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El demonio en la proa.
Edgar Collazos.
Segunda edición. Ediciones B, Barcelona. Diciembre 2011
Novela histórica.
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Prólogo de William Ospina.
Prólogo de William Ospina.
Prólogo
Una de las noticias más curiosas de nuestro presente es la del resur-
gimiento de los piratas. No hablo de metáforas urbanas sino de los
viejos piratas que infestaron los mares en otros siglos y que parecían
ya para siempre cosa del pasado. Hará un tiempo que Francia rescató
de manos de piratas a la tripulación y los pasajeros de un barco en
alta mar, y hace apenas dos semanas que España se vio enfrentada
a un desafío similar. A lo mejor eso habla de cierta prosperidad del
mundo, ya que la piratería marina no es para pobres, requiere naves
y armas, conocimiento de los mares y hasta eficaces y clandestinos
aportes de la ciencia. La aventura de los antiguos piratas requirió,
incluso, en su tiempo, el patrocinio de Estados feroces y de cor-
poraciones ambiciosas, y era una empresa en sí misma. Célebres
almirantes, como Francis Drake, recibieron no sólo el apoyo previo
de la corona inglesa, sino la retribución ulterior de condecoraciones
y títulos nobiliarios.
gimiento de los piratas. No hablo de metáforas urbanas sino de los
viejos piratas que infestaron los mares en otros siglos y que parecían
ya para siempre cosa del pasado. Hará un tiempo que Francia rescató
de manos de piratas a la tripulación y los pasajeros de un barco en
alta mar, y hace apenas dos semanas que España se vio enfrentada
a un desafío similar. A lo mejor eso habla de cierta prosperidad del
mundo, ya que la piratería marina no es para pobres, requiere naves
y armas, conocimiento de los mares y hasta eficaces y clandestinos
aportes de la ciencia. La aventura de los antiguos piratas requirió,
incluso, en su tiempo, el patrocinio de Estados feroces y de cor-
poraciones ambiciosas, y era una empresa en sí misma. Célebres
almirantes, como Francis Drake, recibieron no sólo el apoyo previo
de la corona inglesa, sino la retribución ulterior de condecoraciones
y títulos nobiliarios.
De modo que el tema inicial de esta novela de Edgard Collazos,
El demonio en la proa, que transcurre en los primeros años del siglo
XVIII, no es una tardía incursión en un género de otros tiempos
sino una prueba de su actualidad. Pero, claro, Edgard no se propone
contarnos una historia de piratas a la manera de Stevenson o de
Emilio Salgari, sino hacer al mismo tiempo un rastreo histórico y
el atormentado reconocimiento de un mundo. El reconocimiento,
para empezar, de unas naves que existieron realmente, minuciosa-
mente, que son el origen de la aventura de cada uno de nosotros,
y que se han perdido en la bruma del tiempo y en el olvido de las
El demonio en la proa, que transcurre en los primeros años del siglo
XVIII, no es una tardía incursión en un género de otros tiempos
sino una prueba de su actualidad. Pero, claro, Edgard no se propone
contarnos una historia de piratas a la manera de Stevenson o de
Emilio Salgari, sino hacer al mismo tiempo un rastreo histórico y
el atormentado reconocimiento de un mundo. El reconocimiento,
para empezar, de unas naves que existieron realmente, minuciosa-
mente, que son el origen de la aventura de cada uno de nosotros,
y que se han perdido en la bruma del tiempo y en el olvido de las
generaciones: "Así eran los barcos que llegaron en el siglo XVI a las playas
de América, moribundas basuras náuticas medievales, pobladas de leyendas
que nadie se dignó escribir. Navíos innominados por el desdén y el descuido
de sus navegantes, o quizás porque sus tripulantes estaban tan ocupados
en los rubíes de Ceilán, en las esmeraldas de Somondoco, el adamas, el
astrión y el crisopacio de Las Indias así como en el valor de las porcelanas
compradas en China, o en la conquista y el oro de América, sin tiempo para
escribir sobre estas pequeñas babilonias flotantes. Alguna vez en sus proas
hormiguearon confusamente hombres con pieles de diferentes colores, con los
idiomas confundidos en la babel del comercio con Oriente, de donde traían
el maderamen oloroso a jengibre, clavo, pimienta; a sangre y a especias de
Las Moluca; aromas que secretamente delataban sus pasadas actividades
guerreras y comerciales". Es importante recordar que los tras abuelos de
casi todos los habitantes de estas tierras cruzaron el océano y que
en nuestra memoria deberían estar lo vértigos de alta mar, el crujir
de cuerdas y mástiles, y esas velas empujadas sobre el abismo por los
vientos del nordeste. "De sus leyendas no quedó una historia; las azotó
el tifón del tiempo contra las rocas de la memoria,~y sólo ahora las mareas
del recuerdo nos cuentan que fueron pequeños guerreros que sometieron la
plenitud del planeta, dócilmente, estrechándolo, haciéndolo más pequeño,
arando los océanos con la ayuda de astrolabios y compases, guiados con torpes
cartogrcifías que apenas sí tenían clara la rosa de los vientos. Un Oriente
y Occidente hechos en los talleres cosmológicos de Ausburgo y Lisboa, por
hacedores de mapas que soñaban con las estrellas, que fantaseaban con el
diámetro del planeta sin conocer la Tierra, pero arañaban en las ideas del
cosmos las verdades de la noche, convirtiendo todos los mares del planeta en
uno solo: desde las columnas de Hércules al cabo de la Vela y Carta gen a;
desde San Lúcar al estrecho de Magallanes; desde El Cabo de la Buena
Esperanza}' las Islas de Los Ladrones en Pilipinasa la Tierra de Fuego y
de ahí a Buenaventura }' a Panamá".
