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Elogio al ensayo
Por: FABIO
MARTÍNEZ
EL TIEMPO .com . 6:19 p.m. | 08 de Abril del 2013,
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/fabiomartnez/elogio-al-ensayo-fabio-martinez-columnista-el-tiempo_12731825-4
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/fabiomartnez/elogio-al-ensayo-fabio-martinez-columnista-el-tiempo_12731825-4
De las múltiples formas de escritura que
existen, la más exquisita entre todas, para plasmar una idea o un pensamiento,
es el ensayo. Ni la diatriba que es
común entre nuestros políticos le llega a los tobillos; tampoco lo supera el
artículo académico, que como está plagado de citas, no parece ser un ensayo sino
una "caza de citas".
El ensayo es un género literario que descolló
en Europa en pleno Renacimiento. Para los franceses, el pionero de este estilo
de escritura fue Michel de Montaigne quien con sus famosos 'Ensayos' publicados
en 1580 abrió un nuevo campo para expresar las ideas y el pensamiento.
Montaigne afirmaba que el ensayo es un género bifronte que oscila entre la
ciencia y el arte. La ciencia estaba representada en el ensayo a través de una
pregunta o una conjetura que el ensayista se proponía discernir; el arte está
determinado por el estilo o la forma del lenguaje con que se quiere
reflexionar.
Montaigne escribió excelentes ensayos sobre su
época pero así mismo como un pensador errante que era, escribió sobre el acto
de dormir, la nariz, los olores, la vejez, los cojos: todos estos asuntos
aparentemente triviales, pero útiles y necesarios en la vida de los seres
humanos.
G. K. Chesterton, el autor inglés del libro
'La inocencia del padre Brown' destacó a Francis Bacon como el pionero del
ensayo en el mundo anglosajón. Chesterton comparó el ensayo con el viaje, al
plantear que así como hay un lugar para el ensayista ocioso y errabundo, así
mismo existe un lugar para el viajero vagabundo. De esta manera, el escritor inglés relacionó
el arte del ensayo con el arte de errar, en el doble sentido de la palabra.
Cuando se escribe un ensayo hay que errar o viajar por el pensamiento; pero así
mismo, el ensayo -como la vida- está también íntimamente ligada
al yerro, al error, y por lo tanto, al dolor.
Para Chesterton pensar es una forma de viajar,
es una especie de hermenéutica del espíritu. Y viajar con esperanza es mejor
que llegar; como afirmó R. L. Stevenson, el autor de 'La isla del tesoro'.
Podemos deducir que el ensayo es un viaje del
espíritu nómada donde se puede discernir sobre algún asunto de las ciencias, el
arte o la vida misma; pero la condición básica es que debe estar bien escrito.
Por esta razón don Alfonso Reyes, uno de los grandes ensayistas de América lo
llamó el "centauro de los géneros".
Como es sabido, el centauro es un animal
mitológico, mitad hombre y mitad caballo. En la metáfora de Reyes, el hombre
-se supone-representa la razón, el conocimiento humano; el caballo, con sus
bellas formas y sus movimientos, nos remitiría al lenguaje estético que exige
el ensayo.
El académico colombiano Jaime Alberto Vélez
afirmó que el ensayo, cualquiera que sea la materia de que se ocupe,
sobrevivirá mientras no pierda el carácter libre, imaginativo y personal.
En una época donde la diatriba, el insulto y
el exhibicionismo mediático están a la orden del día, bien vale la pena
reivindicar esta exquisita forma del pensamiento y de la razón.
Letra urbana: para conmemorar el Día del
Idioma, Señal Colombia emitirá una serie de documentales de escritores
colombianos del 15 al 26 de abril, a las 12 del día.
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De: NTC ntcgra@gmail.com
Fecha: 9 de abril de 2013 07:22
Asunto: NTC Comentario ... Fwd: Gracias mil. Felicitaciones. Re: Elogio al Ensayo
Para: "NTC ..." suscriptores
NTC Comentario en la web de la columna ...
Fecha: 9 de abril de 2013 07:22
Asunto: NTC Comentario ... Fwd: Gracias mil. Felicitaciones. Re: Elogio al Ensayo
Para: "NTC ..." suscriptores
NTC Comentario en la web de la columna ...
