martes, 9 de abril de 2013

Elogio al ensayo. Por FABIO MARTÍNEZ. / DEL CONTEXTO SOCIAL Y PSICO-CULTURAL QUE HIZO POSIBLE EL ENSAYO COMO GÉNERO. Por Fernando Cruz Kronfly


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Elogio al ensayo

Por: FABIO MARTÍNEZ 


De las múltiples formas de escritura que existen, la más exquisita entre todas, para plasmar una idea o un pensamiento, es el ensayo.  Ni la diatriba que es común entre nuestros políticos le llega a los tobillos; tampoco lo supera el artículo académico, que como está plagado de citas, no parece ser un ensayo sino una "caza de citas".

El ensayo es un género literario que descolló en Europa en pleno Renacimiento. Para los franceses, el pionero de este estilo de escritura fue Michel de Montaigne quien con sus famosos 'Ensayos' publicados en 1580 abrió un nuevo campo para expresar las ideas y el pensamiento. Montaigne afirmaba que el ensayo es un género bifronte que oscila entre la ciencia y el arte. La ciencia estaba representada en el ensayo a través de una pregunta o una conjetura que el ensayista se proponía discernir; el arte está determinado por el estilo o la forma del lenguaje con que se quiere reflexionar.

Montaigne escribió excelentes ensayos sobre su época pero así mismo como un pensador errante que era, escribió sobre el acto de dormir, la nariz, los olores, la vejez, los cojos: todos estos asuntos aparentemente triviales, pero útiles y necesarios en la vida de los seres humanos.

G. K. Chesterton, el autor inglés del libro 'La inocencia del padre Brown' destacó a Francis Bacon como el pionero del ensayo en el mundo anglosajón. Chesterton comparó el ensayo con el viaje, al plantear que así como hay un lugar para el ensayista ocioso y errabundo, así mismo existe un lugar para el viajero vagabundo.  De esta manera, el escritor inglés relacionó el arte del ensayo con el arte de errar, en el doble sentido de la palabra. Cuando se escribe un ensayo hay que errar o viajar por el pensamiento; pero así mismo, el ensayo -como la vida- está también íntimamente ligada al yerro, al error, y por lo tanto, al dolor.

Para Chesterton pensar es una forma de viajar, es una especie de hermenéutica del espíritu. Y viajar con esperanza es mejor que llegar; como afirmó R. L. Stevenson, el autor de 'La isla del tesoro'.

Podemos deducir que el ensayo es un viaje del espíritu nómada donde se puede discernir sobre algún asunto de las ciencias, el arte o la vida misma; pero la condición básica es que debe estar bien escrito. Por esta razón don Alfonso Reyes, uno de los grandes ensayistas de América lo llamó el "centauro de los géneros".

Como es sabido, el centauro es un animal mitológico, mitad hombre y mitad caballo. En la metáfora de Reyes, el hombre -se supone-representa la razón, el conocimiento humano; el caballo, con sus bellas formas y sus movimientos, nos remitiría al lenguaje estético que exige el ensayo.

El académico colombiano Jaime Alberto Vélez afirmó que el ensayo, cualquiera que sea la materia de que se ocupe, sobrevivirá mientras no pierda el carácter libre, imaginativo y personal.
En una época donde la diatriba, el insulto y el exhibicionismo mediático están a la orden del día, bien vale la pena reivindicar esta exquisita forma del pensamiento y de la razón.
Letra urbana: para conmemorar el Día del Idioma, Señal Colombia emitirá una serie de documentales de escritores colombianos del 15 al 26 de abril, a las 12 del día.
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De: NTC ntcgra@gmail.com
Fecha: 9 de abril de 2013 07:22
Asunto: NTC Comentario ... Fwd: Gracias mil. Felicitaciones. Re: Elogio al Ensayo
Para: "NTC ..."  suscriptores

NTC Comentario en la web de la columna ... 

