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-Cuento
Recibido: 11 de abril de 2015, 22:05
NTC... agradece al autor por su deferencia y aporte.
La pieza de los libros *
1
Me parece que es mayo y han de ser las cuatro de
la tarde. El hombre sentado frente a su escritorio es rubio y de nariz aguileña.
Sus intensos ojos verdes parpadean apenas. Lleva treinta y tres años habituándose
a trasegar caminos arduos, a escalar montañas imaginarias. Hoy las páginas de un
libro español lo mantienen absorto. Desde la puerta de aquella habitación
repleta de volúmenes, alguien lo observa; pero él ni siquiera intuye la presencia
del niño. Su mente se halla embelesada en alguna fonda castellana, intimando
con acemileros y pastores, con mozas y gañanes. Sus cejas se contraen, su frente
se enciende, su mano pasa la página. Y el chico sigue allí, instalado en sus
siete años de curiosidad y pantalones cortos. ¿Por qué tanto silencio, por qué
tanta alegría? Quisiera volver al solar donde se juega al trompo, al
zumbambico; quisiera corretear a los dos bimbos que cuidan su infancia y
provocar al pato bulloso y travesear con las cinco gallinas de siempre. Pero se
mantiene un rato más en el umbral, fisgoneando la pieza de los libros, intentando
comprender aquella felicidad de papá.
Cuando
tanto silencio lo desborda, el niño toma una decisión. No ha disipado aún sus misterios;
sin embargo, tampoco va a interrumpir la concentración de ese hombre que tanto
ama y reverencia. Entiende que ya es tiempo de regresar a las canicas, o al
balero; quizá la rayuela venga mejor. Antes de atravesar el largo vestíbulo que
lo llevará hasta el patio, dirige una mirada más a la habitación y descubre
algo aterrador. Alguien lo vigila desde la pared del fondo y no deja de hacerlo
por más que se mueva hacia un lado, hacia el otro, hacia atrás. Se trata de una
efigie espeluznante, de una mujer tan fea como el sufrimiento y tan vieja como
el rencor. El chico huye despavorido, raudo, con un grito atragantado en la
mitad de su propio espanto. Salva la sala en pocos pasos, salta materas y
floreros sin causar destrozos; pero su pequeño corazón está a punto de
estallar. Sólo cuando sus pies de viento traspasan el quicio que se abre al solar,
el niño logra sentirse a salvo. Jamás los graznidos de un pato fueron tan dulces,
ni tan encantador el séquito de cinco gallinas; nunca en la historia había sido
ni tan poderoso el respaldo de dos pavos.
Por este fabuloso embrollo, su mundo infantil
se ha trastocado completamente. Ahora el solar queda adentro porque es el lugar
de su calma, de su bienestar; el resto de la casa se convierte en el afuera
porque allí anida la pavorosa mujer. ¿Quién quiere volver al corredor? ¡Nadie!
Y se lo deja bien claro a su hermanita menor, quien acaba de llegar al patio. Pero
como esto no se trata de imponer caprichos, procede a contar la hazaña de su
heroica fuga y a describir con pleno detalle el temible rostro de sus desgracias.
La chiquilla escucha con los ojos muy abiertos y el alma en vilo. De acuerdo:
lo mejor es quedarse a vivir en el solar. No obstante, poco antes de que la
noche caiga y los rodee con su escabrosa negrura, mamá aparece feliz,
pregonando la hora de cenar. Entonces regresan al vestíbulo juntos, apretujados
contra la salvadora falda de mamá. Poco después, mientras comen, un silencio espeso
rige la esfera del comedor. Mamá intenta imaginar el rostro del bebé que lleva
dentro y papá reflexiona sobre la imagen de unos molinos de viento. Mi hermana
y yo cuchareamos la sopa lentamente, sin apartar nuestros ojos de la entrada a
la pieza de los libros.
2
La semana siguiente comienza de forma rutinaria.
Papá sale temprano a atender sus deberes como profesor de literatura, nosotros
nos dirigimos a la escuela y mamá se queda para ocuparse de la casa. Todos los
días cumplimos este mismo ritual que se perfecciona al regreso, cuando disfrutamos
del almuerzo preparado por mamá. Este lunes, sin embargo, mi hermana y yo tenemos
algo pendiente. Después de comer, mientras papá tome su siesta de mediodía, desafiaremos
el espanto. Ella ha insistido en conocer a la bruja; de modo que aquí vamos,
atravesando el largo corredor en nuestro triciclo de dos puestos. Conduzco
sigilosamente a través del mutismo que gobierna la casa mientras papá descansa.
Me vuelvo para observar a mi hermana instalada en el puesto del pasajero y
descubro que viene comiéndose las uñas. “No hagas eso”, le digo. Unos metros más
adelante, la miro de nuevo y noto que me ha hecho caso; no obstante, su pavor tan
sólo cambió de signo. Ahora sus pequeños ojos aguantan un par de lágrimas a
punto de saltar. Entonces, caigo en la cuenta de mi propia turbación y me
detengo:
―¿Nos devolvemos?