Interesante texto. Gracias. Sobre el género
ENSAYO, sugerimos ver y navegar: 11 de diciembre de 2012,
Variaciones sobre la embriaguez. Iván Olano Duque. Ensayos. Hombre Nuevo Editores. Noviembre 2012 ,
http://ntc-narrativa.blogspot.com/2012_12_11_archive.html
----Variaciones sobre la embriaguez. Iván Olano Duque. Ensayos. Hombre Nuevo Editores. Noviembre 2012 ,
http://ntc-narrativa.blogspot.com/2012_12_11_archive.html
De: Fernando Cruz Kronfly
Fecha: 9 de abril de 2013, 08:07
Asunto: sobre el ensayo
Para: NTC … ntcgra@gmail.com, fabiomartinez2002@yahoo.com
Amigos de NTC … y Fabio. Les
envío esto que escribí sobre las condiciones que hicieron posible el
aparecimiento del ensayo como género. Quizás pueda contribuir. Fuerte abrazo.
Fernando Cruz Kronfly
DEL CONTEXTO SOCIAL Y
PSICO- CULTURAL QUE HIZO POSIBLE EL ENSAYO
COMO GÉNERO
Facultad de Ciencias
de la Administración
Universidad del Valle
Doctor Honoris Causa
en Literatura
Director del Grupo de
Investigación Nuevo Pensamiento Administrativo
Miembro de la Red
Colombiana de Estudios Críticos Organizacionales
“... Yago, Edmundo y Hamlet se contemplan objetivamente a sí mismos en
imágenes forjadas por sus propias inteligencias, y se les otorga la capacidad
para verse como personajes dramáticos y artífices estéticos. De este modo se
les hace libres artistas de sí mismos, lo que significa que son libres para
escribirse a sí mismos, para lograr cambios en su yo. Oyendo casualmente sus
propios monólogos y sopesando sus reflexiones, cambian y a continuación
contemplan esa otredad del yo, o la posibilidad de ser ese otro...”
Harold Bloom
El canon occidental
1.
El género del ensayo implica la capacidad y vocación del “autor” de
dialogar consigo mismo, de escuchar-se desde una especie de otredad reflexiva
situada en la interioridad del mismo Yo. Otredad que empezó a configurarse en
el Renacimiento, punto de quiebre histórico que señala el comienzo de la
modernidad del sujeto en Occidente. A dicho período pertenece Michel de
Montaigne, a quien se atribuye la paternidad del ensayo como género. De este
modo, podría decirse que hubo un tiempo anterior al Renacimiento en que el ser
humano no hablaba consigo mismo desde sí mismo. No se escuchaba desde
ninguna “otredad interior” ni se hacía
caso a sí mismo para enderezar su vida, tal como empezó a ocurrir con los
personajes de Shakespeare. Antes de esta ruptura que significó la condición
humana renacentista, los seres humanos hablaban hacia afuera de sí. Veamos:
En las sociedades ancestrales, inmersas en el animismo, hombres
y mujeres se dirigían a los espíritus o ánimas, en cuanto fuerzas del bien y
del mal que habitaban el más allá. Fuerzas que tejían y destejían el mundo desde allá
afuera, en lo invisible, y que afectaban sus propias vidas. Las ánimas y
los espíritus eran ese Otro externo o Razón Objetiva a quien se dirigía la
palabra como asunto de vida o muerte. Gran Otro misterioso, poderoso e inasible
siempre “afuera” del psiquismo humano y de donde provenían las razones que
afectaban el curso de la vida. Obraba este Otro como la gran proyección
psíquica de la humanidad.
En las sociedades teológicas que desplazaron de su centro el animismo
“puro” -los espíritus y las ánimas no son en estricto sentido todavía dioses-,
de un modo relativamente análogo los seres humanos ya no debieron dirigir la
palabra únicamente a los espíritus y las ánimas, sino a una fuerza externa aún
más concentrada, poderosa y personalizada. Los seres humanos debían ahora
dirigir la palabra a un poderoso Otro denominado Dios. Quizás, el macho
dominante supremo de la pobre humanidad (Dufour).