de América, moribundas basuras náuticas medievales, pobladas de leyendas
que nadie se dignó escribir. Navíos innominados por el desdén y el descuido
de sus navegantes, o quizás porque sus tripulantes estaban tan ocupados
en los rubíes de Ceilán, en las esmeraldas de Somondoco, el adamas, el
astrión y el crisopacio de Las Indias así como en el valor de las porcelanas
compradas en China, o en la conquista y el oro de América, sin tiempo para
escribir sobre estas pequeñas babilonias flotantes. Alguna vez en sus proas
hormiguearon confusamente hombres con pieles de diferentes colores, con los
idiomas confundidos en la babel del comercio con Oriente, de donde traían
el maderamen oloroso a jengibre, clavo, pimienta; a sangre y a especias de
Las Moluca; aromas que secretamente delataban sus pasadas actividades
guerreras y comerciales". Es importante recordar que los tras abuelos de
casi todos los habitantes de estas tierras cruzaron el océano y que
en nuestra memoria deberían estar lo vértigos de alta mar, el crujir
de cuerdas y mástiles, y esas velas empujadas sobre el abismo por los
vientos del nordeste. "De sus leyendas no quedó una historia; las azotó
el tifón del tiempo contra las rocas de la memoria,~y sólo ahora las mareas
del recuerdo nos cuentan que fueron pequeños guerreros que sometieron la
plenitud del planeta, dócilmente, estrechándolo, haciéndolo más pequeño,
arando los océanos con la ayuda de astrolabios y compases, guiados con torpes
cartogrcifías que apenas sí tenían clara la rosa de los vientos. Un Oriente
y Occidente hechos en los talleres cosmológicos de Ausburgo y Lisboa, por
hacedores de mapas que soñaban con las estrellas, que fantaseaban con el
diámetro del planeta sin conocer la Tierra, pero arañaban en las ideas del
cosmos las verdades de la noche, convirtiendo todos los mares del planeta en
uno solo: desde las columnas de Hércules al cabo de la Vela y Carta gen a;
desde San Lúcar al estrecho de Magallanes; desde El Cabo de la Buena
Esperanza}' las Islas de Los Ladrones en Pilipinasa la Tierra de Fuego y
de ahí a Buenaventura }' a Panamá".
Pero aquí está también el reconocimiento de la naturaleza:" Ta-
tabras, perros de monte, guaguas, guatines, reptiles de mil tamaños, gusanos
antediluvianos, hongos que parasitan en troncos carcomidos por el tiempo".
La época: los comienzos del siglo XIX, cada vez más presentes hoy,
en el Bicentenario de las independencias de América.
tabras, perros de monte, guaguas, guatines, reptiles de mil tamaños, gusanos
antediluvianos, hongos que parasitan en troncos carcomidos por el tiempo".
La época: los comienzos del siglo XIX, cada vez más presentes hoy,
en el Bicentenario de las independencias de América.
La región: estas tierras que fueron la Nueva Granada, y más
precisamente su costa occidental.
precisamente su costa occidental.
