Gracias al aporte del escritor José Zuleta Ortiz,
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LA FRATERNIDAD DE LA TINTA
PRÓLOGO
Por
José Zuleta Ortiz
80
años de la inauguración de la Biblioteca Nacional de Colombia. LIBRO
especial y conmemorativo, 80 páginas. Julio 2018.
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Las BIBLIOTECAS
han sido templos; lugares de silencio y recogimiento; campos de batalla;
recintos para la formación de artistas y académicos; hangares de la historia,
despensas de lo que fuimos. En las bibliotecas adivinamos el pasado, lo
rastreamos, nos asomamos a un abismo insondable. En ellas se consignaban los
documentos, las huellas de lo que considerábamos era la heredad intelectual,
literaria y científica. Desde ellas se establecía nuestra tradición, se
restituía lo perdido, se conversaba con el pasado para comprender el presente.
Eran lentas arcas en las cuales el pasado viajaba hacia el futuro.
También
representaban lugares para conversar con el tiempo, con las estéticas, ideas y
pasiones. En ellas el investigador, armado de guantes y protegido su rostro con
pañuelos para no aspirar el polvo y las pelusillas del papel, se entregaba
durante años y, en muchas ocasiones, la vida toda, a la búsqueda de documentos,
mapas, indicios que dieran luz a su causa. A su sospecha, a su construcción.
En el
comienzo de nuestra tradición está la biblioteca alejandrina, la primera de
Occidente. "Se creó en el año 297 a.
C. por iniciativa del filósofo Demetrio de Palero, discípulo de Teofrasto de
Lesbos (ca. 371-ca. 287 a. C.) quien fue su primer bibliotecario y el primer
bibliotecario” (1).
Cuenta
Carl Sagan que la Biblioteca de
Alejandría fue el primer instituto de investigación del mundo. Asegura que
en ella ya había conciencia de lo interrelacionados que estaban todos los
saberes; que la visitaban los eruditos de muchas disciplinas, quienes bajo un
mismo techo y compartiendo en ocasiones una misma mesa, se ocupaban de la
física, la literatura, la medicina, la astronomía, la geografía, la filosofía,
las matemáticas, la biología, la arquitectura y la ingeniería. En ese lugar el
ser humano reunió bajo un mismo techo, de modo sistemático y riguroso, el
conocimiento acumulado del mundo. Cuenta también que el edificio disponía de
diez salas de investigación dedicadas, cada una, a una disciplina distinta.
Dice
que había jardines botánicos y un zoológico, salas de disección, un
observatorio astronómico y un gran comedor en el que se llevaban a cabo las
discusiones de las ideas y las teorías. Tal vez las bibliotecas deban ser lo
que fue la primera de ellas, aquella que ardió por el pavor que produce a tos
fanáticos armados el conocimiento y la verdad.
La gran
revolución del siglo XXI es la revolución del tiempo. La velocidad es el rasgo
más visible de la modernidad; su vertiginosa intromisión en la vida personal y
colectiva ha producido cambios en todos los órdenes. Somos hijos de esa
revolución y su efecto efervescente ha llegado también a las bibliotecas y a la
manera de acceder al conocimiento, a la cultura y a la ciencia. Ahora,
disponemos de la información desde un teléfono.
Hoy es
suficiente digitar una palabra para escuchar a Mozart; ver a Sorolla; escuchar
la voz de Rulfo; leer a Chéjov; ver una película de Ettore Scolla; observar una
noche encenderse la luz de las ciudades del continente americano; asistir a una
exposición de fotografía ocurrida en 1960; conversar sobre geología en un foro;
estudiar bengalí... Esta maravilla de la tecnología pone en nuestras manos, de
forma inmediata, la información. Sin embargo, la cantidad y la inmediatez nos
agobia, nos ciega y ensordece.
Borges,
que alguna vez fue bibliotecario, dijo algo que parece una premonición
apocalíptica: "quizá me engañen la
vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana está por extinguirse y
que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente
inmóvil. Armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta"(2).
En un país turbulento y lleno de incertidumbres, la Biblioteca Nacional de Colombia * (BNC) parece obedecer a la
descripción de Borges: infinita, armada de preciosos volúmenes. Ahora que cumple años, ante su
edificio nos sentimos frente a una nave, la única cierta; a la que podemos
ingresar sin pasaje para vivir el viaje o el sueño que se nos antoje. Incluso,
el de que la especie humana sobrevivirá gracias a y en las bibliotecas.
INTUICIÓN
INTUICIÓN
Cabe
preguntarse si la velocidad y la disponibilidad infinita e inmediata de
información la deleznan; si el acceso a ella es suficiente. Tal vez las mesas
silentes, la posibilidad de rumiar con lentitud, el placer de discernir el
conocimiento sean en el futuro el sentido de las bibliotecas. Arriesgo una
utopía: las bibliotecas serán lugares para volver a sentir el sabor de las
artes, recintos para deleitarse con el silencio y la lentitud del pensamiento;
espacios donde será posible tocar el lomo del libro que amamos, escenarios para
conversar con un astrónomo sobre la luna de sangre del último eclipse; o con
una amiga sobre las pinturas rupestres; o para ver en vivo, sin pantallas de
por medio, el dibujo de mapas antiguos. Lugares para regresar al ritmo que
permitió cocer a fuego lento los cimientos de nuestra historia. La biblioteca
será la casa en la que podremos encontrarnos con la tradición invisible que
somos; en ella nos miraremos a los ojos y abrazaremos a los amigos de la futura
fraternidad de la tinta.
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(1) Ricardo
H. Elía, El incendio de la biblioteca de Alejandría por los árabes: una
historia. Centro de Estudios Griegos Bizantinos y Neohelénicos. Facultad de
Filosofía, Humanidades y Educación. Universidad de Chile, Santiago de Chile,
(2015), p. 38. (NTC ... ENLACE: https://scielo.conicyt.cl/pdf/byzantion/n32/art02.pdf // http://www.bibalex.org/en/default
--- https://es.wikipedia.org/wiki/Biblioteca_de_Alejandr%C3%ADa
)
(2) Borges,
Jorge Luis, "La Biblioteca de Babel" En, Ficciones, Biblioteca
Ayacucho, Caracas, 1995. (NTC ... ENLACE: http://biblio3.url.edu.gt/Libros/borges/babel.pdf --- https://www.literatura.us/borges/biblioteca.html )
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* NTC … ENLACES
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