Los espíritus y las ánimas en las comunidades ancestrales, tanto como
las deidades posteriores, tenían a los seres humanos encandilados hacia un
foco siempre afuera de sí, atrapados por completo en sus redes externas.
Afuera del cuerpo humano y de su mundo terrenal estaba el destinatario de la
palabra que de manera privilegiada a ese mundo exterior se dirigía. Según estas
coordenadas psico-culturales, la condición humana, proyectada siempre “afuera
de sí”, no estaba en condiciones de permitir el aparecimiento histórico del
género del ensayo, que, se repite, se atribuye a Michel de Montaigne en el
Siglo XVI, como alguien que se preguntó a sí mismo “¿qué sé yo?”. Y que, a
partir de dicha pregunta sin antecedentes, salvo en Sócrates, pudo afirmar a
renglón seguido que él era el objeto de su propio libro.
2.
Al mismo tiempo, de manera adicional y más acá del mundo que
habitaban los espíritus, las ánimas y los dioses, existía un poderoso Otro
diferente de los anteriores, más próximo y cercano en cuanto estaba ubicado en
el reino de este mundo. Me estoy refiriendo a la comunidad misma. La
manada humana, en cuanto gran sujeto plural al que cada individuo pertenecía y se
debía, de la misma manera como la hoja se debe a la sustancia de la rama de la
que se nutre. No existía el individuo suelto en deliberación como artífice de
sí; nadie se hablaba a sí mismo ni tenía posibilidad alguna de escucharse en el
monólogo solitario; mucho menos se conocía la autonomía humana respecto del
todo comunitario. Los seres humanos pertenecían a la manada y a ella estaban
adheridos como a una totalidad hecha de la misma sangre. El “sí mismo autónomo” de la modernidad aún
no existía. No estaban dadas las condiciones psico-culturales que Michel de
Montaigne habría de tener a su favor y que le permitieron emprender el ensayo
como nuevo género literario. Condiciones de ensimismamiento que
Shakespeare puso en boca de Hamlet, Yago y Edmundo. Y, Cervantes, en los labios
de Don Quijote.
Hubo, entonces, un tiempo psico-cultural en que el ser humano empezó a
dirigir-se la palabra y la atención a sí mismo, a conversar consigo mismo desde
una escisión interior tan misteriosa como hermosa y trágica. Esto ocurrió en el
Occidente moderno renacentista, concomitante con el principio de individuación
y autonomía deliberativa del sujeto. A
este proceso, que opera como condición que hace viable el aparecimiento del “sí
mismo”, el historiador George Duby vino
a denominar “emergencia del individuo”.
Por dos caminos históricos diferentes parece haberse dado la emergencia
del individuo. En Grecia, el individuo se hace posible mediante la deliberación
racional argumentativa individual, según Jean Pierre Vernant. Pero, aún
así, se trataba de la argumentación pública en el ágora, dirigida al Otro
externo allá afuera, que operaba como el destinatario del debate y del uso
público de la razón. Al final de la edad
media, sin embargo, muchos siglos después de la Grecia socrática, vuelve a
despuntar el principio de individuación, pero ahora mediante el cálculo
racional de fines y de medios en poder de los comerciantes, en cuanto nueva
clase social emergente que puso en marcha aspectos sustanciales de la nueva
mentalidad propia del Renacimiento, según Alfred Von Martin.
3.
Lo que ocurre en el Renacimiento, entonces, en sus plurales dimensiones
económicas (capitalismo), éticas (Calvino y Lutero), politicas (Maquiavelo),
plásticas (Leonardo), científicas (Copérnico y Galileo), ideológicas (nuevo
sistema de valores), técnicas (Gutemberg), literarias (Shakespeare y
Cervantes), filosóficas racionalistas (Descartes) etcétera, es en realidad el
aparecimiento en “bloque” de una nueva condición humana, cultural y
psíquica.
