miércoles, 31 de julio de 2019

Memorias de un h.p. Por Jotamario Arbeláez. Contratiempo. Versión para NTC … Julio 30, 2019

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Contratiempo

Versión para NTC …


Memorias de un h.p.

Jotamario Arbeláez


1

Sentí por Fernando Vallejo, a través de la vida que ya va para larga, una admiración solidaria por su trabajo de escritor y demoledor a su modo,
desde su inicial serie autobiográfica El río del tiempo, que inicia con el precioso Los días azules,
y la gramática del lenguaje literario Logoi, con la que demostró que se las sabía todas y las que no sabía no existían.
Luego la agarraría contra la iglesia del inexistente Cristo y sus sucesores, contra el farsante de  Darwin, contra los gobernantes corruptos y corruptores y hasta contra el nido de la perra mientras no sea la de Bruja.
Su actitud se ha emparentado y confundido con la del nadaísmo, como herederos comunes del maestro Fernando González.


Eduardo Escobar, quien en tanta estima lo tiene, o tenia, hasta que apostrofó a Álvaro Uribe tildándolo de “culibajito”, declaró en la revista Semana de septiembre 1 de 2008:

“El más radical de los escritores colombianos de hoy es Fernando Vallejo, que es una especie de filonadaísta. En el estilo y la actitud es una mezcla de Vargas Vila y Fernando González. Sin la espiritualidad de Fernando González ni el éxito económico de Vargas Vila. Fernando es un cómico. Que todos leemos sin tomarlo en serio, como debe hacerse con todos los cómicos. Pura diatriba. Un Aristófanes de los antioqueños”.


Su último libro me lo hizo llegar entre risitas el otro enemigo que conservo en vinagre diciendo que en dos o tres párrafos me elogiaba.
Cosa que me creí, pues en los últimos años yo también he sido con él particularmente elogioso.
Se llama Memorias de un hijueputa, donde pretende volverme chicuca, pues en él se desfoga contra todo lo que odia o  cree que le hizo mal. Que somos todos los colombianos a quienes extiende el epíteto.
Aunque no suelo leer autobiografías me la leí acompañado de un pañuelo de compasiones,
pues nunca creí que la literatura pudiera alcanzar un punto tan bajo, ni siquiera disculpable con la demencia senil.  


Pero, ¿qué polémica adscrita al arte de injuriar puede sostenerse con un rival que de entrada se autotitula hijueputa? Queda uno con un palmo de narices.
Un escritor que no respeta ni a su mamá, qué diablos va a respetar en la perra vida, aparte de los perros con quienes comparte sus premios de literatura.
Como el Rómulo Gallegos de novela, de Venezuela. Que ganaron antes que él los colombianos Manuel Mejía Vallejo y García Márquez, y William Ospina después de él.
Nuestro cotarro intelectual se ufanaba de que fuera por 4.
En un momento dado el premio de novela de la misma Fundación fue intercalado con el premio de poesía Valera Mora, que gané en 2008.
A lo cual haciendo la V de la victoria publiqué mi columna “Va por 5” (ahora va por 6 con Pablo Montoya),
haciéndome acreedor a sus burlas repetidas tildándome -además igualado-, de vejete. Pero si bien le llevo dos años,
me da pena verlo caminar como un sonámbulo tanteando el aire y arrastrando los pies, mientras yo continúo vivito y coleando como en los tiempos mejores.   

“¿Ven por qué ando metido en memorias?”, dice en la pag, 29. “Porque tengo mucho que contar y por azuzar la envidia de mis enemigos o “detractores”, como les dicen ahora,
entre los que sobresalen por su empeño dos opinadores de periódico que gratuitamente, urbi et orbi, motu proprio,  echan a volar mi nombre con repique de campanas:
un huerfanito sexagenario de apellido Faciolince y barba blanca de abad;
y el último nadaísta de Colombia, un hippie viejo de Cali al que en la pila bautismal su madre le puso “Jota”, sin saber que en México significa “marica”.
Pero no, él no es. No se le arrima ni hombre, ni mujer, ni perro, ni quimera. Huele a fuga de gas”.

Al respecto, se supo que en la antepasada feria del libro se despachó públicamente contra esos dos detractorcitos como hijueputicas. Y añade que de esa forma “nos eterniza”. Pobre diablo.


Otro detalle es que cada vez que un hetero se enfrenta con un homo,
la peor ofensa que este suele hacerle al otro es acusarlo de ser más marica que él. Verdaderamente así es muy difícil.


