GRAcias a la "topación" y "eneteceo" del poeta y narrador José Zuleta Ortiz,
publica y difunde: NTC …* Nos Topamos Con …
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Pugilato sin filosofía
EDITORIAL
Periódico UniversoCentro,
Número 103, Medellín, diciembre 2018
Matriz, web del periódico: https://www.universocentro.com/
Hemos pasado de la indignación
por los hechos a la furia frente a las opiniones. Antes se rabiaba por la
ineptitud de los funcionarios, la venalidad de los contratistas, el cinismo y
la falta de coherencia de los candidatos, ahora se oyen las matracas y las
cantaletas de clanes fascinados más por las ideas contrarias que por las
propias. Parece que hoy se tienen más claras las discordias que las afinidades,
se piensa por reacción, se practica algo parecido a la filosofía de la
represalia.
Esa permanente crispación
frente a los decires ajenos es también una dolencia asociada a la solemnidad.
Parece que tomamos demasiado en serio el parloteo insomne de las redes, las
noticias y la prensa. Hasta los chistes flojos de quienes se paran solitarios
frente a una cámara pueden generar una cascada de maldiciones. Bien vendría
darle una mirada a los bien conservados Ensayos * de Montaigne **, ensayos también
en el sentido de ser simples intentos, ejercicios muchas veces predestinados al
error. Era esa una de las virtudes del primer hombre moderno, según algunos de
sus admiradores. Tener sus pensamientos por provisionales, llenar sus páginas
de expresiones como “quizá”, “hasta cierto punto”, “creo”, “me parece”,
palabras que “suavizan y moderan la aspereza de nuestras proposiciones”. ( * http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/ensayos-de-montaigne--0/html/ --- ** https://es.wikipedia.org/wiki/Michel_de_Montaigne )
Tal vez la frase más
inquietante de Montaigne para los lectores de estos días fuera esta declaración
sin principios: “Ninguna propuesta me asombra, ninguna creencia me ofende, por
mucho contraste que ofrezca con las mías propias”. Hoy en día parece una
renuncia inaceptable, un vacío de razones, un abandono simple y llano.
Montaigne hablaba sobre todo de las opiniones y reflexiones filosóficas, ese
era el centro de sus intereses y sus conocimientos, pero por supuesto hablaba
también de inquietudes políticas e inclinaciones religiosas. Hoy en día
nuestras grandes pugnas son sobre todo electorales, ni siquiera
fundamentalmente políticas o ideológicas, hemos permitido que el más vulgar de
los escenarios cope toda la atención. Por eso la punta de lanza de los duelos
digitales del diario pueden ser Ernesto Macías o Gustavo Bolívar.
Montaigne sentía fascinación
por el sentimiento de la extrañeza, visitaba los “monstruos” de la época,
personas con malformaciones, para intentar encontrar un sentido humano distinto,
para conocer criaturas por fuera de las categorías conocidas. Pero siempre
descubría la misma humanidad y terminaba aceptando que la rareza más grande e
incomprensible estaba encerrada en su cuerpo, se sorprendía de sus cambios de
opinión y de la fragilidad de sus estados de ánimo: “Mi pie es tan inestable e
inseguro, me encuentro tan vacilante y dispuesto a resbalar, y mi vista es tan
poco fiable, que en ayunas me siento otro hombre que después de comer. Si me
sonríe mi salud y la luz de un precioso día, soy un hombre estupendo; si tengo
un callo que me duele en el dedo del pie, soy hosco, desagradable e
inaccesible”. Era un filósofo de la incertidumbre, un pensador que se veía más
como un ratón en el laboratorio de las ideas que como un búho pontificando
desde una rama alta. Y si eso pasaba con sus ideas filosóficas, hoy parece
increíble que nos enzarcemos durante años en las estrategias y las muletillas
grandilocuentes de los políticos.
Buena parte de nuestras
controversias se han convertido en una competencia de descalificaciones, unos
pleitos que se alimentan más de la bilis que de la burla. Batallas en las que
más que causar dolor físico se buscan golpes de desprestigio. Montaigne
destacaba los peligros de un concepto de la época que justificaba la brutalidad
en la guerra, el “furor” de los combatientes hacía normal que no se contuvieran
y que la piedad pudiera ser olvidada. Ese mismo “furor” hace olvidar hoy toda
obligación de compostura y valoración de ideas en el debate de nuestras
coyunturas. Las razones propias nos hacen duros para agredir y aislados para
aceptar la posibilidad de cambio, no logramos experimentar “el freno de la
benevolencia”.
En últimas el escepticismo
entrega una gran ventaja. Quienes pierden en una discusión, prueban que tenían
razón en dudar de sus propios conocimientos. Y quienes graban para siempre una
“verdad” o un prejuicio solo demuestran que son más crédulos, y que su alma es
más blanda y menos resistente a dejarse grabar para siempre.
El poeta irlandés Thomas Moore
escribió una especie de oración al sereno escepticismo que puede servir como un
pantallazo obligado antes de entrar al tinglado de las redes sociales: “Cuando
pasan las olas del error / qué dulce es alcanzar al fin tu puerto tranquilo, /
y suavemente balanceado por la duda ondulante / sonreír a los tenaces vientos
que guerrean afuera”.
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