miércoles, 19 de febrero de 2014

LA TRAGEDIA DE LOS ESPEJOS QUE SE MIRAN. Por Carolina Urbano. Horacio Quiroga. Memoria y homenaje a 77 años de su muerte

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LA TRAGEDIA DE LOS ESPEJOS QUE SE MIRAN
Por Carolina Urbano ( 1 )
Buenos Aires (Arg.), Febrero 19, 2014
El 19 de febrero de 1937, hace 77 años, fue hallado muerto Horacio Quiroga en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires, tras haber ingerido el cianuro que compró el día anterior después de visitar a algunos amigos y a su hija Eglé. La noticia de un cáncer avanzado, sumado  a cierta “decadencia” en su oficio de escritor y al abandono de su segunda esposa,  se convierten en motivos importantes para que este gran narrador rioplatense tomara la decisión de quitarse la vida. Sin embargo, no es asombroso que haya tenido un final tan oscuro, pues estar rodeado de situaciones adversas fue una constante en su vida, la cual estuvo marcada por un sino trágico como si estuviera obligado a atar su vida a la obra que lo hace una figura central en la literatura latinoamericana, gracias a historias del corte de “El almohadón de plumas”, “Los perseguidos” o “La gallina degollada”,  por lo que su existencia parece extraída de sus relatos, no al revés. Su vida y obra, se resume en las palabras de Rodríguez Monegal quien se refiere a Quiroga como “el maestro del horror y la ternura” ( 2 ) . Ambas están presentes porque  la crudeza de la realidad, el acecho constante de la muerte y la locura,  y la maravilla del amor, hacen parte de su cotidianidad que inevitablemente convierte en literatura.



El horror podría venir simplemente de sus influencias, especialmente de Poe quien sería una de sus pasiones y obsesiones literarias, pero también están Maupassant, Dostoiveski, su gran amigo Leopoldo Lugones, que constituyen sus espejos, sus dobles, sus maestros en  la palabra y sus iguales ante los infortunios que les impone la vida. En el caso de Quiroga el horror empieza con la muerte de su padre y el suicidio de su padrastro. Luego, en su juventud, con la muerte accidental de su “alter ego” Federico Ferrando a quien acompaña a un duelo, con la desventura de que al limpiar el arma esta se dispara accidentalmente dejándolo sin vida. Por eso, luego de comparecer ante la justicia, se marcha de Uruguay para nunca volver a su país de origen. Años más tarde, y tras varios fracasos amorosos, establece su residencia en Misiones, la selva que conoce gracias a la expedición que realiza con Lugones en calidad de fotógrafo y de la que resulta el ensayo del escritor cordobés “El imperio jesuítico” por encargo  de la Compañía Sudamericana de Billetes de Banco. 
De su vida en la selva, Quiroga recoge un material exquisito y peligroso para su arte, aquel con el que narra el enfrentamiento instintivo entre el hombre y el animal, entre el hombre y la naturaleza, donde no hay leyes ni moral, como bien se puede leer en “Anaconda” y “El regreso de Anaconda” (los que más me gustan), así como la belleza que encuentra en esa misma relación a la que agrega, en muchas ocasiones, el amor del hombre y el amor del padre (en el libro: “Los cuentos de la selva”, o en cuentos como “El hijo” o “La cámara oscura”, por ejemplo). Ahí, en la manifestación del amor por sus hijos y la bondad que ve en los animales  (“La gama ciega”, “Historia de dos cachorros de coatí…”) está la ternura de Quiroga, que nos hace imaginar a un hombre difícil, fuerte, osco, y paradójicamente, muy sensible. No obstante, es precisamente esa mezcla de contrarios lo que hace que su vida, especialmente la  sentimental, sea tan atormentada, pues la estadía en la selva que comparte con su familia implica una templanza que no es fácil de sobrellevar. De hecho su primera esposa no soporta los peligros a los que se ven sometidos y mucho menos la manera de educar a sus hijos para que puedan sobrevivir en ese medio agreste. Por ello en una de sus depresiones decide suicidarse. Situación que años después van a dar lugar al cuento “El desierto” aunque no sea completamente autobiográfico (finalmente ningún cuento lo es).
Nunca he considerado adecuado relacionar los elementos biográficos con la obra del autor, por lo menos no en la primera lectura, ya que puede convertirse en un impedimento para ver la independencia que tiene toda obra literaria de su autor, la grandeza de la literatura sobre la realidad. Sin embargo, en este caso, nos lleva a indagar esa oscura relación entre Quiroga, sus maestros (Poe, Maupassant, etc.) y algunos de sus amigos (Lugones) quienes también tuvieron una vida atormentada, llena de angustias y obsesiones casi enfermizas en unos casos, siempre al borde de la locura, en la mayoría. Es muy  probable  que sea algo fortuito, porque no es una condición para hacer buena literatura, pero resulta interesante ver cómo se buscan los espejos y seguramente entre tanto reflejo la realidad y la ficción se mimetizan sin contemplación.
 Por fortuna, también quedan registros de anécdotas que nos permiten entender y celebrar el camino trasegado por Quiroga. Una de ellas está consignada en el cuento “El techo de incienso” que narra la historia de Orgaz, el jefe de Registro Civil de una vereda, quien tiene la costumbre de escribir en papelitos, y meter en un tarro de galletas, los datos que debían estar registrados en los libros de actas de nacimiento, de defunción y de matrimonio, hasta que llega el juez de San Ignacio y le obliga a poner los cuadernos al día. Pues bien, esta historia no sólo es real, pues Quiroga ocupó el cargo de Registrador Civil y era tan ordenado como Orgaz, sino que el amenazante Juez era nada menos y nada más que Macedonio Fernández quien ocupaba entonces el cargo de Fiscal en el juzgado Letrado de Posadas.