La nueva condición humana aparecida es, nada menos, que la condición
ego-céntrica, por completo diferente de la condición socio-céntrica y
teo-céntrica que le precedieron. La condición teo-céntrica hace que los seres
humanos y su destino en este mundo giren por completo alrededor de Dios como
centro, como Razón Objetiva Suprema Exterior al sujeto. La condición
socio-céntrica hace que el individuo sea “propiedad” de la comunidad y esté por
completo a su servicio. En cambio, la condición ego-céntrica moderna, que hace
explosión a partir del Renacimiento para colonizar a Occidente, conduce a que
el individuo sea concebido como el centro de todo y que la sociedad se ponga al
servicio de la individualidad que irrumpe. Esa individualidad se expresa en
términos de riqueza económica personalizada, búsqueda de audacia e ingenio como
señales de identidad propia, deliberación individual racional argumental,
capacidad de aventura, autonomía de puntos de vista, modificación ética en
términos de valores y mucho más.
Sólo en este contexto de aparición histórica de una nueva condición
humana ego-céntrica, se hizo posible que en términos del psiquismo humano
moderno naciera un nuevo Otro en uno mismo. “Otredad” inédita que irrumpe
dentro del propio mundo interior, convertido ahora en centro de todo. Me estoy
refiriendo al “sí mismo” que habla desde una especie de otro desdoblado
respecto del Yo, sin desquiciarlo del todo. “Otro” a quien cada uno de nosotros
escucha hablar por casualidad cada vez que decide dirigirnos la palabra a
nuestro propio oído, como un extraño ahí mismo en el Yo escindido que lo
escucha.
4.
No es fácil reconstruir el momento histórico en que ocurrieron estos
acontecimientos, porque en rigor no se trata de un “momento” sino de un proceso
plural que comprometió diversas dimensiones de la sociedad, el psiquismo y la
cultura. Este proceso tiene como centro la denominada emergencia de la
dimensión individual del sujeto. Las dinámicas mercantiles puestas en
marcha al final de la edad media, transformaron la mente de sus protagonistas
para siempre y sin retorno. Las nuevas
realidades materiales que los seres humanos debieron enfrentar, modificaron el
modo como empezaron a representarse el mundo y su manera de intervenir en él.
Los comerciantes, nueva fuerza económica puesta en marcha, en uso de la
racionalidad de medios y de fines con fundamento en el cálculo de su eficacia real
y no imaginaria, debieron asumir por su cuenta su destino y su éxito
económico. De estas cosas tan mundanas los dioses ya no se responsabilizaban.
El tiempo y el espacio se re-definieron y re-significaron alrededor del nuevo
eje ego-céntrico. Ese destino de vendedores de feria en feria obligó a los
nuevos burgueses plebeyos a representarse el tiempo y el espacio
absolutamente de otro modo, es decir como mediaciones intramundanas para la
acción mercantil puesta en marcha. Lo nuevo que estos hombres hacían en cuanto
seres económicos, estaba por completo inscrito en el orden del tiempo y el
espacio materiales, convertidos ahora en aliados de sus prácticas
especulativas. Era preciso usar del mejor modo el tiempo, calcularlo, meterse
dentro de él hasta apoderarse de sus secretos y posibilidades. El manejo
racional e individual del tiempo, ¡oh descubrimiento!, pasaba a ser la
regla de oro de la generación de riqueza. La conducta individual debía
ser racional, calculada y metódica. Igual sucedió con el espacio, que ya no era
representado como una lúdica extensión creada por Dios para el ejercicio de la
caza y el disfrute de los imaginarios del linaje, sino la línea tortuosa que
las carretas cargadas de mercaderías debían superar a la mayor velocidad
posible para ir de una feria a la siguiente, según Henry Pirenne.
El control y el uso racional del tiempo y el espacio para fines
humanos y mundanos, no era entonces asunto que pudiera delegarse a los
Espíritus y los Dioses, que jamás se preocuparon por este tipo de banalidades. Los Espíritus y
los Dioses en este nuevo mundo moderno en formación podían ayudar, por
supuesto, pero era necesario que el control, el cálculo y el uso del tiempo y
del espacio brotaran ahora de uno mismo. Dios, los Espíritus y las
Ánimas seguían estando ahí, pero no como decisores por anticipado del
destino humano, sino apenas como ayudantías y socios del proyecto individual de
creación de riqueza, ahora por completo en poder del ingenio racional
individual, capaz de elegir los medios más eficaces, por esta misma razón desencantados,
con el fin de lograr los fines económicos materiales deseados.
5.