Tal vez sin proponérselo, esta novela se aplica a corregir una de
las grandes ausencias de nuestra literatura. Y es que en un país con
dos mares inmensos, en que el Estado se envanece de proclamar
que poseemos vastísimas aguas territoriales, el mar casi no existe en
nuestro imaginario ni en nuestra literatura. Salvo dos o tres relatos,
ni siquiera García Márquez, que nació cerca de su orilla, ha escrito
una literatura marina; y de otro hijo de sus playas, Óscar Collazos
con su novela La ballena varada, sólo recuerdo un hermoso poema
que empieza diciendo: "Había tantas cosas junto al mar ... ". En
general, se diría que León de Greiff habló por Colombia entera
cuando escribió aquel poema:" No he visto el mar. IMis ojos, Ivigías
horadantes,jantásticas luciérnagas, /mis ojos avizores entre la noche; due-
ños Ide la estrellada comba, de los astrales mundos; /mis ojos errabundos,
!familiares del hórrido vértigo del abismo, Imis ojos acerados de viking,
oteantes, /mis ojos vagabundos ... /mis ojos infecundos ... Ino han visto el
mar mis ojos, Ino he visto el mar!".
Edgard Collazos tiene una doble virtud, la de conocer detallada-
mente dos mares: y no hablo sólo del Atlántico y del Pacífico, hablo
de que Edgard conoce el mar físico y también el extenso mar de las
literaturas. Sabe de mareas y de metáforas, de barcos y de novelas, de
navegaciones y de poesía. Creo no faltar a la verdad ni a la modestia
si digo que entre las personas que conozco solamente él y yo sabe-
mos de memoria versos de la traducción de Miguel Antonio Caro
de la Eneida de Virgilio, una obra maestra celebrada por Borges, y
que aquí no ha publicado ni siquiera el Instituto Caro y Cuervo.
Edgard es nuestro compañero de pasiones literarias desde hace
mucho tiempo (y "nuestro" quiere decir mío, y de José María
Borrero, y de Bernardo Gómez, y de Gerardo Rivera, y de Pepe
Zuleta) y cuando hace treinta años nos conocimos, leyendo a Borges
y a los muchos autores que Borges nos presentaba todos los días,
Edgard y yo descubrimos, para nuestra sorpresa, que habíamos sido
compañeros de estudio a los 9 años, en Cali, en el bullicio del co-
legio Fray Damián González, y que debimos encontramos frente
a frente~ u hombro a hombro en esos años verdes, sin saberlo. A
veces, cuando lo leo, pienso que seguramente ya desde esa infancia
compartida teníamos inquietudes comunes y nos deslumbraron las
mismas estrellas.
Es un honor para mi, tantos años después, presentar su primera
novela, El demonío en la proa. Curiosamente, a mi me obsesionaba en
otro tiempo la idea de que en la proa de los barcos españoles venía
Cristo sangrando, y alguna vez imaginé una película en la que se
viera esa imagen poderosa de la crucifixión en vivo en la proa de
un galeón que viaja hacia América. A Edgard se le ha ocurrido más
bien la imagen del demonio tallado en el mascarón de un barco,
ya-verán ustedes qué clase de demonio, y a lo mejor esa imagen es
más ajustada a lo que realmente pasó.Yo también, hace unos cinco
años, presenté mi primera novela, yeso hace que nuestras vidas
sigan siendo paralelas.
novela, El demonío en la proa. Curiosamente, a mi me obsesionaba en
otro tiempo la idea de que en la proa de los barcos españoles venía
Cristo sangrando, y alguna vez imaginé una película en la que se
viera esa imagen poderosa de la crucifixión en vivo en la proa de
un galeón que viaja hacia América. A Edgard se le ha ocurrido más
bien la imagen del demonio tallado en el mascarón de un barco,
ya-verán ustedes qué clase de demonio, y a lo mejor esa imagen es
más ajustada a lo que realmente pasó.Yo también, hace unos cinco
años, presenté mi primera novela, yeso hace que nuestras vidas
sigan siendo paralelas.
Pero además, tanto Edgard como yo, y les pido perdón por ese
tono auto biográfico pero, tratándose de él no puedo evitado, estamos
interesados en rastrear nuestra historia y yo diría que embrujados por
este territorio. Los dos vivimos ahora exiliado s de las tierras de la
infancia, él en una isla lejana y maravillosa que se llama Providencia
y yo en otra isla lejana y turbulenta que se llama Bogotá, y .desde
esas islas tratamos de reinventar el mundo de nuestras infancias, y
de desplegar sobre él el vuelo de la memoria y de la imaginación.
tono auto biográfico pero, tratándose de él no puedo evitado, estamos
interesados en rastrear nuestra historia y yo diría que embrujados por
este territorio. Los dos vivimos ahora exiliado s de las tierras de la
infancia, él en una isla lejana y maravillosa que se llama Providencia
y yo en otra isla lejana y turbulenta que se llama Bogotá, y .desde
esas islas tratamos de reinventar el mundo de nuestras infancias, y
de desplegar sobre él el vuelo de la memoria y de la imaginación.