Interesante texto. Gracias.  Sobre el género ENSAYO, sugerimos ver y navegar:  11 de diciembre de 2012, 
Variaciones sobre la embriaguez. Iván Olano Duque. Ensayos. Hombre Nuevo Editores. Noviembre 2012 , 
http://ntc-narrativa.blogspot.com/2012_12_11_archive.html
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De: Fernando Cruz Kronfly

Fecha: 9 de abril de 2013,  08:07

Asunto: sobre el ensayo

Para: NTC … ntcgra@gmail.com, fabiomartinez2002@yahoo.com

Amigos de NTC … y  Fabio. Les envío esto que escribí sobre las condiciones que hicieron posible el aparecimiento del ensayo como género. Quizás pueda contribuir. Fuerte abrazo. Fernando Cruz Kronfly

DEL CONTEXTO SOCIAL Y PSICO- CULTURAL QUE HIZO POSIBLE EL ENSAYO  COMO GÉNERO


Profesor Titular ( 1
Facultad de Ciencias de la Administración
Universidad del Valle
Doctor Honoris Causa en Literatura
Director del Grupo de Investigación Nuevo Pensamiento Administrativo
Miembro de la Red Colombiana de Estudios Críticos Organizacionales


“... Yago, Edmundo y Hamlet se contemplan objetivamente a sí mismos en imágenes forjadas por sus propias inteligencias, y se les otorga la capacidad para verse como personajes dramáticos y artífices estéticos. De este modo se les hace libres artistas de sí mismos, lo que significa que son libres para escribirse a sí mismos, para lograr cambios en su yo. Oyendo casualmente sus propios monólogos y sopesando sus reflexiones, cambian y a continuación contemplan esa otredad del yo, o la posibilidad de ser ese otro...”

Harold Bloom
El canon occidental



1.

El género del ensayo implica la capacidad y vocación del “autor” de dialogar consigo mismo, de escuchar-se desde una especie de otredad reflexiva situada en la interioridad del mismo Yo. Otredad que empezó a configurarse en el Renacimiento, punto de quiebre histórico que señala el comienzo de la modernidad del sujeto en Occidente. A dicho período pertenece Michel de Montaigne, a quien se atribuye la paternidad del ensayo como género. De este modo, podría decirse que hubo un tiempo anterior al Renacimiento en que el ser humano no hablaba consigo mismo desde sí mismo. No se escuchaba desde ninguna “otredad  interior” ni se hacía caso a sí mismo para enderezar su vida, tal como empezó a ocurrir con los personajes de Shakespeare. Antes de esta ruptura que significó la condición humana renacentista, los seres humanos hablaban hacia afuera de sí. Veamos:

En las sociedades ancestrales, inmersas en el animismo, hombres y mujeres se dirigían a los espíritus o ánimas, en cuanto fuerzas del bien y del mal que habitaban el más allá.  Fuerzas que tejían y destejían el mundo desde allá afuera, en lo invisible, y que afectaban sus propias vidas. Las ánimas y los espíritus eran ese Otro externo o Razón Objetiva a quien se dirigía la palabra como asunto de vida o muerte. Gran Otro misterioso, poderoso e inasible siempre “afuera” del psiquismo humano y de donde provenían las razones que afectaban el curso de la vida. Obraba este Otro como la gran proyección psíquica de la humanidad.

En las sociedades teológicas que desplazaron de su centro el animismo “puro” -los espíritus y las ánimas no son en estricto sentido todavía dioses-, de un modo relativamente análogo los seres humanos ya no debieron dirigir la palabra únicamente a los espíritus y las ánimas, sino a una fuerza externa aún más concentrada, poderosa y personalizada. Los seres humanos debían ahora dirigir la palabra a un poderoso Otro denominado Dios. Quizás, el macho dominante supremo de la pobre humanidad (Dufour).

