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María
o la eternidad del corazón.
Carranza,
Eduardo. María o la eternidad del corazón. El Tiempo
L.D. Bogotá, 1967. Centenario de María, novela de Jorge Isaacs.
NTC … agradece a la escritora Gloria
Serpa-Kolbe la
colaboración al enviarnos (25 julio 2012) el texto y autorizarnos la
publicación.
Estamos
reunidos aquí para uno de los actos más tiernos, más conmovedores y profundos a
que pueda sernos dado asistir en nuestros días mortales: para rendir homenaje a
un poeta y a una poesía: en un acto en honor y desagravio a Jorge Isaacs, un
poeta romántico. Así como suena: un poeta romántico porque Isaac perteneció a
su tiempo, que es la única manera de pertenecer a la historia. No fue, como han
querido algunos por pedantería, algunos otros por insidia, y otros a fuerza de
no leerlo, no fue un académico regresista ni un narrador dulzón, para idílicas
adolescentes. Fue un escritor clásico, es decir creador, es decir renovador, es
decir libre, poderoso, sanguíneo.
Todavía nos llegan, su calor vital, el hálito de su profundidad guerrera
y creadora, su simpatía y su mudo entero vivo y viviente de ser hombre. Yo lo
veo atravesando, nuestro morado, patético y enardecido siglo XIX con su amorosa
epopeya sobre el corazón. Le veo cortando ríos con su pecho, trepando riscos y galopando
llanuras, puesto el oído sobre el corazón de esta patria porque, ante todo, en
su basta obra de escritor, como en su hazaña de hombre, late un amor
desesperado y esperanzado por este amado y soñado y sagrado terrón del mundo
que es Colombia, humedecido por la sangre y los sueños de los que nos
antecedieron. Y estamos aquí también para renovar nuestra declaración de amor a
María, azul como las venas de la música. A María de pie bajo las enredaderas;
a con su jazmín de lágrimas; a María que
es una hebra azul de la bandera colombiana. Que es una golondrina azul posada
para siempre sobre el hombro en nuestra patria. A poesía. A María melancolía. Y abramos aquí u
paréntesis: (no faltará el señor que pregunte: ¿y la poesía para qué?) pues
infortunadamente para la generalidad de nuestros príncipes o principales la
poesía es una ineconómica actividad contemplativa. Se ha olvidado que para el
hombre lo más importante puede ser algo que no es de este mundo. ¿No es
angustioso pensar que si diéramos por completo clausurado el ciclo humano que
se abrió con el humanismo, la contemplación y la poesía, el hombre puede volver
al hormiguero? De todos modos este mundo traidor en que vivimos se va
pareciendo –desde el comunismo de tipo eslavo, hasta el comunitarismo capitalista
de estilo anglosajón-, se va pareciendo a los antiquísimos imperios
prehistóricos (asirios, etruscos, incas, aztecas), con su cultura de rebaño y
su perfecta organización de hormiguero arcaico.
(...)
Lo que
no advierte ese señor es que él, justamente él, vive como vive porque hay,
porque ha habido poetas. Nombremos simplemente al poeta Cristóbal Colón, al
poeta Gonzalo Jiménez de Quesada, a ese gran poeta que es el pueblo y a otro
gran poeta llamado Simón Bolívar. Una vida social civilizada, o si se quiere,
una comunidad histórica, necesita, para igual, los alimentos terrestres, y los
otros, vale decir nuestras palabras cubiertas de cotidiano polvo terrenal o de
mágico, dorado polvo sideral.
Es
también justo y bueno y saludable, recordar de vez en cuando la absoluta
necesidad de la poesía como atmósfera de la vida humana. Más allá de los poemas y los versos. Si la poesía como valor ambiente de la vida
cotidiana desapareciera, los mismos que se preguntan para qué sirve la poesía,
esos mismos se sentirán de súbito como inválidos, como si les faltara el sueño,
el corazón o el despertar. La poesía también es acción, acción latente y
concentrada que a veces se detiene en la punta de las palabras, de los dedos, y
a veces se dispara, ebria y lúcida en heroísmo. La verdadera historia de un
hombre, es la de los momentos poéticos que ha vivido; y la historia grande de
un pueblo es la de sus más altos momentos de tensión poética y heroica. Vale
recordar aquí, también, que un joven héroe español llamado Antonio José Primo
de Rivera, dijo alguna vez estas palabras inmarchitables: “A los pueblos no los
han movido nunca sino los poetas y a la poesía que destruye, hay que oponer la
poesía que promete”.
