplir.
El destino, al igual que todo lo humano, no se manifiesta en abstracto sino que se encarna en alguna circunstancia. Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados ¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquéllas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino, como si hubiéramos pertenecido a los capítulos de un mismo libro! Nunca supe si se los reconoce porque ya se los busca o se los basca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino.
Y así, los hombres con quienes me encontré, las ciudades que frecuenté, los libros que leí dejaron en mi espíritu las huellas de una gran experiencia que se fueron integrando a mi personalidad, como esos amores profundos que nos dejan rastros y heridas perdurables y poderosas, hasta ir encontrando nuestra verdad, O, más precisamente, hasta encontrarnos a nosotros mismos.
¡Tan enardecidas fueron mis búsquedas!
Al igual que tantos adolescentes, la existencia, como al personaje de La Náusea, se me aparecía como un insensato, gigantesco y gelatinoso laberinto; y como él, sentí la ansiedad de un orden puro, de una estructura de acero pulido, nítido y fuerte.
Cuanto más me acosaban las tinieblas del mundo nocturno, más me aferraba al universo platónico, porque cuanto más grande es el tumulto interior, más nos sentimos inclinados a cerrarnos en algún, orden.
Primero a través de la ciencia, yo había intentado un ascenso, un refugio de alta montaña en medio del dolor y del sin sentido que por entonces era para mi la existencia. Pero una y otra vez el rumor de los hombres habla terminado siempre por alcanzarme; se colaba por los intersticios y subía desde mi propio interior. Porque el mundo no sólo está afuera sino en lo más recóndito dc nuestro corazón.
El arte y la literatura fueron el puerto definitivo donde calmé mi ansia de nave sedienta y a la deriva. Las lecturas que desde entonces, apasionadamente, me han acompañado han transformado mi vida, gracias a esas verdades que sólo el arte puede revelar. Me he dejado poseer por los grandes clásicos del arte, de la literatura, de la música y la filosofía; en ellos es donde prevalece una oscura e ilimitada reserva de sentido que nos abre noches insospechadas, a intuiciones decisivas, cuando todas las certezas se disgregan, se consumen, se pierden.
Nunca he sido uno de esos lectores de obras completas, que se guían por alguna clase de sistematización. Por el contrario, en cada una de mis crisis he cambiado de rumbo, pero comportándome siempre ante las obras supremas como si me adentrara en un texto sagrado; buscando en ellas una revelación oracular.
Otras lecturas no tienen mucho valor, ya que pasan por nuestro espíritu sin dejar rastros, y solamente aquello que nos hiere, que nos imprime una huella, sirve a la fundación de los cimientos que podrán sostener el despliegue de nuestra existencia.
Por eso Kafka recomendaba leer libros que nos atraviesan el cuerpo como un hacha, resquebrajando cuanto haya de congelado en nuestro espíritu. Una novela que deje tal cual al escritor y al lector es una novela inútil, estéril. ¿Quién puede ser el mismo luego de haber leído Dostoievski~ Después de "Los Hermanos Karamasov" no somos las mismas personas que antes, como seguramente tampoco lo fue Dosotievski.
La escritura ha sido para mí el medio fundamental, el más absoluto y poderoso que me permitió expresar el caos en que me debatía. Me permitió liberar no sólo mis ideas, sino, sobre todo, mis obsesiones más recónditas. Lo hizo cuando la tristeza y el pesimismo habían ya roído de tal modo mi espíritu que, como un estigma, quedaron para siempre enhebrados a la trama de mi existencia. Porque fue precisamente el desencuentro, la ambigüedad, esta melancolía frente a lo efímero y lo precario, el origen de mi desesperada y absoluta entrega a la literatura.
Escribimos para defender la soledad en la que uno está. A través de abismos insondables nos transmitimos palabras sueltas y gritos, gestos de esperanza o de desesperación, para que alguien tan necesitado como nosotros por comunicarse comprenda nuestro mensaje cifrado, y se arriesgue dentro de un tumultuoso y oscuro océano para salvarnos.