Lo anterior no es más que una rápida puntada de tipo sociológico y
cultural encaminada a entender el tejido histórico que condujo al sí mismo,
bajo el supuesto de que el sí mismo no aparece gratuitamente en el sujeto
humano moderno, como una planta exótica, de la nada social. Si el sí mismo
antes no existía para el sujeto humano, algo lo hizo brotar. Pero, no obstante
las profundas transformaciones que estaban despuntando en la cultura y en la
economía mercantil renacentista, el destinatario principal de la palabra humana
seguía siendo el Gran Dios Único, bajo la representación monoteísta. Al mismo
tiempo, se estaba ya disolviendo la comunidad-manada, ese Gran Otro situado más acá del cielo con el que, de todas
maneras, los seres humanos estaban obligados a entenderse en términos de
parentesco y de unidad de tradiciones compartidas, mitos y leyendas en común.
Comunidad-manada desde donde los seres humanos hablaban a los cielos distantes
y a sus potencias, como desde una plataforma de lanzamiento instalada en la
tierra prosaica. Incluso, la arquitectura fue concebida para los fines de
comunicación con los Dioses. Por lo que se conoce al respecto, ninguna palabra
se dirigía a los Dioses, todavía, desde la dimensión interior del sujeto en
soledad, a la manera de una conversación íntima y silenciosa del tipo oración
callada desde sí mismo y consigo mismo hacia el Dios mío.
La invención de Gütemberg puso a
disposición humana un libro de uso cada vez más individual, personalizado y más
íntimo, delante del cual y a modo de espejo fue posible empezar a leer en
solitario la “palabra divina”. Pero, más tarde, otro tipo de palabras como las
que haría circular la Enciclopedia, por completo seculares. Como lo propuso
Pico de la Mirandola, debía propugnarse por un conocimiento humano, llevado a
cabo por seres humanos y al servicio de los hombres. Los intermediarios de la
“verdad revelada” fueron quedando cada
vez más lejos del creyente, enfrentado ahora él mismo a la palabra escrita y a
la verdad en ella “contenida”, que la meditación en solitario debía ser capaz
de sacar a flote. No obstante esta maravilla, propia de la nueva condición
humana camino de la modernidad mental en un contexto humanista, no puede
concluirse que por ella misma fuera un hecho estar ya delante de algo mucho más
profundo en el tejido interno del sujeto moderno, en el sentido de estar ya
haciéndose posible una conversación del sujeto consigo mismo desde una eventual
otredad interior aparecida, puesto que el destinatario del lector en
solitario del libro sagrado continuaba siendo el Gran Otro que de todos modos
seguía estando allá afuera en los cielos impalpables, a la manera de un
poderoso electro-imán de la palabra. Pero, aun así, algo absolutamente
extraordinario y novedoso estaba surgiendo en el corazón de este maravilloso
proceso: el principio fuerte de individuación y el aparecimiento psíquico del sí
mismo.
Hamlet, Yago y Edmundo están a punto de aparecer en escena. El contexto
psico-cultural está maduro. Los personajes de Shakespeare hablarán ahora
consigo mismos, se escucharán. Montaigne, muerto prematuramente de disentería
su entrañable amigo Etienne de la Boétie, ese “otro” con quien él mantuvo un
diálogo permanente, se encuentra a punto de empezar a conversar consigo mismo
en solitario, de todo aquello de lo que antes hablaba con su amigo
desaparecido. Nos encontramos en el filo de la emergencia histórica del ensayo
como género. Entonces, Montaigne podrá decir: “yo soy el objeto de mi libro”.
Ha nacido el ensayo como género literario.
6.