2

Este reciente libro de Fernando Vallejo, del que muy pocos se atreven a decir su nombre, es la porquería que no tapó el gato, porque no trabaja en Alfaguara.
          Y no lo digo para defenderme de sus dicterios, que terminan siendo de lo más graciosos; me lo han dicho hasta sus esbirros.
          Uno que lo conoce, puede presuponer que pretendió superarse a sí mismo en reversa y borrar, con el último, el acumulado de exitosos libros anteriores.
          Es algo coherente con su carácter. Ya había acabado con todo y con todos y decidió acabar consigo mismo, a partir de su fama de escritor descocado, pero al fin y al cabo escritor.
          Desde que escogió el título de su libro supo que iba a tener lectores de sobra en un país estigmatizado por parejo por su pluma madraceadora.


En amplios escenarios, como en las ferias, hace reír a la gente, que se ríe no de lo que dice sino que se ríe de él, de su cantaleta estrambótica. Como un Lenny Bruce cascarero.
         Así  se logra envanecer del ridículo. 


Que un hombre que se estrenó con Logoi se despida con semejante logorrea da grima.
          Como encontrar en mitad de la página 75 que no sabe diminutivizar, y escribe “piesecitos”.
          Y que al referirse a Vargas Vila, su mentor, diga que “es un marica vergonzante, pese a lo cual sólo trata en sus libros de sexo con mujer”.
          No cuestiono la sapeada al maestro, sino la redacción de la frase. En vez de “pese a lo cual”, debería ser “por lo cual”,
          ya que sería la vergüenza la que le impediría explayarse, como Vallejo, en sus apareamientos con jotos, como llaman en México a los sarasas.


A mí no sólo me gradúa de marica, sino que en la furia homicida del personaje dictatorial que es su alter ego, me hace morir de una enfermedad propia de su trasegar.
          Después de despacharse contra Gabo por su amistad con Fidel, en  una monserga a lo Fernanda Cabal, remata en diálogo con su edecán:

                                   “Ahora bien, como todo tiene alguna compensación en la
                                      vida, Gabito a su vez tuvo un áulico, el fracasado escritor
                                      y lambeculos nadaísta de Cali Jota Mario, que en paz
                                      descanse. –Cómo, también lo mandó fusilar? –Yo no. Fue
                                      un Staphilococcus sarcofagicus que se le comió el culo y
                                       lo expeditó a la fosa. Murió el pobre Jota (que en México
                                       quiere decir marica) de fascitis necrosante. –Y quién le
                                       contagió el Staphilococcus? – Un cacorro caleño.”

Páginas más adelante precisa: “Tengo problemas en las áreas de la corteza del cerebro donde se almacenan fechas y nombres y caras de gente. Los unos se me confunden con los otros o con cosas… Confundo a un nadaísta de Cali con un inodoro”.
          Pues razón si tiene, porque lo que soy yo disfruto de una salud a prueba de balas y no me arredro de caer en las líneas del zar de la cuchufleta.
          No me siente fracasado en nada, con mis poemas he ganado todos los premios, en México y España me han concedido el reconocimiento a toda la vida y a toda la obra,
          y así mis libros no sean éxitos  comerciales me han permitido voltear el mundo hasta la India y la China.
          Y de maricón pocón pocón. Con el inodoro que me confunde es con su hermano Darío, quien terminó muriendo de sida,
          tal como lo relata en forma deslumbrante en El desbarrancadero, uno de los libros más hermosos y dolorosos que se haya escrito,
          que trata del amor y complicidades de dos hermanos perversos,
          obra que debería leer todo el mundo en vez de perder su tiempo con el presente bodrio.


En aquellos tiempos machistas el que acusaba a otro de marica sin serlo se sometía a que lo ensartaron pero a cuchillo;
          en estas épocas del orgullo gay se debe considerar un elogio. ¡Farifafá!
          Se me hace admirable su sinceridad: “Colombia me empezó a conocer y yo empecé a ser. Después me aceptó como era: un h.p. Y hoy me quiere.” (Pag. 155).


Me queda el problema de que si hago una observación negativa sobre Vallejo y sus actos me tilda de “detractor” y  “áulico de Gabo”, y si le hago un elogio me tilda de “lambeculos”. Así sigue siendo muy difícil el ejercicio del comentario.   