Al rememorar instantes de esta larga travesía, puedo afirmar que pertenezco a esa raza de hombres que se han formado en sus tropiezos con la v ida. De manera que al tener que hablar sobre mi propia experiencia ante una audiencia en gran parte integrada por hombres y mujeres de prestigio, que conocen y han estudiado a fondo mi obra; o cuando algún exégeta habla acerca de mi filosofía no puedo sino turbarme, porque tengo la misma relación con un filósofo que la existente entre un guerrillero y un general de carrera. O como la de un hombre que ha salido de la civilización en busca de u" enigmático e hipotético mensaje, a través de un camino duro y áspero, en el que se encuentra con fieras y ríos infernales, que sin embargo nos dan atisbos de esa tierra que buscamos. Digo la verdad cuando afirmo que desconozco otras regiones, que mi ignorancia de otras realidades es innumerable, pero en cambio reivindico el haber vivido entregado a lo que me apasionó hasta arriesgar la vida en ello.
Pienso ahora que, quizá, porque mis novelas son el resultado de estas búsquedas interminables entre la luz y las tinieblas, haya podido ofrecer alguna ayuda a aquéllos que emprenden los mismos caminos, u otros similares, pero bajo la misma tensión.
Kierkegaard afirma que ahondar en el propio corazón es ahondar en el corazón de todos los seres humanos. Y entonces nos encontramos por primera vez hoy, como si nos conociéramos de tiempos lejanos, casi reconociéndonos en nuestras ansiedades y esperanzas, porque aquél que ha buscado con pasión algo importante, de algún modo conoce y comprende las demás búsquedas.
Y si hay algo a lo que siempre deseo alentar en los jóvenes, es la necesidad de aventurarse hacia aquella vocación que en el corazón de cada hombre arde como único y verdadero sentido de sus luchas y ansiedades.
El tránsito abierto de la física a la literatura no fue nada fácil; por el contrario, fue complejo y penoso. En ese tránsito, impuro y contradictorio como son los atributos del movimiento humano. me salvó un sentido intuitivo de la vida y una decisión desenfrenada ante lo que creía verdadero.
Mi primer ensayo, "Uno y el Universo", es fruto de la soledad y la nostalgia que aún generaba en mi la visión de las altas torres que en mi adolescencia me atrajeron por su bellaza exenta de vicios carnales.
Luego. la visión del abismo al que el "progreso" estaba llevando a la humanidad me impulsó a escribir en la década del cuarenta "Hombres y Engranajes", allí expresé mi postura respecto a la ciencia y la técnica, y el rechazo del racionalism0 a las potencias del inconsciente.
Pero yo no soy un filósofo, sino, más bien, un hombre de pasiones. Si frecuenté libros de filosofía, si he escrito también varios ensayos fue para desentrañar problemas de mi propio espíritu, para tratar de encontrar respuesta a dudas que me acosaban. Las ideas vinieron siempre mezcladas a sentimientos y pasiones, a esperanzas y desilusiones. No he sido capaz de pensar ideas en estado puro, o, mejor dicho, también lo he hecho, pero nunca me colmaron. Jamás me bastaron para vivir. Como decía Yves Bonefoy: "todo concepto es el artesano de una fuga". Por eso mismo mi destino ha estado finalmente en la literatura, no en la ciencia ni en la filosofía. Porque las hipótesis, las puras ideas no sirven para justificar la existencia.
Y así, durante las largas horas que escribía aquellos ensayos, extraños personajes del subsuelo me atormentaban, se me aparecían como protagonistas diversos y opuestos, difícilmente separables en ficciones con una estructura unitaria. Fue entonces que escribía partes de obras que luego quemaba: "La Fuente Muda", que venia de mis tiempos en el Laboratorio Curie, y de la que únicamente ha sobrevivido unos cuantos capítulos y bocetos de ideas; "EI Hombre de los Pájaros", historia de un muchacho a quien persiguen las peores desventuras y que decide suicidarse una noche si Dios no se le presenta antes de la madrugada; y las "Memorias de un Desconocido", que prefiguraba lo que años, muchos años más tarde, se convertiría en el "Informe sobre Ciegos".
Personajes ateos y religiosos, anarquistas y conservadores, compasivos y despiadados, ascéticos y lujuriosos. Contradictoria fauna que luego aparecerían, de una u otra forma, en las novelas posteriores, aunque sorprendentemente alterados.