Entre tanto, Copérnico hace lo suyo. Se ha desprendido de la manada
geo-centrista de un modo tan trágico como maravilloso. Con la ayuda de un
pequeño telescopio y de la matemática, produce una de las rupturas
paradigmáticas más fuertes en la historia de la cultura. El viejo Cielo habrá
de transformarse en espacio matematizado, secularizado; el sol cambia de lugar
y de estatus: y la Tierra, ombligo del relato mítico de la Creación, queda de
un golpe degradada, secularizada, convertida en vil planeta. Copérnico se
asombra, tambalea. No deja de orar al Gran Otro absoluto que es Dios, pero le
acaba de propinar, en solitario y desde su pensamiento en libertad, un
aterrador golpe a la tradición de la que él mismo hizo parte. Muerto Copérnico
y sin que él mismo se lo hubiera propuesto de manera deliberada, el mundo
alrededor quedó por completo “copernizado”. Ya no pudo ser nunca más el mundo
que fue durante los siglos que le precedieron. (Thomas S. Kuhn)
Está naciendo en la historia de la humanidad un diferente “otro”que
antes no existía. No es Dios, no es la comunidad-manada ni la sociedad civil,
no son los otros que nos rodean sino alguien que se instala en nuestra propia
intimidad, bajo la forma de una extraña otredad interior, con la que el Yo debe
hablar y que se deja escuchar. Está naciendo el “sí mismo”.
Hamlet lo hace. Edmundo y Yago también por primera vez en la
literatura. Shakespeare lleva a cabo lo que Harold Bloom denomina “la invención
de lo humano”. El momento es conmovedor. Los personajes de Shakespeare empiezan
a hablar consigo mismos y, al hacerlo, comienzan a sentir que se transforman y
se hacen caso a medida que se escuchan. Brota de este modo la condición
psíquica humana moderna, que hace posible el surgimiento del género literario
del ensayo, de la mano de Michel de Montaigne.
7.
Michel de Montaigne nace en Burdeos el 28 de febrero de 1533. En un
determinado momento de su vida conoce a Etienne de la Boétie, con quien inicia
una amistad personal e intelectual intensa alrededor de sus opiniones e ideas.
Etienne de la Boétie obra para Montaigne, en lo fundamental, como ese otro externo
a él en quien se desahoga, a quien le habla y de quién escucha la voz que le
viene de afuera. Mientras exista Etienne de la Boétie, Montaigne no empezará,
quizás, a hablar propiamente consigo mismo, no podrá escucharse desde su propia
otredad aún no nacida. Pero su amigo entrañable muere de disentería,
abruptamente, apenas a los 33 años de edad, en 1554. Montaigne sufre un colapso
emocional. Se ha quedado sin interlocutor allá afuera de sí, sin a quien dirigirle la palabra y sin a quién
escuchar. Si la muerte de Etienne de la
Boétie hubiese ocurrido en un contexto diferente del renacentista, preparatorio
del advenimiento de una nueva condición humana, nada especial habría
ocurrido en Montaigne, diferente de su duelo y su plegaria a Dios por el alma
del difunto. Pero Montaigne se queda solo, hablando a solas consigo mismo, en
un contexto psico-cultural que permitía esta especie de locura, sin convertirse
por ello, para los demás, en alguien objeto de posesión diabólica,
enajenación o disparate, tal como antes era visto el hablante solitario..
Pronto, una vez a solas y sin interlocutor “allá afuera de sí”, Montaigne se hace a sí mismo una
pregunta decisiva, fundadora: “¿qué sé yo?”.
Para poder responder esta pregunta que le viene de su nueva
otredad y en ausencia de Etienne de la
Boétie, Montaigne debe empezar un viaje introspectivo a su mundo mental
interior. Entonces comienza a “escribir para sí mismo” y por “su propia
cuenta”. Nace el ensayo, en cuanto género reflexivo literario, como una
derivación del hablar consigo mismo y del escucharse desde la otredad del
sujeto escindido que, sin embargo, aún así no enloquece. En medio de este
proceso que impulsa el advenimiento de una nueva condición humana en la
modernidad, Montaigne dice algo conmovedor para su tiempo: “Yo soy el objeto de
mi libro”. Empieza a expresarse la condición humana moderna antes inimaginable,
la del hablante consigo mismo y por su cuenta y riesgo. La misma
condición que hoy en día vemos por todas partes en calles, parques y avenidas
públicas, trenes subterráneos y bares donde nos ensimismamos los solitarios a
conversar con nosotros mismos y a escucharnos como Hamlets, Edmundos, Yagos o
Quijotes de nuestro tiempo, de una manera tan “normal” y cotidiana que ya ni
siquiera de ello nos damos cuenta. Porque cada uno de nosotros está dedicado a
esto de hablar en solitario mientras corremos al trabajo o nos tomamos ya sea
una copa, quizás un café.
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