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El enemigo que no pudo ser
Por: Jotamario Arbeláez
El País, Cali, Agosto 13 (.com) y 14, 2018 *
Volverse uno más pacifista que los amigos que entregaron los fierros y
ganarse un enemigo gratuito es calvario que no le deseo ni a ese enemigo. Y si
ese enemigo pretende ser como uno, y no tiene cómo, ni cuándo, ni dónde, le toca
a uno sentarse a la orilla del camino a esperar que pase en carroza porque qué
hace. Ni modo de salir a enterrarlo ni escribirle una esquela fúnebre porque
dirán sus deudos –que no le quedan, porque el repudio es unánime, aunque
sospecho pecho que viene trabajando para su causa mortificante a mis más
queridos amigos–, que tal nobleza no pasa de ser una farsa, que ni que yo fuera
un santo loco de altar.
No debe ser coincidencia que todos mis enemigos murieran cuando iban en lo mejor de su ataque. Expiraron de la rabia por no haberme hecho caer en ninguna de sus torpes trampas antipersona. Con el doloroso agravante de que no hay peor veneno que un melancólico derrame de bilis negra, esa especie de VIH de la conciencia. No tengo la culpa de tener la garra para el saque y la defensa de Capablanca.
Lo que más mortifica al individuo que me persigue, buscándo mi caída es que yo sea presuntamente un ególatra y presuntuoso, cuando no presumo ni siquiera de lo que tengo. Mucho menos voy a hacerlo de lo que me creo, que no es poco, pero es privado. No le hago mal a nadie sino solo con mi presencia. No porque huela feo sino todo lo contrario. Porque mis colonias aroman hasta al vecino. Camino suavemente por la ciudad y más se gastan las aceras que mis zapatillas de ante. Voy por tu cuerpo como por el mundo es un verso de Octavio Paz, que le dedico a la mujer que me espera, así llegue tarde. La vicepresidenta del banco está loca porque le haga un préstamo, el de mi último libro.
Tengo tribunas de expresión en varios periódicos y revistas, donde me aprecian y pagan bien y no me recortan ni un pite, y el animal que me acosa, a quien en ninguna parte publican porque yo le he hecho cerrar las puertas –según alega–, se dedica monotemáticamente, amparado tras el anónimo de una ristra de seudónimos, a rumiar en los correos electrónicos abiertos a los comentarios de los lectores, toda la pasta de estiércol que le circula por las escleróticas venas. Así piensa que me va a hacer echar de los medios, el pobre.
Dice, por ejemplo, que me vaya a bañar, que soy un cochino, que quién me dijo que era poeta, que soy un marihuano desde chiquito, que soy homosexual -a juzgar por su condición, ventilada en público-, que él es mejor escritor pero que nadie se ha dado cuenta porque no lo han leído, que no hago sino escribir acerca de mí en lugar de escribir sobre cosas que no conozco, porque el caso es que no aguanta que ilumine mis frases con tanto color y luz que no parece que utilizara un computador sino un pincel chino, un camaján del Belalcázar, un tarugo de la barriada.
Otra cosa a la que se aferra es a que traicioné el nadaísmo, porque ya no duermo en la calle sino en cama de tres colchones, como si en sesenta años no se hubieran de superar los presupuestos del primer manifiesto, que por otra parte no escribí yo. Tiré piedras contra el establecimiento, mis enemigos empiedrados me las devolvieron multiplicadas, y con ellas, como el poeta Marinetti, me construí el castillo donde caliento mis huevos.
Hoy no soy más anarco que el arco iris. Pero sigo siendo un
provocador. Así prefiera la caricia a la bofetada. Y cuando hablo de mí, aquí o
en el Vaticano, lo hago para burlarme de mí mismo, según la escala de valores
de mi estirpe del barrio Obrero, donde funcionaba La casa de las agujas. ( 1 )
Acabo de ganar el Premio Dámaso Alonso, de España, por la
totalidad de mi obra y la totalidad de mi vida. Sexto premio que recibo y que
tengo mucho gusto en dedicárselo al personaje que sufre con mis gabelas.
...No debe ser coincidencia que todos mis enemigos murieran cuando iban en lo mejor de su ataque. Expiraron de la rabia por no haberme hecho caer en ninguna de sus torpes trampas antipersona. Con el doloroso agravante de que no hay peor veneno que un melancólico derrame de bilis negra, esa especie de VIH de la conciencia. No tengo la culpa de tener la garra para el saque y la defensa de Capablanca.
Lo que más mortifica al individuo que me persigue, buscándo mi caída es que yo sea presuntamente un ególatra y presuntuoso, cuando no presumo ni siquiera de lo que tengo. Mucho menos voy a hacerlo de lo que me creo, que no es poco, pero es privado. No le hago mal a nadie sino solo con mi presencia. No porque huela feo sino todo lo contrario. Porque mis colonias aroman hasta al vecino. Camino suavemente por la ciudad y más se gastan las aceras que mis zapatillas de ante. Voy por tu cuerpo como por el mundo es un verso de Octavio Paz, que le dedico a la mujer que me espera, así llegue tarde. La vicepresidenta del banco está loca porque le haga un préstamo, el de mi último libro.
Tengo tribunas de expresión en varios periódicos y revistas, donde me aprecian y pagan bien y no me recortan ni un pite, y el animal que me acosa, a quien en ninguna parte publican porque yo le he hecho cerrar las puertas –según alega–, se dedica monotemáticamente, amparado tras el anónimo de una ristra de seudónimos, a rumiar en los correos electrónicos abiertos a los comentarios de los lectores, toda la pasta de estiércol que le circula por las escleróticas venas. Así piensa que me va a hacer echar de los medios, el pobre.