Lo curioso, lo ontológicamente asombroso es que los personajes son una prolongación del autor, y todo sucede como si una parte de él es testigo de la otra parte, y testigo impotente. Este oscurísimo problema es el que intenté describir en mi última novela, "Abaddón el Exterminador".
El contorno de los personajes se perfilan poco a poco, uno no logra comprender qué es lo que quieren ni hacia donde se dirigen, y a medida que van saliendo de la penumbra, cobran nitidez y luego terminan por esfumarse, volviendo al dominio de las sombras de donde habían emergido.
En los recónditos suburbios de su espíritu, el escritor siente agitarse esas criaturas, en parte vislumbradas fuera de sí mismo, en parte agitadas en su corazón, que demandan eternidad y absoluto. Y reclaman ser expresados para que el martirio de algunos no se pierda en el tumulto y en el caos sino que pueda alcanzar el corazón de otros hombres, para repararlos y salvarlos.
Esto me enloquecía, tal vez porque buscaba un orden que en ese mundo no regía. Y por un motivo más profundo: no por ser personajes de ficción, por el hecho de tener una existencia en el papel y ser creados por el escritor, los personajes carecen de libertad; por el contrario, si han de ser criaturas vivas han de ser libres, como el ser humano.
Ningún personaje verdadero es un simulacro levantado con palabras. Está construido con sangre, con ilusiones, esperanzas y ansiedades verdaderas. Y de alguna oscura manera parecerían servir para que todos, en medio de esta vida confusa, podamos encontrar un sentido a la existencia, o por lo menos su remota vislumbre.
Cuando escribí "El Túnel" era demasiado joven, y pienso que en él expresé mi lado más oscuro, esa zona de desesperanza que yace en toda existencia. Quizá eso mismo es lo que le da vigor, la fuerza de lo extremo. Pero el hombre se inclina más por la esperanza que por la desesperación. De otro modo nos habríamos dejado morir hace tiempo. Las desilusiones, la miseria humana, la deslealtad, el fracaso, la humillación; todo eso es cierto, y sin embargo, nada nos arredra y seguimos esperando después de todo y a pesar de todo.
Como si estuviéramos sostenidos por una absurda metafísica de la esperanza.
Luego de haber escrito aquella primera novela, y a la vez que me vaciaba de mi ser más oscuro en el "Informe sobre Ciegos", temblaba, al mismo tiempo, mientras escribía los fragmentos donde aparecen seres infinitamente bondadosos como Hortensia Paz, el camionero Busich, el loco Barragán o aquel joven desesperado de absoluto que era Martín. Todos personajes que forman parte de mi corazón, y son los que me han salvado.
Cuando se llega a advertir que sujetos tan terribles como Fernando Vidal Olmos pueden convivir en el interior de un mismo autor con otros seres de una bondad absoluta? basta para meditar profundamente en esa enigmática víscera que es el corazón humano. Y aún hoy muchos no comprenderían si les dijera que algunos de ellos, con su soledad o su sed de infinito, con sus angustias y ansiedades, de alguna manera continúan refugiados en algún rincón de mi propio ser, ocultándose o luchando contra otros seres,
horribles o depravados, que allí también viven, pugnado por hacerse lugar, demandando piedad o comprensión.
Si considero que arte y la literatura en particular tiene una misión salvadora, no es porque esté sobrevalorando el oficio al que me he visto condenado. Sino porque la literatura en sus mas altas expresiones, trata del hombre y su destino, del sentido o sinsentido de la existencia. Ese ha sido el propósito de la gran literatura en todos los tiempos.
A través de la novela el hombre ha hallado el alimento espiritual que le había sido negado por una civilización cada vez más abstracta, invadida por la luz de la razón. Por eso sigue siendo la actividad más compleja del espíritu de hoy, la más integral, y la más promisoria en este intento de indagar y expresar el drama que nos toca vivir.
No es casualidad que el desarrollo de la novela coincida con el desarrollo de los tiempos modernos. ¿Dónde se iban a refugiar las Furias? Cuando una cultura las reprime, explotan, y su daño es mucho mayor. Los tiempos modernos fueron siglos señalados por el menosprecio a los esenciales atributos y valores del inconsciente.