He dicho en otra parte que en este libro El demonío de la proa
las palabras están muy vivas.Voy a citarme:"¿Quiénes son los pro-
tagonistas de esta novela? ¿Los viejos barcos del Renacimiento que
sobrevivían a comienzos del siglo XVIII a la herrumbre de los mares?
¿Los piratas que invadieron sus aguas por siglos? ¿Los navegantes?
¿Los patriotas que consiguieron la Independencia de América? ¿Los
indios, los criollos, los mulatos y los zambos que vivieron día a día
la aventura de inventarse una vida en un mundo casi desconocido,
entre selvas y bestias y estrellas que anunciaban catástrofes? Sus
principales protagonistas son las palabras, y el lector vivirá en cada
frase una aventura. En El demonío de la proa, de Edgard Collazos, las
palabras están vivas, aullan, palpitan, se retuercen, suspiran, sangran,
viven y mueren, quieren extraer la sustancia secreta de un mundo
que no acaba de ser nombrado. Las palabras riñen y cantan, copulan
y muerden, se extravían y despiertan en mundos densos y vegetales,
llenos de yodos y de distancias, están cargadas de olores y de sabo-
res, de sensaciones y de emociones, de sentimientos y de presenti-
mientos. El lector que se interne por esta novela no tendrá tiempo
las palabras están muy vivas.Voy a citarme:"¿Quiénes son los pro-
tagonistas de esta novela? ¿Los viejos barcos del Renacimiento que
sobrevivían a comienzos del siglo XVIII a la herrumbre de los mares?
¿Los piratas que invadieron sus aguas por siglos? ¿Los navegantes?
¿Los patriotas que consiguieron la Independencia de América? ¿Los
indios, los criollos, los mulatos y los zambos que vivieron día a día
la aventura de inventarse una vida en un mundo casi desconocido,
entre selvas y bestias y estrellas que anunciaban catástrofes? Sus
principales protagonistas son las palabras, y el lector vivirá en cada
frase una aventura. En El demonío de la proa, de Edgard Collazos, las
palabras están vivas, aullan, palpitan, se retuercen, suspiran, sangran,
viven y mueren, quieren extraer la sustancia secreta de un mundo
que no acaba de ser nombrado. Las palabras riñen y cantan, copulan
y muerden, se extravían y despiertan en mundos densos y vegetales,
llenos de yodos y de distancias, están cargadas de olores y de sabo-
res, de sensaciones y de emociones, de sentimientos y de presenti-
mientos. El lector que se interne por esta novela no tendrá tiempo
de pensar que está leyendo un libro, rápidamente estará viviendo
en un mundo más lleno de tormentos y de agitaciones que este
mundo nuestro de cada día" . Quiero reafirmarlo aquí ante ustedes.
Invitarlos a leer este libro que interroga nuestra memoria común y
que tiene la exuberancia de este mundo nuestro y una endiablada
capacidad de mostrar aventuras y de pintar atmósferas. Edgard es
también así, yo aprovecho para presentárselos: un contador, tam-
bién oral, de historias asombrosas. Quiero agradecer a Edgard por
su paciente trabajo de artífice, por la persistencia de su arte, por la
honestidad de su labor como escritor, por la pasión y por la fuerza
de su lenguaje, y agradecerle también el privilegio de permitir que
sea yo quien recomiende esta obra a unos lectores que recobrarán
con ella muchas cosas desconocidas de su propio pasado.
en un mundo más lleno de tormentos y de agitaciones que este
mundo nuestro de cada día" . Quiero reafirmarlo aquí ante ustedes.
Invitarlos a leer este libro que interroga nuestra memoria común y
que tiene la exuberancia de este mundo nuestro y una endiablada
capacidad de mostrar aventuras y de pintar atmósferas. Edgard es
también así, yo aprovecho para presentárselos: un contador, tam-
bién oral, de historias asombrosas. Quiero agradecer a Edgard por
su paciente trabajo de artífice, por la persistencia de su arte, por la
honestidad de su labor como escritor, por la pasión y por la fuerza
de su lenguaje, y agradecerle también el privilegio de permitir que
sea yo quien recomiende esta obra a unos lectores que recobrarán
con ella muchas cosas desconocidas de su propio pasado.
WILLIAM OSPINA