Dice, por ejemplo, que me vaya a bañar, que soy un cochino, que quién me dijo que era poeta, que soy un marihuano desde chiquito, que soy homosexual -a juzgar por su condición, ventilada en público-, que él es mejor escritor pero que nadie se ha dado cuenta porque no lo han leído, que no hago sino escribir acerca de mí en lugar de escribir sobre cosas que no conozco, porque el caso es que no aguanta que ilumine mis frases con tanto color y luz que no parece que utilizara un computador sino un pincel chino, un camaján del Belalcázar, un tarugo de la barriada.
Otra cosa a la que se aferra es a que traicioné el nadaísmo, porque ya no duermo en la calle sino en cama de tres colchones, como si en sesenta años no se hubieran de superar los presupuestos del primer manifiesto, que por otra parte no escribí yo. Tiré piedras contra el establecimiento, mis enemigos empiedrados me las devolvieron multiplicadas, y con ellas, como el poeta Marinetti, me construí el castillo donde caliento mis huevos.
* En EL PAÍS (Cali)
El enemigo que no pudo ser
Por: Jotamario
Arbeláez
El País, Cali, Agosto 13 (.com) y
14, 2018
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Contratiempo
En paz y a salvo
Sesenta
años machacando la prosa y la poesía, setenta y siete cumplidos, con los mismos
kilos de peso y los mismos centímetros de estatura que cuando tenía
veintisiete, y apenas si le habré compuesto una endecha a la muerte,
que suele ser un tema preferido por
tantos poetas tristes, agobiados por desamores, arrollados por filosofías de
derrumbe, fracasados en sus aspiraciones de trascendencia o acosados por esos
males del cuerpo que no dan tregua.
De mis cien poetas amigos de los
tres sexos han desaparecido noventa y a la mayoría de ellos sí les he entonado
mis loas, elegías, lamentos y ayes,
gemido en los entierros o cremaciones, emborrachado de tristezas el alma
inmortal y pedido al Señor que todo lo puede, si puede, que les abra campo en
el paraíso, si hay paraíso.
Y si no hay paraíso con ellos puede crearse, pues ya sufrieron en la
vida bastante, cuando sufrieron,
y cuando no sufrieron, con sus hitos alegres brillo le dieron a ese
instante, fugaz o prolongado, de aire, de agua, de tierra y de luz que
conocemos como la existencia terrestre.
Fui
poco dado a lo sombrío, a lo escatológico, a lo tétrico, a lo macabro, mejor
dicho, soy poco dado, dado que tampoco me he ido.
He sido amenazado, y lo sigo siendo.
Hasta me han tenido por muerto, como narro en mi libro La muerte de Jotamario (Caza de libros,
2013).
Y yo mismo he descrito mi defunción en Nada es para siempre (Aguilar, 2002), luego de describir por
anticipado mi errancia por los toques tanáticos de choque, denegación, cólera,
depresión, regateos y decatexis.
Sólo saben la fórmula de preservar la vida los que fingen morir. Que
suelen ser los poetas, según Cocteau.
Por más que tenga en mi mesa de noche los libros tibetano y egipcio de
los muertos, y me embelese con el Necronomicón y los cuentos de Poe, y con El
cielo y el infierno, de Swedenborg, y los ensayos de Kubler-Ross,
me he deslizado más bien por los bares de las librerías, por las pistas
de baile y por los recovecos sexuales, en busca de temas para cantar odas a la
alegría.
Fueron mis temas emotivos las novias que me cornearon, los avatares
familiares, el rodar de las calles y sus gentes vestidas, el encuentro con
realidades otras en el más allá de los viajes.
Nunca pensé vivir tanto, y mantenerme tan vivo con tanta vida.
Vencí la gota y la calvicie y a unos cuantos enterradores que me
pensaban sacar de taquito del cancionero.
Me
ha dado por comenzar a sospechar que no es un cuento la tal existencia de Dios,
como comencé a pregonar en mi adolescencia.
Algunos me comentan que esa es una constatación del acercamiento.
Reconozco que en medio de tantas injusticias e inequidades he vivido en un
mundo de maravillas. Y que son maravillas lo que me espera.
Después del sueño donde desaparecen los sueños.
Ahora
he retirado mi carnudo esqueleto lleno de bríos a una casa en las montañas de
Villa de Leyva, al pie de la laguna de Iguaque
de donde salió Bachue con su hijo de brazos a poblar el mundo a partir
del imperio chibcha.
Lo hicieron y el nombre del hijo y luego su esposo no lo conservó la
mitología, porque era una sociedad matriarcal. Poca importancia tenía el hombre
en esa región por esas calendas.
Me sentaré frente a mi escritorio a escribir Los días contados, con todo lo que me acuerde de lo que pasó en el
mundo mientras anduve despierto.
Con mi mujer Claudia y Dina, mi perra, contemplaré todos los días la
salida del sol al que un día se le acabará el combustible y se convertirá en
una gigante roja,
me bañaré en la quebrada que un día se secará,
pasearé en mi camioneta que un día terminará convertida en chatarra,
apagaré la luz una noche que no tendrá madrugada,
y en medio de las cuarenta cajas de mis Sagrados Archivos, y los siete
mil volúmenes de mi fiel biblioteca,
me daré cuenta que entre la literatura y yo, entre la tierra y yo, entre
mi señora y yo, todo habrá terminado.
JOTAMARIO ARBELÁEZ
jotamarionada@hotmail.com
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jotamarionada@hotmail.com
En EL TIEMPO, Agosto 15 (.com) y 16, 2018
En paz y a salvo
Jotamario Arbeláez