¿Cómo pueden ser una falsedad las grandes verdades que revelan el corazón del hombre a través de un mito o de una obra de arte? Si aún nos siguen conmoviendo las desventuras y proezas de aquel caballero andrajoso de La Mancha se debe a que algo tan risible corno su lucha contra los molinos de viento revela una desesperada verdad de la condición humana. Lo mismo ocurre con las sueños, de ellos se puede decir cualquier cosa. menos que sean una mentira. Pero al sobrevalorarse lo racional, fue desestimado todo aquello que la lógica no podía explicar. Pero ¿Acaso son explicables los grandes valores que hacen a la condición humana, como la bellaza, la verdad, la solidaridad o el coraje? Así el arte, como las narraciones mitológicas, expresan un tipo de realidad del único modo en que puede ser expresada. Y a través de esas profundas manifestaciones de su espíritu, el hombre toca los fundamentos últimos de su condición y logra que el mundo adquiera el sentido del cual carece.
Por eso, innumerables veces les he aconsejado a quienes acuden a mí, en su angustia y en su desaliento, que se vuelquen al arte y se dejen tomar por esas fuerzas invisibles que operan en nosotros. Todo niño es un artista que canta, baila, pinta, cuenta historia o construye castillos. Los grandes artistas son personas extrañas que han logrado preservar esa candidez sagrada de la niñez. En diferentes grados, la capacidad creativa pertenece a todo hombre. El arte es un don sagrado que repara el alma porque permite unir nuestro dolor al dolor de los otros, alentándonos, así, a cumplir la utopía a la que fuimos destinado.
A lo largo de mi vida, cada vez más se ha acentuado en mi la idea de que la ficción ofrece la real integración del hombre, por los menos en sus realizaciones más complejas, donde a la narración de los hechos se unen elementos que en otro tiempo estaban reservados a la mitología y a la magia. Con lo cual quiero decir que la ficción de nuestro tiempo deriva de la narración de acontecimientos; a lo que tal vez debería denominarse "poema metafísico".
Claro que doy a la palabra "poesía" la significación que tuvo en sus orígenes. y en la que se sostiene Heidegger cuando dice: "todo arte es esencialmente poema".
Poiesis era la palabra griega; para ellos, como para todos los pueblos arcaicos, lo poético era el lagar donde se revelaban los dioses.
Los poetas eran hombres consagrados, lo que es casi como decir que eran hombres condenados a ser videntes, y a testimoniar lo numinoso y lo tremendo al resto de los hombres. Tarea que exigía el sacrificio, ya que para ser poeta no sólo el descenso al infierno formaba parte del itinerario iniciático, sino la renuncia a todo aquello que podía interferir en su oficio sagrado.
El poeta, el artista verdadero, era respetado como un hambre inspirado, alguien que escuchaba lo sobrenatural. Este es el elemento sagrado del arte, y así fue considerado no sólo por los griegos sino también por las otras antiguas culturas tanto grandes como pequeñas.
Por eso la poesía no es una forma métrica, un modo de escribir palabras, en prosa o en verso. Poeta es aquel que revela la Vida, en verdad y en belleza.
Como dice Holderlin en poema:
"Lleno está de méritos el Hombre; mas no por ellos; por la Poesía ha hecho de esta Tierra su morada".
De ahí, la fidelidad con que ha de vivir el artista, tratando de recuperar, de devolverle al arte su lugar supremo, evitando que siga siendo envilecido. Por eso, uno de los riesgos que deben evitar los jóvenes escritores es el afán de juntar palabras para hacer una obra. Como dijo Claudel, no fueron las palabras las que hicieron "La Odisea*', sino "La Odisea" quien hizo las palabras. Recordemos bien esta sentencia para que evitar que se siga pervirtiendo el lenguaje; uno de los graves peligros que expone al hombre a lo inhumano.
Através de grandes narraciones, el hombre no sólo se ha lanzado a la exploración de territorios que en otro tiempo eran insospechables, sino que además, ha alcanzado dignidad filosófica y cognoscitiva. Por eso Bataille llegó a comparar la función de la gran literatura con las revelaciones que acontecen en las experiencias místicas.