Los espíritus y las ánimas en las comunidades ancestrales, tanto como las deidades posteriores, tenían a los seres humanos encandilados hacia un foco siempre afuera de sí, atrapados por completo en sus redes externas. Afuera del cuerpo humano y de su mundo terrenal estaba el destinatario de la palabra que de manera privilegiada a ese mundo exterior se dirigía. Según estas coordenadas psico-culturales, la condición humana, proyectada siempre “afuera de sí”, no estaba en condiciones de permitir el aparecimiento histórico del género del ensayo, que, se repite, se atribuye a Michel de Montaigne en el Siglo XVI, como alguien que se preguntó a sí mismo “¿qué sé yo?”. Y que, a partir de dicha pregunta sin antecedentes, salvo en Sócrates, pudo afirmar a renglón seguido que él era el objeto de su propio libro.


2.

Al mismo tiempo, de manera adicional y más acá del mundo que habitaban los espíritus, las ánimas y los dioses, existía un poderoso Otro diferente de los anteriores, más próximo y cercano en cuanto estaba ubicado en el reino de este mundo. Me estoy refiriendo a la comunidad misma. La manada humana, en cuanto gran sujeto plural al que cada individuo pertenecía y se debía, de la misma manera como la hoja se debe a la sustancia de la rama de la que se nutre. No existía el individuo suelto en deliberación como artífice de sí; nadie se hablaba a sí mismo ni tenía posibilidad alguna de escucharse en el monólogo solitario; mucho menos se conocía la autonomía humana respecto del todo comunitario. Los seres humanos pertenecían a la manada y a ella estaban adheridos como a una totalidad hecha de la misma sangre.  El “sí mismo autónomo” de la modernidad aún no existía. No estaban dadas las condiciones psico-culturales que Michel de Montaigne habría de tener a su favor y que le permitieron emprender el ensayo como nuevo género literario. Condiciones de ensimismamiento que Shakespeare puso en boca de Hamlet, Yago y Edmundo. Y, Cervantes, en los labios de Don Quijote.

Hubo, entonces, un tiempo psico-cultural en que el ser humano empezó a dirigir-se la palabra y la atención a sí mismo, a conversar consigo mismo desde una escisión interior tan misteriosa como hermosa y trágica. Esto ocurrió en el Occidente moderno renacentista, concomitante con el principio de individuación y autonomía deliberativa del sujeto.  A este proceso, que opera como condición que hace viable el aparecimiento del “sí mismo”,  el historiador George Duby vino a denominar “emergencia del individuo”.

Por dos caminos históricos diferentes parece haberse dado la emergencia del individuo. En Grecia, el individuo se hace posible mediante la deliberación racional argumentativa individual, según Jean Pierre Vernant. Pero, aún así, se trataba de la argumentación pública en el ágora, dirigida al Otro externo allá afuera, que operaba como el destinatario del debate y del uso público de la razón.  Al final de la edad media, sin embargo, muchos siglos después de la Grecia socrática, vuelve a despuntar el principio de individuación, pero ahora mediante el cálculo racional de fines y de medios en poder de los comerciantes, en cuanto nueva clase social emergente que puso en marcha aspectos sustanciales de la nueva mentalidad propia del Renacimiento, según Alfred Von Martin.


3.

Lo que ocurre en el Renacimiento, entonces, en sus plurales dimensiones económicas (capitalismo), éticas (Calvino y Lutero), politicas (Maquiavelo), plásticas (Leonardo), científicas (Copérnico y Galileo), ideológicas (nuevo sistema de valores), técnicas (Gutemberg), literarias (Shakespeare y Cervantes), filosóficas racionalistas (Descartes) etcétera, es en realidad el aparecimiento en “bloque” de una nueva condición humana, cultural y psíquica.

La nueva condición humana aparecida es, nada menos, que la condición ego-céntrica, por completo diferente de la condición socio-céntrica y teo-céntrica que le precedieron. La condición teo-céntrica hace que los seres humanos y su destino en este mundo giren por completo alrededor de Dios como centro, como Razón Objetiva Suprema Exterior al sujeto. La condición socio-céntrica hace que el individuo sea “propiedad” de la comunidad y esté por completo a su servicio. En cambio, la condición ego-céntrica moderna, que hace explosión a partir del Renacimiento para colonizar a Occidente, conduce a que el individuo sea concebido como el centro de todo y que la sociedad se ponga al servicio de la individualidad que irrumpe. Esa individualidad se expresa en términos de riqueza económica personalizada, búsqueda de audacia e ingenio como señales de identidad propia, deliberación individual racional argumental, capacidad de aventura, autonomía de puntos de vista, modificación ética en términos de valores y mucho más.


