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Contratiempo
Parece que fue ayer
Jotamario Arbeláez
En
el aniversario 42 de la muerte de Gonzalo Arango
Estaba
en Cali, esa tarde de 25 de septiembre de 1976, en la misa de aniversario de la
muerte de papá, en la iglesia de Cristo Rey,
cuando en el momento de la elevación entró mi tío Emilio con la noticia:
“Su amigo se acaba de matar en la carretera de Villa de Leyva.” ¡Mierda!
Repetí mentalmente esa última palabra que pronunciara Gonzalo Arango
cuando el camión de repollos le reventara el cerebro, según testimonia
Angelita, su amada inglesa,
con quien en pocos días habría de dejar Colombia, como ya había dejado
el cigarrillo, la carne, la prosa y el nadaísmo, para establecerse en la
pérfida Albión.
Amílkar
U y Gonzalo Arango, fundadores del Nadaísmo, invitan en 1959 al entierro de la
poesía colombiana.
Yo sostengo que la interjección fue: ¡Dios mío!, como yo mismo me
apresuré a cambiarla en ese momento solemne, mientras el sacerdote pronunciaba
el requiescat. En los últimos días cuidaba su vocabulario. Había hecho las
santas paces.
La
noche anterior, a la salida de una reunión en la casa de “La colina de la
deshonra” de Eduardo Escobar, con los demás poetas del grupo donde se hubo de
limar asperezas,
me despedí besándole la mejilla –sin el aliento de Judas– porque tal vez
sería la última vez que nos viéramos.
Le envié saludos a la reina Isabel y a nuestros adorados y melenudos
caballeros del Imperio Británico.
Mientras
al otro día viajaba de regreso directo a la funeraria Gaviria, Eduardo Escobar
se apersonaba de los trámites del refinado difunto,
en compañía de mi novia Matilde Torres, quien le había adquirido su
detonante biblioteca, que pocos meses después se desmoronó.
Cuenta Eduardo que vio cuando le extrajeron el cerebro de la caja del
cráneo y se la rellenaron con un pedazo de suéter.
En
vista de mi reciente orfandad, Gonzalo me había conseguido un puesto de
creativo en la pomposa agencia publicitaria Leo Burnett con “el negro” Gonzalo
Meza,
y el primer trabajo que tuve que desempeñar fue redactar los carteles
fúnebres de mi maestro y amigo.
La prensa pronosticó que el nadaísmo se disolvería. Pero no. Henos aquí
después de 42. El que se disolvió fue Gonzalo.
Recordé
que ocho años antes, en 1968, en Agosto, cuando el nadaísmo cumplía diez años y
Luis Ernesto también, el llamado “Gigoló de los dioses”, hijastro del Monje
Loco,
Luis
Ernesto Valencia dice sus poemas en la discoteca La guaca, en Cali, en 1967, acompañado por
Pablus Gallinazo y Jotamario.
quien se desempeñaba como cantante en nuestros Festivales de Vanguardia
y como precoz poeta sobre las paredes de su habitáculo,
fue arrollado por un carro manejado por Arne Krag, en la Avenida
Colombia de Cali, mientras venía de la casa de la novia del Monje con una carta
donde Gonzalo Arango nos exhortaba a no dejar morir el nadaísmo.
Cuando lo localizamos en el anfiteatro nos dimos cuenta que en la
autopsia le habían sustituido el cerebro por una toalla de manos.
Y
recordé que cinco años después, en la carretera hacia Tunja y Villa de Leyva,
muy cerca de donde Gonzalo había exclamado mierda o Dios mío,
se chocó con la muerte la precoz poetisa María de las Estrellas, de 13
años, hija de la Maga mi mujer de entonces. El único movimiento capaz de acabar
con el nadaísmo es el automovilismo, se especuló por entonces.
Con
motivo de los 60 años del “inventico” nos han llovido los homenajes a los vivos
y a los muertos.
Nunca pensamos que íbamos a durar tanto a pesar de que Amílkar
profetizara que sería la cosa más eterna que dejaría el siglo XX.
Los Sagrados Archivos van para la Biblioteca Luis Ángel Arango y la
Antología con 40 poetas para la Biblioteca Nacional.
Todavía nos quedan poemas por escribir, libros por leer, botellas por
consumir y amores por disfrutar.
No nos terminó por tratar tan mal la vida a pesar de los puntapiés que
le dimos cuando andábamos mal de zapatos.
Angelita
mantiene en Guatavita encendida la tea que alumbra la memoria del inolvidable.
Los discípulos del profeta continuamos loando y despotricando de acuerdo
con el ejemplo que de él recibimos.
Informan del cementerio de Andes que han tratado en repetidas ocasiones
de robar sus restos. Han tacado burro los cleptómanos fetichistas. Los restos del
profeta somos nosotros.
Jotamario, Jaime Jaramillo Escobar, Eduardo Escobar, únicos
sobrevivientes del libro
“Trece poetas nadaístas”, de 1964
-Publicado parcialmente en:
https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/jotamario-arbelaez/parece-que-fue-ayer-muerte-de-gonzalo-arango-nadaismo-273260
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