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LOS EJÉRCITOS
LA REALIDAD DE LA FICCIÓN
Por Eduardo Delgado Ortiz
Me es
grato presentar Los ejércitos, de mi
amigo y paisano Evelio Rosero. Paisano, porque con Evelio ocurre algo
paradójico. De padres nariñenses, Evelio nace en Bogotá en donde le dicen
pastuso ya que su niñez y su primaria transcurren
en Pasto, ciudad donde lo tildan de bogotano. En sus raíces convergen estas
fuentes y es ahí donde se puede hurgar un poco su carácter y su escritura.
En su casa materna
había una formidable biblioteca de su padre donde Evelio empieza a leer con
avidez, prefiriendo los libros al juego. En esta parte vale la pena acuñar esa frase de
Isaac Babel que dice: “Yo era un niño mentiroso. La culpa era de la lectura.
Tenía mi imaginación siempre incandescente”. Y esa puede ser una razón de su
escritura: “La verdad de la mentira”,
como diría Vargas Llosa. Pero Evelio no
solo vivía atrapado por la lectura de libros como Robinsón Crusoe, Las mil
noches y una noche y otras tantas
novelas de aventuras. También vivía absorto
por los cuentos de miedo que le contaban los campesinos, en la finca, por los
terrores de la oscuridad, lo sobrenatural, la lluvia fuerte, acompasada por ese paisaje singular de Nariño
que, junto con ese universo de la ciudad
cosmopolita de Bogotá, donde realiza su bachillerato y universidad, hacen un interesante cruce de cuentas en su imaginario creativo, de su interminable
ejercicio de la escritura, en el cual la disciplina es el eje central de ese entresueño que despierta a los fantasmas que
cohabitan en nuestro cuerpo, y que nos obsesionan junto con esa extraña voz,
que algunos llaman musa y que pareciera dictar lo que escribimos. Trabajo este que le ha dado a Evelio la posibilidad de llegar,
donde ha llegado con Los ejércitos, a través de un ejercicio
solitario, visceral, de pulir la frase, la palabra hasta sacarle su esencia mítica, que es lo más
parecido a la poesía.
Coincidimos
con Darío Henao, en Pasto, en los Carnavales de
Blancos y negros. Lidia Muñoz,
presidenta de la Academia de Historia, nos invitó a una tertulia en su casa,
con algunos intelectuales pastusos. Y por lo fresco de la noticia del premio
Tusquests Editores, obtenido por Evelio, se propuso hacerle un homenaje en el
encuentro de la feria del libro de Cali, idea que fue acogida con alborozo, no
solo por su obra, sino por el cariño que genera Evelio entre sus amigos. Sin
embargo yo fui escéptico a que aceptara la invitación, porque Evelio no es el tipo de escritor que guste de
pantalla y homenajes; menos de entrevistas. Su carácter reservado y cauto, se
parece en ese sentido al de Aurelio Arturo, quien siempre huyó de la
lamboneria, que tanto gusta a otros escritores de feria. Pero por obligación con la editorial, que le ha otorgado un buen
premio, a Evelio la ha tocado ir de aquí
para allá y soportar esa fatiga de micrófonos, entrevistas, pero también sentir la gratitud de estar con sus amigos que
lo han recibido con un caluroso aplauso.
¿Pero, qué es
Los ejércitos? ¿Por qué tanta
algarabía por una novela de apenas 200 páginas, de un escritor de la generación
del cincuenta, generación marcada por el ostracismo? ¡Aquí no hay nada
gratuito! ¿Y saben porqué? Porque uno de los grandes retos de los escritores
latinoamericanos y en especial de los escritores colombianos, (en donde en la última década ha
surgido uno que otro escritor valioso, pero en lo fundamental una camarilla de
escritores alumbrados por el santo
oficio, sin ningún valor literario), uno de los grandes retos es la confrontación de la realidad con la fantasía,
ya que la novela, por su misma esencia, es ficción y para ello se requiere un
gran sentido creativo.
Y esto me
recuerda una disertación que se dio hace
pocos días en un recinto como estos, donde algunos escritores dijeron, palabras
más, palabras menos, que estaban cansados de la realidad inmediata: ¡tanto
crimen¡ ¡tanta violencia¡ Como quien
dice en el fondo: que la novela negra, que es la novela criminal por esencia,
estaba mandada a recoger. Es cierto que estamos saturados de tanto crimen. Los noticieros de
televisión, la prensa y la radio nos tienen cansados con tantas noticias
de violencia. Pero no es cierto que en Colombia se haya logrado crear la gran
novela negra, o una novela policíaca de mérito. Hay algunos cuentos y novelas que han
bordeado el género criminal. Por ello, sin ser Los ejércitos una novela criminal
típica, responde de una manera magistral al contexto de nuestra realidad, como una novela total sobre la violencia.