La otra anécdota que quisiera traer a colación, se refiere a su expedición por las cataratas del Iguazú en una época en donde visitarlas era realmente una aventura, experiencia consignada en el texto “El sentimiento de la catarata” (Pág. 429 de 2), donde narra cómo, en compañía de Lugones, tuvieron que deslizarse por unos peñascos para descender al cráter y se encontraron con que “los bloques de basalto del fondo, a donde caímos por fin, estaban cubiertos de un musgo sumamente grueso y áspero, y el musgo estaba a la vez cubierto literalmente de ciempiés”. Por la dificultad en el acceso, Quiroga recuerda que Lugones: “aconsejaba la aplicación de escalerillas de hierro a la muralla, con el objeto de facilitar el acceso hasta el fondo del cráter”, y dice más adelante: “si se han colocado por fin, lo ignoro”. Nunca lo supo, pero la estructura metálica de la que hoy gozan los turistas para acceder a las cataratas parece ser un eco de estos exploradores  que nos dejaron, además, la riqueza de sus letras desde la siempre inhóspita complejidad del ser humano y su naturaleza.  

(En la foto la autora en las cataratas del Iguazú, Enero 7, 2014)  
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( 1 ) Filósofa y poeta, quien en la actualidad realiza estudios de Doctorado en Literatura en Buenos Aires. Generosa corresponsal, ad honorem,  de NTC ... en Argentina.  http://laseleccionesafectivascolombia.blogspot.com/2009/02/carolina-urbano.html
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( 2 ) En el Prólogo (Pág. xxx) de  Horacio Quiroga. CUENTOS. Biblioteca Ayacucho.  Selección y Prólogo, Emir Rodríguez MonegalEdición digital-virtual del libro completo. Enlaces más adelante. Los cuentos citados se publican en este libro. 


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Sobre: Horacio Quiroga.  
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TEXTO ANTERIOR de la misma autora: 

4 de febrero de 2014

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