Como lo muestran los relatos mitológicos de las culturas arcaicas, o la función trascendente que los griegos concedían al teatro, el hombre necesitará siempre de la narración de aquello que es significativo en su propia vida y en la historia. Piensen, si no, en las hazañas, los sacrificios, los tormentos, los portentosos hechos que la humanidad ha sido capaz de cumplir impulsados por los grandes textos de todos los tiempos.
De ahí la trascendencia de una literatura profunda, que es para la comunidad lo que los sueños son para el individuo: una descarga, a veces salvaje, de todas las frustraciones, falsificaciones y humillaciones.
El vértigo y la presión con que vive el hombre en la actualidad, tiranizado por acontecimientos extremos que lo ponen frente a situaciones limites de su existencia, no puede ser comprendido sino por una literatura que le responda a necesidades muy profundas como la soledad, el absurdo, la esperanza y la muerte.
Pero en esta sociedad que exalta y preconiza la banalidad, la competencia y el éxito, también el arte está contaminado. Y algunos de los que ahora vemos en los medios vanagloriándose de ser artistas, han postergando aquella misión del arte en aras de los intereses y las leyes del mercado.
Y es así como gran parte de la literatura y el arte moderno no ha sabido otorgarle al hombre un refugio, ni servirle de orientación en medio del drama que le toca vivir.
Desgraciadamente, hoy no poseemos una narración, un relato que nos una como pueblo, como humanidad, y nos permita trazar las huellas de la historia de la que somos responsables.
Hace unos instantes les hablaba de esa dialéctica existencial que se despliega en el alma del escritor, encarnándose en personajes que luchan entre si y a veces dentro de si; enfrentamiento del cual resulta esa diferencia fundamental entre la ficción y la filosofía, aún en el caso, muy frecuente, en que en esa ficción germinen ideas importantes y decisivas. Porque un sistema filosófico debe construirse en forrna coherente y sin ninguna contradicción, mientras que el pensamient0 poético del novelista se da en forma tortuosa, contradictoria y ambigua.
Frente a cuestiones inefables es estéril tratar de aproximarnos por medio de definiciones. La incapacidad de los discurso filosóficos, teológicos o matemáticos para responder a los grandes interrogantes revela misteriosamente que la condición última del hombre es trascendente.
Lo que diferencia al hombre del resto de las criaturas es, según Max Scheler, la carencia de un medio propio dónde vivir, no tener propiamente una casa donde alojarse. Y en ese vacío es donde nace la angustia originaria que Kierkegaard y Heidegger han señalado como la situación radical del hombre en el mundo.
Pero la filosofía ya en sus inicios dejó desamparado al hombre concreto, y recién con el Romanticismo se produjo una vuelta a lo más oscuro y enigmático del yo. Fue la filosofía romántica la que revaloró los sueños, la que les devolvió la jerarquía que tuvieron en el origen. También la literatura tiene lugar en ese ámbito donde se forman los sueños, y los personajes de ficción son allí como los fantasmas antagónicos que se pelean en nuestras pesadillas.
En cambio en los tratados, el escritor debe ser coherente y unívoco. Por eso el ser humano se le escapa de las manos. En la novela el personaje es ambiguo como en la vida real, y la realidad que aparece en una obra de ficción es realmente representativa. ¿Cuál es la Rusia verdadera? ¿La del piadoso, sufriente y comprensivo Aliosha Raramasov? ¿O la del canalla Svidrigailov? Ni la una ni la otra. O, mejor dicho, la una y la otra. El novelista, como he venido diciendo, es todos y cada uno de sus personajes, con el total de las contradicciones que esa multitud presenta. Porque ¿cuál es rigurosamente la concepción del mundo de Cervantes? ¿La que aparece en Don Quijote o la que farfulla Sancho? ¿Cuáles las ideas sobre el gobierno, la amistad, el amor? Podemos estar seguros de que unas y otras, que a veces pensaba como el materialista y descreído escudero y otras se dejaba llevar por idealismo descabellado del loco, cuando no le sucedían ambos pensamientos simultáneamente, en una lucha desgarradora y melancólica en su propio corazón: ese corazón que resume la grandeza y la miseria del hombre.