―¡No! ―responde ella con un arrojo que contrasta
con su expresión lacrimosa.
Sospecho que la fuente de su determinación es la
misma que termina impulsándome a continuar. ¿Por qué habríamos de resignarnos a
la derrota? Lo que está en juego es el mejor sitio de la casa, el lugar más
iluminado y fascinante. Papá siempre está feliz en la pieza de los libros. Y
también nosotros. Allí huele a tinta, a papel y a borrador; allí hay artefactos
asombrosos. Un aparato que hace huequitos en el papel y otro que saca ganchos
para pegar las hojas. Hay una máquina que sirve para hacer distintos sonidos y
para escribir. También hay un sacapuntas de molino, cinta para pegar, unas
tijeras y estilógrafos de varios colores. No, señora, que se vaya a vivir a
otra parte: la pieza de los libros es nuestra. De manera que seguimos adelante,
incitados por la decisión de defender nuestro territorio. Con todo, las cosas
no salen como esperábamos. Cuando llegamos al umbral de la puerta, la mezquina vieja
está aguardándonos con su cabeza enfundada en una capa oscura y su cara al
descubierto. Su ojo izquierdo es blanquecino y tenebroso; el otro, negro y
penetrante, como una inyección de veneno. Aquella mirada fulmina íntegramente
nuestra bravura.
A pesar del temblor que zarandea sus piernas, mi
hermana consigue bajarse del triciclo. Yo la imito, aunque sin la menor
convicción. La veo repetir un ritual que ya conozco: hacia un lado, hacia el
otro, hacia atrás. Desata entonces una carrera súbita y veloz. Tan pronto como
voy a seguirla, mi pie izquierdo se enreda en el triciclo. Me voy de bruces, un
poco más allá del quicio, para complacencia de mi silenciosa rival. Decido
levantarme con lentitud, consciente de mi indefensión. En ese instante, alzo la
mirada y observo aquella sonrisa malévola celebrando mi calamidad. Un torbellino
de pánico socava mi intrepidez de siete años y corre tibiamente bajo mis
pantalones cortos. Al mirar hacia el suelo, descubro que el miedo es húmedo y
que viene acompañado siempre de vergüenza. Camino hacia atrás, despacio, a
tientas. Cuando traspaso el umbral de la puerta, comprendo que hemos perdido la
pieza de los libros; así que una humedad nueva se me echa encima, pero esta vez
ataca mis ojos, mis mejillas, mi corazón. Pocas veces en la vida recuerdo
haberme sentido tan mal, pocas veces la derrota me ha golpeado de forma tan
contundente.
3
Tras dos semanas de haberse roto nuestra opción
por la pieza de los libros y de cancelar toda visita a sus inmediaciones, papá
se siente extrañado. Durante sus largas jornadas de lectura, siempre ha disfrutado
con nuestro discreto merodeo. Pero ahora nuestras tardes acontecen
exclusivamente en el solar. Nos dedicamos a hostigar las gallinas para enardecer
su cloqueo, a corretear el pato para imitar su cojera, a provocar con silbidos
el glugluteo de los pavos. Sin embargo, no conseguimos evitar que al final de cada
día se nos cuele un vendaval de aburrimiento. Y no hay rayuela que valga para
reconstruir el regocijo perdido. Nos han quitado por asalto un pedazo muy
importante de nuestra alegría. Por fortuna, papá nos echa de menos y no tiene
intenciones de resignarse; tampoco tiene idea de lo que pudo haber ocurrido,
pero se decide a averiguarlo. Aborda a mamá con su inquietud, pues sabe que
ella conoce nuestros derroteros con la precisión infinita que le otorga su
ternura. Una media tarde enrevesada en aquel mayo interminable, mientras toma
su merienda en el ámbito del comedor, le comparte su preocupación:
―Los niños no han vuelto a la pieza de los
libros.
―Tienen miedo ―le dice ella, sin detenerse a
pensarlo.
―¿Miedo?
―La bruja que colgaste en la pared es horrible
―sentencia mamá con serenidad y determinación.
Papá no logra evitar que una carcajada lo
desborde. ¿Cómo puede ser? No es más que un retrato elaborado por un alumno del
colegio. El muchacho aspiraba a mejorar sus calificaciones en literatura; pero,
como lo suyo era la pintura, había propuesto canjear su examen de “La
celestina” por una efigie de la anciana alcahueta. Una semana: ése fue el plazo
que pidió para realizar la entrega. Mamá se queda escuchando la explicación de
papá con mucho recelo, pues no desea que interprete su interés como una
aprobación de aquella obra espantosa. Y él prosigue, opina que un maestro debe
incentivar en sus alumnos la búsqueda de su propia vocación; entonces, claro,
había aceptado el trato. Con todo, nadie se esperaba semejante resultado. El
día de la entrega se había armado una romería en el colegio para curiosear y
celebrar la vivacidad del retrato, que resultó ser la réplica de una famosa pintura
realizada por Picasso. El estudiante recibió finalmente la calificación más
alta y, para desgracia nuestra, papá se entusiasmó tanto con el cuadro que decidió
traerlo a casa. Mamá lo mira y se abstiene de hacer cualquier comentario.