Sólo en este contexto de aparición histórica de una nueva condición humana ego-céntrica, se hizo posible que en términos del psiquismo humano moderno naciera un nuevo Otro en uno mismo. “Otredad” inédita que irrumpe dentro del propio mundo interior, convertido ahora en centro de todo. Me estoy refiriendo al “sí mismo” que habla desde una especie de otro desdoblado respecto del Yo, sin desquiciarlo del todo. “Otro” a quien cada uno de nosotros escucha hablar por casualidad cada vez que decide dirigirnos la palabra a nuestro propio oído, como un extraño ahí mismo en el Yo escindido que lo escucha.




4.

No es fácil reconstruir el momento histórico en que ocurrieron estos acontecimientos, porque en rigor no se trata de un “momento” sino de un proceso plural que comprometió diversas dimensiones de la sociedad, el psiquismo y la cultura. Este proceso tiene como centro la denominada emergencia de la dimensión individual del sujeto. Las dinámicas mercantiles puestas en marcha al final de la edad media, transformaron la mente de sus protagonistas para siempre y sin retorno.  Las nuevas realidades materiales que los seres humanos debieron enfrentar, modificaron el modo como empezaron a representarse el mundo y su manera de intervenir en él. Los comerciantes, nueva fuerza económica puesta en marcha, en uso de la racionalidad de medios y de fines con fundamento en el cálculo de su eficacia real y no imaginaria, debieron asumir por su cuenta su destino y su éxito económico. De estas cosas tan mundanas los dioses ya no se responsabilizaban. El tiempo y el espacio se re-definieron y re-significaron alrededor del nuevo eje ego-céntrico. Ese destino de vendedores de feria en feria obligó a los nuevos burgueses plebeyos a representarse el tiempo y el espacio absolutamente de otro modo, es decir como mediaciones intramundanas para la acción mercantil puesta en marcha. Lo nuevo que estos hombres hacían en cuanto seres económicos, estaba por completo inscrito en el orden del tiempo y el espacio materiales, convertidos ahora en aliados de sus prácticas especulativas. Era preciso usar del mejor modo el tiempo, calcularlo, meterse dentro de él hasta apoderarse de sus secretos y posibilidades. El manejo racional e individual del tiempo, ¡oh descubrimiento!, pasaba a ser la regla de oro de la generación de riqueza. La conducta individual debía ser racional, calculada y metódica. Igual sucedió con el espacio, que ya no era representado como una lúdica extensión creada por Dios para el ejercicio de la caza y el disfrute de los imaginarios del linaje, sino la línea tortuosa que las carretas cargadas de mercaderías debían superar a la mayor velocidad posible para ir de una feria a la siguiente, según Henry Pirenne.

El control y el uso racional del tiempo y el espacio para fines humanos y mundanos, no era entonces asunto que pudiera delegarse a los Espíritus y los Dioses, que jamás se preocuparon  por este tipo de banalidades. Los Espíritus y los Dioses en este nuevo mundo moderno en formación podían ayudar, por supuesto, pero era necesario que el control, el cálculo y el uso del tiempo y del espacio brotaran ahora de uno mismo. Dios, los Espíritus y las Ánimas seguían estando ahí, pero no como decisores por anticipado del destino humano, sino apenas como ayudantías y socios del proyecto individual de creación de riqueza, ahora por completo en poder del ingenio racional individual, capaz de elegir los medios más eficaces, por esta misma razón desencantados, con el fin de lograr los fines económicos materiales deseados.




5.