Y para
lograr ficcionar con el realismo sucio que día a día nos golpea el rostro de
manera atroz, se requiere, además de oficio, de talento y de entrañas, haber
convivido y releído a los clásicos como
lo ha hecho Evelio Rosero con, Dostoievski, Flaubert, Maupassant, Chéjov. Si se quiere buscar sus influencias, hay que hurgar en
estos autores. En Balzac, creador del realismo contemporáneo, o en los rusos
del siglo XIX, como lo dijo alguna vez Evelio, y allí están Tolstoy, Turgeniev,
Puskin.
En esta parte
vale hacerse una pregunta de principio. ¿Porqué una novela como Los ejércitos que mete el bisturí en lo
más hondo del drama que estamos viviendo los colombianos, después de habernos
mostrados los más horrendos cuadros de los contingentes en conflicto como la guerrilla,
los paramilitares, el narcotráfico, la corrupción del estado, logra salir
airosa?
Una razón sería la objetividad con que está tratado el
tema. El escritor no toma partido, solo se limita a registrar y a narrar con rigor implacable, una circunstancia particular
que ha escogido como tema. Por otra parte, siendo esta novela de una sencillez
asombrosa, Evelio logra tejer por lo hondo, una filigrana de sentido poético, que toca la epidermis, las
entrañas y, es entonces que ese drama humano, adquiere un sentido artístico. La complejidad de este tema radica en tejer y
destejer el realismo sucio, para a través de la escritura, de la poética, revertirla en ficción. Allí está,
pienso, el arte de la escritura de esta
novela, atravesada, además, por una vena
erótica, de un calibre singular, ya que reinan, en la penumbra de la vida y la
muerte, de un pueblo llamado San José, que puede ser cualquier pueblo de
Colombia, unos seres humanos con todos los apetitos carnales latentes. Un
pueblo con ilusiones, que sueña.
Desde el comienzo de la novela, se plantea ese
gran paradigma de la vida y la muerte del hombre condicionada al erotismo, tema
este, que por su complejidad, el autor logra salir airoso. Las furtivas
y después las descaradas miradas del protagonista Ismael, a Geraldina, acostada desnuda en la piscina;
y esa lubricación en la imaginación del
viejo Ismael entrecruzando un monólogo interior con otras voces narrativas, crean esa trama meticulosa que van absorbiendo
al lector a través de unos hilos invisibles que tensionan el nudo del suspenso.
De pronto estamos atrapados en la trama. Caemos en la red de un discurso eternizado, hasta hundirnos en
la fosa de la nada, que parece que se repitiera una y mil veces como los cuadros
de Kafka, pero también parecido a un mundo como Comala, de Rulfo. Pero no, es
San José, el pueblo de Otilia, la mujer de Ismael; el pueblo de tantos marginados, olvidados por
Dios y por los hombres. Un pueblo de seres atrapados en el eterno olvido. Esa soledad, ese silencio, ese desangre y ese
dolor que crea y recrea nuestra dolorosa existencia, están ahí, latentes. Como
la idea del eterno retorno de Nietzsche, en donde las cosas se repitan día a
día hasta el infinito. Pero también la confrontación de nuestra indiferencia
frente al amor y frente a la muerte. Seres atrapados en los horrores del
erotismo. Y como fondo del cuadro la
muerte. La nada. Las fosas, los campos de concentración: la barbarie.
He dicho que
Evelio pareciera fragua en ese eterno devenir del mundo kafkiano, en las aguas
turbias del inmortal olvido, o en esa marmórea soledad de Rulfo. Pero en últimas,
lo que Evelio hace en Los ejércitos, es confabular contra estos dos mundos
supremos, y crear un paralelo de horror, frente a estos dos maestros de la
paradoja. Ya que Los ejércitos de
Evelio Rosero reconstruyen su pavoroso mundo a través de su realidad imaginaria,
de un mundo particular que le pertenece a él y a nosotros. Todo ello construido
con un lenguaje y una poética de su pertenencia que ha hecho posible la confrontación
de la realidad a través de su imaginario creativo.
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Eduardo Delgado, Viviana Valencia y Evelio Rosero
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Evelio Rosero
Barú (Tocotá, Cali). Septiembre 21, 2014
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Evelio Rosero
Barú (Tocotá, Cali). Septiembre 21, 2014
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