“La
poesía es el héroe de la filosofía” escribió Novalis a comienzos del filosófico
siglo XIX. Es posible que sea también el héroe de la economía en este patético
mediar del económico siglo XX.
Y no es
ocioso aquí advertir a los escritores colombianos de todas las edades y pelambres
que no podrán continuar, después de este acto de perenne presencia que han
hecho Efraín y María por estos días, con sus mentecatas mesas redondas
discutiendo si María tiene o no validez universal. Ya está bien de bizantinas
disertaciones y de polémicas pedantescas, sobre la jerarquía y la calidad del
libro insigne. María es una obra clásica por humana. Porque ella encarna en su
palabra poética una zona luminosa de todos los corazones. La del puro amor
idealizante y el ensueño amoroso, la del dolorimiento por lo que se fue, la de
la lucha dramática del corazón contra el tiempo y contra lo imposible. Como el
Quijote que es una obra clásica porque encarna la derramada generosidad sin
límites, el anhelo de la honra, la sed de justicia, el afán de una fama culta y
honesta y el ansia de inmortalidad. En María el protagonista es el corazón. Las
ideas evolucionan, se transforman, mueren. Lo único que permanece es la
eternidad del corazón. Por eso ahí está María y de allí nadie la mueve. Como
una palmera blanca, como una columna de lágrimas, azuleando el aire de Colombia
igual que un ramo de nomeolvides, atravesando por un siglo, como un río azul la
poesía colombiana. Vamos a ver si sus detractores son capaces de escribir una
novela que dure siquiera diez años. A María no la van a borrar, y de ello
estamos absolutamente seguros, ni con un motín de obscenidades ni con melenudas
asonadas.
Y a los
otros, a los que sabemos, quiero decirles de frente lo que sigue: allá ustedes
con su basurero, y déjennos en nombre de la libertad que tanto alegan, escoger
a nosotros nuestros temas y nuestros paraísos. En primer lugar, al de “María”,
allá ustedes hundiéndose lentamente en el tremedal de los instintos. Déjennos a
nosotros sumergirnos en las aguas puras del corazón. Allá ustedes sumergidos
hasta el cuello o, más arriba, en el pantano existencialista, déjennos a
nosotros los espacios abiertos de la esperanza, la alegría y la melancolía. Es
cuestión de gustos. Quiero proclamar esta noche el derecho de los sentimientos
positivos. La ilusión, la fe, la esperanza, el amor idealizante y el honor a la
palabra poética.
Y
quiero también decir aquí y ahora, que en mi sentir, existe una conjura contra
la tradición nacional, contra el estilo profundo de la vida colombiana, contra
la veta genial de esta nación. Unos la sirven a conciencia, otros por beatería,
esnobismo y vanidad, otros como idiotas útiles. Se trata, al parecer, de borrar
todo rasgo de lo nativo, toda huella del estilo popular y nacional en las
tareas artísticas y en el quehacer literario para reemplazarlos por manierismos
importados y por aventureras fórmulas extrajerizantes. Se trata nada menos que
de borrar el pasado colombiano. El pasado es para una nación lo que la memoria
para el hombre. Una nación sin pasado es como un hombre sin memoria: pierde
automáticamente su coherencia personal, su personal identidad. Su conciencia.
Pero el pasado y la memoria no son algo mecánico e inmóvil sino que viven y se
transforman de continuo. Porque “ni la memoria es un periódico atrasado”, ni la
tradición un archivo inerte y polvoriento. Los dos, son fuerzas dinámicas y
creadoras, porque lo que somos y lo que seremos están motivados en su raíz por
lo que fuimos. No hay patria sin historia, que es la conciencia del propio ser.
No hay nacionalidad sin una idea siquiera aproximada de su vocación y destino.
Y una nación sólo obra válidamente cuando obra en el sentido que le determinan
su propia índole, su tradición, su autenticidad prescritas en su historia,
prefiguradas en sus héroes. Para hacer, hay que ser. El problema de lo que
haremos está condicionado al problema de lo que hicimos. No basta levantar
estatuas a nuestros héroes, escritores, conquistadores y libertadores, si les
negamos o regateamos nuestra inteligencia y nuestro corazón. Si no ponemos a
los pies de la estatua o junto a las tumbas nacionales nuestra voluntad de
continuar su espíritu y encarnar sus sueños. Por ello resulta antinacional y
descastada la actitud de quienes niegan la validez de Jorge Isaacs y de María.
