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Contratiempo
Madre Coraje
Jotamario Arbeláez
El teatro antifascista y el ejemplo corajudo de Bertolt
Brecht impresionó nuestra juvenil insurgencia. Los dos personajes más imponentes
del teatro nacional, Santiago García y Enrique Buenaventura -y otros no menos-
se sumaron a su aventura. Y al teatro y a la vida de Santiago adhirió muy
pronto Patricia Ariza, y alzaron el Teatro La Candelaria, hace ya casi 50 años,
con al apoyo secreto y desinteresado de Álvaro Gómez, quien asistía entusiasta pero
de incógnito a las obras conspirativas con un tupido bigote falso, como el que
usó cuando lo soltaron del secuestro y entró a tomar un whisky en Mr. Ribbs. ¿Y
qué hubieras hecho si no te hubiera alcanzado la plata para pagarlo?, le
preguntó el caricaturista Álvaro Montoya. Me hubiera quitado el bigote,
respondió el posteriormente el asesinado sin asesino.
Brecht había fundado
el Berliner Ensemble, apoyado por su
segunda esposa, Helene Weigel, quien a su muerte continuó con la obra del
director y dramaturgo alemán, e interpretó magistralmente a Madre Coraje, una de sus obras señeras,
en la película de Peter Palitzsch.
Patricia Ariza nació
en Santander, en Vélez, y huyendo de la violencia su familia se trasladó a
Bogotá en 1948, donde lo primero que oyeron fue: ¡Mataron a Gaitán! Les
quedaron los discos con sus discursos, que su padre ponía reiterativamente a
todo volumen, para susto de los pequeños, que terminaron impetrando justicia.
Iniciando su juventud
viajó a Medellín y se entregó al primer nadaísmo. Gonzalo Arango le dio la
alternativa e ingresó al Bar Metropol, en cuyos billares los poetas practicaban
a Pitágoras. La llamaban La Piaff
pues cantaba en francés melodías de ayer. Era el impacto en las cantinas donde
comenzaban a entrar las niñas desgreñadas del nadaísmo, por sus piernas
exuberantes y por sus medias de un velado existencialismo. Hizo, con Dina
Merlini y Helena Restrepo, parte del grupo de nadaístas de Medellín y Cali que
viajaron a una isla perdida en el Pacífico con la idea de crear una nueva
nación deshipotecada de tradiciones, como quedó consignado en la novela Islanada, de Elmo Valencia. Y fue una de
las fundadoras y felizmente sobreviviente del exterminio de la Unión
Patriótica.
Acaba de recibir el
Premio Nacional a la Defensa de los Derechos Humanos ( 1 ) de la ONG sueca Diakonia.
Y simultáneamente el Premio Internacional de Teatro Gilder/Coigney, de The League of Professional Theatre Women,
por sus 50 años de trabajo artístico. Premio considerado el Nobel para mujeres
del teatro, que obtuvo entre 21 candidatas de 19 países y que se le entregó en
Nueva York, previa ceremonia donde leyó algunos de los poemas de su libro Hojas de papel volando, también premiado
por la pujante y perseverante Tertulia Poética de Gloria Luz Gutiérrez.
Es la persona que con
más vehemencia ha luchado porque el Estado ayude a los artistas a crear y a
sobrevivir en la creación. Ha logrado mantener, aun tras el alejamiento de
García de las tablas, el entusiasta sacrificio del grupo de planta frente a
menguados presupuestos, dirige el Festival Alternativo de Teatro y el de
Mujeres en escena, y monta obras que viajan por el mundo con víctimas del
desplazamiento, con mujeres vejadas, transexuales y rastafaris.
Fue motivo de regocijo
para sus amigos de siempre abrir el periódico El Tiempo y encontrar un editorial con el título: El reconocimiento a Patricia Ariza,
donde se expresa: “Que su obra esté siendo reconocida dentro y fuera del país
no es sólo un reconocimiento a toda una generación que ha dado su vida al
teatro, sino un síntoma más de que poco a poco esta sociedad considera la
posibilidad de dejar la guerra atrás”. Sorprendente,
pues hace sólo 5 años, como lo cantó el mismo diario, un expediente de la policía
-que le acarreó el ridículo a la institución-, la acusaba de los tres cargos
más pesados para el establecimiento: de subversiva, de nadaísta y de hippie.
Es firme defensora del
proceso de paz que se adelanta en La Habana. Una verdadera madre coraje, no en
el sentido del personaje brechtiano -que es una ferviente defensora de la
guerra hasta que ésta le quita sus hijos-, sino en el sentido de su verraquera
para afrontar con el arte los desafíos del presente. En el último manifiesto, A la mierda con la guerra, firmado por
Nadaístas por la paz, afirma, dirigiéndose a los integrantes de la mesa: “No se
levanten, por favor. Los nadaístas sobrevivientes estamos dispuestos a poner
los manteles, a servir el café y el postre, a relatar la guerra como memoria
histórica, a cantar a lo lejos canciones de paz. No lo hagan. Estamos
preparando la celebración.”
jmarioster@gmail.com
Publicada, parcialmente, en EL TIEMPO, Nov. 25, 2014
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