3

El meollo del libro Memorias de un hijueputa (Alfaguara, 2019) es que todo el mundo termina siendo hermano del memorioso.
          Comienza citando a todos los recientes expresidentes:
          “–César Gaviria. –Presente –contesta el h.p.”
          Y así sucesivamente con Andrés Pastrana, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos.
          A continuación de lo cual son todos pasados por las armas por los esbirros del dictador.



          A ellos añade otros ejecutados: Timochenko, Iván Márquez, Romaña, Ordóñez.


                   “Y decapité a los banqueros de Colombia empezando por un siniestro adorador de la Virgen de apellidos Sarmiento Angulo.” El dueño del periódico donde nunca pudo meterse.
          Lo cual podría ser una enorme muestra de valentía, por cuanto le pone el pecho a posibles –o imposibles denuncias por calumnia e injuria y amenazas veladas.
          O una muestra de zafiedad, por cuanto se supone que los madreados y sentenciados le han respondido con sonrisas condescendientes.
          Cualquier respuesta lindaría con el ridículo. Lo que me estaría pasando a mí con estos despachos.
          No se juega nada con su rosario de h.p.tazos. Así qué gracia.


Si alguna de las personas agredidas acometiera contra él con reclamos  legales por lo que escribe con una pretendida valentía suicida,
          estoy seguro de que sus colegas –y yo con ellos– redactarían un manifiesto para defenderlo.
          Porque a un escritor de talla –y que talla– no se le puede destripar por lo que piensa, así la expresión de sus pensamientos sea deplorable.
          No viene al caso la comparación, pero cuando a De Gaulle le sugirieron guardar a Sartre porque estaba muy agresivo e irrespetuoso, sentenció:
          “No se aprisiona a Voltaire.”


Continúa degollándome el otoñal patriarca:

                                             “¿Si saben que el nadaísta de Cali, mi detractor,
                                                depuso su odio contra mí y me empezó a zangolotear
                                                gomorresina en incensario? Andará buscando puesto
                                                el pobrecito… Será mandarlo de agregado cultural a
                                                Zambia para que se lo coman los negros. Por detrás
                                                o en carne asada.”

          Se necesita ser muy marica en el mal sentido de la palabra, para desearle al adversario como doloroso castigo aquello que más le gusta.

No me escandalizo por lo que dice de Jesús, a quien en forma infantil sindica de pedófilo por aquella frase de “Dejad que los niños vengan a mí”,
          sino porque abochorna el lenguaje y el improperio.
          Acudir al “Cristo hijueputa.”, es dicterio de maleante en apuros, que reitera hacia el Padre en El desbarrancadero: “¡Dios no existe! ¿Qué va a existir ese viejo hijueputa.”
          Él mismo dice que resultó bueno para blasfemar. Pero aún para blasfemar se necesita un mínimo toque de pundonor.
          Otras víctimas, amén del “pelotudo” de Gabo, son el escritor Abad Faciolince, el nadaísta pacifista Jotamario Arbeláez y los representante de Cristo en la tierra
          Pío Doce por flatulento, Pablo Sexto, que dizque le birló un muchacho en Milán,
          y J. Mario Bergoglio, que después llamose Francisco, a quien prometió declararle la guerra en las redes.


En El desbarrancadero, esa crónica deslumbrante y atroz de la penosa muerte de su hermano y la de su padre y hasta la suya propia, vuelve añicos a su señora madre.


          De ella afirma, de lo que se infiere la herencia, que “sólo tenía un punto posible de comparación: su lengua soez que h.p.tiaba a marido, hijos, vecinos, policías, curas, lo que se le atravesara”.
No me corresponde defender a quien piadosamente llama La Loca,
          pues para eso echó al mundo a otros diez y nueve Vallejos, que no se han atrevido a pararle el macho.


A quien si defiendo es a Héctor Abad, a quien le repite el epíteto ya usado por otro truhán de “triunfante huerfanito sexagenario”,
          en referencia al precioso y exitoso libro donde relata el vil asesinato sicarial de su padre.
          Es algo tan viscoso como que alguien tildara a Vallejo de “triunfante viudito desconsolado”, aludiendo al reciente deceso de su pertinaz machucante mexicano.  

Si piensa que esta sarta de borborigmos va a hacer parte del boom de los libros de dictadores, no está ni tibio. Ni porque lo publique Alfaguara.



Sólo me resta manifestar mi aprecio y devoción por el Vallejo de ayer. Y presentarle mis disculpas si en algo lo logre ofender, defendiéndome. Y no más.

La montaña mágica. Villa de Leyva, Julio 2019

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