En Italia sería inverosímil que se pusiera en duda, siquiera, la alcurnia de
Los novios de Manzoni. O, en Francia, la Atala de Chateaubrian. O en Inglaterra La dama del lago de Walter
Scott. O en España Don Juan Tenorio de Zorrilla. O, el Werther de Goethe en Alemania. Estas son obras
incorporadas al ser nacional de estos países, a su gloria, a su orgullo y a su
honor, máximos libros clásicos, textos en las aulas y normas inevitables, y
puntos de referencia en lo que alude a la palabra escrita con intensión de belleza.
Por eso es bueno repetir que Isaacs es un héroe de la inteligencia colombiana y
María, una vena azul de la patria.
Lo
antes dicho me lleva a decir otra vez que ningún colombiano con ideas, ideales
y creencias puede conformarse con una situación dada: la situación espiritual
de nuestra Colombia de hoy. Para repetir, que urge una regeneración de la
patria, y que si no la realizamos seremos históricamente enjuiciados por
ausentismo o dimisión. Y que no hay regeneración patria posible sin una lúcida,
honesta y valerosa vanguardia intelectual. Sin una honda y auténtica vida
espiritual que consiste, ante todo, en buscar la verdad, en vivir en ella y
proyectarla sobre nuestros prójimos o próximos.
Pues
bien: nosotros escritores, artistas, maestros, letrados, gentes de cultura en
general, solo pedimos al Estado, a la comunidad, crear las favorables
condiciones necesarias para la vida espiritual en todos sus órdenes.
Bienvenidas la técnica y la economía. Pero cuidado con la técnica sin alma. Y
con la economía que pueda amenazar el legado histórico que debemos defender y
conservar y pasar a los que vendrán, si queremos permanecer en la historia con
signo diferencial y no ser literalmente borrados del mapa en un sentido físico
y moral. La patria, decía Nietzsche, no es la tierra de los padres, sino la
tierra de los hijos.
Los
escritores reclamamos la suprema dignidad humana que es la de servir. Vivimos
en una patria que en otro tiempo se llamó ateniense, y lo era en realidad, por
su radiante jerarquía espiritual en el área del español. Colombia es, el primer
productor de café suave en el mundo; emocionante realidad que nos ha traído
alegrías, y sinsabores como los ojos negros de la vieja canción. Bajo el cielo
de Colombia se derrumba el Salto de Tequendama. Venas de oro, de platino y de
jazmín cruzan el cuerpo de mi patria, pero Colombia no es tan sólo la patria
del platino y el café; la Colombia histórica, la más entrañable auténtica y
medular Colombia, la patria espiritual en donde Caro, Isaacs, Pombo, Silva, Valencia
y Barba Jacob cantaron. La patria en donde Mutis, Cuervo y Miguel Antonio Caro
levantaron monumentos imperecederos de sabiduría. La patria dotada de esa
cuarta dimensión incorruptible que son los trabajos a menudo secretos, callados
y pasajeramente desdeñados de escritores, científicos, artistas y poetas.
Debo
decir, aquí y ahora, que la herencia cultural -más anchamente, legado
espiritual de los padres y los abuelos- está en peligro. Por la irrupción de los colectivismos sin
alma, por el desmoronamiento de la tradición y emoción nacionales y el desplome
de la vida espiritual, de la moral colectiva, y de las antiguas virtudes y
certezas que fueran razón y sustento de esta patria. Y también porque nuestra
comunidad histórica y social está vendiendo su alma al diablo, vale decir, a
las cosas visibles; a lo que es contable, rentable y tabulable*. Y porque los
valores han sido sustituidos por los precios. Esta en peligro, lo repito
angustiosamente, el legado de lo que podemos llamar los bienes raíces del alma.
La
dimisión espiritual significaría para Colombia la dimisión histórica. No podemos, ni queremos, ni debemos
resignarnos a ella melancólica y cobardemente. Por ventura está situado en lo
más alto de nuestra patria, como que se le ha confiado la custodia de la
bandera, un varón de letras que
participa de todas estas patéticas preocupaciones y que es también un íntimo de
la poesía como lo demuestra su presencia esta noche entre nosotros, que nos
cubre de honor a todos cuantos movemos en Colombia una pluma para escribir en
castellano imperial.