Tras la aclaración de lo sucedido, papá no se
limita a retirar la tenebrosa pintura. Buscando estimular nuestro regreso a la
pieza de los libros, se dedica a poner en las estanterías más bajitas versiones
ilustradas de los clásicos, volúmenes misceláneos, textos multicolores que va
adquiriendo paulatinamente. Con el paso de las semanas, mi hermana y yo recuperamos
nuestra alternancia entre las gallinas, el pato, los pavos y los libros. Una
tarde, a finales de julio, me le arrimo a papá mientras lee. Cuando me siente
cerca, levanta su mirada y me ilumina con sus preciosos ojos verdes. Y como si adivinara
mis pensamientos, me responde directamente: “Es el saber, Alejo; lo que hay
entre todos estos libros escritos a lo largo de los siglos es el saber de la
humanidad”. Correspondo a su afectuosa sonrisa con otra idéntica y regreso al
solar. Aquella tarde me anima una particular alegría que mi mente infantil no
logra precisar. Sin embargo, presiento con nitidez el júbilo de las gallinas,
intuyo inequívocamente que el pato está feliz y tengo claro que la bulla de los
pavos es una maravillosa forma de celebración.
―Para Norma Rocío―
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* Se trata de un recuerdo de la infancia, ese
mágico territorio que revisitamos a lo largo de toda nuestra vida.
Éste fue el texto que leí en el evento "Escritores en su tinta: el oficio de narrador en la Escuela de Estudios Literarios" ( 1 ), en la Universidad del Valle. Deseo expresarle mi agradecimiento a los organizadores de este gratísimo encuentro, especialmente a la profesora María Eugenia Rojas.
Éste fue el texto que leí en el evento "Escritores en su tinta: el oficio de narrador en la Escuela de Estudios Literarios" ( 1 ), en la Universidad del Valle. Deseo expresarle mi agradecimiento a los organizadores de este gratísimo encuentro, especialmente a la profesora María Eugenia Rojas.
NOTA de NTC ...: El presente Cuento se publicó en AURORABOREAL , La pieza de los libros , http://www.auroraboreal.net/actualidad/la-columna-de-alejandro-jose-lopez/2027-la-pieza-de-los-libros , según lo anunció el autor en su FACEBOOK: 12
de abril a la(s) 11:04
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Alejandro José López con su padre, César Tulio, en el lanzamiento del libro
PASIÓN CRÍTICA: Ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea. Alejandro José López Cáceres.
Diciembre 10, 2010. Detalles: http://ntc-narrativa.blogspot.com/2010_12_11_archive.html
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Alejandro José López con su padre, César Tulio, en el lanzamiento del libro
PASIÓN CRÍTICA: Ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea. Alejandro José López Cáceres.
Diciembre 10, 2010. Detalles: http://ntc-narrativa.blogspot.com/2010_12_11_archive.html
César Tulio, a la derecha. Alejandro firma libros
César Tulio interviene. VIDEO
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César Tulio y Adolfo Montaño
Fuente de las fotografías:
https://picasaweb.google.com/111515077843964359836/AlejandroJoseLopezCaceresPASIONCRITICAEnsayosLibro#
---------------------Fuente de las fotografías:
https://picasaweb.google.com/111515077843964359836/AlejandroJoseLopezCaceresPASIONCRITICAEnsayosLibro#
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** FACEBOOK del autor: https://www.facebook.com/pages/Alejandro-Jos%C3%A9-L%C3%B3pez-C%C3%A1ceres/223869054291405
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NTC ... ENLACES:
ALEJANDRO JOSÉ LÓPEZ CÁCERES. Internetgrafía (Parcial y en NTC … construcción)
http://literaturaenelvalle.blogspot.com/2011_07_20_archive.html
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*** 9 y 10 de Abril, 2015, Cali, 2:30 a 6:00 PM
--- ESCRITORES EN SU TINTA. EL OFICIO DE NARRADOR EN LA ESCUELA DE ESTUDIOS LITERARIOS. CONMEMORACIÓN DE LOS 70 AÑOS DE LA FACULTAD DE HUMANIDADES. Escritores participantes: Óscar Osorio, Alejandro José López Cáceres, Ángela Adriana Rengifo, Fabio Martínez y Edgard Collazos. COORDINADORA: MARIA EUGENIA ROJAS ARANA, Profesora Titular en la Escuela de Estudios Literarios, maerojasarana@hotmail.com . Lugar: Auditorio Germán Colmenares. Universidad del Valle (Meléndez) Entrada libre. Detalles y programa: Click derecho sobre las imágenes para ampliarlas en una nueva ventana. Luego click sobre la imagen para mayor ampliación
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