Por esta misma hibridez la novela cobra tanta importancia en esta época de alienación del hombre. Porque en sus diálogos y pensamientos no tendrán nunca esa pureza cristalina con que aparecen en los tratados de teología y filosofía, ya que están promovidos y deformados por aquellas potencias irracionales, que tienen la fuerza de las pesadillas, fuerzas que no sólo empujan sino que deforman y destruyen. Porque ese hierro, esa actitud, ese rostro enloquecido, esa pasión malsana, ese fulgor demoníaco en los ojos, serán los que diferenciarán para siempre una mera proposición teórica de una tremenda manifestación concreta.
Por eso mismo, todos los filósofos y artistas, siempre que han querido alcanzar el absoluto, debieron recurrir a alguna forma del mito o la poesía. Así, Sartre y Camus terminan por indagar sus ideas más brillantes a través de los personajes de sus novelas y 0bras de teatro. Y es en su Cántico Espiritual donde Juan de la Cruz nos permite entrever la presencia de Dios, de un modo más patente que en el resto de su obra teológica. En nuestra época, von Balthasar advirtió la importancia del arte en las cuestiones fundamentales dei espíritu, y así, volúmenes enteros de su obra están dedicados al estudio de Dostoievski. Rilke, Trakl, Cervantes, el teatro y la lírica, e incluso a los desgarradores payasos de Rouault.
Los hombres construimos penosamente nuestras inexplicables fantasías porque estamos encarnados, porque ansiamos la eternidad y debemos morir, porque deseamos la perfección y sumos imperfectos, porque anhelamos la pureza y sumos corruptibles. Por eso escribimos ficciones. En Dios no necesita escribirlas.
La bondad y la maldad nos resultan inabarcables, porque suceden en nuestro propio corazón. Son, indudablemente. el gran misterio. Esta trágica dualidad se refleja en el arte como sobre la cara del hombre donde, lenta pero inexorablemente, dejan sus huellas los sentimientos y las pasiones, los afectos y los rencores, la fe, la ilusión y los desencantos, las muertes que hemos vivido o presentido. los otoños que nos entristecieron o nos desalentaron, los amores que nos han hechizado, los fantasmas que, en sus sueños o en sus ficciones, nos visitan o nos acosan. En los ojos que lloran por dolor, o se cierran por el sueño pero también por el pudor o la astucia, en los labios que se aprietan por empecinamiento pero también por crueldad, en las cejas que se contraen por inquietud o extrañeza o que se levantan en la interrogación y la duda en fin, en las venas que se hinchan por rabia o sensualidad, se va delineando la móvil geografía que el alma termina por construir sobre la sutil y maleable piel del rostro. Revelándose así. según la fatalidad que le es propia, a través de esa materia que a la vez es su prisión y su gran posibilidad de existencia.
El arte es, como el rostro, una epifanía. Así, los grandes poetas ven, con espantosa nitidez, lo que las gentes presienten de manera más o menos imprecisa; esa recóndita verdad de nuestro ser que únicamente advertimos cuando nos encontramos solos.
Me acuerdo de algo que había dicho Bruno: siempre es terrible ver a un hombre que se cree absoluta y seguramente solo, pues hay en él algo trágico, quizá hasta de sagrado, y a la vez de horrendo y vergonzoso. Siempre, decía Bruno, llevamos una máscara, que nunca es la misma sino que cambia para cada uno de los lugares que tenemos asignados en la vida: la del profesor, la del amante, la del intelectual, la del héroe, la del hermano cariñoso. Pero ¿qué máscara nos ponemos o qué máscara nos queda cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie, nadie, nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima, nos ataca? Acaso el carácter sagrado de ese instante se deba a que el hombre está entonces frente a la Divinidad, o por lo menos ante su propia e implacable conciencia.
A lo largo de mi vida, como escritor he intentado ser fiel a esa inquietante y enigmática verdad que se manifiesta en el momento en que acontece la creación. Todo creador debe cuidar de ella, y ofrecerla a los hombres como su más alta y noble vocación.
Ernesto Sabato
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