Ahora
permítanme ustedes una personal y nostálgica referencia: hace 30 años se
conmemoraba aquí el centenario del nacimiento de Isaacs. Al frente de estas
solemnidades estaba el poeta Antonio Llanos, ahora dolorosamente inmovilizado,
y a quien la gallarda y generosa ciudad de Cali vio muchas veces capitaneando
sus afanes culturales. En este mismo escenario se oyó en una noche de abril de
1937 la palabra de Guillermo Valencia que, a veces se parecía al agudo grito del
águila, y otras veces tenía la gravedad de una campana mayor, se oyó también
aquí esa noche la docta, magistral y nobilísima palabra de Rafael Maya. Y yo
puse un soneto mío como una rosa más en las trenzas de María. En los versos que
ahora voy a leer he evocado aquellos días más jóvenes y hermosos:
…
Mientras sueño estos versos, paseo, miro
por la
ventana del hotel. Absorto,
el
pensamiento sigue una canción
antigua.
Y va juntando los ayeres
como
espigas después de que han segado.
Ah! La
vida fulgía como un ebrio
racimo
y era un sábado perpetuo.
Este
río cruzaba nuestro sueño
y el
amor este río humedecía.
A la
piel de mi alma siento aún
adherida
la atmósfera de entonces,
hecha
de alma y de aroma de jazmín
en
donde palpitaban las luciérnagas.
El día
como un rojo gavilán
volaba
entre palmeras y cruzaba
una
venada blanca con su cinta
azul.
La juventud con una brasa
o un
lucero en la mano atravesada
entre
doncellas como una floresta
o una
isla de árboles frutales.
¡Lo que
una vez ha sido será siempre!
Somos
memoria solamente, tiempo
con
pisadas de música, de lluvia.
A veces
en las playas del insomnio
vuelvo
a encontrar los ángeles de entonces,
las
voces por el tiempo sepultadas,
los
besos por el tiempo apenumbrados
los
pasos que llevaban al amor
cubiertos
de silencio y de nostalgia.
Y oigo
latir el corazón del tiempo
y el
rumor submarino del pasado.
Oigo
los sueños que suspiran y oigo
la luna
andando entre palmeras, sola…
… Ahora
nuestra vida es una carta
que
podemos leer con los ojos cerrados…
Debo finalmente
dar las gracias por la ocasión que se me ha brindado esta noche. Sólo puedo
ofrecer el orgullo de no haber pertenecido a ninguna república de envidias. Y
de haber soñado los más altos sueños nacionales. El orgullo de no haber escrito
jamás obscuros cantos, ni invitaciones al odio, ni idas al arrabal de la
persona humana. El orgullo de haber alzado contra el imposible, en medio
del camino de la muerte, la bandera de
la vida, el amor, la esperanza, y la
ilusión juvenil. Talvez, al cubrirme esta noche de un honor inmarchitable,
habéis querido honrar en mí a uno que sólo ha querido ser un lejano alumno de
Platón en esta época de la náusea, a un
escudero del caballero Garcilaso en esta época sin caballería, a un que sólo ha
querido ser un soldado de Bolívar, su padre, su amigo, su maestro, su capitán,
su jefe única. A uno que nunca supo distinguir el rojo del azul en su bandera.
(Como que la bandera circuló siempre, íntegra, por mi alma como un beso por la
sangre de un enamorado) y, a uno para quien Cali sigue siendo la capital de su
corazón.
Amigos
míos del Valle del Cauca: os doy las gracias de nuevo y para ello escojo a dos
personas: a una dama de sol y ensueño llamada Marta Hoyos de Borrero. Y un
hidalgo vertical llamado Alfonso Bonilla Aragón. Amigos míos: gentes del mar y
las ciudades, de las minas y de las aulas, del moreno cacao y de la dorada caña
de azúcar, os saludo con el corazón puesto en Jorge Isaacs y en su María. Y os
deseo que el sol de Dios os llene, como en el verso de don Antonio Machado, de
alegría, de paz y de riqueza.
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Carranza,
Eduardo. María o la eternidad del
corazón. El Tiempo L.D. Bogotá, 1967. Centenario de María, novela de Jorge
Isaacs.
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Publica y difunde: NTC …* Nos Topamos Con …
* Se actualiza periódicamente. Julio 25, 2012
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