Lo anterior no es más que una rápida puntada de tipo sociológico y cultural encaminada a entender el tejido histórico que condujo al sí mismo, bajo el supuesto de que el sí mismo no aparece gratuitamente en el sujeto humano moderno, como una planta exótica, de la nada social. Si el sí mismo antes no existía para el sujeto humano, algo lo hizo brotar. Pero, no obstante las profundas transformaciones que estaban despuntando en la cultura y en la economía mercantil renacentista, el destinatario principal de la palabra humana seguía siendo el Gran Dios Único, bajo la representación monoteísta. Al mismo tiempo, se estaba ya disolviendo la comunidad-manada,  ese Gran Otro situado  más acá del cielo con el que, de todas maneras, los seres humanos estaban obligados a entenderse en términos de parentesco y de unidad de tradiciones compartidas, mitos y leyendas en común. Comunidad-manada desde donde los seres humanos hablaban a los cielos distantes y a sus potencias, como desde una plataforma de lanzamiento instalada en la tierra prosaica. Incluso, la arquitectura fue concebida para los fines de comunicación con los Dioses. Por lo que se conoce al respecto, ninguna palabra se dirigía a los Dioses, todavía, desde la dimensión interior del sujeto en soledad, a la manera de una conversación íntima y silenciosa del tipo oración callada desde sí mismo y consigo mismo hacia el Dios mío.

La invención de Gütemberg  puso a disposición humana un libro de uso cada vez más individual, personalizado y más íntimo, delante del cual y a modo de espejo fue posible empezar a leer en solitario la “palabra divina”. Pero, más tarde, otro tipo de palabras como las que haría circular la Enciclopedia, por completo seculares. Como lo propuso Pico de la Mirandola, debía propugnarse por un conocimiento humano, llevado a cabo por seres humanos y al servicio de los hombres. Los intermediarios de la “verdad revelada” fueron quedando  cada vez más lejos del creyente, enfrentado ahora él mismo a la palabra escrita y a la verdad en ella “contenida”, que la meditación en solitario debía ser capaz de sacar a flote. No obstante esta maravilla, propia de la nueva condición humana camino de la modernidad mental en un contexto humanista, no puede concluirse que por ella misma fuera un hecho estar ya delante de algo mucho más profundo en el tejido interno del sujeto moderno, en el sentido de estar ya haciéndose posible una conversación del sujeto consigo mismo desde una eventual otredad interior aparecida, puesto que el destinatario del lector en solitario del libro sagrado continuaba siendo el Gran Otro que de todos modos seguía estando allá afuera en los cielos impalpables, a la manera de un poderoso electro-imán de la palabra. Pero, aun así, algo absolutamente extraordinario y novedoso estaba surgiendo en el corazón de este maravilloso proceso: el principio fuerte de individuación y el aparecimiento psíquico del sí mismo.

Hamlet, Yago y Edmundo están a punto de aparecer en escena. El contexto psico-cultural está maduro. Los personajes de Shakespeare hablarán ahora consigo mismos, se escucharán. Montaigne, muerto prematuramente de disentería su entrañable amigo Etienne de la Boétie, ese “otro” con quien él mantuvo un diálogo permanente, se encuentra a punto de empezar a conversar consigo mismo en solitario, de todo aquello de lo que antes hablaba con su amigo desaparecido. Nos encontramos en el filo de la emergencia histórica del ensayo como género. Entonces, Montaigne podrá decir: “yo soy el objeto de mi libro”. Ha nacido el ensayo como género literario.


6.

Entre tanto, Copérnico hace lo suyo. Se ha desprendido de la manada geo-centrista de un modo tan trágico como maravilloso. Con la ayuda de un pequeño telescopio y de la matemática, produce una de las rupturas paradigmáticas más fuertes en la historia de la cultura. El viejo Cielo habrá de transformarse en espacio matematizado, secularizado; el sol cambia de lugar y de estatus: y la Tierra, ombligo del relato mítico de la Creación, queda de un golpe degradada, secularizada, convertida en vil planeta. Copérnico se asombra, tambalea. No deja de orar al Gran Otro absoluto que es Dios, pero le acaba de propinar, en solitario y desde su pensamiento en libertad, un aterrador golpe a la tradición de la que él mismo hizo parte. Muerto Copérnico y sin que él mismo se lo hubiera propuesto de manera deliberada, el mundo alrededor quedó por completo “copernizado”. Ya no pudo ser nunca más el mundo que fue durante los siglos que le precedieron. (Thomas S. Kuhn)

Está naciendo en la historia de la humanidad un diferente “otro”que antes no existía. No es Dios, no es la comunidad-manada ni la sociedad civil, no son los otros que nos rodean sino alguien que se instala en nuestra propia intimidad, bajo la forma de una extraña otredad interior, con la que el Yo debe hablar y que se deja escuchar. Está naciendo el “sí  mismo”.

Hamlet lo hace. Edmundo y Yago también por primera vez en la literatura. Shakespeare lleva a cabo lo que Harold Bloom denomina “la invención de lo humano”. El momento es conmovedor. Los personajes de Shakespeare empiezan a hablar consigo mismos y, al hacerlo, comienzan a sentir que se transforman y se hacen caso a medida que se escuchan. Brota de este modo la condición psíquica humana moderna, que hace posible el surgimiento del género literario del ensayo, de la mano de Michel de Montaigne.


7.

Michel de Montaigne nace en Burdeos el 28 de febrero de 1533. En un determinado momento de su vida conoce a Etienne de la Boétie, con quien inicia una amistad personal e intelectual intensa alrededor de sus opiniones e ideas. Etienne de la Boétie obra para Montaigne, en lo fundamental, como ese otro externo a él en quien se desahoga, a quien le habla y de quién escucha la voz que le viene de afuera. Mientras exista Etienne de la Boétie, Montaigne no empezará, quizás, a hablar propiamente consigo mismo, no podrá escucharse desde su propia otredad aún no nacida. Pero su amigo entrañable muere de disentería, abruptamente, apenas a los 33 años de edad, en 1554. Montaigne sufre un colapso emocional. Se ha quedado sin interlocutor allá afuera de sí,  sin a quien dirigirle la palabra y sin a quién escuchar.  Si la muerte de Etienne de la Boétie hubiese ocurrido en un contexto diferente del renacentista, preparatorio del advenimiento de una nueva condición humana, nada especial habría ocurrido en Montaigne, diferente de su duelo y su plegaria a Dios por el alma del difunto. Pero Montaigne se queda solo, hablando a solas consigo mismo, en un contexto psico-cultural que permitía esta especie de locura, sin convertirse por ello, para los demás, en alguien objeto de posesión diabólica, enajenación o disparate, tal como antes era visto el hablante solitario.. Pronto, una vez a solas y sin interlocutor “allá afuera de sí”,  Montaigne se hace a sí mismo una pregunta decisiva, fundadora: “¿qué sé yo?”.

Para poder responder esta pregunta que le viene de su nueva otredad  y en ausencia de Etienne de la Boétie, Montaigne debe empezar un viaje introspectivo a su mundo mental interior. Entonces comienza a “escribir para sí mismo” y por “su propia cuenta”. Nace el ensayo, en cuanto género reflexivo literario, como una derivación del hablar consigo mismo y del escucharse desde la otredad del sujeto escindido que, sin embargo, aún así no enloquece. En medio de este proceso que impulsa el advenimiento de una nueva condición humana en la modernidad, Montaigne dice algo conmovedor para su tiempo: “Yo soy el objeto de mi libro”. Empieza a expresarse la condición humana moderna antes inimaginable, la del hablante consigo mismo y por su cuenta y riesgo. La misma condición que hoy en día vemos por todas partes en calles, parques y avenidas públicas, trenes subterráneos y bares donde nos ensimismamos los solitarios a conversar con nosotros mismos y a escucharnos como Hamlets, Edmundos, Yagos o Quijotes de nuestro tiempo, de una manera tan “normal” y cotidiana que ya ni siquiera de ello nos damos cuenta. Porque cada uno de nosotros está dedicado a esto de hablar en solitario mientras corremos al trabajo o nos tomamos ya sea una copa, quizás un  café.  
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